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La maleta negra con lazos rosas
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La maleta negra con lazos rosas
Libro electrónico259 páginas3 horas

La maleta negra con lazos rosas

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Información de este libro electrónico

Desde hace 70 años, Laure no había vuelto a ver a Paul.

Al salir de Nueva York hacia París en busca de ese hermano desaparecido, Laure no se imaginaba que un encuentro imprevisto iba a poner en su camino, y en el de su investigación, ¡a cinco mujeres! 

Cinco mujeres, cinco personalidades y una historia que se desarrolla al ritmo de una novela policíaca, con una trama llena de giros, de entrañables personajes y de emoción. 

Cuando una maleta negra con lazos rosas altera los destinos y marca el comienzo de esta aventura humana. 

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 jun 2020
ISBN9781071539118
La maleta negra con lazos rosas

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    La maleta negra con lazos rosas - sandrine Mehrez Kukurudz

    La maleta negra con lazos rosas

    sandrine Mehrez Kukurudz

    Traducido por Gloria Pérez Rodríguez

    La maleta negra con lazos rosas

    Escrito por sandrine Mehrez Kukurudz

    Copyright © 2020 Sandrine Mehrez Kukurudz

    Todos los derechos reservados

    Distribuido por Babelcube, Inc.

    www.babelcube.com

    Traducido por Gloria Pérez Rodríguez

    Babelcube Books y Babelcube son marcas registradas de Babelcube Inc.

    LA MALETA NEGRA CON LAZOS ROSAS

    Copyright © 2017-2018 by Sandrine Mehrez-Kukurudz

    All rights reserved. No part of this book may be reproduced or transmitted in any form or by any means without written permission from the author.

    ––––––––

    Este libro no habría visto la luz del día sin el apoyo y los ánimos de mi primer lector, mi marido... Rodrigo, que no dejó de luchar para que yo lo trajera al mundo por fin.

    Gracias también a Marine, que no me dejó elegir la opción de publicar algún día —cuando esté lista— este libro.

    Gracias a todos los apoyos desde el primer día:

    Florence, que corrigió hasta el último momento el manuscrito con profesionalidad

    Mi madre, a quien le apasionó la historia de estos personajes

    Emmanuelle, la escritora de la familia y sus consejos

    Y también a todos los que me animaron a la hora de publicar: Eddy A., Michel F., Yves D.., Christophe C., y Laurent H., quien me guio con ocasión de una primera lectura. Y pido disculpas a todos aquellos a los que pueda olvidar.

    Gracias a mis hijas, Salomé y Noa, por las que me siento orgullosa de haber ido hasta el final de esta aventura.

    ––––––––

    Y por último, gracias a la vida, que me inspiró el título de este libro.

    Sandrine Mehrez-Kukurudz, nacida en 1967, empezó su carrera profesional con el periodismo radiofónico antes de entrar en la agencia de comunicación CLM-BBDO France.

    Más tarde, fue contratada como Directora Creativa y Redactora en RJK, por el que iba a convertirse en su marido.

    Desde hace 21 años, forman un dúo que se complementa, y ponen su firma en acontecimientos excepcionales como una de las mayores audiencias del año para TF1 durante el último eclipse solar del Milenio o la mayor conmemoración en el mundo fuera de Nueva York del 11 de septiembre de 2001 en París, en 2011.

    En NuevaYork, produjo Best of France en Time Square con 500.000 visitantes, los 70 años del Día-D soltando 1 millón de pétalos de rosas por encima de la estatua de la Libertad y trabaja en la promoción de la moda, el arte o el Champagne en los Estados Unidos de América.

    Madre de Salomé (20 años) y Noa (16 años), cada día les cuenta historias familiares.

    De padres franceses, extrae sus raíces desde Europa a oriente, auténtico cóctel de influencias muy diversas, desde las orillas del Mediterráneo egipcio al de España, desde las frías ciudades de Polonia a los pueblos de Rumanía.

    LA MALETA NEGRA

    CON LAZOS ROSAS

    Traducido del francés por Gloria Pérez Rodríguez

    Nueva York 

    Laure está preparada, embutida en su abrigo de lana azul. El taxi llegará en cualquier momento y ella lo espera en el vigésimo piso de su elegante apartamento del Upper East Side. Los tonos grisáceos del cielo se han instalado en Nueva York desde hace ya varios días, contribuyendo a la melancolía de la septuagenaria.

    En su maleta negra con grandes lazos rosas se encuentra toda una vida de recuerdos. Su vida. 

    Este viaje es realmente la última oportunidad de apoderarse de aquella que le fue robada, amputada por la historia, la Gran Historia. La de los libros cargados de testimonios y la de una niña cuya inocencia desapareció demasiado pronto.

    El taxi aparca y se anuncia en recepción.

    En el edificio, todo el mundo conoce desde hace mucho tiempo a esta mujer discreta que nunca se olvida de dedicar unas palabras a cada uno, de saludar a un vecino o de elogiar a los que allí trabajan.

    Laure cierra nerviosamente la pesada puerta tras ella.

    «¿Cuándo volveré?», se pregunta mientras entra en el ascensor.

    Miami

    A bordo del taxi, muertas de frío por el aire acondicionado demasiado fuerte, Patricia y Lina están perdiendo la paciencia. Claire no termina de hacer y deshacer la maleta.

    Dentro de unas horas, se reunirán con Lou en Nueva York, quien unos años antes se exilió a esa ciudad. Al bajar del avión, Géraldine estará allí, loca de alegría. Estas mujeres tan diferentes que un día de gran soledad se hicieron amigas en Miami, y que la vida separó, han decidido reunirse después de unos cuantos años. La idea de compartir una semana de vacaciones, que en principio se dijo con la boca pequeña, pronto se convirtió en un pilar para su vida diaria, en una pequeña cura para sus inseguridades... Un sueño reparador de los pequeños fallos de la vida.

    Desde que tomaron la decisión, cada pequeño instante del día a día adquiere un encanto especial. Cada paseo de la mente por ese encuentro ha adoptado una intensidad particular, una agradable dulzura. ¡Cuántas promesas de júbilo por venir! Las que se refugian en las memorias con el título de recuerdos imborrables. Dentro de unas horas revivirán la memoria de esos años compartidos bajo el acogedor sol de Florida.

    Paris je t’aime

    Lina no es la más bonita pero lleva consigo un aire complaciente que los hombres notan indefectiblemente. Así que el día en el que su marido encontró un infinito placer en frecuentar a la vecina, hizo sus maletas en un abrir y cerrar de ojos y solo conservó de él a su único hijo. Lina cambió su simplista perspectiva de la pareja y del amor. Se fue en busca de la vida, de los placeres y de las gruesas carteras de los hombres que se crucen en su camino.

    Tiene ese brillo en los ojos que hace al hombre más guapo, más fuerte, más inteligente y más rico. Y a ellos les gusta eso.

    Finalmente, Lina se casó con uno de ellos, Alain. Encaja a la perfección en ese patrón.

    Claire aparece por fin tras los cristales del edificio, arrastrando una increíble maleta hinchada de vacilaciones.

    Claire solo vive a través de los demás. Esta chica guapa tan frágil está cansada de sobrevivir. Su falta de confianza en sí misma, su poco respeto por su persona y un auténtico vacío afectivo la sumergen en una inevitable dependencia afectiva. Y cuanto más busca el amor, más se encuentra frente a su soledad.

    Claire ha llegado al final de lo que puede soportar. Con cada desilusión, se hunde un poco más en la desesperación. Espera que una fuerza sobrenatural venga a sorprenderla en esta vida sin ambición.

    En Nueva York, después de haber facturado su maleta, Lou besa emocionada a sus hijos y le da un beso lleno de ternura en los labios a su marido, dejándoles entonces volver a su vida diaria.

    En París, Géraldine no dejó de dar vueltas en la cama toda la noche sin lograr encontrar el sueño. La noche estuvo poblada de reencuentros. Esta mañana, la casa está llena de vacíos. Todo se ha vuelto transparente. Tanto aquellos con los que comparte su vida como los contornos de su apartamento.

    Estruja las sábanas dándose la vuelta para intentar recuperar algunas horas de sueño robadas por sus recuerdos y sus esperanzas. Sin embargo, fue ella quien no soportó esa expatriación, quién acabó con su pareja. El alba de los cuarenta hizo surgir las expectativas insatisfechas de una conquistadora bien decidida a no dejar pasar la felicidad. Para eso, era necesario dejar atrás. Volver a empezar. Irse de nuevo y cambiar de rumbo. https://ssl.gstatic.com/ui/v1/icons/mail/images/cleardot.gif

    Lou tiene un marido para siempre y dos adolescentes presas de los tormentos de su edad. Bethsabée pronto cumplirá sus dieciocho años y cada dos días amenaza con irse de casa para vivir su vida. A su marido, un californiano que conoció en los bancos de la universidad de París, le gusta su trabajo que le paga con la misma moneda monopolizándolo más de lo necesario. 

    En mil novecientos noventa y nueve, al dejar su puesto de redactora en una gran agencia publicitaria parisina, ella cumplía el sueño de vivir en Miami, al sol, en una ciudad aún nueva, con atractivas promesas. Al mismo tiempo, le permitía a su marido recuperar los sabores de un país del que hablaba con nostalgia regularmente.

    Al cerrar la puerta de su despacho, se había prometido que seguiría trabajando como escritora. Se pondría en contacto con la prensa, escribiría un libro... ¿Por qué no?... Hacía mucho tiempo que quería hacerlo. Después de algunos años con una vida diaria que no dejaba tiempo para soñar, sus proyectos se habían quedado en fase de embrión.

    Para no envejecer demasiado rápido y tener tiempo de cumplir sus proyectos del pasado, buscó una noche lo que podría demorar el reloj. Y entonces decidió que debía irse de nuevo a la aventura. Había elegido Nueva York, para encontrar en la energía de la ciudad, una nueva motivación y la esperanza de poder realizarse por fin. Su marido dio su aprobación para que por fin ella fuera feliz.

    Patricia siguió el camino contrario. Después de cinco años corriendo de acá para allá por el asfalto neoyorquino, sintió la necesidad de huir para encontrarse.

    Desde su impresionante altura de un metro ochenta y dos, Patricia no ve la vida con la altura de miras necesaria. Para esta alta pelirroja, la vida no es sencilla.

    Se fue de París, dejó a su familia, su estresante trabajo, y no pocas convicciones también.

    Pasados los cuarenta, no ha solucionado nada. Desde luego, no su vida amorosa, porque encadena largos periodos de soledad con cortos periodos de amoríos. Su mejor decisión fue, por cierto, empujar la puerta del doctor Benstein, en el vigésimo sexto piso de un elegante edificio de Park Avenue. Ese día, Patricia, al igual que el doctor Benstein, decidieron con plena conciencia que iban a pasar algunos años juntos, cada martes de nueve a diez. Y ni uno ni otro se equivocaron finalmente.

    Alexandre fue un intermedio, que llegó demasiado tarde a su vida. Después de veinte años de vida errante, soledad y viejas manías. Él quiso cambiar esa vida ordenada, dominada por las costumbres. Patricia le siguió un tiempo, seducida y enamorada. Pero después tuvo miedo. Miedo de este financiero intuitivo que recorría el mundo durante todo el año, dejándola terriblemente angustiada frente a la vida. Demasiadas noches solitarias ante su té con jengibre. Entonces, ella acabó con esa historia abriendo brechas entre ellos. Y él, entregó las armas, poniendo fin a esa relación, una mañana, al volver de un viaje. Patricia supo que había habido otra mujer y Alexandre no lo desmintió.

    Nueva York

    En New York, Laure y su maleta se han subido al taxi. Esta mujer que lleva con ella las angustias de una historia pasada, se dispone a hacer el viaje que espera desde hace setenta años.

    Al cerrar la puerta, no se imagina ni por un segundo que este viaje la llevará mucho más lejos de lo que se ha imaginado y que su existencia dará un giro inesperado.

    Los pasajeros del vuelo de Miami desembarcan en tropel en el aeropuerto neoyorquino de JFK. Lou los espera para continuar con sus amigas el viaje a París.

    Tres caras tan familiares. Tres sonrisas tan reconfortantes. ¡Lina va a la carrera! Con menos entusiasmo, Patricia y Claire reflejan que el despertar fue demasiado prematuro, el avión no demasiado cómodo y la noche decepcionante.

    —Qué noche... No sé si es el tartar de atún o el Ceviche, pero está claro que uno de los dos no termina de luchar con mis intestinos —Claire muestra claramente un bonito cutis blanco roto, dudando entre desmayarse o vomitar la cena atrapada entre dos órganos vitales.

    Patricia, sin importarle demasiado las interferencias gástricas de su amiga, intenta ajustar su reloj interno. Patricia, para quien cada mañana es un combate. Y lo mismo al irse a dormir. Al final, Patricia solo está bien entre las nueve de la mañana y las nueve de la noche. Lo que le deja sus buenas doce horas para llenar su vida, su cerebro y su nevera.

    —Espero que podamos dormir en el vuelo Nueva York – París o me veré obligada a empezar las vacaciones con una cura de sueño.

    Mientras que Lina enumera la larga lista de crisis de celos de Alain, el avión para París se encuentra en la pista, listo para embarcar los destinos y las vidas de estos cientos de viajeros ávidos por llegar a la vieja Europa.  

    Las luces se apagan y los pasajeros se adormecen. El vuelo para París está en marcha.

    Lou saca su diario de viaje y un bolígrafo e intenta anotar algunas frases. Solo para ver. Solo para darse cuenta de su capacidad para imaginar, reflexionar y escribir todavía.

    Patricia cede al deseo de un somnífero. Claire y Lina se hablan sin escucharse.

    Finalmente, el avión se posa en la pista y el cielo deja ver una llovizna de bienvenida inesperada.

    —No sé por qué mantengo la esperanza de que algún día París nos reciba con sol... Eso nunca ocurre. Pero claro, se trata de mí y mi fabulosa suerte —murmura Patricia

    —La suerte es como la desgracia. No se impone, se elige —suelta Lina cogiendo su último it-bag y precipitándose hacia la puerta de salida.

    Son las diez de la mañana en París. Sienten deseos de, en este orden, una ducha, una café caliente, un croissant con mantequilla y una buena siesta.

    Como salida de un catálogo de moda en el momento en que el ama de casa de menos de cincuenta años acaba de dejar a los niños en el colegio, Géraldine resplandece. Los gritos acompañan sus grandes zancadas hacia el grupo de cuatro chicas, calzada con vertiginosos tacones que no dificultan en absoluto su carrera.

    Ni tampoco su torrente de palabras, ya que va soltando la lista de proposiciones más diversas del programa de la semana frente a una hilera de mujeres en busca de su maleta. Por su parte, Lina acaba de establecer comunicación visual con su marido.

    —Eh, chicas, saludad a mi amorcito. Ya está, mi amor. Vamos corriendo a por las maletas y te llamo en cuanto estemos instaladas —Lina se justifica por tener que tranquilizar constantemente a un marido celoso—. Es que me espía. ¡No confía en mí para nada! Se imagina que me he ido con un rubio alto a los fiordos finlandeses.

    Su marido no sería el primero de la lista en encontrarla con un rubio alto finlandés compartiendo su lecho. Lina se defiende siempre diciendo que es una reacción de mujer abandonada, una llamada de socorro de una pareja que va a la deriva... Pero hace mucho tiempo que ya no convence a su auditorio.

    Los pasajeros están todos aglutinados en torno a la cinta del equipaje, dispuestos a saltar sobre la primera maleta que se parezca de cerca o de lejos a la suya. Más vale comprobar la del vecino que ver la suya irse con el primer extraño que aparezca.

    Y cada uno debe comprobar si la maleta negra, idéntica a tantas otras, es realmente la suya.

    —La mía es negra con grandes lazos rosas.  Hasta que alguna persona considerada normal tenga la idea de comprar la misma sin sentirse ridícula, no debería haber mucha competencia en la cinta... ¡Ah, ahí está mi maleta! —suelta Claire con un tono un poco presuntuoso.

    El camino hasta París les parece una eternidad.

    —Puede que estéis en crisis aquí, pero la flota de vehículos es aún mayor que antes, en vista del estado del tráfico a las once de la mañana —Patricia por fin está bien despierta y lamenta no haber elegido la opción del tren RER. Una elección a la que Lina opuso un no categórico, seguida por Géraldine y Lou.

    Cuanto ruido. Cuantos pitidos. Cuanto barullo por todas partes. Desde luego, no hay duda de que esto es París.

    La salida para Deauville está programada para la mañana del día siguiente. Géraldine ha sacado la cama supletoria, y ha enviado a su hija con su madre y a su marido con su mejor amigo. ¡La casa es toda suya!

    —¡Esta noche vamos a comer foie gras, chicas! Tenéis una semana para recuperar vuestros hábitos culinarios y acostumbrar de nuevo vuestras papilas gustativas a la auténtica comida. ¡No perdamos tiempo! Tenemos la reserva para las 8 h.

    Poder hacer una siesta. Es el pensamiento único del momento.

    Poder hacer una siesta, entreabrir la maleta y darse una ducha salvadora.

    —¡Mierdaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!

    Un grito soltado con enorme angustia corta de golpe todas las ganas.

    Con Claire, siempre es difícil evaluar la magnitud de los daños antes de haberlos visto con sus propios ojos.

    Pero todas se precipitan a la vez hacia la habitación de al lado para ver a Claire, sentada con las piernas cruzadas, ante su maleta completamente abierta sobre la moqueta.

    La ropa, cuidadosamente doblada, se extiende a lo ancho, entre los lazos rosas de su decoración. Una chaqueta gris hecha a medida en 1950, un camisón blanco con un escote adornado con encaje de Calais, unas zapatillas grises con un poco de tacón, unos zapatos cómodos que transformarían a la más bonita de las top-models en sindicalista de los primeros tiempos, y fotos. Fotos antiguas y pilas de cartas atadas con esmero.

    —¡Chicas, no es mi maleta! 

    No, es evidente que no es la maleta de Claire y no queda más remedio que constatar que dos personas en principio normales han apostado absurdamente por comprar una maleta negra con grandes lazos rosas.

    Todas ellas miran detenidamente los misterios que les ofrece la maleta abierta. A todas ellas, en secreto, les gustaría ir un poquito más allá. La vida íntima de una extraña que se les ofrece crea de pronto una excitación sin límites.

    —Llamaremos a Air France y haremos el cambio. No te preocupes. No eres ni la primera ni la última a la que le ocurren estas cosas —Patricia, nada más pronunciadas estas palabras, cierra con gesto apresurado la maleta devolviéndole a los lazos rosas toda su intimidad.

    Y ahí reina la maleta, en medio de los colchones improvisados y de las otras maletas normales.

    Se instala un silencio. Da la impresión de durar horas. Un silencio de unos segundos que parece ser la eternidad necesaria para reconsiderar la decisión de Patricia.

    —Puede que no tengamos que pasar por Air France. Es siempre tan complicado... Estoy segura de que encontraremos enseguida toda la información necesaria en medio de estas cosas.

    Claire acaba de cerrar el debate encontrando el mejor argumento para justificar el hecho de lanzarse con avidez sobre el contenido del objeto de

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