Nunca se acabará con el arte
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Sin el arte la humanidad estaría subyugada por la barbarie y el desconocimiento de lo que es y de lo que debería constituirla, se encontraría huérfana del convencimiento - como dijo un autor- de que es el único antídoto viable contra la inexorabilidad de la muerte. Por eso, estos textos no expresan ninguna claudicación, al contrario significan y manifiestan que él es una proyección de lo mejor de nosotros mismos: la creación.
Goyo Vigil-Escalera
Gregorio Vigil-Escalera, nacido en 1950 en Oviedo, reside en Cobeña (Madrid), es licenciado en Derecho y miembro de las Asociaciones Internacional, Española y Madrileña de Críticos de Arte (AICA/AECA/AMCA). Colabora en Noticiasdigital, en la revista de arte “Latin American Art”, en la revista digital OtroLunes y en Arterritory y en distintas presentaciones de Catálogos. Es autor de “EL Camino en el Arte” (2013), “No hagan preguntas de arte en la España de hoy” (2014), “¿Hay una regeneración del arte pendiente?” (2015), “La Universalidad del Rapsoda en Felipe Alarcón Echenique” (2015), “El Numen de Cervantes revive en Felipe Alarcón Echenique” (2016), que fue ponencia en el Congreso Internacional Cervantino de Pamplona de 2016, “El Rostro del Arte” (2016) y “Morillo alumbra la evolución de la materia” (2016).
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Nunca se acabará con el arte - Goyo Vigil-Escalera
digital: 9788417037666
Agradecimientos
Que un libro como éste relacionado con el arte esté acompañado por la inclusión de las obras de grandes artistas españoles y cubanos, que en cierto modo son los auténticos protagonistas, es una ocasión para acercar más si cabe al posible lector en cuestiones que le ayuden a clarificar, pensar, disfrutar y considerar en qué medida la estética afecta a su vida.
En cada uno de ellos se podrá apreciar esa búsqueda de poéticas visuales propias que permitan hacer visibles las emociones que asaltan al hombre durante su existencia. De una u otra forma en sus producciones, en las que se nos invita como espectadores a estar dentro de ellas, se percibe lo que decía William Baziotes respecto a la importancia de la inspiración, del estar poseído, hechizado, obsesionado. Y sí, así están y seguirán estando mucho tiempo.
Por eso, su presencia desinteresada en este volumen es todo un homenaje a ellos mismos y lo que representan, y al mismo tiempo el de brindarles mi más efusivo agradecimiento:
Guillermo Simón
Alberto Reguera
Javier de Benito
Rocío Guerrero
David Heras
Felipe Alarcón
Pedro Morillo
Cándido Monge
Fredy Villamil
Miguel Ángel Salvo
Fran Govín
Muchísimas gracias.
Cándido Monge.
Prólogo
El lector que ande a la búsqueda en este libro de teorías herméticas, locuaces y definitivas; de tesis místicas y onanistas; de conjeturas erótico-estéticas; o de un argumento de hoy para mañana o de mañana para hoy, no encontrará nada de eso. Quizás, por ello, se sienta decepcionado y busque una ardilla que se suicide en su lugar.
Lo cierto y verdad es que desde la prehistoria puede constatarse que el instinto creador forma parte de la humanidad. Se expresaba con figuras y signos que, aún hoy en día, representan una presencia imprescindible en las obras actuales. Por esta razón nos atrevemos prácticamente a asegurar que las tendencias y estilos abstractos y figurativos ya estaban inscriptos en esos tiempos.
Sintetizando, hablaríamos de dos predisposiciones:
Desde la geométrica hasta la estructural, destacadas por su inclinación intelectual.
Desde la figurativa (lo orgánico y biomorfo) hasta la abstracción (lírica, expresionista, etc.).
Aunque como apuntaba Jean Leymarie, lo propio de un artista es precisamente escapar de aquellas corrientes en las que se cree inmerso, el ofrecer resistencia incluso a las teorías más convincentes que intentan definirle, al mismo tiempo que sigue estando siempre en situación
.
Particularmente creo que el arte es como un dios antiguo que se va desvelando en miles de seres y entidades a través de sus amados hijos o monstruos. Porque el principio de todo fue el mito y la leyenda y con ellos la idealización y la metamorfosis. Así fue como Picasso se convirtió en Argos, un monstruo hijo de Agenor, que tenía la cabeza ceñida por cien ojos, de los cuales entregaba al descanso un solo par alternativamente, mientras los demás, diseminados cual rutilantes estrellas por la cara y el cráneo, velaban sin cesar.
Y ahí tenemos a Ío, bella doncella que pastoreaba los rebaños de su padre, transformada en becerra por Zeus –lo que pasaría por un hacer plástico que se mueve entre una significación u otra-, que huyendo de Hera, la celosa esposa de éste, regresó su hogar y al hallar a su padre comenzó a trazar letras en el suelo –claro antecedente de lo que después se llamó arte conceptual-, lo que no obteniendo ningún éxito en la comunicación la obligó a acabar respondiendo con mugidos.
Por lo tanto, de lo que se trata es de que la visión artística y lo que ésta entraña continúe, nos sorprenda siempre, nos proporcione nuevos significados y aventuras, nos invite a formar parte de ella, nos señale otras formas de ver, mirar, contemplar, participar, y que sea una realidad con la que sentirnos cómplices y acompañados mediante la incitación a la práctica de una imaginación en constante batalla contra la mediocridad que nos rodea.
ALGUNOS TRAZOS ETÈREOS Alberto Reguera 2015 220 x220 cm.
Acerca del arte contemporáneo se me ocurren cosas disparatadas
Mucha de la sofisticación del arte contemporáneo nos hace recalar, salvando las distancias temporales, en las imágenes cristianas de la antigüedad que, para saltarse las prohibiciones bíblicas, recurrían a la plasmación de signos de cara a la transmisión de significados doctrinales. Lo cual no les sirvió de nada porque lo que necesitaban eran escrituras para legos e iletrados fácilmente comprensibles (papa Gregorio).
Por consiguiente, después de una denodada lucha dogmática, se decidió retornar al caudal figurativo sabiendo que las esculturas y pinturas, los frescos y murales, proporcionaban devoción, aprehensión, información, fe, redención y perdón. Después, esta imaginería aparentemente accesible –siempre se guardaba una trampa- se usó también como instrumento ideológico y de poder. Al fin y al cabo no se iba a perder tal oportunidad de control a la vista de los evidentes e inmejorables resultados.
¿Qué es entonces lo que acontece ahora? Pues que volvemos a los sistemas crípticos de representación simbólica y conceptual. Las iconoclastias se suceden, llaman a la rebelión y los mal llamados demiurgos
del mal son tan imparables y creativos que nos deparan una sorpresa tras otra en forma de iconos
visibles e invisibles, complejos unos, herméticos otros, incluso cochambrosos, abyectos y sanguinolentos.
Ya no hay deleites sensoriales ni contemplaciones celestiales o siderales, ni magias espirituales ni éxtasis plásticos. Y de haberlos, hay muy pocos. Tal es así, que en apoyo de esta tesis está el ejemplo medieval del cráneo milagroso de santa Fe (una mártir del siglo IV) con el rostro de oro. En la actualidad los cráneos como motivos artísticos –algunos repletos de diamantes- se multiplican, pero desgraciadamente ya no hacen milagros. Una pena. Así es como se fueron perdiendo pasajes para el cielo –abajo hace demasiado calor-.
En definitiva, que los textos escritos se hacen esenciales en estos momentos para el entendimiento del arte de hoy si somos capaces también de descifrarlos, que tampoco es tan sencillo, algunos son tan oscuros como si nos propusiéramos leer de noche y sin más luz que la del Espíritu Santo –a este le pagan por dedicarse a otros menesteres-.
Amigos, Mixta S.Papel,87 x 63 Cm, Pedro Morillo.
Además de muerto, bien enterrado
El francés Ingres (1780-1867), con la encomiable arrogancia del gran creador que era, no perdonó ni una, ni siquiera a los que pasaban a peor vida después de estar encantados de haberse conocido, pues a mejor vida, digo yo, sólo pueden ir los que han recibido tantos palos en su ínfima existencia que no les queda otra alternativa que esa.
Por eso, su conducta fue modélica cuando el napoleónico barón Vivant Denon, Director General de los Museos franceses, la diñó en 1825. Muy modosito y contrito, Ingres parecía un alma en pena a la hora de unirse al cortejo fúnebre del finado enemigo –su "anti-moi como él mismo lo calificaba- y marchar detrás del ataúd por las calles de París hasta su llegada al cementerio. ¡Qué perdida, qué pérdida para Francia!, repetía en voz susurrada y mostrando con ello su pleitesía más mordaz a este grotesco personaje, que tuvo la osadía de negarle el ingreso en la Academia de Bellas Artes.
En realidad, según contó él mismo posteriormente, se desternillaba