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La escalera de caracol
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Libro electrónico109 páginas1 hora

La escalera de caracol

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Información de este libro electrónico

Una prosa fluida que despierta curiosidad desde el comienzo. Un relato que esconde un misterioso secreto, una inquietante investigación con extraños encuentros y un sorprendente final.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 jul 2020
ISBN9788418307225
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    La escalera de caracol - Laura Gloria Santi Bertani

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Laura Gloria Santi Bertani

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    ISBN: 978-84-18307-22-5

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    .

    Vera había salido pronto de casa, así y todo aún estaba dudando si ir a ver al profesor Guardini. Hacía mucho tiempo que no tenía noticias de su antiguo profesor de literatura y filosofía y se había sorprendido cuando Susana, sobrina del profesor, le había telefoneado para decirle que el profesor quería hablar con ella con cierta urgencia. Al preguntar Vera por qué el profesor quería verla, Susana le dijo que él solo le había comentado que era para responder a su brillante alumna una pregunta formulada ya hacía unos cuantos años.

    Algo se había removido en su interior al escuchar aquella contestación y por ello ese día, aún con reticencia, se dirigía hacia la casa del profesor. Ya delante de la puerta, aún se preguntaba si llamar o no al timbre, cuando Susana la abrió, no porque la hubiera visto llegar, sino porque iba a salir.

    Las dos se miraron desconcertadas, luego se saludaron amablemente y Susana le explicó sin rodeos:

    —Mi tío está en su estudio, creo que ya sabes dónde es, y he dejado en la salita una bandeja con té y pastitas. —Y guiñando un ojo—. De las que le gustan al profesor. —Y se rio, luego añadió—: Me voy a mi casa, vengo a ver a mi tío dos o tres veces a la semana, aunque a veces ni se da cuenta de que estoy aquí, porque está enfrascado en sus estudios e investigaciones. Aunque en realidad vengo para ayudar a Rina, la gobernanta, que está con nosotros desde que tengo uso de razón. —Rio ruidosamente añadiendo—. Aunque tío Alberto diría que yo carezco de ese «elemento». —Y dibujó en el aire con los dedos índice y corazón unas hipotéticas comillas.

    Se despidió hablando atropelladamente sin dejar que Vera abriera la boca, añadiendo.

    —Quizás no coincidamos más, encantada de haberte conocido. El profesor estará impaciente. Adiós. —Y bajó los pocos escalones corriendo, dirigiéndose hacia la parada del autobús.

    Susana desapareció como una exhalación, pequeña, menuda, risueña, con una pizca de rebeldía en su actitud vivaracha. «¿Volvería a verla?», se preguntó Vera entrando en casa del profesor. Cogió la bandeja que le había indicado Susana y se dirigió hacia el estudio del profesor, que en realidad era la biblioteca. Vera llamó a la puerta y entró sin esperar respuesta. El profesor levantó la cabeza de sus libros y al verla exclamó con satisfacción:

    —¡Estás aquí! Bien, bien, bien… ¡Vamos, entra! —Y viendo la bandeja prosiguió—. Tomemos el té antes de que se enfríe. Tengo mucho que contarte, pero una sola respuesta que darte.

    Vera lo miró inquisitiva, pero el profesor no añadió nada más y se puso a servir el té, mordisqueando una pastita. Vera le imitó y se hundió en la butaca, que él le indicaba, deleitándose con el agradable sabor del té. El profesor le explicó.

    —Este té me lo envían, en exclusiva, de la India, es muy especial, no contiene teína y sí los pétalos de algunas flores exóticas muy aromáticas. —Y se recostó en la butaca con aire muy satisfecho. Al terminar el té, sin preámbulos, el profesor comenzó diciendo—: ¿Recuerdas cuando en clase hablábamos de los conocimientos de los antiguos?, tú me preguntabas de dónde ellos habían obtenido tales conocimientos. Y ¿por qué muchos se habían perdido a lo largo de los años, de los siglos, hasta nuestros días? —Vera solo asintió con la cabeza y una ligera sonrisa se dibujó en sus bonitos y bien proporcionados labios rosados, mientras el profesor proseguía—: Desde entonces he estado investigando y estudiando en profundidad los trabajos de Einstein, Hawking, Michio Kaku y muchos otros físicos cuánticos. —Y con sencillez le aclaró—: Acabo de sacarme un doctorado en física cuántica. —Y como para disculparse añadió—: Tenia demasiado tiempo libre y quería aprovecharlo. —Y sonrió tímidamente. Vera exclamó:

    —¡Profesor, siempre he creído que usted era un genio! —Y el profesor volvió a sonreír.

    —¡Vamos, vamos, no exageremos! —La cogió de la mano y la llevó hacia su mesa de trabajo diciendo—: ¡Gracias! ¡Gracias por aquella pregunta que dio un sentido a mi vida! Estoy satisfecho por haber comprendido. Y como dijo Sócrates: «Solo sé que no sé nada».

    Vera seguía callada, escuchando, expectante. Apoyó las manos sobre la mesa mirando la cantidad de papeles con apuntes, gráficos y fórmulas, acarició con sus largos y finos dedos las hojas esparcidas aquí y allá sin un orden aparente. Pero ella sabía que allí, en aquel desorden, había orden, conocía bien al profesor y sabía cómo trabajaba. Lo que aún no lograba entender era porque el profesor le mostraba todo aquello que para ella era un galimatías. Entonces, al ver su desconcierto, el profesor la invitó a sentarse nuevamente en la butaca y empezó a explicarle:

    —Los físicos han demostrado que vivimos en un universo múltiple, en pocas palabras, estamos y somos realidades holográficas. Lo que siempre han afirmado los hindúes, los budistas, esta vida es «Maya», una ilusión, una creación de nuestros sentidos. —Mirando a los ojos a Vera, preguntó—: ¿Me sigues? —Ella movió la cabeza afirmativamente, entonces el profesor prosiguió—: ¿Te das cuenta? Los antiguos, los filósofos griegos, decían lo mismo, pero con otras palabras. Las experiencias de los místicos son visiones de esas otras realidades. El teatro de la vida se desarrolla totalmente, aquí y ahora, en este mismo instante. No hay ayer, no hay mañana, porque siempre es una sucesión continua de hoy. De un estar presente. ¿Me comprendes?

    Vera por fin habló:

    —Lo que usted me dice es fantástico, nunca lo había visto así, es… es maravilloso… creo que voy entendiendo… aunque me siento mareada… tengo la sensación de que tanta información no quiere entrar en mi mente… pero al mismo tiempo es como si siempre hubiera estado en mi sentir. —Levantó sus ojos grises y escrutó la cara del profesor que la observaba inquieto al ver su repentina palidez, a pesar de su bronceado veraniego. Vera sacudió su corta melena color caoba y los rizos se alborotaron sobre su cuello. Entendía lo que el profesor le había explicado, pero a su cerebro le costaba procesar todos aquellos datos, sonrió pensando «¡Ni que mi cerebro fuera un ordenador! ¿O lo es?» y preguntó:

    —Profesor, ¿es posible comprender todo esto con… con un sexto sentido… humm… aunque el cerebro no lo haya procesado?

    El profesor aliviado suspiró profundamente, exclamando:

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