PAUL SMITH UNA MIRADA CON ARTE
Una figura larga se eleva en mitad de la estancia con el pelo enmarañado, anteojos de carey y una sonrisa franca. “El desorden que ves en mi despacho nutre mis ideas”, dice Paul Smith (Reino Unido, 1946). Es una cueva de recuerdos, cargada de tesoros de lo inesperado. Un gabinete de curiosidades donde se amontonan sus peculiares colecciones (cámaras, velocímetros, robots...) e infinidad de regalos de fans. Como la carta de un niño, enmarcada, que le pedía al hombre cuya marca viste, que le hiciera una camiseta para su hámster. Junto a esta misiva, la foto del niño y su mascota con las prendas que le confeccionó. Y es que este espacio vital y profesional es una invitación a contagiarse de creatividad. A excepción de una mesa central que aparece vacía. “Las chicas del estudio me tienen prohibido tomarla. Me dicen: 'Paul, esta tarde tenemos una reunión, ¿querrás que la gente se siente en algún sitio, no?’”. Su ligero
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