Drones: La muerte por control remoto
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Ya son cerca de 5.000 las víctimas de esos ataques letales en Oriente Medio, África y Asia, ordenados por pilotos sentados frente a un monitor desde 10.000 kilómetros de distancia con una simple pulsación de su joystick. Y es solo el comienzo, la guerra robótica ya no es un simple juego de Play Station, ya está aquí.
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Drones - Roberto Montoya Batiz
Akal / A Fondo
Roberto Montoya
Drones
La muerte por control remoto
Diseño de portada
RAG
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© Ediciones Akal, S. A., 2014
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-4004-0
In memoriam
A Miguel «Moro» Romero, muerto el 26 de enero de 2014, colega, entrañable compañero y amigo, referente ideológico y ético fundamental en mi vida
Presentación
Imaginemos la siguiente escena. El hombre más poderoso del mundo se encuentra en su despacho. Allí, todos los martes, aprueba una lista de personas a las que hay que matar y unos aviones no tripulados despegan y las asesinan en el lugar del mundo en el que se hallen.
Ya van cientos de ataques y miles de muertos, no solo los objetivos que aparecen en las listas, también cualquier persona que se encontrase en las proximidades. Parece una película futurista pero no lo es. Está sucediendo ahora y el hombre del despacho no es el malo de la película como podría parecer, al contrario, es el Premio Nobel de la Paz Barack Obama. Los aparatos mortíferos se llaman drones y ocupan más espacio en los medios cuando el dueño de Amazon anuncia que los iba a utilizar para repartir sus productos entre los compradores que cuando matan a una decena de personas en uno de sus ataques.
De eso trata el libro Drones. La muerte por control remoto, de que el presidente de Estados Unidos, tal y como reveló The New York Times, se reúne todas las semanas con dos docenas de funcionarios de seguridad de alto rango en la denominada Situation Room de la Casa Blanca, estudian sus biografías y designan las personas que deben ser asesinadas en nombre de la lucha antiterrorista. Obama da el visto bueno de forma individual, se ejecuta la orden al drone correspondiente –los aviones Predator y Reaper no tripulados que van armados con misiles Hellfire– y el individuo elegido –junto con cualquiera que se encuentre alrededor– es eliminado.
Todos hemos sentido miedo mientras pasábamos por una calle mal iluminada o un campo deshabitado por la noche. Imaginemos entonces el terror constante en el que puede vivir todos los días, a todas las horas, un campesino afgano, un palestino de Gaza o un musulmán yemení. Todos ellos pueden ver en cualquier momento un drone que le lanza un misil solo por encontrarse cerca de un objetivo o ser confundido con él.
¿Cómo ha podido suceder que esa gran esperanza que iba a cerrar el campo de concentración de Guántanamo haya derivado hacia los asesinatos selectivos con total impunidad, ignorando toda legislación internacional? Cuando parecía que ese cartel amenazante de los western de «Se busca vivo o muerto» despertaba el rechazo de la comunidad internacional, lo han variado sencillamente para eliminar la opción de «vivo» y limitarse a buscarlo solo para matarlo. Lo comprobamos en el asesinato de Bin Laden. La comunidad, líderes europeos incluidos, aceptó con simpatía que un comando invadiera un país, asesinara a una persona desarmada que se encontraba junto a su familia y después lanzara su cuerpo al mar. Eso, que hasta ahora lo hacían los malos de las películas, hoy se hace en nombre de la lucha contra el mal.
La colección A Fondo ha querido, a través de este libro, saber cómo y dónde empezó todo, de qué modo llegamos hasta aquí, cómo opera la cadena de mando, quiénes son las víctimas, qué piensan los que desde kilómetros disparan el mortífero misil, qué establece la legislación internacional y hacia dónde se encamina esta nueva robotización de la guerra.
El periodista Roberto Montoya está especializado en política internacional y es el autor de dos libros básicos sobre el modus operandi de Estados Unidos en su guerra contra todo lo que considera terrorismo, a costa de pulverizar los derechos humanos y la legislación internacional, El imperio global y La impunidad imperial. Sin duda es la persona adecuada para investigar con rigor y profundidad este nuevo método que no conoce fronteras para asesinar por todo el mundo.
Pascual Serrano
Introducción
«Nuestra seguridad exigirá la transformación del Ejército que vais a tener el honor de mandar, unas fuerzas militares que deben estar listas para golpear en cualquier momento en cualquier rincón sombrío del mundo».
(Discurso de George W. Bush en la academia militar de West Point, 1 de junio de 2002)
«Nuestra autoridad legal no está limitada al campo de batalla de Afganistán. De hecho, ni el Congreso ni nuestros tribunales federales han establecido que nuestra capacidad para el uso de la fuerza se limite al actual conflicto en Afganistán. Nosotros estamos en guerra con un enemigo sin Estado, que traslada sus operaciones de un país a otro».
(Fiscal general del Estado, Eric Holder, discurso en la Northwestern University School of Law, 5 de marzo de 2012)
El 20 de enero de 2014, Barack Obama cumplió cinco años en el poder, cinco años en los que fue dilapidando aceleradamente el voto, el apoyo, la confianza y la esperanza de millones y millones de personas en Estados Unidos y en el mundo entero.
El semanario The New Yorker recordaba esos días que la popularidad de Obama estaba en el 40 por 100, «más baja aún que Bush cuando en diciembre de 2005 reconoció que la decisión de invadir Irak se basó en datos de Inteligencia que se demostraron erróneos»1.
La fecha pasó prácticamente desapercibida incluso para muchos de los medios de comunicación que el 20 de enero de 2009 y días posteriores dieron una amplísima cobertura al juramento de Barack Obama como 44.o presidente de EEUU. Aquel acto, que costó 160 millones de dólares –cuatro veces más que el de Bush junior de enero de 2001– tuvo lugar en Washington, ante el Capitolio, con dos millones de personas siguiendo in situ emocionadas cada una de las palabras del juramento y el posterior discurso del nuevo presidente. Muchas más lo siguieron por televisión desde los cinco continentes.
La llegada a la Presidencia de Estados Unidos de un afroamericano fue sin duda un hecho tan inesperado, tan impactante, que hizo que muchos creyeran que todo entonces era posible, que las reformas progresistas anunciadas por Obama durante su campaña electoral estaban al alcance de la mano. Muchos eufóricos politólogos y medios de comunicación se atrevieron a augurar que el cambio histórico que se iniciaba aquel 20 de enero de 2009 no se reflejaría solo en el interior de EEUU, sino que tendría consecuencias para el mundo entero; se hablaba ya de un Nuevo Orden Mundial.
Y no era para menos. A nivel doméstico, Obama prometía legalizar a once millones de inmigrantes sin papeles; lanzar una reforma que extendería la cobertura sanitaria a las 46 millones de personas que aún no la tenían; garantizaba más y mejores servicios sociales gracias a una amplia reforma fiscal que elevaría sustancialmente los impuestos a los ricos, a las grandes fortunas.
En política exterior, el primer presidente afroamericano de EEUU prometía, entre sus primeras medidas de gobierno, acabar con esa siniestra era de Bush junior que hizo que en solo ocho años el mundo se convirtiera en un lugar mucho más injusto y peligroso.
Superman Obama decía rechazar frontalmente la guerra contra el terror de su predecesor, exigía que se investigaran las responsabilidades políticas y penales por el masivo uso de la tortura con los detenidos; anunciaba el cierre en el plazo de un año de la prisión de la base naval de Guantánamo, la eliminación de sus tribunales militares y el traslado a EEUU de los prisioneros que no fueran liberados inmediatamente, a fin de ser juzgados por tribunales federales en suelo continental.
El presidente estadounidense ya esbozaba su estrategia para retirar gradualmente a las tropas de Irak y Afganistán a partir de 2010, tras la incuestionable derrota política y militar cosechada por la administración Bush.
Pocos meses después, en su emocionado discurso del 4 de junio de 2009 en la Universidad Al-Azhar de El Cairo2, Obama abogaba por un «diálogo» con el islam y pregonaba una solución negociada en el conflicto palestino-israelí, con el reconocimiento de dos estados soberanos. Días después repetía frente a la Puerta de Brandenburgo en Berlín el nuevo espíritu dialogante de EEUU, un discurso de humildad, en el que hablaba de un cambio radical de actitud de EEUU, de un trato «de igual a igual» con el resto del mundo.
Obama encandilaba; el Yes, We Can de su campaña electoral sonaba creíble para muchos, parecía mucho más que un simple eslogan electoral. No eran pocos los analistas que vaticinaban el inicio del fin del imperio estadounidense.
Y empezó a pasar el tiempo, pero los cambios no llegaban; se cumplió el primer aniversario; en noviembre de 2010 el Partido Demócrata perdió senadores y el control de la Cámara de Representantes; llegó el tercer año, el cuarto, se terminó el primer mandato, y a pesar de su creciente desgaste y la acumulación de promesas no cumplidas, en noviembre de 2012 Obama fue reelegido presidente.
El 20 de enero de 2014 se cumplió el primer aniversario de ese segundo mandato y con él la confirmación de que el nuevo talante que imprimía el presidente era poco más que eso: talante y sonrisa seductora. No había cambios, el Superman Obama era solo un disfraz, una suerte de personaje de Hollywood que él seguramente creyó genuinamente que podría interpretar.
Cinco años después de llegar al poder, no se había hecho la investigación y castigo prometido contra los culpables del plan masivo de torturas a los prisioneros. Ni el conjunto del Partido Demócrata y ni siquiera todos los miembros del Gabinete aceptaron llevarla adelante.
La prisión de la base de Guantánamo, ese campo de concentración del siglo xxi anclado ilegalmente en territorio soberano de Cuba, seguía abierta. De los 242 prisioneros que Obama heredó de Bush en enero de 2009, cinco años después quedaban aún 166, alojados en los Campos 5, 6 y en el 7, el más secreto. A pesar de que 151 de ellos estaban catalogados como de «escaso valor», y que incluso entre ellos hay 86 a los cuales se les consideraba ya absolutamente libres de todo cargo, todos permanecían allí en esa fecha.
Más de 100 de los prisioneros llevaron adelante en 2013 una huelga de hambre de meses en protesta por su situación, la más masiva y prolongada desde 2002, siendo forzados a comer a través de una sonda introducida por la nariz directamente al estómago, y amarrados de pies, manos y cuello a una silla fijada al suelo. Los mandos militares de la base la tildaron de «huelga insurreccional». En la época de Bush los jefes de la prisión calificaban las huelgas de hambre y hasta los suicidios de prisioneros, como «guerra asimétrica de Al Qaeda».
En su quinto discurso del Estado de la Unión, el 28 de enero de 2014, Obama aseguró que había sido el constante bloqueo del