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El velo / The Veil: Una invitación al reino invisible
El velo / The Veil: Una invitación al reino invisible
El velo / The Veil: Una invitación al reino invisible
Libro electrónico187 páginas3 horas

El velo / The Veil: Una invitación al reino invisible

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 MIRE DE NUEVO. VEA MAS ALLA DEL VELO.

"Esta es la historia de cómo aprendí a usar mi don innato y cómo descubrí que cada cosa que veía me llevaba de vuelta al amor absoluto y perfecto que Dios tiene por sus hijos" 
--Blake K. Healy

Blake K. Healy ha visto ángeles y demonios desde que tiene memoria.  Los ve tan claramente  como lo vería a usted si estuviera sentado frente a él.  Ve ángeles danzando en los servicios de adoración y susurrando palabras de ánimo en los oídos de la gente.  También ve demonios agarrándose de la gente y prolongando la adicción y la amargura en su corazón.

El velo narra la manera en que Healy maduró en este don mientras superaba el temor y la confusión de lo que veía, cómo aprendió a usar su don de vidente para la gloria de Dios y cómo enseña a otros a hacer lo mismo.

Esta versión nueva y actualizada de El velo incluye una guía breve sobre cómo usted puede empezar a crecer en el don de ver en el espíritu y, también, un apéndice de referencias bíblicas sobre al ámbito espiritual y los ángeles, junto con el comentario de Blake en estos versículos.  
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 jun 2018
ISBN9781629993867
El velo / The Veil: Una invitación al reino invisible

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    5/5
    Maravilloso libro, pienso que se debe leer varias veces para retenerlo mucho más. Es emocionante, no podia parar de leerlo y sentía muchos deseos de aun experimentar varios episodios que contaba el autor.
    Lo recomiendo 100% porque nos ayuda a crecer en el mundo espiritual. Muchas Gracias por escribirlo !!!
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    Maravilloso Libro muestra lo increíble del mundo espiritual, muy buen libro

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El velo / The Veil - Blake K. Healy

Dios.

MIS MANOS HABÍAN estado sudorosas todo el día. No me considero una persona nerviosa, pero ese día tenía una buena razón. Me quedé afuera de un pequeño apartamento tratando, lo mejor que podía, de pensar en lo hermoso del clima. Era una tarde templada de primavera en Redding, California, y estaba muy cerca de completar mi primer año en la Bethel School of Supernatural Ministry [Facultad de Ministerio Sobrenatural de Bethel]. De hecho, acababa de regresar de mi viaje misionero de la facultad, una parte importante del último semestre. Había sido un año de grandes logros, particularmente con mi don de vidente en el Espíritu, pero eso era lo último en mi mente al acercarme a la puerta.

Cuando entré, me impresionó cuántas personas lograron acomodar en un apartamento tan pequeño, cuarenta más o menos, por lo que pude calcular, y la mayoría eran mis compañeros de clases. Al regresar de mi viaje misionero a México, le pedí a una de mis buenas amigas si podía hablar en su grupo de estudio bíblico. Al ver todos los rostros animados, esparcidos por el salón, empecé a lamentar esa decisión con cada centímetro de mi ser. Había predicado ante grandes multitudes, mucho más grandes, pero nunca sobre este tema.

El grupo de estudio bíblico empezó con algunas canciones acústicas de adoración. Casi todo mi cuerpo estaba cubierto de una delgada capa de sudor. No podía diferenciar si se debía a las cincuenta bocas que llenaban insistentemente el ambiente con su aliento cálido o si era porque sabía lo que iba a suceder cuando terminara la alabanza.

La última canción terminó, y mi amiga hizo una pequeña presentación. Ya que había demasiadas personas amontonadas sobre la alfombra como para que yo pudiera salir, me incliné hacia adelante en mi silla y me resigné a mi suerte.

Empecé con lo sencillo, lo que había dicho miles de veces antes: He visto ángeles y demonios desde que tengo memoria. Los he visto tan claramente como los puedo ver a ustedes. Puedo elegir enfocarme en ellos siempre que desee hacerlo.

Habiendo resuelto lo sencillo, quedaba poco por compartir, excepto aquello de lo que me aterraba hablar. Hasta ese momento, no más de tres personas conocían la historia de mi vida, y la mayoría de ellos conocían solamente algunas partes. Esta era la primera vez que yo contaba mi historia completa.

Cuando era joven no sabía que veía en el Espíritu. Recuerdo haber visto luces y colores girar en el aire cuando íbamos a la iglesia el domingo. Y recuerdo la criatura alada, sombría, que de vez en cuando volaba sobre mi comunidad en el sur de California; sin embargo, para mí, no eran más fantásticas o inusuales que un avión volando bajo o un perro caminando por la calle. Traté de señalarles estas anomalías intrigantes a mis padres, insistiendo en que había visto un dinosaurio volando sobre nuestra casa o a un hombre pintando luces en el cielo. Me prestaban poca atención, asumiendo que yo tenía una imaginación vívida, y yo le prestaba aún menos atención a su desinterés. Me imaginé que no les importaban los monstros oscuros y las luces hermosas, así como tampoco les importaban los árboles, edificios y los cajeros automáticos que mi joven imaginación encontraba tan fascinantes. No tenía razón alguna para pensar que algo estuviera fuera de lo común.

Mis padres conocían a Dios. Lo conocieron poco después de que yo nací y lo han buscado fervientemente desde entonces. La iglesia a la que asistíamos no creía que los dones del Espíritu habían sido diseñados para la actualidad, así que mis padres no tenían razón alguna para esperar que yo tuviera uno de dichos dones. A pesar de eso, ellos estaban determinados en servir a Dios al máximo; así que mi papá asistió a la facultad bíblica y mi mamá empezó a soñar con una vida como misioneros. Nos mudamos a Rusia cuando yo tenía cinco años.

Ni nuestra iglesia en California ni la facultad bíblica de mi papá nos enseñaron sobre la presencia del Espíritu Santo; sin embargo, en Moscú, se derramaba. La gente temblaba, lloraba, reía, caía, permanecía con sus brazos en alto, danzaba, cantaba, gritaba, corría y era sanada en la presencia de Dios. Me encantaba ver los servicios; luces de todos colores atravesaban el cielo durante la alabanza. Mujeres hermosas, con vestiduras hechas de luz y pintura pasaban sobre la parte alta de las sillas portando banderas enormes que dejaban un rastro de más de quince metros. Olas iluminadas de agua cristalina y aceite se intensificaban por todo el auditórium, llenando los pulmones y los ojos de la congregación con intensidad.

La presencia de Dios atrae al hambriento, así como al herido. Atormentadas por voces demoníacas, algunas personas gritaban y se retorcían en el suelo, mientras otras gritaban en tonos antinaturales. Recuerdo haber visto hombres con escamas que les crecían en el cuello y cuyos ojos estaban rojos como la sangre. Mugre negra y humo salía de la boca de aquellos que se habían aproximado a la plataforma en busca de liberación, mientras unas manos oscuras hincaban sus garras en la espalda de quienes no podían armarse de valor para pasar adelante.

Fue una época emocionante estar en Rusia. Los comunistas intransigentes montaban un golpe de estado frente a la Casa Blanca Rusa, respaldados por una amplia colección de soldados y tanques. Los ciudadanos estaban aprendiendo a ejercitar libertades que les habían sido suprimidas durante generaciones. Nada de esto significaba mucho para un niño de cinco años, aparte de la oportunidad de ver un tanque pasar por la calle; sin embargo, recuerdo haber visto los resultados de esta tormenta política plasmados en el rostro de la gente cuando la ministrábamos.

Noté llagas en carne viva alrededor de los cuellos y las muñecas de muchos rusos en nuestra iglesia. Creo que eran las marcas que dejaron los grilletes que el gobierno de opresión les había puesto. Claro, habían dejado a muchas personas lastimadas, pero ahora los grilletes ya no estaban. No entendí esto cuando era niño, al menos no en el sentido político, pero creo que una parte de mí comprendía la nueva libertad que estas personas estaban experimentando. Y sentí un gran afecto por el pueblo ruso.

Ministramos en Rusia por tres años y medio, nos fuimos después de haber adoptado a mi hermana menor de un orfanato en las afueras de Moscú. Muchas de las leyes locales respecto a la adopción por extranjeros todavía estaban en proceso en ese tiempo, así que parecía prudente abandonar el país.

No tenía control alguno sobre lo que vi cuando era joven. Corrientes de luces y sombras de humo entraban y salían revoloteando de mi vista, espontáneamente y sin un propósito aparente. Ahora, puedo ver en el Espíritu siempre que tenga ganas de ver.

Antes de que profundicemos más en la historia de mi vida, me gustaría definir algunos términos. No considero que mi punto de vista sea el mejor o el único para abordar el ver en el Espíritu; es solamente la manera en que yo organizo las experiencias que han punteado mi vida diaria. Estos términos existen más como una forma para que usted tenga una idea de lo que estoy hablando y menos como un medio para definir los aspectos del ámbito espiritual.

LOS TRES ÁMBITOS

Yo creo que hay tres ámbitos de existencia. Algunos los llaman el primero, el segundo y el tercer cielo; mientras que otros los llaman ámbitos físicos, almáticos y espirituales. Estoy seguro de que hay muchos otros nombres sofisticados para estos conceptos, pero yo me referiré a ellos como los ámbitos físicos, almáticos y espirituales porque tiene mayor sentido para mis propósitos en este libro.

El ámbito físico es uno con el que debe estar muy familiarizado. Es el que está lleno de árboles, vehículos, edificios, bicicletas todo terreno y ballenas blancas; es en el que existe su cuerpo físico en este preciso momento. Aquí, usted come, nada en el océano, hace palomitas de maíz en el microondas, se corta un dedo si no sujeta bien el cuchillo, y sale de la existencia como su manifestación vitalicia del alma y el espíritu. Es un reflejo vago, pero verdadero, de los otros dos ámbitos.

El ámbito del alma es donde existen su mente, voluntad y emociones. Esto lo hace el lugar perfecto para que los demonios intenten influenciarlo; sin embargo, también es uno de los lugares donde el Espíritu Santo hablará. Aquí es donde toma todas sus decisiones porque todas las experiencias del ámbito físico y las influencias del ámbito espiritual atraviesan esta área turbulenta.

El ámbito espiritual es, honestamente, todavía un concepto abstracto para mí. Pienso que este es donde Dios está. Claro, Dios es omnipresente (es decir, que Él está en todas partes), pero pienso que Él vive en el ámbito espiritual.

Un día, le pregunté a Dios qué era un espíritu. Me dijo que un espíritu es una identidad pura, el código genético que le indica cómo existir a todo lo demás. Su espíritu existe fuera del tiempo y es todo lo que usted llegará a ser. De hecho, todo su ser es tan singular y complejo que solamente puede expresarse totalmente en el curso de toda su vida. Probablemente, usted diría que es una persona diferente de lo que fue hace cinco, diez o quince años. Su espíritu es todo eso, todo al mismo tiempo y es también todo lo que usted llegará a ser. Su vida es una expresión del espíritu que Dios creó. La vida, ciertamente, no es perfecta; sin embargo, saber que el plan original siempre está disponible, me convence de que, con toda seguridad, un día lo será.

¿QUÉ ES VER EN EL ESPÍRITU?

Su cuerpo físico existe en el ámbito físico (en caso de que las claves del contexto no lo hayan llevado a esta conclusión). La gente se basa en su apariencia física para reconocerlo, y usted reconoce a los demás por la de ellos. Mientras que cada uno de nosotros es un espíritu con alma que vive en un cuerpo, un ángel es un espíritu que no está limitado por la forma física. Cuando veo ángeles, estoy recibiendo una representación visual de quiénes y qué son.

Por ejemplo, en este momento, mientras estoy sentado en mi sala, escribiendo en mi computadora, hay un ángel alto parado a la par de la puerta frontal. Su cabeza está como a dos centímetros del techo. Tiene el cabello café oscuro impecablemente peinado hacia un lado y un resplandor sólido que pareciera ignorar mi atención intencional y completamente. Su complexión es larga y delgada, viste una armadura de cuero que parece estar adecuadamente colocada para facilitar el movimiento y porta una espada en su mano derecha que es tan alta y recta como su postura.

Este es un ángel protector, está aquí para proteger mi casa. Él se ve así porque eso refleja su propósito. Ya que los ángeles son espíritus que no están limitados por la forma física, y un espíritu es una identidad pura, estoy presenciando una metáfora visual de quien este ángel es en realidad.

Yo solía decir que cuando uno mira algo en el Espíritu, lo entiende. Eso nunca fue completamente cierto porque mucho de lo que veo es oscuro y confuso. Un enunciado más verdadero sería que "Uno reconoce lo que ve en el Espíritu". Aunque quizá no pueda comprenderlo completamente, hay una familiaridad que se da cuando observa. Quizás esto se deba a que, aunque invertimos la mayor parte de nuestra atención en el ámbito físico, existimos en el ámbito espiritual cada minuto de cada día.

Excepto por las miradas extrañas que recibo cuando señalo cosas que nadie más vio, nunca tuve una razón para pensar que algo estuviera fuera de lo normal. Me gustaban las luces brillantes y los seres gloriosos que llenaban mi casa y la iglesia. Cuando las entidades demoníacas se acercaban arañando las ventanas de nuestro vehículo o asomaban su mirada detrás de los ojos de los afligidos, nunca sentí un peligro verdadero. Era como si estuviera viendo el mundo espiritual a través de una capa gruesa de vidrio blindado. Cualquier demonio que veía era tan amenazador como un león enjaulado en el zoológico. Sin embargo, todo eso cambió cuando cumplí nueve años.

Después de cuatro años como misioneros, mis padres decidieron que era tiempo de volver a casa. En vez de regresar a las soleadas costas de California del sur, nos mudamos a Holland, Michigan. Era el tipo de pueblo perfecto, pintoresco y tranquilo, para una familia que necesitaba un descanso. Nos acomodamos en una casa pequeña sobre la calle Church, y empecé mi primer semestre en una escuela estadounidense.

Recuerdo claramente caminar en el patio de juegos durante el primer recreo de cuarto grado. Mientras medía el terreno lleno de mis compañeros estudiantes de primaria, contemplé la vida entre un ciento de niños que eran como yo. Con un respiro de satisfacción ante la posibilidad de llevar una vida tan normal como la de cualquiera de ellos, corrí para unirme a un juego de balonmano. No le puse atención a la docena o algo así de hombres alados con espadas doradas que volaban sobre las instalaciones de la escuela.

No sé si fue porque ahora estaba entre compañeros que compartían el mismo idioma o simplemente se debía a que estaba creciendo, pero en poco tiempo me di cuenta de que algo no estaba bien. Sucedió lentamente. Aunque lo había visto docenas de veces, repentinamente parecía extraño que mi maestra entrara a la clase con cortadas profundas en su rostro. También empecé a darme cuenta de que nadie hablaba de las figuras estoicas que permanecían vigilantes, día y noche, a la entrada de la escuela. De hecho, nadie mencionó jamás a cualquiera de los hombres que protegían las casas de ciertas personas o a la hermosa dama que iba de un lado a otro del pasillo de la escuela, poniendo aceite y

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