Pecado de seducción
Por Anne Mather
4/5
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Información de este libro electrónico
Jake McCabe se había separado de su esposa Isobel convencido de no ser el padre de la niña que ella había dado a luz. Isobel había criado sola a la pequeña Emily con orgullo y sin dejar de insistir en que la niña era de Jake. Ahora Jake había vuelto una vez más a aparecer en la vida de Isobel... y había comprobado que seguía vivo el mismo deseo irrefrenable que había habido entre ellos cuando se casaron. Su relación estaba poblada de mentiras y arrepentimientos, así que no iba a cambiar nada que Jake añadiera un pecado más a la lista: seducir a su mujer fuera como fuera.
Anne Mather
Anne Mather always wanted to write. For years she wrote only for her own pleasure, and it wasn’t until her husband suggested that she ought to send one of her stories to a publisher that they put several publishers’ names into a hat and pulled one out. The rest as they say in history. 150 books later, Anne is literally staggered by the result! Her email address is mystic-am@msn.com and she would be happy to hear from any of her readers.
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Pecado de seducción - Anne Mather
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Anne Mather
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pecado de seducción, n.º 1470 - mayo 2018
Título original: Sinful Truths
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9188-207-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
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Capítulo 1
El piso estaba en una de las zonas más caras de la ciudad. No era un ático moderno. Isobel había elegido la última planta de una casa victoriana reformada que carecía de ciertos elementos modernos, pero que andaba sobrada en estilo y elegancia.
A Jake no le sorprendió que hubiera elegido un edificio antiguo. Isobel era de una familia de mucho dinero que era rica hacía muchas generaciones y prefería las habitaciones frías de una casa sin calefacción central que un piso caldeado pero moderno.
Tampoco le había costado demasiado. Jake lo sabía perfectamente.
«Como para no saberlo», pensó con ironía.
Se lo había comprado él cuando se habían separado y seguía pagando la hipoteca desde entonces.
Jake aparcó el coche a un par de manzanas y anduvo hasta Eaton Crescent. Estaba lloviendo, como todos los meses de mayo. Se limpió las gotas de los hombros y pensó que otra cazadora a la basura.
¿Desde cuándo tiraba la ropa como si no costara? ¿No podría haberse llevado un paraguas? Tenía uno en el maletero del coche, pero nunca lo había utilizado.
En el portero automático, se leían los nombres de todos los inquilinos, pero no se podía hablar con ellos. Al comprar la casa, Jake había expresado sus dudas a ese respecto, pero a Isobel no le había importado.
–No finjas ahora que te vas a preocupar por nosotras –le había espetado con frialdad de regreso a la inmobiliaria.
Jake apartó aquellos desagradables recuerdos de su cabeza y llamó al timbre. Isobel sabía que iba a ir, así que no tardó en abrirle.
A pesar de estar en penumbra, el vestíbulo olía a flores secas y a cera de muebles. La impresión que daba inmediatamente era de calidez.
Subió las escaleras de dos en dos hasta la segunda planta. Al llegar, se dio cuenta de que le faltaba un poco el aire y se recordó que hacía tiempo que no iba al gimnasio. Estar todo el día ante el ordenador era más cómodo que cortar árboles o algo por el estilo, pero era mucho menos sano.
La puerta no estaba abierta, así que llamó con los nudillos y esperó impaciente a que Isobel la abriera, pero no lo hizo ella sino Emily.
La niña lo miró con ira y rencor.
–¿Qué quieres? –le espetó.
La pregunta lo pilló por sorpresa, pues creía que su madre le habría dicho que iba a ir. Obviamente, no había sido así y le iba a tocar a él explicarle a la niña de diez años que Isobel lo estaba esperando.
–No está –contestó Emily con evidente satisfacción–. Vuelve en otro momento.
Jake se quedó estupefacto.
–No lo dirás en serio –dijo recordando lo mucho que le había costado concertar aquella cita.
Por no hablar de haber tenido que aparcar a dos manzanas y haberse mojado.
–Sí, lo digo en serio –contestó la niña–. Ya le diré que has venido… –añadió cerrando la puerta.
–¡Espera! –exclamó Jake, metiendo el pie.
Tras un pequeño forcejeo, Emily no tuvo más remedio que volver a abrir.
–A mi madre no le va a gustar nada esto, ¿sabes? –le soltó apartándose de la cara un mechón de pelo castaño oscuro–. Tú no eres quién para decirme lo que tengo que hacer.
–Sí lo soy y, de hecho, lo hago –contestó Jake–. ¿Por qué no dejas de comportarte como una cría y le dices a tu madre que estoy aquí?
–Porque ya te he dicho que no está –contestó Emily con voz temblorosa–. ¿Quién te crees que eres para aparecer aquí y asustarme?
Jake se arrepintió de su comportamiento pues, a pesar de la altura y la insolencia de aquella niña, seguía siendo eso, una niña.
–Soy el marido de tu madre –le contestó–. ¿Por qué no está si sabía que iba a venir?
–Está en casa de la abuela –contestó tras dudar–. No sé cuánto va a tardar.
–¿Ha ido a ver a tu abuela? –exclamó Jake sin poder ocultar su desagrado.
Sabía que nunca le había gustado a lady Hannah, nunca había aceptado que sin su ayuda habría perdido aquella casa desvencijada que ella llamaba «palacio».
–¿No se habrá ido a Yorkshire?
–No, han quedado en la casa de aquí –contestó Emily.
–Menos mal –dijo Jake aliviado–. ¿Para qué han quedado?
Emily se encogió de hombros y Jake se dio cuenta de lo mucho que se parecía a su madre. Todavía tenía los rasgos de una niña, pero ya se veía que iba a ser tan guapa como Isobel. Tenía el pelo un poco más claro, pero tenía los mismos ojos azules.
–La abuela dijo que quería hablar con ella –contestó por fin–. Está enferma –añadió a modo de explicación.
Jake maldijo sin darse cuenta y Emily enarcó las cejas a forma de reproche.
–¿Y no sabes cuándo va a volver?
–Dijo que no tardaría mucho –contestó Emily a regañadientes.
–Un momento. ¿No estarás sola?
–No soy una niña pequeña.
–Ya, pero a los diez años hay que saber que no se debe abrir la puerta a un desconocido.
–Para que lo sepas, tengo casi once –lo corrigió Emily–. Claro que cómo lo ibas a saber si solo eres mi padre.
–No soy tu…
Jake se interrumpió. Se negaba a ponerse a discutir con la hija de Isobel el tema de su paternidad. ¿Por qué demonios le habría dicho su madre que era su padre? Jake había intentado ganarse a la niña, pero Isobel con sus mentiras lo había hecho imposible.
–Sabía que eras tú –le explicó Emily secamente–. Te he visto por la ventana –añadió fijándose en su cazadora–. Estás mojado.
–Como que está lloviendo –contestó Jake con sorna.
–Pasa –dijo la niña.
Jake dudó.
–¿Te ha dicho tu madre que iba a venir?
¿Por eso se había ido Isobel a la otra punta de Londres en plena hora punta? ¿Para dejarlo solo con Emily?
–Puede –contestó la niña con indiferencia avanzando por el pasillo–. ¿Entras o no?
Jake miró la hora. Eran ya las cinco. Le había prometido a Marcie que la recogería en la peluquería a las seis. No iba a llegar.
Oyó la puerta del portal y miró esperanzado, pero no era Isobel, así que finalmente entró. Se quitó la cazadora y la siguió hasta la cocina.
Una vez allí, Emily puso agua a hervir.
–Espero que te guste el café –dijo tan fría como su madre–. Es soluble porque mamá dice que no nos podemos permitir comprar de verdad.
Jake apretó los dientes. ¿Por qué le decía eso a la niña? Él le había dado mucho dinero aquellos años. ¿Qué había hecho con él?
No era un tema para hablar con Emily, así que se limitó a observarla mientras le servía el café soluble en una taza. Era obvio que estaba acostumbrada a hacerlo.
–¿Con leche y azúcar? –le preguntó desde el frigorífico.
–Yo no he dicho que quisiera nada –contestó Jake, exasperado–. No me parece bien que estés andando con agua hirviendo.
–¡Por favor, no finjas que te importo! –le espetó–. Para que lo sepas, llevo años haciendo té y café.
Jake apretó los dientes.
–Si tú lo dices.
–Yo lo digo –contestó Emily apoyándose en la encimera–. ¿Y qué quieres?
–Como que te lo voy a decir a ti –contestó Jake–. ¿A qué hora se ha ido tu madre?
Emily se encogió de hombros.
–Hace un rato.
–¿Cuánto?
–No lo sé… Una hora quizás.
–¿Una hora?
Horror. Se tardaba una hora en llegar a casa de lady Hannah, a nada que estuviera media hora con su madre y otra hora para