Desigualdades. Mujer y sociedad
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Desigualdades. Mujer y sociedad - Linda Rosa Manzanilla Naim
Primera edición: 2020
D. R. © 2020. El Colegio Nacional
Luis González Obregón 23
Centro Histórico
06020, Ciudad de México
www.colnal.mx
isbn
digital: 978-607-724-396-0
Correos electrónicos:
publicaciones@colnal.mx
editorial@colnal.mx
contacto@colnal.mx
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación debe ser reproducida, almacenada en algún sistema de recuperación de datos o transmitida en cualquier forma o mediante cualquier medio eléctrico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación u otros medios, sin el permiso escrito previo del editor.
Hecho en México / Made in Mexico
Índice
Prólogo
Concepción Company Company, Linda Rosa Manzanilla Naim y María Elena Medina-Mora
I. Mujer y trabajo
Presentación
Linda Rosa Manzanilla Naim
¿Qué pierde México al no favorecer la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo?
Silvia Giorguli Saucedo
Un panorama de la discriminación en México
Alexandra Haas Paciuc
Cerrar la brecha de género: el rol del derecho
Luz Helena Orozco y Villa
Participación de las mujeres en los ámbitos laboral, profesional y ejecutivo
Gina Zabludovsky Kuper
II. Mujer y salud
Presentación
María Elena Medina-Mora
Una mirada a la desigualdad de las condiciones de vida de las mujeres en México
Rosario Cárdenas
La sociedad, la violencia, el alcohol, la mujer y la recuperación de la identidad
Guillermina Natera Rey
La doble carga de la violencia hacia las mujeres en México
Luciana Ramos Lira
La situación de la infección por
vih
en las mujeres
Patricia Estela Uribe Zúñiga
III. Mujer, educación y cultura
Presentación
Concepción Company Company
El papel de la mujer en instituciones culturales y científicas
Silvia Torres Castilleja
Equidad de género e instituciones científicas
Julia Carabias
Un Colegio Nacional misógino
Sabina Berman
Mujer, educación y trabajo
Patricia Galeana
La violencia, la gran desgracia de México
Sara Sefchovich
Prólogo
Inequidad, discriminación y violencia han sido una constante en la historia de la humanidad. Desarrollos en ciencia, tecnología y cultura a lo largo de siglos han creado mejores sociedades y mejores ciudadanos, sin duda, pero no han logrado erradicar ni desigualdades ni discriminación ni violencia, particularmente contra los grupos considerados minorías. La discriminación ha sido causa de la permanente exclusión social del otro, un otro conformado siempre por colectividades etiquetadas como minorías, que lo son, claro está, dentro de un tiempo histórico y de una sociedad y espacio dados.
La mujer, sin ser minoría biológica, en tanto constituye 50% o, incluso, algo más de la población mundial, ha sido tratada secularmente como minoría, motivo por el cual ha sido secularmente objeto de exclusión, de maltrato y de discriminación por parte del otro 50% de la sociedad, el hombre. El trato inequitativo se ha producido a lo largo de la historia tanto en ámbitos privados como públicos, tanto en el nivel individual como en el institucional, ya que las instituciones han sido constituidas y encabezadas históricamente por hombres. Es más, la propia mujer ha asumido, con más frecuencia de la deseada, sea de manera consciente o inconsciente, un rol social secundario y de dependencia respecto del hombre porque ella misma cree o, más bien, le han hecho creer que es minoría y que son normales el maltrato y la exclusión, en tanto que tiene asumido que el patriarcado es la estructura usual o no marcada de la sociedad. Si todas las inequidades son inadmisibles, la de género es una de las que más urge erradicar porque marca, discrimina y excluye a 50% de los seres humanos.
Desde el siglo xx, se están produciendo cambios muy importantes en el acceso de la mujer a nuevos ámbitos sociales que, hasta hace un siglo, le estaban prácticamente vedados. Así ocurre con el acceso a la educación, la salud, la igualdad de oportunidades laborales, la igualdad salarial, la igualdad de derechos ciudadanos o la igualdad política, en suma, el acceso a las mismas oportunidades de calidad de vida que ha tenido el hombre por siglos. Estos cambios se han producido, y se siguen produciendo, de forma muy acelerada en la segunda década del siglo xxi, y se están manifestando, las más de las veces, como masas feministas que protestan y reivindican, con hartazgo y enojo, los mismos derechos que el hombre, que reclaman el cese a la violencia de género y piden a gritos el ascenso y empoderamiento social de la mujer. Y se están produciendo, hay que decirlo, cambios muy relevantes en cómo los hombres conciben la relación con la mujer, en cuanto a respeto y horizontalidad.
Nuestro país reproduce los problemas de inequidad, discriminación y violencia antes esbozados y reproduce también, como es lógico, las nuevas manifestaciones de colectivos de mujeres que reclaman equidad de género, no exclusión y un alto a la violencia contra la mujer. En México, estos problemas, para no pocos aspectos de la vida ―trabajo, salario, salud, deserción escolar, violencia, etc.―, se muestran de forma aguda y negativa, ya que, en América Latina, México es uno de los países que despliega muy bajas cifras de inclusión, y con no poca frecuencia ocupa los primeros lugares en exclusión y también en violencia. Muy elevadas tasas de feminicidio, tardío acceso a la salud, muy altos números de embarazo adolescente, con el directo correlato de desmesuradas cifras de abandono escolar en la adolescencia temprana, una marcada brecha salarial, además de fuerte discriminación a la mujer por raza, color o fenotipo, son una constante cultural, política y social en México.
El libro que ahora tiene el lector en las manos, Desigualdades. Mujer y sociedad, aborda varios de los aspectos relativos a la desigualdad de la mujer en nuestro país y muestra el fuerte rezago en temas de equidad de género. Es resultado de las Segundas Jornadas Sociedad y Mujer que fueron convocadas por quienes firmamos este prólogo y que tuvieron lugar en El Colegio Nacional a lo largo de los meses de marzo, abril y mayo de 2018. La fuerza de los movimientos feministas, coincidentes con el término de la segunda década del siglo xxi, era una adecuada motivación para reflexionar, hacer diagnósticos y realizar balances de los muchos ángulos de la desigualdad en México. Para ello, invitamos a varias reconocidas especialistas que aportaron datos precisos, estadísticas y reflexiones sobre la situación y condiciones de la mujer en México, quienes, las más de las veces, precisaron tal situación con la comparación con otros marcos geográficos, sociales y culturales.
El libro está organizado en 3 apartados, a manera de ejes que agrupan temas o problemas relacionados: Mujer y trabajo
, Mujer y salud
y Mujer, educación y cultura
. Cada uno está presentado por una de las coordinadoras de las jornadas y de este libro. Los 13 textos que lo integran son, en su mayoría, versiones ampliadas y enriquecidas con nuevos y más datos respecto de las orales presentadas en aquella ocasión. El balance general de los 13 trabajos es que México está lejos de alcanzar un estatus de igualdad para la mujer; sin embargo, también muestra que los esfuerzos realizados en las últimas décadas constituyen avances muy importantes en cuanto a equidad, de manera que la perspectiva, si bien no es halagüeña en el futuro inmediato, es esperanzadora para imaginar un porvenir más equitativo para la mujer en la sociedad mexicana.
Concepción Company Company
Linda Rosa Manzanilla Naim
María Elena Medina-Mora
Miembros de El Colegio Nacional
La desigualdad de género yace en la base de la mayoría de las sociedades presentes y antiguas. Los grupos sociales asumen de manera diferente la participación de las mujeres en el acceso tanto al poder económico como al político. La mirada hacia el pasado cuando hablamos de las oportunidades que las mujeres tuvieron en el trabajo artesanal y en la política es esclarecedora. En Egipto, algunas aprovecharon coyunturas particulares para acceder al poder y ser representadas como faraonas; el caso de Hatchepsut es emblemático. No fue así en Mesopotamia, donde el poder estuvo siempre en manos masculinas.
Si dirigimos la mirada a la Mesoamérica prehispánica, hay contrastes claros: en el centro de México, el ámbito del poder político estuvo cerrado para las mujeres, que estaban confinadas en las casas, al cuidado de los niños. Destacan las representaciones de las teotihuacanas con sus hijos en cunas; sin embargo, en el propio Teotihuacan, debido al carácter multiétnico de dicha sociedad, podemos ver que en los centros de barrios multiétnicos —generalmente escenarios de trabajo de hombres— había un pequeño porcentaje de mujeres adultas enterradas. ¿Quiénes fueron estas mujeres? Muchas eran artesanas foráneas tan diestras que pudieron competir con los hombres en las labores de multiespecialización. Mientras las señoras teotihuacanas estaban en los conjuntos multifamiliares llevando a cabo labores domésticas, las mujeres de otras procedencias podían trabajar en los centros de coordinación de los barrios como artesanas.
En ocasiones, algunas señoras teotihuacanas de élite se representaron haciendo rituales de siembra, como generalmente lo hacían los hombres en los centros de barrio. En el mural del Tlalocan de Tepantitla las vemos caminando hacia el ídolo de cuyas manos surgen gotas de agua. Asimismo, podían representar deidades del agua en su aspecto terrestre, o bien, diosas de la fertilidad.
Si observamos lo que pasaba en otras regiones, encontraremos contrastes con lo referido para el centro de México. Las señoras nobles de la Mixteca eran las portadoras del linaje de gobierno, que pasaban a sus hijos varones; sin embargo, en la región maya, hubo casos de reinas que encabezaron centros urbanos; uno emblemático fue la señora Xoc, esposa del rey Escudo Jaguar II.
Siendo Mesoamérica un crisol de pueblos, detectamos diferencias en el peso que la mujer tenía en los ámbitos económicos y políticos. Podemos pensar que la mujer participó activamente en las labores de intercambio de bienes, hecho que culmina hoy día con la tradición de las señoras del istmo de Tehuantepec, quienes son empresarias prósperas.
Si bien en el pasado remoto de Mesoamérica se proponía que las mujeres encabezaran el ritual doméstico, y los hombres, las ceremonias a las deidades, en ocasiones vemos representaciones excepcionales de mujeres que hacían rituales de fertilidad, emulando a los hombres que tiraban semillas con líquidos, como mencionamos para Teotihuacan.
No tenemos medios para evaluar por qué algunas mujeres pudieron aprovechar las oportunidades de trabajo que se les presentaban y otras no. El registro arqueológico también es mudo en cuanto a la discriminación que las mujeres pudieron sufrir en cuanto a su participación en espacios públicos. No hay forma de afrontar estas realidades en los contextos arqueológicos; sin embargo, sabemos que, con la llegada de algunos adelantos tecnológicos —como el arado y el torno de alfarero— que llevaron la revolución urbana
a Mesopotamia (detallada por Vere Gordon Childe con precisión), actividades en las que anteriormente participaban mujeres se tornaron masculinas. El paso de la coa al arado y de la manufactura de cerámica por modelado al torneado son dos ejemplos. La mujer perdió espacios de trabajo e interacción en las ciudades.
Linda Rosa Manzanilla Naim
¿Qué pierde México al no favorecer la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo?
Silvia Giorguli Saucedo
El Colegio de México
El tema de la desigualdad de género aparece constantemente en el debate público aunque, a pesar de los múltiples diagnósticos que existen, las formas para superarla de manera sostenible, no reversible y rápida son menos evidentes. Las desigualdades se reflejan en el acceso diferenciado de las mujeres a las oportunidades educativas, las desventajas en el mercado de trabajo en cuanto a salarios, condiciones laborales y oportunidades de movilidad, en los obstáculos a la participación de las mujeres en el espacio público y en la mayor vulnerabilidad que enfrentan las víctimas de diferentes formas de violencia de género (doméstica, laboral, en el transporte público, entre otras). Se reproducen también en lo cotidiano a través de la persistencia de una división del trabajo tradicional que distribuye de forma desigual el tiempo dedicado a la reproducción del hogar y al cuidado de niños, adultos mayores y enfermos.
Son muchos los cambios institucionales y culturales que se requieren para ir enfrentando las diferentes expresiones de la prevaleciente desigualdad de género. Sin embargo, hay dos en especial que pueden considerarse detonadores de otras transformaciones: el acceso a la educación y el empoderamiento económico a través del ingreso al mercado de trabajo. Son detonadores en la medida en que favorecen el acceso de las mujeres a recursos simbólicos y materiales que les dan mayor autonomía y la capacidad para tomar decisiones, tanto en el ámbito público como en el privado.
La eliminación de las desigualdades de género es, sin duda, un asunto de justicia social y de respeto pleno de los derechos para la mitad de la población del país; adicionalmente, hay otro aspecto que la propia ideología de género ha invisibilizado y que tiene que ver con las contribuciones actuales y potenciales por parte de las mujeres al desarrollo del país. Dicho de otra forma, el país pierde al excluir a las mujeres del ámbito público, de la participación en cargos directivos en las empresas, en puestos de toma de decisión en espacios políticos, en la academia, en la ciencia, en la tecnología; pierde también al no enfrentar los obstáculos que impiden la participación plena de la mujer en estos espacios, entre ellos el laboral.
En el caso particular de México, son notables los avances en algunas dimensiones, como en el ámbito educativo, donde las brechas han disminuido en las últimas décadas. Paradójicamente, este cambio en el nivel educativo y otras transformaciones sociales no se han visto reflejadas aún en una mayor participación de las mujeres en el mercado de trabajo. De hecho (y como se verá más adelante), la tasa de participación laboral femenina (tplf) de México ha tenido pocos cambios en las últimas décadas y se mantiene notablemente más baja que la de otros países de América Latina. ¿De cuántas mujeres y de quiénes hablamos cuando nos referimos al potencial aporte de ellas al desarrollo económico del país? ¿Qué evidencias tenemos de los retos pendientes en la educación y en la participación laboral de las mujeres? Sin pretender un análisis exhaustivo, en este trabajo se presentan algunos datos con el objetivo central de responder a ambas preguntas; en concreto, se presenta una fotografía sobre las mujeres adultas en edades laborales (15 a 64 años de edad) y su participación en la educación y en el mercado laboral.
Las mujeres en México en la segunda
década del siglo xxi
De acuerdo con la Encuesta Intercensal de 2015,¹ en ese año había 61.4 millones de mujeres. La gran mayoría de ellas, 40.6 millones, se encontraban en el rango de lo que se ha definido como edades laborales (entre los 15 y 64 años). Cerca de 1 de 4 mujeres era menor de 15 años y 7.5% estaba en el rango de adultas mayores (mujeres de 65 años y más). La estructura por edades de México en 2015 (gráfica 1) denota ya la transición demográfica que ha ocurrido en el país durante las últimas 4 décadas. Las generaciones más jóvenes (0 a 5 años) son de menor tamaño que las anteriores y, entre las mujeres en edades laborales, se observa una concentración en los grupos más jóvenes (15-19 y 20-24 años).
Si nos concentramos en las mujeres en edades laborales, la pirámide de la gráfica 1 nos ilustra dos procesos paralelos. Por un lado, este grupo incluye a las mujeres pioneras del cambio en la fecundidad en México y sus hijas, quienes mantuvieron el patrón de reducción en el número de hijos promedio. En 1970, las mujeres mexicanas tenían en promedio 7 hijos al finalizar su vida reproductiva. Esta misma cifra había descendido a 3.4 en 1990 y a 2.3 hijos por mujer en 2014.² Además de los efectos de la caída en la fecundidad sobre la dinámica demográfica (en concreto, en la reducción de la tasa de crecimiento poblacional), ésta también implicó cambios relacionados con la situación de la mujer. El menor número de hijos, se asumía, estaría también relacionado con una reorganización del tiempo y una menor demanda de cuidados.³ Por lo general, se espera que el descenso en la fecundidad favorezca la integración de las mujeres al trabajo remunerado.⁴ Aunque sería muy arriesgado establecer una relación causal directa entre la fecundidad y la participación laboral de las mujeres (por ejemplo, ambos procesos responden de alguna manera a los aumentos en la escolaridad), en el caso mexicano sí existe una coincidencia con cierto desfase temporal entre el descenso en el número de hijos promedio por mujeres (en los años setenta) y el aumento, una década después, en la tasa de participación laboral femenina (durante los ochenta).
Por otro lado, la pirámide refleja bien lo que los demógrafos definen como bono demográfico. Por algunas generaciones más —al menos hasta el año 2030, según estimaciones del Centro Latinoamericano de Demografía (Celade)—,⁵ México mantendrá bajas tasas de dependencia.⁶ La pirámide muestra que las generaciones de mayor volumen de mujeres se ubicaban entre los 10 y los 25 años en 2015. Esto puede verse como un reto y una oportunidad de manera simultánea. En primer lugar, seguirá incrementándose de forma importante la demanda de empleo por parte de la población joven, hombres y mujeres, lo que sumado al desempleo y a la