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Letras hilvanadas: cómo se visten los personajes de la literatura argentina
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Letras hilvanadas: cómo se visten los personajes de la literatura argentina
Libro electrónico140 páginas2 horas

Letras hilvanadas: cómo se visten los personajes de la literatura argentina

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Inteligente, divertido, agudo, erudito y desprejuiciado: cada uno de esos términos cabe para Letras hilvanadas. Cómo se visten los personajes de la literatura argentina, de Victoria Lescano. De Arlt a Puig, de Aira a Silvina y Victoria Ocampo, de Mansilla a Bioy Casares, y de Fray Mocho a Hebe Uhart, entre muchos más, Lescano describe el modo en que la moda, la indumentaria, la vestimenta, y más aún el estilo, aparecen en los textos de la literatura argentina. Ensayo literario y también de crítica cultural, para Lescano pensar las vidrieras de los negocios de medias que fascinan a Roberto Arlt en El juguete Rabioso, la factoría de plumas en Ema la cautiva de Aira bajo el modo de los usos y costumbres drag, o el cuarto infantil de la pequeña Victoria Ocampo convertido en pasarela de moda a lo Chanel, es sobre todo un modo de entrever la literatura argentina como un largo recorrido de excentricidades y prosas radicales.
Sofisticado, ameno y exhaustivamente documentado, Letras hilvanadas va en busca del mito fundante de la literatura argentina: volverse absolutamente singular.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 may 2014
ISBN9789873731624
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    Letras hilvanadas - Victoria Lescano

    Lescano

    Creaciones Roberto Arlt

    Querida Mirtita, aquí te mando un pedazo de media, se puede lavar con agua caliente y durarán un año, si le ponés un papel verás que se puede leer a través de ella, garabateó Arlt, el inventor y escritor en una carta dirigida a su hija. La misiva fechada en enero de 1942 simboliza además de un legado fetichista, el resultado de una de sus obsesiones en torno a la moda: la búsqueda de una fórmula para crear unas medias cuya trama resistiera el paso del tiempo y el uso sin rasgarse. Cuando las dueñas de varias pensiones cuyas lúgubres piezas oficiaron de fashion lab de medias decidieran abruptos finales de contrato por temor a que las instalaciones estallasen en el intento, Arlt logró construir un tallercito experimental y una posible marca llamada Arna –desarrollada con la complicidad del actor Pascal Nacaratti y compuesta por la sumatoria de las iniciales de sus inventores–. El atelier definitivo para sus medias galvanizadas funcionó en Lanús y las herramientas para semejante creación consistieron en un barómetro, una pierna de aluminio y otra de madera: la colección de medias de Arlt fue patentada el 17 de octubre de 1934 y respondió a la denominación Sistema de Galvanización de Medias. Sus creaciones fueron asociadas con la textura de la piel del pescado y comparadas con otro elemento acuático, los trajes de neoprene que acostumbran usar los buzos; sin duda los prototipos de medias Arna se anticiparon un siglo al furor de los leggings –calzas derivadas de la ropa deportiva que en 2010 irrumpieron como atuendo todo terreno y desplazaron el uso de medias–; hay modelos que inspiraron a Levi’s para emular su clásico jean de cinco bolsillos y otras más discotequeras y glam atiborradas de estampas color oro y plata, tonalidades que hubieran cautivado al escritor inventor. En septiembre de 2013 la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, vestida con un par de calzas negras como si fuese un pantalón de su colección sartorial –durante un acto político en el centro recreativo lindante a los bosques de Ezeiza–, las llevó con zapatos de taco, un top holgado al tono y un collar de perlas; el recurso de estilo ingresó a las columnas de política, que de inmediato hicieron crítica de moda. Es vox populi que en tiempos de guerra, cuando la materia prima para medias se destinó a la realización de paracaídas, las costuras se simularon con crayones para delinear ojos. Aplicar rápido y sin presión para que luzcan parejas. Si la sorprende la lluvia y se empiezan a borrar las líneas espere a que la piel se seque, aconsejó en 1943 la publicación Good Housekeeping. Los ardides para simular medias se extendieron a recetas caseras a base de jugo de achicoria, aunque también fue muy anhelada Fin 200, la loción de Elizabeth Arden que prometió resistencia al barro y a la nieve; tal vez la más codiciada fue Cyclax Stockingless Cream, pese a que en ocasiones tiñó de amarillo algunas prendas y algunas piernas. Con iguales dosis de astucia porteña e inocencia, Arlt se anticipó a los experimentos que transcurrían en diversos laboratorios textiles de los Estados Unidos: en septiembre de 1938 un grupo de científicos dirigido por Wallace Carother anunció una fórmula de seda de laboratorio destinada a suplir las medias cuya vida útil nunca superaba las ciento treinta horas; los laboratorios Dupont lo llamaron nylon y el 15 de mayo de 1940, el primer día de comercialización de las medias, se vendieron cuatro millones de pares.

    Las medias y la ropa interior no fueron ajenas a la prosa arltiana ni a sus descripciones: Silvio Astier, el protagonista de El juguete rabioso, al realizar un bochornoso trámite por el microcentro, no calló su conmoción al vislumbrar los escaparates de las casas de moda con sus piernas calzadas de finas medias y suspendidas de brazos niquelados. Valiéndose de expresiones afines a las de la publicación fetichista Bizarre (publicada entre 1948 y 1957 por el fotógrafo, escritor y dibujante John Willie), cuando el dependiente de la librería de usados abandona la sordidez del altillo provisto por el patrón y decide pernoctar en una pieza de hotel regido por la categoría amuebladas por un peso, Arlt describió una experiencia de moda y travestismo. La representó su compañero de habitación, que vestía irreprochablemente y desde el rígido cuello almidonado, hasta los botines de charol con polainas color crema, el sobretodo con forro de seda, pero cierta fragancia grasienta se desprendía de su ropa negra. No vaciló en preguntarle si acaso sus galas no estaban sucias. Y la respuesta a ese interrogante predijo tanto los preceptos del punk como de la cultura grunge: Está de moda, a muchos les gusta la ropa sucia. Agregaría que cuando el joven drag dejó caer sus ropas, vio que portaba largas medias de mujer.

    La sinfonía de inventos con la etiqueta Arlt bocetó una posible tintorería para perros y un proyecto para metalizar los puños de las camisas. Vestido con una corbata azul, que había sido planchada y enmendada por su madre y en el transcurso de una entrevista laboral, Silvio A. enumeró algunas de sus creaciones: Un señalador automático de estrellas fugaces y una máquina de escribir con caracteres de imprenta lo que se dicta porque si medimos con un galvanómetro de tangente la intensidad eléctrica producida por cada vocal y consonante, podemos calcular el número de amperios vueltas. Mientras que en relación al funcionamiento del Proyecto Rosa de Cobre, Erdosain manifestó: Se toma una rosa y se la sumerge en una solución de nitrato de plata disuelto en alcohol. Luego se coloca la flor a la luz que reduce el nitrato a plata metálica, quedando la rosa cubierta de una finísima película metálica, conductora de corriente. Luego se trata por el común procedimiento galvanoplástico del cobrado y, naturalmente la flor queda convertida en una rosa de cobre. Tendría muchas aplicaciones. Y entre ellas deslizó un tip de moda: se la podía usar tanto como un pin o como una joya para adornar la superficie de los sombreros. El método de galvanoplastia que Arlt predicó como si se tratase del corte al bies ideado por Madeleine Vionnet (un ardid de corte y confección realizado sobre un pequeño maniquí de telas trabajadas a 45 grados) tomó prestados artilugios de los procesos electroquímicos ideados circa 1740 por el médico y físico italiano Luigi Galvani, como resultado de descargas eléctricas sobre las patitas de difuntas ranas; las fórmulas de la galvanización irrumpen en el vasto inventario de actividades de sus personajes.

    En el desfile de estilos porteños avistados por Arlt, las prendas están representadas con gestos histriónicos dignos de una campaña de moda costumbrista; el argumento admite tanto al librero avaro que al negociar cada compra sacaba el dinero de los bolsillos de su chaleco con gestos dramáticos, cual una modelo que recibió instrucciones de algún diseñador previo a exhibir un atuendo, un mandamás vestido con un deshabillé con alamares de madreperla y bocamangas de nutrias, hace foco en el usuario de un cuello negro o palomita y alpargatas negras al tono que lleva el mozo de un bar, así como acentúa los cambios indumentarios de El Rengo –del paso de un foulard rojo y las alpargatas con flores al cuello de tela y un flamante par de botines, su armadura indumentaria en el intento del fallido y delatado robo en El juguete rabioso–. Mientras que en Los siete locos el astrólogo porta un guardapolvo amarillo similar a los ropajes de algún sacerdote budista y la camisa y el saco de seda de Rufián Meláncolico ilustran su disfraz de proxeneta. No omite la exaltación del fashion povera ni los extraños trucos para desafiar la ausencia de abrigo: Silvio Astier llegó a cubrirse el cogote con una bufanda, simuló una frazada con bolsas de arpillera rellenadas con trapos inservibles e improvisó una almohada con fundas de papel de diario, valiéndose de los botines.

    El interrogante ¿Por qué anda usted tan mal vestido? oficia de carta de presentación del desaliño de Erdosain, que entre otros indicadores indumentarios ostentó cierto goce por el uso de zapatos rotos. Ya te dejé la ropa preparada, cambiate el cuello, siempre le hacés pasar vergüenza a una, argumentó quien fuera su mujer, minutos antes de abandonarlo por otro hombre. Y para enfatizar su desgano hacia la vestimenta, se añadió que pese a sus frecuentes fraudes carecía de las cosas necesarias para el mediocre vivir: de ropa interior a zapatos y corbatas.

    En las Aguafuertes porteñas irrumpen descripciones de atuendos para el ocio festivo de los sábados, muy lejos de los modismos celebratorios y festivos de Tony Manero, el personaje de John Travolta en el film Fiebre de sábado por la noche; por el contrario, al hombre que durante un sábado inglés –dícese de la jornada de descanso desde el mediodía de ese día– en su deambular por el microcentro porteño viste: Corbata que toda la semana permanece embaulada. Traje que ostensiblemente tiene la rigidez de las prendas bien guardadas. Botines que crujían. Lentes con armadura de oro para los días sábados y domingo. Tan cuidadosamente lustrados tenía los botines que cuando salí del coche no me olvidé de pisarle.

    La cofradía de las costureras tampoco estuvo ajena a sus cavilaciones. En La muchacha del atado las adjetiva flacas, angustiosa y sufridas y acerca de su modus operandi, dirá: Todos los días, a las cinco de la tarde tropiezo con muchachas que vienen de buscar costura. El polvo de arroz no alcanza a cubrir las gargantas donde se marcan los tendones y todas caminan con el cuerpo inclinado a un costado, la costumbre de llevar el atado siempre del brazo opuesto. El trabajo de ir a buscar costuras las mañanas y las tardes inclinadas sobre la Neumann o la Singer (las máquinas de coser más populares) haciendo pasar todos los días metros y más metros de tela terminando a las cuatro de la tarde para cambiarse, ponerse el vestido de percal, preparar el paquete y salir, salir cargadas y volver a lo mismo, con otro bulto que hay que pasarlo por la máquina.

    La compostura de los ropajes y la función de manto protector representada por el sobretodo no estuvieron ajenas a sus observaciones "han venido días tibios. No sé si se han

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