Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

CONSTRUCTORES DE PAZ EN MÉXICO: Perspectivas, procesos y acciones que desarticulan la violencia.
CONSTRUCTORES DE PAZ EN MÉXICO: Perspectivas, procesos y acciones que desarticulan la violencia.
CONSTRUCTORES DE PAZ EN MÉXICO: Perspectivas, procesos y acciones que desarticulan la violencia.
Libro electrónico397 páginas6 horas

CONSTRUCTORES DE PAZ EN MÉXICO: Perspectivas, procesos y acciones que desarticulan la violencia.

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Este libro reúne dieciséis voces que, desde una fuerte convicción fundamentada en la experiencia, hacen propuestas viables de transformación social. Son voces de personas que, sensibles al dolor humano, con una conciencia política definida, gran compasión y opción por el bien común, se han lanzado al abismo con las víctimas de la violencia; son aco
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 sept 2021
ISBN9786074177046
CONSTRUCTORES DE PAZ EN MÉXICO: Perspectivas, procesos y acciones que desarticulan la violencia.
Autor

Adela Salinas

Adela Salinas (México, 1968) es periodista y narradora. Autora de Constructores de paz en México. Perspectivas, procesos y acciones que desarticulan la violencia (Universidad Iberoamericana, 2019); Piel viva. Del amor y otros tatuajes (Ediciones B, 2016), entre otros; coautora en libros de ensayo y participante en antologías de cuento y minificción. Coordinó los Conversatorios para la Educación y Construcción de Paz y del Laboratorio para la Resolución de Conflictos Socioambientales en la Ibero. Es socia de Centro Liquidámbar, A.C., donde investiga sobre temas de cultura, educación, medio ambiente y redes de solidaridad para la paz.

Relacionado con CONSTRUCTORES DE PAZ EN MÉXICO

Libros electrónicos relacionados

Política para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para CONSTRUCTORES DE PAZ EN MÉXICO

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    CONSTRUCTORES DE PAZ EN MÉXICO - Adela Salinas

    Imagen de portada

    Constructores de paz en México

    Constructores de paz en México

    Perspectivas, procesos y acciones que desarticulan la violencia

    Adela Salinas

    Índice de contenido

    Portadilla

    Legales

    Prólogo / David Fernández Dávalos, sj

    Introducción

    Entrevistas

    El sacerdote: Alejandro Solalinde

    La abogada: Andrea Medina

    El pandillero: Carlos Cruz

    La mediadora: Dolores González Saravia

    La periodista: Elena Poniatowska

    El defensor: Emilio Álvarez Icaza

    El comandante: Julio César Viveros Aguilar

    El empresario: Lincoln Carrillo

    La monja: María de Jesús Zamarripa

    El payaso: Mario Galíndez, Yayo

    La feminista: Marisa Belausteguigoitia

    La guerrera: Marta Fernández

    La promotora: Paloma Saiz

    El estratega: Pietro Ameglio

    La articuladora: Sylvia Aguilera

    El muralista: Tomás Darío

    Conclusiones

    Bibliografía

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA CIUDAD DE MÉXICO.

    BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO

    D.R. © 2019 Universidad Iberoamericana, A.C.

    Prol. Paseo de la Reforma 880

    Col. Lomas de Santa Fe

    Ciudad de México

    01219

    publica@ibero.mx

    Primera edición: 2019

    ISBN: 978-607-417-577-6

    Versión electronica: 2020

    ISBN: 978-607-417-704-6

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Hecho en México.

    Digitalización: Proyecto451

    Para Madres Patria

    Por nuestros hijos

    Un telar para la paz

    PRÓLOGO

    Este libro, Constructores de paz en México, mediante el discurso de sus dieciséis entrevistados, hace añicos nuestra idea de que las amenazas a la paz provienen de aquellos grupos humanos a los que conocemos menos, o nos son ajenos. No son, en nuestro caso, los terroristas, los inmigrantes, los jóvenes desempleados, ni siquiera la terrible delincuencia orga- nizada, quienes han roto o vulneran ahora la paz en nuestro país. Conforme nos adentramos en la lectura de estas páginas, caemos en la cuenta, en cambio, de que las verdaderas fuentes de inseguridad han sido, son y serán las que la mayoría de nosotros no podemos definir con precisión: la desigualdad social, el cambio climático y sus efectos medioambientales y sociales, la decadencia imperial del vecino del norte y sus pequeñas guerras comerciales, culturales, laborales; la impotencia política colectiva ante convulsiones distantes pero con un impacto destructivo local, como los conflictos en Medio Oriente, o la resurrección del peligro nuclear. Las de los grupos humanos diferentes son amenazas que los políticos de la derecha populista han estado agitando y ante las cuales estarán en mejores condiciones de explotar precisamente porque conducen con facilidad a la ira y al sentimiento de humillación de pueblos enteros. Sin embargo, no tocan siquiera los verdaderos riesgos para la paz, probablemente porque se benefician precisamente con el caos reinante.

    Los personajes entrevistados por Adela Salinas, de una extraordinaria variedad humana, de clase, oficio y género, poco a poco nos van convenciendo de que el fin prioritario que tenemos delante si queremos contribuir a la paz es la reducción de la desigualdad, porque es el acceso desigual a todo tipo de recursos —desde los derechos hasta el agua— lo que desencadena el conflicto social y las violencias, y por esto mismo ha de constituir el punto de arranque de cualquier acción política y social de carácter progresista. Porque la desigualdad y la exclusión a la que da origen, no son únicamente problemas de técnica económica o de gestión social; son más bien algo que ilustra y agrava la desintegración social, son traba y resultado, rompen con la idea de que vivimos en comunidades en las que unos y otros somos corresponsables del destino individual y común, constituyen la mayor amenaza para la salud de la democracia y para la estabilidad. Si seguimos siendo tan brutalmente desiguales, continuaremos perdiendo el poco sentido de fraternidad que aún nos resta, y la fraternidad, pese a su fatuidad como objetivo político, es una condición necesaria de la propia política, nos recuerda Tony Judt.(1) Así, la desigualdad no es sólo preocupante desde el punto de vista moral; también es ineficaz desde el punto de vista económico y social.

    Pero, además, los textos de libro que presentamos expresan la convicción de los hacedores de paz de que es necesario ahora promover, defender y enarbolar la disconformidad y la desobediencia responsable frente al actual estado de cosas. Ser verdaderamente transformadores. Lo que hoy sucede en México y el mundo es un desorden institucionalizado, es algo violento en sí mismo, es irracional y es un desafío. Necesitamos por ello, además de inconformarnos, realizar una conversación pública renovada, democrática, que incorpore a los sectores subordinados y marginados, los saberes no convencionales y alternativos para reabrir, entre otras cosas, las cuestiones locales y del Sur global en un escenario globalizado de manera asimétrica. Las personas aquí retratadas no son, por eso, pacifistas, sino pacificadoras: aspiran a construir condiciones estructurales suficientes para que vivamos bien y en paz.

    Resulta urgente establecer nuevas narrativas frente al pensamiento único y hegemónico, desarrollar un nuevo relato moral que reintroduzca la ética y la teleología —las preguntas sobre el sentido y la finalidad de las cosas— en la esfera pública. Las nuevas generaciones, los millennials, luego de conocer y experimentar los desastres que han provocado los políticos profesionales y la partidocracia, subordinados a los grandes intereses del gran capital, han llegado a pensar erróneamente que, al estar bloqueadas las vías convencionales del cambio, deben renunciar a la organización política y dedicarse solamente a grupos no gubernamentales centrados en un problema único y que no están manchados por el compromiso. Por consiguiente, lo primero que se le ocurre a cualquier joven que quiere comprometerse es afiliarse a una ONG internacional, como Greenpeace o Amnistía Internacional, o a tantas otras. La generosidad es indiscutible. Pero las democracias y la verdadera justicia sólo pueden existir en virtud del compromiso de sus ciudadanos y ciudadanas en la gestión de los asuntos públicos, de lo que a todos y todas atañe. Si algo nos dicen los entrevistados en esta obra es que es indispensable no renunciar a la política, ya que, de lo contrario, se estaría abandonando la sociedad a sus funcionarios más mediocres y venales.

    Aunque los protagonistas seleccionados para este trabajo realizan su labor constructora de paz en campos particulares como las iglesias, los derechos humanos, las barriadas, los medios, la policía, los hospitales, el campo del género, la difusión cultural, las bellas artes, ninguno de ellos renuncia ni postula la superación de la actividad política universal para el logro de la sociedad justa y pacífica por la que están luchando. Al contrario, la suponen.

    La construcción de la paz atraviesa todos estos campos y muchos más, pero no podrá conseguir sus objetivos si no atiende a la creación de nuevos modelos sociales, económicos y políticos que desplacen la centralidad que ahora tiene el capital para poner en su lugar a las personas y sus derechos.

    El mosaico que ofrece este trabajo esboza el rostro, así sea en trazo grueso, del tipo de sociedad y cultura que requerimos para que la paz sea un patrimonio para todos y todas. Enhorabuena.

    DAVID FERNÁNDEZ DÁVALOS, SJ

    1- Tony Judt, Algo va mal. Taurus, México, 2011.

    INTRODUCCIÓN

    Desarmad el espíritu agresivo de tu oponente y se rendirá de manera natural sin lastimarse, es la frase de Õ-sensei Morihei Ueshiba, creador del arte marcial Aikido (arte de la paz), que detonó en mí la necesidad de buscar gente con una sensibilidad parecida a la de él, capaz de llevar a cabo prácticas pacíficas para combatir no sólo las estrategias de guerra de los detractores de México, sino justamente su espíritu agresivo y que, además, proponga nuevos sistemas donde la violencia ya no tenga lugar.

    Nada mejor que esa frase me hizo entender las célebres: No hay camino para la paz, la paz es el camino y Sé el cambio que deseas ver en el mundo, de Mahatma Gandhi, por cierto, seguidor de León Tolstoi, quien afirmaba que no podía haber cambio social si no se observaba, primero, el cambio en las personas.

    Aunque parezca extraño, no estaba lejos de encontrar otros detonantes de mi necesidad. Uno de ellos lo leí en la novela El reflejo de lo oscuro, en la que su autor, Javier Sicilia, recrea la transformación completa de un asesino en santo, gracias a que en su proceso legal interviene un abogado incorruptible, cuyo sentido de la justicia consiste en recuperar la dignidad del acusado, y en su proceso personal, un sacerdote que, a través de la fe, lo reconecta con su esencia como ser humano.

    Guardando la proporción en tiempo, espacio y circunstancias, algo parecido le sucedió a Carlos Cruz, uno de mis entrevistados, pues participó durante mucho tiempo en grupos delictivos y experimentó una transformación total al grado de crear una organización que ayuda a evitar que los jóvenes caigan en la criminalidad y ayuda a que salgan de ella. Su voz, manifiesta desde la experiencia directa en las siniestras entrañas del sistema, es la única que puede meternos hasta el núcleo del más oscuro laberinto y ayudarnos a dar con la salida más luminosa.

    Y si a ello le agregamos a una abogada con verdadero sentido de la justicia, como Andrea Medina, fiel a su lucha contra toda manipulación y trampa legal para defender la causa de las niñas, los niños y las y mujeres que han sido atropellados física, psicológica y legalmente en todos sus derechos fundamentales, y la vivencia de Alejandro Solalinde, el sacerdote caminante que ha defendido la causa de los migrantes, conservando la luz de la fe, la fuerza del espíritu y una compasión sin límites, podemos empezar a llenar el tablero estratégico para observar lo que Alessandro Baricco dice en su libro Los bárbaros: Si hay una mirada lógica en el movimiento de los bárbaros, sólo resulta legible para una mirada capaz de ensamblar las diferentes partes. De otra manera, es tan sólo una charla de bar.

    Así, en este ensamblaje de constructores que nos permite ver el panorama del sistema mexicano desde todos los ángulos —porque según Baricco vemos los saqueos, pero no conseguimos ver la invasión. Ni, en consecuencia, comprenderla—, se encuentran dieciséis entrevistados que han destacado por sus acciones de muy distinta índole, pero que sin embargo confluyen en la vertiginosa búsqueda de la paz y la no violencia. Sus respuestas dan constancia de una experiencia de vida dedicada a la defensa de la causa, y esto les otorga un liderazgo en sus respectivas materias. Hay una gran riqueza en información porque cada uno habla de sus referentes ideológicos, históricos y filosóficos, de su rol social y político, de las causas que defienden, de su forma de enfrentar los conflictos y las amenazas, del discurso que manejan, los miedos que vencen, sus estrategias, tácticas, vínculos, aspiraciones e influencias para crear un sistema pacífico y democrático.

    Sus respuestas ayudan a ver nítidamente los hilos que se mueven dentro de los esquemas de protesta y los movimientos sociales, y dan pautas para saber cómo romper lo que no ha funcionado en la reconstrucción del país, así como a sumarse a la defensa de la causa de una forma renovada y creativa.

    Si algo me llamó la atención durante la etapa de las entrevistas fue encontrar en ellos un profundo sentido humano, gran sencillez, apertura y disposición para compartir sus fuertísimas experiencias, pero que les han dado una base sólida de conocimiento sobre la cual descansan y de la que toman fuerte impulso y firmeza para sostener y hacer visibles los derechos humanos en función de un sistema más justo, digno, seguro y libre de violencia.

    Escucharlos me ayudó a cambiar la percepción que tenía, así como la de muchos mexicanos, de que no hacemos nada. Ahora me parece que ante la imponente ola de violencia en este país tan devastado por todos lados, ha crecido, en la misma proporción, un desasosiego por parte de la sociedad con la consabida animadversión a colaborar de forma directa y activa por el cambio radical que imploramos, pero que esa falta de disposición se debe no a la indiferencia tan mentada, sino a que no hemos encontrado los mecanismos eficaces para lograrlo, ni los medios afines a nuestras distintas sensibilidades y formas de vida. El sistema político, desde siempre, se ha encargado de mantener una subdivisión ideológica, social, económica y educativa, de tal manera que ha sido imposible unificar la gran fuerza que sí tenemos pero que no opera de una forma atinada y contundente en tanto esté desperdigada.

    Ya lo habría escrito Ueshiba en El arte de la paz: Traza un círculo alrededor del centro de un ser humano. En el interior de ese círculo radica todo el poder físico. Fuera de ese círculo, incluso el ser humano más fuerte pierde su fuerza. Si puedes inmovilizar a tu oponente fuera de su esfera de poder, entonces podrás controlarlo incluso con un solo dedo, de ahí la importante intervención en este libro de la maestra de Aikido, Marta Fernández, pues sólo ella, con el profundo cultivo de esta disciplina, es quien puede ampliarnos el panorama de la paz al situarnos en el centro de gravedad de nuestro propio universo para neutralizar cualquier gesto de violencia. Las voces aquí reunidas son fuentes de inspiración que, desde varias trincheras, ofrecen los mapas adecuados para que, a la distancia, veamos todos los rumbos posibles, tomemos el más adecuado y conservemos una visión amplia en los caminos pedregosos.

    Es preciso mencionar que quienes aparecen en este volumen, han dedicado y expuesto su vida en beneficio de la causa de terceros y su manera de abordar los conflictos es distinta a la de las víctimas de la violencia, cuyo activismo fue generado justamente a raíz de una tragedia personal.

    Así, ante las distintas formas para colocar los cimientos sobre los cuales se edificará una conciencia del bien común, no hay como entrar al terreno de cada persona entrevistada para sentirnos en una guarida cálida construida con el alma y experimentar en carne propia la transformación de nuestros conflictos.

    Por eso, no hay como lanzarse a las espirales de Marisa Belausteguigoitia, para viajar al infinito mundo del conocimiento que se adquiere en los lugares más marginales de los marginales y encontrar en el arte la gran puerta de la libertad, o en los murales de Tomás Darío, creador de narrativas en fachadas para manifestar las necesidades de las colonias y, a la vez, generar vínculos entre los vecinos y las comunidades, o empujar el miedo, como lo hace Yayo, el kilométrico payaso que ha caminado largas travesías para desarmar la violencia de las más amenazadoras fuerzas armadas con el recurso de la risa. No hay como sostenernos de la mano firme, cálida y segura de Emilio Álvarez Icaza que, por haber nacido en la cuna de la disidencia en México y haber sido presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, no permitiría que cayéramos en las trampas de la represión. Y, después de conocer a Julio César Viveros, fiel escolta del poeta Javier Sicilia, no nos atreveríamos a separarnos de su mirada siempre alerta y vigilante, así como de su presencia siempre dispuesta a entregar la vida por uno.

    Y si hablamos de presencia, habrá que estar cerca de Dolores González Saravia, maestra en el diálogo para generar paz entre los bandos opuestos, y ver cómo basta con que ella se coloque físicamente al centro de cualquier conflicto para que éste se disuelva por completo, pero también habrá que escuchar las estrategias de Sylvia Aguilera, experta en articular, adaptar y poner en marcha los mecanismos de paz que ha aprendido y traído de países lejanos, y tratar de ser tan alto como Pietro Ameglio, no por su estatura física, sino por su gran pensamiento y su camino gandhiano que lo ha llevado a formular las estrategias de no-violencia y resistencia pacífica con las que ha ayudado a movimientos enteros, como el de Paz con Justicia y Dignidad.

    Para ello, habrá que cultivar un verdadero sentido de ciudadanía y bien común, bajo el liderazgo de Mary Chuy Zamarripa, quien ha trabajado durante años en la educación por la paz dentro de las miles de escuelas privadas que pertenecen a la Confederación de Escuelas Particulares que ella preside, o el de Lincoln Carrillo, tejedor de fuertes y flexibles redes empresariales de inclusión y diversidad promovidas y alentadas por el movimiento LGBT. Pero, si de redes se trata, es imposible dejar de lado las que Paloma Saiz ha lanzado para capturar a los promotores de la ignorancia y la ignominia, y así, liberar las letras para que lleguen espontáneamente a las manos de sus respectivos lectores y se forme un país más culto y armado contra las tiranías.

    Después de esta travesía, no tendremos más remedio que convertirnos en Todo México y resguardarnos en el regazo de Elena Poniatowska, la gran Elenísima, mil veces única, que maneja el tren que pasa primero por todos los lugares y recovecos presentes y pasados para documentar la despiadada, caótica y aguerrida, pero maravillosa vida de México con esa sonrisa abierta que siempre tiene y en la que bien se reflejan las palabras de Morihei Ueshiba: Cuando tus ojos se encuentren con los de otra persona, salúdala con una sonrisa y te la devolverá. Esta es una de las técnicas esenciales del arte de la paz.

    No me queda más que agradecer a todos y cada uno de ellos, constructores de paz, actores del cambio, arquetipos de esta construcción del conocimiento y la justicia, y también a quienes, de forma pública como anónima, han participado e influido en este proceso de transformación.

    A.S.

    EL SACERDOTE

    Alejandro Solalinde

    A cualquiera se le hubiera apagado la sonrisa después de tanta amenaza por parte del crimen organizado, el gobierno y la Iglesia, pero la del padre Alejandro Solalinde sigue tan fresca y alegre como una sandía, sobre todo cuando se trata del tema de la paz, que es lo que más le interesa transmitir por encima de las guerras que le declaren.

    Aparece rodeado por sus cuatro escoltas a quienes llama mis ángeles de la guarda, y ya una vez dentro del espacio correspondiente, cada uno toma su propia distancia, pero sin dejarlo de observar con atención.

    Cuando los migrantes centroamericanos, provenientes de Tecumán, Guatemala, cruzaban el río Suchiate hasta pisar territorio mexicano, donde el ejército les arrebataba sus papeles para rompérselos en la cara con la afirmación de que eran falsos, el padre Solalinde llegaba para ayudarlos a recuperar sus pertenencias, pero, sobre todo, su dignidad y fue así que se involucró en la vida de los migrantes hasta que la convirtió en su causa principal. Así, el 26 de febrero de 2007 fundó el albergue Hermanos en el Camino, en Ixtepec, Oaxaca, que a la fecha los recibe con las puertas abiertas y en el que encuentran agua, comida, cuidado sanitario, ayuda psicológica y asesoría legal. Se habla de los familiares de los desaparecidos, pero cuando se trata de los migrantes desaparecidos, ni los familiares los buscan porque no tienen recursos. En mi colectivo hemos contado más de diez mil migrantes desaparecidos, dice Solalinde.

    En una entrevista que le dio a Elena Poniatowska para La Jornada (16 de julio de 2017), declara que en enero de 2007 interrumpió el sexto secuestro masivo de migrantes y fue a partir de ahí que le llovieron las amenazas porque aquella vez boicoteó el negocio de los tratantes de blancas y de órganos.

    Su vocación de servicio, amparada por una absoluta fe en Jesús del Evangelio según San Marcos —como le dice a Poniatowska—, pues en él descubre a un Jesús joven y en conflicto, lo ha llevado a renunciar a la obediencia frente a la jerarquía de la Iglesia católica que considera injusta porque, como él insiste, ha mostrado total indiferencia ante el tema.

    Nacido en Texcoco, Estado de México, el 19 de marzo de 1945, Alejandro Solalinde Guerra no abandona sus propósitos, aunque a los 67 años de edad y con el cargo de coordinador de la Pastoral de Movilidad Humana Pacífico Sur del Episcopado Mexicano haya tenido que salir del país por fines de protección ante las amenazas de muerte, según él por parte del gobernador Ulises Ruiz, como sucedió en abril de 2012, cuando defendió a mil quinientos migrantes que recibían insultos mientras se dirigían al albergue Hermanos en el Camino.

    Al regresar de su autoexilio, fue con los priístas para pedirles que hicieran un acto de contrición por sus errores y abusos cometidos durante los 71 años que han permanecido en el gobierno. Fue por la insistencia en su defensa de las causas oprimidas ante la extrema violencia en el país, que el presidente Enrique Peña Nieto le otorgó el Premio Nacional de Derechos Humanos, el 10 de diciembre de ese año y el sacerdote aprovechó el foro de premiación para decir: Estamos en la casa no del hombre más poderoso de México, sino del primer servidor de México, e invitó al gobierno a escuchar a las mujeres, a los jóvenes y a la sociedad civil para construir un nuevo México.

    El padre Solalinde ha recibido varios premios y reconocimientos, entre los cuales están la Medalla Emilio Krieger, por parte de la Asociación Nacional de Abogados Democráticos (ANAD); la Medalla Calasanz, de la Universidad Cristóbal Colón de Veracruz; el Premio Paz y Democracia en la categoría Derechos Humanos; el Premio Pagés Llergo de Democracia y Derechos Humanos; el Reconocimiento Corazón de León, de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) de la Universidad de Guadalajara; el Premio Testigo 2012, otorgado al documental El albergue, el cual narra su historia, y finalmente fue postulado para el Premio Nobel de la Paz 2017.

    Perteneció a la orden de los Caballeros de Colón. Estudió dos años en Letras Clásicas en el Instituto Preparatoriano de los padres Carmelitas de Guadalajara y Filosofía y Teología en el Instituto Superior de Estudios Eclesiásticos. Obtuvo su licenciatura en Historia y otra en Psicología en la Universidad Autónoma del Estado de México, e hizo una Maestría en Terapia Familiar Sistémica. Fue ordenado presbítero por monseñor Arturo Vélez, obispo de Toluca.

    Todavía le ha dado tiempo de escribir el libro El Reino de Dios. Replanteamiento radical de la vida, de la editorial jesuita Buena Prensa, y, en coedición con la antropóloga Ana Luz Minera, Los migrantes del sur, en editorial Lince. También ha participado en la cinta La jaula de oro, del cineasta español Diego Quemada-Díez.

    Todos somos migrantes

    — ¿Cuál ha sido su experiencia como constructor de paz?

    — Antes de hablar de eso, me gustaría describir lo que entiendo como paz. Para mí, la paz es el resultado final, pero no último. Hay paces parciales en un proceso continuo de construcción. Es decir, se tiene que seguir ese proceso para encontrar la paz, pero luego hay que seguir construyendo las condiciones para obtener de nuevo la paz.

    Yo concibo la paz definitiva y última como el Reino de Dios, que es la Pascua; es decir, el cúmulo de todas las empresas, necesidades, esperanzas y anhelos compartidos no individualmente, sino en comunidad.

    El primer paso para construir la paz no es la conciencia moral, sino la conciencia psíquica total, que se alimenta de una visión diferente, pero la visión debe tener referentes. Para mí, el referente principal es Jesús, pero no el Jesús oficial, que es objeto de culto, sino el Jesús vivo, el joven de Nazaret que está presente en los Evangelios y que nos enseña cómo ver de otra manera a los interlocutores de ese diálogo de la vida: Dios, yo mismo, nosotros, y que también nos da la conciencia de ubicarnos.

    Podemos tener muchas ilusiones y montajes mentales, pensar que somos más que otros porque sabemos, tenemos o podemos, pero en realidad, Jesús nos baja del pedestal y nos redimensiona. Sobre la dignidad humana, nos enseña que todos somos iguales y diferentes. La única relación que acepta es la igualdad entre los mortales. Somos hermanos y a partir de ahí nos relacionamos con Dios como Padre con todas nuestras necesidades integrales. Esto, en automático, nos convierte en indigentes existenciales.

    Jesús dice que somos personas en camino, que no estamos llamadas a vivir siempre aquí porque tenemos pendiente una vida plena y definitiva en la vida eterna. Entonces, somos migrantes, somos caminantes y somos hermanos porque compartimos el camino de la vida. Nadie puede decir que no es migrante.

    Somos indigentes existenciales porque todos tenemos las mismas necesidades básicas, que no son las necesidades superfluas inventadas por el sistema capitalista, sino las reales, mínimas, como la alimentación, el agua, el aire, el sol. Todos debemos cubrirnos por el calor y por el frío. Dependemos del descanso y dependemos de los demás. Nadie puede vivir sin los demás. Los pobres dependen por amistad, por humildad; los ricos dependen de los pobres, pagando sus servicios. Un magnate tiene las mismas necesidades que una persona muy pobre, pero él no se da cuenta porque tiene pagado su servicio.

    Somos indigentes existenciales porque, aunque no lo queramos reconocer, somos dependientes de Dios. Tarde o temprano, en algún momento de nuestra vida, tenemos que reconocer que Dios existe y que todo lo demás es relativo. Voy a poner un ejemplo: si lees con atención El universo y el doctor Einstein, de Lincoln Barnett, te quedarás con una sensación diferente de tu ubicación cósmica porque te hará ver que en el mundo y con toda la grandeza que puedes ver en las construcciones, en el dinero y el lujo, estamos sobre un polvito flotando en el universo. Eso es la Tierra: un polvito flotando en el universo, pero que se sostiene gracias a esa fuerza misteriosa que Einstein nunca pudo explicar porque él era un hombre de fe. Respetaba los alcances de la ciencia y creía en Dios.

    — ¿A usted qué experiencia concreta le dejó esa lectura?

    — Me ubicó y me hizo relativizar todo. Es una parte de la ciencia que te dice un dato exacto. No sólo explica el movimiento y la famosa ley de gravedad, sino que profundiza en lo que es la Tierra, de ahí que diga que estamos parados sobre un polvo flotando en el universo. Nosotros pensamos que esta ubicación geográfica que tenemos lo es todo, pues no. Necesitamos redimensionarnos para saber que somos indigentes. Si no entendemos eso, estamos desubicados y no podemos tener una visión importante.

    Por eso insisto que, para una construcción de paz, en primera, hay que ubicarnos en la conciencia existencialmente, aceptar que somos caminantes, que somos migrantes, hermanos en el camino e indigentes y, en segunda, descubrir el orden que Dios ha creado.

    Hay mucha gente que se dice atea, pero hay cosas que no se pueden explicar tan fácilmente o que no se pueden explicar. Como ejemplo, pongo mi caso: algo que me apasiona es la ley de la entropía. Me fascina ver cómo es posible que las células poseen toda la información que tiene cualquier otra célula, pero ¿qué es lo que hace que unas células se comporten para ser nariz y no otra cosa?, ¿qué es lo que hace que otras células se comporten para ser manos, huesos y cabello? Hay un orden. También me sorprende la maravilla del sistema inmunológico. Aquí es cuando empezamos a entender quiénes somos, quién es el otro y quién es Dios. Una vez que se ha comprendido la identidad de los interlocutores en el diálogo de la vida, todo es más fácil porque es cuando se entiende que todos somos diferentes, pero iguales.

    — ¿Comprender eso es la paz?

    — Es parte de la conciencia, pero la paz también significa respeto, significa justicia. Para hacer algo, no te puedes basar en la desgracia o desventaja de los demás. El amor es el principal lente por el cual miras la vida y miras todo. Entonces, viéndolo desde ahí, si camináramos en el mismo proceso, llegaríamos a las paces parciales, que son pequeños avances, para después llegar a la paz total.

    — ¿Y cómo podemos detectar esos avances?

    — Cuando logramos fruto de consenso de la conciencia, del amor, de la solidaridad, cuando creamos estructuras que garantizan el mínimo de derechos humanos y de cuidado por el otro, el mínimo de bienestar para que todos estemos bien, es un signo de paz. Naciones Unidas es paz por ser una convención internacional que nos da unas reglas mínimas de juego para poder convivir como humanos y como hermanos también.

    — Es decir, ¿la construcción de paz tiene que ver con la manera en la que nos relacionamos?

    — La paz es el fruto de las relaciones de vida de amor y respeto con Dios, con nosotros mismos, con los seres humanos, pero también con la naturaleza. Tú no puedes hacer a un lado a la naturaleza. La naturaleza es vida: vida vegetal, animal. Está conformada por seres vivos, aunque no nos entendamos, pero tenemos que cuidarla porque vivimos junto con ella, no en una propiedad, sino en nuestra casa. La vida es prestada y por eso somos pasajeros, somos transitorios, y los que vienen atrás la necesitan. Por eso tenemos que dejar una casa sana, limpia ordenada y bien equipada. Algo que admiro y aprendo de los gringos es cuando usan las cosas y las dejan limpias para quienes llegan. Ésa es una gran enseñanza porque así es la naturaleza. En cambio, en México dejan los trastes sucios sin importar quién llega después.

    A la naturaleza, hay que cuidarla como si fuera sagrada porque el dueño es Dios y los usuarios somos nosotros. Por eso no debemos contaminarla. Es inmoral y monstruoso que algunos magnates o países ricos piensen que, por el hecho de tenerla, ya pueden disponer de ella, horadarla, contaminarla o destruirla. Nada más mira esas horribles mineras de Canadá que vienen y dejan todo destrozado, la comunidad dividida y confrontada para recoger el oro y largarse. Y es más monstruoso que el gobierno esté de acuerdo y lo permita bajo el nombre de la autoridad.

    Amor y paz

    — ¿El amor y la paz van de la mano?

    — No puede haber paz si no hay amor. El amor es el ingrediente número uno de las relaciones con Dios, conmigo mismo, con los demás y con la naturaleza. San Francisco amaba a la naturaleza y se hermanaba con ella. Otro concepto de percibir lo sagrado es hermanarse como parte de un orden que da vida y que da sentido a todo.

    — En ese sentido, ¿Dios es una experiencia?

    — Sí.

    — Entonces, a la mejor los ateos no han tenido la experiencia…

    — Creo que sí. Yo ya no puedo hablar de ateos. Hay ateos que son más creyentes. Una persona se puede decir atea, pero luego resulta que es la más comprometida con los derechos humanos y voluntariamente da su vida por los demás. Así que yo creo que sí puede haber ateos, pero del Dios oficial. Son ateos de ese Dios que les choca, que no checa con la justicia y la inclusión. En cambio, he conocido personas religiosas que son ateas prácticas porque creen en Dios, pero pisotean los derechos de los demás. Pongo un ejemplo: Donald Trump. Él es religioso, pero mira cómo trata la obra de Dios y cómo trata a los demás. Es un religioso ateo práctico porque desprecia a las mujeres, a los migrantes, a los homosexuales y a las personas que no son de su raza.

    — ¿Ser indigentes nos da un sentido de humildad?

    — Sí, claro, pues somos humildes. Santa Teresa decía: La humildad es andar en verdad, y fíjate de dónde viene la palabra humildad: Humus, que quiere decir lodo. Es nuestro origen, somos del lodo, pero, además, la humildad te dice la verdad.

    Un indigente es una persona que vale mucho, pero no por eso deja de considerar su indigencia porque es parte de

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1