Stereotype Destroyer
Por Diego Sáenz
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Stereotype destroyer es una novela de superhéroes escrita en clave de humor en la que, no obstante, se realiza una despiadada crítica del orden social actual y de las formas de comportamiento de las clases dominantes.
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Stereotype Destroyer - Diego Sáenz
Octavia y Jay son dos curiosos superhéroes, en una hipotética sociedad futura, que se encargan de limpiar el mundo de seres estereotipados y malvados. En la vida ordinaria se dedican a la venta de excusados secos y a la compra y reutilización de excrementos, que se preocupan de recolectar casa por casa realizando para ello una inigualable performance. Sin embargo, cuando deciden colocarse su ropa interior por encima de los pantalones, se convierten en peligrosos personajes que actúan con violencia desmedida cuando es necesario.
Stereotype destroyer es una novela de superhéroes escrita en clave de humor en la que, no obstante, se realiza una despiadada crítica del orden social actual y de las formas de comportamiento de las clases dominantes.
Stereotype destroyer
Alega
www.edicionesoblicuas.com
Stereotype destroyer
© 2018, Alega
© 2018, Ediciones Oblicuas
EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª
08870 Sitges (Barcelona)
info@edicionesoblicuas.com
ISBN edición ebook: 978-84-17269-62-3
ISBN edición papel: 978-84-17269-61-6
Primera edición: mayo de 2018
Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales
Ilustración de cubierta: Héctor Gomila
Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
www.edicionesoblicuas.com
Contenido
Rockero
Don y Doña
Chiqueada
Sacerdote
Narcotraficate
Recompensa
Tristeza
Jay
Primermundista
Superficies planetarias
Octavia
¿Muertos?
El autor
Rockero
Ding dong. Ding dong. Sonó el timbre en una gran casa enclavada en una gran colonia en una gran ciudad. De esas que crecieron sin control ni planeación asemejándose a un corazón latiente, incrementando su tamaño impulsada por negocios e industrias fusionándolo todo a su paso. Aunque la lejana colonia logró conservar intactas sus calles de piedra, ahora pueden ser invadidas por cualquier persona y por cualquier flanco conectadas con venas y arterias de cemento.
—¿Quién? —Abrió pues la puerta un niño. Sin dar tiempo a contestar, se orilló a hacer una segunda pregunta—. ¿Qué se te ofrece?
—Mire, ando vendiendo abono y comprando excremento. ¿Será que le interesa?
—¡Ah! Excremento es caca. ¿Verdad?
—Sí, yo la compro.
—¡Ah! Je, je, pues no tenemos. —El niño soltó una risa pausada.
—¿Cómo no van a tener si todos evacuamos?
—Oh. Evacuar es hacer caca. ¿Verdad?
—Sí, yo compro caca humana. ¿Será que les interesa? —dijo la compradora.
—Mmm, déjame, le pregunto a mi papá, permíteme. —El niño cerró la puerta y se dirigió sonriendo hacia la cocina.
—Apá Raul, hay una muchacha que dice si le vendemos nuestra caca. ¿Qué le digo?
—Ja, ja, no la jodas, Rutilio. ¿Cómo está eso?
—Pues eso dice.
—Pregúntale a Gerardo, yo estoy preparando la comida ahora.
—¡Va!
—Apá Gerardo, dice una muchacha si le quieres vender tu caca. ¿Qué le digo?
—¡No mames! ¿Cómo está eso? —dijo Gerardo frente a su computadora.
—Ah, pues yo no sé, pero está bien vestida y se ve buena onda.
—¡Na! Dile que no. —Rutilio se dirigió a la puerta, la abrió y miró a la muchacha.
—¿Verdad que compras caca?
—Sí, por supuesto. ¿Qué le dijeron?
—Ah, pues no me creen, deja, le digo a mi mamá, espérame. —Cerró la puerta, subió las escaleras y preguntó.
—Amá Ruth. ¿Tu venderías tu caca? —Ella estaba haciendo complicados reportes desde su computadora. Oyó las palabras de Rutilio, no quiso saber el fondo de la situación, se limitó a contestar.
—Si alguien me la comprara, ¿por qué no? —dijo con voz lenta moviendo sus labios con energía proveniente de su cerebro, al tiempo que dirigía ondas eléctricas produciendo imágenes y pensamientos abstractos. Daba órdenes a las manos para que los dedos teclearan enunciados coherentes.
—Pues afuera una muchacha te la compra. ¿Qué le digo?
—¿Quién timbró? —dijo Ruth, aprovechando su posición de madre para dirigir la plática.
—Pues la muchacha compra cacas —habló Rutilio dándole a su voz un tono que dejó a la pregunta de su madre como tonta.
—¿Y en serio compra cacas? —dijo ella sin dejar de teclear.
—¡Oh, que sí! —contestó Rutilio desesperado.
—Uh, pues yo no tengo por ahora —contestó Ruth pausadamente. Rutilio se dirigió de nuevo a la puerta y le dijo a la muchacha.
—Mi mamá no tiene. ¿A cómo la compras?
—A treinta centavos el kilo. También vendo abono para plantas. Eso no lo mencionó, ¿verdad?
—Na. Además, están todos ocupados. Ven, pasa. —La dirigió a la sala—. Voy a entrar al baño, yo te vendo la mía —dijo Rutilio.
—Va. Pero tome, póngala aquí. —Sacó un artefacto para facilitar la recolección de excretas.
El niño entró, probó apretar sus intestinos y poco a poco logró sacar todo el desayuno. Salió con el artefacto cargando y se lo entregó a la muchacha. Ella lo depositó y pesó en una báscula.
—Son 221 gramos, le debo 7 centavos. ¿Está bien? —dijo ella.
—Putsss. ¿Tan poquito?
—Sí, pero imagine si junta toda la de su familia en una semana.
—¿Cuánto me darías por toda?
—¿Cuántos viven?
—Mis dos papás, mis dos mamás y mis dos hermanas.
—Ah. Eso son siete personas, mmm, déjeme ver, mmm. Más de mil centavos. Pero por no hacer nada. Le pudiera decir a sus padres que le regalaran este dinero a usted y tendría para comprar golosinas todas las semanas.
—De todos modos es poco, yo te regalo la mía.
—Va. Entonces regresaré otro día. Entrégueles este folleto a sus padres, por favor, ahí explica para qué quiero el excremento, explica las características del abono y viene información sobre unos excusados que tengo a la venta. ¡Gracias, niño!
La muchacha salió de la casa, se dirigió a su camioneta, vació su artefacto en una de tantas cubetas que traía y lo limpió. Entró en el asiento principal. Dedujo que por ser hora de la comida sería difícil que la atendieran en las demás casas. Recordó al niño y le agradó la idea de tener dos papás y dos mamás. Pensó que la colonia tenía las características para vender sus productos. En una de las avenidas principales parqueó su camioneta, entró en un lugar de comida, se sentó y ordenó.
Octavia era una muchacha trabajadora de veintisiete años. Extrañó a su compañero Jay de diecinueve, quien estaba laborando desde el cuartel, lugar donde vivían y tenían montado su negocio. Se dedicaban a recolectar excremento, lo depositaban al aire libre junto con hojarascas secas, hojas verdes y otros desechos orgánicos haciendo lo que ella llamaba «compostear». Después del tiempo requerido el excremento mezclado se convertía en tierra lista para abonar plantas. Octavia y Jay la empaquetaban. También se dedicaban a fabricar excusados especiales para recibir excretas. En la construcción donde estaba su casa, usaban todo el primer piso como taller. En el segundo nivel estaba el cuarto de ella, el de Jay y uno secreto. Todos los días entraban a este cuarto a planear la segunda parte de la