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La prex eucharistica
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Libro electrónico411 páginas4 horas

La prex eucharistica

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Con la prex eucharistica nos situamos en el corazón de la oración de la Iglesia y en su momento cumbre, pues dentro de ella se renueva el sacrificio redentor sacramentalmente. No hay un momento más grande, donde el cielo esté más cerca de la tierra y la tierra del cielo. Sacrosanctum Concilium 2, con una gran fidelidad al pensar sacramental, describe la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia: "A la vez humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina, y todo esto de suerte que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación, y lo presente a la ciudad futura que buscamos (cf. Heb 13,14)".
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 sept 2019
ISBN9788491652687
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    La prex eucharistica - Asociación Española de Profesores de litúrgia

    Asociación Española de Profesores de Liturgia

    La Prex Eucharistica

    XLIII Jornadas de la Asociación española de Profesores de Liturgia

    Valladolid, 28-30 de agosto de 2018

    Centre de Pastoral Litúrgica

    Barcelona

    CRÉDITOS

    © Asociación Española de Profesores de Liturgia

    Ponencias de las XLIII Jornadas

    La Prex eucharistica

    Valladolid, Centro de Espiritualidad del Corazón de Jesús,

    28, 29 y 30 de agosto de 2018

    © Edita: CENTRE DE PASTORAL LITÚRGICA

    Nàpols 346, 1 – 08025 Barcelona

    Tel. (+34) 933 022 235 wa 619 741 047

    cpl@cpl.es – www.cpl.es

    Diseño de la cubierta: Mercè Solé

    Imagen de la cubierta: Pixabay

    Edición digital: octubre de 2019

    ISBN: 978-84-9165-268-7

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

    LA PREX EUCHARISTICA

    DISCURSO INAUGURAL

    Jaume González Padrós

    Presidente de la AEPL

    Es con gran gozo que me dispongo, con estas palabras, a introducir las cuadragésimo terceras Jornadas de nuestra Asociación, aquí, en esta bella ciudad de Valladolid, con un sincero agradecimiento por la acogida brindada, especialmente en este significativo Centro de Espiritualidad. Espero que podamos pasar unos días de gran provecho para nuestra reflexión en un marco distendido de relación fraterna, como siempre se han caracterizado nuestros encuentros. A mis colegas de la Junta quiero expresar un vivo reconocimiento, recogiendo el sentir de todos, por el trabajo realizado en vistas a la organización que hace posible un desarrollo sereno de nuestra actividad.

    El tema que se propuso en la edición pasada para estos días es el estudio de la prex eucharistica. Con ello nos situamos en el corazón de la oración de la Iglesia y en su momento cumbre, pues dentro de ella se renueva el sacrificio redentor sacramentalmente. No hay un momento más grande, donde el cielo esté más cerca de la tierra y la tierra del cielo.

    Sacrosanctum Concilium, con una gran fidelidad al pensar sacramental, describe la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia: «a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina, y todo esto de suerte que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación, y lo presente a la ciudad futura que buscamos (cf. Heb 13,14)» (SC 2).

    Este texto conciliar marca un precioso camino, bien trazado, de lo sacramental. Nos hace comprender que la Iglesia católica no solamente contiene en sí siete sacramentos, sino que se comprende a sí misma como sacramento; «es decir, que ella misma, aun siendo distinta del cuerpo místico (pneumático) de Cristo, es inseparable de él».¹

    No se puede, pues, pensar la fe dentro de la Iglesia si no es con un modo sacramental. Hacer lo contrario no solo es prescindir de la Sagrada Escritura sino procurar, consciente o inconscientemente, la eliminación del catolicismo. Así lo afirmaba el papa: «El despertar de la fe pasa por el despertar de un nuevo sentido sacramental de la vida del hombre y de la existencia cristiana, en el que lo visible y material está abierto al misterio de lo eterno».²

    Llegados a este punto, y siguiendo el estudio del profesor Menke, de la Facultad de Teología Católica de la Universidad de Bonn, señalamos tres «virus» que pueden infectar a la sacramentalidad: la desacralización, el funcionalismo y el misticismo e integrismo.

    No podemos extendernos en este espacio; diremos sólo una palabra de los dos primeros. Es importante ser conscientes de la falsedad de las tesis que, desde el inmediato postconcilio, han defendido la total desaparición de lo sacro en el cristianismo. Se afirmaba que defender la sacralidad de ministros ordenados, ritos, textos, vestiduras, vasos y espacios representaba una reliquia de ideas culturales precristianas.³ Nada más lejos de la realidad. Quien así razonaba no se daba cuenta de la novedad que Cristo había introducido en el exuberante mundo de la relación entre Dios y el hombre a partir, precisamente, de la encarnación del Verbo. Desde este momento histórico concreto, dado en la plenitud de los tiempos, en continuidad –y no en ruptura– con lo que Dios había preparado desde el inicio de la creación y en la historia de Israel a través del fenómeno de lo sagrado, existe una manifestación histórica de lo santo, una manifestación concreta en el hombre Jesús, «imagen visible del Dios invisible» (Col 1, 15), presente en el espacio y en el tiempo de forma tan concreta que, incluso, podemos afirmar –mirando el pan consagrado en la eucaristía– que es Él mismo. Se trata, pues, de una representación objetiva de Cristo. «Esta representación objetiva nos sale al encuentro primeramente en la verdadera humanidad de la Palabra divina, pero después también en los signos creados que nos median su presencia, y, finalmente, en las personas que son consagradas para representarlo in persona; en la liturgia, o sea, en acciones, vestiduras, vasos y tradiciones sagradas».⁴ Por tanto, en el cristianismo lo sagrado no es un espacio marcado de exclusión y reservado a una élite. Todo lo contrario. Es aquello que refiere a Cristo exclusivamente y que está al servicio de la comunión con el Padre por Cristo en el Espíritu Santo.

    Siguiendo esta misma línea, el funcionalismo es el testimonio claro de una perspectiva equivocada, donde la preocupación por la necesidad y la utilidad han ocupado el espacio de la iniciativa gratuita de Dios. Cuando nos preguntamos para qué necesito la Iglesia, o para qué debo acudir a la celebración de la misa, hemos quitado a Dios del centro y nos hemos situado a nosotros.

    El gran principio de participación activa ha sido muchas veces mal interpretado por esta suplantación en el sentido central. Hemos pensado que participar significaba intervenir en la celebración, es decir, en el desempeño de un papel que te asigna el sacerdote o la comunidad, en lugar de comprenderlo como el encuentro personal con el fundamento de la celebración litúrgica⁵ que no puede ser otro sino Dios. «Si cada celebración de la liturgia eucarística no es primeramente y ante todo conducción del individuo y de la comunidad hacia Cristo, está ya roída por el funcionalismo».⁶

    Una vez más debemos volver a la reflexión espléndidamente expresada de Romano Guardini en su ya clásico libro (del que se han cumplido cien años el pasado mes de marzo) El espíritu de la liturgia, especialmente en el capítulo V de la obra: La liturgia como juego, donde manifiesta que las categorías de arte, juego, utilidad/sentido, finalidad práctica/gratuidad, son claves para comprender la liturgia desde dentro.

    Todo ello tiene una gran importancia por lo que afecta a la comprensión orante de la plegaria eucarística.

    A las aprobaciones oficiales de los textos nuevos y de las versiones distintas según la lengua del lugar se añadió, en no pocas Iglesias, casi simultáneamente, una praxis que, en sí misma, es un síntoma de incomprensión preocupante. Nos referimos a la redacción por iniciativa propia de plegarias eucarísticas muy distintas, y con acentos marcadamente ideológicos. Tanto en el orden de la disciplina litúrgica como de la teología eucarística, este hecho revestía una gravedad singular.

    Gravedad, porque significaba, de entrada, una apropiación del texto litúrgico sin precedentes, así como una deficiente comprensión eclesiológica. Y, en cuanto a los contenidos de la mayoría de estos textos, la carga ideológica que expresaban, al centrarse muchos de ellos no en la historia de la salvación sino en los avatares humanos, era un signo claro de una aproximación desenfocada hacia el centro de la eucaristía.

    Por otra parte, en la actualidad, observamos que el aspecto celebrativo de este momento cumbre, no siempre alcanza la belleza espiritual que merece. De un lado, se puede observar una actitud más devocional que sacramental hacia el texto por parte de algunos sacerdotes, que les lleva a variar fragmentos o palabras. Y, por otro –cosa que suele ser más habitual– debemos señalar el poco relieve orante que se da justo en el momento principal.

    En la preparación al mismo, negligir el rito del Lavabo o realizarlo de forma irrelevante, es ya significativo. Con ello el sacerdote en cuestión muestra que no siente necesidad alguna de pedir al Señor el don de la purificación interior, dado que va a entrar a la gran plegaria, al momento cumbre de la renovación del sacrificio de Cristo en la cruz coronado por su resurrección. No siente el vértigo de la altura espiritual en que ahora lo sitúa la Iglesia en oración.

    A ello, debemos añadir una, muchas veces inconsciente, presión psicológica sobre los sacerdotes, surgida de ellos mismos o bien de la asamblea que tienen delante. ¿A qué nos referimos? Cuando iniciamos la liturgia eucarística, llevamos ya un buen rato de celebración. Decimos «un buen rato» desde la psicología religiosa de las sociedades occidentales, caracterizadas por una mentalidad pragmática y necesitada de ir saltando de una cosa a otra, y con grandes dificultades para actuar reposadamente; una mentalidad constantemente derrotada por el reloj, incapaz de dominar el tiempo y esclava de él minuto a minuto. Una mentalidad, pues, entusiasmada por profesar la verdad indiscutible de «lo bueno, si breve, dos veces bueno».

    Para este sujeto celebrante, ir al altar después de una liturgia de la Palabra más bien generosa, con varias lecturas proclamadas, comentadas, cantos y preces, es pedirle un esfuerzo importante. Y aquí no olvidamos que el sujeto en cuestión es toda la asamblea. Por eso decíamos que, el sacerdote, siente la presión de este tiempo no dominado, y del nerviosismo de una asamblea, quieta en sus asientos, con una quietud que supera, y no poco, la media de lo habitual de cada día. Llegar a la cumbre, pues, con esta percepción psicológica en estrés tiene su dificultad en cuanto a lo celebrativo.

    Las reacciones a todo ello son varias. Además de los no pocos sacerdotes que, por una buena formación litúrgica y espiritual, han sabido entrar en el ritmo contemplativo de la celebración y que, con su ejemplo y sus palabras, van educando poco a poco a la asamblea, además de ellos, observamos varias respuestas a los estímulos nerviosos antes expuestos. Las resumiremos en dos: una de ellas es la brevedad y la otra es el prurito por la variedad, por lo novedoso.

    Debo acabar. El año 2016 en un artículo publicado en LyE,⁹ afirmaba que «la plegaria eucarística no funciona». Con esta especie de titular periodístico quería indicar que lo pretendido por el concilio en cuanto a este momento cumbre, y dotado para ello de todas las facilidades celebrativas (lengua vulgar, pronunciación en voz alta, mayor abundancia de textos, recitada coram populo), no parece que haya dado unos frutos sabrosos en cuanto a la pastoral litúrgica y a la oración.

    Nuestro encuentro de estos días debe arrojar algo de luz sobre esta cuestión que no es menor. Por ello agradezco de corazón a los ponentes y a los responsables de los diversos seminarios, que hayan aceptado esta tarea tan difícil como estimulante. Me refiero al Dr. Manuel González, que nos hablará del marco histórico y teológico de la prex eucharistica, introduciéndonos así a ella de forma competente. Te escucharemos con un gran interés.

    Un agradecimiento especial a S.E. el Rvdmo. P. Manel Nin, Exarca Apostólico para los católicos de tradición bizantina en Grecia. Convencido de la verdad del aforismo ex oriente lux, sus palabras sobre las anáforas orientales serán una luz importante para todos nosotros en la pretensión de ahondar en el conocimiento y en el saber/sabor de estos textos venerables. Muchas gracias por su presencia, que nos honra profundamente.

    El Dr. Aurelio García, miembro de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos y vinculado a la Asociación, que ha presidido durante años para consolación de todos, se encuentra entre nosotros y nos va a hablar. Su aportación no tiene nada de fácil. La dimensión espiritual de la prex eucharistica es algo enormemente importante y, a la vez, con una gran necesidad de ser descubierto, tanto por ministros ordenados como por fieles laicos. Lo escucharemos con una gran atención. Muchas gracias por tu disponibilidad.

    La ponencia conclusiva trata sobre la dimensión celebrativa de la oración eucarística. Esperamos del profesor Giuseppe Midili, carmelita calzado, unas palabras que nos ayuden a vislumbrar el cómo de este momento orante para que sea verdaderamente una experiencia viva de toda la asamblea. El conocimiento adquirido en el ejercicio de su ministerio, y los años de docencia sobre la pastoral litúrgica, son una garantía de sus palabras que vamos a escuchar, y que acogemos con un gran deseo.

    Los seminarios sobre las raíces bíblicas de la plegaria eucarística, la liturgia hispana y el uso de las diversas plegarias, a cargo de los profesores Jordi Font, Luis Rueda y Pedro Manuel Merino, complementan el trabajo de estos días. A ellos también nuestro agradecimiento por esta preciosa colaboración.

    Y de los presentes mi memoria va ahora hacia los ausentes. En concreto hacia nuestro hermano y colega el profesor Jesús Enrique García Rivas, presbítero de Getafe, que dejó este mundo en la octava de Navidad del año en curso. El Señor le conceda entrar en su gozo, como servidor bueno y fiel, de la mano de Aquella que es Madre de Dios y Madre nuestra.

    A todos deseo unas provechosas jornadas, compartiendo los saberes, la fraternidad en Cristo y la oración al Señor de nuestra vida.

    1 Cf. K.H.

    Menke

    , Sacramentalidad. Esencia y llaga del catolicismo, Madrid 2014, prefacio: XIV.

    2

    Francisco

    , Carta encíclica Lumen Fidei sobre la fe (29 junio 2013), 40.

    3 Cf. K.H.

    Menke

    , Sacramentalidad, 299.

    4 Ibíd., 303.

    5 Cf. Ibíd., 325.

    6 Ibíd., 328.

    7 R.

    Guardini

    , El espíritu de la liturgia (Cuadernos Phase 100), Barcelona: CPL 1999, 59-72.

    8 Aunque aquí hablemos en pasado, eso no significa que no sigan los abusos, en este sentido, en no pocas asambleas eucarísticas actuales.

    9 Cf. J.

    González Padrós

    , «La plegaria eucarística: un reto celebrativo y espiritual», Liturgia y Espiritualidad 5 (mayo 2016) 303-310.

    PONENCIAS

    MARCO HISTÓRICO Y TEOLÓGICO

    Apuntes sobre los orígenes de la anáfora eucarística

    Manuel G. López-Corps UESD 2018

    Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomad, este es mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Os aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios» (Mc 14, 22-25).

    1. Introducción

    La cita evangélica que precede a estos apuntes es, quizá, la versión textual más antigua de la Cena del Señor que transmitía la Iglesia madre de Jerusalén (cf. Mt 26,26-29). Otra tradición, aquella de Antioquía, la refleja el Apóstol de las gentes a la comunidad de Corinto al inicio de los años 50: «Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez os he transmitido, es lo siguiente: "El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y dijo: ‘Esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía’. De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: ‘Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la bebáis, hacedlo en memoria mía’". Y así, siempre que comáis este pan y bebáis esta copa, proclamaréis la muerte del Señor hasta que él vuelva. Por eso, el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor» (1Cor 11,23-27; cf. Lc 22,19-20). Desde los orígenes tenemos dos tradiciones que confluyen en una idéntica idea: Jesucristo, antes de ser llevado a la muerte, pronunció una plegaria de bendición / de acción de gracias sobre el pan y sobre la copa de vino.¹ Y, así, fiel al mandato de su Señor y con fe en su vuelta, lo ha realizado la Iglesia desde sus comienzos apostólicos hasta nuestros días.

    Hoy, la Ordenación General del Misal Romano (OGMR) enseña que «en la última Cena, Cristo instituyó el sacrificio y el banquete pascuales. Por estos misterios el sacrificio de la cruz se hace continuamente presente en la Iglesia, cuando el sacerdote, representando a Cristo Señor, realiza lo mismo que el Señor hizo y encomendó a sus discípulos que hicieran en memoria de Él. Cristo, pues, tomó el pan y el cáliz, dio gracias, partió el pan, y los dio a sus discípulos, diciendo: Tomad, comed, bebed; esto es mi Cuerpo; este es el cáliz de mi Sangre. Haced esto en conmemoración mía». Por eso, la Iglesia ha ordenado toda la celebración de la Liturgia Eucarística con estas partes que responden a las palabras y a las acciones de Cristo, a saber:

    1) En la preparación de los dones se llevan al altar el pan y el vino con agua, es decir, los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos.

    2) En la Plegaria Eucarística se dan gracias a Dios por toda la obra de la salvación y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo.

    3) Por la fracción del pan y por la comunión, los fieles, aunque sean muchos, reciben de un único pan el Cuerpo, y de un único cáliz la Sangre del Señor, del mismo modo como los Apóstoles lo recibieron de las manos del mismo Cristo (OGMR 72).

    En la normativa del Misal se describe esta oración de bendición (berakáh) y de agradecimiento (todá) como «el centro y la cumbre de toda la celebración» (OGMR 78; cf. 30) pues «ciertamente es una oración de acción de gracias y de santificación. El sacerdote invita al pueblo a elevar los corazones hacia el Señor, en oración y en acción de gracias, y lo asocia a sí mismo en la oración que él dirige en nombre de toda la comunidad a Dios Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo. El sentido de esta oración es que toda la asamblea de los fieles se una con Cristo en la confesión de las maravillas de Dios y en la ofrenda del sacrificio» (OGMR 78). «El pueblo se asocia al sacerdote en la fe y por medio del silencio, con las intervenciones determinadas en el curso de la Plegaria Eucarística, que son las respuestas en el diálogo del Prefacio, el Santo, la aclamación después de la consagración y la aclamación Amén después de la doxología final, y también con otras aclamaciones aprobadas tanto por la Conferencia de Obispos como por la Sede Apostólica» (Ib. 147).

    El mismo documento presenta el elenco de los principales elementos de que consta la Plegaria Eucarística:²

    a) Acción de gracias (que se expresa especialmente en el Prefacio): en la cual el sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da gracias por toda la obra de salvación o por algún aspecto particular de ella, de acuerdo con la índole del día, de la fiesta o del tiempo litúrgico.

    b) Aclamación: con la cual toda la asamblea, uniéndose a los coros celestiales, canta el Santo. Esta aclamación, que es parte de la misma Plegaria Eucarística, es proclamada por todo el pueblo juntamente con el sacerdote.

    c) Epíclesis: con la cual la Iglesia, por medio de invocaciones especiales, implora la fuerza del Espíritu Santo para que los dones ofrecidos por los hombres sean consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la Comunión sirva para la salvación de quienes van a participar en ella.³

    d) Narración de la institución y consagración: por las palabras y por las acciones de Cristo se lleva a cabo el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en la última Cena, cuando ofreció su Cuerpo y su Sangre bajo las especies de pan y vino, y los dio a los Apóstoles para que comieran y bebieran, dejándoles el mandato de perpetuar el mismo misterio.

    e) Anámnesis: por la cual la Iglesia, al cumplir el mandato que recibió de Cristo por medio de los Apóstoles, realiza el memorial del mismo Cristo, renovando principalmente su bienaventurada pasión, su gloriosa resurrección y su ascensión al cielo.

    f) Oblación: por la cual, en este mismo memorial, la Iglesia, principalmente la que se encuentra congregada aquí y ahora, ofrece al Padre en el Espíritu Santo la víctima inmaculada. La Iglesia, por su parte, pretende que los fieles, no sólo ofrezcan la víctima inmaculada, sino que también aprendan a ofrecerse a sí mismos y día a día se perfeccionen, por la mediación de Cristo, en la unidad con Dios y entre ellos para que, finalmente, Dios sea todo en todos.

    g) Intercesiones: por las cuales se expresa que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia, tanto con la del cielo como con la de la tierra; y que la oblación se ofrece por ella misma y por todos sus miembros, vivos y difuntos, llamados a participar de la redención y de la salvación adquiridas por el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

    h) Doxología final: por la cual se expresa la glorificación de Dios, que es afirmada y concluida con la aclamación Amén del pueblo (cf. OGMR 79).

    Estos elementos –que en la teología hodierna son fundamentales para entender la oración anafórica– habrá que tenerlos en cuenta a la hora de hacer una reflexión histórico-litúrgica sobre la anáfora, que los sirios llaman santificación o quddasha, las Preces sanctae⁵ de Agustín –en un plural africano que aparece en el concilio de Cartago (407) hablando de Praefationes y commendationes (c. 103)–,⁶ la Canonica prex de los romanos, la Prex mystica, que diría Isidoro (Etimologías 6, 19, 38) remedando al hiponense (Trin. 3, 4, 10), la Oratio⁷ o Prex por excelencia… Estos testimonios, después del s. iv, nos presentan unas preces sanctae ya desarrolladas donde, sin embargo, todavía no se ha perdido una concepción de la Eucaristía en figura o, mejor, «tipológica», desde lo que Cipriano denominaría la legitima sanctificatione (Ep. 63, 9). Sin embargo, no podemos asegurar que antes del s. iv hubiera en la anáfora toda la riqueza de elementos con los que la tradición eclesial ha dotado a la plegaria central de la Misa: ni el Sanctus, ni el relato de la Última Cena, ni el texto de la epíclesis, ni las intercesiones, etc.⁸ La celebración eucarística, añade Mazza y con él podríamos citar a Giraudo, Bradshaw o Smyth, ha consistido siempre en obedecer el mandato de Cristo: «Haced esto en memoria mía». Por consiguiente, en esta intervención introductoria a las Jornadas que nos han concitado en Valladolid (La Prex eucharistica), intentaremos exponer someramente dos cosas: un resumen del pensamiento de estos autores contemporáneos y su convicción de que en los textos del estrato judeocristiano y en otros antiguos, se afirmaba la sacramentalidad, expresando que la Eucaristía de la Iglesia correspondía al modelo entregado por Jesús (tipos - figura). El punto de partida teológico, a la hora de adentrarnos en los orígenes de la Plegaria anafórica, es admitir que la concepción arcaica de la sacramentalidad era tipológica y, por lo tanto, diversa a la desarrollada en la historia posterior⁹.

    Esta tipología –que viene de Antioquía y Alejandría– llevará en Occidente a la expresión consagrada de «legitima eucharistia».¹⁰ Este concepto de legitima –verdadera y auténtica– es el objeto de la oración de la Iglesia: Te oramus uti hoc sacrificium tua benedictione benedicas et sancti spiritus tui rore perfundas ut sit omnibus eucharistia legitima.¹¹ La Iglesia, en su celebración central, pide que lo que realizamos en el sacramento exprese la ofrenda espiritual, pura y sincera de los participantes, conforme al sacrificio de Cristo en la cruz ya predicho por Malaquías (1,11). En efecto, toda la tradición eclesial expresará que Cristo, Sacerdote verdadero de Dios, instituyó la ley nueva del sacrificio, se ofreció él mismo como hostia agradable y nos ordenó ofrecerlo.¹² La tipología presentará el sacrificio de Malaquías como tipo del auténtico y verdadero sacrificio y a Melquisedec como tipo del Sacerdote y Rey.

    Este concepto aparece en las oraciones litúrgicas de las comunidades cristianas al orar como el Señor lo hizo, bendiciendo y dando gracias. Esta oración nace en las cenas de Israel; Jesús, el Señor, les ha dado un sentido nuevo que la Iglesia ha recogido de manera tipólogica en la Didaché –como en otros textos antiguos–, con un relato verbal sinóptico que aparece en la llamada Traditio Apostolica, se ha desarrollado en el ámbito antioqueno y alejandrino y ha tenido su propia expresividad en Occidente, celebrando siempre la legitima eucharistia.

    2. Las cenas rituales judías

    Si bien hay una Haggadá cristiana¹³ en el IV Evangelio,¹⁴ hemos comenzado la exposición con una cita sobre la Cena del segundo evangelista ya que Benoit afirma que «el texto de Marcos es muy arameizante. Es más antiguo que Marcos mismo».¹⁵ Maldonado, que con Bouyer estudió el tema, afirmaba que «los textos neotestamentarios nos dejan ver, al trasluz, la cena de Jesús, más aún, la cena ritual judía».¹⁶ Asomarse a la historia de la plegaria de bendición eucarística supone introducirse en las cenas rituales judías. Contamos con los trabajos de Maldonado, Sánchez Caro y Giraudo, que profundizaron los formularios litúrgicos de la cena de Israel poniendo en valor el tema de la bendición o berakáh. «No se nos ha conservado el texto de la bendición que Cristo pronunció. Pero sí conservamos el texto prescrito para ese momento por la liturgia [judía] actual. La antigüedad de ese texto remonta a tiempos anteriores a Cristo».¹⁷ La más interesante, para nuestro estudio, es aquella que se pronuncia al final de la cena. La actual versión de estas berakoth se presenta dividida en cuatro secciones, aunque solo las tres primeras son anteriores a la época de Jesús (cf. L. Finkelstein).¹⁸ Esta, denominada Birkat ha-mazon, responde al mandato de Dt 8, 10: Después que hayáis comido y os sintáis satisfechos, alabaréis al Señor vuestro Dios por la buena tierra que os ha dado. En este, podríamos decir, «embolismo» de la oración se encuentran las dos acciones que tienen también que ver con nuestra cena eucarística: comer y bendecir.¹⁹ Por ello, hay un consenso actual entre los investigadores, recuerda Bradshaw, a la hora de afirmar que las anáforas cristianas de la Eucaristía son un desarrollo de las plegarias de esta Birkat ha-mazon, la acción de gracias en las comidas judías.²⁰ No obstante, probar esta aserción es una tarea extremadamente difícil.²¹

    Por lo tanto, un estudio sobre los orígenes ha de remontarse a las primeras reuniones de la comunidad postpentecostal y a su comprensión de la comida ritual, cuyo marco lo dan las cenas rituales judías en la confesión mesiánica de Jesús como Kyrios. Lo hacemos teniendo presente que en el primer siglo estas plegarias judías todavía se están fijando desde una estructura que hunde sus raíces en la propia tradición.²² En la oración del pueblo de la primera alianza Dios es bendecido –y se le da gracias– por la obra de la creación y de la liberación; por la tierra y sus frutos que sirven de alimento; y se suplica por el pueblo de Israel. La oración, así, es memoria (anámnesis) de su presencia e intervenciones salvíficas (shekiná). Ahora bien, en la mentalidad bíblica el zikkaron o memorial no es una mera actividad mental sino una petición para la actuación divina en el presente del orante; esto se hace posible mediante la invocación (epíclesis). En definitiva, Dios continúa su obra salvadora en cada celebración.

    3. La Cena ritual de la Pascua de Jesús

    En la Última Cena el Señor Jesús pronunció una plegaria de bendición y partió el pan para dárselo a los suyos.²³ En los relatos que recogen la práctica palestinense (Mc-Mt) el gesto de Jesús se sitúa en el contexto de

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