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Derechos feministas y humanos en el Perú
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Libro electrónico409 páginas5 horas

Derechos feministas y humanos en el Perú

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En 2001, después de una generación de conflicto armado interno y de autoritarismo, el Estado peruano estableció la Comisión de Verdad y Reconciliación. Pascha Bueno-Hansen sitúa la Comisión, los movimientos feministas y de derechos humanos, así como las organizaciones no gubernamentales relevantes en un contexto internacional e histórico para descubrir las dificultades y avances en abordar la violencia basada en género. Derechos feministas y humanos en el Perú utiliza un marco metodológico y teórico basado en el feminismo decolonial y una aproximación interseccional. Este marco innovador facilita una examinación profunda del proceso de justicia transicional peruano sobre la base del trabajo de campo e investigación de archivos. Así, la autora revela la cartografía colonial y la línea de tiempo que subyace a la justicia transicional; además, el libro demuestra la necesidad de reconocer las raíces sociales de las atrocidades sufridas para alcanzar una transformación duradera y sostenible.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 sept 2020
ISBN9786123260132
Derechos feministas y humanos en el Perú

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    Derechos feministas y humanos en el Perú - Pascha Bueno-Hansen

    portadilla

    Este libro fue publicado originalmente en inglés con el título Feminist and Human Rights Struggles in Peru: Decolonizing Transitional Justice (Urbana: University of Illinois Press, 2015).

    Serie: Estudios sobre Memoria y Violencia, 11

    © IEP Instituto de Estudios Peruanos

    Horacio Urteaga 694, Lima 15072

    Telf.: (51-) 200-8500

    Correo-e:

    Web:

    ISBN impreso: 978-612-326-012-5

    ISBN digital: 978-612-326-013-2

    Primera edición impresa en español: Lima, agosto 2020

    Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2020-05071

    Registro del proyecto editorial en la Biblioteca Nacional: 31501132000369

    Prohibida la reproducción total o parcial del contenido y de las características gráficas de este libro por cualquier medio sin permiso de los editores.

    Asistente de edición: Yisleny López

    Corrección de pruebas: Daniel Soria

    Diagramación: Silvana Lizarbe

    Carátula: Gino Becerra

    Cuidado de edición: Odín del Pozo

    Bueno-Hansen, Pascha

    Derechos feministas y humanos en el Perú: decolonizando la justicia transicional.

    Lima: IEP, 2020. (Estudios sobre Memoria y Violencia, 11)

    W/05.02.01/E/11

    1. JUSTICIA TRANSICIONAL; 2. FEMINISMO; 3. GÉNERO; 4. DERECHOS HUMANOS; 5. VIOLENCIA DE GÉNERO; 6. VIOLENCIA SEXUAL; 7. PERÚ

    ÍNDICE

    PREFACIO 2020 a la edición en español

    AGRADECIMIENTOS

    INTRODUCCIÓN. Esperando en el jardín de los árboles quebrados

    1. Caminos paralelos y encuentros tensos. Los movimientos de derechos humanos y feministas (y el protagonismo de las campesinas) en el Perú

    2. La adopción del género en la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú

    3. Reconciliación nacional a través de audiencias públicasRepertorio representativo, coreografía y políticas de acogida

    4. Violencia sexual, más allá del consentimiento y la coerción

    5. Entretejiendo la interculturalidad con el género y los derechos humanos

    CONCLUSIONES. Paradoja y temporalidad

    BIBLIOGRAFÍA

    A todas las Rosa Cuchillo

    y

    a mi amor, Ana Karina Borja Rodríguez

    PREFACIO 2020 A LA EDICIÓN EN ESPAÑOL

    Este libro es una expresión de solidaridad imperfecta, un gesto en busca de la responsabilidad y la ética en un escenario global de profunda desigualdad y violencia estructural. Durante la última década, la atención prestada a la justicia transicional ha disminuido en el Perú, mientras la atención a los conflictos sociales alrededor de los megaproyectos extractivistas ha aumentado. El Estado neoliberal, junto con las transnacionales, avanza en su agenda con la ayuda de la policía y otros servicios de seguridad privados. Frente a esta amenaza constante, los campesinos y los pueblos indígenas defienden sus tierras y su agua, mientras que las mujeres campesinas e indígenas están poniendo sus cuerpos en la primera línea. Sumando lo anterior a la crisis ecológica y a la pandemia global del Covid-19, son tiempos de lucha extrema.

    Los esfuerzos por acabar con la impunidad relacionada con las violaciones de derechos humanos realizadas durante el conflicto armado interno es un frente más, entre otros, en la batalla por nuestras vidas y un mundo sano. Pero, en lugar de ver estos frentes de lucha separados, los encuentro muy conectados a través de la epistemología indígena feminista comunitaria territorial. Esta última entiende el territorio como la relación inseparable entre cuerpo y tierra. Entonces, una violación del cuerpo de la mujer indígena no se puede separar de la explotación de la tierra y el despojo. Por lo tanto, la lucha es por la integridad del territorio cuerpo-tierra. Finalmente, las acciones continuas contra la corrupción se han vuelto a fomentar en el Perú. El Estado moderno neoliberal heteropatriarcal extractivista ya no puede disimular que está carcomido por la corrupción institucionalizada y los actos crueles y codiciosos de los políticos corruptos.

    Frente este escenario desalentador, quiero destacar unos avances puntuales contra la impunidad y corrupción en relación con la violencia sexual contra mujeres durante el conflicto armado interno. Uno de los dos casos emblemáticos de violencia sexual durante el conflicto armado interno, el caso de Manta y Vilca en el departamento de Huancavelica, fue revelado y destacado por la Comisión de la Verdad y Reconciliación-CVR (2001-2003). En 2015, el fiscal en el caso de Manta y Vilca acusó a 14 militares, de rango bajo y medio, de violación sexual como crimen de lesa humanidad contra nueve mujeres en 1984 y 1985. El juicio oral se abrió en 2016, pero fue viciado por una serie de muestras de discriminación, irregularidades y prácticas revictimizantes. La presidenta de la sala encargada de juzgar el caso, Emperatriz Pérez, fue involucrada en una red de corrupción. Además, los jueces mostraron parcialidad a favor de los militares. La sala aceptó la recusación interpuesta, y el juicio oral se cerró en esas circunstancias. En 2019, se ha vuelto a abrir un nuevo juicio oral, y el Colegiado A de la Sala Penal Nacional está a cargo. La lucha por la justicia y contra la impunidad y la corrupción continúa, y las organizaciones Demus y el Instituto de Defensa Legal (IDL) apoyan a las mujeres afectadas por este crimen de lesa humanidad.

    Manta y Vilca es un ejemplo de los más de 6000 casos de violación sexual en el registro único de víctimas del Programa Integral de Reparación, y siguen en pie los esfuerzos de incidencia nacional e internacional por el reconocimiento de todas las formas de violencia sexual —y no solo violación— en el registro único de víctimas y la modificación de la ley del Programa Integral de Reparación. En el otro caso emblemático de violencia sexual destacado por la CVR, el M. M. M. B., la Sala Penal Nacional dictó sentencia en 2016. Es la primera sentencia por el crimen de violación sexual durante el conflicto armado interno, pero solo condenó a un coronel como autor mediato y absolvió a los autores inmediatos, el resto de los acusados de violación sexual. La justicia, si es incompleta y parcial, no rompe la impunidad.

    En cambio, en el contexto regional, el mismo año 2016 el caso de Sepur Zarco, en Guatemala, ha sentado precedente con una sentencia de violencia sexual y esclavitud sexual y doméstica como crimen de lesa humanidad contra 15 mujeres maya q’eqchi’. Los oficiales militares Esteelmer Reyes Girón y Heriberto Valdez Asig fueron condenados por los hechos ocurridos en 1982. El caso Sepur Zarco le muestra así a los jueces del caso Manta y Vilca los avances en los derechos humanos en relación con la violencia sexual como crimen de lesa humanidad. Además, pone en evidencia la continuidad entre la violencia contra mujeres indígenas, la expropiación de tierras y el despojo.

    Quiero ofrecer además una reflexión, contenida en este libro, sobre la lectura del movimiento feminista peruano. Las faltas del movimiento feminista pueden ser entendidas fácilmente con un análisis del racismo y clasismo estructural de la sociedad peruana. Y, si bien no se pueden negar estos elementos de opresión histórica, hay otros factores en juego. Durante mi investigación, me quedé con la sensación de que había algo más, unos vacíos y silencios, pero no logré captar esos aspectos que completan un análisis de las dinámicas del movimiento feminista. Durante los últimos cinco años, pude identificar —con la crítica productiva de amigas y colegas, y el reconocimiento especial de María Ysabel Cedano— la necesidad de abrir espacios colectivos de reflexión entre feministas para construir memoria sobre sus relaciones con mujeres populares, lesbianas, las izquierdas, el impacto del terrorismo, el asesinato de lideresas populares aliadas feministas y feministas, la expulsión de las organizaciones feministas de territorios por amenazas, el silencio total alrededor de la violencia contra mujeres prisioneras políticas, la constante amenaza de ser tildadas de terrucas y la separación entre la izquierda armada y la izquierda que rechaza la violencia para establecer la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos y defender a las víctimas del conflicto armado interno. La urgencia de las luchas demanda toda la atención, y con esto la reflexión colectiva termina en un segundo plano. Espero que señalar este vacío y la necesidad de una narrativa propia y colectiva sea de utilidad para el movimiento feminista.

    Esta investigación también me hizo consciente de otra faceta del impacto del conflicto armado interno en las personas con géneros y sexualidades no normativas. El caso emblemático de Las Gardenias, entre otros, que fueron incluidos a último momento en el informe final de la CVR, marcó la visibilidad de esta realidad. Este ocurrió en 1989 en la ciudad amazónica de Tarapoto, cuando miembros del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru masacraron a nueve personas en el bar gay Las Gardenias. Otro avance puntual en relación con este tema sucedió en 2018. Así, la Comisión Multisectoral de Alto Nivel del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos aprobó los Lineamientos para la adopción de acciones diferenciadas en la implementación del Plan Integral de Reparaciones a Mujeres y Población LGTBI.

    El no haber podido incluir el tema del impacto del conflicto en las personas con géneros y sexualidades no normativas en este libro es una deuda pendiente que ha tenido una gran influencia en mi proyecto actual del libro Géneros y sexualidades disidentes en los Andes, la justicia transicional de otra manera. En el transcurso de las últimas dos décadas, el movimiento de lesbianas, gais, bisexuales y personas transgénero e intersex (LGBTI) regional ha crecido y logrado avances por el reconocimiento de sus derechos humanos y también en las investigaciones relacionadas con procesos de justicia transicional. Espero poder contribuir a la visibilización del impacto de regímenes autoritarios, represión política y conflictos armados internos en las personas con géneros y sexualidades no normativas, y a las formas propias de resistencia a través del testimonio, espacios de denunciación y expresión cultural, visual y artística.

    Desde que se publicó este libro en inglés, tomó cinco años lograr esta traducción al español. Mis compromisos personales y políticos de compartir este trabajo en Latinoamérica me impulsaron a realizar esta traducción. Agradezco a Rocío Silva Santisteban y Maruja Barrig por sugerir este camino, a Eloy Neira y Aroma de la Cadena por su labor en la traducción y la ayuda de Melissa Monroy Agámez en la revisión de la traducción.

    AGRADECIMIENTOS

    Examinar con minuciosidad las complejidades de la opresión mientras se buscan atisbos de acciones y gestos humanizadores alternativos, aunque siempre imperfectos, demanda una fuente de sustento espiritual y emocional. Encontré esta fuente en la visión creativa contenida dentro del arte expresivo, específicamente en el trabajo del Grupo Cultural Yuyachkani. Recurrí a las piezas de teatro de Rosa Cuchillo, Antígona y Pirca Wasi/Kay Punku en tiempos de fatiga y agotamiento emocional para abrir espacios orientados por la fuerza, la dignidad, la resiliencia, la curación y la esperanza. La imagen de Rosa Cuchillo en la portada de la edición en inglés evoca este vínculo [aquí reproducida en la página 179].

    Mi proceso de escritura ha estado siempre íntimamente entretejido con los de amistades y colegas. Rose Cohen, Elisa Diana Huerta y Gina Velasco, así como Marco Mujica y Rashad Shabazz, me ayudaron a dar forma y, finalmente, alumbrar el borrador inicial de este libro. Esas reuniones de grupo de escritura me nutrieron, inspiraron e hicieron ser realista con el lema: Pon las palabras en el papel. Estoy también profundamente agradecida por la orientación que recibí de Sonia Álvarez, Kent Eaton, Angela Davis y Rosa Linda Fregoso, quienes siguen siendo una gran inspiración.

    Estaré siempre agradecida por los dos proyectos colaborativos que se iniciaron durante mi permanencia en la Universidad de California, Santa Cruz, el grupo de investigación Transloca y el Colaborativo Feminista de Color de Santa Cruz. El grupo de investigación Transloca congregó a académicas feministas de todas las Américas para participar en un diálogo hemisférico sostenido. La preocupación principal referida a la política feminista de la traducción a través de las Américas da forma de manera directa a mi enfoque en este trabajo. El Colaborativo Feminista de Color de Santa Cruz me enraizó aún más en las implicancias políticas relacionadas con la producción del conocimiento, me enseñó cómo avanzar productivamente a través del conflicto y me demostró el poder sanador de la visión colectiva y la conexión intergeneracional: gracias, hermanas.

    Mientras escribía este libro, los grupos que me ayudaron con los últimos borradores se desplazaron al espacio virtual y se reconfiguraron para incluir a Rashad Shabazz, Kalindi Vora y Sora Han, quienes proporcionaron excelentes consejos. Susy Zepeda y Sandra Álvarez me han brindado grandes ideas y comentarios de manera permanente. A pesar de que estábamos separadas por miles de kilómetros de distancia, estas reuniones grupales virtuales fomentaron en nosotras el espíritu interdisciplinario crítico de nuestra formación de posgrado de la UC Santa Cruz en los primeros años de este siglo.

    Rashad Shabazz ha sido mi hermano intelectual más consistente durante los últimos ocho años. Transitamos por los borradores y el manuscrito final al unísono. Cuando las cosas empezaban a parecer una locura, siempre supe que una conversación sincera con él aportaría un sentido a la situación. Gracias, Rashad, por ser un ser humano y un amigo absolutamente increíble.

    En la Universidad de Delaware, el grupo de investigación Diálogos Hemisféricos me proporcionó orientación y comentarios importantes sobre el libro, así como un hogar intelectual. Un agradecimiento especial a mis queridas colegas Alvina Quintana, Mónica Domínguez Torres, Gladys Ilarregui, Rosalie Rolon Dow y Carla Guerron Montero. Alvina Quintana, gracias por cobijarme bajo tus alas como sobrina intelectual y desmitificar el proceso de ser docente universitaria nombrada. También quiero agradecer a mis colegas del Departamento de Estudios de Mujeres y Género: Sue Cherrin, Kathy Turkel, Jennifer Nacarelli, Margaret Stetz, Monika Shafi, Marie Laberge, Alvina Quintana y Deborah Arnold, por todo su aliento y apoyo a lo largo de los años.

    Habiendo recibido comentarios de tanta gente, pido disculpas de antemano por cualquier omisión. Algunas personas que sobresalen significativamente incluyen a Alvina Quintana, Sonia Álvarez, Gina Dent, Anjali Arondekar, Elizabeth Jay Freeman, Cristina Alcalde, Antonia Randolph, Maggie Ussery, Lauren Balasco, Johanna Drzewieniecki, las editoras de la Universidad de Illinois Press —Larin McLaughlin, Piya Chaterjee y Dawn Durante— y al lector anónimo. Genevieve Beenen me brindó apoyo editorial, y en la Universidad de Delaware, Nico Carver trabajó conmigo en las imágenes y John Stevenson preparó los mapas.

    Diversas subvenciones y becas financiaron la investigación que realicé para completar este libro, las que incluyen: la subvención del University of Delaware General University Research Program, la beca de la University of California Chancellor, la Beca de Investigación del University of California Pacific Rim Program, la beca de la National Women’s Studies Association y la beca de la University of California Santa Cruz Feminist Studies. Extiendo mi más sincero agradecimiento a la International Studies Association —Concejo Regional de Gobierno del Noreste— y a Jennifer Lobasz por honrarme con el premio Northeast Circle. Los comentarios que recibí de Giovanni Mantilla, Jessica Auchter, Stefanie Fishel y Dave Benjamin me permitieron reactivar el manuscrito en un momento particularmente complicado.

    En el Perú, este libro está en deuda con la ONG feminista Estudio por la Defensa de los Derechos de la Mujer (Demus) y, específicamente, con el equipo de campo de Manta, que incluye a Paula Escribens, Diana Portal, Tesania Velázquez, Silvia Ruiz y Jessenia Casani. La amistad de María Ysabel Cedano y su apoyo entusiasta hicieron posible este libro. Rossy Salazar, al igual que el conjunto del personal de Demus, me brindaron información y puntos de vista cruciales. Nora Cárdenas y Eloy Neira han sido interlocutores importantes en todo momento. Estoy profundamente agradecida a la comunidad de Manta por darme la bienvenida como investigadora del equipo de campo de Demus-Manta y a todos los miembros de la comunidad que compartieron su tiempo y puntos de vista. Ricardo Ramírez, Johanns Rodríguez y Ruth Borja, del Centro de Información de la Defensoría del Pueblo, me brindaron una ayuda invalorable en el trabajo con los archivos de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (Perú). Julissa Mantilla Falcón, Narda Henríquez Ayín y Mercedes Crisóstomo Meza aportaron numerosas ideas a lo largo de los años que tomó esta investigación, lo que benefició enormemente a este proyecto. A lo largo de este proceso, Marie Manrique siempre ofreció una escucha receptiva y observaciones perceptivas, así como una valiosa amistad. Gracias Marie por ayudarme en la última parte. Maruja Barrig ha sido una interlocutora permanente a lo largo de los años, y le agradezco por su generosidad en cada etapa, de manera especial por facilitarme el acceso a los archivos de Mujeres por la Democracia (MUDE). Asimismo, Cristina Cornejo, Gonzalo Cornejo, Ricardo Alvarado, Marisol Vega, Viviana Valz Gen, Eduardo Espinoza, Silvia Loli, Gloria Huamaní y José Carlos Agüero contribuyeron a este trabajo.

    Para mi amor, Ana Karina Borja Rodríguez. Te dedico este libro y un reconocimiento por todos los sacrificios que hemos tenido que soportar para verlo impreso.

    Le doy gracias a mi familia por creer en mí y animarme: Ada Gabriela Bueno y Lloyd Sugasgi, Joe y Angela Hansen, Luz Bueno, Sylvain, Raquel, Paul y Martin Bournhonesque, Theresa Hansen y todo el contingente de Greensboro, Vivian y Mario Zelaya y mi querida hija, Thais. Y en el Perú, a los Winkleman en Lima y los Bueno en Cuzco. Y, por el otro lado, siempre siento el amoroso apoyo de Jo Ellen y Alfred Hansen y Elizabeth y Antero Bueno, así como de mi tía abuela Hortensia Bueno y mi tío abuelo Lucio Bueno, quien orgullosamente se refería a mí como la dama investigadora, validando de ese modo esta ruta que he elegido.

    INTRODUCCIÓN

    Esperando en el jardín de los árboles quebrados

    Ella sacó una foto de tamaño ocho por diez de una de sus bolsas y explicó que a su hija se la habían llevado durante la noche, y que no la había vuelto a ver desde ese entonces. El secuestro y la desaparición, así como los entierros masivos de subversivos, fueron comunes durante el conflicto armado interno peruano (1980-2000). Me alcanzó la foto grande de la cara de una joven con unos ojos de mirada fuerte y clara que se toparon con la mía; lucía el cabello peinado hacia atrás en suaves ondas. Recibí la fotografía, la sostuve con respeto mientras contemplaba la imagen. Luego de unos momentos de silencio, le comenté que su hija era muy bonita. Ella asintió y dijo que su hija tenía solo 17 años cuando se la llevaron, que era muy buena estudiante y que no había hecho nada malo. A medida que describía con más detalle las cualidades de su hija y la búsqueda que había llevado a cabo a lo largo de los años, sentí que nuestras emociones aumentaban en intensidad .

    Otros testimonios irrumpieron en el primer plano de mis pensamientos, como el recuerdo de la audiencia pública temática de la Comisión de la Verdad y Reconciliación sobre Violencia Política y Crímenes contra las Mujeres, cuando una mujer testificó que los soldados se llevaron a sus dos hijas, de 15 y 18 años, y sabe Dios lo que los soldados les hicieron, así como la conclusión de la Comisión sobre que las bases militares y las comisarías eran espacios donde los oficiales perpetraban sistemáticamente actos de violencia sexual. Esta joven, con su pelo ondulado que enmarcaba suavemente su rostro, probablemente tuvo que soportar insultos, torturas y abusos sexuales antes de su muerte. Reprimí raudamente esos horribles pensamientos, concentrando toda mi atención en la mujer que tenía delante de mí y en la imagen que sostenía en mis manos. Continuó con su relato acerca de que el tiempo se había quebrado, de que no era capaz de vivir sin saber dónde estaba su hija y lo que le había sucedido. Le pregunté cuándo se llevaron a su hija, y ella dijo 1985.

    Habían pasado más de veinte años desde aquella terrible noche. Mencionó los sacrificios que implicaron los viajes a Huamanga, la capital andina de Ayacucho, a lo largo de los años, el agotador viaje desde su comunidad rural, el costo del transporte y el trabajo perdido. La gente le había dicho que su búsqueda era en vano, pero ella continuó. A medida que volvía lentamente en sí al hablar de la desaparición de su hija y su interminable búsqueda, desvió su mirada desde el cielo abierto sobre los edificios para mirarme sentada a su lado en un jardín de árboles quebrados. Me preguntó por qué espera al abogado de derechos humanos, ya que ambas estábamos sentadas frente a su oficina desde temprano esa mañana. Le dije que estaba investigando sobre los efectos del conflicto armado interno en el Perú y el trabajo de las personas defensoras de los derechos humanos. Un silencio denso invadió el espacio entre nosotras, preñado de las asimetrías de poder históricas y estructurales corporeizadas en nuestras diferencias. Ella luchaba por sobrevivir, con gran parte de su tiempo y recursos destinados a su búsqueda; yo viajaba en la comodidad de los autobuses interregionales para llevar a cabo un proyecto de investigación financiado. Comenzó a preguntarme acerca de las reparaciones, si es que alguna vez se iban a dar, y, de ser así, ¿cuándo? Le dije lo que sabía, que habría reparaciones, pero la indemnización económica individual probablemente tomaría algunos años más. A eso, ella respondió que estaba envejeciendo, que no iba a poder seguir viniendo a consultar con el abogado de derechos humanos sobre su caso, y que, si tomaba demasiado tiempo, probablemente ella ya no estaría.

    * * *

    En las décadas de 1980 y 1990, el Perú experimentó un conflicto armado interno, y para muchas personas como la mujer con quien me senté, Rosa Cuchillo,1 las consecuencias continúan rigiendo sus vidas. En lugar de esperar justicia sin hacer nada, Rosa Cuchillo se compromete de por vida a encontrar a su hija desaparecida; ella y muchas otras personas como ella me inspiran a escribir contra la impunidad, el olvido y la deshumanización.

    Han pasado más de tres lustros desde que la Comisión de la Verdad y Reconciliación-CVR (2001-2003) concluyó su investigación sobre las causas y consecuencias del conflicto armado interno (1980-2000). La voluntad política y el público resolvieron que era necesario hacer seguimiento a las recomendaciones, puesto que se carecía de una reforma institucional, judicial y de políticas públicas. Los casos de derechos humanos siguen a la zaga en el sistema legal nacional.2 Una sensación cada vez más profunda de pesimismo y resignación ante los efectos de la desigualdad y la impunidad impregna las discusiones sobre la justicia transicional peruana. Iniciada en la década de 1980, la justicia transicional, como especialidad y práctica, se desarrolló para centrarse en el cambio político desde una situación de inestabilidad, violencia y represión a la democracia. Aproximadamente luego de dos décadas de ejercicio práctico de la justicia transicional a escala mundial, la CVR ha sido elogiada como ejemplo de un sólido proceso de justicia transicional. Sin embargo, la CVR tiene poco que mostrar por sí misma. Las tensiones entre, por un lado, las metas de lograr la justicia y la disuasión de futuras violaciones de los derechos humanos y, por otro, las metas de reconciliación, relegitimación del Estado en crisis y promoción de la democracia constituyen un área central de preocupación para académicos, y diversos profesionales.

    Dado el papel central que juega la legislación internacional sobre derechos humanos en los procesos de justicia transicional, este libro busca resaltar su carácter paradójico. Pese a que los actores e instituciones bien intencionados pueden movilizar la legislación internacional sobre derechos humanos para defenderlos, tales esfuerzos también pueden llevar a una mayor exclusión y silenciamiento. El estudio de la práctica de los derechos humanos dentro de la justicia transicional conduce a las siguientes preguntas: ¿quién es visible como sujeto bajo la óptica de los derechos humanos y cómo se vuelve visible o invisible? ¿Quién queda fuera del alcance de tal óptica y qué tipos de violencia siguen sin abordarse? El objetivo de expandir la justicia transicional exige trabajar dentro de la paradoja de la legislación internacional referida a los derechos humanos con el fin de ampliar el marco que permita pensar lo que aconteció, así como reformular lo que puede considerarse perjudicial.3

    La violencia basada en el género sirve como el punto de entrada para pensar cómo funciona la desigualdad dentro del proceso de justicia transicional en el Perú. El aspecto generalizado de la violencia permite identificar cómo las mujeres se constituyen en blanco de ciertas violaciones por el hecho de ser mujeres. Esta investigación aporta a la escasa literatura sobre el tema de la violencia de género durante el conflicto armado interno en el Perú.4 En el proceso, el libro realiza un balance de los enfoques elaborados para pensar sobre el impacto del conflicto en las mujeres y en la violencia basada en el género, las limitaciones de tales enfoques y las posibles rutas alternativas.

    Una sensibilidad analítica interseccional presta atención a cómo interactúan los vectores de la opresión. Por ejemplo, en el contexto de los Estados Unidos, esta sensibilidad analítica subraya la manera en la que el género y la raza interactúan para aumentar la vulnerabilidad social de ciertas personas, especialmente de las mujeres de color. En el contexto peruano, una sensibilidad analítica interseccional aborda factores tales como la etnicidad, el idioma y el género, los cuales interactúan para agravar el efecto del conflicto armado interno en ciertas personas —en este caso, las mujeres campesinas andinas quechuahablantes—. Para entender las raíces de esta violencia, los feminismos decoloniales estudian las formas en las que las relaciones coloniales de explotación y dominación funcionan y persisten hasta nuestros días. Los feminismos decoloniales apuntan al reconocimiento pleno de todas las personas al superar la compleja interacción de los sistemas económicos, racializantes y de género.5 La combinación de una sensibilidad analítica interseccional con los feminismos decoloniales nos permite teorizar más plenamente sobre el contexto latinoamericano y específicamente peruano. Como resultado, esta investigación sitúa históricamente la violencia de género, el razonamiento que la sustenta y su impunidad en curso en relación con el legado del colonialismo en el Perú.

    Entre 2005 y 2012, un total de 16 meses de investigación de campo en la ciudad de Ayacucho, el distrito de Manta en la región de Huancavelica y la ciudad de Lima, la capital nacional, constituyen la base de este libro. La investigación de archivo, la observación participante, las entrevistas y los grupos de discusión componen los principales elementos de este enfoque feminista interdisciplinario. La investigación empírica, el análisis intertextual y la reflexión teórica se entretejen de principio a fin. Los movimientos peruanos de derechos humanos y feministas, la CVR y una organización no gubernamental (ONG) feminista conforman las unidades de estudio, con un énfasis en su negociación entre la implementación de la legislación internacional de derechos humanos y el abordaje integral de la violencia de género.

    En un esfuerzo por agregar amplitud a las discusiones sobre justicia transicional, el presente análisis prioriza las voces y marcos analíticos de los trabajadores de las ONG, de activistas de derechos humanos y activistas feministas, voluntarios y personal de la CVR y miembros de comunidades rurales de la sierra andina. Rosa Cuchillo, la mujer con quien me senté en el jardín de árboles quebrados, no puede reducirse a una estadística de familiares de desaparecidos. Su lucha, junto con las de muchas otras personas como ella, excede la categoría de víctima y da voz a la comprensión individual y colectiva de lo que sucedió durante el conflicto armado interno, así como a las demandas de justicia, reparaciones y el fin de la desigualdad social. De manera similar, el abogado de derechos humanos, a quien ambas esperábamos sentadas, representa a muchos defensores, profesionales y activistas que dedican sus energías vitales a la búsqueda de justicia. En este caso, el abogado de derechos humanos no pudo ser encontrado porque estaba trabajando con antropólogos forenses, representantes de la fiscalía del distrito, familiares de desaparecidos, entre otros, en la exhumación de una fosa común ubicada en una base militar cercana.

    La crítica productiva referida a los límites de los derechos humanos y la justicia transicional entra en equilibrio con la consideración de la manera en la que los actores sociales que se encuentran dentro de los movimientos sociales, las instituciones estatales y las organizaciones de la sociedad civil avizoran, proponen y ponen en escena creativamente relaciones sociales alternativas. Este foco de atención se alinea con los esfuerzos contemporáneos dedicados a evaluar críticamente las prácticas locales de los mecanismos de justicia transicional.6 La práctica y la teoría de la justicia transicional evolucionan en relación con los contextos en los que toma forma. A la par que este análisis se basa en un marco histórico, las ideas prácticas y teóricas sugieren formas de conducir los procesos de justicia transicional hacia su potencial transformador.

    Conflicto armado interno, desigualdad social y justicia transicional

    El conflicto armado interno

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