EL LONDRES VICTORIANO
En el siglo xvi, Walter Raleigh, aquel astuto corsario, político y escritor inglés, vaticinó en unos aforismos las claves de la posterior hegemonía británica. “Quien posea el mar poseerá el comercio del mundo, quien posea el comercio del mundo poseerá las riquezas del mundo, quien posea las riquezas del mundo poseerá el mundo mismo”. La trayectoria más activa de Raleigh discurrió durante el reinado de Isabel I, la soberana que sentó las bases de la preponderancia naval de Inglaterra. Al cabo de tres siglos, bajo el gobierno de otra reina, Victoria, buena parte de los recursos ingleses se hallaban movilizados en ultramar, esencia del Imperio británico. En el cenit de la era imperial, Londres representaba con orgullo su papel de World City.
El taller del mundo
“Este día es el más bello, no solo de mi vida, sino de nuestra historia”, exclamaba la reina Victoria el 1 de mayo de 1851. Se inauguraba en Londres la primera Exposición Universal, el mejor escaparate para la exhibición del poderío británico. Gran Bretaña ostentaba la supremacía industrial tras haber liderado un proceso revolucionario a mediados del siglo xviii. Su primera fase, orientada al sector textil, dio paso a una nueva etapa que proporcionaría una base mucho más firme en su crecimiento. Los sectores del carbón, el hierro y el acero, y, de modo especial, la construcción ferroviaria, se convirtieron en pivotes de la Segunda Revolución Industrial.
En 1830 se inauguraba el primer ferrocarril con tracción de vapor proyectado como un servicio público. Unía Liverpool, por cuyos muelles pasaba el 40% del comercio marítimo mundial, y Manchester, centro internacional de la fabricación textil y del hilado de algodón. El desarrollo de la red ferroviaria, además de activar la producción
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