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Encrucijadas del destino
Encrucijadas del destino
Encrucijadas del destino
Libro electrónico422 páginas5 horas

Encrucijadas del destino

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Información de este libro electrónico

Melero es un policía recto y muy exigente consigo mismo. Su padre, ya retirado, también fue policía, como lo había sido su abuelo. Dedicado a su trabajo tras superar una dura relación de la cual todavía no está recuperado del todo. La muerte de un vecino en su inmueble. La aparición de un menor, muerto en extrañas circunstancias y la extraña desaparición de su hermanastra, hacen que la vida de Melero de un giro de 180o, solo se encuentra arropado por los miembros de su equipo; confía en ellos, aunque con recelo.
* * * *
La investigación se complica a medida que avanzamos entre las páginas, haciendo que el lector se implique cada vez más en la trama e intriga de la novela.

IdiomaEspañol
EditorialJavIsa23
Fecha de lanzamiento1 ago 2017
ISBN9788416887217
Encrucijadas del destino
Autor

Ramon B. Boscá Crespo

Ramón Blas Boscá Crespo, nacido en Larache (Marruecos), un 28 de febrero del año 1958, pasó su infancia en esa ciudad hasta la edad de 11 años, cuando su familia se trasladó a vivir a la península, en la ciudad de Málaga.En esta ciudad cursó y terminó los estudios de bachillerato superior, decidiendo no acceder a estudios universitarios y a los 18 años abandonarlos, para seguir en la escuela oficial de idiomas, (francés e inglés), y comenzar su vida laboral, al principio en la empresa familiar y con posterioridad tras aprobar unas oposiciones en una empresa municipal. Por su carácter tímido e introvertido, se le daba desde siempre mejor escribir que hablar. Esa condición hizo que su afición a la literatura, y en sus ratos libres, se transformará en escritos que nunca alcanzaron la luz, eran destruidos sin que nadie los leyese.En el año 2008, a la edad de 50 años, se propuso una meta, escribir una novela, y no descansó hasta que en agosto de 2010 dio por terminado su relato. “Las decisiones finales”, y por primera vez se decidió a dar el paso para su publicación.

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    Encrucijadas del destino - Ramon B. Boscá Crespo

    Ramón B. Boscá Crespo

    ENCRUCIJADAS

    DEL DESTINO

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    Ediciones JavIsa23

    Título: Encrucijadas del destino

    © del texto: Ramón B. Boscá Crespo

    www.ramonbboscacrespo.webnode.es

    © de la portada: Ediciones JavIsa23

    La cubierta se ha realizado utilizando varias imágenes de diferentes autores.

    © de la imagen utilizada para el fondo de la portada: Andrejs Pidjass (Nejron)

    © de la imagen de las siluetas: Edvard Molnar (edvard76)

    © de la imagen utilizada para el fondo de la contraportada: Fisher Photostudio (Fisher)

    Las imágenes que componen la portada y contraportada han sido adquiridas en www.stockfresh.com bajo una licencia estándar y retocadas para su uso en estas cubiertas.

    © de esta edición: Ediciones JavIsa23

    www.edicionesjavisa23.com

    E-mail. info@edicionesjavisa23.com

    Tel. 964454451

    Primera edición: abril de 2017

    ISBN: 978-84-16887-21-7

    © de la edición original en papel: Ediciones JavIsa23, 2016

    ISBN de la edición en papel: 978-84-16887-05-7

    Conversión en e-book: NOA ediciones

    Todos los derechos reservados. Queda prohibida, según las leyes establecidas en esta materia, la reproducción total o parcial de esta obra, en cualquiera de sus formas, gráfica o audiovisual, sin el permiso previo y por escrito de los propietarios del copyright, salvo citaciones en revistas, diarios, libros, Internet, radio y/o televisión, siempre que se haga constar su procedencia y autor.

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    PRÓLOGO

    Llevaba despierto más de dos horas, el ulular del viento sonaba y hacía que su ventana cimbreara en una mañana otoñal. Se levantó; tras los cristales, apreció cómo las ramas de los árboles de su jardín se mecían.

    El hombre decidió dar un paseo por su ciudad, se vistió acorde con la estación, no se llevó el paraguas, el tiempo no estaba tan mal como para que lloviera.

    Le gustaba andar, a veces en sus deambulaciones encontraba objetos interesantes que en ocasiones adquiría. Dirigió sus pasos al casco antiguo, en esa parte de la urbe, subsistían tiendas de antigüedades. Buscaba elementos que le pudieran ser útiles en su trabajo.

    No habría recorrido quinientos metros, cuando al doblar la esquina, a lo lejos en un jardín, vio expuestos los enseres de una casa, un gran letrero indicaba que se vendían. Por curiosidad quiso acercarse, husmeó a distancia, no quería cruzar la verja, no tenía intención de comprar nada.

    Parecía que la ventisca se llevaba las nubes, no existía ningún pronóstico de lluvia, los muebles no se mojarían. Desde la baranda de separación, divisó un armario alto con las puertas abiertas, antiguo, que conservaba su textura original. Pudo ver una cama con el cabecero de hierro forjado, y adornos en dorado, imitación de oro.

    Se interesó un poco al comprobar que era de un estilo clásico, viejo, aunque él no era especialista en antiguallas, aparentaba de la época barroca. Tras ese primer vistazo a la izquierda, dirigió sus cansados ojos a su diestra. Se observaban unas mesas con libros, otros menajes de cocinas, carecían de valor. En un sofá que ocupaba la parte trasera de esos mostradores, en un rincón, en su respaldo, reposaba un cuadro de no muy grandes dimensiones, de unos cuarenta por cincuenta y cinco centímetros. El marco era moderno, feo. Como motivo, el retrato de una mujer desconocida, le llamó la atención que no estuviera pintado en lienzo, era un tablero de madera, una capa de barniz ocasionaba que se reflejara, le daba profundidad. Quiso adentrarse y estudiarlo de cerca, con pasos lentos se dirigió hacia la parte derecha del jardín. Una mujer que estaba en el vano de la puerta, lo saludó. Él hizo un gesto con la cabeza, correspondiendo a esa cortesía.

    Mientras se acercaba, notó que esa señora no le quitaba ojo; antes de coger el marco, la miró de nuevo, ésta gesticuló con sus manos, dándole permiso, lo prendió, le dio la vuelta a la moldura, la madera parecía estar en buen estado. Una inscripción en holandés, una fecha muy borrosa y un título, «Margriet», sería el nombre de la persona del retrato, a quien el pintor le habría dedicado el cuadro. Dando de nuevo la vuelta, abajo a la derecha, casi lo tapaba el gran marco, unas siglas, «N. Van O.», no recordaba ningún pintor con esas iniciales.

    Se acercó a la dama, preguntó su valor. Al ver el interés que suscitaba en el hombre esa pintura, le pidió un montante superior a quinientos euros, el individuo lo consideró excesivo, dio media vuelta, pero antes, le hizo una oferta no superior a cien. Al final al ver que él se marchaba, con la premura de vender un artículo del cual desconocía su procedencia, y no sabía cómo llegó a sus manos, aceptó.

    El tipo salió del jardín contento, se alejó de la casa con la compra empaquetada en papel, bajo el brazo.

    Esa persona, mientras caminaba de regreso a su casa, pensaba que debería ponerlo en manos de un experto, no por su valor pictórico, sino para conocer la antigüedad de la madera.

    * * *

    Un domingo por la mañana, poco antes de Navidad. Tras el desayuno, el cabeza de familia, le insinuó sus intenciones a su mujer:

    —Cariño, me voy a dar un paseo, no tardaré mucho, seguro que antes de la hora de comer estoy de vuelta.

    La esposa se asomó a la ventana, viendo el día tan espléndido, tan soleado que relucía.

    —¿Por qué no te llevas a la niña?, podré hacer más rápido las faenas de la casa, el pequeño duerme, no me dará guerra.

    Le gustaba andar solo, pero accedió a su petición.

    Primero, la llevó a un parque infantil muy cerca de donde vivían. Su hija de seis años se subió en los columpios y otras atracciones infantiles que existían.

    Después, deambularon por las calles del centro de la ciudad, la niña, se paraba en los escaparates, quería los juguetes que veía. Sabedora de la proximidad de las fiestas navideñas; con ellas, la colmarían de regalos, siempre caía una muñeca parlanchina, otros juguetes con los que se distraía, algún juego didáctico para enriquecer su intelecto. Su hermano menor era muy pequeño y no jugaban juntos.

    Tras dos horas de paseo, volvían camino de casa, la llevó por la avenida que habitualmente pasaba. Le encantaba ver las motos en un escaparate, afición que desde joven le apasionaba, nunca tuvo una, a pesar de poseer todos los carnés, pues era obligatorio en su trabajo.

    Delante de ese expositor, parado, ensimismado, como hipnotizado por la belleza de esos vehículos de dos ruedas, sin soltar de la mano a la niña.

    —Papá, vamos, ya la has visto, quiero volver a casa. Esto es muy aburrido, tengo hambre.

    No se percató, un hombre de su edad y estatura se detuvo a su lado, el reflejo en el cristal lo hizo girarse, al verlo de frente se asombró, no podía creer lo que veía. No podía ser cierto.

    El otro no se sorprendió, sabía que tarde o temprano llegaría ese día, conocía su existencia, vivían en la misma ciudad.

    Cuando llegaron a la casa, la niña no se acordaba de la persona que se encontraron.

    Le contó a su mujer lo que hicieron durante el paseo, no mencionó el incidente.

    PRIMERA SEMANA

    JUEVES

    Había pasado todo el día en el despacho, apenas un descanso tomando un sándwich. Acabada su jornada le apetecía andar, era una noche estrellada a finales del mes de mayo. Cuándo salió de la comisaría decidió no coger el coche a pesar de vivir a cinco kilómetros de su trabajo. Sabiendo que al día siguiente volvería a pie o en taxi. No importaba a qué hora llegaba, nadie lo esperaba desde hacía cuatro años.

    Mario Melero, era el único que estuvo en la academia. Su padre, Álvaro y su abuelo también fueron policías. A sus treinta y cinco años tenía mucha experiencia, defendía la ley y el orden con ahínco. Fue lo que vivió de pequeño en su casa. Consciente de que sería el último de la saga de los Meleros como policías, con él se terminaba. Venía de un divorcio superado, en el que no tuvo descendencia.

    Trabajaba en el departamento de criminología. En la jefatura donde se encontraba Santiago España. El comisario y su padre, trabaron muy buena amistad al investigar juntos un caso.

    Santiago aceptó su solicitud, por el aprecio que los unía, decidió que si era la mitad de bueno que su padre, merecía la pena tenerlo en su unidad.

    Mario pidió el traslado cinco años atrás, a raíz de las pesquisas que hizo sobre un malhechor que acabó siendo detenido, marcó huella en él durante los seis meses que se prorrogó la investigación.

    Se identificaba en parte con el delincuente. Su metódica forma de actuar, la pureza con que trabajaba; siempre actuaba solo. Eso hizo que lo admirase, aun sabiendo que no era lo correcto.

    Su detención se produjo debido a un error de cálculo. En la escapada, tuvo que dar un salto de casi dos metros de longitud, al ser de noche no lo ajustó bien, se precipitó al vacío desde una altura de cuatro metros. En un hombre de goma como ese, la caída no fue mortal, se fracturó la tibia, el peroné, y contusiones en el costado.

    Al saltar la alarma, los vigilantes de seguridad lo retuvieron hasta que llegó el inspector.

    En el juicio le sentenciaron a una condena de doce años y un día, al no estar fichado se le reduciría a las tres cuartas partes. Apenas cumpliría encerrado cuatro. Mario supuso que estaría libre con la condicional, tras el tiempo transcurrido.

    Dirigió sus pasos a su domicilio, a esa hora todavía no era de noche, las luces de la urbe se encendían a medida que él iba avanzando. Se adentró en una gran avenida, el eje principal de la ciudad. Poca gente deambulaba, individuos con prisas que salían de su trabajo hacía sus residencias, otros calmados haciendo las compras de última hora. Ese gentío a su alrededor, le daba impresión de compañía, a pesar de transitar a su lado sin saludar ni mediar palabra alguna, cada uno a lo suyo. Desde que fracasó su relación, la soledad era su aliada, le producía una sensación que le gustaba. Recordó los paseos que daba con su mujer, en las mismas calles que ahora caminaba, cuando todavía eran felices. Esa historia era pasada, no podía continuar aferrada a ella, aunque lo marcaba. Vagó por callejuelas y pasajes que le llevarían hasta su casa, sin prestar atención hacia dónde iba, se dejó guiar por su instinto haciendo llevadero el camino.

    El paseo duró poco más de hora y media, llegó a las nueve y cuarto de la noche, no se encontraba cansado, se dio una ducha quería relajarse. Mientras se estaba secando, sonó su móvil; era su hermanastra Rebeca Solís. Mientras la escuchaba, la notaba muy nerviosa.

    —Hola Rebeca, ¿cómo estás?

    —Me gustaría quedar contigo.

    —Me pillas en un mal momento, mañana imposible, adelántamelo.

    —Solo te puedo comentar lo que atañe a mamá. Cada día la veo peor, hace dos noches fui a visitarla, tenía unos moratones en los hombros que me hacen sospechar.

    —Piensas que hay maltrato.

    —No lo puedo confirmar. Ella lo niega.

    En esos momentos no estaba preparado, no se encontraba con ánimo, para un encuentro con su hermana, y afrontar el problema de su madre.

    —Si ella lo desmiente y no denuncia. No puedo llegar y detenerlo, mamá se volvería en contra de mí, no querrá ni verme.

    —Como no lo puedo asegurar mejor dejarlo. Aunque estoy muy preocupada con el asunto, también quiero verte por otro tema que me afecta a mí.

    —Anticípame de qué quieres hablarme.

    —Es un tema personal, prefiero hacerlo cara a cara.

    —¿No me puedes decir nada? No me dejes así en ascuas, dame una pista.

    —No, no quiero hablarlo por teléfono. Solo que tiene que ver con José María.

    —¿Quién es esa persona?

    —Ya te contaré cuando nos veamos.

    —Ahora mismo no sé cuándo nos vamos a ver. En cuanto tenga un hueco, quedamos.

    —No lo pospongas mucho que estoy un poco inquieta.

    —Rebeca, lo antes posible te llamaré, puede que mañana haga una escapada y podamos comer juntos.

    —Sí, procúralo, gracias Mario.

    Cuando colgó, Mario se preparó un bourbon. Ese que se tomaba todas las noches con unos cubitos de hielo después de su trabajo cuando llegaba a casa. Se quedó muy pensativo, ¿qué sería eso que tanto la intranquilizaba, y no quería contar? ¿Ese tal José María, nunca lo había mencionado? Se acordaba de su prometido, no se llamaba así, ¿Quién sería esa persona? Intentaría comer con ella, haría una pausa, se ausentaría de la comisaría, no lo podía demorar.

    Sobre el primer asunto que mencionó también le preocupaba a él. Sabía que ni Andrés Solís, ni Álvaro, iban a mover un dedo. Mabel fue la culpable en los dos casos del divorcio, eso él lo sabía. Era su madre, tenía que ayudarla a pesar de que se negase.

    Tras terminar su bebida, decidió acostarse, esa conversación, lo estaba inquietando.

    VIERNES

    Llegó a la comisaría en taxi, lo hizo sobre las nueve. No era su hora habitual, durmió poco, y tampoco descansó bien.

    Transitaba entre los pasillos de las oficinas hacia su despacho, le sorprendió no cruzarse con ninguno de su equipo, estarían tomando café. Estando en ese pensamiento, se tropezó con Santiago España, que se dirigía a su encuentro, no llegaron a entrar, se fueron directamente a una cafetería cerca de las dependencias, donde la mayoría de los policías iban a desayunar.

    Durante el camino, le iba indicando que tenía un caso asignado, su equipo estaba al corriente. Ahora comprendía la ausencia, estarían trabajando en el lugar de los hechos o quizás en el trayecto.

    Su grupo lo formaban dos mujeres y un hombre: Claudio Malagón, era cinco años mayor que Mario, con cuarenta, y con veinte en el servicio. De carácter muy reservado, mediana estatura, su delgadez casi rozando la anorexia. Sus compañeros empezaban a murmurar que lo veían en sitios no recomendados, ninguno lo confirmaba.

    Mario no juzgaba a las personas, poco le importaba con quién iba o venía, siempre que cumpliera en su trabajo, no le cabía la menor duda, que era un buen policía. No obstante, le constaba que en varias ocasiones intentó sincerarse. Era un tema que no le preocupaba, siempre procuró evitarlo. No podría ayudarle, pensaba que su problema eran las compañías que frecuentaba, en su mente no entraba una enfermedad letal.

    Otra compañera era Charo López, ocho años menor que Mario, en quién se apoyaba, mujer inteligente. A pesar de su juventud era madre de cuatro chicos, dos de los cuales eran gemelos, le demostró su valía desde el primer momento que se incorporó, tenía toda su confianza.

    La tercera del grupo era Marieta Soler, la experta en informática, la benjamina, contaba con veintitrés años, soltera, casi tan alta como Mario. Tenía una gran intuición. El sexto sentido que dicen que todas las mujeres tienen. Como se dice en el argot: olfato de sabueso.

    Intentó llamar a su hermana, e ir juntos a comer, que lo pusiera al corriente del asunto que la preocupaba, la noche anterior no se lo quiso contar, pero fue imposible localizarla. Hizo una llamada interna al despacho de Santiago almorzaría con él. Su equipo no llegaría antes de las cuatro a la comisaría.

    En la comida, Santiago le preguntó:

    —¿Qué sabes del niño encontrado?

    —Nada, todavía no ha llegado ningún miembro del equipo. En cuanto vuelvan se preparará un informe inicial y la actuación a seguir. Eso no será hasta el lunes. Imagino que tendrán que analizar lo que encuentren, antes de pasarme el parte.

    —No lo demores mucho. Los de arriba me están presionando, en cuanto hay un caso de un menor, se ponen muy nerviosos —mientras decía esas palabras recibió una llamada. Sus superiores le acababan de notificar que estaba retirado del caso del niño, que no pertenecía a su distrito, se haría cargo otra dependencia. Su cara cambió, no quiso comentar nada con Mario.

    Cuando su equipo llegó al lugar, se encontraron con una fábrica en ruinas en las afueras de la ciudad.

    El niño se hallaba sobre una manta colocada en medio de la gran sala, en posición fetal. Su expresión era de dolor, era patente que se ensañaron con el chaval.

    El solar donde apareció era un nido de maleantes. Una voz anónima avisó del hallazgo del cadáver, no se identificó, llamó desde una cabina.

    Al fondo de la amplia estancia, una colchoneta con manchas de orines. En todas partes se podían apreciar; excrementos, jeringuillas. Era lo que decoraba el suelo.

    Claudio fue el encargado de subir al primer piso, accedió a través de una escalera de madera que estaba carcomida, pudo apoyarse en la barandilla y en la pared, porque llevaba guantes. Cuando llegó, el panorama era el mismo que abajo. Una estancia totalmente acristalada aunque en los ventanales no quedaba ningún vidrio intacto; también excrementos, jeringuillas, era lo que se iba pisando mientras andaba. Lo hacía con mucho cuidado no quería cometer un error, pincharse o coger una infección.

    Charo y Marieta peinaron el perímetro externo e interno de la planta baja. No encontraron nada relevante para la resolución del caso.

    Los indicios señalaban que el chaval fue depositado una vez muerto. La manta donde reposaba el cuerpo se utilizó en su traslado. Una persona corpulenta pudo perfectamente hacer el trabajo a solas, no tenía por qué existir algún cómplice. El chaval era muy menudito, no pesaría más de cuarenta kilos.

    En una primera investigación no pudieron averiguar nada. Cuando hicieran el levantamiento intentarían analizar la manta.

    Claudio bajó con el mismo cuidado que tuvo al subir. Una vez allí, vio como unos camilleros movían el cadáver. Había llegado el juez, un forense realizó el levantamiento y la certificación del acta de defunción. En el depósito de la policía harían la autopsia. Tenían que intentar hacer el reconocimiento del chaval y así poder llamar a sus familiares.

    Cuál fue su sorpresa al comprobar que no estaban en la estancia solamente sus dos compañeras, encontró otra dotación de policías y un inspector, parecían discutir las órdenes con Charo, el inspector venía con la intención de hacerse cargo del caso, el lugar de los hechos se encontraba en su distrito.

    Tras recibir esa noticia intentaron localizar a Mario con el móvil, al no lograrlo, se tuvieron que ir del lugar. Sin poder conseguir las pruebas de la investigación, hablarían con su inspector y, con el comisario que se suponía que estaría al corriente de los hechos.

    Cuando Mario y Santiago volvieron a la comisaría, lo estaba esperando Charo, debía darles las novedades.

    —Cuéntame qué habéis encontrado en ese lugar.

    —Has hecho bien en no venir. Es un sitio desolador, abandonado, un nido de toxicómanos; maloliente y putrefacto. No sé cómo se ha podido atrever el asesino a acercarse a ese lugar.

    —Imagino que porque es la mejor manera de camuflar sus huellas. Un sitio donde va toda clase de gente sin precaución alguna.

    —Dejar al pobre niño en ese lugar.

    —No te tortures, cuando llegó estaba muerto. Padeció todo lo que tenía que sufrir. Es igual un sitio que otro, tenía que abandonarlo.

    —Mario, no digas eso que me dan escalofríos.

    No quiso ser cruel, sino realista.

    Estaba extrañada, que no supiera nada sobre quién se haría cargo del asunto.

    —Mario, hablas como si estuviéramos en el caso.

    —Sí, Santiago me ha dicho que no hay que demorarse con el asunto.

    —¿No sabes nada de lo sucedido en ese solar?

    —¿Qué me tienes que contar? Que ha ocurrido que yo deba de saber.

    —Pensé que Santiago habría hablado contigo, han aparecido unos policías con su inspector, al ser descubierto el cadáver del chico en el extrarradio, desde la central se lo han dado a otro distrito, a nosotros no nos han dejado hacer nuestro trabajo, estamos fuera del caso.

    —¿Por qué no me habéis llamado?

    —Lo hicimos en varias ocasiones, al no contestar, nos tuvimos que marchar tal y como habíamos llegado, sin nada, solo nos dio tiempo a un reconocimiento ocular de toda la estancia, después nos pararon los pies.

    La cara de Mario iba cambiando, estaba asombrado, mientras escuchaba lo que le iba contando Charo, no podía comprender lo sucedido, el comisario le asignó el caso, ahora se lo arrebataba. Sin mediar palabra, salió en su busca.

    Entró en su despacho, frente a él, le pidió una explicación de lo ocurrido.

    —Me acabo de enterar casi a la par que tú. No te he mentido, simplemente cuando estábamos comiendo he recibido una llamada, me han quitado el caso, la excusa es el área del local que pertenece a otro distrito. Les han asignado el asunto, no se puede hacer nada.

    —Te has enterado mientras comíamos, cuando recibiste esa llamada. ¿Por qué no me lo has comunicado inmediatamente? Ha tenido que volver mi equipo con el rabo entre las patas para que me entere.

    —Sí, sí, reconozco que fue en ese momento, he creído prudente no decirte nada hasta que hablases con ellos.

    —Entonces, mi grupo y yo, estamos fuera del asunto.

    —Eso es, ya te asignaré otro.

    Salió malhumorado del despacho, ahora le quitaban el caso que esa misma mañana le encargaban. ¿Qué más le podía ocurrir en el día? Iba pensando en las palabras de Santiago, se limitaría a dejar pasar el fin de semana, miró su reloj, estaba a punto de dar las seis.

    El inspector Melero terminó su jornada. No fue un buen día. Se encontraba enfadado, se encontraba cansado, quería llegar a su casa y relajarse, tomar su habitual bourbon con hielo, pasar un fin de semana tranquilo.

    Lo aprovecharía hablando con Rebeca y con Álvaro, charlar con ellos, sería lo único importante que haría en todo el fin de semana.

    SEGUNDA SEMANA

    LUNES

    Durante el fin de semana le fue imposible contactar con su hermana, lo intentó en varias ocasiones, por activa y por pasiva, fue inalcanzable dar con ella.

    Con su padre le pasó lo mismo, aunque imaginaba donde estaba. Probaría a lo largo de la semana. Siempre que lo llamaba, requería asesoramiento en relación con algún caso. En esta ocasión tan solo quería saber cómo se encontraba, ningún asunto en el que pedirle consejo, ni ese conato de enfado que sufrió cuando se enteró que le arrebataron el tema del niño.

    Álvaro Melero, jubilado desde hacía tres años, se dedicaba a escribir, no tenía publicado ninguno de sus relatos. La mayoría trataba de casos en los que él mismo intervino. Procuraba enmascararlos evitando ser denunciado ante sus propios compañeros. Esta afición lo sostenía en activo. Vivía en otra ciudad al norte, a doscientos cincuenta kilómetros de distancia. Fomentaban el contacto, lo visitaba a menudo.

    Sus padres estaban divorciados. Tras esa separación, su madre Mabel, volvió a casarse con un pintor de vida bohemia, Andrés Solís. De esa unión vino al mundo una niña, Rebeca.

    Mario mantenía un trato amigable con Andrés, congeniaban muy bien. Con su hermanastra conservaba una relación muy buena, sin embargo, no se veían tan a menudo como debieran, aunque compartían el problema de su madre.

    Después de siete años de convivencia, Mabel se separó también del padre de Rebeca.

    Desde hacía dos meses no la visitaba, había notado un gran cambio en su vida. En los últimos encuentros se hallaba en un estado de embriaguez preocupante.

    La última vez que estuvo cenando con Rebeca y Mabel, ésta bebió tal cantidad de alcohol que antes de llegar a los postres se quedó dormida en la silla. Rebeca tuvo que ayudarla, cediendo su cama para que descansara, durmiendo ella en el sofá de su salón. Hasta la mañana siguiente, Mabel no se despertó; cuando lo hizo estaba totalmente desorientada, sin recordar nada.

    Esa alteración la percibieron al inicio de conocer a su actual pareja. Pensaban que no le hacía ningún bien, Mabel no lo quería reconocer, ni la mala vida que le daba, ni a lo que le empujaba sin remedio.

    No tenía trato con este hombre, se vieron tan solo en un par de ocasiones, desde entonces, se distanció de su madre, apenas la visitaba, sólo el contacto telefónico. Según le contaba Rebeca, ella le reprochaba, le recriminaba que no iba a visitarla, que no la quería, sabía que eso no era cierto, su alejamiento estaba motivado porque no quería intervenir en esa relación, sabía que desde su posición de policía le traería más perjuicios que beneficios de su progenitora. Eso no era lo que él quería.

    Lo primero que hizo esa mañana al llegar a su despacho, fue llamar a Rebeca. No contestó, seguía sin localizarla en casa. Era extraño, empezaba a trabajar a las diez de la mañana, cerca del domicilio, sólo le bastaban diez minutos. Consultó su reloj, las ocho y veinte. Se levantaba muy temprano, no era probable que estuviera durmiendo. Al ver que no pudo hablar, se fue a tomar un café, lo intentaría más tarde desde el móvil.

    Cuando se quedó solo, intentó de nuevo contactar con su hermana, en esta ocasión su móvil aparentaba no tener cobertura. Decidió que sin falta se pasaría al término de su jornada. No sabía si preocuparse o simplemente fue una coincidencia que no estuviera, en la conversación mantenida no dijo nada, ¿esos días libraría, estaría de vacaciones? Las únicas personas que podrían saberlo, serían su prometido o ese tal José María, desconocía la forma de contactar con ellos.

    Pasó el resto de la mañana en su despacho, se podría decir que ausente, preocupado con la charla con Rebeca, y ahora no podía conectar con ella.

    A la vuelta del almuerzo, recibió una llamada, Charo le comunicaba que no volvería a la comisaría hasta el día siguiente. Uno de los gemelos estaba con fiebre, tenía cita con el pediatra. Estaba acostumbrado a esas situaciones, sus gemelos eran pequeños, Charo se encargaba del trabajo, poca ayuda recibía de su marido.

    Salió temprano de la comisaría, se dirigió a casa de Rebeca, llegó al portón y se lo encontró cerrado. Llamó al portero electrónico, nadie contestó, desde allí mismo volvió a llamarla con el móvil. No contestó ni en su celular ni en el fijo de la casa. Tuvo que marcharse sin saber nada de ella.

    No pasó por donde trabajaba Rebeca, estaría cerrado.

    Desde su casa, después de prepararse un bourbon, llamó a su madre. Ella tendría una copia de las llaves de la casa de su hermana.

    —Hola mamá, ¿cómo te encuentras?

    —Bien hijo, muy bien. ¿A qué se debe tu llamada? Hace mucho tiempo que no sé nada de ti —quería mucho a Mario, le dolía que no se pasase a visitarla, ni tan siquiera una llamada de teléfono.

    —¿Qué sabes de Rebeca? Llevo todo el día intentando hablar con ella, no la localizo.

    —Pues debería estar en su casa, no le gusta salir mucho, sólo lo hace cuando va con su amigo.

    —¿No tendrás unas llaves de su casa?

    —Sí, sí las tengo. ¿Quieres entrar?

    Tuvo que inventarse una excusa.

    —Ayer estuvimos juntos, me dejé una carpeta con unos documentos muy importantes, los necesito. Si me paso mañana temprano, ¿podrías prestarme sus llaves? Podré cogerlos antes de llegar a la oficina.

    —Sí claro, pásate y te las doy, a última hora del día me las devuelves.

    Cuando se despidió, no le quedó un buen sabor de boca, apenas la veía desde que se unió a su actual pareja, tampoco la llamaba mucho.

    MARTES

    Poco antes de las ocho de la mañana, estaba en la casa de Mabel. Llevaba diez minutos esperando a que le abrieran, tocó el timbre tantas veces que le extrañó que no se hubiese quemado. Antes de desistir y marcharse, decidió llamarla al móvil.

    En esta ocasión contestó su pareja.

    —Diga.

    —Hola buenos días, soy Mario, ¿está mi madre en casa?

    —¿Por qué llamas tan temprano?, estamos durmiendo. Hazlo un poco más tarde.

    —No, estoy aquí en la puerta, he quedado en verla a esta hora. Dile que se ponga.

    —¿De veras?, pues ella no se acuerda.

    —Sólo será un momento, vengo a recoger unas llaves.

    —Un momento.

    Pasados un par de minutos, abrió. Su madre en camisón, se asomó, no lo dejó pasar, pero le entregó las llaves.

    —Mamá, ¿estás bien?

    —Sí, ahora vete.

    —Seguro que estas bien.

    Ella sin contestar le cerró la puerta.

    Se fue muy preocupado, ¿Qué estaba pasando en esa pareja? No quería meterse, aunque sabía que tarde o temprano lo tendría que hacer.

    Se encontraba delante del piso de Rebeca, antes de abrir con la llave llamó al timbre. Al no obtener respuesta se puso los guantes. No creyó necesario sacar su arma, iba a acceder a la casa de su hermana.

    Desde el recibidor se apreciaba el

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