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Informe sobre la víctima
Por Marina Sanmartín
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¿En qué parte de nosotros se oculta la semilla del mal?
En 2059, dos estudiantes de criminología se disponen a analizar el famoso Informe sobre la víctima de la periodista Cruz Cardenal, cuyo descubrimiento científico en 2014 revolucionó nuestro mundo. Pronto comprenden que, para llegar a la verdad de unas muertes que casi cincuenta años atrás lo cambiaron todo, deberán convertirse en detectives del pasado. Y el único testigo que queda vivo es Rafael Cardenal, el hermano de Cruz. Guiados —y engañados— por los recuerdos de Rafael, reconstruirán una trama de muertes y horror, de pasión y de locura.
"Esta novela es adictiva. Atrapa en sus interrogantes, seduce en sus formas e inquieta en sus diferentes niveles narrativos."
Fernando J. López, finalista del Premio Nadal
"Una de las mejores escritoras españolas (…) que forma parte de una generación de autores destinada a protagonizar la narrativa del siglo xxi."
Antonio Gómez-Rufo, escritor
"La voz narrativa de Marina Sanmartín es fresca y ambiciosa. Uno de los hallazgos más interesantes de las últimas temporadas."
Marta Rivera de la Cruz, escritora
En 2059, dos estudiantes de criminología se disponen a analizar el famoso Informe sobre la víctima de la periodista Cruz Cardenal, cuyo descubrimiento científico en 2014 revolucionó nuestro mundo. Pronto comprenden que, para llegar a la verdad de unas muertes que casi cincuenta años atrás lo cambiaron todo, deberán convertirse en detectives del pasado. Y el único testigo que queda vivo es Rafael Cardenal, el hermano de Cruz. Guiados —y engañados— por los recuerdos de Rafael, reconstruirán una trama de muertes y horror, de pasión y de locura.
"Esta novela es adictiva. Atrapa en sus interrogantes, seduce en sus formas e inquieta en sus diferentes niveles narrativos."
Fernando J. López, finalista del Premio Nadal
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Informe sobre la víctima - Marina Sanmartín
INFORME SOBRE LA VÍCTIMA
Marina Sanmartín
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INFORME SOBRE LA VÍCTIMA
V.1: Diciembre, 2016
© Marina Sanmartín, 2016
© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2016
Ilustración de cubierta: Anna Wojtczak
Diseño de cubierta: Taller de los Libros
Publicado por Principal de los Libros
C/ Mallorca, 303, 2º 1ª
08037 Barcelona
info@principaldeloslibros.com
www.principaldeloslibros.com
ISBN: 978-84-16223-67-1
IBIC: FA
Maquetación: Taller de los Libros
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.
INFORME SOBRE LA VÍCTIMA
¿En qué parte de nosotros se oculta la semilla del mal?
En 2059, dos estudiantes de criminología se disponen a analizar el famoso Informe sobre la víctima de la periodista Cruz Cardenal, cuyo descubrimiento científico en 2014 revolucionó nuestro mundo. Pronto comprenden que, para llegar a la verdad de unas muertes que casi cincuenta años atrás lo cambiaron todo, deberán convertirse en detectives del pasado. Y el único testigo que queda vivo es Rafael Cardenal, el hermano de Cruz. Guiados —y engañados— por los recuerdos de Rafael, reconstruirán una trama de muertes y horror, de pasión y de locura.
ÍNDICE
Informe sobre la víctima
Página de créditos
Parte I: Afasia
Capítulo 1: Fragmento del Informe sobre la víctima
Capítulo 2: Primera conversación
Capítulo 3: Las luces de colores
Capítulo 4: Fragmento del Informe sobre la víctima
Capítulo 5: Manuel
Capítulo 6: Segunda conversación
Capítulo 7: Cenizas
Capítulo 8: El año de los terremotos
Capítulo 9: Tercera conversación
Capítulo 10: La luna azul
Parte II: Apraxia
Capítulo 11: Feliz año nuevo
Capítulo 12: Fragmento del Informe sobre la víctima
Capítulo 13: Cuarta conversación
Capítulo 14: Password
Capítulo 15: El día número 37
Capítulo 16: Lucrecia
Capítulo 17: Los quintillizos
Capítulo 18: El vestido volador
Capítulo 19: Quinta conversación
Parte III: Agnosia
Capítulo 20: Silencio
Capítulo 21: La proteúna beta-amiloide
Capítulo 22: Sebastián
Capítulo 23: Sexta conversación
Capítulo 24: La tarjeta de visita
Capítulo 25: El camino de la luna
Epílogo: Tripofobia
Capítulo 26: Y el tercero cayó enfermo
Nota
Sobre la autora
El primero desapareció,
el segundo murió envenenado
y el tercero…
el tercero cayó enfermo.
Parte 1
2010
Afasia
Pérdida o trastorno de la capacidad del habla debida a una disfunción en las áreas del lenguaje de la corteza cerebral.
La historia empieza la noche de las luces de colores. La temperatura se mantiene templada a pesar de lo avanzado de la hora; y la vida nocturna en el interior de la ciudad mediterránea, fiel por instinto a un pasado de milenios, construido con muy pocas certezas, transcurre envuelta en un halo de provisionalidad y decadencia, de partida inminente, que convierte la más sentida de las declaraciones de amor en una ligera y soluble manifestación de alegría, destinada a esfumarse con la primera luz y a no ser recordada más allá del placer que produjo en los amantes al pronunciarse. No hay restos en este ambiente de romanticismo, ni tampoco de fe; porque nada importa en el verano.
La gente ocupa las terrazas hasta la madrugada y pasea por las calles estrechas y húmedas del centro. Los más audaces, en un arranque de originalidad sin precedentes, se acercan hasta la orilla de la playa acompañados de sus seres queridos y se mojan los pies mirando al cielo despejado e intentando recordar el nombre de alguna estrella. El agua está caliente. Vale menos el sueño y se hace más virulenta la sensación de inmortalidad. Un ansia por permanecer despiertos se apodera repentinamente de los solitarios. De pronto todo desborda en Caivelan los valores intermedios: no hay pulsión, ni afecto, ni agonía que no logren el estremecimiento de quien las padece; salta a la vista que no solo los insectos abandonan su escondite con el calor; y, aunque es posible que a más de uno esta introducción le parezca trivial, debo advertir desde el principio que no lo es en absoluto: se trata de la descripción del contexto perfecto para un crimen.
Caivelan, 16 de junio de 2010
Fragmento del Informe sobre la víctima
Primera conversación
—Exagera.
—¿Y si no?
—Exagera seguro, no tienes que preocuparte tanto. Buscaremos a alguien capaz de resistir y le cobraremos lo justo, no más de trescientos. Aunque no lo sepa nos estará ayudando y eso hay que compensarlo de alguna manera, no somos unos usureros… pero no llores más, mujer, por lo que más quieras, piensa en el hijo…
Están sentados el uno frente al otro, con la ciudad camuflada por los visillos que cubren el mirador, separados por el diámetro conocido de la mesa camilla todavía vestida con el faldón de invierno, a pesar de que ya han dejado atrás la primera quincena de mayo. El anciano aparta a un lado la vieja taza de porcelana, llena hasta la mitad de un líquido parduzco con aspecto de haberse quedado frío, y busca la mano de su mujer, que es como la suya: huesuda y pálida, con un tacto parecido al de las imágenes siempre en penumbra de las vírgenes en las iglesias.
Respira hondo.
—Lo sabes mejor que yo: no podemos permitirnos prescindir de ese ingreso.
—Ya lo sé… —reconoce ella haciendo pucheros como si fuera una niña; y su marido, aunque no se lo dice, desprecia un poco esa debilidad senil que la acompaña ya desde hace cierto tiempo y que es para él el cristal de un espejo que le enseña un monstruo—. Es que siempre pensé que éramos gente buena y estropearlo a estas alturas me parece tan estúpido… porque si lo hacemos, Manuel, ten muy presente que ya no volveremos nunca más a ser buenos, ¡y nos vamos a morir muy pronto! ¡Iremos al infierno! —Deja escapar esta última afirmación con el tono agudo de las sierras y las guillotinas, de las tizas que se deslizan mal por las pizarras; el tono agudo del terror, del miedo de verdad, que se refleja en sus ojos acuosos, de un azul limpio, casi cristalino.
—¡Lucrecia! Eso no lo digas ni en broma: buenos hemos sido siempre y lo seguiremos siendo, pero ¿qué es lo que quieres? ¿Terminar en una de esas residencias de la beneficencia donde nos separarán y nos golpearán cuando nos quejemos demasiado? Acuérdate del reportaje que vimos el otro día en la televisión.
—Me acuerdo, pero no era una residencia, era un orfanato y estaba en China.
Manuel sonríe con ternura a su mujer, que todavía, cuarenta y tres años después del día de su matrimonio, es capaz de sorprenderlo con una memoria selectiva digna de un diagnosticado de autismo. Le suelta la mano e, inclinándose un poco sobre la superficie de la mesa, en lo que para él supone un gran esfuerzo, le acaricia el pelo, que aguanta sin una sola cana; el pelo de Lucrecia, de un rubio pajizo y desvaído, tal vez ahora algo más crispado, como la pasta dura, menos suave que en la época de su juventud, cuando él, en los cines y los callejones oscuros, solía acercar la nariz a la melena de ella antes de dar rienda suelta a un deseo joven y consentido, guiado por un extraño presentimiento de fugacidad.
Tal vez, se dice Manuel, prolongando el intervalo de amabilidad y silencio boicoteado apenas por el rumor de la calle en primavera, debería rematar la situación con un beso.
Pero no puede.
Porque el rostro de Lucrecia le repugna.
De hecho, una de sus preguntas más recurrentes, el motivo de innumerables conversaciones consigo mismo, es cómo se puede querer a alguien cuyo rostro nos recuerda a los pacientes que se hacinan en las camas de Cuidados Paliativos. ¿Cómo se puede querer a alguien que nos recuerda eso?
Por unos segundos, los que se prolonga su reflexión, los ojos de Manuel se clavan con un fulgor extraordinario, asesino, en los párpados enrojecidos de Lucrecia, en sus cuencas desbocadas y mucosas; y ella se asusta.
—¿Qué te pasa? —pregunta abandonando de golpe el malhumor provocado por la reticencia.
Manuel sonríe y responde sin mentir:
—Es solo que te quiero mucho y no me gustaría que te ocurriera nada.
—A mí tampoco me gustaría que te ocurriera nada a ti. No quiero que te peguen.
—Confía en mí. Eso no pasará.
Y esa misma tarde redactan el anuncio.
Las luces de colores
Caivelan, junio de 2059
Pedimos disculpas de antemano por nuestro atrevimiento, profesor. Somos conscientes de que el trabajo que acaba de empezar a leer no se ajusta demasiado a las directrices que de forma precisa nos indicó al comenzar el curso, pero también estamos convencidos de que, si no lo ha tirado todavía a la papelera y ha llegado hasta aquí, debemos haber despertado en usted un mínimo interés, una curiosidad incipiente por lo que tenemos que decir.
Con toda franqueza, con la cantidad de promociones que nos preceden, nos sorprende que ningún alumno antes que nosotros se haya visto tentado a desafiar el planteamiento inicial del ejercicio. Para aprobar su asignatura, «Leyenda negra y antropología local en Caivelan», usted nos propuso glosar el famoso Informe sobre la víctima, de la periodista y criminóloga Cruz Cardenal, diario involuntario de los sucesos que, entre 2010 y 2014, acontecieron en el número 5 de la calle de los Tres Dientes; y a nosotros nos bastó la lectura de la primera página para comprender que no podíamos conformarnos únicamente con el texto si de verdad pretendíamos aprender algo.
En el escueto dossier de prensa que nos facilitó sobre el tema, profesor, la noticia que más nos llamó la atención fue la recogida en portada por El guardián, uno de los periódicos nacionales más importantes de la época, el 23 de junio de 2014, al día siguiente de que el misterio del número 5 quedara descubierto. Nos gustó porque se parecía a la primera página de una de esas novelas de intriga escritas por alguna vieja dama del suspense, tan consideradas a principios de siglo, en las que todos los personajes se presentan con tres o cuatro certeras pinceladas y se sitúa al lector al principio de la trama, como si se tratara de un turista a punto de comenzar la visita guiada de un museo.
La noticia mencionaba al matrimonio Agostino, Manuel y Lucrecia, dueños del inmueble en el que se alquilaba el piso donde los horrores tuvieron lugar; a su hijo Sebastián; al subinspector Espineta (¿cómo iba a faltar la policía en semejante entuerto?); a los hermanos Cruz y Rafael Cardenal; y por supuesto a las tres víctimas, cuyas fotografías, rescatadas de sus perfiles en las redes sociales, ilustraban la información; los tres inquilinos que sufrieron de una forma u otra la ira de los asesinos: el primero desapareció, el segundo murió envenenado y el tercero, Marcelo Villar, protagonista del Informe sobre la víctima y por lo tanto de este análisis, cayó enfermo y fue sometido a las torturas más crueles durante sus últimas semanas de vida.
***
La edición del Diccionario de la Real Academia vigente en 2010 definía «Antropología» como el estudio de la realidad humana, una afirmación que exige al especialista estar dispuesto a abordar el suceso objeto de ese estudio desde prismas infinitos. Es por esto que no podíamos conformarnos con la luctuosa historia de Marcelo y de lo que aconteció en el número 5 durante la segunda década de nuestro siglo, hechos que Cruz Cardenal refleja con una prosa y un detallismo impecables en su ya mencionado Informe. Debíamos ir más allá y detectar la causa de la repercusión que alcanzaron los asesinatos.
Modestia aparte, no nos resultó difícil.
Rápidamente comprendimos que el «brillo» de los crímenes residía en su porqué. En ellos la identidad de los ejecutores quedaba relegada a un segundo plano ante el terrible motivo que los empujó a ejercer de asesinos en serie. El móvil, aunque es de sobra conocido, no será mencionado todavía porque nos divierte este rol de autores de best seller, pero es lo que más importa; y para dar con él y diseccionarlo, lo que proponemos es una apertura de plano que no solo incluya bajo la lente del microscopio los perfiles de Marcelo Villar y sus verdugos, elementos de partida imprescindibles pero no suficientes para la comprensión absoluta de una historia que escandalizó al mundo no hace tanto y que cuenta con dos piezas fundamentales más: el análisis de Caivelan, que a principios del xxi era ya una ciudad herida, un elemento vivo, al mismo tiempo causa y escenario de la acción; y la personalidad y circunstancias particulares de Cruz Cardenal, cuya voz, diríase que perteneciente a un cuerpo invisible, desde hace ya casi cincuenta años sirve de guía a los morbosos amantes de la prensa amarilla que deciden sumergirse en el episodio de la calle de los Tres Dientes.
¿Acaso no son las cosas terribles la concreción del miedo que no se toca, de los humores y las desilusiones no palpables entre los que, a regañadientes, hemos aprendido a desenvolvernos? ¿Por qué no atribuir a las calles sucias cierta responsabilidad en el delito? ¿Por qué no detenernos, además, en el análisis de quien describe las atrocidades, de quien no tiene más remedio que asistir a su comisión como testigo?
Si lo hacemos, entonces sí: tal vez aprendamos algo.
***
Escribe Cruz Cardenal: «La historia empieza la noche de las luces de colores».
Se refiere a la noche del miércoles 16 de junio de 2010, fecha de la cena en la que se reencontró con Marcelo y decidió empezar a escribir el Informe sobre la víctima; y, aunque ella en el primer párrafo del mismo sostiene que entonces ya estaban en verano, se equivoca. Técnicamente faltaban cinco días. Cuando de verdad ocurrieron los hechos que habrían de poner en marcha el mecanismo destinado a incluir en la intriga a los protagonistas de nuestro ensayo, todavía no había terminado la primavera; y este detalle nos resulta de una justicia casi poética y nos devuelve a la idea de que hay una conciencia, una determinación que no podríamos calificar de otra forma que de humana en el transcurso, en apariencia matemático, de las estaciones.
Pero yendo al grano, tanto este matiz en la fecha como la información que nos disponemos a transcribir, el relato que reconstruye la cena de Cruz y Rafael Cardenal con Marcelo Villar la noche del 16 de junio de 2010, se basan en los recuerdos que Rafael Cardenal aceptó compartir con nosotros durante el transcurso de una serie de conversaciones grabadas en la residencia de lujo cercana al mar donde, desde que Cruz murió hace ya algunos años, ocupa una habitación individual con vistas a los muelles del puerto y pasa la mayor parte del día contemplando la entrada y salida de los barcos.
La noche del 16 de junio de 2010 Rafael Cardenal tenía treinta y cinco años, aunque ya estaba calvo. Disfrutaba con discreción de una economía «saneada», permanecía voluntariamente soltero y había recibido a su hermana pequeña, Cruz, en el amplio piso familiar que tras la muerte de sus padres ocupaba él solo, al dejar ella un empleo mal pagado como redactora de Cultura en un periódico gratuito de la capital.
En el momento en que arrancamos la investigación y le localizamos,
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