Miles de mazorcas de maíz peladas están acomodadas en rectángulos ordenados frente a un conjunto de casas; las mazorcas se secan al sol. La cosecha es uno de los motores de la vida rural en la provincia de Anhui, una constante que Ding, de 35 años, ha conocido desde su infancia. Sin embargo, pocos ritmos se mantienen. Salvo por el maíz, las calles están casi vacías. Las casas han sido abandonadas. Los sonidos de los niños se han apagado. Y, durante años, a Ding se le ha dificultado encontrar esposa. Pocas mujeres jóvenes siguen viviendo en la aldea. Todavía menos se casan con un soldador incapaz de comprar una casa o pagar una dote. “Mi familia no es rica”, comenta Ding.
De pie en su patio, pelando las mazorcas, la tía de Ding se lamenta por el destino que corren a quienes denomina “los hombres que sobran”. La aldea tiene decenas de solteros en sus 30 y 40, hombres solitarios como Ding, cuya esperanza para formar una familia chocó con una fuerza imparable: el golpe demográfico de China.
Tras décadas de una tasa de natalidad que fue cayendo en picada, China ha comenzado un declive demográfico irreversible que resonará en todo el país y el resto del mundo en las décadas venideras. Las repercusiones ya se sienten en lugares como Anhui, donde el desequilibrio de género también ha entorpecido la búsqueda de esposa para Ding. Cuando llegó al mundo, nacían 131 niños por cada 100 niñas, un reflejo del sesgo tradicional a favor de los hijos que exacerbó la política gubernamental de un hijo, ahora extinta. Hoy día, China tiene un excedente de casi 30 millones de hombres, más de la mitad en edad de casarse.
Estas brutales estadísticas amenazaron con expulsar a Ding del mercado del matrimonio. Cuando se comprometió con su primera novia, los padres de ella se opusieron porque él no podía comprar una casa nueva. Los padres de Ding buscaron un préstamo para comprar un coche y renovar un departamento en una ciudad cercana, con el único fin de atraer a una esposa. El precio de la novia, una dote que se le paga a la familia de la posible esposa, ascendía, más o menos, a 29 000 dólares. Incluso, conocer a los padres de la candidata puede costar hasta 2 500 dólares. Durante varios años, una casamentera pudo convencer solo un puñado de mujeres para que aceptaran una cita a ciegas
