La Casa Blanca: Historias De Amor
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Amarran las palabras a las cosas y las arrastran por las calles y los das.
En su aspiracin por conseguir la ddiva de un guio del enemigo, descubren, de nuevo las lecciones de la Historia: Ama a tu enemigo. Abrzalo hasta que lo hagas pedazos. Solo as funciona la vida.
En este libro se cierra la saga que comenz como una intentona a la vieja usanza: Opiniones de un poeta.
José Galileo Martínez
José Galileo Martínez nació en El Salvador. Filósofo y Psicólogo. Fue catedrático de la Universidad de El Salvador. Epistemólogo. Iconoclasta. Fue fundador y jefe del grupo literario El Trompezón en Washington, DC. Ha publicado la saga de novelas, Todas las Martas son pardas. Shulton City. Walmart. Sociedad de poetas. La Casa Blanca. Historias de amor. Gabriel. Actualmente vive entre Texas y El Salvador.
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La Casa Blanca - José Galileo Martínez
Copyright © 2013 por José Galileo Martínez.
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Fecha de revisión: 15/07/2013
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ÍNDICE
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EPÍLOGO
ACERCA DEL AUTOR
Tipos que se encargaban
de elaborar sueños
desde asaltar La Casa Blanca
con lujo de detalles
hasta alcanzar un orgasmo
cósmico y colectivo
en las cimas del olvido.
(Walmart Sociedad de Poetas. Novela.)
1
25833.jpgPara tomar su Siesta Sagrada, Neruda
disponía de un cuarto acondicionado
con tonos de luz, aire y temperatura,
que muchos de sus amigos
(comunistas y no comunistas),
alrededor del mundo,
le tenían preparado.
Yo, en cambio, me acostumbré a
dormir sentado, como un loro,
por un espacio de treinta minutos,
después de mi almuerzo,
en las sillas plásticas de las Tiendas
Walmart (donde era, yo, el esclavo
número 1,375,485 de la Tienda),
en varias pequeñas ciudades del sur
de los Estados Unidos de América.
Siempre quise evitar ser un poeta pero, no pude. Hubiera preferido ser un comerciante, un científico, un piloto de aviones o un profesor. Parece que mi destino fue ser un poeta. Lo cual significa casi ser nada. Las opciones de un poeta en cuanto a oficio y aplicación son pocas. Y, tratando de desprenderme del estigma del poeta, se me fue media vida. Siempre huía de que me llamaran poeta. Sentía, por alguna razón, que no era yo el que encajaba en ese nombre o viceversa. Por suerte, apenas tengo 48 años. Aún me mantengo peleando en contra de ese título.
Un día escribí un poema grande. De amor. Era tan grande, que se lo tuve que prestar a varias gentes para que cupiera entre muchas manos.
Otra vez escribí mil páginas en un solo poema, que se refería a un miserable, pequeño, célebre asesino, de un pequeño país que se desgarró en una efímera guerra civil de apenas doce años, cien mil muertos. Recuerdo que se llamaba Dabuison. Materiales para un Poema. Por ahí han de andar los pedazos entre maletas de viajes.
En otra ocasión, se me ocurrió lidiar con una recreación, por casualidad, del Cantar de los Cantares. Recuerdo que la introducción, comenzaba, por cierto, con una copla, que un guitarrista amigo mío, de nombre Rubén, me había pasado y decía,
Tendré que vender la cama
porque en ella me ofendiste.
¡Gran puta!, ¿Porqué lo hiciste,
sabiendo que eras mi dama?
Si tanta era la gran brama,
¡Reputa, mil veces puta y contra-puta!,
¿Puta (again), porqué no me lo dijiste?
Luego, continuaba el poema con una forma incompleta, inacabada, envuelto en una mezcla de resistencia interna ambigua, bizarra, en contra de los planteamientos críticos, literarios, que una manada de lobos hambrientos haría a costa de las intenciones más legítimas del dolor pleno e insuficiente de cada amante plenipotenciario en las arengas propias de esta clase y especie de desgarramientos.
Nos afirmábamos en la debilidad del poema. En su consistencia aguada frente al asalto del contenido. En la no correspondencia del método con las tareas de la lengua y el habla. De lo crudo y lo cocido, herencia antropológica de la historia; digamos, la arqueología del saber estructural. Por no decir estructuralista. Decíamos que en el primer verso se totalizaba el completo fracaso de la canción. ¿Porqué no decía, con violencia,
-Venderé la cama?
En esa frase, Tendré que vender la cama, ninguna palabra es segura. Aún ni la Cama. ¡Cuánto se esconde ahí! La palabra Tendré es como un vuelo sin destino. El verbo Vender está solo, con vergüenza. En otro lugar afirmaba yo que el primer verso era infausto, constituía una reacción que nunca prosperaría como dolor en causa. Un herido, digamos, reclama su condición casi de manera inmediata. Se constituye en baja, a veces, de manera intolerable. Exige su ubicación, su lugar, entre los platos rotos; toma un número y, aunque siga peleando, no menoscaba su condición de pérdida. Exige, plantea, e inclusive puede alardear de la motivación de su dolor (digamos un buen herido, no heriditas leves. No tenemos que estar recordando que desde el principio nos hemos ubicado en el contexto de ¡Patria o Muerte!). Ya no digamos si a efecto de la agresión del enemigo ha perdido sus alas o algo peor. Como esto no se trata de un asunto de Antropología Cultural, nos referimos a la verbigracia del lenguaje como condición, como cancha del pensamiento herido. El amor hace mucho que abandonó al corazón como el tronco donde el tigre debe rascarse los huevos.
En aquel poema tampoco tuve la osadía de sugerir que la hermosa campesina Zulemita (bella entre las bellas) (quien rechazó a carta cabal las propuestas y ofertas de amor del rey Salomón) (rey entre los reyes) (representante de la Derecha pura de la Historia) habría tenido sexo en su cama (lecho de oro vernáculo) con el pastor campesino (pendejo entre los pendejos), motivo de su amor correspondido.
Todo el comienzo de mi humilde alocución al Cantar de los Cantares consistía en establecer la jerarquía, el rango, la categorización de la flaqueza, precisamente, del primer verso de nuestro héroe en los prolegómenos kantianos del poema de Rubén Chavarría. La ausencia del valor. La catequesis de La Quinta Enmienda. El conflicto venidero, por el cual nos corregimos y ajustamos y corregimos a cada momento, como lo exige el Partido, la Pantera Rosa. ¿Habráse visto mayor debilidad?,
-Tendré que vender la cama.
La palabra Tendré no llega a nada ni en 500 millas, casi podría traducirse como,
Probablemente me sentiría
ligeramente obligado
a considerar una posible venta
(arrancándome la vida)
de mi camita querida,
dolor de mis dolores,
dependiendo de algunos, otros, factores
probablemente muchísimos,
que intervinieran en este proceso
de formación del desagravio.
No aparecen las armas de la venganza en el múltiple asalto del anhelo derrotado. No hay invocación fehaciente a las terrible legiones del Infierno para que preparen las inexorables condiciones del castigo por la afrenta. Nada surge de inmediato. No hay posibilidades del golpe final y terrible que culmine con el origen y la intención de la dirección (digo, el carácter) del movimiento de la amenaza. Ni por cerca se asemeja a la lluvia de fuego:
-¡La Cama está en venta!,
Con su rostro lleno, plenipotenciario, de lágrimas terminando de gritar,
-¡Hijos de puta!,
Mientras rocía con fuego de ametralladoras a todo lo que se mueve o digne moverse.
Entonces le creerán que tiene, por lo menos, intenciones de venderla. Porque aquí se pone de manifiesto de que el enemigo inmediato es la cama. Los motivos sobran. En el siguiente poema tendríamos que tratar de dilucidar las caracterizaciones correspondientes a otros personajes, escenarios u otros posibles causales no necesariamente vinculados a la evaluación de las definiciones obsoletas y/o actuales del amor no correspondido, el del otro, el amor nuevo, etc. O enfrascarnos en otras Historias de Amor de las cuales estamos tan llenos.
Tendré que vender la cama.
¿Cuál cama? ¿La que destruyó para siempre su derecho de pertenencia a la estirpe? ¿Su calidad aprobada en el reino de las balanzas del amor? ¿Ahí donde lo deciden todo? ¿Su símbolo? ¿El que mostraba por todas partes para decantar los golpes bajos del enemigo? ¿El yo soy yo porque pertenezco a ella? ¿Su campo de gloria y de combate? ¿Donde se probaba la limpieza del corazón augusto e insoslayable, cancha que respondía al unísono y al epíteto de Aquí solo cabemos nosotros dos, so pena de lo intolerable? ¿Jardín de la sangre de las vírgenes? ¿Ahí donde deposité todos mis sueños después que los aprendí sacados del olor de tu piel de Diosa? ¿Cama que de qué cama: hablemos del espíritu depositado ahí por el compromiso que adquirimos ante el altar donde una hostia (pedazo de pan de papel, Alka Seltzer, chereta de los cueros del escroto de los huevos del Diablo), nos unió bajo la égida de un ósculo que hubiera hecho llorar a toda la Francia con todos sus mosqueteros, o a los celtas, la Guardia Suiza, las SS, lo que fuera, etc.? Aunque no importare que no estuviésemos casados. No es el papel el que concierne. Es el dolor desgraciado. Cama, camita mía. Cama formada por todas las hojas que se le cayeron al árbol del Paraíso. Crisantemos rotos. Tierna ternura. Margaritas. Pétalos. Rosas rojas. Mariposas amarillas en vuelo, sosteniéndonos en el aire (cama levitante, que vuela), mientras nuestros cuerpos se revolcaban como perros bravos en pelea, haciéndonos el amor, a mordidas. Loba y lobo. Estivales. Cama que por ser cama no se diferencia de una nube rosada, firme, dura, con motores, marca Rolls Royce. Cama. Camita querida. Amor de mis amores. Tendré que ponerte en venta. Dejaré preso mi compromiso de varón para evitar pensar siquiera que a alguien se le ocurra comprarte. Cama. Aunque fueses solo un petate sobre cuatro pencas de maguey y hojas de guarumo. Cama de piedra. Cama de pitas acorazadas. La cama es al hogar lo que el corazón es al hombre. ¿Será acaso, justo el trato, la oferta de venta, cuando la cama se ha convertido en nuestra enemiga? Ya no eres limpia. Cama puta, reputa y contra puta.
Vámonos ahora al verbo, al movimiento del verbo. Vender. Si su dolor es tanto, ¿porqué no conmina e invoca a todos los espectros nefastos del universo para que asistan a la participación de la degradación del nombre (la unión del sentido), a fuerza de fuego, ya que él es el elemento que participa de las tareas de limpieza y purificación cuando y donde han fallado los terremotos, las inundaciones y los huracanes? ¿Porqué no la quema con toda la fuerza de su principio de pertenencia? ¿Porqué no puede? El movimiento del verbo se encuentra en neutro. Está paralizado. Carece de fuerza propia. No se trata de Vender. Consiste en Tendré que vender. No vende, no está en venta, no venderá. Es un truco de pobre. Es un lastimado grito de lamento que solicita ayuda. Es un ruego. Mendigo. Por favor. Un judío ya la hubiese vendido sin demasiada algarabía. Un turco también. Donald Trump. Una traición de esa naturaleza no vale el precio de una cama. ¿Qué habría dicho La Casada Infiel de García Lorca? ¿Charles Chaplin? ¿Stalin?
Tendré que vender,
en este caso correspondiente, es una triste amenaza velada, indigna de ser, inclusive tomada en consideración solo si hubiese sido expuesta por el responsable del que esto escribe. Ya lo dijimos, es una frase prestada por un músico vernáculo, quien, por cierto, la escuchó, de segunda mano, de los labios de un borracho sempiterno que se quejaba por todo en los arrabales de las aldeas del oriente del susodicho, triste, país donde hasta las almohadas no tienen el suficiente cofín para respaldar teorías de esta naturaleza; ya no digamos compromisos de esos que los nazis, por decir algo, adquirieron con los judíos en las últimas etapas del engaño de los pueblos.
¿Y ella?
¿Quién es ella?
¿Qué se hizo?
¿Con quién se fue?
¿Para dónde?
¿Porqué hizo mal uso de esta cama?
¿Porqué la irrespetó?
¿Acaso no era también su cama?
¿Acaso el cohechor, el acólito, no tendría su propia cama? ¿Y cómo es él?… ¿En qué lugar se enamoró de ti? Puta. ¡Reputa! ¡Puta entre las putas! ¿Porqué me obligáis a considerar la posibilidad de vender mi cama, nuestra cama, camita querida?
El Rey Salomón, judío por antonomasia, poseía casi dos mil mujeres. Era como un gallo. Había mandado a construir aposentos con sillas anchas y altas, hechas de cuero original y algodón sudanés, donde se sentaban sus mujeres (en serie) con los muslos abiertos, exponiendo sus fresas rosadas, ligeramente cubiertas con velos y pliegues de seda (no existían todavía los blúmers). El rey se paseaba con su cuete polaco erecto, penetrando un par de veces a la que le atraía más durante tal sesión. Con suerte, llegaría puyando a unas veinte, antes de que se fuera estrepitosamente (a veces, sin poderlo evitar) en las aras y exquisitas avenencias de un buen orgasmo parecido a los del jefe-dios Zeus (cuya foto, por cierto, es idéntica a la del Señor Yaveh, Jehová). Según las estadísticas actuales, los polacos son los que sostienen más coitos (un promedio de tres polvos por semana). Supongamos que el buen rey se quebrara dos polvos diarios (distribuido entre varias hembras, por supuesto) (¿quién no con tantas yeguas disponibles?, diría Vicente Fernández), después de un promedio de 100 días, el rey estaría regresando a darle su par de puyones a la pelirroja con la que, en teoría, comenzó el periplo de estos cien días de sexo. (Madonna hubiera salido huyendo del privilegio de ser una de las damas del rey. O tal vez, estaría de otro, diferente, modo intensamente involucrada en el cuento de nuestro amigo, el músico Chavarría). A las nuevas invitadas como La Reina de Saba, la Sulamita, etc., Salomón no se las cogía en serie: las atendía en la cama, como privilegio. Ya lo hemos entendido de tal manera. Algunos cuestionan la presencia de la sulamita en la cama de Salomón, aunque no dudan de los golpes que los guardias del Rey le propinaban por su anhelo y entrega al pastorcito inocente y súbdito de su rey judío (el rey David, padre de Salomón, acostumbraba mandar a matar a sus rivales, por líos de faldas). Sulamita en la cama de Salomón (así lo dice la Biblia). Todo esto ocurrió en los alrededores de la aldea de Sunem o Sulem. Acostumbrado a darse gusto en todo, el Rey Salomón decía,
-¿De qué sirve vivir mil años dos veces si no has visto lo que es bueno? (Eclesiastés, 6:6).
En la referencia de mi versión de El Cantar de los Cantares, yo no sugería que a Salomón le pasó lo mismo que al amigo de mi amigo, el músico. Allá el que quiera encontrar las similitudes que prefiera pero, las diferencias son muchas, enormes. Encontramos, por supuesto, algunas semejanzas, por ejemplo en la actitud de la mujer, cuando dice,
-Amor, el amor que ama, amor de amor, no te puedo dar. Te ofrezco lo que tu quieras, como lo quieras pero, amor, Amor, no puedo. Eso pertenece a otro.
2
25836.jpgCuando Beatriz saludó al Dante
(llamándolo dulcemente
por su nombre);
él, al escucharla, entró en éxtasis.
Él tenía 19 años. Ella, 18.
Siglo XIII.
De este incidente surgió
La Divina Comedia.
No sé cómo ni cuándo me hice poeta. Casi nunca he teorizado sobre ello. Rememoro que me gustaba Neruda, Los Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada.
Una vez me pidieron que escribiera unos versos para dedicárselos a la muchacha que resultara ganadora de un certamen de belleza durante las Fiestas Patronales de la aldea donde nací, y resulté leyendo una exaltación sobre el Ché Guevara. Para esos días andaba por los doce años.
Recuerdo que, dos años más tarde, cuando el Ché fue asesinado, llegó mi mejor amigo, Oscar Gutiérrez, corriendo a avisarme,
-¡Mataron al Ché!
Estábamos en la Escuela Secundaria, casi finalizando el año, en el Instituto Nacional de Usulután.
Le ordené,
-Llama a Lalo, a Orlando y a Luis. Vamos a rendirle honores.
Nos encontrábamos por la cerca de alambre, donde llegaban las vendedoras de refrescos y golosinas a gritar sus ventas, durante los recreos del INU. Buscamos un claro. Tendríamos unos diez minutos restantes