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Rota, Herida y Valiente
Rota, Herida y Valiente
Rota, Herida y Valiente
Libro electrónico575 páginas7 horas

Rota, Herida y Valiente

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Información de este libro electrónico

El amor los asusta. . . SeeJai y Rhinegold luchan por su independencia. Desde que un conductor ebrio mató a su hermana gemela a los 3 años, SeeJai se siente la mitad de una persona. Su madre todavía triste apenas recuerda que una de sus hijas sobrevivió al accidente. En la escuela secundaria, su mejor amiga la "divulgó" en Facebook como lesbiana. Lanzada a la calle justo antes de una gran tormenta de hielo, SeeJai debe sobrevivir. Un hombre "loco" no sólo se hace amigo de ella y la ama, sino que la ve como un alma mágica. SeeJai sólo quiere una habitación propia, un trabajo, y una carrera a la qué aspirar mientras asiste a la universidad. ¿Amor? Las personas a quienes amas mueren, te ignoran y finalmente te traicionan. Como hijo solitario de un rico abogado, Rhinegold se retiró a mundos de fantasía mientras crecía. Lo último que quiere es vivir como su padre. Salió de casa y se niega a ir a la universidad como su padre quiere. En vez de eso, utiliza su habilidad de artes marciales para proteger a la gente contra los criminales de la calle. Un caballero. Un samurai. Un asesino de dragones. Protector de los débiles. Una vez violó un tabú social para amar a una mujer. El único amor que quiere sentir es la adoración caballeresca de una dama hermosa. Al principio, cuando salva a SeeJai de congelación hasta la muerte, lo hace simplemente como el Caballero de Oro, como un deber. Incluso cuando se enamora de ella, se propone que su vida permanezca sin cambios. No puede manejar el que SeeJai insista en que vaya a la universidad, así que se retira aún más en fantasía. ¿Puede ella salvar a su salvador? ¿Puede Rhinegold protegerla de sus propios demonios?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 ago 2017
ISBN9781507184592
Rota, Herida y Valiente

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    Rota, Herida y Valiente - L.A. Zoe

    Rota, Herida y Valiente

    L.A. Zoe

    Tabla de contenido

    JaeSea 1

    Capítulo Uno

    Capítulo Dos

    Capítulo Tres

    Capítulo Cuatro

    Capítulo Cinco

    Capítulo Seis

    Capítulo Siete

    Capítulo Ocho

    Capítulo Nueve

    Capítulo Diez

    Capítulo Once

    Capítulo Doce

    Capítulo Trece

    JaeSea 2

    Capítulo Catorce

    Capítulo Quince

    Capítulo Dieciséis

    Capítulo Diecisiete

    Capítulo Dieciocho

    Capítulo Diecinueve

    Capítulo Veinte

    Capítulo Veintiuno

    Capítulo Veintidos

    Capítulo Veintitrés

    Capítulo Veinticuatro

    Capítulo Veinticinco

    Capítulo Veintiseis

    Capítulo Veintisiete

    Capítulo Veintiocho

    Capítulo Veintinueve

    Capítulo Treinta

    Capítulo Treinta y uno

    Capítulo Treinta y dos

    Capítulo Treinta y tres

    Capítulo Treinta y cuatro

    JaeSea 3

    Capítulo Treinta y cinco

    Capítulo Treinta y seis

    Capítulo Treinta y siete

    Capítulo Treinta y ocho

    Capítulo Treinta y nueve

    Capítulo Cuarenta

    Capítulo Cuarenta y uno

    Capítulo Cuarenta y dos

    Capítulo Cuarenta y tres

    Capítulo Cuarenta y cuatro

    Capítulo Cuarenta y cinco

    Capítulo Cuarenta y seis

    Capítulo Cuarenta y siete

    JaeSea 4

    Capítulo Cuarenta y ocho

    Capítulo Cuarenta y nueve

    Capítulo Cincuenta

    Capítulo Cincuenta y uno

    Capítulo Cincuenta y dos

    Capítulo Cincuenta y tres

    Capítulo Cincuenta y cuatro

    Capítulo Cincuenta y cinco

    Capítulo Cincuenta y seis

    Capítulo Cincuenta y siete

    Capítulo Cincuenta y ocho

    Capítulo Cincuenta y nueve

    Capítulo Sesenta

    Capítulo Sesenta y uno

    Capítulo Sesenta y dos

    Capítulo Sesenta y tres

    JaeSea 5

    JaeSea 1

    2 de enero

    Estimada JaeSea,

    Si realmente estás ahí arriba.

    Si eres un ángel que ganó sus alas.

    Si de alguna manera nos puedes ayudar, como una vez oí a un psíquico en televisión decir que pueden.

    Ahora es el momento.

    Mamá dejó de comer y beber de nuevo, simplemente no salió de la cama durante dos días, así que me asusté y llamé al 911.

    Sólo tú podías hacer feliz a mamá. Yo, jamás.

    Así que ella ha estado en el hospital estatal por tanto tiempo, que su cheque de seguridad social se detuvo, y ahora el viejo Sr. Granger nos desalojó.

    Mi mejor amiga Areetha está guardando nuestras cajas con ropa, y dormí en su sofá algunas noches, pero es un apartamento de la sección 8, así que ella no puede dejarme permanecer ahí por mucho tiempo. Esta noche estoy por mi cuenta.

    Hay este tramo de calle llamado la Línea Roja, se encuentra con Riverside Park, donde las chicas y los tipos esperan, y unos tipos van a recogerlos. Si aceptas, tienes que follártelos. Y ellos tienen que dejarte dormir toda la noche en una cama caliente, tomar una ducha y darte el desayuno. No tienen que darte dinero, así que no es como la prostitución. Sólo comercio. Y si un tipo te parece sospechoso, sólo te quedas fuera de su auto.

    No le diré nada a Areetha, porque ella no lo aprobaría a pesar de que ella no es exactamente una monja, pero ¿qué puedo hacer? No puedo vivir en su casa.

    Sabes que nunca he hecho mucho de nada, y probablemente ningún tipo me quiera de todos modos, pero tal vez habrá alguien lo suficientemente desesperado, o cuando me ponga mi parka gruesa no podrán ver lo flaca que estoy. No tengo dinero y hace frío. Hay mucha nieve en el suelo todavía desde la semana pasada, y una tormenta de hielo se avecina.

    ¿Qué más puedo hacer? ¿Congelarme? ¿Morir de hambre?

    Tu hermana para siempre,

    SeeJai.

    Capítulo uno

    Encuentro con Rhinegold

    La tormenta me convirtió en un cono de nieve humana, sin el  jarabe dulce.

    El hielo cubrió mi capucha peluda, mi parka, mis guantes, mis pantalones negros de mezclilla, mis zapatos, mis párpados y mis mejillas.

    Me quedé justo en el interior del haz de luz amarilla de un farol de la calle. Demasiado nerviosa para pararme justo debajo de él, porque  así el mundo entero podía verme en el resplandor y sabría que estaba dispuesta a comerciar mi despreciada virginidad por una taza de chocolate caliente. Pero también con miedo de quedarme en la oscuridad, donde los chicos que condujeran por ahí ni siquiera me notarían. Pensarían que no era más que una pila de nieve asfaltada arrojada por el quitanieves.

    A primera hora de la mañana iría a ver a mamá. El hospital no parecía hacerla más feliz de lo que yo podía, a pesar de todos los medicamentos que le obligaban a bajar por la garganta y hablar con los médicos y consejeros, pero al menos estaba guarecida ahí dentro y era cálido.

    Me enfrenté a la carretera, con el parque Riverside detrás de mí, donde la calle se inclinaba ligeramente. A la vuelta de la esquina, una casa debía tener aún puestas sus decoraciones de Navidad, porque las luces doradas y rojas destellaban, reflejándose en la nieve y el hielo circundantes, como la boca abierta del infierno que quema sin calor.

    El viento del norte soplaba, llevando frío ártico del Polo Norte, a través de miles de kilómetros de glaciares habitados sólo por focas y osos polares, más miles de kilómetros de abedules canadienses, arces y piceas; vida salvaje llena de alces, alces y lobos, sobre las tierras desiertas de Montana y Nebraska, donde los bisontes solían vagar en rebaños de millones, pasando ​​coyotes, por una pradera de dos metros de altura y por una hierba de cepillo, y millones de hectáreas de tierras áridas que se deslizaban sobre los cascos blancos batidos por el viento y las olas heladas del río Misisipi... hasta Cromwell, recobrando velocidad otra vez en este vacío entre las casas y el parque... y golpeando en mí.

    Se habrían congelado mis tetillas y trasero, si hubiera tenido unos.

    No es que me importara demasiado. Por lo general sentía frío por dentro. Normal en mí. Así que la temperatura exterior sólo cayó en picado para coincidir con mi corazón helado.

    Además, lo que yo estaba allí para hacer, tenía que hacerlo. Tenía que pasar la noche, de una forma u otra.

    Con una gruesa capa de agua lisa congelada sobre la nieve gruesa, caminar se parecía más a patinar. Sólo que no soy Kim Yu–Na.

    Las líneas eléctricas aéreas zumbaban y zumbaban sobre mi cabeza. El grueso hielo cubrió los cables, lo que me puso nerviosa. El peso extra podía romperlos, y no quería estar abajo cuando un alambre vivo azotara.

    Al final de la manzana, se escuchó un fuerte crujido, seguido por un golpe, alertándome de que el hielo había roto una gran rama de árbol.

    Sin tráfico nocturno, el mundo invernal permanecía en calma, el aire duro aunque vacío. Todos los buenos ciudadanos estaban calientitos viendo la televisión en sus salas de estar al lado de las chimeneas crepitantes con llamas azules de gas natural.

    El fuerte ruido del motor resonó a través de la noche cuando todavía estaba lejos. Una barredora de nieve esparciendo la sal de grano. Todavía podía oírla a una milla de distancia después de que pasó frente a mí sin dar siquiera un bocinazo en mi dirección.

    El aire frío y seco me quemó las fosas nasales y me tapó la garganta, y de repente me di cuenta de que podía morir allí, caminando por la Línea Roja, indeseada por cualquier hombre, momificada en el hielo, sólo una sombra profunda en un invierno desolado, sin ser descubierta hasta que el deshielo de primavera atrajera a los primeros skaters.

    Si pudiera seguir caminando, podría ir a llamar a la puerta de alguien hasta que llamaran a la policía para que me llevara a la cárcel. Al menos estaría caliente. O caminar unos cuantas cuadras más hasta donde los borrachos y drogones sin hogar se acurrucarban alrededor de fuegos en botes de basura, y tal vez nadie me corte la garganta hasta antes o después de violarme por el frente y detrás. No tenían ningún estándar.

    Una voz fuerte y resonante retumbó a través del aire helado, un poco musical, pero no exactamente cantando, no algo que yo reconociera. La voz de un hombre, cantando, desafiante. Seguí mirando al frente, sin querer mirarlo porque no quería que me viera. No manejaba un coche, así que no podía cruzar la Línea Roja buscando un compañero para compartir su soledad por la noche.

    A juzgar por su canto estridente, debía ser una especie de loco. ¿Por qué más estaría fuera en una noche como esta? Así que me encogí de hombros y miré dentro del oscuro túnel vacío de la calle frente a mí, esperando que el cantante de ópera se dirigiera hacia el parque.

    No hubo tal suerte.

    No muy lejos de mí, gritó: –¡Tú! ¿Estás loca?

    Me di vuelta lentamente, con placas de hielo agrietándose a lo largo de mis codos y hombros, y observé fijamente la oscuridad fuera de la luz de la lámpara de la calle.

    En ese momento, las nubes de tormenta de invierno se separaron, y la luna llena brilló sobre la escena, transformándola en lo que menos esperaba: Un maravilloso paisaje de ensueño invernal. La luz de la luna plateada se reflejaba sobre todas las superficies, reluciente y resplandeciente de magia, tanto más hermosa por su falta de color.

    Luz blanca pura brillaba sobre cada rama desnuda de roble y  olmo, guardianes sin hojas con las espadas verticales desafiando el cielo encima de ellos.

    La luminescencia élfica plateada reflejando el resplandor lunar del suelo helado.

    Recordando un cuento de hadas, casi esperaba que la Reina de las Nieves pasara en su carruaje.

    –Nadie te va a recoger esta noche –dijo el hombre.

    En un instante reconocí la verdad de su declaración. ¡Idiota! En el clima como este, incluso los bastardos más cachondos se quedaban en casa y se enganchaban a la pornografía en línea.

    Él llevaba una parka gruesa y gris con flecos peludos. Una capucha sobre una máscara de esquí anaranjada. Gruesos pantalones aislantes. Botas de goma verdes que subían a medio camino de sus pantorrillas.

    Incluso a unos cuarenta metros de distancia su cabeza se alzaba sobre mí. Aunque llevaba encima un montón de relleno, pude distinguir por la forma en que caminaba y balanceaba los brazos, que sus hombros eran anchos y musculosos. Si su voz no sonara humana, lo creería un gorila vestido para explorar el Polo Norte.

    –Tarja Turunen– dijo mientras se acercaba. –Deja de caminar sola, y vuelve a casa conmigo.

    No lo entendí. ¿Esa era otra lengua? ¿Un hechizo mágico? ¿Estaba loco?

    Cuando vio que no me movía ni hablaba, empezó a darse prisa, caminando rápidamente, extendiendo los brazos como un acróbata para mantener el equilibrio.

    Dobló las rodillas y medio en cuclillas, se deslizó sobre la suela pulida de sus botas, yendo más rápido, acelerando.

    –¡Mira! –Gritó.

    –¡Detente! –Grité.

    Golpeó contra mí, tumbándome sobre mi culo mientras me caía encima. Afortunadamente, cuando mi cabeza golpeó el hielo en el suelo, mi gorra de tejido absorbió el impacto, pero la fuerza sacó el aire de mis pulmones. Él rodó a un lado mientras yo yacía sobre mi espalda, mirando hacia las estrellas, aturdida.

    El frío entumecedor se derramó por mi abrigo, congelándome la espalda. Aunque mi estómago todavía se sentía entumecido y hueco, tenía que irme mientras podía.

    En ese momento, el hombre extraño se puso de pie. Él me miró, apoyó sus pies, y extendió la mano.

    –Tenemos que seguir avanzando. ¿Sabes cuál es el factor de frío del viento aquí?

    Rodé hacia un lado, lastimándome las rodillas. Puse mi peso en mis manos contra la nieve y la acera cubierta de hielo, y volví sobre mis pies sin su ayuda.

    –No estoy viendo el reporte meteorológico de la televisión –dije.

    –Yo tampoco, pero se siente lo suficientemente frío para que los pingüinos se congelen. Venga.

    Di varios pasos junto a él, luego me detuve. –Espera un minuto. Se supone que me recoges en un auto. Un coche caliente. –Se volvió y miró fijamente. Aunque no podía ver su cara, ni siquiera sus ojos, la forma en que tenía los hombros y la cabeza me decía que me estaba dando una de esas miradas de ¿estás loca, o sólo eres estúpida?.

    Pero en el aire antártico, su voz profunda y áspera sonaba sorprendentemente suave.

    –Mira, no puedes quedarte aquí toda la noche. Tengo una guarida en una casa en ruinas. No es hermosa o limpia, pero la chimenea funciona. Y tengo mucha comida escondida. Pizza. Sándwiches, patatas fritas, y barras de caramelo. Soy un caballero, no un troll. No te comeré, te lo prometo.

    ¿Y qué si él no había actuado como lo que esperaba? Siempre y cuando él tuviera un lugar cálido para dormir y algo de comida para comer, incluyendo mis favoritos. Denme algo salpicado de sal y no me detendré hasta que termine la bolsa. Además, llevaba mi teléfono celular, cargado hasta el tope en casa de Areetha antes de salir de su apartamento en el North Town Projects, dentro de uno de los bolsillos interiores de mi chaqueta de invierno. Estaba programado para llamar al 911 con sólo presionar el botón de llamada.

    Había planeado confiar en algún tipo esta noche, así que bien podía ser Sir Lancelot.

    Tenía que admitir que él proyectaba una inquietante sensación de confianza. Como si fuera un hecho que él sólo quería lo mejor para mí, y sólo una idiota no podría verlo; y yo no era ninguna idiota. Muchos chicos que se consideraban confiables resultaban ser arrogantes dolores en el culo, pero él no parecía así. No todavía, de todos modos. Esperaría y vería. Aún así, no podía rechazar una manera de salir del frío.

    –Espera. –Traté de alcanzarlo, pero no podía mantener mi equilibrio tan bien como él. Tuve que girar, y agitar mis brazos como un pato para mantener mi cabeza por encima de mi culo. En el mejor de los casos, mantener mi cabeza fuera de mi culo a menudo se sentía como un desafío imposible.

    La inclinación hacia el parque se intensificó, por lo que él se deslizó hacia atrás, pero clavó los lados de sus botas en el suelo para ganar algo de tracción.

    –Como si estuviera lo suficientemente desesperado como para buscar una mujer en la Línea Roja, incluso en una cálida noche de verano, cuando las hay por montones.

    ¿Serían buenas o malas noticias? Así que tal vez, cuando me quitara el grueso abrigo de invierno, no le importaría lo poco que tuviera dentro de éste. Traté de seguir exactamente sus huellas, así no me resbalaría ni me caería.

    –Entonces, ¿por qué estás aquí en una noche como esta? –Un motor de automóvil se acercó detrás de nosotros.

    –Sigue moviéndote –dijo el hombre bruscamente–. Estamos en un camino público. Tenemos el derecho de estar aquí mientras no detengamos y bloqueemos a otras personas.

    ¿Qué? A mi izquierda, coche de policía blanco y negro pasó a un lado, los neumáticos chisporroteando cuando lanzaron sal contra las llantas de la rueda.

    –Sigue moviéndote –dijo el hombre. –No les prestes atención, o parecerás culpable.

    ¿Culpable? No me sentía culpable de nada excepto la locura de estar allí para empezar.

    Cuando las luces de la cola roja del coche de policía desaparecieron, le dije:

    –¿Qué fue todo eso?

    –¿Estás caminando por la Línea Roja y no tienes miedo de la policía?

    –Escuché que es legal, ya que no puedes cobrarles dinero a los tipos. Ellos saben que sólo tienen que darte un lugar para dormir por la noche, y el desayuno. O tendrán un mal representante y nadie volverá a irse con ellos.

    –Y la gente dice que yo vivo en un mundo de cuentos de hadas. Mira, todos los policías en este recinto están en la nómina de Greco.

    –¿Quién es Greco?

    –El chulo local.

    –Oh.

    –Las chicas de la Línea Roja no cobran y no le dan nada, así que él hace que los polis las acosen. Todos saben eso.

    –Era apenas mi primera noche allí. Mamá nunca hizo mucho por mí, pero me dejó vivir con ella en un apartamento de dos familias que se desmoronaba entre Yards y Hell's Block, antes de entrar esta vez en el hospital. Oía a las putas yonkis paseando afuera de los bares por allí, pero no bebía en los bares, así que nunca las vi.

    ¿Por qué estaba siguiendo a este tipo, de todos modos? Por lo que sabía, planeaba violarme y matarme él mismo. Ah sí, porque no pensaba cambiar mi nombre por el de Frosty el Hombre de nieve. En ese momento, llegamos a la entrada del parque. Él movió el brazo hacia los bosques cercanos de robles y olmos helados.

    –Este es mi lugar especial. Siempre es mágico, especialmente ahora.

    –Es hermoso –dije.

    –Más que eso. Vamos, te lo enseñaré. –Él se bajó del lado del camino y se dirigió hacia el bosque. Allí, donde la nieve se había acumulado intacta, y por lo tanto era más profunda, sus botas crujieron un poco en la capa de hielo. Me deslicé junto a él, mi peso ligero no rompía la superficie.

    Las nubes de tormenta grises de invierno se habían desvanecido. Un millón de billones de joyas brillaban en el profundo cielo negro con gloria inhumana. Una cúpula de belleza sobre el mundo oscuro del invierno. El viento sopló en mi cara, pero ya estaba tan entumecido que apenas sentí nada. El esfuerzo de mover mis piernas para seguir adelante mantenía mi sangre fluyendo a través de mis arterias y venas.

    –Allí atrás, ¿qué me dijiste? –Pregunté. –Algo sobre un objetivo.

    –Tarja –dijo–. Tarja Turunen. Ella es de Finlandia. La primer cantante de Nightwish. Tú me hiciste pensar en ella porque su segundo álbum en solitario es Mi Tormenta Invernal y una canción es ‘Yo camino sola’.

    –Yo pensé en la reina del hielo.

    –Esa es una canción de Within Temptation.

    Un fan del heavy metal gótico, genial. Justo lo que necesitaba, para ser ritualmente sacrificada a Satanás o a alguna diosa pagana por un tipo con cabello verde y veinte perforaciones en el pene.

    –Yo estaba sola –murmuré.

    Caminamos más hacia dentro del parque, a través de los troncos de los árboles brillando en color negro, desafiando al mundo para proteger la vida hibernando en su interior. Seguí mirando de un lado a otro, temiendo que algún atacante saltara de su escondite, aunque ninguna hoja o follaje pudiera esconderlos desde nuestro sitio.

    –No te preocupes –dijo el hombre–. Todavía no he perdido a nadie.

    –No me perderé en este parque –dije.

    –Quiero decir, que te mantendré a salvo de los asaltantes y violadores. Es mi trabajo.

    Ojalá dijera una cosa que yo entendiera.

    –Oh, no podrías saberlo. –Él giró, agitando sus brazos alrededor, luego se lanzó hacia mí, empujando un puño cerca de mi cara. Me negué a retroceder. De alguna manera, me di cuenta de que no me haría daño. No con un puñetazo salido de la nada.

    –Soy un luchador de kung fu, un caballero moderno que protege a los débiles. –Se dio la vuelta, y siguió caminando. Sobre su hombro, me dijo. –Especialmente a damiselas en apuros.

    Nunca pensé en mí como una damisela, aunque en ese momento no podía disputar la parte de 'apuros'.

    –Entonces, ¿cómo te llamas? –Pregunté. Ya iba siendo tiempo de saberlo. –¿Sir Galahad?

    –Rhinegold –dijo.

    –¿Tu padre realmente te llamó así? ¿O tú lo inventaste?

    Él miró lejos de mí, a un costado.

    –Mi mamá era una fan de Wagner. A mi padre no le gusta hablar de ello.

    Primero Nightwish, ahora Wagner. Bastante lejos de Avril Lavigne, mi favorita.

    –Yo soy SeeJai, –dije, y lo deletreé, como siempre. –¿Falta poco para llegar?

    Pasamos por una zona de bosques más gruesos, con robles y olmos apiñados juntos, como agentes del Servicio Secreto que rodean al Presidente, protegiendo algo más profundo dentro. Una pequeña arboleda de robles se abrió.

    –El roble es sagrado para los druidas –dijo Rhinegold. –La palabra ‘druida’ se deriva de su palabra para decir roble.

    Okayyyyyy. Él asintió con la cabeza hacia mí.

    –Supongo que no eres pagana.

    –Si te refieres a la religión –dije–. Yo no soy nada.

    A veces mamá me llevaba a la iglesia, pero no había logrado inculcarme nada en forma regular. Tenía suficiente con forzarse a sí misma a seguir respirando. Él asintió de nuevo.

    –Yo igual. No pertenezco a ninguna organización.

    –Algún día me organizaré –le dije. No importaba lo que parecía entonces. Algún día, un día. –De todos modos, ¿qué pasa con estos árboles?

    –Este bosque es mi guarida –dijo.

    –¿Qué tienen de especial? –Manteniendo los brazos cerca de mi pecho, miré alrededor. –Me parecen árboles comunes. –Bajo sus sombras, la niebla de mi aliento brillaba como una niebla brillante.

    –Son árboles arcianos –dijo. –Como en Juego de tronos. Ya sabes, en la televisión.

    –Recuerdo haber oído hablar de ello.

    –Sólo los libros son mejores. Bueno, bien, son robles. No son blancos, no tienen savia roja, o caras talladas en ellos. Pero son sagrados para mí.

    Blancos... savia roja... caras... no eran los árboles los que eran raros.

    –Allí está mi castillo –dijo señalando una pequeña colina.

    Medio patinamos sobre la nieve cubierta de hielo.

    –Bueno, el foso está congelado ahora mismo –dijo –¿Ves las dos torres? ¿La enorme puerta?

    –Veo una pequeña elevación con algunos árboles en ella –dije.

    –A veces un caballero malvado o un mago malvado se apodera de mi castillo, y tengo que atacarlo –dijo Rhinegold. –Ahora, supongo que dejaré que la Reina de Hielo lo guarde. Mi hermosa damisela en peligro necesita refugio. Deberías haber usado una máscara de esquí también.

    –¿Cuántos tipos querrían recoger a mujeres que llevan una máscara de esquí?

    Él se encogió de hombros.

    –Venga. Será mejor que entres en calor.

    Rhinegold empezó a medio deslizarse hacia la entrada trasera del parque.

    Me quedé atrás, todavía pensando en este tipo. Parecía estar bien, pero sin duda era como un astronauta por dentro, haciendo el moonwalk mientras todavía físicamente en el planeta Tierra. ¿Podría volver a entrar en la atmósfera de la Tierra sin quemarse? ¿Incluso querría hacerlo?

    Y lo más importante, ¿me mataría?

    Todavía no lo había hecho, y en este parque nadie lo vería ni sabría nada jamás.

    Lo seguí. No me sentía lista para morir, pero eso resolvería todos mis problemas.

    Se detuvo, sorprendiéndome de tal modo que casi me caí sobre el culo. Él señaló hacia arriba. –Mira. Auroras boreales.

    Lejos, muy por encima, enormes y brillantes destellos verdes bailaban y parpadeaban en el cielo, con algunos destellos de rojo.

    Recuperé mi aliento ante su belleza fría, impresionante.

    –Debe haber una poderosa tormenta magnética sucediendo en la atmósfera superior –dijo Rhinegold. –Normalmente no los vemos tan lejos al sur. –Se volvió hacia mí. –O los héroes de Asgard están luchando en el Valhalla.

    –Sí claro. Yo voto por la tormenta magnética.

    Lo que fuera que causara las luces en el cielo, me parecían más hermosas que un patio lleno de luces de Navidad. Naturales, majestuosas. Algo muy por encima, mucho más allá de las meras personas. De mi ser insignificante.

    Justo entonces tuve una sensación extraña, como si el mundo pusiese este espectáculo de luz cósmica sólo para Rhinegold, y yo sólo era afortunada de estar allí para verlo con él.

    A pesar de que era sólo un tipo grande en un abrigo de invierno cubierto de hielo brillante, una voz sin rostro que salía de un pasamontañas, sentí que había algo especial en él.

    Un tipo agradable, seguro, pero más que eso. Por supuesto, un caballero de la mesa redonda, vagando por las calles de Cromwell tarde en la noche para recoger damiselas en apuros.

    Un poco más tarde, estaba de pie detrás Rhinegold en el patio trasero de una casa de ladrillo en ruinas mientras él aflojaba uno de los tablones de madera contrachapada que cubrían la puerta de atrás.

    Al otro lado del callejón, un contenedor de basura rebosante de bolsas de plástico nos miraba fijamente. Los perros habían regado los pañuelos, huesos de pollo, y botellas de cerveza a través del callejón, todos ahora cubiertos de hielo, brillando del color amarillo sodio de la luz del callejón.

    Una corta y rala valla de alambre rodeaba el patio trasero. Rhinegold la franqueó con practicada soltura, y después me ayudó a hacer lo mismo.

    No se escuchó ningún sonido proveniente de ninguna de las casas de los alrededores, por lo que debía ser más tarde de lo que creía. Dejé de usar un reloj de pulsera el día que dejé la escuela secundaria.  El equipo eléctrico que había en lo alto de un poste de teléfono se quejó e hizo clic.

    –Vamos, vamos –murmuré.

    No me gustaba entrar de manera ilegal. ¿Qué pasaría si la policía circulaba por ahí y nos veía? ¿O si uno de los vecinos nos vio y llamó a la policía?

    Entonces, ¿qué estaba haciendo intentando entrar a esta casa en ruinas con un hombre extraño que acababa de conocer? Claro que había esperado pasar la noche con un desconocido, pero con un coche y su propia casa o apartamento. No con un tipo sin hogar.

    Quizás el lugar era peligroso, lleno de agujeros en el suelo a través de los cuales te podías caer. O el techo podría ceder, o las paredes derrumbarse. O podría haber ratas.

    Y tal vez Rhinegold había planeado matarme. Violarme, luego cortarme la garganta, y apretujar mi cuerpo en un agujero del sótano. Igual que había pasado en una revista que leí hacía años.

    Pero el mareo de mis ojos me dijo que necesitaba alimento sólido. Y el desmayo en mi corazón me dijo que necesitaba el calor.

    Sin ellos, podría morir esta noche.

    Eso hacía las cosas mucho más simples.

    Capitulo dos

    Un extraño gato callejero

    Era tan terrorífico como un animal herido atrapado en una trampa.

    Rhinegold sostuvo el panel de madera alejado de la puerta, y le hizo señas para que  pasara, a su casa en el exilio. Pobre y humilde, pero suficiente mientras él aguardaba su momento.

    Ella agachó la cabeza, comenzó a levantar una pierna, luego se detuvo, dio un paso atrás. –¿Cómo sé que puedo confiar en ti?– Preguntó. –¿Y si alguien está esperando dentro para matarme?

    Él sacó una linterna, y alumbró dentro de la vieja casa. Había un fregadero de aluminio. Gabinetes. Visibles espacios abiertos donde el refrigerador y estufa una vez estuvieron. Contadores astillados de formica y linóleo gastado.

    La mala iluminación ocultaba el polvo acumulado y la suciedad, pero los olores ácidos de la mugre, excrementos de ratón, y el moho flotaban en el aire.

    Hey, no muchas viviendas medievales (incluso castillos glamurosos, mucho menos las chozas de campesinos), conocían las normas de higiene y saneamiento modernas.

    –¿Ves? –Preguntó él.

    –Está bien, tú primero –dijo ella.

    Él le hizo señas para que sostuviera el tablón de madera y la linterna.

    Ella retrocedió. –Me iré.

    Las damiselas en apuros podían enfurecer incluso al más calmado de los caballeros aguerridos.

    La temperatura del aire dentro era igual al exterior, pero las paredes bloqueaban el viento. Una ráfaga silbó por el hueco de la puerta de atrás donde él había aflojado el tablón.

    –¿Es seguro? –Susurró SeeJai.

    –Lo suficiente –respondió en un tono de voz normal. –Para haber sido una casa de crack, no está tan mal. Las paredes y el suelo todavía son sólidos. Temía que el distribuidor y sus amigos fueran a regresar, pero o todavía están en la cárcel o han encontrado un nuevo lugar, porque he estado aquí desde hace seis meses.

    En la sala de estar él metió un montón de tablas de madera delgadas y estrechas que había arrancado de las habitaciones de arriba después de romper el revestimiento, en la chimenea. Las puntas afiladas de las pequeñas tachuelas le pincharon los dedos. Cuando juntó una gran pila, la roció con líquido inflamable, y luego encendió el Bic.

    Detrás de él, SeeJai permaneció inmóvil sentada en el suelo.

    Un leve hormigueo de anticipación le cosquilleaba en la boca del estómago mientras se preguntaba cómo se vería la cara de ella en la luz. Mientras, esperaba a que ella se sintiera lo suficientemente caliente como para eliminar su gruesa capa de ropa.

    La había llamado una bella dama, pero no estaba muy seguro. La mayoría de las prostitutas de Greco y algunas de las mujeres que recorrían la línea roja, parecía que no podrían conseguir una cita para un baile, incluso si fueran la única mujer que quedara viva.

    Y no era sólo por las caras de expresión dura como ladrillo, los ojos perdidos o la piel suelta saliéndose de las ropas reveladoras (aunque odiaba eso también), para empezar. Exceso de peso. Cicatrices de acné. La impresión que daban de haber pasado muchas noches llorando hasta quedarse dormidas, porque tenían un encaprichamiento con una estrella del fútbol que ni siquiera sabía que existían.

    Mientras las llamas prendían y se extendían, el fuego envió olas de calor bienvenidas. Rhinegold se despojó de su máscara de esquí, se quitó los guantes y abrió la cremallera de su chaqueta pesada.

    Él acomodó la reja de hierro forjado gris ceniza sobre los soportes justo por encima de las llamas, luego dejó caer formas triangulares de papel de aluminio en la misma.

    –Espero que te guste la pizza de pepperoni y salchicha –dijo Rhinegold.

    –¿Corteza gruesa o delgada?

    –Original. Ya está un poco chamuscada desde la primera vez que la traje aquí.

    –¿Tú la trajiste?

    Rhinegold sonrió. –La tienda de pizza no permite que los conductores entreguen a las casas clausuradas. No puedo decir que los culpo por ello.

    Se sentó junto a él, con las piernas dobladas, y se inclinó hacia el fuego. –Oh, eso se siente bien. No sabía que se podía sentir tanto frío tan cerca de la línea ecuatorial.

    –Quítate el abrigo y quédate un rato, solía decir mi bisabuelo.

    –Todavía me estoy descongelando.

    –Al igual que un pavo de Acción de Gracias –dijo Rhinegold.

    Ella se detuvo. –No lo sé. Al igual que una carne de hamburguesa, supongo.

    Rhinegold trajo varias botellas grandes de agua desde el rincón oscuro donde las tenía, y los colocó en frente del fuego para que comenzara a fundirse el hielo dentro.

    Las manos de Rhinegold, sus pies y mejillas quemaban y hormigueaban conforme la sangre comenzaba a fluir de nuevo en ellos.

    –La próxima vez, usa una máscara como yo –le dijo. Se quedó mirándola fijamente a la cara, buscando daños provocados por el frío. Y, al mismo tiempo, para satisfacer su curiosidad natural masculina.

    Quemaduras provocadas por el frío de color rojo brillante cubrían la mayor parte de su piel de mármol blanco, luciendo agrietadas y dolorosas. La piel de sus labios azules estaba arrugada y rota como una muda de piel de serpiente.

    Sin embargo, nada de eso disfrazaba su belleza esencial. Ella no era realmente bonita o linda, sino mágica y sobrenatural, con profundos ojos negros que brillaban con reflejos dorados. Características élficas sutiles, exóticas se combinaban con su pelo negro corto y recto para crear una apariencia duendecillo.

    Tenía orejas redondas normales, pero en su estado verdadero y natural, seguramente terminaban en punta.

    Debía de ser un niño cambiado. Un duendecillo o hada dejada desde bebé en la puerta de una mamá afortunada.

    A pesar de que su abrigo todavía ocultaba la mayor parte de su figura, se daba cuenta de que ella era pequeña y delgada. Sí, un verdadero duende.

    Una princesa élfica que lo visitó en ese disfraz, pero incapaz de ocultar el alma espiritual que brillaba en su interior.

    Ella podría haber estado escondida debajo de trébol verde brillante en las praderas de Irlanda.

    O correr a través del brezo lila en las montañas de Escocia.

    O bailando bajo la luna y las estrellas dentro de un círculo de piedras grandes, desapareciendo en un parpadeo si los ojos mortales si se acercaban.

    ¿Conocía ella su propio poder? Probablemente no, o ella no se habría puesto a sí misma en la Línea Roja.

    ¿Podría ayudarla?

    Un temblor lento y profundo pasó a través de su columna vertebral, desde el cráneo a la rabadilla, y sus dedos se movieron automáticamente, como haciendo algún gesto místico.

    ¿Podría un simple caballero humano como él incluso atreverse a ganar el amor de una mujer que brillaba con tal gloria surrealista?

    Por fin, había encontrado otra mujer digna de su corazón. La reina malvada había obligado al rey a exiliar a su único hijo el príncipe, por atreverse a amar a la bella princesa.

    Ahora él había encontrado otra princesa.

    ¿De Verdad?

    ¿Caminaría una verdadera princesa por la Línea Roja, sin importar cuántas penurias hubiera tenido que soportar? ¿No preferiría morir de hambre en lugar de entregar su honor sagrado?

    Ella murmuró algo.

    –¿Qué? –Preguntó él.

    –Pregunté si la pizza tiene aceitunas negras.

    –Qué asco, no. Si te gustan las aceitunas negras, es mejor que te vayas ahora.

    Ella se rió, y pareció aún más atractiva que nunca.

    Tal vez incluso las princesas eran más relajadas sexualmente en estos tiempos modernos. No es que él tuviera ningún derecho a quejarse.

    Sacó la pizza fuera de la pequeña parrilla con unas pinzas, dando a cada uno de ellos tres rebanadas grandes. Y le entregó una botella de agua y un paquete de papas fritas Lay.

    Mientras masticaba un pedazo de pizza, SeeJai se transformó de un duende mágico en un chico delgado iniciando la adolescencia. Con dos pequeños montículos por pechos casi enterrados bajo un suéter de lana grueso.

    Así que quizás la princesa preferiría que otra princesa ganara su mano real.

    Él se encogió de hombros internamente, resignado. Ocultando su decepción ante sí mismo.

    –Sabes –dijo –Son sólo hombres los que conducen por la Línea Roja. La mayoría busca hembras. Algunos quieren machos. Ninguna ley dice que una mujer no puede hacerlo, pero en realidad son sólo los hombres.

    SeeJai se le quedó mirando, y luego dejó caer la rebanada de pizza de su mano. –¡Oh, dime que no acabas de decir eso!

    Rhinegold levantó las palmas de las manos. –No quise decir...

    Ella se puso de pie y empezó a pasearse. –Hey, yo sé lo que parezco. Sé que no soy bonita como las otras chicas. La gente dice que parezco un tipo. ¡Pero no lo soy! Lo juro.

    –Te creo, vamos.

    –Desde que tenía doce años que he tenido que aguantar esta mierda. ¿Eres lesbiana? Te ves tan marimacho. Qué poco femenina eres.

    –Bueno, es... mira, lo siento, no es mi asunto, yo no...

    –Mantengo mi pelo corto de esta manera porque resalta mi cara y no me gusta cuidar de él, ¿de acuerdo? Lo lavo, y ni siquiera tengo qué secarlo.

    –Todo es...

    Las manos de ella arañaron hacia arriba y abajo, su tensión rasgando el aire –Lo sé, pero es tan frustrante, que hace que yo...

    Él le puso las manos sobre los hombros, tratando de sujetarse para mantenerla inmóvil. –Tómalo con calma, SeeJai. No era mi intención decir algo malo.

    –Tampoco la mía. No soy homofóbica ni nada. Si a una mujer le gustan otras mujeres, no me importa, pero yo no soy así.

    –Shhh –susurró él, como calmando a un niño pequeño. Su cuerpo parecía perdido en el grueso abrigo, sin embargo, los temblores la sacudían a través de sus manos. Quería abrazarla, pero no se atrevió. Sólo era un hombre extraño, podría asustarla.

    –Llamarme lesbiana es sólo una forma de evitar decir la verdad: soy fea.

    –Tú no eres fea –dijo Rhinegold. Deseó no haber ido a explorar las secuelas de la tormenta. Sin embargo, detectó de algún modo que esta mujer podría tener un efecto poderoso en su vida si no tenía cuidado.

    –No tienes qué decir eso.

    Él sacudió la cabeza. –Eres como una de esas ilusiones ópticas. –dijo. –Ves dos columnas, luego tu mente cambia de marcha, y ves dos caras mirándose una a la otra.

    Ella asintió. –Recuerdo la de una fea bruja de gran nariz convirtiéndose en la espalda de una mujer joven que llevaba un sombrero de lujo.

    –O pantallas de juguete de plástico que pueden mostrar dos imágenes diferentes –dijo Rhinegold. –Lo miras  de una manera, y se ve a Mickey Mouse. Luego lo inclinas, y tienes a Minnie.

    SeeJai asintió, respirando profundamente, luchando por recuperar el control, pero sin llorar, gracias a Dios.

    –Tú eres así. De acuerdo, una imagen es una especie de marimacho. La otra es una princesa elfa preciosa.

    SeeJai resopló una fuerte ráfaga de aire fuera de la boca, y se rió. –Una Princesa. Sí, claro.

    –A mí me lo pareces.

    Ella rodó los ojos, luego se sobresaltó y dio un paso atrás. –¡He oído hablar de ti! El caballero de oro. Mi amiga me dijo que me cuidara de ti, porque estás loco.

    El asintió. –Mucha gente lo dice. –Y añadió: –Al igual que la gente dice que eres lesbiana. Ellos no entienden. Vamos, siéntate y come.

    Después de comer, se acostaron en el suelo en frente del fuego. Rhinegold disfrutaba de su calor, y dejó que las llamas que oscilaban lo hipnotizan.

    –¿Cómo obtienes dinero? –Preguntó SeeJai. –No me parece que serías un buen pordiosero.

    –Eso es bueno –dijo Rhinegold. –Tengo un negocio de protección.

    –¿Como en la mafia? ¿O me pagan, o hago volar su tienda?

    –Como si alguien que valiera la pena hubiera vivido en este barrio en los últimos cuarenta años. No, realmente protejo a las personas. A la gente común.

    –¿Quieres decir, como si yo quiero ir a otro barrio, pero estoy usando los colores equivocados?

    –Te diría que te cambiaras de ropa. No, no puedo permitirme el lujo de que las bandas se enojen conmigo, porque si diez compinches gamberros comienzan a disparar contra mí, uno de ellos podría dar en el blanco.

    –¿No disparan bien?

    –¿Es que nunca ves las noticias? Las bandas se amontonan en un coche para un tiroteo desde el auto, pero terminan dándole a los niños pequeños al lado. El lugar más seguro para estar es a donde están apuntando.

    SeeJai parecía aturdida.

    –Todos son drogadictos –Rhinegold continuó, amplificando el voltaje de sus nervios. – Cretinos descerebrados.

    –¿No te gustan las drogas, verdad?

    –¿Qué me podría gustar? –Rhinegold extendió sus brazos hacia fuera. –Mira a tu alrededor. La ciudad está implosionando, deslizándose en el Abismo, al igual que Detroit. La gente dice que es la pobreza. No es la pobreza, eso la evasión de la realidad. Es irresponsabilidad. La gente puede trabajar y ahorrar y salir adelante. O pueden tirar por la borda todo lo que tienen en este instante, y terminar en la calle.

    SeeJai sonrió. –Entonces, ¿por qué no me cuentas cómo te sientes?

    –De todos modos, yo cuido a las personas de los ladrones de poca monta, atracadores y violadores. He estudiado kung fu y karate.

    –Esta noche me salvaste de la policía, ¿verdad?

    –Tal vez. Quizá te habrían arrestado, o tal vez sólo amenazado.

    Ella asintió con la cabeza, rasgó una bolsa de papas fritas, y las puso en su boca una a la vez, masticando cuidadosamente, prolongando el tiempo que tomaba comer cada una. Con la delicadeza de una verdadera dama.

    Con el calor del fuego, finalmente se quitó la parka de invierno, extendiéndola en el suelo detrás de ella para que el aire caliente que circulaba desde la chimenea pudiera secar el hielo de la capa exterior.

    Una figura delgada y estrecha, con curvas redondas aunque suaves y sutiles. Su presencia honraba a su agreste casa. El sólo hecho de que ella respirara el mismo aire, cargaba la  atmósfera con iones energizantes. La

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