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Memorias Y Silencios
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Memorias Y Silencios
Libro electrónico124 páginas1 hora

Memorias Y Silencios

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Omero H. sibaja nos entrega esta novela de ficcin que demuestra una vez ms que los escritores son la conciencia planetaria. Lo cotidiano se desborda en fantstico y el lector aprende a sentir orgullo por sus races. El tema ecolgico es slo un pretexto para mostrarnos que despus de este planeta no tenemos ningun otro a donde ir.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento23 ene 2015
ISBN9781463398385
Memorias Y Silencios
Autor

Omero H. Sibaja

El autor, Omero H. Sibaja, es graduado en Comunicación. Escribe poesía y narrativa; además ha enseñado periodismo y guionismo en universidades mexicanas. Su vida alternativa y amor por la Humanidad le llevan de continuo a la caza de nuevo conocimiento y experiencias. La única constante de su vida es su pasión por la literatura, a la que quiso honrar al escribir Dulce bahía y otros cuentos.

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    Memorias Y Silencios - Omero H. Sibaja

    ÍNDICE

    I

    Mayti

    La vida en el rancho Velarde

    II

    Isaías Velarde

    Al Jar El

    En la tierra

    3 metros cúbicos

    En la Ciudad

    I

    Los crepúsculos en la Sierra de Camarón son un anticipo del juicio final; como si la sangre derramada en medio milenio de revoluciones, batallas, duelos e infructuosas venganzas hubiera teñido a la tierra, permeado a la roca y salpicado al cielo para alimentar a un gigantesco y cercano sol de fuego. Empero, nadie puede negar la belleza y la fuerza con que estas tierras avasallan al viajero.

    Enio Lubo estacionó el automóvil a un costado de la carretera tallada en la roca e invitó a Carlos Bernit a descender del vehículo para tomar un descanso en el mirador natural que ahí se forma. Como un acto reflejo los periodistas revisaron la señal en sus teléfonos celulares que no marcaron ninguna comunicación con el mundo exterior.

    En ese punto del camino la roca hizo un balcón natural; abajo, hay un abismo con límite en el listón de plata del Río Encantado; mientras que por arriba, se yergue una ladera cubierta de cactus semejantes a enormes candeleros.

    Embelesado por este entorno sobrecogedor, Lubo comenzó a recordar. Empezó a penetrar en el castillo de sus memorias y a perderse en los laberintos de sus silencios. Por su parte, Carlos Bernit, sin hablar enfocaba su lente telefoto para medir la luz y penetrar la sombra. Luego encuadraba el paisaje y accionaba la cámara con destreza.

    Lubo miró divertido a su amigo, quizás grabar a Charlie en acción sería excelente material para vídeos locos. Tras la lente. Carlos Bernit era un verdadero profesional no exento de extravagantes posiciones para meter en su cámara únicamente el trozo de realidad que deseaba preservar para enriquecer el reportaje.

    -Oye, Eni, ¿exactamente qué vamos a encontrar en Yautepec?- Carlos preguntó y su pregunta interrumpió el hilo de los pensamientos de Enio.

    Enio comenzó una respuesta, un poco sorprendido pues Carlos jamás cuestionaba la validez de sus misiones informativas. -Lo habitual, buscamos datos sobre la vida cultural y…-

    -¡Sin tanta paja, Eni!- Carlos Bernit, lo miraba sin creerle; - porque tengo entendido que en ese pueblo mataron a tu abuelo y ningún Velarde es bienvenido desde entonces.

    -Carlos, ¿Parezco un Velarde?- Enio sonreía pues sus facciones mestizas no acusaban ni sus orígenes yautepecanos ni el más remoto parentesco con los Velarde. –Además,- continuó: -esa es historia vieja, hace mucho tiempo que se hizo la paz.

    -De Velarde no tienes ni un pelo- y los dos amigos rieron porque en verdad que los yautepecanos son caucásicos o, como les dicen en la República, güeritos.

    Ambos rieron divertidos.

    El sol quemante les volvió al momento. Casi corrieron de regreso al compacto, tanto por guarecerse del calor como para evitar servir de blanco a algún francotirador.

    -¡Vámonos chato, aquí nos pueden dar en la madre!- dijo Bernit. Un tiro de a kilómetro. Un proyectil que llega y mata antes que la víctima escuche el disparo. Es como el aguijón mortal de una abeja de acero que nunca zumbó como advertencia.

    En materia de armas, Enio era prudente pero conocedor, puesto que su madre se había asegurado de que aprendiera -con un Gran Maestro de las armas, el Tío Meño- a manejar rifles y pistolas. El experto tirador y policía del servicio secreto confederado le mostró al joven Enio que antes de soltar un tiro es indispensable conocer el cuerpo de las armas, sus componentes, su funcionamiento; luego, la manera de mejorar su desempeño con ajustes mínimos que son verdaderos secretos de profesionales. El limado de los gatos,-como se llama a ciertas piezas de metal que actúan como palancas para transmitir el impulso del dedo al casquillo de la bala-, pueden hacer de un arma común y corriente una extensión letal del brazo de quien la porta.

    En el manual no escrito que Enio aprendió, se habla de la propia bala que alcanza mejor sus objetivos con algunos tratamientos y recubrimientos de ceras que ocultan cortes e ingenios, cosas como poner en la punta de acero o plomo, un barreno relleno con una gota de mercurio que, llevada por la inercia, hace explosión al tocar el blanco.

    También es necesario e indispensable, conocer perfectamente el arma a modo de poder operarla en la oscuridad y hacer de ella la más confiable amiga.

    Desde que Enio tenía memoria, las vidas de su familia se enlazaban a estas carreteras y caminos. El Tío Teodoro, por ejemplo, era promotor del Bienestar Social y emprendía grandes giras por las regiones campesinas; eran tiempos en que el Estado colaboraba con los habitantes, quienes recibían recompensas proporcionales a su esfuerzo. Por el contrario en la República de la actualidad la miseria imperaba, en los pueblos los subsidios de dinero corrían entre la gente pero más para disimular el saqueo que de estos recursos hacían líderes y políticos sociales con el pretexto de dizque remediar el fallo garrafal del Estado representado por la pobreza extrema. Por otra parte, la población campesina se sentía estimulada a tener hijos para aumentar el ingreso de apoyos que el país les brindaba.

    El buen Teo, se hacía acompañar de Enio en sus visitas a las poblaciones y le enseñó a siempre ponerse en movimiento para evitar presentar un blanco fijo, pues es muy conocido que una especie de juego entre los pastores de cabras es apuntar con armas largas a blancos lejanos y de ahí han resultado graves atentados que se funden con la impunidad silenciosa de muertes inexplicables. Las muertes misteriosas son modalidades de muerte natural en estas latitudes. Asimismo, algunos accidentes vehiculares se han derivado de este extraño y criminal ataque que muestra el odio entre clases que hay en la República.

    Poco después dentro del auto, Carlos cantaba burlón a ritmo de cumbia: - Oye Sorullo, el negrito es el único tuyo…

    El fotógrafo se refería a una cumbia -seguramente colombiana- muy popular en el continente, es una que cuenta la historia de una pareja que ha tenido varios hijos, las características físicas, en ambos componentes de la pareja son totalmente caucásicas -son güeros como se dice en Antequera- así como en el caso de los primeros 8 hijos, el último es un tanto diferente pues es moreno y con el pelo rizado y recibe el sobrenombre de Sorullo; en un arranque de sinceridad la mujer le confiesa al esposo que la paternidad de todos los hijos es diversa y que el único que sí es hijo del cornudo marido es el mas diferente: El Sorullo.

    -¡Epa, Eni! Creo que acabas de pasar la salida a Yautepec.- Advirtió el fotógrafo.

    ¡De veras!- Enio frenaba y maniobraba para retornar. -¡Que vista de águila traes Charlie!-

    Así eran juntos; Enio conocía el mapa y los detalles de las palabras, Carlos recorría el horizonte confiado en su aguda mirada y sentido de orientación.

    Poco después, abandonaban la carretera para tomar el camino de terracería que baja hasta el río. Lo que desde arriba se mira como un listón reluciente se convierte, mirado de cerca, en un ancho torrente de agua clara y helada que corre sobre un lecho de arenas doradas y piedras grisáceas. De cuando en cuando se mira dentro del cristalino cuerpo de agua, el sorprendido relámpago de un lomo de pez.

    Los periodistas pasaron el primero de los muchos vados, que se atraviesan para arribar a Yautepec, la recia corriente del Río Encantado mecía el pequeño automóvil que por momentos perdía tracción y se deslizaba con un ruido siseante, flotaba sobre el camino mojado por el río, pero luego retomaba la tracción y avanzaba hacia la otra orilla.

    –De este río quiso mi tata Sabino hacer electricidad, tal vez aún veamos por los campos los restos de las turbinas que le mandaron de la fábrica de Edison y que jamás pudieron ser instaladas-. Enio presumía, el pedido que Sabino le había hecho al Mago de Menlo Park, al gran Thomas Alva Edison.

    Y la conversación siguió, hasta los orígenes del genial inventor, Thomas Alva Edison de quien se sabe -los periodistas lo comentaron- era descendiente de un noble americano, Don Fernando de Alva Ixtlixochitl. Este dato asombraba a Enio porque Enio era, profundamente nacionalista, como tantos hijos de extranjeros que realmente aman a la América, algunos de ellos al grado de haber ofrendado su vida por sus patrias adoptivas.

    El Tata Sabino, como le había dicho Enio, era un hombre progresista y solidario, Tata es el nombre cariñoso que en varios puntos de la República se da al abuelo, Enio hablaba con respeto y afecto de su abuelo a quien no había conocido siquiera aunque había sido enseñado a amarle, cuando lo veía en las fotos de los recuerdos de sus tías y su madre.

    En esos cofres de recuerdos y en todas esas fotos de familia. Los personajes de las fotos mostraban en las expresiones un soterrado dolor y, aunque todos lo callaban, siempre había detrás de la escenografía un cúmulo de no menos dolorosos recuerdos. Esta tendencia prevalecía aunque las escenas que los parientes de Enio guardaban en

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