Huellas de luz
Por Coral Bracho
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Coral Bracho
Coral Bracho (Ciudad de México, 1951). Entre sus libros de poemas se cuentan: Peces de piel fugaz (1977), El ser que va a morir (1982, Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes) y Tierra de entraña ardiente (1992, en colaboración con la pintora Irma Palacios), los tres reunidos en el volumen Huellas de luz (Era, 2006); La voluntad del ámbar (1998), y Ese espacio, ese jardín (2003, Premio Xavier Villaurrutia), y los libros de poesía para niños Jardín del mar (con ilustraciones de Gerardo Suzan, 1993) y¿Adónde fue el ciempiés? (con ilustraciones de Rafael Barajas, el Fisgón, Era, 2007). Pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte y ha sido becaria de la Fundación Guggenheim.
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Huellas de luz - Coral Bracho
CORAL BRACHO
Huellas de luz
POESÍA 1977-1992
Ediciones Era
Primera edición en Biblioteca Era: 2006
ISBN: 978-968-411-649-8
Edición digital: 2013
eISBN: 978-607-445-312-6
DR © 2013, Ediciones Era, S. A. de C. V.
Calle del Trabajo 31, 14269 México, D. F.
Portada: fragmento de El libro (Homenaje a García Ponce)
© Irma Palacios, 2002. Cortesía de la Galería López Quiroga
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www.edicionesera.com.mx
A Marcelo,
Lorena y Lucía
Peces de piel fugaz
(1977)
De sus ojos ornados de arenas vítreas
Desde la exhalación de estos peces de mármol,
desde la suavidad sedosa
de sus cantos,
de sus ojos ornados de arenas vítreas,
la quietud de los templos y los jardines
(en sus sombras de acanto, en las piedras
que tocan y reblandecen)
han abierto sus lechos,
han fundado sus cauces
bajo las hojas tibias de los almendros.
Dicen del tacto
de sus destellos,
de los juegos tranquilos que deslizan al borde,
a la orilla lenta de los ocasos.
De sus labios de hielo.
Ojos de piedras finas.
De la espuma que arrojan, del aroma que vierten
(En los atrios: las velas, los amarantos.)
sobre el ara levísima de las siembras.
(Desde el templo:
el perfume de las espigas,
las escamas,
los ciervos. Dicen de sus reflejos.)
En las noches,
el mármol frágil de su silencio,
el preciado tatuaje, los trazos limpios
(han ahogado la luz
a la orilla; en la arena)
sobre la imagen tersa,
sobre la ofrenda inmóvil
de las praderas.
Sedimento de lluvia tibia y resplandeciente
"Me senté a recordar
hacia el final del parque
y me vino el recuerdo
como una fiebre de hambre,
pero un recuerdo de ésos, tranquilos,
sin personajes;
un recuerdo de esos que no se miden,
que no se cuentan
y que no saben,
de ésos, oscuros de tanta luz,
vacíos de ser tan grandes."
En el fuego del tiempo tu voz es un campo que arde.
Han pasado los días como suben los peces noche arriba,
como vienen a morir de mañana a la luz de los valles;
han tejido sus redes
como largas vendimias,
como hondas y crispadas distancias en el agua.
Y tu voz, y tus ojos,
de pronto se enardecen
como si no fuera otro el cerco, la cauda,
que ese dejar atrás
la infinitud más cierta
en una forma habitual de entrecerrar los ojos
o en otra afluencia cualquiera del cariño;
Porque tu fuego es tierra de mar,
y en tu noche se agolpan
–como un ir y venir de las mareas–
todas las densidades suspendidas
entre un hilo de muerte
y esta pluma que se adelgaza a tu silencio;
silencio de eternidad angosta, de ensanchamiento inerme.
Porque verte morir no son los ojos para abarcarte,
y deslindar tus brazos de la muerte
es como desgajar un lago en dos orillas:
dos imanes que tiran para romperte.
Quiero salir de ti
como nadar al fondo de tus ojos y toparme en la sombra
con tu lento vacío de hierba ardiente,
con tu calma de pájaro extinguible,
débil como la carne.
Porque no sé qué hacer con tanto gesto tuyo,
tanta mirada tuya en mis palabras,
escribo
para que se enardezcan,
para que extirpen,
que