Pasión en el desierto
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Alexandra Sellers
Alexandra Sellers is the author of the award-winning Sons of the Desert series. She is the recipient of the Romantic Times' Career Achievement Award for Series (2009) and for Series Romantic Fantasy (2000). Her novels have been translated into more than 15 languages. She divides her time between London, Crete and Vancouver.
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Pasión en el desierto - Alexandra Sellers
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Alexandra Sellers
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pasión en el desierto, n.º 1148 - septiembre 2017
Título original: The Playboy Sheikh
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-9170-056-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Prólogo
Un par de ojos verdes llenaron la pantalla, sonriendo de forma retadora.
–Es ella –dijo una voz tras él.
–Lo sé –murmuró Jafar al Hamzeh, sin apartar los ojos de la pantalla. Aquellos ojos lo miraban directamente al corazón.
Los iris eran de color verde agua, bordeados por un círculo verde esmeralda. El blanco era puro y limpio, los ojos rasgados bajo dos finas cejas.
De cerca, esos ojos habían sido su mundo. Cuando estaba encima de ella, consumido por un placer y un dolor que podría haberlo aniquilado. O al mundo entero. Le daba igual.
Al ver sus ojos en la pantalla sintió celos porque otros los estaban viendo también. Y hubiera deseado echar a todo el mundo del estudio.
La cámara se apartó entonces para revelar la ancha frente, los pómulos altos, la pequeña y recta nariz. Después, más atrás, para revelar una boca de labios carnosos y una melena rubia que caía en cascada sobre sus hombros.
Él había enredado los dedos en aquella melena. Casi podía sentirla en ese momento, casi podía respirar su aroma. Cuando cerró los ojos, un anhelo ya antiguo lo superó.
–Una belleza muy inusual.
–Muy peculiar, desde luego.
Jafar al Hamzeh apenas oía esos comentarios. En la pantalla ella se movió, alejándose de la cámara. Llevaba una falda corta que dejaba al descubierto sus largas y bien formadas piernas.
Tenía una voz sonora, con un tono ligeramente burlón. Hablaba por encima de su hombro, sonriendo y echándose el pelo hacia atrás.
Jafar deseaba tocarlo. Cómo hubiera deseado tocarlo.
En el anuncio la puerta se cerró y ella desapareció un momento. Como desapareció de su vida. Una sonrisa, un golpe de melena y el sonido de una puerta al cerrarse.
Le dolía como le dolió entonces. Y, como entonces, deseó que la puerta volviera a abrirse para decirle que había cambiado de opinión.
–Aquí está otra vez –dijo una voz.
Era ella en biquini, en la playa. Estaba tomando un helado, totalmente concentrada, mientras los hombres que había a su alrededor se la comían con la mirada. Una barca volcó y los pasajeros empezaron a gritar desde el agua. El salvavidas se dirigió a la orilla, pero no dejaba de mirarla. Un juego de fútbol playa se detuvo cuando ella paseaba con la melena al viento, su hermoso cuerpo de mujer bajo el sol. Un vendedor de refrescos tropezó con su carrito…
–Fabulosa –dijo una voz.
Hubo murmullos de asentimiento, pero Jafar no dijo nada. La observaba chupar el helado con una expresión de satisfacción que era casi sexual. Él había visto esa expresión, pero entonces no estaba tomando un helado.
El logo de la empresa apareció entonces en la pantalla, dando por terminado el anuncio.
–No creo que pudiéramos encontrar una adición mejor para el harén, ¿no te parece? –dijo un hombre, como si pudiera elegir. Como si fuera una conclusión lógica–. Yo creo que sería un regalo digno de un sultán. ¿Qué te parece, Jaf?
Él asintió, sonriendo. Para no llevarle la contraria.
–Me parece bien.
Como si apenas le importase.
Elle le había sonreído antes de irse, burlándose, retándolo.
Pero al final sería suya, toda suya.
Capítulo Uno
Ella se sujetaba desesperadamente al escritorio de caoba cuando una ola la golpeó. Cuando una nueva ola, más grande que la anterior, se levantó a su espalda tomó aire antes de que la envolviera.
Delante de ella estaba la costa. Detrás, kilómetros y kilómetros de océano.
El sol era inmisericorde. La sal le quemaba los ojos. El pálido cabello rubio flotaba a su alrededor y se pegaba a su cara como si fueran algas. La falda larga del vestido, abierta por la parte delantera para liberar sus piernas flotaba en el agua como una cola, verde sobre verde. Ella pataleaba en el agua para no hundirse pero el mar, como un amante impaciente, envió otra ola que la envolvió en su potente abrazo.
A cierta distancia, escondido tras una roca, él observaba montado sobre un caballo blanco.
Se sentía celoso, como si otro hombre estuviera haciéndole el amor.
Entonces ella hizo pie y quedó cubierta por el agua hasta la cintura mientras el escritorio se arrastraba sobre la arena.
Caminaba a duras penas hacia la playa, el mar empujándola hacia dentro de nuevo.
Y él seguía mirando, sin moverse, como esperando una señal.
La espuma del mar la rodeaba, apartando la falda para revelar sus piernas y después echándola hacia delante de nuevo como si quisiera preservar su pudor. Mientras caminaba, insegura, el agua iba revelando sus muslos, sus rodillas y por fin los tobillos.
Era un striptease erótico y provocativo. Su cuerpo lo atormentaba al imaginar sus manos, su boca, acariciándola como lo hacían las olas.
Con un movimiento sensual, ella levantó un brazo para echarse la melena empapada hacia atrás. Sus jóvenes y firmes pechos se apretaban contra la tela verde del largo y anticuado vestido.
El caballo levantó la testuz, impaciente.
–Espera un poco. Todavía no –murmuró él, acariciando el cuello del animal.
Entonces la mujer rubia levantó la cabeza para dejar escapar un grito de triunfo y se dejó caer de rodillas sobre la arena. Se tumbó de espaldas, con los brazos abiertos para respirar el sol y la vida.
Una ola levantó su vestido y a él le dolió todo el cuerpo por el deseo de besarla donde la había besado el mar.
Cuando sintió las rodillas del hombre clavarse en sus flancos, el caballo empezó a galopar sobre la arena. El turbante y la túnica blanca volaban tras él mientras se apretaba contra el animal, como si fueran uno solo.
Galoparon por la orilla del mar levantando gotas de agua que, bajo la luz del sol, parecían diamantes.
Ella debió oír el ruido de los cascos, pero parecía demasiado cansada como para reaccionar.
Sin embargo cuando llegó a su lado se incorporó, atónita.
–¿Qué haces tú aquí?
–Esta es mi tierra.
–¿Tu tierra? –repitió ella, incrédula.
–Ya te dije que, al final, volverías a mí.
–¿Qué demonios está pasando aquí? –exclamó Masoud al Badi–. ¿De dónde ha salido ese caballo blanco? ¿Qué demonios está haciendo Adnan?
La script de rodaje levantó la mirada del guion, encogiéndose de hombros.
–Cuando repasé la secuencia con él estaba sobre un caballo negro.
El director volvió a mirar a la pareja de la playa.
–Entonces, ¿no es Adnan el que está con ella?
–No. Estoy aquí –contestó una voz. Un hombre vestido con túnica y turbante blancos, como el hombre de la playa, salió de un remolque–. El que está con Lisbet es Jafar al Hamzeh. Lo siento, señor al Badi. Jafar me dijo que…
–¿Jafar al Hamzeh? –explotó el director incrédulo–. ¿Se ha vuelto loco?
La figura femenina se levantó entonces y salió corriendo por la playa.
–Me pidió que le dejara ocupar mi lugar… –intentó explicar Adnan.
–¡La está asustando! ¡Como siga corriendo así se romperá una pierna! –gritó el director.
De repente todo el mundo estaba atento a la escena. Los técnicos dejaron de trabajar y los encargados de