Autobiografía
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Autobiografía - San Ignacio de Loyola
San Ignacio
Autobiografía
de Loyola
San Ignacio
Autobiografía
de Loyola
Pontificia Universidad Javeriana
La aventura de un Peregrino
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Bogotá, 6 de noviembre de 2013
Las páginas que siguen contienen la aventura de un Peregrino que quiso identificarse con este calificativo, como lo más característico de su experiencia interior. La Autobiografía, que es el nombre con el que se conoce este escrito, es la expresión de la vida de Iñigo López, más conocido entre nosotros como San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, que comienza su relato por los días en que fue herido mientras defendía la ciudad de Pamplona y los meses siguientes de convalecencia en el piso alto de la Casa Torre de su familia, ubicada entre dos pequeñas poblaciones del país vasco español, Azpeitia y Azcoitia.
Para disfrutar de esta lectura y ‘sacar algún provecho’ (EE 106 passim), como lo recomienda el mismo Ignacio en el libro de los Ejercicios Espirituales, hay que tener en cuenta algunas características de la experiencia de este santo que vivió entre el ocaso de la Edad Media y el amanecer de la Modernidad. Estas características podrían servir de claves de lectura, creando un puente entre lo que su autor expresa y lo que vive el que se asoma hoy a esta aventura.
Lo primero que debemos señalar es que Ignacio de Loyola vivió intensamente su vida y no se resignó a vivir en la rutina. En 1506, Juan Velásquez de Cuellar, Contador Mayor del Rey Fernando el Católico, ofreció a la familia de Loyola recibir en su casa a uno de sus hijos para formarlo en el seno de su hogar. El elegido fue el menor de los trece hermanos, que no tenía otras posibilidades de obtener una mínima educación. Desde ese momento, a sus quince años, Ignacio vivió muy cerca de la vida cortesana, disfrutando de las diversiones, los torneos y las fiestas; aprendiendo a escribir, a interpretar instrumentos musicales y a manejar las armas de un caballero. Aprovechó al máximo las oportunidades que le brindó la vida. En esos años se forjó un corazón ambicioso, que no podía conformarse con la mediocridad, ni el en servicio de un rey temporal, ni mucho menos, como lo haría más tarde, de su Rey Eternal. El Magis ignaciano tiene su origen en las exigencias y el honor de los caballeros medievales, que no podían soportar la mezquindad.
En segundo lugar, hay que tener en cuenta que Ignacio de Loyola fue un hombre profundamente herido. No solo padeció la herida física de su pierna en la defensa de la fortaleza de Pamplona; sufrió también la herida en su honor al verse transportado por sus enemigos hasta la casa paterna, como un soldado vencido. Después de su convalecencia quedó afectado por una deficiencia que llevó clavada en su cuerpo el resto de sus días. Sólo desde esa experiencia de fragilidad física, moral y espiritual, fue posible la apertura a la acción de Dios en su vida y le permitió desarrollar una propuesta espiritual que parte de la conciencia de la propia pequeñez, para buscar el mayor servicio y la mayor gloria de Dios.
Un tercer elemento que vale la pena destacar en el camino de este peregrino, es el hecho de que los grandes descubrimientos que hizo en su vida, no ocurrieron en las escuelas o universidades en las que estudió; siempre procuró buscar una formación de calidad en las mejores instituciones educativas de tu tiempo, pero no fue allí donde se fraguaron sus aprendizajes vitales. Sus mejores maestros fueron la quietud y el silencio a los que tuvo que acostumbrarse en su habitación de enfermo. Después de unos primeros años llenos de experiencias particularmente agitadas, la vida lo obligó a detenerse, a quedarse quieto durante largas horas y días. Horas de tedio y silencio; horas de soledad que le ayudaron a descubrir la senda de su propio interior, donde Dios lo esperaba.
Una cuarta característica de la vida de este caminante, fue el encuentro con la humanidad de Dios, revelada en la persona de Jesús. Durante los meses que pasó en su casa recobrando su salud, en medio de su aburrición, pidió que le prestaran algunos libros de caballería para distraerse un poco; y como no encontraron en la casa más libros, le prestaron la Vita Christi de Ludolfo de Sajonia, El Cartujano, traducida por Fray Ambrosio de Montesinos, y una Vida de los Santos en romance. Estas lecturas provocaron en Ignacio un proceso de transformación que le llevó a cambiar de rumbo. Tanto la vida de Jesús, descrita por El Cartujano, como la vida de los santos, le sirvieron de modelos de referencia para su proceso de búsqueda existencial.
Una característica más, que apareció pronto en el camino del Ignacio convertido, fue la búsqueda de un acompañamiento espiritual; por donde pasaba, buscaba personas espirituales que le ayudaran a encontrar el camino que Dios le señalaba en su proceso de conversión. Buscaba confesores en Montserrat y en Manresa; entablaba grandes amistades con personas espirituales. Le gustaba mucho compartir con otros su experiencia y escuchar la experiencia de Dios en los demás; así fue como aprendió ese arte de la conversación espiritual con la que ayudó a tantos durante su vida.
Por último, un elemento fundamental de esta aventura, fue su decisión de hacerse peregrino para nunca más dejar de serlo. En febrero de 1522, Ignacio dejó la casa de sus padres en Loyola, cojeando y apoyado en un bastón; tenía en su mente los santos lugares; quería ir hasta Tierra Santa para imitar con ello a los santos y repetir un gesto común de quienes se sentían agradecidos por los dones recibidos en la salud del cuerpo y el alma. Sin embargo, el viaje a Jerusalén sólo tuvo lugar un año después. A partir de ese momento, Ignacio no se detuvo en su constante peregrinar; ni siquiera en los años de gobierno de la Compañía en Roma lo detuvieron en su permanente camino interior.
El camino de Ignacio fue único, como es el camino al que Dios nos llama a cada uno de nosotros. No se trata de recorrer los pasos de otro, como quien cumple una promesa ajena. Se trata de que cada uno pueda adentrarse en su propio interior,