La Generación de las Flores
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La Generación de las Flores - Rafael Alfredo Mendoza
2020
1 La Generación de las Flores
Nunca lo había visto, pero lo amaba. Amaba lo atento que era; siempre tenía unos buenos días en su WhatsApp y le mandaba muchos emojis de flores. Así era la nueva relación epistolar de Amanda.
—Suena encantador— dijo Gacel
—Lo es, es guapísimo y el jueves nos veremos.
Gacel sintió una punzada que atravesó su corazón cuando descubrió que los ojos de Amanda sólo estaban en una dirección. Sentía un sabor agridulce: uno por lo emocionante de cruzar palabra con ella y otro, lo agrio, por no ser él, Gacel, quien ocupara su mente. Pero en realidad Gacel no debía sentirse así. Él nunca había cortejado a Amanda y no tenía por qué esperar que ella se fijase en él.
Amanda tenía la falda 4 centímetros arriba de la rodilla, no era una ñoña y tampoco era la puta. Era bonita por sus ojos color café y su piel morena como pan integral. Gacel la podría reconocer en cualquier parte a lo lejos y aunque ella estuviera de espaldas. Precisamente eso pasó ese lunes cuando Gacel caminaba a la escuela, siete calles (de las largas) era el trayecto. Pasó la primera calle y el potente ruido del escape de un carro lo hizo levantar la mirada, ahí fue cuando la vio: cabello lacio largo, piernas flacas, su bandolera personalizada con estrellas y cosas metálicas brillosas. Apresuró el paso y en la mitad de la segunda calle le dio alcance.
—Ho—hola— tartamudeó Gacel.
La emoción lo tomó por sorpresa, pero cuando llegó no sabía qué decir, nunca esperó verla de camino a la escuela, ya que Amanda llegaba en carro. Su mamá siempre la llevaba a la escuela y a la hora de la salida pasaba por ella Don Gilberto, su padre.
La estrategia era simple: hablarle, que se diera cuenta de lo gracioso e inteligente que podría ser. Ella tendría la oportunidad de conocerlo mejor, pensó Gacel.
Pero eso no iba a suceder, el inmenso mar de nervios y hormonas lo nublaban por completo. Después de que ella le sonrió para regresarle el saludo, Gacel no sabía si el calor que sentía en su cuerpo era por los 36 °C en la ciudad o porque casi tenía una erección.
Amanda siguió un par de calles más con teléfono en mano, respondía todas las alertas con sus dos pulgares, sonreía con todos sus dientes, hasta dejaba ver su colmillo que estaba arriba en la encía, separado de los demás dientes.
Estaban a punto de recibir la canícula y hoy sería uno de los días más calurosos. Amaneció caliente y húmedo, y para eso de las tres de la tarde la temperatura llegaría a los cincuenta grados. En la televisión y demás medios ya habían recomendado tomar precauciones y también decían las ubicaciones de los albergues, ya que siempre mueren personas por golpe de calor debido a las altas temperaturas.
—¿Ya viste que todo se ve amarillo? —comentó Amanda.
—¿Por qué lo dices?
—Por el calor. —Hizo una pausa —Independientemente de los colores de las casas, toda la calle, al parecer toda la ciudad está cubierta por una capa amarilla, como un filtro de Instagram. ¿No te parece?
—¿Por qué vienes caminando?
—Pfff, nos robaron la pila del carro. Mi ma le llamó a papá para contárselo. Él se fue a trabajar y no sabía nada. El carro no encendió, mi papá se enojó mucho.
—Lo siento. ¿Entonces mañana no caminarás para ir a las clases?
—Ojalá que no, pero es la tercera pila que nos roban y mi pa no puede comprar otra. Dijo que… le pondrá una nueva hasta que sea quincena.
Gacel hizo una cuenta mental rápidamente y, según él, faltaban nueve días para ser quincena, menos sábado y domingo, quedaban siete días.
Amanda abrazó a Gacel después de que gritó. Un perro salió ladrando, y ella, que estaba pegada a la acera más cerca de la casa azul, no pudo reaccionar de otra forma ante la sorpresiva aparición del perro. Gacel giró para cubrirla con su cuerpo. Después de darse cuenta de que no corría peligro fue hacia el perro, se puso en cuclillas y le acarició.
—Es el chato, no muerde, solo quiere jugar, es un bóxer —dijo Gacel.
—¡Mi amor! —dijo Amanda al perro después de que pasara el susto por la sorpresa y lo acarició rítmicamente.
Amanda amaba a los animales, volaran, reptaran o te babearan los brazos. Decir que el chato es un perro bóxer era muy generoso de parte de Gacel. Color café claro, pecho blanco, pelo al ras con la cara chata, inobjetables rasgos de su raza. Pero el contraste se asomaba cuando mirabas al can de cuerpo entero, porque de ninguna manera se podían justificar sus patas cortas. El chato, juguetón y brusco, que tomó desprevenida a Amanda, no podía esconder su sangre criolla.
La inseguridad en la colonia ya era un estado normal, había robos por todos lados. Tampoco es de admirarnos, no somos tan especiales, en todas partes del mundo estamos igual, sólo mira los noticieros para que te des cuenta, decía Rodrigo, el papá de Gacel. Uno de los robos más memorables era el que le pasó a Joaquín. Por la calle Bolivia, a dos calles de la casa de Gacel, se metieron un par de ladrones mientras dormía, lo amagaron y golpearon. Subieron las cosas de valor en el pickup rojo de Joaquín y salieron por la cochera manejando su camioneta. Joaquín fue a dar al hospital. Al parecer ya no esperaban a que una casa estuviera sola para entrar a robarla y por eso todos estaban muy nerviosos en la colonia. La tienda de abarrotes puso cámaras de video, y las rejas en las ventanas de las casas hacían parecer a la calle como un pasillo de celdas dentro de una gran cárcel.
¿Cómo podemos dividir el bien y el mal en el mundo? Uno actúa para su beneficio, para el de los suyos, por lo que dicta la conciencia y la ética (por cierto, la clase de ética ya no está en la escuela). Pero, ¿quiénes son los tuyos?, ¿la familia?, ¿los amigos?, ¿el club social?, ¿la iglesia?, ¿quiénes son los tuyos?... Y cuando tratas de hacer algo como el bien ¿en verdad lo hacemos? Sean cuales sean las respuestas a estas preguntas, sin duda siempre afectamos a terceros con nuestras acciones, sean buenas o malas. Mientras si el bien y el mal eran subjetivos, Gacel estaba agradecido, festejaba el robo, no porque fuera un sociópata, sino por la oportunidad que le cayó de rebote: el encontrarse caminando con Amanda. El robo y la desgracia se convertían en una oportunidad para el amor, pensaba Gacel.
Ella estaba en un columpio. Gacel salía corriendo del salón de clases. En la puerta decía: Segundo ‘B’. Pantalón azul marino, camisa blanca, tenis deportivos color blanco y en la lengüeta de los tenis una pelota de basketball que servía para inflarlos. Atravesó el puesto donde vendían papas y churritos, después el camino de tierra cubierto a los lados por yucatecos con los troncos pintados con cal. Corría sin dirección, no sabía por qué ni hacia dónde, al final de ese camino estaban las canchas de cemento para jugar basket o fut. En la carrera escuchaba cada cinco o seis pasos el rechinido del columpio. Justo antes de llegar a las canchas se detuvo en seco, girando sobre sus talones, volteó a su izquierda entre los yucatecos verdes y ramas desordenadas, la miró. Amanda lo estaba viendo, ella le sonrió, la sensación era exponencial. Mientras Gacel le seguía viendo parado ahí, descubría lo que se siente que alguien te guste. La niña del columpio, ella le había robado algo en el pecho, no sabía qué: su alma, su corazón, sus vísceras o todo lo anterior. Pero ahora sentía un vacío en el centro de su cuerpo. Gacel iba a decir algo, ella seguía sonriendo. Gacel despierta.
Desde ese momento, desde ese sueño de párvulo que se repetía constantemente en sus recuerdos, en la memoria, y que de vez en cuando volvería a soñarlo, sólo servía para reafirmar en la cabeza de Gacel un enunciado, ese que nunca escribiría ni le diría a nadie: Amanda es la niña que me gusta.
Gacel era normal, moreno, delgado, cabello negro, average. Salvo porque siempre andaba con la camisa del uniforme fajada. Camisa fajada era para los viejos y solo se usaba estar fajado en un evento muy importante, como en unos quince años o en la boda de algún familiar. Gacel tenía el resultado de su ecuación, pero no tenía los múltiplos. Soñaba con los resultados de algo, como todos, deseaba tener los beneficios: novias, ganar dinero, viajar, autos, consolas de juegos, toda la tecnología; wannabe, él quería ser. Algún día le daría sentido y encontraría un camino para tener esos resultados. Gacel quería mucho de la vida y estaba en la edad de quererlas porque estaba creciendo. Amanda representaba una gran parte de la vida; el amor y el sexo. Tener una novia, no por tenerla, tenía que ser Amanda. Algunos de los amigos más notables de Gacel ya destacaban en el área. Investigadores natos que no perdían la oportunidad para ganar experiencia en el sostén y el pubis, por ejemplo, Ricardo, al que le decían Richie y Alejandro al que apodaban Chanoc. Ellos ganaban experiencia mientras que Gacel nunca, por ningún motivo, y siempre se rehusó a decir el