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El debate silenciado
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El debate silenciado

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Los textos aquí seleccionados –todos escritos por el actual senador Carlos Ominami– constituyen un mosaico heterogéneo de piezas del debate político, concentrados en temas y auditorios diversos, que van desde el militante partidario hasta los conspicuos empresarios de la Enade; desde la apelación a la búsqueda de sentidos generales para la coalición y el socialismo hasta la propuesta concreta de políticas públicas en el ámbito de la educación. Páginas que tienen como objetivo el revisar un recorrido intelectual –que cuenta tanto con crítica como autocrítica– con el fin de poder traer nuevamente al escenario a aquellos temas que fueron y son meritorios de debatir pero, que por una u otra razón, generalmente política, han sido silenciados.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento30 jul 2015
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    El debate silenciado - Carlos Ominami

    lom@lom.cl

    Prólogo 

    Las reflexiones políticas de Carlos Ominami

    En estos días me he acordado de una antigua conversación en Roma entre dos personajes muy diferentes, pero unidos por el repudio común a los sucesos que acababan de producirse en Chile hacía solo dos o tres meses. Se trataba de Gabriel García Márquez y de Enrico Berlinguer, cabeza entonces del partido comunista italiano, el PCI. García Márquez había expresado con gran elocuencia, con ira, con emoción, su rechazo del golpe de Estado que había derrocado a Salvador Allende. Berlinguer, después de escucharlo con gran atención, le dijo lo siguiente: los latinoamericanos tenían razón al expresar su condena indignada, pero ellos, los comunistas de Italia, estaban obligados a analizar el fenómeno, a meditar, a comprender sus causas profundas, para evitar que se reprodujera –un golpe de Estado militar contra una vieja democracia– en otras sociedades democráticas. Poco después de aquel encuentro se empezó a difundir en toda Europa la tesis italiana del compromiso histórico, que fue producto, en buena parte, de aquella reflexión sobre el caso chileno que Berlinguer anunciaba. Según ella, no era suficiente que la izquierda ganara elecciones por mayorías de votos, en forma puramente numérica, para que pudiera introducir cambios revolucionarios en una sociedad. Para que eso fuera viable, tenía que entablarse una negociación amplia, ambiciosa, inédita, entre todas las fuerzas de la sociedad: la iglesia, el ejército, los intelectuales y profesionales, los sindicatos, la democracia cristiana, el liberalismo y el comunismo. Si no se obtenía un acercamiento entre las posiciones de cada sector, un consenso amplio, ambicioso, de largo aliento, que implicaba, por un lado, la crítica rigurosa del socialismo real, y por el otro la del inmovilismo, del anacronismo de la sociedad, de la gran mentira patriarcal, como dijo Neruda en un verso, no era posible avanzar en forma pacífica y mantenerse a la vez dentro de una democracia estable.

    Pienso ahora que la Concertación, en sus orígenes, en su época de ilusión auténtica, de visiones libertarias y solidarias, no fue ajena a esas corrientes de revisión, de crítica y autocrítica, de reflexión nueva, que se presentaban en la izquierda europea. Estos textos, discursos, ensayos, que nos entrega Carlos Ominami, resultados en muchos casos de una elaboración intelectual colectiva, me llevan a esos tiempos de mirada entusiasta, fresca, de pensamiento ilusionado, movilizado, que no solo se realizaba en el interior de las cúpulas políticas sino que intentaba representar una conciencia, unas aspiraciones que venían de las bases del país, de las mismas que habían votado en forma aparentemente milagrosa por el no a la dictadura.

    Ahora tenemos una necesidad imperiosa, que quizá se podría definir como un deseo de higiene política: la de revivir el aire de aquellos días, el dinamismo de aquellas ideas. Carlos Ominami nos demuestra aquí que en cada momento de nuestro desarrollo reciente se ha propuesto pensar con su propia cabeza, sin hacer concesiones, sin aceptar que el indispensable, saludable, debate nacional, sea silenciado o postergado por razones puramente tácticas. En otras palabras, este libro demuestra que durante los gobiernos de la Concertación ha existido una acción externa prudente, un equilibrio, una constante política de lo posible –actitud que causa inevitables irritaciones y desencantos–, pero al mismo tiempo, entre algunos, una corriente invisible de indagación, un deseo de ir más lejos, que no es ni tiene por qué ser un deseo de irse a los extremos o a las antípodas. Las reflexiones de Carlos Ominami, por ejemplo, sobre mercado y democracia, o sobre las economías de mercado en contraste con aquellas de planificación central del viejo socialismo, son dignas de ser meditadas, discutidas, enfocadas desde una perspectiva moderna.

    El tema de fondo de este libro, quizá, es el de pasar de una democracia a medias, limitada, condicionada por la salida de dictadura, a una democracia más seria, más solidaria, más moderna, más culta en el fondo y en el sentido más amplio de la expresión. El autor, por ejemplo, hace una defensa vibrante del concepto clásico, tradicional en el Chile de épocas pasadas, de la educación pública. Es un alegato apasionado y donde no faltan las reservas o las opiniones peyorativas con respecto a viejos centros de educación religiosa o privada. Pero aunque puedan faltar matices, se trata de un alegato necesario y, además de eso, instructivo y plenamente vigente. Ominami nos habla del Instituto Nacional, de los primeros años de la República, de las figuras fundadoras y rectoras del país en relación con las grandes instituciones educativas originarias, y lo hace con una nostalgia que nos obliga a meditar y repensar cosas. Al leer estas páginas he pensado en lo que hemos ganado en estos años recientes y en lo que hemos perdido: el pensamiento político y social sin amarras, sin claudicaciones. Me parece que un pensamiento más abierto, menos mezquino, desprovisto de nuestros miedos criollos tan habituales, de nuestras rutinas intelectuales, nos habría permitido vivir estos años últimos en una forma más plena, más acorde con las corrientes del mundo contemporáneo, y acercarnos a una sociedad mejor integrada, más creativa. Hemos hecho una transición inteligente, original, aplaudida en muchos sectores del mundo contemporáneo, pero da la impresión de que en el camino hemos perdido más de algo. ¿Podemos inaugurar una nueva etapa, pasar de la Concertación como mecanismo útil para la transición a una alianza diferente, madura, del centro con la izquierda, como propone este libro?

    Se abren interrogantes, visiones diversas, caminos posibles, pero es indispensable, además de estimulante, rumiar todos estos conceptos y salir con nuestras conclusiones propias, no amputadas ni sofocadas. El debate silenciado tiene que continuar, enriquecerse y ramificarse, salir de su sordina, de su neblina, de nuestro dominante gris nacional. La síntesis, el meollo de este libro va por este lado.

    Jorge Edwards

    Santiago, 18 de junio de 2009.

    Introducción

    Una explicación necesaria

    En momentos complejos, como los actuales, donde la emergencia de impulsos políticos inéditos ofrece la tentación de banalizar el debate, de explicar las circunstancias del presente como expresión de fenómenos más o menos espontáneos y no de procesos de más largo aliento, se revela la importancia de revisar el recorrido intelectual de aquellos sectores que desde la Concertación, temprana y consistentemente, dejamos testimonio de conciencia crítica y autocrítica.

    Este no era el tipo de libro que yo había pensado publicar en estos años. Me hubiera gustado escribir uno, combinando mis ideas y propuestas con mis experiencias más personales, con mis victorias, derrotas, alegrías y tristezas. Un libro que –sin tener la pretensión de best seller– pudiera llegar a un público más amplio, interesado en disponer de claves para entender todo aquello de lo cual podemos sentirnos orgullosos y también las cosas que a veces, incluso, nos avergüenzan. Ese proyecto está todavía pendiente y espero en algún momento tener el tiempo y el ánimo para materializarlo, bajo una forma que no sean las tradicionales memorias de un combatiente ya retirado.

    Los acontecimientos ocurridos en el último tiempo me hicieron cambiar de opinión. Revisando mis papeles, que son hartos, me encontré con que había una importante masa crítica de trabajos individuales y colectivos que dan cuenta de una reflexión, que desgraciadamente ni en la Concertación ni en el Socialismo logró constituirse en el gran debate que nos merecíamos.

    Muchos quisimos debatir. Reconozco, incluso, que hubo en la Concertación quienes –sustentando puntos de vista distintos a los míos– intentaron en su momento promover un debate, poniendo el énfasis en los grandes logros de la Concertación. La respuesta no se hizo esperar y está consignada en este libro en el texto de 1998 La Gente Tiene la Razón. Pero ocurrió allí una desgracia. Ahí donde se trataba de incentivar el debate, desde las alturas de la Concertación y del Gobierno se hizo todo lo necesario para silenciarlo; y desde la prensa, para caricaturizarlo.

    Fue lamentable la falta de interés de los gobernantes y de quienes aspiraban a serlo para que esta discusión prosperara. El Presidente Frei estimó que este debate, en el cual se habían involucrado inicialmente incluso algunos de sus ministros, era malo para la coalición, que recordemos venía de perder un millón de votos en la elección parlamentaria de 1997 y simplemente mandó parar. Paradojalmente, Ricardo Lagos, que aparecía ya como el futuro Presidente de Chile, tampoco tuvo interés en incentivarlo, estimando, por el contrario, que éste produciría una división en las filas de la Concertación, cuya unidad era fundamental para su triunfo en la elección presidencial que se avecinaba. Confluyeron así poderosas razones para silenciar el debate.

    Cuando hoy la crítica a las debilidades estructurales que recorren a la Concertación ha adoptado forma en nuevos liderazgos, como el del diputado Marco Enríquez–Ominami, cuando sus usos y costumbres más tradicionales han sido superados por los hechos, no son pocos los que reaccionan con sorpresa, visten hábitos de ofendidos y se apuran en disparar asertos descalificadores del tipo: oportunismo, desafección frente a la obra común y personalismo. Todo esto con el afán, una vez más, de silenciar la critica y ahogar el debate.

    Están aquí, en esta recopilación, las pruebas de que las debilidades aludidas, los impulsos frustrados y los riesgos de agotamiento, resultaban evidentes, animaban debates y motivaban preocupación y compromiso intelectual transversal en la propia Concertación desde hace ya más de una década. Nadie, después de recorrer las páginas de este Debate Silenciado, podría sostener impunemente que las luces de alarma no fueron prendidas, en algunos casos, como los consignados, con muchísima anticipación.

    Los textos seleccionados constituyen un mosaico heterogéneo de piezas del debate político, concentrados en temas y auditorios diversos, que van desde el militante partidario hasta los conspicuos empresarios de la Enade; desde la apelación a la búsqueda de sentidos generales para la coalición y el socialismo hasta la propuesta concreta de políticas públicas en el ámbito de la educación.

    Este registro amplio de formatos, autorías y audiencias distintas, mantiene sin embargo nodos centrales que dan coherencia al ejercicio de presentarlas en un tomo común. A saber…

    Una rebeldía persistente ante el riesgo de la complacencia

    Ese es el sentimiento que se expresa con fuerza en el texto paradigmático La Gente Tiene la Razón, la respuesta al manifiesto La Fuerza de Nuestras Ideas. Ambos mascarones de proa del primer gran debate introspectivo de las limitaciones y potencialidades de la Concertación, banalizado en la opinión pública como la batalla entre autocomplacientes versus autoflagelantes, cuya denominación peyorativa fue un gran incentivo para desnaturalizar el debate y reducirlo a confrontaciones casi personales carentes de toda profundidad.

    Estaba claro, pero no se quiso asumir: que no lográbamos cambiar un modelo económico concentrador y reproductor de la desigualdad; que el imperio de la política de los consensos imponía severas limitaciones a una agenda de profundización democrática y que se estaba produciendo un paulatino y grave divorcio entre las instituciones de lo público y la base social que sustentó la recuperación democrática. Pero poco se ha hecho para enfrentar a fondo estos problemas.

    Una preocupación constante por la desnaturalización de los instrumentos políticos

    Partido y Concertación son sometidos a una evaluación crítica que no se queda en denuncia; desnuda el paulatino deterioro de sus potencialidades transformadoras y llama la atención muy precozmente sobre la emergencia de la lógica tecnocrática. Se apunta a los efectos de un proceso que difumina las entidades particulares y que al homogeneizar frente a la sociedad lo que unos y otros (centro e izquierda) expresamos, abona a desafectos y corta puentes de representación con los sectores que han sido en el recorrido histórico largo, nuestros principales puntales de apoyo. Asimismo, devela los efectos perniciosos de la relación opaca entre negocios y política, y provoca permanentemente sobre la necesidad de revisar la liturgia de partido y la naturaleza de la coalición.

    La preocupación que recorre el texto –la calidad de la política– mantiene gran vigencia. Finalmente muchos de los problemas que el país enfrenta, desde los episodios de corrupción, en algunos casos magnificados, hasta la manifiesta pérdida de dinamismo económico de Chile desde los últimos diez años, se explican por el abrupto deterioro del sistema político y la dramáticamente mala percepción de la ciudadanía sobre las principales instituciones, como los partidos y el Parlamento. Un sistema político enfrentado a estas dificultades va perdiendo progresivamente su capacidad de transformar a la sociedad, adoptando resoluciones audaces. Un buen ejemplo de esto es la enorme dificultad que ha tenido Chile para modificar una distribución del ingreso, manifiestamente regresiva y calificada de vergonzosa por amplios sectores del país, incluida la Conferencia Episcopal.

    De ahí también surgen los obstáculos para recuperar con nuevas iniciativas el dinamismo económico que se perdió con la crisis de finales de los noventa, y que no se recuperó nunca, haciendo de Chile una economía –no obstante su prestigio– que terminó creciendo entre el tres y el cuatro. Son extensión de la misma debilidad las dificultades para modernizar en serio el aparato del Estado. En fin, la lista sería larga. Lo concreto es que el sistema político chileno ha venido perdiendo energía y su capacidad de transformación tiende a agotarse, lo que si se mantiene, terminará siendo la antesala del estancamiento y la mediocridad de esta curiosa sociedad de mercado que se ha instalado en los confines del sur.

    Pero no nos quedamos en la pura denuncia. Estos documentos, concebidos varios de ellos en el marco de instancias colectivas de deliberación (congresos, elecciones internas y parlamentarias) abundan en propuestas para rectificar. No son piezas de opinión, son instrumentos políticos para la acción concreta. Son exposición de propósitos en la brega de competir. No es contemplación verbalizada, es la reivindicación del debate de ideas como herramienta activa de la acción política.

    Como queda en evidencia, ya en 1995, planteé formalmente mi seria preocupación por la forma como comenzaba precozmente a deteriorarse la política en el país. Asimismo, expresé mi preocupación por las dificultades que comenzaba a experimentar el proyecto de hacer del Partido Socialista la casa común de la izquierda.

    Una valoración justa y comprometida de la obra común

    Documentos críticos. Sí, con mayúscula. Pero ojo, sin desafección. Nunca desde la vereda del enfrente. Nunca desde la platea. Siempre desde el nosotros. Todos, cada uno de los textos consignados, tienen una indeleble impronta concertacionista. En todos ellos, previo a la exposición de las dificultades a acometer, siempre una nota previa de contexto: el país ha cambiado y para bien, de esos cambios nosotros somos responsables.

    Esto desde la ética de la convicción: La Concertación fue así la expresión del movimiento social, político y cultural más amplio y sólido que ha conocido la historia independiente de nuestro país…. Una reconstrucción de vínculos sociales perdidos o amenazados. Por lo mismo patrimonio común de demócratas, propiedad no de los partidos sino de los ciudadanos…

    Y también, por cierto, desde la ética de la responsabilidad: No hay política de cambios sin una mayoría que la sostenga.

    Una evolución crítica sobre las limitaciones del mercado

    El recorrido cronológico hace evidente una evolución en los énfasis. Uno muy importante tiene que ver con la mirada sobre el mercado. Texto tras texto va emergiendo una visión más equilibrada y cautelosa respecto del rol de los actores privados, particularmente en aquellos ámbitos en donde debiera predominar la provisión de bienes públicos. Esto dice directa relación con una postura crecientemente crítica acerca del paulatino desplazamiento de la frontera desde la economía de mercado hacia la sociedad de mercado.

    El valor de este texto es el de poner en evidencia que todo lo que ocurre hoy día con la Concertación y el socialismo no cayó del cielo, que no es producto de los afanes personalistas, como frívolamente algunos pretenden establecer. Lo que hay aquí es un testimonio individual y colectivo –y pongo énfasis en lo colectivo– de un conjunto de personas que no nos hemos dejado amedrentar ni silenciar, porque estamos convencidos de que es posible construir un Chile mejor.

    Han pasado ya catorce años desde mi intervención en el Consejo General del PS advirtiendo sobre los problemas en ciernes, tanto en el ámbito de la política en general como del partido en particular, y tengo que reconocer con tristeza que la realidad superó ampliamente mis aprensiones. Lo que hoy se llama Partido Socialista ha tendido a reducirse a un aparato que margina, castiga y ha hecho de la administración del poder por el poder su principal objetivo.

    No cabe duda que hay muchos militantes que seguirán contribuyendo con su esfuerzo a mantener vivas las ideas del socialismo, pero lo cierto es que la promesa de construir una gran fuerza política, como la que soñamos en los ochenta en torno al proceso de convergencia y renovación socialista, es una tarea ampliamente inconclusa.

    Como es propio de todas las tareas ambiciosas, este proceso transcurre por senderos pedregosos. Esto es así en todos los lugares del mundo. En el caso de Chile enfrentamos momentos que pueden ser muy decisivos y tengo confianza en que lograremos salvar los obstáculos que se oponen a la transformación del país en una democracia sólida, dinámica, con amplias libertades y una distribución decente de los ingresos.

    El camino tiene accidentes que llevan a adoptar decisiones que pueden ser dolorosas. Mi última intervención en la Comisión Política del Partido Socialista y mi carta de renuncia, incorporadas a título de epílogo, son testimonio de ello. Este, por cierto, es el fin del libro, pero en ningún caso el fin de la historia.

    Un socialismo renovado para reconstruir

    una gran fuerza de izquierda (1995)

    Intervención del senador Carlos Ominami en el Tercer Consejo Nacional del Partido Socialista de Chile celebrado en Talagante los días 15 y 16 de julio de 1995.

    Introducción

    A pesar de los importantes avances realizados a partir de 1990, Chile presenta todavía demasiadas carencias, Concluir la transición. Concluir aceleradamente distribuyendo equitativamente los frutos de ese crecimiento, desterrar la intolerancia y ampliar las libertades son las grandes tareas que tenernos por delante.

    Resulta extraordinariamente inquietante el que las dinámicas sociales y políticas actualmente imperantes no estén siendo capaces de crear condiciones favorables a la materialización de esas aspiraciones. Antes bien, muchos elementos indican que en nuestro país tiende a consolidarse una democracia a medias, una economía fuertemente desigual y un clima de creciente intolerancia, y provincianismo en el campo valórico y cultural.

    Algunos tratan de explicar esta situación diciendo que el gobierno es de derecha. No comparto esta apreciación. El problema es mucho más complejo. Es el país el que se ha derechizado y ni el gobierno ni la Concertación ni tampoco nosotros sabemos qué hacer exactamente para modificar esta situación.

    Es en este cuadro que cobra sentido una reflexión a fondo acerca de la realidad del socialismo en Chile y muy concretamente de su capacidad para interpelar el actual estado de cosas.

    Los partidos políticos, por larga y heroica que sea su trayectoria, solo se justifican en tanto instrumentos de causas que los trascienden. Los partidos que viven principalmente para servirse a sí mismos tienen una existencia efímera y no son históricamente relevantes. Es, en consecuencia, pertinente interrogar hoy día al socialismo respecto de los grandes desafíos que el país presenta. Para decirlo de manera muy directa, pienso que nuestro partido no está a la altura de las circunstancias, que no estamos acumulando la fuerza necesaria para enfrentar con éxito los enclaves autoritarios, las tendencias al agravamiento de las desigualdades y el totalitarismo moral que domina en el país.

    Siento que los socialistas en vez de crecer nos hemos estancado. Veo un partido que no mantiene sus raíces con la sociedad, sino que, por el contrario, tiende a replegarse sobre sí mismo, todo lo cual explica el hecho de que en la práctica sean más los socialistas que dejan la actividad partidaria que los nuevos contingentes que vienen a engrosar nuestras filas. Porque la incorporación efectiva de militantes al partido se ha detenido y los llamados frentes de masa, salvo contadas excepciones, no operan prácticamente en ninguna parte.

    Tengo plena conciencia de las dificultades y los dolores de una discusión de este tipo. Es ciertamente más simple guardar silencio o mantener un discurso autocomplaciente. Como militante y senador socialista siento, sin embargo, que una actitud de ese tipo sería altamente censurable.

    El socialismo es antes que nada una visión crítica de la realidad, un enfoque que rechaza el conformismo. Pero aquello que se aplica a la realidad externa con mayor razón debe aplicarse a nosotros mismos. En el momento en que caigamos en la autocomplacencia perdiendo capacidad para analizar nuestras limitaciones, ahí mismo nuestra capacidad de enfrentar tareas de envergadura histórica habrá llegado a un punto muerto.

    Quizás la historia del socialismo real no habría culminado en un desplome ignominioso si no se hubieren acallado las voces críticas que desde su interior surgían. Si la crítica no hubiese sido estigmatizada, los disidentes perseguidos y sus opiniones deformadas a lo mejor las experiencias socialistas no hubieran tenido el final vergonzoso que hemos conocido.

    Algo semejante puede decirse de esa poderosa institución que en su época fue el Partido Comunista. Experto en acallar las críticas y denostar a los disidentes, allí está en la marginalidad y la irrelevancia. Los partidos políticos son instrumentos de transformación de la realidad social. Para ello requieren desplegar también una gran capacidad de transformación de sí mismos.

    Me propongo en esta intervención expresar mis ideas con la mayor franqueza, sin rodeos ni verdades a medias que lo único que hacen es anestesiarnos impidiéndonos enfrentar nuestros verdaderos problemas. Es, además, muy importante no confundir la defensa de nuestra identidad con la defensa de nuestros defectos.

    Si alguien ha podido sentirse o se siente ofendido con mis palabras, aquí mismo le pido excusas. No es ese mi ánimo. Respeto como el que más el esfuerzo y el sacrificio que a lo largo de la historia han aportado muchos socialistas. Justamente, en nombre de esas tradiciones, quiero expresar, con cariño pero sin ambigüedades, mis opiniones.

    Apelo en esto a las reglas básicas del debate democrático, al respeto por las opiniones ajenas, a la confrontación de ideas que deja de lado la descalificación y el pernicioso recurso de la distorsión de las opiniones ajenas.

    I. El Chile del 95

    Democracia plena, crecimiento con equidad, tolerancia y respeto de la diversidad son grandes aspiraciones que figuran en el Chile de hoy como tareas pendientes por falta de actores sociales y políticos con la fuerza suficiente para hacerlas realidad.

    Los enclaves autoritarios heredados del régimen militar no solo mantienen su vigencia constitucional, sino que se ha activado fuertemente durante el último tiempo poniendo graves cortapisas a la acción democratizadora, Es así como el país asistió a un conflicto entre el Presidente de la República y el jefe de la policía que puso dramáticamente en evidencia las limitaciones de la autoridad presidencial.

    Otro tanto ha ocurrido con el fallo del caso Letelier. La firme voluntad presidencial de hacerlo cumplir integralmente y que Manuel Contreras vaya al penal de Punta de Peuco no ha podido, todavía, materializarse Como tuve ocasión de denunciarlo en el Senado mientras se cumplen todas las pequeñas formalidades del Estado de Derecho, lo cierto es que en el fondo el conjunto de maniobras dilatorias que hemos conocido comportan su flagrante violación. El principio de igualdad de todos los chilenos frente a la ley sigue en estos días en cuestión.

    Por otra parte, la institución por excelencia del sistema democrático –el Parlamento– no consigue, producto en particular de la existencia de senadores designados, expresar de manera fiel la soberanía popular y se ha transformado en un poder que obstaculiza de manera sistemática los avances políticos y sociales.

    Algo semejante sucede con el Tribunal Constitucional, el cual frente al grave problema de la deuda que arrastran algunos de los principales bancos del país, ha fallado persistentemente en la dirección de defender los intereses de grupos minoritarios que han usado y abusado de resquicios legales para mantener sus privilegios.

    El proceso de transición a la democracia en nuestro país se encuentra congelado. No estamos avanzando en la dirección de la democracia plena. De mantenerse la actual situación es de temer que se transformen en permanentes las herencias del autoritarismo. Así las cosas, no está para nada excluida la posibilidad de que, en marzo de 1998, tengamos al general Pinochet esta vez en condición de senador vitalicio, dirimiendo en el Senado a favor de la derecha el empate que puede surgir de las urnas, dada la injusticia del sistema binominal.

    En el campo económico Chile ha hecho progresos importantes. Somos de lejos el país que más ha crecido durante los últimos años en América Latina. Nuestras tasas de crecimiento se comparan muy favorablemente con las que han imperado en la mayoría de los países del mundo. Se trata de un progreso importante toda vez que por primera vez en nuestra historia es posible visualizar la superación de la condición de subdesarrollo. Sin embargo surgen legítimas interrogantes respecto de la capacidad del país para distribuir equitativamente

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