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Tiempos sombríos: Violencia en el México contemporáneo
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Tiempos sombríos: Violencia en el México contemporáneo
Libro electrónico348 páginas4 horas

Tiempos sombríos: Violencia en el México contemporáneo

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México atraviesa uno de los períodos de violencia más intensos de su historia moderna. En su último informe de 2018, el Instituto Heidelberg para la Investigación Internacional de Conflictos mencionó a México como el único país de América que se encuentra en guerra.

Hace mucho que la multiplicidad de formas de violencia que acontecen diariamente y de forma masiva en México rebasaron los marcos conceptuales que intentaban describirlas. Por eso, cada aporte en este libro es un atrevimiento conceptual desde los márgenes discursivos que intenta dar cuenta de lo que la violencia suprime y oculta en cada uno de sus actos.

Ante la violencia excesiva y la degradación del cuerpo humano que se enuncia bajo el concepto de brutalidad; ante ese evento espacial violento que son las fosas clandestinas; ante la vulneración y destrucción de la materialidad espacial que es la ciudad, enunciada bajo el concepto de urbicidio; ante la herida abierta de la comunidad que busca a sus desaparecidos, ante la insensibilidad institucional y la incapacidad por nombrar y hacer justicia a las víctimas, este libro propone pensar las violencias desde un espacio de duelo compartido que contemple el sufrimiento. La fragilidad expuesta del poder y el Estado ante las violencias contemporáneas traza el mapa que recorre este volumen, en una geografía irregular de daños, vacíos de poder y excesos de fuerza, evidencia de los tiempos sombríos que vive México.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 sept 2021
ISBN9789876919784
Tiempos sombríos: Violencia en el México contemporáneo

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    Tiempos sombríos - Arturo Aguirre Moreno

    Presentación

    Arturo Aguirre Moreno y Juan Carlos Ayala Barrón

    Tiempos sombríos es resultado de dos años de trabajo permanente desde diferentes espacios de reflexión y con diversos enfoques de aproximación convergentes. Se trata del diálogo sostenido por investigadoras e investigadores de latitudes diversas, tanto geográficas como científicas. Encuentros, debates, lecturas y cartas fueron ingredientes en el proceso de elaboración de este libro, que tiene por finalidad propiciar marcos de comprensión sobre eventos de violencia extrema, generados desde saberes situados en contextos de conflicto en México.

    En cada trabajo, seminal de ideas o en su propio esfuerzo de consolidación teórica, puede percibirse el carácter limitado de sus alcances frente al desborde de violencias que se encuentran activas y en metamorfosis constante. El daño a la materialidad del cuerpo humano y al espacio edificado, la transmutación de la cultura en la relación con las dinámicas de poder y brutalidad, así como las dinámicas de vulneración sociopolítica y criminal que se cierne sobre las mujeres en la actualidad, y, finalmente, la fragilidad expuesta del poder y el Estado ante las violencias contemporáneas trazan el mapa que recorre este volumen, en una geografía irregular de daños, vacíos de poder y excesos de fuerza, evidencia de los tiempos que corren.

    La publicación de estos trabajos suma a los esfuerzos que en México y otros países se realiza, siempre con la finalidad de denunciar, desnormalizar, testimoniar y generar marcos teóricos apropiados, en aras de la reflexión y resolución de violencias en el período más criminógeno que ha conocido la humanidad.

    Extendemos nuestros agradecimientos a la Universidad Autónoma de Sinaloa, así como a la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, por el respaldo institucional brindado a esta publicación y a los trabajos de la Red Nacional de Cuerpos Académicos: Violencia, Cultura y Poder, que son el suelo fértil de un intercambio internacional y de análisis comparado con investigadores de países como Alemania y Estados Unidos.

    Ciudad de México, julio de 2019

    1

    EL CUERPO EXPUESTO: DE LAS FOSAS CLANDESTINAS A LAS CIUDADES

    Fosas clandestinas y espacio crítico en el México actual: filosofía forense ante prácticas eliminacionistas

    Arturo Aguirre Moreno

    1. Esta colaboración explora la violencia extrema en el México reciente a partir del abordaje teórico de un evento espacial violento: la fosa clandestina. Su contexto es de poco más de doce años de esta intrahistoria de la violencia gestada y en despliegue dentro de variaciones conflictivas en lo social, cultural, político y económico que ha crecido en intensidades impensadas (en antagonismos y hostilidades; también en cantidades de homicidios, así como en las formas diversas de aplicación en la brutalidad ejecutada; en el cambio y la emergencia de los motivos para matar –ONC, 2016: 19–, en la cantidad de agentes de violencia extrema, lo mismo que en la heterogeneidad de las víctimas directas e indirectas, en las armas y prácticas de aniquilamiento, tanto de la violencia homicida como del ensañamiento con el cadáver) (Guerrero, 2018: 31-29).

    De cara a ello, en este trabajo se propone la construcción teórica y vital de un espacio crítico¹ sobre experiencias de sufrimiento social, y se realiza un análisis mínimo de teoría comparada de la fosa –en cuanto estructura espacial de enterramiento–, en la que se presentan conceptos como el cuidado, la memoria y la protección de los muertos, frente a las fosas clandestinas que evidencian el empeño en la producción del anonimato, el olvido y el abandono de las víctimas.

    La violencia, desde esta situación, es enfocada filosóficamente al conjunto de actores y pacientes, al uso de fuerza excesiva (violencia aplicada contra individuos, grupos, colectivos, localidades, sectores poblacionales), pero enfatiza la base de un espacio reconstruido cualitativamente sobre la desarticulación de los vínculos entre los vivos y de estos con los muertos: la desrealización de comunidad en su corpotemporalidad interrumpida constantemente en la victimogénesis letal de la violencia en cuestión. Así, se trata, entonces, de la propuesta de una filosofía que desarrolla la exploración conceptual, a partir del análisis teórico, técnico y práctico de la violencia homicida centrada en una perspectiva amplia de la violencia material extrema que atiende al daño, a la denigración ontológica del cuerpo de la víctima en la brutalidad administrada (Cavarero, 2009: 58), por lo cual persigue llamar la atención sobre la muerte en un proceso extremo de hostilidad social fratricida y recrudecimiento de conflictos sociales (Arteaga, 2013: 33-36).

    En este horizonte de conflicto, nuestra reflexión sobre las fosas clandestinas en México se suma a los esfuerzos por la reterritorialización (Soja, 2008: 326-331), entendida como una respuesta crítica para la reestructuración desde colectivos e individuos que hablan y trazan espacios urbanos, rurales, regiones, sectores, culturas, espacios dolientes específicos (Ovalle y Díaz Tovar, 2016). Dicha reterritorialización entiende el espacio como espacio crítico, donde la acción espacial reconstruye no solo las relaciones entre cuerpos, sino, además, la propia manera de practicar el espacio, apropiárselo en formas de resistencia y/o adaptación performativa, o bien en la posibilidad de ser despojado, confinado o inhibido en su despliegue espacial bajo situaciones de amenaza o violencia efectiva en cartografías del miedo (Gregory y Pred, 2007: 5).

    Dicha reterritorialización contrasta con la idea de espacio como una extensión homogénea e indiferenciada, un continente universal de cuerpos físicos, en un continuo, ilimitado, tridimensional y homoloidal (Nicol, 2007: 50-51); un espacio en el que la anchura, altura y profundidad son las cualidades comunes de ese espacio; por ello, más que un espacio euclidiano, o la afirmación trascendental o el espacio constructivista del idealismo, este espacio crítico, que da pie a la reterritorialización, es lugar que no puede ser enteramente ajeno a la existencia de cuerpos espaciales: suelo, tierra como espacio vivido y viviente, receptivo y producido simultáneamente, en el cual la existencia humana se entrelaza con el espacio como lo común y propio, como exploración y experimentación espacial (Llorente, 2015: 46) en el trazado de caminos, en la lectura de las estrellas; pero, también, en la edificación de estructuras y la incisión térrea para el resguardo de los cadáveres; espacio apropiado para vivir y morir, en la cualidad y reinvención de sus referencias, interacciones y relaciones.

    Habrá de anotarse que el espacio crítico hunde su raíz conceptual en la idea del espacio construido –es decir, aquello que se compone y se crea en compañía de otros– y debe ser pensado desde el término mismo de con-struere, en cuanto no puede hacerse por un individuo solitario o aislado. Espacio de interacción, multiplicidad y simultaneidad. Aquí, la voz es de Doreen Massey (2005: 9) con sus proposiciones sobre el espacio:

    Primera: que reconocemos el espacio como producto de interrelaciones, constituido a través de interacciones, desde la inmensidad de lo global hasta lo íntimamente pequeño […] Segunda: que entendemos por espacio la esfera de la posibilidad de la existencia de la multiplicidad, en el sentido contemporáneo de la pluralidad, como la esfera en la cual distintas trayectorias coexisten; como la esfera, por tanto, de la heterogeneidad coexistente. Sin el espacio no hay multiplicidad, sin la multiplicidad no hay espacio […] Tercera: que reconocemos el espacio como lo que está en permanente construcción. Precisamente porque el espacio bajo esta lectura es un producto de relaciones-entre, las cuales están necesariamente envueltas en prácticas materiales realizándose, siempre en proceso de ser realizadas.

    Entonces, construido y expuesto a partir de interrelaciones e interacciones, el espacio es la posibilidad de lo polivalente y heterogéneo donde conviven diferentes trayectorias (Lefebvre, 2013: 54). Espacio construido a partir de las interacciones y constructor de posibles prácticas espaciales que se llevan a cabo: siempre dinámico y plural en el proceso de reconstruirse, pues nunca está finalizado ni definitivamente cerrado para la intervención de los otros.

    Se sugiere, de esta forma, que la filosofía y las ciencias humanas en general en México pueden hacer suyo el debate, la confrontación y el giro del espacio crítico frente al espacio fisiográfico concebido y blindado en el país con la representación a distancia satelital del territorio. Es decir, la idea de que el espacio es marco y contenedor de vivencias en regiones, urbes y ruralidades, en distancias que mantienen en su sitio territorios de disputa criminal, rutas de trasiego, parajes de exterminio (en rancherías, baldíos, basureros o sierras): territorios de letalidad ajenos a la vida concentrada en las grandes urbes securitizadas y blindadas; espacios donde los criminales se matan entre ellos y donde eso sucede lejos (en los puntos de un mapa que indica kilómetros de distancia entre la brutalidad y la vida activamente productiva).

    En este marco, el giro del espacio crítico tiene como tarea explorar otros criterios que resistan a la astringencia de aquellos parámetros de reduccionismo simbólico georreferenciado que no se limitan a representar, sino a edificar una idea espacial tan hegemónica como aséptica de espacio abstracto con cualidades y significaciones continuas, dadas de una vez por todas, que transige a otras territorialidades posibles de vivencia y acción, como son el miedo, la memoria y el dolor. Así, puesto que la reterritorialización implica considerar actos de violencia que interfieren, lo mismo que alteran y transforman, nuestras maneras de pensar las profundas relaciones que guardamos entre los vivos, de los vivos con los muertos, y de los vivos con el recuerdo de los muertos en su relación con los que aún no han nacido en México (Keane, 2000: 62-72).

    2. La violencia letal ha crecido en complejidad durante los últimos doce años bajo el signo de un conflicto de alta intensidad con crisis violenta en el marco de la guerra contra el narcotráfico (Fuentes, 2012: 34-38) y continuado bajo la nominación de la lucha contra el crimen organizado por parte de las autoridades del gobierno mexicano (Guerrero, 2015: 21-28); quienes accionaron exponencialmente a las fuerzas materiales del Estado, después de que las fuerzas formales (actores, instituciones y las dinámicas legales, ministeriales y de mediación de conflictos) fueron superadas, en parte por un acelerado adelgazamiento estatal (Villoro, 2001: 19), propio de las últimas tres décadas.

    Poco más de doce años de un proceso de violencia sin esplendor, sin caudillos y sin fin; antes bien, caos, orfandad, pánico y muerte, ante los cuales, a falta de categorías para la experiencia de violencia extrema –eliminacionista, exterminadora y de crisis humanitaria–, ha sido el recuento de informes nacionales e internacionales, así como la labor periodística, lo que nos ha permitido avanzar en la constatación de que esto que se vive en México rebasa, por mucho, un problema interno de seguridad acotado al enfrentamiento entre policías y criminales con daños colaterales (gráfico 1).²

    Gráfico 1. Ejecuciones de crimen organizado

    Fuente: SESNSP.

    En tal panorama, no ha de sorprender que sean las estadísticas y la información noticiosa (con índices alarmantes de periodistas asesinados a causa de su labor investigativa) las que hayan tomado el papel protagonista en estos años, para permitirnos advertir lo que la violencia hace (Proceso, 2012; Trejo y Ley, 2015: 30-36), cuando nos fallan los criterios para cuestionar lo que la violencia es (como estructura, dinámica, factores y con elementos emergentes).

    Esto tiene varios motivos, pero uno señalado puede ser la profunda carencia histórica, y también filosófica, para pensar las violencias contemporáneas en México desde enfoques de daño interpersonal, sin justificaciones de la gran historia o reducciones estructuralistas y/o esencialistas, desde constructos como la comunidad, el Estado y la enemistad sociopolítica, que se ofrecieron desde la modernidad para hacer de la violencia un ejercicio válido, legítimo y/o recurrente (González Calleja, 2012: 21-57). Estas justificaciones operaron –y en gran medida siguen haciéndolo en su remanencia atrayente– como ejes discursivos de explicación o deslinde de las más variadas violencias: violencias de interacción (físicas, psicológicas o lingüísticas), violencias sociales (estructurales o simbólicas) y violencias organizadas (colectivas). Igualmente, en el marco práctico-social la instrumentalización de la violencia (en cuanto instrumento de sometimiento o de elevación histórica forzada de unos colectivos sobre otros o bien de medio de emancipación), lo mismo que las teorías socioontológicas de la violencia (soporte versátil de los más variados racismos, xenofobias, antisemitismos y etnocentrismos), fueron y deben ser llevadas a fuertes críticas bajo la construcción permanente de criterios y en atención al desenvolvimiento social de la violencia (Staudilgl, 2014: 2-3).

    A su vez, hay ausencia de una construcción teórica en marcos de comprensión sobre la forma de administrar los afectos, la vida y la muerte (Butler, 2010: 228-252), pero a esto se suma la falla de las hipótesis sobre el monopolio de la fuerza (Bovero, 1985: 48-56), o la astringencia de la cultura en relación con prácticas violentas contra el cuerpo vivo y muerto (Reguillo, 2012: 36-46), aspectos que se tratan de discutir en este aporte.

    El análisis de los hechos violentos y sufrimientos sociales en México padece lo que a nivel mundial en el siglo XX los estudios sobre la violencia sobrellevaron como carga de prejuicios, enfoques, tradiciones y omisiones. Aquí la voz, en torno a las relaciones de teorización entre violencia y política contemporáneas, es de John Keane (2000: 16-17):

    … sería una locura ignorar o subestimar el problema de la violencia. Entre las muchas paradojas que ofrece este siglo está la escasa tendencia de la teoría política contemporánea (incluida la democrática) a reflexionar sobre las causas, los efectos y las consecuencias ético-políticas de la violencia, definida, grosso modo, como la agresión gratuita, y en una u otra medida intencionada a la integridad física de una persona que hasta ese momento vivía en paz […] Los intentos informales de dotar de significado a las teorías antiguas sobre la materia se han atascado inmediatamente en la confusión semántica, la indiferencia política o la marcada preferencia académica por el análisis de las teorías de la justicia, el comunitarismo o la historia de ciertos lenguajes políticos agonizantes. Pese a la abundancia de estudios sobre las guerras mundiales y civiles y otros conflictos violentos, lo cierto es que la reflexión política va a la zaga de los hechos empíricos. Naturalmente, la enorme violencia que ha soportado este siglo sería capaz de hacer un pesimista al más entusiasta de los filósofos; puesto que los optimistas escriben mal (Válery) y los pesimistas escriben poco, se comprende el silencio de los profesionales de la teoría política que han padecido su crueldad. Sin embargo, en otros ámbitos de la profesión resulta sencillamente imperdonable, porque o bien los teóricos de la política son incapaces de reflexionar sobre hechos dolorosos o bien olvidan la experiencia del dolor y, al contrario que la mayoría de los seres humanos, pueden mantenerse por encima de la piedad animal que siente el testigo del sufrimiento físico de otra persona.

    En el contexto contemporáneo de México se ha puesto en marcha (como muestra el volumen que está en las manos del lector) un proceso de reflexión que indaga y rastrea, en las ciencias humanas y sociales, otras claves de comprensión y análisis de la violencia. En esta dimensión del dolor, en las espirales de sufrimientos y emergencia de espacialidad doliente, México es sui géneris en las constelaciones de desapariciones forzadas, secuestros, masacres, linchamientos, torturas, feminicidios, trata de personas, desplazamientos forzados, homicidios, todo lo cual da cuenta de violencias que no son motivadas (a diferencia de lo que plantea Keane, y aquí lo sui géneris) por ideologías políticas o religiosas, sino por la disputa de fuentes, redes y rutas de capitalización económico-política; una reordenación de las relaciones sociales a través de crímenes cometidos por funcionarios coludidos en todos los niveles institucionales, otras veces por civiles ilícitamente empoderados (armados, así como territorialmente desplegados) y otras más en complicidad de ambos frentes, funcionarios y civiles, como agentes de violencia extrema en masa (Reveles, 2014).

    Así, en esta profesión filosófica que actualmente teoriza la violencia en México, se da cuenta de que este estudio es también el de la escritura testimonial del sufrimiento en su registro y limitada comprensión, ante los cambios, intensidades y espirales de la crisis humanitaria en el país, cuyo conflicto intraestatal deja a un amplio sector civil bajo amenaza y a las víctimas de facto indefensas, sin la capacidad de recurrir a cortes internacionales o apoyo supraestatal.

    De ahí que, en gran medida, precisemos pensar la violencia actual desde un saber situado, cuyas consideraciones sobre el espacio y los agentes territoriales de esas prácticas espaciales contribuyan al cambio y la emergencia de nuevos enfoques. Adviértase que los eventos de violencia generan, desde sí, nuevas agendas de trabajo de investigación, tanto individual como en grupos, pues estamos ante un territorio de terrores activados que se incrementan no solo en número, sino que, además, su presencia se amplía en más localidades de México (gráfico 2).³

    Gráfico 2. Datos de homicidios dolosos generado por el Instituto Belisario Domínguez, 2017

    Fuente: Senado de la República, noviembre de 2018.

    3. En este sentido las prácticas eliminacionistas, de exterminio y desarticulación-resistencia espacial de violencia en México albergan similitudes estructurales con procesos de violencia extrema de aniquilación ampliamente estudiados (genocidios desde los Genocide Studies). Sin restar singularidad, especificidad y excepcionalidad a cada evento de violencia, y más allá de sus particularidades, rasgos comunes se visualizan en ciertos eventos, en cuanto a su implementación, diseño, producción y consecuencia. Así lo menciona Daniel Feierstein (2011: 35):

    El eje no gira en el aniquilamiento de poblaciones, sino en el modo peculiar en el que se lleva a cabo, en los tipos de legitimación a partir de los cuales logra consenso y obediencia y en las consecuencias que produce, no solo en los grupos victimizados –la muerte o la supervivencia–, sino también en los mismos perpetradores y testigos, que ven modificadas sus relaciones sociales, a partir de la emergencia de esta práctica. Y es en esto en lo que difiere de procesos de aniquilamiento de población más antiguos, así como otros procesos de muerte contemporáneos.

    Con esta orientación, Feierstein (2011) perfilará el concepto de aniquilación como práctica social, con la expectativa teórica de no cosificar y mostrar el dinamismo, los agentes, las víctimas, los símbolos y conceptos que intervienen en procesos que requieren entrenamiento, perfeccionamiento, legitimación y consenso (36); por lo cual difieren de una práctica automática o espontánea. La idea de la práctica social de aniquilación, así, sugiere la idea de un proceso en desenvolvimiento que se inicia antes del aniquilamiento material (53); por mencionar algunas similitudes con nuestro contexto enunciemos los marcos conceptuales sobre cómo se dispone a las víctimas en la construcción de la otredad (216); además, están el mencionado contexto del adelgazamiento del Estado, en las instancias, los agentes, los organismos y las instituciones encargados, en teoría, de prevenir, contener, inhibir y sancionar procesos de aniquilación;⁴ las relaciones diluidas de confianza y actuación entre civiles con sus adelgazadas instituciones políticas y gubernamentales, la suspensión de la cotidianidad en el habitar por la amenaza permanente a la aniquilación: del lado de las víctimas, la imposibilidad de la cotidianidad y la agresión permanente e inesperada generarán muchas veces el deseo del propio encierro, la búsqueda del aislamiento (226), el asesinato y la desaparición material de los cuerpos (235), que son cuerpos espaciales de interacción, dinamismo y reacción, tanto social como política, pero, antes que todo, en su dimensión ontológica de estar-en-relación.

    La aniquilación funciona, así, como la extinción física, psíquica, sensorial, social, jurídica e histórica de ese cuerpo autoapropiado en su despliegue existencial con su propia forma de reconocimiento enunciado (un nombre) pero también con sus autodeterminaciones y performatividades en las prácticas espaciales diversas y polivalentes dentro de sus contextos de acción; en suma, la desaparición de seres humanos, la producción no solo de su muerte, sino de su definitiva «desaparición» material (la de sus huesos, su piel, sus dientes, cualquier rasgo de su existencia) (236). Esta es la violencia material a cuerpos espaciales de dinámica e imprevisible interacción: el cuerpo humano expuesto, abierto a la relación.

    4. Deben enfatizarse los esfuerzos desde la filosofía contemporánea por repensar el cuerpo en esta apertura y exposición, en su vulnerabilidad y su resistencia. Bajo esta clave nos apoyamos en el ya citado Henri Lefebvre (2013: 240-255), quien considera que el cuerpo debe ser pensado como un escape del pensamiento analítico que desglosa lo cíclico y lo lineal; puesto que la disociación del cuerpo como totalidad (subjetiva y objetiva) tiene, así, la nominación diferenciada y fragmentada de las partes del cuerpo, de las etapas de su desarrollo; dando una desarticulación de la integridad del cuerpo, y de este con otros cuerpos, así como de las actividades en el mundo. Jean-Luc Nancy es otro autor pertinente en tal horizonte problemático desde la filosofía. Para Nancy (2003: 16):

    Los cuerpos no son de lo pleno, del espacio lleno (el espacio está por doquier lleno): son el espacio abierto, es decir, el espacio en un sentido propiamente espacioso más que espacial, o lo que se puede llamar todavía el lugar. Los cuerpos son lugares de existencia, y no hay existencia sin lugar, sin ahí, sin un aquí, para el éste. El cuerpo-lugar no es ni lleno ni vacío, no tiene ni fuera ni dentro, como tampoco tiene partes, totalidad, funciones o finalidad […] Es, eso sí, una piel diversamente plegada, replegada, desplegada, multiplicada […]. Bajo estos modos y bajo mil otros (aquí no hay "formas a priori de la intuición, ni tabla de las categorías": lo trascendental está en la indefinida modificación y modulación espaciosa de la piel), el cuerpo da lugar a la existencia.

    Las consideraciones (críticas y deconstrucciones) sobre el cuerpo, en sus interacciones y despliegues espaciales, al interior de la reflexiones sobre las prácticas de aniquilación en México, vienen a colación porque los márgenes y grados de violencia registrados en el territorio mexicano han requerido un sistema, tanto de eliminación como de ocultamiento de cuerpos (sea con la finalidad de entorpecer posibles investigaciones –aunque ya están superadas las capacidades estatales en investigación o hay una omisión absoluta a investigar–, o para distorsionar y confundir sobre la magnitud del daño, o bien para generar dinámicas de terror en lo singular y pánico en lo colectivo hacia las poblaciones por parte de la delincuencia organizada).

    Así, las fosas clandestinas son umbral en la puerta de un acceso intensamente particular: cómo se configuran las relaciones socioespaciales ante las fosas clandestinas y qué disposición a habitar se produce en aquel cuerpo espacial ante la amenaza latente de ser aniquilado. Hablamos de las fosas localizadas y de las otras que permanecen ocultas, incontables e impensables (quizá imaginables y posibles ante un paisaje vulnerado como producción forense, véase el artículo Paisajes forenses de Anne Huffschmid en este volumen) que hacen patente la intensificación del conflicto, así como la transformación de la violencia ejecutada, que se gestó en estos años desde la excepcionalidad de su accionar a la sistematización del poder y control del espacio público a través de la muerte en territorios de letalidad (imagen 1) (Schmidt, Cervera y Botello, 2017: 81-95).

    Imagen 1. Los cincuenta municipios más letales del país

    Fuente: elaborado por Mónica Ayala, México Evalúa, 2017.

    5. Los registros de fosas clandestinas en México, como estructura paralegal o ilegal de enterramiento, promovidos por conflictos de control territorial entre la delincuencia organizada (esa complicación y complicidad constituida de bandas delincuenciales fuertemente armadas, cooperación civil, poderes estatales y organizaciones empresariales), han sido una constante fractal en lo que va del siglo XXI.

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