Relatos, desvaríos y notas al pie
Por Fabián Maero
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Un manojo incoherente de textos, un laberinto en el que mejor es perderse que encontrarse. Palabras para un día de lluvia, o para la sala de espera del dentista. Probablemente duela menos (el dentista)
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Relatos, desvaríos y notas al pie - Fabián Maero
Prólogo light
Un manojo incoherente de textos, un laberinto en el que mejor es perderse que encontrarse. Palabras para un día de lluvia, o para la sala de espera del dentista. Probablemente duela menos.
En cualquier caso, palabras con afecto, con historia.
Espero que alguna de ellas resuene en vos.
Los agradecimientos van hacia el frío que no deja más opción que escribir. A los amigos que no leen y a los enemigos que sí lo hacen
Breve relato Almático
El día saluda las imprecisiones del artista, suena una campana, dos (incluso más, pero no es posible, dada la naturaleza fugaz de los campanarios), y de nuevo un ángel perfora lentamente un espejo falso que esconde la semilla del amanecer en silencio. Caen carteles y banderas, que desdibujados por las lágrimas de una triste virgen descalza, son ilegibles y ya no sirven más que para las ampollitas de los dedos, ampollitas que salen después de hacer carteles para que las vírgenes desdibujadoras los lloren.
Yo me levanto, rascándome gloriosamente el agujero del ombligo (como el de las naranjas, pero no se rascan), arrojo una mirada feroz al día, que esconde la cabeza como avergonzado, pero sé que se está matando de risa, esa risa fresca. Decí que es primavera, sino te rompería el alma
, pienso. Me visto de elegante sport, con una remera que tejió la misma Penélope y un par de chancletas que si Hermes las viera se cae sentado, y salgo a ver cuánto han crecido las ortigas. Compruebo con satisfacción que el promedio de crecimiento es menor que el esperado, cosa que sucede cuando las vigilo (cuando no las mido, esas atorrantas se crecen todo de golpe, así, como al descuido; por eso las controlo, es mejor que cortar el pasto).
Y también con las ortigas en el centro de mi pecho (porque en el cielo no hay estrellas), se siente tuc tuc el corazón que te extraña. El hígado dice que también, pero no le creo, órgano biliar malagradecido que no tolera dos copas de más. Es así, mi alma dibujada por tus manos, formada por los rasgos de tus besos y las líneas de tu voz, mi alma canta y mete bochinche, como cuando cruzo una calle oscura como moretón de caída en monociclo, ella silba fuerte y hace de cuenta que no pasa nada, pero está muerta de miedo. Ahora mete ruido y hace de cuenta que no importa, que tu ausencia es algo menor, una piedrita en una inmensa cantera, se hace la valiente, pero yo sé...Y da ternura, pobre alma ilusa cuidaortigas, y la traigo, le cebo unos amargos y entonces se desmorona toda y llora tu ausencia con lágrimas que ni un piloto te ataja la mojadura; mi alma te extraña.
Ella, yo no.
Archipiélagos
Tienen, a lo más, dieciséis o diecisiete años. El sexo es algo nuevo aún, pero ya está contaminado. No pueden sacarse de la cabeza las películas porno que han visto, no pueden sacarse de la cabeza los actores y actrices con los que se calentaron, no pueden dejar de pensar en esos cuerpos inflados a plástico. Jamás hubiese sido algo puro e inocente, jamás hablaron de hacer el amor
, claro está, pero hay algo que se ha quebrado. Nosotros conocíamos el sexo sin amor, pero esto es distinto: sexo sin placer, sexo sin sexo, sexo sin otro, una masturbación compartida.
Consiguieron una cámara, quizá sustraída a los padres, y decidieron hacer su propia película. Ella, por supuesto, tiene la belleza de toda hembra joven; él tiene el desgarbo de los cachorros de hombre, y su pudor. Él dirige, la dirige, de acuerdo a la forma de sus fantasías, de los videos que ha visto. Ella juega a ser actriz.
Él no deja de mirar a la cámara, quiere ver su película; ella olvida que está encendida: ella lo mira a él.
Ella lo quiere; él todavía no sabe cuánto puede amar una mujer.
Yo vi esa película
Abrió violentamente las puertas del bar y poniendo un pie sobre el piso de mosaico exclamó:
– ¡Voy a contarles una película! –dijo con voz estentórea, amenazadora.
La concurrencia del bar Terra, entre asustada e intrigada, clavó una mirada colectiva en el intruso. Alto pero no demasiado, de unos treinta años, delgado (se podía adivinar bajo el sobretodo), ojos saltones y nariz prominente subrayada por un grueso bigote, negro como su cabello; todo transmitía un aire de inquietud, como si vibrara su cuerpo entero a ritmo febril. El mozo comenzó a aproximarse al desconocido (La casa se reserva el derecho de admisión
, rezaba el cartel junto a la puerta), pero éste extendió el brazo y le mostró la palma de la mano, en el tradicional gesto de pará
, que causó el efecto deseado.
– ¡Voy a contarles una película, y me van a oír! –agregó. La orden generó un silencio tenso en las casi veinte personas que se encontraban en el bar esa lluviosa mañana de martes.
– Es una película –prosiguió, bajando levemente la voz y dando un paso dentro del bar, pero manteniendo el control