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Luz de la materia
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Libro electrónico83 páginas36 minutos

Luz de la materia

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Información de este libro electrónico

Los poemas de este libro de difícil sencillez son un pausado asedio a la piel del mundo, materia que los ojos de la poeta reconocen como perfectamente vi­sible, aunque muchos la dejen de ver. Y la materia, iluminada por dentro, le devuelve a la poeta el reflejo de sí misma, de tal manera que al nombrar el mundo (árboles, papalotes, niños, playas) s
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones Era
Fecha de lanzamiento2 jun 2020
ISBN9786074451009
Luz de la materia
Autor

Malva Flores

Malva Flores (ciudad de México, 1961) es poeta y ensayista. Entre sus libros de poemas se encuentran: Passage of the Tree (2006), Casa nómada (1999, Premio de Poesía Aguascalientes), Ladera de las cosas vivas (1997) y Pasión de caza(1993, Premio de Poesía “Elías Nandino” 1991). Parte de su obra ha sido traducida al inglés, portugués, japonés y holandés. En 2006 obtuvo el Premio Nacional de Ensayo “José Revueltas”, por el libro El ocaso de los poetas intelectuales. Es miembro del Consejo Editorial de la revista Literal: Latin American Voices y en 2000 ingresó al Sistema Nacional de Creadores.

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    Luz de la materia - Malva Flores

    VII

    Dominio

    Una línea punteada –azul

    que se dibuja en resplandor de vidrio

    cuando el ojo desprende de su aurora boreal

    el pestañeo y la mañana empieza.

    No es más larga la vida de la costa

    que el pespunte y entre uno

    y otro hilvanes

    en terciopelo almagre se desteje.

    No purifica el mar –sólo es higiene:

    caridad de las olas cuando bailan

    dormidas, mecidas por su labor

    de escoba.

    Pérgolas dispersas en la ventisca

    del tiempo reaparecen aquí,

    justo donde la hoja más azul

    del limonero nocturno me despierta.

    Tres o cuatro pasos más allá del kiosco

    en Coatepec va cantando una niña:

    mano en la solapa del tiempo,

    –barquillo en ristre–

    pie sobre la acera donde anida

    gota a gota

    el pigmento solar de la vainilla.

    La forma de la piedra no es ya

    lo que parece. Hiedra.

    Digamos hiedra y trepará los muros de la tapia vecina.

    Sobrenombrar la piedra no destruye

    su esencia: dificulta su ascenso.

    Démosle nombre. Y aquel fulgor que resta

    de su médula ígnea alumbrará la risa,

    y en risa convertida se irá

    de tumbos, la piedra saltimbanqui,

    por el despeñadero.

    Llamemos corazón a la piedra de río:

    –lisa, blanca, moldeada por el roce–

    y allí se quedará rumiando el agua

    impasible en su esencia

    y en ella

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