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Cuando La Soledad Duele
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Libro electrónico274 páginas4 horas

Cuando La Soledad Duele

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Cuando La Soledad Duele, es una maravillosa historia. Es la vida de un personaje, creado por la fecunda imaginacin de la autora. Es el reconocimiento a tantos seres olvidados, que recorren los caminos y existen sin existir. Que luchan por sobre vivir an en las ms aterradoras adversidades. Esta es una sorprendente novela, que describe el cansancio como fuente de amargor, de desilusin sin aliciente sin incentivos. Esta obra nos muestra en su ficcin, lugares donde reinaban los sinsabores y la tirana, y que desafortunadamente an persisten, y han hecho posible para nuestros mayores, una vejez sin recuerdos agraciados. Slo rostros marcados por la desesperanza y el tiempo. Ojos nublados y mentes cansadas, donde Slo queda el anhelo de olvidar. Cuando La Soledad Duele es una impactante historia narrada por Gladys Correa. Con esa belleza inusual que la caracteriza, legible, sencilla que nos lleva de inmediato a disfrutar la grandeza de su obra.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 may 2014
ISBN9781490721279
Cuando La Soledad Duele
Autor

Gladys Correa

Desde muy joven me dedique a escribir poemas y temas cortos que tuvieron maravillosa aceptación. Los elogios de personas conocedoras de literatura, me motivaron a continuar. Poseo una buena imaginación, narrativa y lógica. Elementos fundamentales para ser un buen escritor. Naci en Colombia, pais donde realice mis estudios y donde se desperto mi interes por la literatura. Mis primeros escritos fueron frente al mar, Adversidad, Agravios, La Higuera y muchos otros. Actualmente vivo en Nueva York.

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    Cuando La Soledad Duele - Gladys Correa

    Copyright 2014 Gladys Correa.

    All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means, electronic, mechanical, photocopying, recording, or otherwise, without the written prior permission of the author.

    ISBN:

    978-1-4907-2125-5 (sc)

    ISBN:

    978-1-4907-2126-2 (hc)

    ISBN:

    978-1-4907-2127-9 (e)

    Library of Congress Control Number: 2013922494

    Trafford rev. 05/1/2015

    22970.png www.trafford.com

    North America & international

    toll-free: 1 888 232 4444 (USA & Canada)

    fax: 812 355 4082

    Prólogo

    Esta es una bella historia, que tiene sus orígenes en apartadas regiones denominadas, Arabia, Crody, Nadia, Arcadia, Cotuy y Badia. Diferente a otras vivencias. Esta es una extraordinaria novela, que nos lleva de inmediato a ampliar notablemente un panorama, donde la dureza y hostilidad de sus tierras, donde funestos acontecimientos ocurrían cada cinco años. Lugares donde los aldeanos vivían aturdidos por el silencio y en medio de una soledad que espantaba, donde la tristeza y las lágrimas derramadas por los labriegos de todas esas tierras eran la única compañía. Cuando La Soledad Duele es una impactante novela, narrada por Gladys Correa y matizada por la belleza inusual que la caracteriza. Legible, sencilla, que nos lleva de inmediato a disfrutar la grandeza de su obra.

    Ocurrió

    por primera vez, a finales del verano, el mes de agosto, de un año aciago. Sucesos extraños se sintieron sin razón aparente, en diferentes lugares de la región, al mismo tiempo. Se escuchaban rumores, de que silbidos extraños, voces grotescas y risas diabólicas, arrastradas por la leve brisa de las tardes, se sentían en distintos sectores del campo. Los labriegos comentaban espantados:

    –— ¿Por qué ahí ocurrían cosas tan extrañas?.

    Días después de que se empezaran a escuchar los escalofriantes rumores, a los aldeanos de Arabia los abrazó el horror, la tarde que Camila llegó corriendo y gritando despavorida, mientras con su mano los invitaba a ver lo que sucedía en el lago. Todos corrieron al lugar donde algo espantoso ocurría, según la fea expresión de la mujer. El lago que siempre había permanecido en calma, de pronto adquiría olas y rugidos de mar embravecido; un ligero viento soplaba y un largo y leve quejido se dejaba escuchar, lejano, inexistente, ilógico, casi imperceptible.

    Era un gemido callado, doliente, profundo y largo, que erizaba la piel del más valiente. Los aldeanos huyeron de allí despavoridos. No había explicación posible para lo que habían visto y escuchado desde la rivera del lago. El tiempo pasó. Los meses se fueron largos y tediosos. Los días cruzaban frente a ellos con la rapidez del viento y el lago dormía igual que antes.

    Ningún otro suceso ocurrió por meses. Algunos aldeanos dijeron que sucesos parecidos, aunque menos intensos, habían ocurrido en el lago años atrás, y que con el correr del tiempo se habían convertido en leyenda. Otros acontecimientos también sucedieron y eran inexplicables. Como la sombra oscura que formaba un remolino tan enorme, que semejaba un túnel profundo y negro, que amenazaba con devorarlos. Pero inexplicablemente, ese suceso no volvió a manifestarse. Otros acontecimientos impresionantes se dejaron sentir con más ímpetu.

    Cómo el personaje descomunal y espantoso, que vieron salir del lago una tarde y que ellos no lograron precisar con exactitud lo que realmente era. Lo vieron sumergirse después, con la misma rapidez que emergió. Ellos se estremecieron de espanto. Y con horror miraban como las aguas del lago, se mecieron por largo rato.

    Los aldeanos decían, que el temor a sentirse amenazados por fuerzas malignas y extrañas, nunca había desaparecido. Que siempre estaban amedrentados y temerosos por algo que vagaba silencioso, intangible, sobre sus cabezas. Era algo que nadie había logrado precisar, y que desafortunadamente, había empezado a ocurrir con más severidad, un mes de agosto, a finales del verano.

    En regiones cercanas a Arabia, como Crody y Arcadia, sé decía que los violentos rugidos y quejidos que arrastraban los fuertes vientos no eran nuevos; que venían sucediendo cada cinco años, desde hacía una eternidad, cada vez con más violencia. Los campesinos pronosticaban que la impresionante furia de los mismos, simplemente había prevalecido y que por tal razón ellos estaban convencidos, que siempre iban a ocurrir.

    Como aseguraban los longevos aldeanos, que lo sucedido esa tarde en el lago con tanta intensidad, no había ocurrido antes. Algunos nativos recordaban que cuando eran jóvenes, sus mayores contaban historias de cosas que pasaban allí. Testificaban que en una ocasión vieron sombras extrañas y violentas cruzar el espacio, y las copas de los árboles se estremecían con tal rapidez, que todos corrieron aterrados tratando de encontrar la razón, igual que buscaban la explicación del porqué vieron sombras correr vertiginosas. No podían olvidar las inmensas olas en el lago ni lo que habían escuchado; los leves quejidos y bramidos siniestros. Decían que todo pasó de manera menos violenta.

    Que cuando ocurrió años atrás, en ese momento les pareció que hubiese sido un movimiento telúrico de poca intensidad que había agitado el ramaje de los árboles y las aguas del lago; que seguramente por lo leve del acontecimiento había quedado en ellos fuertes dudas, de si el movimiento de la tierra había ocurrido, o si las aguas del lago y las copas de los árboles se habían agitado sin razón. Los aldeanos que estaban retirados del lugar, dijeron no haber sentido nada; que estaban ajenos a que algún movimiento de la tierra hubiese sucedido y que antes jamás se había oído hablar de algo parecido y mucho menos, movimientos en el lago con tanta intensidad.

    Como sucedió el día que Camila corrió aterrada llamándolos. El comentario de todos en la región con respecto a lo que vieron y escucharon, era que tenían un pánico mortal; que estaban amedrentados y sorprendidos y sin saber qué hacer en contra de fenómenos tan extraños. El acontecimiento escalofriante del personaje que vieron los labriegos salir del lago, no había vuelto a suceder, pero si decían que un temor intangible se había anidado en ellos. Les había quedado la torturante idea de que lo vivido aquel caluroso agosto, era un extraño pronóstico del mal. Era algo aterrador que los llenaba de espanto. Los labriegos decían que los fuertes rugidos y quejidos del viento parecían de almas en pena.

    Los longevos aldeanos aseguraban, que la llegada del viento y la destrucción provocada por el mismo, no eran nuevos, que habían venido aconteciendo desde siempre; que con el correr del tiempo, su fuerza se había intensificado y el miedo a que sucedieran nuevamente también. Que lo ocurrido en el lago aquella tarde con tanta intensidad, sí era nuevo y muy extraño. Las historias contadas por los labriegos y la certeza de que un día cualquiera volverían a ocurrir, como lo pronosticaban los aldeanos. Ellos aseguraban que igual que los vientos y tantos sucesos impredecibles volverían a ocurrir. Por tal razón, los campesinos mantenían bajo un temor constante.

    Se sabía que con la impresionante furia de los malos vientos, llegaba algo siniestro al lugar y que con la fatal llegada de la ira mala cinco años atrás, había quedado en la región, la temible presencia de una sombra profundamente oscura, que lentamente se desenvolvía y quedaba en su lugar un hombre extraño, con apariencia diabólica, que hacia pronósticos aterradores que los llenaba de espanto por largo tiempo. Los meses pasaron y otros sucesos ocurrieron. Nuevos e impresionantes fenómenos se fueron presentando. Muchas fueron las personas que tuvieron encuentros sorpresivos con la mala sombra.

    Cuando alguien tenía la desdichada suerte de encontrarse con él después de sufrir un fuerte desmayo, su vida se veía interrumpida por acontecimientos escalofriantes. Dos personas se suicidaron después de conocer al diabólico ser. Uno colgándose de un árbol; otro hundiéndose una daga en el pecho. Desde entonces los labriegos empezaron a sentirse amilanados, acobardados, abandonados.

    A la tristeza de los días inciertos, se sumó el temor a la maligna presencia que vagaba por los terrenos aterrorizándolos; era alguien con quien se podían encontrar en el momento menos esperado. Cinco años estuvo apareciéndosele a los aldeanos que se movían por los caminos, dejándolos confundidos y con ideas extrañas en la cabeza. Como le sucedió a Bernabé, quién desde ese fatídico encuentro, corría despavorido por los caminos, gritando y llorando, con la cabeza confundida y sin saber quién era. Los días se iban abrazados a la hoguera del terror y la impotencia, sin encontrar otro camino que aliviara la terrible situación.

    Cinco años pasaron, tristes y desesperados con el pánico a cuestas y la inconformidad; alarmados, confundidos. Las mujeres, desesperadas, se daban cuenta cómo los días se iban, los meses pasaban, acercando irremediablemente horribles acontecimientos. Después de lo sucedido en el lago, los labriegos aseguraban sentir en la región un viento helado, agresivo, funesto, que arrastraba un gemir, una queja diabólica que los electrizaba.

    A finales de un año incierto, en un agosto difícil y desdichado, el día se inició sofocante. Por los duros caminos con la incertidumbre a cuestas, la inclemencia del sol castigador y sus carnes abrazadas a la dureza del tiempo, muchos aldeanos se desplazaban con sus cargas sobre sus cansados hombros. De pronto un viento agresivo, les arrebató sus abollados sombreros y agitó los techos. Los ancianos corrieron despavoridos buscando lugares donde sentirse seguros y preguntándose:

    ¿Qué sucede, si el momento de los vientos hacerse presentes no ha llegado aún?.

    Un momento después, los vientos se apaciguaron pero no el temor, y buscando horrorizados donde protegerse corrieron a sus chozas. Los que cruzaban por ahí, comentaban lo ocurrido y estaban alarmados. Los vientos cesaron, horas después de las primeras escaramuzas, nuevamente el rugir del viento se hizo sentir, con una fuerza tan avasalladora y despiadada, que los obligó a correr despavoridos a otros lugares.

    Los campesinos se sentían desamparados, sabían que sus humildes viviendas no resistirían los fuertes enviones del viento, que irremediablemente llegaría como había venido ocurriendo desde hacía años; con la diferencia de que antes eran menos agresivos. Sin embargo, siempre los dejaba sin sus moradas, sin sus cosechas y a merced de su suerte. El viento llegó por ráfagas; venía y se alejaba, así sucedió por largo rato; tal parecía la burla despiadada del verdugo con su víctima, después de horas del viento ir y venir; llegó con una furia tan impresionante que los aniquiló por completo. Todos volaron por el aire; fueron arrastrados como diminutos átomos y estrellados contra las barrancas y troncos de los árboles. Animales de todas las especies murieron. Algunos aldeanos fueron enterrados bajo los escombros. El llanto, los gritos y el dolor de los humildes campesinos era profundo. Las bóvedas del campo santo donde descansaban miles, fueron violentamente arrancadas. El silbido del viento era ensordecedor; arrastraba una queja doliente, un gemir, un lamento. Aquel rugir siniestro fue sepultando todo a su paso.

    La impresionante furia, destruyó las cosechas que quedaron enterradas, igual que sus ilusiones y esperanzas. El rugido del viento continúo por tres días con sus noches; los pocos aldeanos que quedaron vivos, continuaban aterrados y sin saber cómo seguir. Ya no tenían fuerzas para continuar y prácticamente las ganas de empezar, nuevamente agonizaron. Tres días después la furia del viento se alejó, el ambiente seguía cargado de raros presagios. Se sentía un vientecillo que esparcía un extraño olor inexplicable, mareante. Inmensas nubes negras cubrían el firmamento. Los pocos que quedaron vivos descansaban en cualquier lugar, mientras pensaban; ¿cómo vamos a seguir ésta lucha ya es inútil? En ese momento sabían que cualquier intento era perdido; que seguir allí, en pos de algo mejor era ilógico.

    Un aguerrido aldeano que alardeaba, que había vivido a pecho abierto la escabrosa situación de esas regiones y los infortunios ocasionados por la llamada ira mala, sin estremecerse de horror, ni temblar de espanto, había conseguido que los humildes labriegos se sintieran cobardes e infelices. Pero los nativos argumentaban que no era así, porque los feos sucesos que ocurrían cada cinco años eran capaces de desquiciar la mente del más sensato. Ellos sabían que cuando los feos acontecimientos se acercaban; el malvado cacareador se largaba sin mirar atrás, como alma que llevaba el diablo, sin cruzar el infierno horroroso en que se convertían los diferentes lugares. No conoció de cerca la triste situación, ni la dureza, que después de lo ocurrido, vivían los humildes aldeanos.

    Hacía alarde de que tenía dinero y que en el momento que él lo decidiera podía largarse de esas tierras y no regresar nunca. Pero un día cualquiera el desconsiderado hombre, inesperadamente decidió hacerles una propuesta, que ante los ojos de los humildes labriegos fue esperanzadora. El corrupto aldeano ambicionaba campesinos ayudándolo en sus planes, les dijo que iba a pagar dos Bramires y cincuenta Cariaris a la semana. Para ellos, en vista de que el escenario era desafortunado y triste, aceptaron de inmediato sin pensarlo.

    Los dos Bramires y cincuenta Cariaris que el presumido cacareador les ofrecía, indudablemente eran una tentación para aquellas familias, cuyas necesidades e insatisfacciones venían quedándose en el cofre de las miserias desde el inició de sus agónicas vidas. Los Bramires aventajaban sustancialmente el valor de los Rodires y ello conseguiría alivianar un poco la situación de sus mujeres e hijos. Como si fuera poco lo vivido, los aterraba imaginar siquiera, qué extraño personaje podía haber quedado en la región; hasta el momento, los desafortunados acontecimientos no habían dejado nada bueno. Por tal razón, los humildes campesinos con los ojos desorbitados, buscaban aterrados algo que les indicara que como otras veces tenían que huir de allí.

    El mentiroso cacareador, que les había propuesto trabajar para él, pronto cambió de idea; al parecer había pensado mejor las cosas y sin importarle la desilusión de los humildes, cambió sus planes, dejándolos confundidos y acobardados. Cuatro días después el hombre desapareció sin darles ninguna explicación. Como si la penosa situación que atravesaban los sumisos, no fuera suficiente, estaban convencidos de que un hombre, al que todos llamaban el asesino traidor, estaba desde hacía meses tramando estrategias oscuras, y esas apostillas habían empezado a ocurrir desde mucho antes de presentarse la llamada ira mala.

    También estaban inequívocos, de que el mentiroso cacareador que acababa de dejarlos desilusionados, era un hombre que igual que el asesino traidor, se movía agazapado en lugares oscuros, buscando la forma y el momento de hacer daño. Ellos estaban convencidos de que el malvado fanfarrón se había alejado hasta las apartadas regiones de Cotuy. Los labriegos quedaron horrorizados, confundidos; sentían temor, sabían que ese maldito diablo era peligroso y estaba unido a gente de mala entraña. Ya ellos tenían fuertes sospechas, de que ese miserable, estaba empeñado en acabar con los humildes aldeanos, que vivían en regiones apartadas. Ellos jamás imaginaron, que a esas tierras arribaría, el día menos esperado, un hombre llamado Jerónimo Esquivel.

    El paso de los días y la inquietante situación, había llevado a los nativos a una inconformidad inexpresable. Bastaron pocos días hasta conocer lo que ellos aseguraban, sería algo siniestro que había dejado allí la mala ira. Eran sabedores de que los feos acontecimientos jamás habían dejado nada bueno en esas regiones. Así era; por tal razón ellos estaban sobrecogidos de espanto y seguros de que todo ocurriría como había venido aconteciendo desde hacía incontables años. A Jerónimo lo vieron los labriegos por primera vez, cuatro días después de que los malos vientos se alejaron. El extraño apareció en Arabia y rápido se extendió en el contorno la noticia de que los malos vientos habían dejado en el lugar un hombre. El temor de todos recrudeció; sabían que algo temible tenía que ser. Y aunque veían que era un hombre normal, estaban confundidos y sin saber qué hacer. Inexplicablemente ellos lo sentían amigable. Varias veces los había saludado de lejos con la mano, sin embargo, ellos no se atrevían a acercarse a él.

    Las mujeres decían que las historias contadas por los longevos aldeanos eran ciertas y que lógicamente seguirían ocurriendo. Ellos aseguraban que los malos vientos, sólo dejaban horror en la región y a eso se debía el temor al recién llegado. Después de días de verlo montado sobre su magro caballo, recorriendo los terrenos áridos y polvorientos y moviéndose incansable sobre los escombros, empezaron a sentirse tranquilos y como cosa extraña, en lugar de que el miedo que los había acompañado hasta el momento continuara, empezaron a sentirse sosegados y en buena compañía. Un día cualquiera decidieron acercarse a él, para preguntarle qué hacía allí. Él les respondió: Estoy aquí, porque sé que ustedes se sienten solos y acobardados, y continúo, yo estoy contento de estar hablando con ustedes; a lo mejor me ayudan a conseguir gente que trabaje para mí, no voy a pagar mucho; siete Rodires y cincuenta Cariaris a la semana. ¿No está mal, verdad?

    Los campesinos se miraron sorprendidos y desconfiados. Ninguno respondió. Él les habló; yo soy un hombre bueno, no me tengan miedo; yo quiero que seamos amigos, podemos trabajar y luchar juntos. Los hombres no respondieron, cada uno volvió la espalda, y se fueron alejando. Cuando una corta distancia los separaba, el hombre nuevo les dijo: Yo me llamó Jerónimo Esquivel; cuando quieran hablar conmigo me buscan aquí. Los hombres se detuvieron un poco y se miraron con recelo. El extraño en la región, mirando así a un lado les dijo: ese es mi caballo, vengo en el desde Betania; estoy preocupado porque aquí no hay comida para el animal. Ellos no respondieron, siguieron su camino. Jerónimo no se preocupó; sabía que regresarían, la propuesta que les acababa de hacer era tentadora. Era claro que los labriegos sentían miedo de Jerónimo, por supuesto, sugestionados por todo lo vivido antes y la arraigada idea de que los vientos siempre dejaban algo diabólico y temible en la región, movidos por el pavor, el miedo y la impotencia, vivían tristes y acobardados.

    Mientras Jerónimo que acababa de llegar a esas tierras; quería salir corriendo de la casa a la que había llegado y donde se había acomodado sin consentimiento del dueño. Aunque le había hablado con palabras sencillas para pedirle autorización, porque desde que lo vio, comprendió que el dueño no estaba en sus cabales, y claramente se dio cuenta que no entendía lo que le decía. El forastero decidió quedarse ahí sin su aprobación; era evidente que el hombre no estaba bien, por tal motivo no respondía. Jerónimo necesitaba con urgencia un lugar donde estar, mientras ponía en orden sus cosas. La casa de Bernabé, era un rancho que estaba a punto de caerse y claramente se veía; había sufrido más de un desafío con los vientos y una lucha severa para mantenerse en pie. Ese remedo de vivienda, era propiedad del loco Bernabé, quien tenía problemas para coordinar, gritaba y lloraba todo el tiempo, y entre grito y llanto hacía demostraciones de destreza para manejar un afilado machete. Al recién llegado lo preocupaba la descontrolada mente del dueño; tenía temor a que la desquiciada cordura del hombre, decidiera ponerle fin a sus proyectos mientras dormía.

    Dos días después de hablar con los campesinos, tal como Jerónimo esperaba, se acercaron los peregrinos más decididos a iniciar un diálogo. El forastero los recibió con amabilidad y palabras consoladoras. El mismo día, consiguió unos pocos aldeanos para que lo ayudaran en los múltiples trabajos que iniciaría y que para él eran urgentes. Otros labriegos se resistían a creer en las promesas que escuchaban del hombre nuevo en la región. Indudablemente lo prometido por el malvado cacareador, los llenó de desconfianza y recelo. Para el hombre que estrenaba esas tierras, no iba a ser fácil hacerles entender que él era un hombre honesto y que hablaba en serio.

    Fue difícil que los aldeanos creyeran que les iba a pagar siete Rodires y 50 Cariaris a la semana. Cuando Jerónimo estuvo seguro que algunos humildes habían empezado a creer en él, dio inicio a múltiples tareas. Lo primero que se hará será dar santa sepultura a los muertos. Habrá que abrir anchas brechas y trasladar los muertos allí. Esta es una tarea que debieron hacer ustedes, inmediatamente después de que los malos vientos se alejaron. Acaso no sienten cómo el ambiente está podrido, mal oliente ¿acaso no saben cuántas enfermedades nos pueden acarrear? Los muertos tienen que ser enterrados.

    Es de Dios, dar cristiana sepultura y orar para que el todo Poderoso los reciba en su gloria. Jerónimo envió hombres para que se hicieran cargo de abrir anchas cunas retirado de allí, y fueran depositando en ellas los restos. Les dijo que era importante llevar esa noticia a todas las regiones; comunicarles que lo mismo que se iba hacer en Arabia era obligación hacerlo en todos los lugares. Dio órdenes para que se hicieran a la brevedad posible, cisternas hondas y anchas. Les recalco también. Es importante cubrir con plástico las cajas de madera en que se movilizarán los muertos, hasta el lugar donde serán enterrados. En cada hoyo se deben depositar diez o doce cadáveres. Desafortunadamente los aldeanos se resistían a obedecer al recién llegado. Decían: ¿Y quién es éste, que llegó dando órdenes? nosotros no tenemos amo, por lo tanto no recibimos órdenes de nadie.

    Por suerte, algunos aldeanos decían: ese hombre tiene razón; si los muertos no se entierran nos vamos a enfermar, nos va a matar la descomposición y la pestilencia. Al fin los aldeanos entendieron y se inició la lucha. Así sucesivamente, en todas las regiones, se abrieron anchas cunas y se dieron a la tarea de enterrar a los muertos en lugares apartados.

    La limpieza de los predios fue dura. Los escombros dejados por la diabólica furia del viento existían por doquier. Fue necesario llevar tractores para remover la destrucción; arar, y aplanar la tierra. La llamada ira mala había acabado con la voluntad de los pocos labriegos que quedaron, quienes desesperanzados, caminaban sobre los escombros sin ninguna ilusión. El trabajo de los tractores se inició en Arabia y se prolongó por un mes. Después de que los trabajos en Arabia terminaron, los tractores fueron llevados a Cotuy, donde se dio inició a aplanar y remover los escombros, y así, se haría en los diferentes lugares, hasta que todas las regiones

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