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Tomás de Aquino, economista
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Tomás de Aquino, economista

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Santo Tomás de Aquino, ¿economista? Claro que sí. Supo leer con mucha atención los escritos económicos de Aristóteles, y analizó desde ellos, –añadiendo la opción preferencial por los pobres (maximin)–, la revolución comercial del siglo XIII, sus equilibrios políticos, la lógica del don presente en la liberalidad y la magnanimidad de los creadores, los procesos de información y desconfianza que provocan o acentúan las crisis económicas, el papel de la banca y los tipos de interés.
Sus pensamientos en estos campos siguen muy vivos hoy. La opción preferencial por los pobres –ya presente en San Juan Crisóstomo– aparece en los trabajos de Rawls o de Rubio de Urquía. La lógica del don de Mauss nos ha permitido redescubrir los elementos de regalo y gratitud que unen a las diversas generaciones y mercados, al igual que los modelos de difusión de Hägerstrand. La magnanimidad, con su amplio horizonte temporal es la base de la obra de Schumpeter y Fisher. La necesaria confianza aparece en los trabajos de Peyrefitte y Fukuyama. La responsabilidad de los media en las crisis está presente en los ajustes de las expectativas.
Husserl, refiriéndose a la geometría, nos ha hecho pensar en la relación entre el origen de cada ciencia, su evolución y su futuro. Leer a Tomás permite "ampliar la razón".
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 nov 2018
ISBN9788491361855
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    Tomás de Aquino, economista - José Antonio Garcia-Durán de Lara

    REFERENCIAS

    INTRODUCCIÓN

    ¿Por qué estudiar a santo Tomás de Aquino en su faceta de economista y pensador social? La respuesta es sencilla: porque, a pesar de las diferencias entre la sociedad del siglo XIII (demografía, renta, tecnología) y la del siglo XXI, cabe encontrar en sus escritos guías útiles para la sociedad contemporánea, guías útiles acerca de cómo desde el cristianismo se pueden aportar muchos elementos que sirvan de orientación y de definición del futuro, guías útiles –en último término– para las reflexiones de la denominada doctrina social de la Iglesia. La primera orientación para este estudio proviene de mi profesor de literatura durante el bachillerato, gran poeta cristiano en catalán, Josep M. Boix i Selva: un día nos dijo en clase que «esta fecha es muy importante para mí porque hoy empiezo la lectura de la Suma Teológica». Ese deseo quedó grabado en mi memoria y en mi alma.

    Barcelona, 2013

    CAPÍTULO I. PRIMERA LECTURA

    1. La revolución comercial del Duecento

    Dar una caracterización económica del siglo XIII, del Duecento –ya que fue un siglo italiano– puede resultar una tarea difícil para una mentalidad moderna.

    Un ritmo de cambio que en aquel entonces debió parecer rápido, puede parecernos hoy muy poca cosa: de 1200 a 1300 la población europea pasa de 61 millones de personas a 73 millones, un incremento de casi un 20% en 100 años.

    Lo significativo, lo cualitativamente importante, es que esos 12 millones de personas son incremento urbano, unas 150 ciudades que pasan de 10.000 a 90.000 habitantes, como hizo Florencia. Vida urbana significa problemas de abastecimiento. Por tanto, hay oferta de innovaciones –ya que la densidad, estar juntos, favorece el intercambio de ideas–, y demanda de innovaciones por quienes han de procurar bienes a las diversas ciudades.

    J. C. Russell (1969) explica que la esperanza de vida al nacer era de 35,3 años y a los sesenta años, de 9,4 años.

    Jacques le Goff (1968, 1982, p. 9-20) nos ofrece una descripción de esas innovaciones del siglo XIII: mejora de rendimientos en las tierras de cereal, carros arrastrados por caballos en vez de bueyes, pastos para las reses, producción ampliada de plantas para hacer tintes, vides, publicación de manuales de economía rural, molinos de viento y de agua, sierra hidráulica, hilatura con rueca en vez de uso, máquinas de tejer horizontales manejadas con pedal y no con la mano, tejidos de lana (Flandes) y seda (Italia), mapas, barcos mayores, brújula, construcciones de piedra en vez de madera. Las acuñaciones de pequeñas monedas con poco contenido de plata se amplían a monedas con mayor contenido de plata y monedas de oro. Pero las transacciones en efectivo se ven superadas por créditos, letras de cambio, operaciones de cambio de divisas. Lynn White Jr. (1969) explica el salto que se da en la agricultura por el paso de dos terrenos (activo y en barbecho) a tres (activo uno, activo dos y barbecho); insiste en que «en el siglo XIII existía una pasión por la mecanización de la industria como no se había conocido en ninguna otra cultura (...) hacia 1260 el franciscano inglés fray Roger Bacon preveía un mundo de automóviles, submarinos y aeroplanos» (p. 169). «En las postrimerías de la edad media se consideraba a los avances tecnológicos como algo profundamente virtuoso, como una manifestación de la obediencia del hombre al mandato divino de que la humanidad debía gobernar la tierra» (p. 182).

    Robert Sabatino López (1971, cap. V, p. 130-147) describe la relación entre la división del trabajo, el progreso técnico y la organización gremial. Ya que «la producción de textiles fácilmente se descompone en una serie de operaciones especializadas confiadas a distintos talleres o gremios separados. La interdependencia de las operaciones invita a su vez a la integración de todas las operaciones bajo una dirección». Sylvia L. Thrupp (1971) insiste: «Los gremios llegaron a acumular tal cantidad de funciones administrativas y privilegios, en la mayoría de las ciudades medievales, que se convirtieron en las bases de la organización política. Su función de mantener unidos a todos los hombres que realizaban un mismo trabajo como si fueran hermanos, de acuerdo en proporcionarse créditos unos a otros, fue realmente duradera» (p. 265).

    Le Goff (1982, p. 39-47) señala que, poco a poco, esa organización con más de 130 gremios de oficios preindustriales, evoluciona a favor de los beneficios de una minoría, el patriciado, que reproduce en la ciudad la mentalidad de «¡pobre el que quiere salir de su condición!». En muchas ciudades el patriciado hace recaer sobre los más pobres los tributos necesarios para pagar los gastos municipales. A final de siglo se llega a poner condiciones de origen familiar para entrar en el consejo de la ciudad (serrata de Venecia en 1297). Y afirma: «teólogos como santo Tomás de Aquino justifican la situación de los siervos tanto por el pecado original como con los textos de Aristóteles». ¿Realmente fue así? No. Las puntillas contra el pensamiento de santo Tomás no consiguen borrar la fuerza de este. O’Brien (1920) lo explica con detalle.

    Sabatino López (1971, cap. 1 y 3) define la situación como la Revolución Comercial, sin la que difícilmente se hubiera dado la posterior Revolución Industrial. Contrasta la situación del siglo XIII en Europa con el final del Imperio Romano. ¿Qué había pasado en Roma? Las administraciones públicas se habían hecho cargo de buena parte de la actividad económica (sal, cereales, metales, mármol, uniformes y pertrechos militares); los hombres de negocios se retiraban cuando habían conseguido dinero suficiente; el comercio no se consideraba adecuado para los nobles; el capital conseguido antes del retiro se dedicaba al consumo conspicuo; las guerras se financiaron mediante impuestos extraordinarios y pérdida de contenido metálico de las monedas. La aurea mediocritas se impone. Los valores de la nobleza agraria absorben a los valores mercantiles.

    Por el contrario, en las ciudades europeas del siglo XIII, las italianas sobre todo, los beneficios comerciales financian los talleres industriales y crédito para otros mercaderes. Aumentan las acuñaciones de moneda; el incremento de las acuñaciones de monedas con poco contenido metálico hace aumentar la velocidad de circulación del efectivo; el empleo del crédito permite la multiplicación del dinero, que el mismo efectivo actúe como medio de pago en más de un sitio al mismo tiempo. Aparecen también nuevas formas de sociedad: la compagnia (con inversiones de cuantía limitada durante un tiempo limitado) y la commanda (que une un crédito durante la duración de un viaje comercial con un reparto de riesgos y beneficios entre prestamista y prestatario). Jacques Le Goff (1971) señala que «La ciudad podía obligar a los señores rurales a dar libertad a sus siervos, como sucedió en gran escala en diversas ciudades italianas (...). El patriciado de la ciudad medieval liberaba al campesino de la servidumbre de la tierra» (p. 87). «La ciudad medieval de alguna manera atacaba al mundo feudal por ciertos aspectos de la igualdad social que allí se alcanzaba, por su espíritu de empresa económica y por cierta atmósfera de cálculo». Georges Duby (1969) insiste en que «en el siglo XIII en casi todas partes existía una tendencia general hacia la relajación de los vínculos de servidumbre» (p. 197). «En el siglo XIII los campesinos de la región de París ofrecían enormes sumas a sus señores a cambio de cartas de libertad».

    Esa amplia experiencia de dinamismo económico rompe la posibilidad de que la riqueza agraria absorba con sus valores al patriciado urbano con los suyos. La lucha entre la familia Aquino y su hijo Tomás refleja muy bien esa tensión. Los Aquino, nobles terratenientes, quieren que su hijo sea benedictino, que dirija uno de los grandes monasterios que eran la vanguardia de las técnicas agrícolas. Tomás prefiere ser dominico, de las nuevas órdenes mendicantes, sin tierras, nacidas para vivir en el ambiente urbano de los patricios (comerciantes y banqueros), de los artesanos de los gremios, de la nueva pobreza de las ciudades. El liderazgo económico ha pasado del terrateniente al mercader; el liderazgo espiritual de los dinámicos monasterios, del ora et labora, pasa a las órdenes mendicantes urbanas.

    El transporte no se limita al tráfico marítimo por el Mediterráneo, sino que cruza el Canal de la Mancha, se crea una línea directa marítima Génova-Flandes en 1277, se atraviesa con mulas la barrera de los Alpes al abrirse el paso del San Gotardo (1237) –cuando Tomás de Aquino tenía doce años–. En las ferias de Champagne, que duran casi todo el año, se reúnen los productos de Flandes, de Italia, los de la campiña francesa, los de Inglaterra, y todo ese movimiento de intercambio comercial y de monedas se intermedia por obra de los bancos toscanos de Siena, en especial la casa Buoncompagni, que contaba con oficinas de cambio de divisas en casi todas las ciudades de Europa con feria. Jacques Bernard (1971) explica que «los procedimientos financieros eran relativamente imperfectos, por lo que fueron en este aspecto de primordial importancia las relaciones personales fundadas en la confianza, la buena reputación, una naturaleza honorable e incluso la cortesía» (p. 341). «El sistema utilizado para establecer la compensación entre deudores y acreedores en las ferias de Champaña y, todavía más, el uso de liquidaciones bancarias y la garantía de los banqueros a los descubiertos de sus clientes, llevaron en el siglo XIII a la creación de una verdadera moneda bancaria» (p. 346). La imperiosa necesidad de ese tipo de banca aparece como un deseo en Berceo (c. 1230; milagro núm. XXIII).

    Los mercaderes italianos llegan a Inglaterra, a Groenlandia, al Báltico, a Saboya, a Borgoña, al imperio mongol, a Pekín... Sus beneficios permiten financiar la mejora de los utensilios de los artesanos, amplían su horizonte de producción y mejoran la productividad. Se ha roto el nudo gordiano entre excedentes agrícolas y comercio, el cordón umbilical entre riqueza agrícola y riqueza urbana. Se ha roto un sistema de valores que primaba la seguridad por encima de la oportunidad.

    Fanfani (1933) ha explicado la influencia del cristianismo (catolicismo) en esa ruptura del nudo gordiano del statu quo. Para Samuelsson (1961), sin embargo, «en la opinión de Fanfani la religión jugó un papel secundario; el espíritu del capitalismo es ajeno a toda clase de religión». Vicens Vives (1959, cap. XIV) tiene una visión algo más amplia: «Durante ocho siglos, la burguesía triunfó porque supo hacer desde el primer momento del negocio un estímulo, o sea que, en la confección de un producto, en la venta del mismo y en la serie de transacciones comerciales, e incluso en el regateo, veía un arte elaborado, una manera de vivir la vida; muchas veces como aventura, muchas veces como placer, muchas otras simplemente como especulación. Pero lo hacía no contando con el egoísmo que derivaba del lucro, sino sintetizando en esa ocupación una de las muchas urgencias vitales». Le Goff (1956, 7ª ed. 1986, cap. III) indica que «muy pronto se aprecia que los mercaderes están considerados como buenos cristianos, y, en vez de mantenerlos separados de la Iglesia, son acogidos por ella y profundamente integrados en el medio cristiano». «La Iglesia hizo aceptar ideológicamente en el plan económico y político la posición conquistada por el mercader en la sociedad medieval».

    ¿No estuvo en la raíz de los comportamientos comerciales la «opción preferencial por los pobres»? ¿La exigencia de ampliar los negocios para crear empleo y oportunidades que ya presentaba san Juan Crisóstomo en el siglo IV como camino de santidad? Los razonamientos utilizados para justificar el beneficio y el interés por parte de los teólogos y confesores se basan en el damnum emergens (cobertura de pérdidas reales), lucrum cessans (coste de oportunidad), periculum sortis (insolvencias, inflación, devaluación), ratio incertitudinis (incertidumbre sobre el futuro) y stipendium laboris (esfuerzo a realizar, nec otium). En palabras de santo Tomás, «el lucro, en vez de ser considerado como fin, es simplemente remuneración del trabajo».

    Tomás de Aquino, ante los elementos positivos de la revolución comercial que observa, valora la actividad comercial y financiera. Eso es lo que vamos a constatar en la cincuentena de ideas de interés para los economistas que se comentan en este texto.

    2. Comentario a las «Sentencias de Pedro Lombardo»

    En 1112, un profesor de filosofía y teología conocido como Abelardo escribe Sic et Non, donde se discuten una serie de ideas mediante el llamado método dialéctico, es decir, se exponen y defienden todos los argumentos a favor y en contra de cada tesis, y tras ese pesado ejercicio –lo que hoy denominamos el survey de un tema– se procura presentar una solución o aportar alguna consideración no tenida en cuenta antes. Treinta años después, más o menos, entre 1155 y 1158, Pedro Lombardo, otro profesor que en 1158 será consagrado obispo de París, editaba (copias manuscritas, se entiende) los Libri quattor sententiarum, donde ese método se ampliaba y se demostraba útil en diversas aplicaciones. De 1223 a 1227, Alejandro de Hales, profesor de la Sorbona, utilizó los manuales del profesor Lombardo en sus enseñanzas.

    Tomás de Aquino nace en 1225. De 1245 a 1248 estudia en la Sorbona (primera estancia en París). Vuelve como profesor ayudante en 1252, desarrollando sus tareas universitarias hasta 1259 (segunda estancia). Vuelve a ejercer de profesor en París de 1268 a 1272 (tercera estancia). De 1254 data su primera versión de los Comentarios a las sentencias de Pedro Lombardo, que renovó en 1257. En 1267, durante su fructífera estancia en Roma escribe la Nueva exposición del Comentario sobre las Sentencias.

    Algunos puntos de esos comentarios han de despertar el interés del economista. La Distinción 40, art. 3, se plantea «si el acto externo añade algo de bondad o malicia a la bondad o malicia de la voluntad». Se está discutiendo el óbolo de la viuda, que da muy poco, pero sacrifica mucho. Henri Denis (1967, première partie, ch. III) interpreta a santo Tomás en términos de las intenciones de las

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