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En busca de la democracia: Pensando la movilización social en tiempos de grandes cambios
En busca de la democracia: Pensando la movilización social en tiempos de grandes cambios
En busca de la democracia: Pensando la movilización social en tiempos de grandes cambios
Libro electrónico369 páginas7 horas

En busca de la democracia: Pensando la movilización social en tiempos de grandes cambios

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Esta obra tiene el mérito de que los distintos textos que la componen, pese a no compartir el mismo método sí lo hacen en lo referente al objeto, comunicando la preocupación de que en buena parte del mundo existe hoy un enorme desencanto democrático, lo que lleva a diversos actores a desplegar acciones colectivas de tipo contencioso, o a emprender
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 sept 2021
ISBN9786074176933
En busca de la democracia: Pensando la movilización social en tiempos de grandes cambios
Autor

René Torres-Ruiz

Doctor y maestro en Ciencia Política por la Universidad Autónoma de Barcelona. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México. Es profesor-investigador titular de tiempo completo en el Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores del Conacyt. Profesor de asignatura en la licenciatura de Ciencias Políticas y Administración Pública en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Sus principales líneas de investigación se vinculan con los temas de democracia y ciudadanía; cambio político y participación; así como partidos políticos y sistema electoral. Es miembro de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política, de la Asociación Mexicana de Ciencia Política, de la Asociación Latinoamericana de Sociología, de la Latin American Studies Association y de la International Political Science Association. Ha sido conferencista en diversos congresos y foros nacionales e internacionales. Entre sus libros se encuentran: La senda democrática en México. Origen, desarrollo y declive del PRD, 1988-2018; Surcando la democracia: México y sus realidades; y Procesos socioculturales y políticos. Actores, ciudadanía y democracia.

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    En busca de la democracia - René Torres-Ruiz

    Imagen de Portada

    En busca de la democracia

    En busca de la democracia

    Pensando la movilización social en tiempos de grandes cambios

    René Torres-Ruiz

    (coordinador)

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA

    Índice de contenido

    Portadilla

    Legales

    Presentación

    Primera Parte. Experiencias y contexto internacional

    Los movimientos de las plazas en el decenio 2010. Más allá de los nuevos movimientos sociales.

    ¿Nueva Política? Partidos políticos, instituciones y movimientos sociales. La experiencia de España (2011-2017)

    Segunda Parte. El caso mexicano

    Los movimientos sociales como experiencias desnudas

    Subjetividad y democracia: las consecuencias biográficas de la acción colectiva

    Trabajadoras sexuales: estigma, identidad colectiva y acción política

    AMLO y las jornadas antidesafuero: un exitoso movimiento social en México

    ¿Insurrección o democratización?: la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca

    Si Zapata viviera con los muertos estuviera. Reflexiones a siete años del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad

    El recorrido de una propuesta: del EZLN y el CNI al CIG; de una vocera indígena a una candidata para 2018

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA CIUDAD DE MÉXICO.

    BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO

    D.R. © 2020 Universidad Iberoamericana, A.C.

    Prol. Paseo de la Reforma 880

    Col. Lomas de Santa Fe

    Ciudad de México

    01219

    publica@ibero.mx

    Primera edición: 2020

    ISBN: 978-607-417-693-3

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Hecho en México

    Digitalización: Proyecto451

    Presentación

    (para) defender la democracia cada día

    más amenazada, hay que organizarse

    y unir las miles de protestas sociales

    para que todos los arroyos de las protestas

    confluyan y formen un río caudaloso.

    GUILLERMO ALMEYRA (2019).

    IN MEMORIAM

    Lo primero que habría que preguntarse dado el título de este libro, y su propósito que aclararé más adelante, es: ¿quién o quiénes buscan la democracia? ¿Por qué la buscan? ¿Acaso se ha extraviado? ¿La han raptado o suplantado? ¿O simplemente nunca ha existido? No obstante, se escuchan voces que hablan de ella, la evocan o parecen evocarla, como si en verdad hubiese tenido una presencia en algún tiempo lejano (o cercano) y en un recóndito lugar del mundo, o bien, conviviendo con nosotros, en aquello que se ha dado en llamar democracias realmente existentes. Con seguridad algunos de los buscadores, de los que la rastrean, quisieran encontrarla, hallarla de verdad para comprobar sus atributos, o, en todo caso, para reinventarla (no sólo para darle retoques); o, quizá también, quieren encontrar eso que se ha llamado democracia y no lo es, pero puede llegar a serlo. Muchos de los que indagan son los propios ciudadanos, sin ellos —está claro— no hay tal democracia; quizá entonces sean, en efecto, los más interesados en que aparezca, en que se deje ver. Pero viene a cuento otra pregunta: ¿qué democracia buscan? ¿No será más bien que persiguen ideales, algunos de los cuales han crecido a la luz o a la sombra de eso que en distintos momentos y lugares se ha denominado democracia?

    Hoy en día, son distintos colectivos, varios los actores y movilizaciones sociales los que han buscado la democracia, los que han tratado de instaurarla de manera efectiva, o de reconstruirla, de reconfigurarla, de transformar sus cimientos institucionales, legales, de ejercicio del poder político, sus raíces valorativas (éticas) para, de verdad, convertirla en una democracia preocupada por los intereses, demandas y necesidades de los grupos populares, pero no sólo, también de otros sectores, de sectores que aunque pudiesen enarbolar intereses opuestos a los grupos marginados y vulnerables de las sociedades actuales pudiesen ser parte de éstas, incluidos y convocados al diálogo, a construir sociedades donde podamos vivir juntos, con enormes y manifiestas diferencias, pero juntos, impulsando una nueva fórmula democrática que tenga como eje articulador el diálogo, la deliberación, el intercambio libre de ideas.

    La democracia que los ciudadanos buscan es algo complejo, integrador. Podríamos decir que es la forma en que una sociedad se organiza para convivir, para sacar adelante pacíficamente sus problemas y diferencias en el marco del inevitable conflicto (Mouffe, 2012). Es, al mismo tiempo, una forma de conducirse por parte de los actores políticos y sociales, de las instituciones y de los ciudadanos, en donde esas acciones y conductas están regidas (o deben estarlo) por valores tales como la libertad, igualdad, diversidad, la ética del servicio público, la no corrupción, pluralidad, inclusión del otro o de los otros, no discriminación, solidaridad y la no violencia. Además, la democracia debe contar, para poder ser, con un Estado de derecho, con instituciones sólidas y confiables que tengan la fuerza suficiente para garantizar el ejercicio de todos los derechos ciudadanos sin cortapisas, esto es, una democracia sólo se da, y puede darse, en un marco institucional (el Estado en primerísimo lugar) capaz de permitir que los sujetos de derecho puedan hacer uso de sus libertades y derechos sin regateos ni constreñimientos de ninguna índole. El Estado debe garantizarlo sin miramientos, para eso está, para eso es. Pero lo que vemos en la actualidad no se parece a esto que describo. Como señalaba con razón el sociólogo polaco Zygmunt Bauman:

    Uno de los puntos débiles más notorios de los regímenes democráticos es la contradicción entre la universalidad formal de los derechos democráticos (conferidos a todos los ciudadanos por igual) y la no tan universal capacidad de sus titulares para ejercerlos con eficacia; en otras palabras, la brecha que se abre entre la condición jurídica de "ciudadano de iure" y la capacidad práctica de ciudadano de facto; más aún, se espera que los individuos superen esta brecha mediante sus propios recursos y habilidades, de los cuales es posible que carezcan, o bien efectivamente carecen, como ocurre en una inmensa cantidad de casos (Bauman, 2011: 23).

    De este modo, muchos de los movimientos sociales que hemos visto emerger en México, así como en otras latitudes, buscan, en efecto, una democracia que aparece de nombre, y por la que en nombre suyo se cometen arbitrariedades y barbaridades incontables. Una democracia con rostro descompuesto, desfigurado, más parecida a un sistema autoritario, mucho más cercano a su contrario (Greppi, 2012), colindante incluso a regímenes que reprimen, excluyen, limitan, discriminan, maltratan a la población, violan derechos humanos, se olvidan de ella para beneficio de unos cuantos, de los de siempre.

    Muchos de estos movimientos sociales están en esa búsqueda, en una lucha lúcida (en otras un tanto confusa y desordenada) que les permite ver las mentiras y simulaciones que permean nuestra vida pública afectando distintas esferas de la convivencia humana. En ese sentido no deja de ser admirable que, estos movimientos, a pesar de las adversidades que enfrentan sistemáticamente, representan, al mismo tiempo, la vanguardia para la transformación del orden social, político y económico. Muchas de esas acciones colectivas han impulsado en México (y en otras partes del mundo) procesos que pudieran llevar a la evolución de la política, tan urgente en nuestros días. La limpieza de las instituciones, el ejercicio responsable y transparente del poder político, la construcción de sintonías entre gobernantes y gobernados, el apego a la legalidad, más participación social y de mucho mayor calidad y, claro, trabajar para el cuidado y preservación de la dignidad humana son sólo algunos de los aspectos que deben modificarse en y desde los tan maltrechos ámbitos del poder político.

    Las movilizaciones sociales que se han presentado en México, como ayer lo hicieran los jóvenes del 68, han dado un paso adelante para cambiar a la sociedad, o por lo menos intentarlo. En 1968 los jóvenes tomaron la estafeta y, aun cuando sufrieron en grado sumo y pagaron su atrevimiento (muchos con su vida y otros con la pérdida de su libertad), su gesto y su gesta quedaron grabados en la historia de México. Hoy ha ocurrido algo similar con algunas de las luchas sociales recientes: el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que reveló tempranamente el fracaso del proyecto neoliberal, como apunta con acierto Jesús Suaste en este volumen; las jornadas antidesafuero encabezadas por Andrés Manuel López Obrador (AMLO), para evitar que el gobierno de Vicente Fox lo descartara de la carrera por la presidencia de la República en 2006, dejando al mismo tiempo al descubierto la verdadera vocación autoritaria de Fox y el Partido Acción Nacional (PAN); la lucha de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) en el 2006; las marchas multitudinarias que aparecieron en México en el 2011 con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD), exigiendo justicia para las víctimas de la violencia que se detonó en el país a partir de 2006 con el arribo ilegítimo de Felipe Calderón a la presidencia (véase Torres-Ruiz, 2019); o bien, lo sucedido en 2012 con el movimiento #Yosoy132 protagonizado por un conjunto de estudiantes provenientes de universidades tanto públicas como privadas en pleno proceso electoral de aquel año, exhibiendo la colusión entre Televisa y Enrique Peña Nieto y exigiendo, por igual, que tal situación se detuviera; y, de 2014 en adelante, las protestas, marchas, manifestaciones y copiosas movilizaciones populares encabezadas por los familiares de los 43 estudiantes normalistas desaparecidos de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, en Ayotzinapa. Sólo por mencionar algunas de las movilizaciones sociales más visibles y memorables que han tenido lugar en México en los últimos tiempos y que en algo han ayudado a transformar el país, o por lo menos a visibilizar sus enormes problemas.

    Hoy día, ante un severo trance de la humanidad en donde sobran las evidencias de que Algo va mal (Judt, 2010), imperando problemáticas como el déficit democrático, la crisis de representación, la desafección política, una pobreza lacerante y una desigualdad rampante, una debilidad estatal, carencia de una cultura de la legalidad, depauperación ciudadana, desatención y descuido, incluso desprecio de los gobiernos frente a los distintos derechos humanos y de ciudadanía, contextos de violencia incontrolable y profunda inseguridad, han surgido en distintas partes del mundo durante los últimos años diversas manifestaciones y acciones colectivas que protestan ante esta nueva realidad. Movimientos sociales, muchos de ellos anticapitalistas, antisistémicos, que protestan contra la globalización capitalista y sus agentes, que reivindican identidades, derechos y libertades, que exigen una mejor calidad de vida, luchas locales y globales que representan, sin duda, un mortal golpe a las ideas de democracia y desarrollismo económico tal como las expresaba la vulgata optimista y acrítica del statu quo.

    Estos movimientos del nuevo milenio, de modo simultáneo, cuestionan la instauración y funcionamiento de un modelo político, como lo es el de la democracia representativa de cuño liberal, que cada vez más hace patente su incapacidad, insolvencia y desinterés para resolver problemas y demandas sociales propios de nuestro tiempo. Una democracia representativa en relación muy estrecha con los intereses del neoliberalismo, un modelo político que propicia gobernar en el vacío, sin un respaldo popular amplio, y que genera una profunda indiferencia —como nos recuerda Mair (2015: 22)— hacia la política y hacia la democracia.

    La democracia implementada no hace tanto tiempo en gran parte de América Latina enfrenta en nuestros días una fuerte crisis. Así como llegó acompañada de truenos y centellas, envuelta en promesas que generaron grandes expectativas entre importantes segmentos de las poblaciones de estos rumbos, hoy despierta, cuando menos, escepticismo, si no es que una marcada desconfianza popular hacia los políticos, las instituciones y los gobiernos. Genera desapego, desafección o una importante indiferencia. Esto es así, entre otras cosas, porque los políticos defensores de la democracia liberal, aquellos que se dicen representantes, están cada vez más desvinculados de las situaciones vitales de los ciudadanos y sustentan su quehacer político en la corrupción, la mentira y el engaño, provocando enojo, rabia, frustración entre la población y pérdida de confianza institucional y social.

    De acuerdo con mi lectura, no se trata de desaparecer la democracia representativa, aunque algunos actores sociales —que van en aumento— piensan y sostienen que hay que abandonarla, renunciar a participar en los espacios institucionales que se han construido en torno a este modelo democrático, sin darse cuenta de que proceder de esa manera es dilapidar los muy significativos logros obtenidos con la lucha social de tanto tiempo. El verdadero problema es otro, me parece, y tiene que ver con que en los tiempos recientes hay, en efecto, una crisis muy profunda de representatividad que recorre las sociedades contemporáneas, y que nos hace pensar en la conveniencia de retomar la idea de la participación y la deliberación en el ámbito público por parte de la ciudadanía, en la implicación de los actores sociales en el espacio público en —como dice Habermas, 1998: 622— la apropiación normativa de las instituciones por parte de los ciudadanos y en que éstos ejerzan activamente sus derechos democráticos en forma específica de la participación y la comunicación. O, como propone Taylor (1989: 178), no siempre ser gobernado sino también gobernar, no siempre estar abajo pero tampoco arriba, es decir, que por lo menos durante algún tiempo nosotros seamos los gobernantes y no siempre ellos. Estas ideas no renuncian a la democracia representativa, convocan más bien a enriquecerla, a mejorarla mediante la participación.

    En nuestros días la acción colectiva en las sociedades modernas se presenta como un reclamo de los actores sociales que se ven y se sienten afectados y desplazados por la deficiente toma de decisiones de los políticos profesionales, que cada vez más se alejan, como decíamos, de los reclamos y necesidades de la población. En la actualidad, muchas de las movilizaciones sociales en el mundo (los indignados en España, el movimiento de resistencia Occupy Wall Street en Estados Unidos, el Nuit Debout en París o el #YoSoy132 en México) son resultado de ciudadanos deseosos de implicarse en la esfera pública, vigilar, denunciar y calificar a los tomadores de decisiones e involucrarse de manera directa en la toma de decisiones para romper el círculo perverso que desde hace tiempo nos envuelve a los ciudadanos de a pie desde el mundo de la representación. Es la democracia de control, dirá Rosanvallon (2007: 45-47), la democracia donde los ciudadanos deben ganar protagonismo.

    En las sociedades que verdaderamente se precien de ser democráticas la participación ciudadana en los asuntos públicos debe ser indispensable; bien vista, se requiere de ella, no para suplantar a la democracia representativa —decir eso es caer en un falso debate—, sino para complementarla, para mejorarla, para coadyuvar en la solución de los enormes y complejos problemas que aquejan a las sociedades de nuestros tiempos. En México, como en muchas sociedades del mundo, urge una ciudadanía robusta y participativa, con la capacidad para influir en el desarrollo de la comunidad política y de la sociedad, en la construcción del bien público. Participación y representación se necesitan una a la otra para darle viabilidad y sentido a la democracia (Torres-Ruiz, 2014).

    Estos actores sociales inconformes a profundidad con lo que ocurre en la actualidad, también rastrean los debates en torno a la democracia, sus definiciones, sus promesas incumplidas y el efecto de esto en la ciudadanía. Sus reflexiones, sus búsquedas andan en pos de una nueva realidad, una realidad que los lleve a constatar un deterioro democrático (para poder cambiarlo). Esta descomposición democrática propicia movimientos sociales que han mostrado una gran capacidad de resistencia, movilización y lucha, así como una enorme inventiva y destreza para innovar en lo referente a los repertorios de movilización y a sus estrategias de lucha.

    Hoy México atraviesa una de sus peores crisis políticas, sociales, económicas e incluso culturales. El país sangra y llora las muertes de miles y miles de personas atrapadas en una absurda y trágica guerra iniciada por el expresidente Felipe Calderón y continuada por el presidente Enrique Peña Nieto. Hoy el México de ayer, ese país que pudo haber albergado algunas esperanzas de paz, mayor igualdad, crecimiento económico y una justa distribución de la riqueza, reconocimiento de la pluralidad y diversidad, así como la protección, promoción y defensa de los derechos humanos, está padeciendo la terrible, inexplicable y pasmosa incapacidad e insensibilidad de sus gobernantes. El México de hoy, que será el México del mañana, está sangrando y padeciendo una criminalidad que ha alcanzado, ya, niveles de deshumanidad nunca vistos, y sólo comparables a los más nefastos, ignominiosos y cruentos acontecimientos y episodios experimentados en los genocidios. Hemos tocado fondo; el país entero se nos desgrana.

    La colusión y complicidad entre autoridades y criminales, la corrupción y su hermana que la alimenta, la impunidad, campean a sus anchas por todo el territorio mexicano, arrasando a su población y sembrando terror por todos y cada uno de los parajes por los que pasan. Mientras tanto, los gobernantes, aquellos señores del poder por los que votó la sociedad mexicana, esperando que fueran capaces de atender sus demandas más sensibles y sus exigencias más sentidas, la han traicionado. Hoy, los ciudadanos parecen encontrarse solos, por lo menos los que gobiernan no los acompañan y difícilmente se puede confiar en ellos. La distancia entre gobernantes y gobernados se abre cada vez más, es visible y muy profunda. Los gobernantes —así parece— decidieron seguir su camino, tomar sus propias decisiones para cubrir y atender sus intereses y necesidades particulares (o de grupo) y alejarse del soberano. Sin embargo, es cierto que los ciudadanos no están del todo solos, se tienen a ellos mismos, que son, en última instancia, los que sueñan despiertos en un México mejor, más justo, más equilibrado.

    No quiero decir que los gobernantes, la clase política, no puedan, e incluso deban ser incorporados en la solución; pero tampoco podemos perder de vista que son parte fundamental del problema. De manera que es muy probable que sea en la sociedad donde deba recaer la enorme e histórica responsabilidad de encontrar soluciones y darle cauce a esta tragedia humanitaria que vive México. Es en la sociedad donde podemos encontrar la solución a los devastadores problemas que hoy nos presenta la realidad. Hoy es tiempo de que la gente participe, se involucre y contribuya a construir otro país, un país que seguramente tendrá que surgir de las llamas que lo consumen. Se trata, a mi entender, de que la sociedad mexicana —los distintos sectores que la componen— se reconozca como un colectivo capaz de hacer algo para salvarse y salvar a los que vienen detrás, a los que no están pero estarán, y también, hacer algo en memoria de los que estuvieron pero ya no están ni estarán. Es el tiempo de la memoria; pero también de la acción que permita recorrer nuevos y mejores caminos, más altos y dignos derroteros. Es el tiempo de las marchas y movilizaciones como espacios de comunión, de expresión de sentires, como vasos comunicantes de lo social y concientizadores. Es momento de acciones colectivas, de razones compartidas, de dialogar, escuchar y aprender unos de otros. Muchos de los movimientos sociales que han emergido en México así lo han entendido y han puesto manos a la obra.

    La crisis actual de violencia que estamos viviendo es un aspecto que debemos considerar si queremos evaluar nuestra situación en torno a la democracia. Las decisiones tomadas por los gobiernos y las acciones implementadas frente a esta problemática muestran con enorme claridad la incapacidad e inoperancia de los gobernantes para dar respuestas satisfactorias a los problemas de la sociedad mexicana. Esto también deja ver la ingente corrupción y la impunidad, y, por supuesto, la complicidad entre autoridades y delincuencia. Frente a nosotros tenemos a gobiernos que cuentan con un amplio margen para tomar las decisiones de manera discrecional, tuercen la ley, pisotean las normas y manipulan las instituciones, aquellas que tendrían la función de obligarlos a rendir cuentas. Esas instituciones son endebles y poco efectivas; ello permite a los gobernantes no informar a la ciudadanía, y también no observar ni cuidar el cumplimiento de la ley. En México pocas veces se gobierna pensando en el bien común. Los gobernantes gozan de una amplia discrecionalidad e impunidad en el ejercicio del poder político, lo que pone en entredicho y en una situación de franca fragilidad a la incipiente democracia mexicana.

    El Estado debe asumir su responsabilidad de cuidar y proteger la integridad de su población; para eso se creó, no para otra cosa. Pero no ha sido así, el Estado de derecho brilla por su ausencia. El Estado mexicano es incapaz de cumplir con su principal cometido: cuidar la vida, seguridad e integridad de su población. El escenario actual es desalentador. Los actores políticos se dedican a desacreditarse y repartir culpas. Poco o nada han trabajado en la construcción de propuestas. Parecen estar más ocupados en encontrar elementos que sirvan para denostar a sus contrincantes políticos y en conservar sus espacios de poder y privilegios.

    El futuro del país, o de su democracia (si con el tiempo llegamos a tenerla —o el camino que hemos de recorrer para construirla, en todo caso—) se encuentra en los ciudadanos, en la sociedad independiente, en aquella que no tiene lazos con la descompuesta clase política, con los políticos profesionales que han dado una gran cantidad de señales y muestras de incapacidad, ceguera, indolencia, insensibilidad y desprecio frente a los problemas y tragedias que atosigan y laceran a la ciudadanía. Los vientos democráticos han de soplar con fuerza y vendrán de la gente, de las lágrimas derramadas, de las afrentas, de los lastimados, de los dolores más profundos, desde abajo, desde lo más hondo del dolor humano; desde ahí habrá de surgir un nuevo país y, quizá, un nuevo tipo de democracia.

    Si en verdad algún día hemos de ver el arribo de la democracia a México, con toda seguridad ésta no vendrá de palacio, hará su arribo de los campos, de las ciudades, de los estratos sociales más humillados y vilipendiados históricamente, de aquellos que por tantos y tantos años han padecido, o bien la indiferencia de los poderosos, o peor aún, el maltrato. Esa democracia tan anhelada vendrá de la gente que, a pesar de la adversidad, mantiene incólume su dignidad y sus deseos de cambio, de soñar con un mundo distinto, en donde seamos capaces de vivir juntos sin matarnos unos a otros, sin sentir miedo, sin leer todos los días en los periódicos o en las redes sociales que se descubren nuevas fosas con restos humanos, en donde hay masacres, donde se desgajan familias y se vulneran de modo sistemático los derechos humanos por parte del Estado.

    Cómo es posible que para el Estado mexicano lo inhumano, lo salvaje, la barbarie y las masacres se hayan convertido en normalidad. Esto es inaceptable desde cualquier óptica. Ninguna democracia puede arribar a ninguna sociedad mientras lo que prevalezca sea la desigualdad, la pobreza, la discriminación, la violencia, los asesinatos o las desapariciones forzadas. Mientras la dignidad humana sea pisoteada y no se ponga en el centro de los intereses, la democracia se mantendrá, mucho me temo, a una buena distancia de nuestra órbita vital.

    Ahora bien, para abordar algunos de estos graves problemas que tanto México como distintas sociedades del mundo experimentan en la actualidad, se han reunido en esta obra colectiva diversos trabajos escritos por reconocidos investigadores en estas temáticas. Textos originales todos ellos y que, aunque algunos son distantes en el tiempo, en la ubicación geográfica, o en cuanto al tipo de actor o demanda y tampoco comparten una metodología ni un mismo enfoque teórico, todos tienen un mismo hilo conductor: ser movimientos sociales preocupados por una profunda crisis de la democracia liberal y de su legitimidad política en las sociedades de nuestros tiempos, que se manifiestan de muy distintas formas, ocasionando una fuerte ruptura entre ciudadanos y gobiernos (Castells, 2017: 13-14), lo que se puede observar mediante diversas reacciones colectivas, que buscan en esencia instaurar un sistema de verdad democrático, más incluyente, justo y legal. Un sistema político, pues, que sea capaz de reconocer y reivindicar la dignidad de las personas.

    Entre las claves de lectura para el conjunto de la obra está el que, pese a no compartir todos los capítulos el mismo método, sí lo hacen en lo referente al objeto, es decir, comparten la preocupación de que en buena parte del mundo bajo la influencia de Occidente existe hoy (y desde hace lustros) un enorme desencanto democrático, lo que lleva a diversos actores a desplegar acciones colectivas de tipo contencioso, diría Tilly, que consisten en acontecimientos en los que algunas personas se reúnen en un lugar públicamente accesible y, de palabra, o de hecho, realizan reclamaciones contra otros, reclamaciones que, de llevarse a cabo, afectarían los intereses de esos otros (Tilly, 1990: 169). Muchas de esas acciones —la mayoría, quizá— (esto lo propone cada uno de los capítulos) se desarrollan teniendo como referencia la democracia que en realidad existe en relación muy estrecha con los intereses del neoliberalismo, y no les gusta lo que ven, por eso intentan colaborar en la construcción de algún tipo de democracia posible que sea mejor de lo que hoy tenemos mediante la articulación de tres componentes que, según Tilly (2004: 7), son justo los que definen un movimiento social: "1) campañas de reclamos colectivos a las autoridades; 2) un conjunto de actividades que incluyen formación de asociaciones con objetivos especiales, mítines, declaraciones a los medios y manifestaciones, y 3) representaciones públicas de la dignidad, unidad, número y compromiso de la causa". Así, una posible clave analítica para consultar este libro, que podría ayudar a reforzar su visión de conjunto, es que todos los textos muestran una cierta forma de resistencia frente a un modelo hegemónico, ya sea político o económico.

    No obstante, cabe puntualizar que esas formas de resistencia no siempre son exclusivamente colectivas, y aquí encontramos una confluencia entre algunos de los textos de esta obra. Es decir, autores como Pleyers, Poma y Gravante o Garza, establecen cada quien, en su capítulo, que los movimientos sociales son algo más que sólo episodios de protesta o conflictos con los poderes públicos. Pleyers, por ejemplo, nos dice que los movimientos sociales contemporáneos adoptan en ocasiones planteamientos performativos y prefigurativos del activismo mediante espacios de experiencia, entendidos como lugares distanciados de la sociedad capitalista que permiten a los actores vivir de acuerdo con sus propios principios, entablar relaciones diferentes y expresar su subjetividad. Gravante y Poma, basándose en análisis previos de Pleyers, establecen que los movimientos sociales generan cambios biográficos en las personas. Estos autores agregan que otro mundo posible empieza por cambios locales y personales. El activismo se construye alrededor de la experiencia, entendida en su doble sentido: la experiencia vivida y la experimentación, es decir, es la vía de la vía de la subjetividad la que también se hace presente en los movimientos sociales, teniendo, como decíamos, consecuencias biográficas y efectos en la vida de los individuos que han participado en algún movimiento, y que son por lo menos en parte reconducibles a la participación en estas actividades, señalan Poma y Gravante citando a Giugni.

    En el texto de Armando Bartra, la dimensión subjetiva también está presente en el análisis. Este autor asegura que el impacto de los movimientos no sólo se da a nivel estructural sino también a nivel de las subjetividades, en el cambio de las conciencias ciudadanas que luego aportarán para el cambio social. Por su lado, Manuel Garza, siguiendo esta misma línea de

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