Cómo dejar que Dios te ayude
Por Myrtle Fillmore
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Cómo dejar que Dios te ayude - Myrtle Fillmore
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CAPÍTULO I
El propósito de la vida
Sólo deseo entrar y visitarte. Olvidemos todo lo que nos ha oprimido hasta hacernos sentir a veces que Dios, el Bien, no es todo en todo.
Aquí, en el silencio, conoceremos la Presencia de Dios y veremos claramente cómo vivir la vida que Él nos está dando para que manifieste el orden, la belleza y la libertad que Él ha planeado y que esperan ahora nuestro uso comprensivo. Pero no vayamos demasiado lejos en la metafísica de esta maravilla. En lugar de eso estemos juntos aquí, sólo para descansar quieta y felizmente en la realidad. Mientras hacemos esto, una verdadera transformación se hará en y a través de nosotros. Recogemos los buenos frutos de nuestro estudio, afirmación y meditación. En Unity sabemos que casi hay una falta de comprensión universal de la Verdad del Ser. Cuando usamos la palabra Verdad, queremos decir la Verdad acerca de Dios y Sus hijos. La Verdad espiritual es que tú eres el amado hijo de Dios y que Dios te está dando Su propia sabiduría, amor, poder, vida y substancia.
En el pasado se nos ha hecho creer que somos los hijos de padres físicos y que debemos recibir nuestras impresiones y educación, formar nuestros hábitos de vida y hasta hacer nuestro trabajo de la manera que ellos nos dirijan. A causa de esto, no hemos despertado al descubrimiento de que somos en realidad hijos de Dios, y que hemos heredado de Él una mente perfecta capaz de desenvolver las maravillosas cualidades del Cristo, como desenvolvió Jesucristo la mente que Dios le dio.
Cuando nos volvemos conscientes de la verdad de que somos hijos de Dios y que Dios es la inteligencia misma dentro de nosotros, descubrimos que la salud es también nuestra herencia del Padre. Aprendemos también que hay leyes divinas que originan salud, felicidad y prosperidad si vivimos de acuerdo con ellas.
Cuando aprendemos que somos hijos de Dios, viviendo aquí para descubrir Su plan para nosotros, nos interesamos más y más en el estudio individual de las cosas espirituales. No estamos ya dispuestos a aceptar las opiniones de otros, ni vivir como ellos viven, especialmente si esta manera de vida trae enfermedad y sufrimiento. Empezamos a sentir, con razón, que debe haber un modo de vivir que nos conserve sanos y felices.
El verdadero propósito de tu vida, es expresar la creación de Dios—desarrollar los muchos aspectos de tu mente que Dios ha planeado para ti y que te permitirán saber y hacer Su voluntad. Cuando sabes que no hay nada porque debas estar preocupado o temeroso, puedes soltar las tensiones y sentirte feliz.
Cuando sabes que vivir, en el plan de Dios aquí y ahora, es bello y que puedes saber cuáles son justamente los planes de Dios para ti, te interesarás realmente en vivir ¿no es así?
CAPÍTULO II
El nuevo camino
El alma tiene que ser despertada y estimulada en el uso correcto de todas las facultades y poderes que Dios le ha dado. El individuo tiene que ser ayudado a unificar su espíritu, alma y cuerpo viviendo armoniosamente aquí y ahora.
Hasta aquí, tal vez no hemos visto mucho en la vida que sea particularmente amable o valioso. Tan mezquina perspectiva es el resultado de tratar de ver la vida por el pequeño agujero de la personalidad. Hemos recibido los mensajes que nuestros padres, maestros, compañeros de juego, amigos íntimos, asociados en los negocios o superiores y el mundo en general, nos han dado a través de los sentidos. Así hemos formado opiniones parciales de las cosas dentro y alrededor de nosotros. Hemos visto la apariencia a causa de limitada información y no lo que Dios ha creado, planeado, encauzado y mantenido junto a través de incontables edades.
Dios, mi Padre y tu Padre—me ha creado para saber que no importa lo que haya hecho o me hayan hecho a mí, Él me ha dado vida, poder, inteligencia y substancia para volver a crear las cualidades de mi alma y mis estructuras físicas y así volverme una nueva criatura. Tú también, estudiando y probando esta verdad, puedes hacer lo mismo.
Ahora, a causa del gran amor comprensivo de Dios que Jesucristo nos ha ayudado a entender hasta el convencimiento, estamos empezando a tener atisbos de lo que es el Padre, lo que tiene para nosotros y lo que somos en la Verdad. Comenzamos a aprender que la vida es un don del Padre, don que nunca se nos quita, disminuye o es limitado por el Dador. Estamos empezando a gozar de este don y a anhelar cómo usarlo rectamente de manera que tengamos la plenitud de alegría y bendiciones que hay en él. Empezamos a descubrir que podemos en verdad hacer las cosas espléndidas para que fuimos creados y vinimos al mundo a hacer. Esta convicción debe producirnos un encendimiento de entusiasmo y felicidad, un aceleramiento de vida en todo nuestro ser.
Ciertamente, es de gran valor para nosotros que nos dediquemos a perfeccionar cualquier cosa o todo lo que encontremos que no está a la altura de lo mejor que nuestra nueva luz nos muestra. Descubriremos que es mucho más importante cambiar y hacer aquello que en realidad es mejor para nuestro progreso y salud, que ser cómodamente consistentes o excusarnos diciendo que siempre hemos actuado así y es tarde ahora para cambiar. En el mismo instante que descubramos algo indeseable en nuestras mentes o vidas, debemos hacer los cambios necesarios para que surja aquello que es deseable.
No te inquietes si no siempre obtienes de tu estudio y oraciones los resultados que tus sentidos pueden reconocer. Lo importante es tu despertamiento espiritual. Él aumentará tu conciencia de unidad con la Mente de Dios y te dará mayor libertad de expresión por medio de los varios centros de conciencia en tu cuerpo. Tu estudio espiritual llamará a estos discípulos (centros) tuyos a más refinada expresión de modo que estarán alertas y responderán a tu llamada. De ti dependerá el darles las verdaderas ideas y ponerlos activos, probando cada uno la Verdad en la cosa que se les ha encomendado hacer.
CAPÍTULO III
La vida es una escuela
La vida es una escuela. El Gran Maestro sabe los problemas que necesitamos para mantenernos alertas y expresar las maravillosas cualidades que el Padre ha medido para que alcancemos. Ése es nuestros propósito en la vida, manifestar la idea perfecta de Dios del hombre perfecto.
En el principio Dios creó al hombre según Su imagen y semejanza, del mismo modo que creó la pequeña semilla para que produjera según su especie. Como vive la flor en la semilla, así vive Cristo en mí.
El germen de la semejanza de Dios duerme en nosotros, y nuestro verdadero designio debe ser manifestar este perfecto Ser o Cristo de Dios en nuestras vidas.
Todos nosotros tarde o temprano, llegamos a un punto en nuestro desenvolvimiento en que no estamos ya satisfechos de continuar viviendo de la vieja manera, sin el conocimiento de nuestra unidad con Dios, la Fuente de nuestro ser. Algunas veces, cuando llegamos a este punto de nuestro progreso, no sabemos al principio lo que está sucediendo. Nos volvemos inquietos e insatisfechos. Quizás tengamos experiencias que no comprendemos. Puede que hasta estemos tentados a creer que nuestro bien nos ha abandonado. Pero tan seguro como hay Dios, la única Presencia y el único Poder, encontraremos que todo está bien y que sólo estamos pasando de una sala a otra mayor y con más luz.
Cuando dejamos detrás viejas circunstancias, creencias, hábitos y deseos y tratamos de comprender, entrar y alcanzar las bendiciones de la vida más ancha que continuamente se abre ante nosotros, nos llena un sentimiento de paz, libertad y seguridad de que todo está bien. Debemos entonces volver nuestra atención dentro de nosotros a esos pensamientos y actos que contribuyen al equilibrio, orden, salud y éxito.
Cuando nos convencemos de que somos hijos de Dios, que tenemos poder y autoridad para pensar y hablar lo bueno y lo verdadero, y manifestarlo en relaciones armoniosas y alrededores agradables, no invitamos ni nos sometemos más a la inarmonía, incomprensión o limitaciones. Nos entregamos a la protección de Dios y pensamos la Verdad, que nos dirige por caminos tranquilos y agradables.
Cuando pensamos en los demás como hijos de Dios, los vemos en una nueva luz. Comprendemos cómo es que están tratando de desenvolver y usar las facultades y poderes que Dios ha implantado en ellos y sentimos compasión si ellos parecen caer algunas veces. Tenemos también poder de hablar la Verdad para ellos, bendecirlos y ayudarles.
Bendecidos sean aquéllos que tienen hambre y sed de justicia; porque ellos serán satisfechos.
Todos estamos hambrientos y sedientos de rectitud. Todos estamos aprendiendo a recibir lo que nos alimenta y satisface. Así, puedes regocijarte en este momento porque el Espíritu Santo te está bendiciendo con las cosas que precisamente necesitas y continuará enseñándote más y más de la Verdad hasta que alcances la completa conciencia de Cristo.
No te perturbes por nada que ya pasó o parece estar sucediendo ahora o vendrá en el futuro. Deja el pasado, el presente y el futuro en las manos de Dios. Entrégate al cuidado y guarda de Dios y sólo haz aquello que provea al Espíritu de la necesaria cooperación y los materiales necesarios para ser convertidos en armonía del alma, fortaleza y salud del cuerpo. Conserva tus pensamientos libres de cuidados. Sosténlos en asuntos immediatos, en la presencia y el poder de Dios.
Algunas veces el alma se pone tan ansiosa acerca de lo que desea hacer, que descuida el cuerpo. Eso no es justo para el cuerpo, ni para aquéllos que tienen que cuidarlo cuando es desatendido. Tu primer deber, por eso es bendecir tu cuerpo. Dirige tus pensamientos a su interior y alaba su maravilloso trabajo. Descubre lo que necesita y haz arreglos para satisfacer esas necesidades.
Algunas veces suceden cosas en el plano de los sentidos o en relación con el cuerpo físico, que nos hacen menospreciarlo y casi desear que no lo tuviéramos. En un caso así, el alma puede proyectarse hacia afuera tanto, que el cuerpo se olvida hasta de que sufre. El sufrimiento es uno de los medios de llamar la atención al alma hacia su bello templo. La mente de Cristo puede dirigir el alma y lo hará, en su maravilloso trabajo en el cuerpo, de modo que continúe teniendo ese muy necesario vehículo de expresión. La luz de la Mente de Cristo nos permite ver todas las cosas en su justa relación, de manera que la paz prevalezca.
Creemos que la creación entera responde a la conciencia del hombre. Si a veces algunas de las creaciones menores le perturban o molestan lo que posee, debe estudiar cómo cambiar su conducta o aprender más acerca de aquel aspecto de la mente de la raza que ha causado la formación defectuosa. Aprender a comprender el plan divino de vida y obedeciéndolo, da sabiduría en el manejo de las tendencias indeseables. Debemos declarar que hay una Inteligencia, un Poder, una Vida, y una Substancia y que ningún elemento destructivo estorbará estas justas expresiones de las ideas de Dios. Dios establecerá el orden adentro y afuera. La ley igualadora de Dios es efectiva en todas partes. Para todo lo que tiene su sitio en la tierra hay satisfacción justa y hay bastante para todos bajo la ley divina.
Debemos ayudar a los otros a salir de las viejas creencias de la raza acerca de la vida: que nacemos, llegamos a la madurez, tenemos hijos, los criamos y educamos y entonces declinamos y morimos. Podemos y debemos ayudar a otros a alcanzar la más alta visión de vivir, el desarrollo de aquellas cualidades del alma que hacen de la vida una bella y útil experiencia. Hay tanto que ver, aprender y hacer, que seguramente no podríamos vivirlo todo en tres veintenas y diez años más.
Estoy convencida de que estamos llegando al tiempo en que nos veremos obligados a afrontar la vida eterna—poner el alma cara a cara con el poder del Cristo y mantenerla dentro del verdadero curso de la vida hasta que el plan verdadero de esa vida se conozca y cumpla. El comer del árbol del