Esposa fingida
Por Lisette Belisle
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Cuando un terrible accidente llevó a Jack Slade al hospital, Abby fingió ser su esposa sólo para cumplir con la promesa que le había hecho. Jack la necesitaba y ella había decidido quedarse a su lado hasta que se recuperara por completo. ¿Pero cómo se recuperaría el corazón de Abby cuando llegara el momento de marcharse?
Jack sabía que no debía acercarse siquiera a alguien como la elegante Abigail Pierce. Al fin y al cabo su relación no era más que una farsa, los besos que se habían dado no significaban nada... por mucho que su corazón helado estuviera empezando a derretirse...
Lisette Belisle
A Waldenbooks bestselling author and Romantic Times reviewers' choice finalist, Lisette writes stories about ordinary people doing extraordinary things and overcoming the odds. Finding true love along the rocky path to happiness is the ultimate reward. How did she choose writing? Actually, it chose her. At the impressionable age of 10, Lisette read a book about a nurse who went around saving everyone, and she decided that was exactly what she wanted to do. Many years, many books, a nursing career, and three children later, she discovered that the author of that book had inspired her, as well as the nurse, and that it was time she put her own thoughts and feelings into a book. Romance novels were a natural choice. Apart from the essentially upbeat message, where else would she find heroines who went around saving people? Canadian-born, Lisette grew up in New Hampshire and currently lives in upstate New York with her engineer husband, Frank-her biggest supporter. She'd like readers to know that Cupid can strike any time, in any place. In her case, it was Howdy Beefburgers. How romantic! At the age of 19, she spent the next six months trying to convince herself it had to be infatuation because love couldn't possibly happen that fast. It did. Thirty-nine years later, she's still infatuated, and deeply in love with the man she married. She credits her husband for helping her to get published by dragging her into the age of technology. They have three children and five grandchildren. Family comes first in her life-which won't surprise any of her readers. In addition to raising her own family, volunteering with Girl Scouts, Head Start, PTA, and church groups fostered a life-long concern for children's welfare. Blessed with a secure childhood, Lisette wishes every child could feel loved and safe, and she continues to work toward that goal. It's also a recurring theme in her books, along with overcoming trauma, whether it's emotional, physical, or spiritual. What are a few of Lisette's favorite things? Perhaps her grandson said it best in an essay he wrote when he was nine years old-"My memere (French for Gran) like to write books, travel, and spend time with her grandchildren." That says it all. An unapologetic idealist, Lisette's message to readers is clear-believe in yourself and believe in love. It's an unbeatable combination. She's received letters from readers aged 15 to 80-plus, and would love to hear from you. Write to her at: P.O. Box 1166, Ballston Lake, NY 12019, or email her at LisetteBel@aol.com.
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Esposa fingida - Lisette Belisle
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Lisette Belisle. Todos los derechos reservados.
ESPOSA FINGIDA, Nº 1543 - noviembre 2012
Título original: His Pretend Wife
Publicada originalmente por Silhouette® Books
Publicada en español en 2005
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-1191-1
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Capítulo 1
Nadie lo echaría de menos.
Jack Slade jamás se había sentido tan solo. Contempló el pedazo de cielo azul oscuro recortado por las copas de los pinos nevados. Lo sentía cerca. Escalaba hacia él, pero el peso le impedía llegar.
Aún no estaba preparado.
Era extraño descubrir que quería vivir justo cuando estaba a punto de morir. Jack quiso echarse a reír, pero comenzó a toser. Le costaba respirar. Y eso le preocupaba. Probablemente se hubiera roto un par de costillas, pero eso no explicaba que sintiera como si tuviera un puñal clavado en el pecho. Expuesto al duro frío, Jack se preguntaba cuánto tiempo sobreviviría.
¿Horas?
¿Vería otro amanecer?
Ya no le dolía la pierna izquierda. Al menos parte de su cuerpo estaba como abotargado.
En medio del bosque de pinos del norte de Maine, Jack estaba a muchos kilómetros de cualquier parte. Había estado cortando madera. Se había quedado después de marcharse el resto de leñadores. Esperaba reunir otra carga antes de dar por terminado el día. Casi había acabado cuando un gamo se cruzó en su camino.
Sobresaltado, Jack se había echado a un lado para evitarlo. Por un aterrador instante, los esquís del vehículo se habían ladeado. Jack había tratado de enderezarlo, pero el camino estaba helado y era imposible salirse de la pista marcada en la nieve. La bestia mecánica había comenzado entonces a girar y caer lentamente, aterrizando por fin de lado encima de él y clavándolo al suelo.
Por suerte los treinta centímetros de nieve que cubrían el suelo le habían servido de colchón, pero debajo había piedras. Jack se había dado con la cabeza en una de ellas, y había estado inconsciente durante un rato. Estaba atrapado.
Era irónico. Había sobrevivido a la lucha de bandas callejeras, a una juventud dura y a la cárcel, pero finalmente sus días iban a acabar en un bosque milenario de Maine. En alguna parte había leído que la profesión de leñador era una de las más arriesgadas, uno de los peores trabajos.
Quizá hubiera debido picar más alto...
Abby Pierce seguía en la oficina del aserradero de Pierce Sawmill. Su ayudante se había marchado ya a casa. El viejo edificio de madera estaba en silencio. No se oían las sierras chirriar ni los camiones cargar y descargar troncos de madera. No se oían voces masculinas y, en particular, no se oía una voz burlona llamarla «señorita Abigail». No, aquella tarde los lascivos ojos azules y la dura y enigmática sonrisa que siempre trataban de ponerla en su lugar, fuera éste el que fuera, no habían aparecido por allí.
Abby miró el reloj. Jack Slade se retrasaba. Probablemente estuviera trabajando, o quizá se hubiera detenido en el bar a charlar con una camarera. Por alguna razón todas las mujeres se sentían atraídas hacia él.
Pero Abby no.
Abby suspiró con impaciencia y cerró la carpeta con los cheques. Jack no se había acercado a la oficina a cobrar el suyo, y estaba harta de esperarlo.
Era la víspera de Año Nuevo, el momento de dejar atrás el pasado y mirar hacia el futuro con decisión. Últimamente la vida de Abby parecía cortada por un patrón. Aquella noche se había citado con Seth Powers. Debía marcharse a casa y ponerse el vestido de noche que se había comprado especialmente para la ocasión, pero se sentía incapaz. No podía marcharse.
Molesta, Abby tuvo que admitir para sí misma la razón: Jack Slade no había aparecido por allí. Pero, ¿y qué le importaba a ella?
Abby se puso en pie, tratando de olvidarse del atractivo Jack Slade y su actitud indiferente. Él había aparecido por allí de improviso, reclamándole un favor a su hermano Drew, que le había dado un empleo. Abby lo había lamentado desde entonces. ¿Cuánto hacía de eso, dos meses?
Parecía haber transcurrido mucho más tiempo.
Nada podía prepararla para un hombre como Jack Slade. Él era todo lo que una buena chica como ella debía evitar a toda cosa.
Abby miró por la ventana y observó el sol ponerse. Por mucho que lo intentara, no podía dejar de notar el hueco vacío en el que debía estar aparcado el camión cargado de troncos de madera de Jack. En su lugar estaba la motocicleta.
Estaba helada. Y preocupada. Jack podía estar herido, perdido en el bosque. Podía ocurrirle hasta al más experimentado de los leñadores, y Jack ni siquiera tenía experiencia. Sin embargo no le daría las gracias si mandaba a un equipo de rescate a buscarlo sólo porque se retrasaba un par de horas.
Abby alzó la vista al cielo. La noche comenzaba a caer, y con ella, las temperaturas. Estaba decidido.
Abby respiró hondo y se dirigió al despacho de su hermano Drew.
—¿Tienes un minuto?
—Creía que te habías marchado, ¿qué ocurre?
—Es Jack. Todos los demás han pasado por la oficina y han cobrado, pero él no.
—Probablemente estará cargando el último camión del día —contestó Drew, reclinándose en el respaldo de la silla—. Yo no me preocuparía, sabe cuidar de sí mismo.
—Pero pronto será de noche —objetó Abby, añadiendo, temerosa de delatar su interés personal por él—: Sé que no tiene sentido, pero me da mala espina.
—¿Por Jack? —preguntó Drew, alzando una ceja incrédulo.
Abby no hizo caso de su tono burlón. Naturalmente, Drew era consciente de la antipatía que se tenían el uno al otro. Jack era su amigo, pero no era amigo de Abby. Desde el momento de conocerse el sentimiento mutuo había sido patente. Abby no había podido ocultar su desaprobación, y Jack había respondido con el típico desprecio masculino. Y hasta ese mismo día, ésa había sido su relación.
—Por favor, ¿no podrías ir a echar un vistazo? O mandar a alguien —rogó Abby.
—Está bien —accedió Drew, sacando una foto aérea de la sección del bosque que estaban talando en ese momento—. Jack debería estar por aquí —añadió, rodeando con un círculo una sección de la montaña—. Iré a ver.
Abby miró el mapa y comprendió lo fácil que era perderse. ¿Cuánto tiempo podía sobrevivir un hombre solo allí?
—Voy contigo —dijo Abby impulsivamente.
No quería quedarse allí, preocupada. Preocupada por Jack. La mera idea le retorcía el corazón.
Media hora más tarde encontraron el lugar exacto en el que los leñadores habían estado talando árboles. El camión de Jack seguía aparcado a un lado de la carretera, pero no había ni rastro de él. Abby sintió un escalofrío.
La montaña se alzaba ante ellos, había un sendero marcado por el que se subían los troncos cortados. Rocas negras sobresalían por encima de la capa de nieve. Drew gritó el nombre de Jack en medio del silencio. No hubo respuesta. Sólo el viento susurró por entre los árboles. A esas horas una luna blanca y pálida ascendía ya por el cielo, un espacio negro y helado. Drew le tendió a Abby una linterna.
—Toma, usa esto. Y no te alejes. No quiero que te pierdas.
Abby asintió. No hacía falta que se lo recordara.
La subida era empinada, el bosque era espeso alrededor. Algunas ramas estaban peladas por el invierno. A la luz de la luna las sombras se alargaban.
Entonces vio el vehículo pintado de amarillo tirado en medio del paisaje blanco.
—¡Drew, allí, a la izquierda!
—¿Has visto a Jack? —gritó Drew.
—No, está muy oscuro —sacudió Abby la cabeza.
—Tranquila, si está aquí, lo encontraremos.
—Puede que se haya perdido —dijo ella.
Abby se acercó al vehículo. Había algo bajo el metal retorcido, unos hombros anchos metidos en una chaqueta.
—Jack —susurró Abby, aterrada ante el silencio a su alrededor.
El corazón dejó de latirle. Luego, comenzó de nuevo a latir erráticamente. Abby subió el terreno escarpado y patinó, pero siguió. Drew iba tras ella, Abby fue la primera en llegar hasta Jack. Se quitó un guante, se arrodilló a su lado y le buscó el pulso en la garganta, conteniendo el aliento hasta que sintió un leve pero regular movimiento bajo los dedos.
Jack estaba inmóvil. Atrapado entre la nieve y el pesado vehículo, sólo sobresalían sus hombros y su cabeza. Su cabello brillaba negro contra la nieve. Tenía el rostro pálido, los labios azules. Y se había hecho una brecha, que sangraba, junto a la ceja. Parpadeaba.
Y fruncía el ceño.
Típico.
Abby raramente lo había visto sonreír.
—¿Está vivo? —preguntó Drew.
—Sí —murmuró Abby.
—Parece que lleva así un rato. Menos mal que la nieve lo aísla del frío, de otro modo se habría congelado.
—Sí, menos mal —contestó Abby con lágrimas de alivio en los ojos.
Jack Slade estaba vivo, y se recuperaría. Se negaba a aceptar cualquier otra idea.
—No lo muevas, no sabemos hasta qué punto está herido —recomendó Drew, poniéndose en pie y sacando el móvil—. Me temo que va a necesitar que un helicóptero lo lleve al hospital más cercano. Llamaré a Seth para que lo ponga todo en marcha.
Abby asintió. Además de ser el sheriff local, Seth Powers era un buen hombre muy útil en casos de emergencia.
Mientras Drew pedía ayuda, Abby se volvió hacia Jack. Le apartó el cabello de la cara y se sorprendió al notar lo sedoso que era. Todo en Jack parecía tan áspero y duro...
Medio inconsciente, Jack sintió una mano femenina y suave. Apenas tenía recuerdos de infancia de su madre, así que se preguntó si no habría muerto y estaría en el cielo. Abrió los ojos y vio un par de ojos de color avellana con un halo dorado. Conocía a la mujer que se inclinaba sobre él.
Y una cosa era segura: no estaba en el cielo. No, porque Abigail Pierce estaba a su lado, atormentándolo.
—Abigail —trató de decir, esperando que ella se marchara y lo dejara en paz.
Sin embargo no pudo articular palabra. ¿Por qué tenía que ponerse tan pesada en ese momento? Ella se inclinó hacia delante, su aliento le rozó la cara.
—Por favor, no te muevas. Estás a salvo.
—¿A salvo? —repitió él, confuso.
¿Cómo podía estar a salvo cuando estaba herido y medio congelado, con la pierna destrozada y el cielo negro cayendo sobre él? Quizá aquello fuera una pesadilla, quizá se despertara enseguida...
—Drew está aquí conmigo, ha pedido ayuda —continuó Abby—. Debe estar de camino. Un poco más, y te habrías congelado. ¿Dónde te duele?
Jack observó aquel suave rostro hipnotizado. Trató de levantar la cabeza, pero la dejó caer al notar que se mareaba. Y se concentró en la voz.
—Estoy todo entumecido, pero creo que me he roto el brazo —contestó Jack, tragando—. Y tengo la pierna izquierda muy mal, lo sé.
—Tranquilo, la ayuda está de camino.
Jack sacudió la cabeza. No tenía a nadie a quien recurrir... excepto Abigail. Y ella ni siquiera era su amiga. Era la historia de su vida. Se había sentido traicionado demasiadas veces como para confiar en nadie, y Abigail no iba a ser una excepción. Sin embargo no le quedaba alternativa, tenía que confiar en ella.
—No puedo mover la pierna, la tengo atrapada bajo el metal. Ya no la siento —añadió Jack, mirándola a los ojos y haciendo un esfuerzo por seguir hablando—. Debo tenerla fatal. No dejes