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De la URSS a Rusia: Tres décadas de experiencias y observaciones de un testigo
De la URSS a Rusia: Tres décadas de experiencias y observaciones de un testigo
De la URSS a Rusia: Tres décadas de experiencias y observaciones de un testigo
Libro electrónico590 páginas10 horas

De la URSS a Rusia: Tres décadas de experiencias y observaciones de un testigo

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Del interés que tuvo de joven Carlos Prieto, el renombrado chelista mexicano, por la cultura, la lengua y la música rusas, surge la fructífera relación que ha habido por casi 30 años entre este artista y la nación europea. Las páginas de la presente obra son memorias que atestiguan los cambios políticos y culturales de los sesentas a nuestros días.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 jun 2014
ISBN9786071620392
De la URSS a Rusia: Tres décadas de experiencias y observaciones de un testigo

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    De la URSS a Rusia - Carlos Prieto

    17.

    I. PRIMERA ESTANCIA EN LA URSS. 1962

    ANTECEDENTES Y UNA INVITACIÓN DEL VICEPRIMER MINISTRO

    A. I. MIKOYÁN A LA URSS

    DESDE mis épocas de estudiante en el Instituto Tecnológico de Massachusetts tenía intensos deseos de conocer la Unión Soviética. En 1958 presenté mi solicitud para viajar a Rusia y trabajar como intérprete en una gran exposición que Estados Unidos montó en Moscú. Tuve la gran desilusión de que no me aceptaran porque era requisito ser ciudadano estadounidense. Por una serie de casualidades, la oportunidad se presentó poco después en 1959. Durante ese año vino a México una importante delegación oficial soviética encabezada por Anastas I. Mikoyán, a la sazón viceprimer ministro de la URSS, habilísimo político, uno de los pocos en sobrevivir a las purgas desde la era de Lenin hasta nuestros días. Formaron parte de la delegación los compositores Shostakovich y Kabalevsky, a quienes tuve entonces la oportunidad de conocer.

    La misión oficial soviética incluyó, en un recorrido por la capital de Nuevo León, una visita a la Fundidora Monterrey, empresa en donde yo trabajaba. No recuerdo qué ocurrió con el intérprete oficial. Me parece que sufrió una pequeña indisposición. El hecho es que se quedaron sin intérprete y a falta de mejor opción lo remplacé temporalmente. Acompañé durante algunas horas a Mikoyán, al embajador Bazykin y a otros delegados y asistí con ellos a una comida que, en el restaurante Luisiana, les ofreció el gobernador Raúl Rangel Frías. Al despedirse esa noche, Anastas I. Mikoyán me dijo: Usted, amigo Prieto, debería ir a conocer la Unión Soviética. ¿No le interesaría ir? Por supuesto; me interesaría no sólo ir, sino quedarme algún tiempo y tomar cursos intensivos de ruso. Eso lo podemos arreglar. ¿En dónde le gustaría estudiar? Me interesaría mucho la Universidad de Moscú o la Universidad de Leningrado. Lo que no me interesaría sería la Universidad de la Amistad entre los Pueblos, me atreví a decirle. Le encargo a usted, camarada Bazykin, que organice usted el viaje y la estancia del ingeniero Prieto, terminó ordenándole Mikoyán al embajador, dejándome estupefacto.

    Por mi lado, obtuve los permisos del caso para ausentarme algunos meses de la fábrica. Empezaron a pasar las semanas y no había noticias del viaje a la URSS. Pasaron los meses; mi decepción iba creciendo. Transcurrió un año y me olvidé del asunto. Pero yo no conocía entonces la burocracia soviética. A los dos años y medio recibí una llamada del embajador Bazykin. El viaje estaba arreglado así como mi inscripción en la Universidad de Moscú. También estaba organizado que, al terminar el periodo de estudios, pasara yo varias semanas en diferentes plantas siderúrgicas.

    LLEGADA A MOSCÚ

    El 11 de septiembre de 1962 tomé el avión París-Moscú. Me parecía imposible la idea de que en cuestión de horas llegaría a la URSS.

    En el aeropuerto me esperaba Pavel Nikitovich Ulyanenko, alto funcionario del Comité Estatal Coordinador de la Investigación Científica del Consejo de Ministros de la URSS. Dicho comité, de tan largo y rimbombante nombre, fue el que organizó mi estancia en la URSS y P. N. Ulyanenko, la persona encargada de coordinar mis actividades. Lo vi con frecuencia, sobre todo durante la etapa de visitas fabriles.

    EL COMITÉ ESTATAL COORDINADOR DE LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA

    Transcribo mi carta del 12 de septiembre:

    Hoy, a las 4 de la tarde, me reuní en las oficinas de la Calle Gorky núm. 11 con Y. I. Levin, director adjunto del Comité, y con Pavel Nikitovich Ulyanenko, quien me recibió la víspera. El propósito de la entrevista era arreglar detalles de mi estancia en este país. Y. I. Levin es un hombre joven, simpático e inteligente que estuvo muy amable. Quedó todo organizado y me dijo que era yo el primer mexicano en venir invitado por el Comité Coordinador de la Investigación Científica, que tenían informes elogiosos sobre mis conocimientos de la industria mexicana y que esperaban tener alguna reunión conmigo para hacerme muchas preguntas acerca del desarrollo industrial de México, particularmente en el campo de la siderurgia.

    LAS CLASES DE RUSO Y DE MARXISMO

    El 13 de septiembre, a los dos días de mi llegada, fui con Ulyanenko a la Facultad Preparatoria de la Universidad Lomonosov. Tuvimos una breve entrevista con el decano, A. Zhijariev, y ese mismo día empecé los cursos intensivos con una joven y simpática profesora llamada Svetlana S. Popova. Éramos sólo cuatro estudiantes en el grupo: dos físicos hindúes, que pronto iniciarían en la Universidad estudios de posgrado, y un doctor mexicano cuya total incapacidad para acertar las terminaciones de las declinaciones rusas pronto se hizo famosa así como su costumbre —que nunca pudo erradicar— de intercalar el vocablo mano en todas sus frases en ruso. Aunque el doctor lo ocultaba, pronto descubrí que trabajaba como locutor y difundía noticias y propaganda comunista en las emisiones de Radio Moscú en español, dirigidas a España y América Latina.

    El plan de estudios consistía en conversar lo más posible —la repetición es la madre del aprendizaje, dice un proverbio ruso—, estudiar intensivamente la gramática y el vocabulario y leer a autores clásicos y modernos que luego debíamos resumir verbalmente en clase.

    Dos veces a la semana teníamos Historia de la URSS, que era más bien un curso elemental de marxismo-leninismo. En la segunda clase estudiamos muy someramente las tres contradicciones básicas del capitalismo, a saber: "1) contradicción entre capital y trabajo (que conduce a las revoluciones); 2) contradicción entre los países capitalistas desarrollados (y, por definición, imperialistas) y los países atrasados (que conduce a las guerras de liberación); y 3) contradicción entre los propios países imperialistas (que conduce a las grandes guerras)."

    Después de pasar los días iniciales de la estancia en el hotel Ucrania, me mudé a un dormitorio, un obshezhitie, de la Universidad de Moscú. En mi piso sólo había estudiantes rusos, lo cual mucho me benefició para el estudio de la lengua y conocimiento del medio.

    PRIMER CONCIERTO DE LA TEMPORADA EN MOSCÚ

    El 15 de septiembre asistí al concierto inaugural de la temporada de la Orquesta Estatal de Moscú, dirigida por Konstantin Ivanov, durante el que se tocó la Sinfonía número 12 de Shostakovich, obra estrenada apenas unos meses antes. La desilusión o el enojo que me produjo lo sintetiza una carta mía del 16 de septiembre que transcribo sin retoques:

    La Sinfonía resultó verdaderamente un desastre. Sin duda es una de las peores obras de este compositor. Es una sinfonía programática sobre la Revolución de 1917 y está dedicada a la memoria de V. I. Lenin, quien hubiera merecido algo mejor.

    Los cuatro movimientos son malos, pero el último lo es a tal grado que estuve varias veces a punto de irme. Pero me interesaba la reacción del público y me quedé. Gran entusiasmo en algunos sectores de la sala, silencio en otros…

    VIAJE DE ÍGOR STRAVINSKY

    Llevaba yo tres semanas en Moscú cuando ocurrió un acontecimiento sensacional. Llegó a Moscú Ígor Stravinsky, que llevaba medio siglo fuera de su país natal.

    Stravinsky, al igual que muchos otros compositores occidentales, había sido objeto de las más virulentas críticas en la URSS. Los siguientes son apenas unos cuantos ejemplos de los comentarios dedicados a él a lo largo de varias décadas.

    En 1933 el musicólogo Arnold Alshvang escribe:

    Stravinsky es un ideólogo artístico de la burguesía imperialista. Con una receptividad asombrosa ha captado todas las tendencias, todos los cambios de la psique de su clase. En estos últimos años, junto con su clase se está rápidamente encaminando hacia su perdición, ejemplificada en el estrechamiento colosal y en el extremado empobrecimiento de su gran talento.¹

    En 1948, el secretario general del Sindicato de Compositores de la URSS, Tijon Jrennikov, lo llamó apóstol de las fuerzas reaccionarias en la música burguesa. Citó La consagración de la primavera como ejemplo de música decadente. La consagración expresa salvajismo e instintos bestiales con sus sonoridades alborotadas, caóticas, intencionalmente vulgares y estridentes. "En Petrushka y Las bodas se usan elementos de la vida rusa para ridiculizar las costumbres rusas y para enfatizar el asianismo ruso, la crudeza, los instintos animales, los motivos sexuales."²

    También en 1948 el gran musicólogo Borís Asafiev tuvo que acatar la línea oficial del Partido y afirmó:

    En el pasado escribí mucho acerca de Stravinsky y debo admitir que elementos que me parecían progresistas en su obra no son, de hecho, más que sediciosos e individualistas. Como muchos otros insurgentes pequeñoburgueses, Stravinsky está ubicado del lado de la más negra reacción.³

    En 1958, el musicólogo I. Nestiev lo calificó en el periódico Izvestia como el desvergonzado profeta del modernismo burgués. Acerca del Canticum sacrum de Stravinsky escribió Nestiev un artículo titulado Sagrada cacofonía en el que afirma: Debe estar castrada y destrozada el alma de un compositor para poder crear música tan horrorosa como ésta.

    Con tales antecedentes se comprenderá que la llegada de Stravinsky y su estancia de cuatro semanas en la Unión Soviética hayan constituido un fenómeno histórico notable. Su primer concierto, el 26 de septiembre de 1962, causó la más extraordinaria expectación. A invitación oficial del gobierno soviético, que tan virulentamente lo había criticado, retornaba a su tierra uno de los más grandes compositores del siglo XX, un antiguo discípulo de Rimsky-Korsakov, una figura legendaria que había salido hacía medio siglo de la Rusia zarista y regresaba ahora a la Rusia soviética.

    Como es natural, las entradas se agotaron de inmediato. Tuve la suerte de que el propio Stravinsky me consiguiera una invitación. Lo conocía desde mi niñez. En cada uno de sus viajes a México iban él y su esposa Vera a comer o cenar a casa de mis padres. Meses antes de su viaje a la URSS había estado con nosotros en México e inclusive mi hermano Juan Luis y yo habíamos vivido la insólita experiencia de acompañar a los Stravinsky y a su amigo, el director Robert Craft, a una corrida de toros a la que nos habían manifestado su deseo de asistir.*

    Apenas me enteré de su llegada a Moscú, en compañía de Vera y de Robert Craft, los fui a saludar y rápidamente me consiguieron un pase para todos los ensayos y para los dos conciertos de Moscú. El día del primer concierto quedé citado con ellos a las 18:15 horas en su suite del hotel Nacional y media hora más tarde Stravinsky, Vera, Robert Craft, un inglés amigo de ellos llamado Ralph Parker y yo nos dirigimos a la Gran Sala del Conservatorio.

    Estaban presentes muchos personajes de la política soviética, encabezados por Ekaterina Furtseva, ministra de Cultura. Entre los músicos estaban Mstislav Rostropovich y su esposa Galina Vishnevskaya, Leonid Kogan, Yelisaveta Gilels, Konstantin Ivanov, Alexandr Gauk, Sviatoslav Knushevitsky y muchos más. Me llamó la atención la ausencia de Shostakovich, Gilels, Oistraj y Richter quienes, al parecer, estaban de gira fuera de Moscú. El secretario general del Sindicato de Compositores de la URSS, Tijon Jrennikov, el mismo que años antes había escrito opiniones tan viles contra Stravinsky, fue el encargado de pronunciar el discurso oficial de bienvenida a su tierra rusa. Fue atronador el aplauso cuando apareció Ígor Stravinsky.

    El programa constó de tres obras: Oda, La consagración de la primavera y Orfeo. El éxito fue extraordinario.

    Al terminar el concierto, regresamos al hotel Nacional en donde cenamos a solas en la suite de los Stravinsky. La cena consistió en champaña soviética, caviar, pollo frío, pan negro y mantequilla. Stravinsky estaba emocionado y eufórico por el calor del público ruso y muy contento, a diferencia de Robert Craft, de cómo había tocado La consagración de la primavera la Orquesta del Estado de la URSS. Había sido, según su autor, una de las mejores versiones que jamás había escuchado. No sólo en su euforia en torno a la orquesta sino en muchos otros detalles pude advertir cómo afloraba el rusianismo de Stravinsky. Todo le gustaba, el sabor del pan, el olor de su tierra, el sovetskoye champanskoye que bebíamos, el poder estar hablando constantemente su lengua materna.

    Stravinsky hablaba varias lenguas con notable dominio —en particular el francés, el inglés y el alemán—, pero en todas se expresaba con un fuerte e inconfundible acento ruso. Era por su cultura y su genio un hombre universal y, aunque había vivido medio siglo fuera de su país natal, nunca dejó de sentirse profundamente ruso.

    Los ensayos los había dirigido en ruso por primera vez en su vida, lo cual le había dejado una satisfacción muy especial. Los músicos se dirigían a él como Ígor Fiodorovich. Todo ello estableció una especie de relación familiar entre compositor y músicos lo que, ligado a la circunstancia tan emotiva de su retorno, contribuyó a su entusiasmo sobre la orquesta y sobre el primer concierto.

    De lo que no estaba igualmente satisfecho era de una nota que acababa de salir en Pravda. Stravinsky había extremado su precaución ante la prensa y la televisión. No quería que sus amigos rusos de Occidente, encabezados por Vladimir Nabokov, que intentó disuadirlo de su viaje, lo fueran a acusar de haberse prestado a ser un objeto de propaganda política. Cuando llegó a la URSS dijo: Hace cincuenta años salí de Rusia. Hoy llego a la Unión Soviética. La saludo. Cuando Pravda reprodujo los comentarios, añadió expresiones que no dijo Stravinsky y escribió: "…Saludo a la Unión Soviética, noble y admirable país." Aparte de esto, no tenía queja alguna de cómo lo estaban tratando. La víspera del concierto lo habían llevado a visitar el Mausoleo de Lenin. Ante mis preguntas sobre sus impresiones sólo repuso: La religión de Lenin es el opio de los pueblos.

    El dos de octubre se llevó a cabo su segundo y último concierto en la capital soviética, en esta ocasión con la Orquesta Estatal de Moscú. La atmósfera fue parecida a la del primero. El programa consistió en Fuegos de artificio (una de sus primeras obras, dedicada a la hija de Rimsky-Korsakov en ocasión de su boda en San Petersburgo hacía cincuenta y cinco años), la Sinfonía en tres movimientos, el Capricho para piano y orquesta y Petrushka.

    Ekaterina Furtseva, ministra de Cultura, ofreció dos recepciones oficiales, de bienvenida y de despedida, en honor de Stravinsky. En ellas se conocieron dos eminentes petersburgueses, Stravinsky y Shostakovich. Según supe posteriormente por Robert Craft, en la cena final se acercó Shostakovich a Stravinsky y, en un rasgo emocionante, le confió que, al oír por vez primera la Sinfonía de los salmos, había quedado tan profundamente impresionado que había hecho una transcripción para dos pianos que quería regalarle, como recuerdo, en su despedida. Esta actitud generosa de Shostakovich contrasta con la de Stravinsky hacia el primero. Ante la pregunta que le formulé: ¿Qué piensa usted de Shostakovich?, contestó: Yo nunca pienso en Shostakovich; sólo pienso en él cuando alguien me pregunta ‘¿qué piensa usted de Shostakovich?’

    La ministra de Cultura, la camarada Ekaterina Furtseva, le había parecido una buena burguesa, de ojos bondadosos y con un total desconocimiento del arte, lo cual, dijo Stravinsky, tiene sus ventajas, pues le ha permitido dar un premio Lenin a un pintor progresista políticamente pero decadente artísticamente como Picasso, con la consiguiente indignación de los círculos ortodoxos del Partido.

    Otra opinión de Stravinsky que anoté: ¿Quién puede necesitar música como la de Jachaturián?, se preguntó en ruso y añadió en francés: Toute sa musique est laide et vulgaire!

    El recorrido de Stravinsky incluyó Leningrado, el viejo San Petersburgo en donde pasó su niñez y su juventud. No pude acompañarlos en este viaje que resultó particularmente emotivo por los recuerdos que revivió, por sus dos conciertos y por el reencuentro con amigos de la niñez: Vladimir Rimsky-Korsakov (hijo del compositor y quien daba la casualidad que vivía en el mismo edificio de Anglisky Prospekt, en donde Stravinsky había compuesto El pájaro de fuego), un sobrino de Diaghilev, con quien tanto colaboró Stravinsky, y una hija del poeta Konstantin Balmont.

    A partir de la estancia de Stravinsky en Moscú me otorgaron un tratamiento especial en la Gran Sala del Conservatorio. Como me vieron entrar con el ilustre compositor a tantos ensayos y a sus conciertos, deben haber supuesto que era yo un personaje de la música o del Partido. Nunca me detuve a indagar. El caso es que, cuando no había boletos, me dejaban invariablemente entrar o colarme por la puerta del escenario y escuchar los conciertos entre bastidores.

    EL ESTRENO DE UNA SINFONÍA DE VAINBERG.

    PRESENCIA DE SHOSTAKOVICH

    El 18 de octubre se estrenó una nueva obra del compositor Vainberg. Dice la carta que escribí ese día:

    Pasemos al concierto. Me interesaba porque se estrenaba una sinfonía de un compositor muy poco conocido en Occidente, Vainberg, y me parecía indispensable conocer ésta y otras composiciones recientes para completar mis impresiones. La sinfonía resultó relativamente avanzada y muy interesante (naturalmente no dodecafónica, pero tampoco un ejemplo de realismo socialista). Dio la casualidad de que estuve justo detrás de Shostakovich, que aplaudía frenéticamente. Lo saludé y juntos fuimos hasta el salón en donde estaba Vainberg. Lo felicitó con extraños gestos. Igual que cuando lo vi en México, me dio una impresión curiosa. Su rostro parece aún juvenil y denota una extraordinaria energía mental. Pero se mueve como un hombre de mayor edad que sus 56 años. Todo en él traduce un intenso nerviosismo, fruto, seguramente, de las épocas de tensión y de angustia por las que atravesó en diversas etapas de su vida. Esto no parece disminuir en lo más mínimo su energía creadora ya que dentro de algunos días o semanas —ignoro todavía la fecha— se estrenará su Sinfonía número 13, con un último movimiento coral basado en versos del joven poeta Yevtushenko,* y un nuevo cuarteto, el noveno. La Sinfonía número 12, de la que he hablado anteriormente, ha causado en general una muy mala impresión, especialmente entre los músicos, y parece que el propio Shostakovich está consciente de su fracaso. Por ello estoy casi seguro de que con su Sinfonía número 13 se reivindicará algo.**

    EL REGRESO DE OTRO HIJO PRÓDIGO: GEORGE BALANCHINE

    Y EL NEW YORK CITY BALLET

    Apenas unos días después de los conciertos de Stravinsky tuvieron lugar otros acontecimientos artísticos de importancia. El 9 de octubre debutó en el Teatro Bolshoi el New York City Ballet, dirigido por George Balanchine, otro ruso, aunque de origen georgiano, que reaparecía en su país tras una ausencia de 38 años. El arte coreográfico de Balanchine, uno de los grandes innovadores del ballet de nuestro siglo, no podía estar más lejos de los tradicionalistas conceptos soviéticos sobre el ballet. Asistí a este debut, que despertó un gran interés dada la profunda afición que existe en este país por el ballet. El programa incluyó la Serenata para cuerdas de Tchaikovsky, Juegos de Morton Gould, Agón de Stravinsky y The Far West de Ulysses Kay. A causa de su lenguaje musical avanzado y de la insólita coreografía abstracta, fue Agón la obra que menos gustó.

    El 21 de octubre se presentó el New York City Ballet en la Sala de Congresos del Kremlin con un programa que más bien parecía un reto por las obras escogidas: otra vez Agón, Episodios de Webern (el prototipo del compositor non grato por su estilo formalista, decadente y antipopular), y El hijo pródigo de Prokofiev, obra hasta entonces proscrita y que, por lo tanto, no se había representado jamás en la URSS.

    LA CRISIS DE LOS COHETES EN CUBA

    El 16 de octubre de 1962 estalló una crisis que acercó al mundo —como nunca antes ni después— al peligro de una confrontación nuclear. El gobierno del presidente Kennedy descubrió que, en medio del mayor secreto, los rusos estaban instalando en Cuba bases militares de lanzamiento de proyectiles balísticos de alcance medio dotados de cabezas nucleares. La instalación todavía no había alcanzado su fase operacional y barcos soviéticos se acercaban a Cuba, cargados de cohetes y equipos de infraestructura militar.

    El 22 de octubre, el presidente Kennedy anunció un bloqueo naval de Cuba y declaró que se impediría —por la fuerza, en caso necesario— el paso de los barcos soviéticos.

    Éstos, sin embargo, seguían su curso y se aproximaban a la línea de bloqueo. Submarinos de la URSS, cercanos a las islas Azores, desviaron sus rutas para dirigirse hacia el Caribe. En Cuba, los soviéticos aceleraron el ritmo de trabajo en las bases militares y en el ensamblaje de bombarderos IL-28. La tensión crecía de manera alarmante. Colaboradores de Kennedy lo instaban a adoptar medidas más radicales pero el presidente estadounidense optó por seguir esperando.

    Finalmente Jrushchov cedió. Los barcos rusos se detuvieron cerca de la línea de bloqueo y algunos dieron la vuelta. Gracias a la prudencia mostrada tanto por Kennedy como por Jrushchov se evitó un holocausto. La URSS se comprometió a desmantelar sus bases y a retirar los proyectiles ofensivos; Estados Unidos, a no invadir Cuba.

    A continuación daré la versión de cómo viví yo aquellos días en Moscú y cómo se fue proporcionando, al principio, información parcial y deformada hasta que salió a la luz lo esencial de los hechos, en buena medida gracias a las emisiones radiofónicas occidentales captadas en la URSS.

    Me enteré del estallido de la crisis en circunstancias de lo más insólitas y, al mismo tiempo, tranquilizadoras.

    El 23 de octubre asistí al Teatro Bolshoi. Se daba esa noche Borís Godunov de Mussorgsky, una de las pocas óperas que me entusiasmaban y que de ninguna manera quería perderme. Cantaba el papel de Borís el bajo estadounidense Jerome Haynes.

    En el palco oficial estaban el primer secretario del Partido, Nikita Jrushchov, Anastas Mikoyán —gracias a quien, según relaté, estaba yo en la URSS—, Kozlov y otros funcionarios, así como una numerosa delegación rumana encabezada por Gheorgiu Dej.

    Jrushchov parecía la imagen misma de la tranquilidad y del buen humor. Lo observaba yo hacer bromas con sus compañeros de palco y adivinaba sus risotadas. Aplaudía con entusiasmo al gran bajo Haynes. No podía yo imaginar lo que en esos precisos momentos estaba ocurriendo.

    Al salir del teatro fui a tomar un sandwich a la cafetería del cercano hotel Moskva. Como siempre, mientras cenaba, leía el periódico El Vespertino de Moscú. De repente me sorprendió una nota en la última página del periódico. Era un breve comunicado de la agencia TASS acerca del discurso del presidente Kennedy en que anunciaba un bloqueo naval a Cuba. Leí también los editoriales que protestaban con indignación contra semejante arbitrariedad. No había mención alguna de los cohetes rusos en Cuba. Me quedé desconcertado. No entendía ni los motivos ni los propósitos de Kennedy. Infructuosos resultaron más tarde mis intentos de escuchar noticias del exterior en un radio de onda corta que tenía en mi cuarto.

    La noticia me había parecido grave pero no llegó a inquietarme. La imagen de Nikita Jrushchov en el Teatro Bolshoi, sus risas y su excelente humor no me hacían presagiar una crisis verdaderamente alarmante.

    El día siguiente tenía varias citas y durante horas seguí en la ignorancia acerca del desarrollo de los acontecimientos. Estuve con Ulyanenko para examinar el plan de visitas a fábricas. Luego me recibió en su laboratorio el Dr. Anojin, miembro de la Academia de Ciencias de la URSS y director del Instituto de Fisiología Sechenov. El doctor Anojin había sido maestro de mi amigo y pariente Ramón Álvarez Buylla y me invitó a su laboratorio cuando por teléfono lo llamé y le transmití los recuerdos de Ramón. Fue una experiencia interesante conocer a uno de los más eminentes hombres de ciencia de la URSS, sucesor de Pavlov.

    Los periódicos matutinos proporcionaban poca información concreta pero, eso sí, sus múltiples editoriales reflejaban gran indignación por la provocación estadounidense contra la Isla de la Libertad. La sección de Noticias de la prensa extranjera no contenía nada de interés, tan sólo una mención de que los gobiernos de Europa occidental están sumidos en la confusión y el disgusto por la acción norteamericana. (¿Será cierto?, pensaba.)

    La reacción de todas las personas con quienes hablé, estudiantes, meseros, taxistas, era la misma: Es una locura del imperialismo estadounidense. Yo disponía de la misma información que ellos y su reacción no me parecía ilógica, pero en el fondo sospechaba que pudieran existir otras razones no divulgadas en la URSS.

    Regresé a mi cuarto. Me esperaba un telegrama en clave de mi padre:

    TELEGRAMA. 22 DE OCTUBRE. 10:30 P.M.

    CONVIENE VAYAS URGENTEMENTE A PARÍS A ENTREVISTARTE CON TU TÍO. LE URGE TENER REUNIÓN CONTIGO EN VISTA DE LAS DIFICULTADES SURGIDAS CON TU TÍO JUAN.

    CARLOS PRIETO

    Inmediatamente comprendí que Tío Juan era John F. Kennedy y que me daba mi padre un pretexto para salir de Moscú. Hasta recibir este mensaje no me había cruzado por la mente la idea de salir de la URSS. Recordaba siempre a Jrushchov en el Bolshoi y, por otra parte, pensaba que si fuera a estallar un conflicto mayúsculo, el mismo peligro existiría en Moscú que en París o en Nueva York. Así que decidí quedarme y contesté telegráficamente:

    MOSCÚ. 24 DE OCTUBRE.

    TELEGRAMA RECIBIDO. CALMA ABSOLUTA.

    CARLOS

    Hablé por teléfono con el embajador Lucio de México. No sabía nada concreto. En las embajadas de Cuba y Estados Unidos en Moscú me dieron idéntica respuesta telefónica: No hay novedades.

    Compré los periódicos de la noche, El Vespertino de Moscú y, el más importante, Izvestia, el órgano oficial del gobierno soviético. Entre líneas se filtró una expresión que me llamó poderosamente la atención: los cohetes cubanos. Había aquí, pues, un elemento nuevo que no hizo sino incrementar mi interés por escuchar noticias sin censura. Me pasaba horas intentando captarlas en onda corta.

    Mi estado de ánimo era bueno. Transcribo un párrafo de una carta del 24 de octubre a mis padres, escrita también, como muchas de mis cartas, en clave, lo cual me hacía sentir más interesante: Debo decir que estoy tranquilo o más bien muy poco preocupado, y en ningún momento he tenido ni el deseo ni la idea de emprender el opus 133 de Beethoven. Mis padres y mi hermano, que conocían de memoria todos los cuartetos de Beethoven, inmediatamente comprenderían que me refería a La gran fuga.

    Una noche capté The Voice of America y escuché al propio Kennedy. Por fin logré entender lo que ocurría o, por lo menos, la versión norteamericana.

    Dos días después, los medios de información soviéticos dieron a conocer que el problema estaba resuelto: Kennedy anunciaba la terminación del bloqueo, la URSS retiraba los cohetes y, a cambio de ello, Estados Unidos se comprometía a no invadir Cuba.

    En mi carta del 30 de octubre relato la reacción general que percibí:

    Nuevamente daré las impresiones del hombre de la calle y de muchos compañeros cubanos, tal como las he podido recoger: la crisis ha sido resuelta gracias sobre todo a la paciencia y sabiduría de Jrushchov. Pero no sólo se ha evitado un conflicto mundial y un desastre en Cuba. Los cohetes se llevaron para defender a Cuba. Ahora que Estados Unidos ha dado seguridades y garantías de no agredir a Cuba, ya no es necesario mantener los cohetes en ese país. Ya cumplieron sobradamente su objetivo. Ésta es, en esencia, la reacción aquí. En otras palabras, que Jrushchov, gracias a su superior sagacidad y habilidad, se ha anotado una importante victoria…

    Se le ha dado aquí una enorme difusión a un telegrama de Bertrand Russell, que mucho alaba la actitud pacifista y digna de un gran estadista de Jrushchov y que critica la beligerancia estadounidense.

    Mi propia reacción, basada casi exclusivamente en información local es que, como resultado de todo lo ocurrido, el régimen comunista quedará firmemente establecido en Cuba por mucho tiempo.

    Mientras duró la crisis, experimenté en carne propia la ansiedad de información que durante tantas décadas padecieron los soviéticos. Leía y releía todos los periódicos para ver si entre líneas se filtraba algo de luz y durante las noches pasaba horas pegado a mi radio, intentando y a veces logrando captar emisiones occidentales.

    Pasada la crisis, al conocerse más información, no dejaron de correr rumores sobre la humillación que había sufrido la URSS debido a la política improvisada y aventurera de Jrushchov.

    Debo decir que, más adelante, recibí todos los periódicos que me enviaron de México, así como revistas estadounidenses tan subversivas y reaccionarias como Time y Newsweek, las cuales leí de principio a fin con un insólito interés.

    OBRAS DE TEATRO. LA LENGUA RUSA

    Transcribo parte de otra carta del 30 de octubre:

    El domingo fui al teatro a ver El cadáver viviente de Tolstoi. La obra me pareció estupenda y los actores y la puesta en escena, extraordinarios. Es la obra que más me ha impresionado de las cinco que llevo vistas (Ivanov y El jardín de los cerezos de Chejov; Amor tardío de Ostrovsky; La careta de oro de Leonov, y El cadáver viviente).

    Entendí muy bien la obra. Quizá por eso me gustó tanto. A veces pasaban minutos y no perdía una sola palabra. Esto no significa que haya hecho progresos sensacionales en ruso. Por haber leído más obras de la literatura clásica rusa comprendo mejor el lenguaje de los autores del siglo XIX que el actual. La careta de oro, de Leonov, la comprendí mal y salí muy frustrado del teatro. Ayer me detuvo un niño por la calle y me preguntó la hora. Las ocho, le contesté simplemente, con un acento que me pareció moscovita puro, pero el niño inmediatamente me dijo: ¿De dónde es usted?

    Mañana iré a ver la muy esperada adaptación teatral de Los hermanos Karamazov de Dostoyevsky. Muy esperada porque, según dicen, es excelente y porque, aunque les parezca increíble, Dostoyevsky llegó a ser un autor non grato en años de Stalin y no se conseguían sus obras.

    Me llama mucho la atención el conocimiento que tienen los rusos, hasta los más humildes, de sus grandes figuras. No he encontrado taxistas, jóvenes o prerrevolucionarios, por ejemplo, que no conozcan la obra de Tolstoi, Dostoyevsky, Gorky, Lermontov o Tchaikovsky, Borodín, etc. En Moscú hay frecuentes funciones de los mejores teatros —como el Teatro del Arte— especialmente dedicadas a escolares de 14 o 15 años. En todas las funciones he visto grupos numerosos de niños que muestran un interés y una disciplina admirables.

    Dice mi carta del 2 de noviembre:

    Anteayer fui al Teatro del Arte a ver la adaptación de Livanov de Los hermanos Karamazov. Como siempre, los actores eran formidables, especialmente el propio Livanov (Artista del Pueblo de la URSS), en el papel de Dmitri Karamazov y Shabykin en el papel de Smerdyakov. Esta adaptación teatral en cuatro actos y doce escenas resulta de un alto interés. Tengo la impresión de que Livanov siguió con gran fidelidad el texto original —que yo recordaba bien— con la excepción de que el problema religioso, tan importante en esta obra, es tratado con superficialidad. Supongo que esto se debe a las condiciones del medio. En épocas anteriores, como indiqué en otra carta, la lectura de Dostoyevsky era considerada peligrosa y hoy se organizan frecuentes conferencias para explicar a Dostoyevsky y señalar sus errores de apreciación en materia religiosa.

    LANZAMIENTO HACIA MARTE Y OTRAS NOTICIAS DE LA PRENSA

    Transcribo carta del 2 de noviembre:

    Cuatro son las noticias que dominan hoy la prensa:

    1. Mars 1 o Marte 1, el vehículo recientemente enviado a Marte, otra primicia y otro nuevo logro de la ciencia y la tecnología soviéticas.

    2. Cómo trabajan campesinos y obreros para celebrar el cercano 45 aniversario de la Gran Revolución Socialista de Octubre. Titular típico ante la foto de una obrera textil: La obrera Tatiana A. Smirnova produjo ayer 40 metros de tejidos. ¡Qué gran regalo de aniversario para nuestra patria!

    3. Las felicitaciones a Jrushchov, procedentes de todo el mundo, por su visión y por la manera como resolvió el problema de los cohetes. A este respecto, sospecho que el viaje de Mikoyán a Cuba tiene por objeto acallar los resentimientos cubanos ante el retiro unilateral de las armas.

    4. Indignación por el arresto en Alemania Occidental del editor de Der Spiegel. Hace ya varios días que salen noticias muy críticas sobre la dictadura de Adenauer. Copio algunos párrafos de la primera plana de Pravda de hoy: Hace cuatro o cinco años los alemanes, manifestándose en contra del militarismo, decían: ‘Alemania Occidental se ha convertido en una cárcel del espíritu, en una cárcel con paredes de hule…’ Hoy las paredes empiezan a ser de piedra. Todavía no cortan cabezas y sólo hablan de la necesidad de mantener la higiene. Pero en los calabozos de Bonn yacen miles de prisioneros políticos. No hay suficientes cárceles. Se están construyendo nuevas. Por cientos de miles se cuentan las víctimas de la justicia de Bonn.

    "Willy Brandt —ese führer socialdemócrata que asciende en carreta gracias a la crisis de Berlín Occidental—, después de su viaje a Washington, ha convertido los motto antes populares en su partido de ‘¡Que no haya guerra!’ y ‘¡Rearme sin nosotros!’ en un solo slogan: ‘¡Que no haya guerra sin nosotros!’"

    CONCIERTO DE LEONID KOGAN. ESTRENO MUNDIAL

    DE UNA OBRA DE JACHATURIÁN

    El 3 de noviembre quise ir a un concierto de Kogan. Dice mi carta:

    Iba sin esperanzas de conseguir boleto y por ello decidido a colarme, como de costumbre, detrás de la escena. Pero al llegar al Conservatorio, un militar chaparrito, como salido del cielo, me ofreció un boleto. Inmediatamente se lo compré (dos rublos) ya que, pese a la comodidad de la silla a la puerta de escena, se oye mejor ante la orquesta.

    En una butaca de séptima fila, antes del concierto, leí tu carta, Papá, en que relatas detalladamente las interesantísimas actividades de la semana anterior en que destacan la visita del presidente del Eximbank de Washington, Harold Linder, a la Fundidora.

    El militar, sentado a mi lado, vio mi nombre en el sobre y empezó a hablarme de Indalecio Prieto y de México, país democrático y progresista, cuna de antiguas culturas, país bellísimo, nosotros, los que nos interesamos en política mundial, conocemos bien a México. Era un tipo chaparrito, gordito, tremendamente platicador y simpático. Paró de hablar cuando salió Kogan a escena.

    Kogan tocó extraordinariamente bien. El militar estaba entusiasmado y me preguntó mi opinión. Espléndido, le contesté. Se entusiasmó aún más. ¡¡Espléndido!! ¡¡Ésa es la palabra!! ¡Debería tocar de bis el concierto entero de Beethoven!

    El Concierto-rapsodia de Jachaturián me pareció una obra mediocre, muy inferior a su concierto para violín. Recordé los adjetivos de Stravinsky: laid et vulgaire!. Aram Jachaturián salió a escena a agradecer los aplausos y felicitar, con abrazo y

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