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Tres relatos antipodemitas
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Libro electrónico319 páginas3 horas

Tres relatos antipodemitas

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El humor y la ironía corren por las páginas que componen los tres relatos de este libro. Un secuestro durante una capea en el campo con una búsqueda hilarante, una reliquia sagrada que tiene que ser protegida y el Oro de Moscú conforman los puntos clave de las divertidas historias que encontrarás en estas páginas.

Tres relatos antipodemitas es un libro en el que la reflexión, la aventura y el humor se unen en torno a un único objetivo: la lucha contra los totalitarismos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 may 2019
ISBN9788468536910
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    Tres relatos antipodemitas - Manuel Fernández Prieto

    Tres relatos antipodemitas

    Manuel Fernández Prieto

    © Manuel Fernández Prieto

    © Tres relatos antipodemitas

    ISBN papel: 978-84-685-3689-7

    ISBN ePub: 978-84-685-3691-0

    Impreso en España

    Editado por Bubok Publishing S.L.

    Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

    Índice

    LIEBLING ANA

    CAPÍTULO I. HISPALIS

    CAPÍTULO II. CAPEA EN EL CAMPO

    CAPÍTULO III. EXTRAÑA DESAPARICIÓN

    CAPÍTULO IV. SHERLOCK HOLMES

    CAPÍTULO V. AUGUSTA EMERITA

    CAPÍTULO VI. HELMÁNTICA

    CAPÍTULO VII. MADRID

    CAPÍTULO VIII. MÁS PISTAS

    CAPÍTULO IX. ARREGLO FINAL

    CAPÍTULO X. CLARINES

    TIEMPOS SALVAJES

    CAPÍTULO I

    CAPÍTULO II

    CAPÍTULO III

    CAPÍTULO IV

    CAEN YA LAS HOJAS DE LOS ÁRBOLES

    CAPÍTULO I. CAEN YA LAS HOJAS DE LOS ÁRBOLES

    CAPÍTULO II. LA CÁRCEL

    CAPÍTULO III. MADRID

    CAPÍTULO IV. EL LÍO DEL MONTEPÍO

    CAPÍTULO V. NEW YORK, NEW YORK

    CAPÍTULO VI. EL TESO DEL GAVILÁN

    CAPÍTULO VII. EL ORO DE MOSCÚ

    CAPÍTULO VIII. EL VIAJE ASTRAL

    CAPÍTULO IX. MARBELLA LA NUIT

    CAPÍTULO X. LA NOCHE SEVILLANA

    LIEBLING ANA

    CAPÍTULO I. HISPALIS

    (En el año 2000 de nuestro Señor, bajo la égida de Aznar, tuvieron lugar en la ciudad del Betis estos extraños hechos, de los cuales, por cierto, no me acuerdo muy bien, pero me mandan aquí fregar los platos, y, como no tengo muchas ganas de fregar, que digamos, se los voy a contar [toma esa, Bibiana]. Lo siento mucho por ustedes, y que el Señor guíe mi máquina de escribir para que esto no sea demasiado pestiño).

    (Todo comenzó cuando el que iba a ser el protagonista principal de estos capítulos, un magnífico ejemplar ario, de los que harían las delicias de Adolf, puso el pie en Sevilla, en la estación de Santa Justa, gracias a una beca Erasmus, en el susodicho año. Era Joscka un alemán alto, rubio y de ojos azules, sito en la modernidad, y que se apuntaba a todos los -ismos habidos y por haber: socialismo, ecologismo, buenismo, etcétera, etcétera. Un ser totalmente políticamente correcto, partícipe de las historias que van a ser aquí contadas).

    (Pero hete aquí, ay, que ha poco ha tenido gran éxito en España una película llamada Ocho apellidos vascos que ha traído una serie de secuelas, con bastante éxito todas. Y como no quiero que se me apunte a esa movida, y se me acuse de plagio y de cosas similares, el susodicho Joscka pasará a un segundo plano. Tomarán el protagonismo una serie de personalidades autóctonas cuyas peripecias no creo que mengüen en interés).

    (Una voz me dice desde algún lugar: «Manolo, tienes que tirar la basura», pero yo continúo impertérrito con la redacción de este relato para desgracia de la humanidad, repito).

    (El caso es que Joscka apareció en la capital andaluza un caluroso día de agosto de dicho señero año con sus maletas en la mano. Sudando la gota gorda. Esperándolo estaba Pepe, el anfitrión sevillano. Un cartelito, el aire de despistado y el agobio debido al calor reinante le indicaron a Pepe que este era el sujeto a quien esperaba).

    Pepe.— Guten Abend, Bis du Joscka?

    Joscka.— Ja. Du must bist Pepe. Nein?

    Pepe.— Ja. Meher glucken sehen du.

    Joscka.— Egal. Pero hablar mejor español. Yo venir aquí a aprender el idioma.

    Pepe.— «Y a ligar con la beca orgasmus esa…» (piensa). Claro, quillo, yo hablo poco alemán todavía. ¿Qué tal el viaje? Dame una maleta, que ahí fuera tengo el carro aparcado…

    (Y así se fueron andando hacia el coche de Pepe. En muchos sentidos era Pepe muy distinto del alemán. Joven sevillano de derechas de toda la vida, cofrade y rociero. Forofo de Aznar como si su nombre Pepe se lo hubiesen puesto sus padres adrede. Estudiante de Químicas y vestido a la manera oficial del pijo sevillano clásico en aquellos años de la posmovida. Pantalón Levi’s, camisa rosa elegante y remangada, a pesar del calor, y zapatos castellanos. No llevaba el jersey debido a las fechas, pero lo lleva la mayor parte del tiempo anudado al cuello. Y para no dejar ninguna duda en cuanto a su personalidad, unas patillas curiosas enmarcaban su cara morena de ojos oscuros y cabello negro peinado hacia detrás con abundante Patrico encima).

    (Por la calle Torneo iban los dos en el Peugeot 205 de Pepe: el alemán, devorando ávidamente con los ojos la limpia y lustrosa Sevilla posExpo y el sevillano, tratando de hacer agradable la llegada del «erasmita», al cual ya conocía por previas conversaciones en internet).

    Pues ahí hicieron la Expo, eso que ves es el puente y aquellos, algunos edificios que siguen en pie.

    Joscka.— Ser muy schön.

    Pepe.— Ahora vamos a dejar las maletas en tu habitación, te presento a la family y nos vamos a tomar unas cervezas y unas gambas para celebrar tu llegada.

    Joscka.— Hacer mucho calor.

    Pepe.— Por eso. Vamos a refrescarnos una mijita. Además, el personal tiene muchas ganas de verte. Aquí estamos acostumbrados a los extranjeros. Estudian muchos, y más que vinieron cuando la Expo. Les he hablado de ti y quieren que pases un curso estupendo…

    Joscka.— ¿Qué tal Químicas?

    Pepe.— Jodido. Este año lo pasé muy bien, pero suspendí mucho también. De todos modos, ando liado con unos experimentos. Si me salen, pegaré el pelotazo, je, je.

    Joscka.— ¿Qué ser «pelotazo»?

    Pepe.— Mogollón de pasta gansa. Mucho dinero, Joscka.

    (Como vemos, el espíritu de la Expo había penetrado profundamente en el joven y se quería apuntar a los Pellones).

    Veo que entiendes bastante bien. Tienes avanzado el español tú…

    Joscka.— Sí, espero ser útil en el futuro para mis estudios de económicas. Gustaría de dedicar en un futuro a exportación de maquinaria a Iberoamérica. Ya sabes. El negocio familiar. Pegar pelotazo yo también.

    Pepe.— Mira, ahí está la cervecería. A ver si conseguimos aparcar pronto. Esto está imposible.

    (Acomodado el guiri, conocidos padres y hermanos de Pepe, se presentan a tomar unas cañas en el mítico bar Mamma Luna, sito en una céntrica calle sevillana y de ambiente de rara mezcla entre lo taurino y lo posmoderno).

    Este es nuestro colega Joaquín, amigo de hace muchos años… Kino, unas cervezas y un plato de gambas, haz el favor, aquí pa’l guiri…

    Kino.— Mucho gusto, encantado. ¿Cómo te atreves a venir a casa del científico loco este? Puedes salir volando… por los aires… un día de estos…

    Pepe.— Qué gracioso…

    Kino.— ¿No te ha contado cuando casi incendia la universidad?

    (Y este era Kino, uno de los principales protagonistas de la historia. Regenta el susodicho garito, al frente del cual lleva unos años. Es el medio de ganarse la vida de este torero al que las cornadas del toro y de la vida apartaron de los ruedos. Historia que será contada a su debido tiempo. Sigamos ahora conociendo a los personajes…).

    Pepe.— ¿Ha venido Toño ya?

    Kino.— Sí, está en el patio con los guiris…

    Pepe.— Pasa por aquí, Joscka.

    (Y en el patio del garito una pequeña reunión discutía acaloradamente en varios idiomas sobre el existencialismo y la movida posretro).

    Toño.— Ahí vienen los dos, chicos, chicas, el científico loco y su mecenas alemán…

    Joscka.— Pero ¿qué hacer tú? Todos comentar…

    Pepe.— Nada, nada, un antiguo episodio sobre el cual es mejor correr un tupido velo…

    (Y allí estaba ella. Ana. Una francesita de esas con las que sueña toda la humanidad masculina. Elegante, alegre, guapa, pelo a lo garçon, culta, inteligente…).

    Ana.— Desde que llegó el Asnarrr esto parece un culturicidio. Mi hermana cuenta maravillosas historias de los ochenta en los Madrrrrriles…

    Pepe.— Hola, guapa, este es Joscka. ¡Qué sevillanas más bonitas se compusieron en aquellos años…! Con el maravilloso Rafael del Estad y compañía. Fue un momentazo. ¿Qué tiene que ver Aznar con la decadencia de la movida?

    (Amor a primera vista. Desde ese instante, todo el mundo supo que la pareja guiri de moda iba a ser aquella).

    Joscka.— Très jolie vous êtes, mademoiselle.

    Ana.— Guau, Pilar, cette garçón est meilleur que le fromage…

    Pilar.— Yo lo había visto primero…

    (Pilar, estudiante de Filología Inglesa, acostumbrada a alternar con el «guirerío». Apasionada del socialismo científico y de las lecturas exigentes. Rubia, cuidadosamente desaliñada, musa de los poetas ultravanguardistas sevillanos como Toño).

    Alberto.— La madre que me parió. Adiós a la francesa. ¿De dónde has sacado a ese, Pepe?

    Pepe.— Es el de la beca Erasmus. Ya te dije…

    (Y, para terminar, Alberto e Ingrid. El primero es el mejor amigo de Pepe. Un estudiante de Derecho aficionado a los toros que pasa de política. Viste a los años noventa sin destacarse, con sus vaqueros y sus camisas curiosas. Ingrid, otra estudiante de español en Sevilla, como Ana, pero inglesa de pura cepa. Pelirroja y con pecas, parece escocesa más bien. Como quiero acabar el capítulo para ir a comprar tabaco, dejaremos que las diferentes personalidades de este grupo de amigos se vayan dibujando poco a poco a medida que avanza la historia. Joscka y Pepe se unen a la reunión, les llegan sus cervezas y sus gambas, y fluye la conversación entre anécdotas y risas. Oscurece y baja el calor. Se está en Sevilla como en la misma playa).

    Alberto.— Pesados que son. Siempre filosofando. Primum vivere deinde filosofare.

    Pilar.— Ya salió el español retrógrado. Mira qué libro he comprado, Ingrid: El materialismo ateo desde el punto de vista del esquimal emigrante al trópico…

    Toño.— A ver si me lo dejas, tiene que ser demasiado…

    Ingrid.— Very interesting. My boyfriend told me…

    CAPÍTULO II. CAPEA EN EL CAMPO

    (Bueno, ya fumé el cigarro y sigo. A ver si antes de comer consigo acabar el capítulo. Espero no estar aburriéndolos mucho).

    (La vida siguió y Joscka rápidamente se integró en la vida estudiantil sevillana. Hizo tercero de Económicas, y así, estudiando, tertuliando y amando a Ana, pasó lo que quedaba del verano y el otoño. Era feliz. Trabajaba y disfrutaba de la vida. El grupo seguía reuniéndose, con otras entradas y salidas, pero el núcleo fundamental siguió siendo el de los personajes presentados. Una agradable tarde de final de otoño se dieron cita, pese a algunos escrúpulos del guirerío, en una capea, invitados por Kino. Mientras Alberto emulaba al gran Enrique Ponce, Pepe y Joscka charlaban, apoyando la barbilla en un burladero).

    Pepe.— Qué mareo. Me he pasado con el vino.

    Joscka.— Tú beber mucho.

    Pepe.— Qué quieres, me quedan cuatro del año pasado, Angelina no me hace ni puto caso. Tú sí que tienes suerte, que llegaste y besaste el santo.

    (Ana e Ingrid trataban en esos momentos de torear al alimón una becerra berrenda).

    Joscka.— Ser muy feliz. Ir con Ana de cine.

    Pepe.— Ya lo veo, ya. Me voy, que tengo que seguir con los experimentos y luego tengo reunión en la cofradía. Hay que ir preparando algo. Y dile a Alberto que no beba más, que le va a pillar la becerra.

    Joscka.— OK. Estar todo buenísimo. Jamón sehr gut.

    Pepe.— El jamón y la jamona, no te jode, el tío… En fin, antes de marchar quiero que leas esto que ha escrito el Toño. Le voy a decir a Angelina que lo he escrito yo, a ver si me capta la vena romántica de una vez…

    Joscka.— Ser muy guapa, Angelina. Dejar ver versos:

    Brilla la luna en la noche azul

    y todos miran a ella,

    pues es el satélite tan bello

    como los ojos que tienes tú.

    Puaf, ser malísimos. Tú no comer rosca alguna.

    Pepe.— Tú dame ánimos…

    (Pepe se va. Los demás siguen toreando un rato. Toño y Pilar comentan literatura en otro burladero).

    Toño.— (Desaliñado y con bufanda pijoprogre). ¿Has visto, el nazi? ¿No dice que mis versos son malos? ¿No te jode…?

    Pilar.— No has tenido tu mejor día, hombre. ¿Quién te inspiró?

    Toño.— Nadie en concreto. Guiris en general…

    Pilar.— Ahí tienes el fallo. Me voy, que tengo una peli en el sindicato. ¿Vienes?

    Toño.— ¿Qué peli?

    Pilar.— La luz de las luciérnagas vuelve a lucir en la España de Felipe.

    Toño.— ¡¡¡Qué rollo…, Dios mío!!! Iré, tengo argentía de todo lo que he bebido.

    Pilar.— Estáis todos buenos… Menos el nazi, que no bebe. Pero no lo llaméis así. Es igual de rojo que yo…

    Toño.— Postureo…

    Pilar.— ¿Qué dices?

    Toño.— Nada. Que sois burgueses jugando a la revolución. Mira lo que me he sacado.

    Pilar.— A ver… «Socio n.º 236 de la Organización Revolucionaria de Trabajadores». Joder, tope guay. ¿Ves? Cuando quieres sabes ser encantador…

    Toño.— Qué remedio…

    Pilar.— ¿Qué dices?

    Toño.— Nada. Vamos a ver esa peli. Tiene algunos pasajes interesantes de todos modos… Después me pasaré por la cofradía…

    Pilar.— ¿Tú también eres cofrade?

    Toño.— A ver…, pero es una cofradía de las rojas.

    Pilar.— Entonces quédate toreando. Hasta luego, reaccionario.

    Toño.— ¿Qué?

    Pilar.— Que no…, que es un queo… ¡Venga, vámonos!

    (Mientras el eje franco-alemán se divierte toreando al alimón una becerra negra zaína, Alberto hace planes, dando buena cuenta de un trozo de panceta con pan de pueblo).

    Alberto.— Déjame la moto para el finde, Kino. Me quiero pegar un viajecito a la playa. Aquí me como menos que Carpanta en Cuaresma. La gabacha se ha liado con el nazi y la escocesa no quiere ser segundo plato.

    Kino.— La moto, la estilográfica y la mujer no se dejan. Ingrid es inglesa, no escocesa.

    Alberto.— Bueno, pero lo parece. Venga, déjamela. No soporto al eje franco-alemán haciéndose arrumacos.

    Kino.— ¡¡¡Que no!!!

    Alberto.— Vaya por Dios… Oye, ¿por qué te retiraste de los toros? Un bache malo se supera…

    Kino.— Sabes que no quiero hablar de eso…

    (Y la mente de Kino se puso a volar, hacia un tiempo de gloria en las plazas de toros españolas, cuando citaba de frente a los Albaserrada y no se movían ni un milímetro los pies del suelo…, salidas a hombros, orejas cortadas; y hacia aquel día que invitó a cenar a la que es hoy en día la actriz de moda. La rubia encantadora que hacía volver las miradas de todos los comensales del restaurante mientras se dirigían acompañados del maître a su mesa reservada con paso firme y seguro. Marisa Prada, que por aquel entonces era todavía una chica muy guapa, pero sencilla y descubriendo el mundo. Todavía no había triunfado en el cine y eran una pareja de jovenzuelos locos y enamorados).

    (Ella se moría por él y él se moría por ella, y aquella noche fueron después de cenar al cortijo de su amigo Carlos del Pino a pasear a caballo bajo la luz de la luna llena. Pararon en la charca del Sacromonte y se tumbaron en la hierba. Se desnudaron e hicieron el amor con una dulzura infinita…).

    Alberto.— ¿Dónde andas, Kino?

    Kino.— Venga, me voy que tengo que abrir el bar. ¿Vienes?

    Alberto.— Bueno, pero déjame la moto…

    CAPÍTULO III. EXTRAÑA DESAPARICIÓN

    (Bueno, ya comí, un poco de paella y un filete de lomo. Y como no me abandona el frenesí escribidor, para desgracia de ustedes, me dispongo a acometer el tercer capítulo).

    (Sucede que un día de suave invierno estaba Alberto preparando un examen de cuarto de Derecho, fiscal o algo así, impartido por el ínclito catedrático Fernando Pérez Royo, cuando, en medio de la concentración, se vio interrumpido).

    Paco.— Hola, Alberto. ¿Has visto al nazi?

    Alberto.— ¿Eh? ¿Qué dices?

    Paco.— Que si has visto al nazi.

    Alberto.— Estaba estudiando en aquel sitio hace un rato. Creo que ha ido al bar a tomar un café.

    Paco.— Vaya, voy a ver si lo veo. Tengo que decirle una cosa.

    Alberto.— Bueno, déjame estudiar que mañana tengo examen.

    Paco.— Te

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