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Veganismo
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Libro electrónico367 páginas3 horas

Veganismo

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Este libro está dedicado a todo interesado en la llamada "cuestión animal" y sus vastas implicaciones. La claridad expositiva de su texto permitirá al lector realizar un viaje a través de las inevitables geografías que conducen a la disolución de la injusta y cruel infravaloración de la animalidad no humana. sometida a la mas impune opresión. La defensa integral y argumentada de la autora inyecta una dosis de energía a la causa de los Derechos Animales y aporta una brújula bienvenida para la transformación individual y social. Veganismo. practica de la justicia e igualdad examina la teoría y práctica del veganismo con la claridad necesaria para quien está comenzando a informarse acerca de este tema. pero también con la profundidad exigida por parte de quien ya lo conoce. Es un importante recurso para la expansión de una ética ecológica que. a diferencia de la ética antropocéntrica. reconoce el valor intrínseco de todos los seres sintientes. respetando la naturaleza de la cual tanto los humanos como los no humanos dependen y forman parte.

IdiomaEspañol
EditorialPunto K Ediciones
Fecha de lanzamiento23 sept 2024
ISBN9798227750679
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    Veganismo - Ana Maria Aboglio

    Ana María Aboglio

    Veganismo

    Práctica de Justicia e Igualdad

    ––––––––

    Diseño de interior: Departamento de Diseño Modelo para Armar

    © 2016 Gárgola Ediciones de Modelo para armar SRL Reservados los derechos

    Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 ISBN: 978-987-613-363-0

    Impreso en Argentina

    De Los Cuatro Vientos Editorial Venezuela 726

    (1095) − Ciudad Autónoma de Buenos Aires Tel/fax: (054−11)−4331−4542

    info@deloscuatrovientos.com.ar www.deloscuatrovientos.com.ar

    PRÓLOGO

    La preocupación por los animales no humanos es una constante desde hace mucho tiempo, en su mayor parte fragmentada entre la conservación de especies, el proteccionismo y el tratamiento humanitario de esas víctimas a las que se les reconoce sensibilidad pero se les asigna un mero valor instrumental. Poco se ha logrado. Se nos sigue educando para asegurar su inclusión en las filas cosificadas de los rotulados como animales de consumo o de laboratorio. Continuamos siendo llevados a percibir como normal, tanto la idea del consumo de los no humanos, como su uso para actividades lucrativas en las que son esclavizados, dominándolos y quebrando su integridad psicofísica. Las atrocidades, el sufrimiento y las matanzas institucionalizados son la regla. Es imposible ya ocultar la violencia, a pesar de los patéticos intentos de negarla, disfrazarla, ignorarla. Billones de seres son puestos al servicio de una maquinaria infernal que origina dolor y violencia en grado extremo. Evaluados como seres inferiores y conceptuados jurídicamente como cosas, les negamos los derechos básicos que reclamaría su condición de seres sintientes. Son traídos al mundo para el único fin de ser convertidos en mercaderías. Junto con la hipercosificación del domesticado tiene lugar la destrucción de la fauna salvaje, directamente o a través de la devastación de su hogar. En ambos casos, son recursos para fines humanos, con mero valor instrumental. La dominación de la animalidad no humana –en una dicotomía donde aparece separada de y por debajo del hombre, típico de las ideas filosóficas del Renacimiento– fue insertada dentro de una dinámica de explotación generalizada de la naturaleza, donde también entre los humanos se establecen jerarquías. ¿Qué hacer ante tanta injusticia?

    Aceptado ya desde hace siglos que no son máquinas sino seres sensibles capaces de gozar y sufrir justamente por su condición animal, algunas grandes organizaciones defensoras invierten millones de dólares en campañas destinadas a mejorar las condiciones de explotación, propiciando incluso el poner a dormir a los mejores amigos, cuando no tienen la suerte de tener un hogar que los albergue. Un claro ejemplo de pérdida de rumbo de lo que significa tomar en serio la orientación de los derechos de los animales. En este esquema, el veganismo se difundió como una opción para quien quisiera modificar sus hábitos, ligado en los medios a posturas extremas o como una variante del vegetarianismo. Pasa a ser una campaña más, junto a la asignación de una increíble cantidad de recursos tendientes a obtener acuerdos privados con empresas y leyes de bienestar animal, que se promocionan como victorias, cuando no son más que la regulación y legitimación del uso de los animales y el control de sus vidas y muertes. Como las fuerzas de las ideas mayoritarias no permiten la presión social suficiente para prohibir determinadas prácticas, tras el habitual consenso entre la industria y los legisladores, estas leyes son elaboradas por quienes no podrían legislar para los derechos animales porque no creen en ellos. Se refuerza así la idea de que hay formas aceptables de oprimir y de matar, dentro de un sistema que regula y promueve la conversión de los no humanos en mercaderías. Cuando son el objetivo de los que aparecen ante el público como defensores de los animales, se convierten ellos mismos en el obstáculo más eficaz para la liberación animal que cualquier otro que la mismísima industria explotadora podría alguna vez haber imaginado oponer. Jurídicamente considerados como cosas, los animales no humanos no tienen ningún derecho, pues sólo las personas, físicas o jurídicas, pueden tenerlos. Las personas poseen a las cosas, dentro del régimen de la propiedad pública o privada. Si realmente queremos que los no humanos entren por completo dentro del círculo de nuestras consideraciones éticas, deberíamos comenzar por reconocerles el mínimo derecho a no ser objetos de explotación. Y esto no puede decretarse por ley. Esto empieza con la disolución individual y social del especismo, acordando un tratamiento igualitario a todos los seres sintientes, en lo que respecta a esta condición de sensibilidad que nos iguala. Suele ser fácil obtener la aceptación de la gente cuando la misma palabra del destino que se les asigna da cuenta de la ausencia de necesidad en el uso: entretenimiento, deporte, divertimento, etc. Pero mientras no se transforme mayoritariamente la relación con el resto de las criaturas sintientes, liberándolos del daño que al usarlos y consumirlos se les está haciendo, continuarán amarrados a las cadenas que los injurian. Mientras se los siga criando para vender sus partes o a ellos mismos vivos o muertos, las estructuras de opresión que con sus distintas variantes los registran como mercancías, esas estructuras de violencia que les imparten sufrimiento y muerte, arrojarán a la deriva la transformación de conciencia necesaria para el cambio social. Y entonces, a pesar de que cada día sabemos más y más acerca de la sensibilidad y la conciencia animal, pudiendo comprender con ello el valor intrínseco que por lo tanto los no humanos deberían tener, más fracturas motivamos en relación a nuestra práctica cotidiana. Ponernos en su lugar es la tarea que haría visible al ser destruido y sometido detrás de lo que ha pasado a llamarse carne, deporte, piel.

    ¿Podemos reconocer la sensibilidad y conciencia del cercano y querido perro o del querido gato, y cerrar los ojos al holocausto de seres semejantes que incluye también a miembros de esas especies?

    ¿Cómo inculcar con coherencia el respeto por unos, sin reclamar lo mismo para otros que son sus iguales? Pero entonces, ¿cuál sería el punto en común de práctica activa que debería unir a todos los defensores de los animales y a quienes se preocupan por no causar daño a otros seres, para acabar con la actual condición de cosas?

    Respuesta: la desaprobación inequívoca de la esclavitud animal, tanto a través del boicot a los productos y a las actividades donde se asienta, como por medio de la organización del activismo pacífico en forma unívoca. Lo cual hace de este programa fundamentalmente una acción de oposición a la violencia institucionalizada que sostiene el uso de los animales como objetos. Ciertamente, la postura de los derechos animales desafía al oficial estado de cosas, tanto como los antiesclavistas lo hacían en épocas en que la esclavitud humana estaba legalizada y avalada moralmente por la sociedad.

    La práctica y la difusión del veganismo, del cual estas páginas pretenden oficiar como puerta de entrada en cuanto a su porqué, cómo y para qué, conforman ese punto en común capaz de llevar a la vida diaria el enfoque de los derechos animales. Respetar de esta forma a los otros animales es además una revolución social que, como tal, triunfará cuando la esclavitud imperante sea derrocada en los corazones de la mayoría. El movimiento por los derechos animales se vincula así con otras causas de igualdad y justicia sociales, a las que se suma. No es un mero estilo de vida con determinado tipo de consumo sin productos animales.

    Si bien he cuidado ofrecer la más calificada documentación, preparé este libro ligero de equipaje, para no abrumar a los que recién abren la puerta del veganismo con la intención de entrar para quedarse. Servirá en la medida en que sea instrumento para la movilización y el cambio, directamente o como medio para el activista que necesite difundir la aceptación de que los animales no humanos sintientes de la Tierra no están hechos para servirnos y que merecen vivir libres de esclavitud, en sus propios términos.

    A lo largo de la primera parte contrasto y analizo la realidad del ser sintiente atrozmente sojuzgado bajo una maraña de pilares intelectuales que, aunque ya no son cartesianos, ofician aceptando el sometimiento del cual deriva el horror que se les impone. Junto a ello doy cuenta de una nueva mirada devenida de una transformación impostergable, que nos hace a todos no sólo partícipes y responsables sino también capaces de llevar la acción directa a la vida diaria, a través del abandono de la concepción del animal como recurso. La segunda parte reúne los capítulos dedicados a derribar mitos nutricionales, repasar los principios básicos para el pasaje a la mesa vegana, señalar las derivaciones ecológicas y sociales y ofrecer algunas recetas para iniciarse en otros sabores y ciertas maneras de cuidar el cuerpo-mente y lo que nos rodea.

    Agradezco el apoyo que para el presente libro me dieron Jorge Luis Portero, Pablo Hafliger, Miguel Monforte, Joaquín Astelarra, Valeria López, Gabriela Romer, Jonathan Bielous y Regina Rheda, todos ellos defensores convencidos de esta causa. Asimismo destaco el quehacer y la colaboración cotidianos, ese estar ahí buscando las mejores maneras de llevar adelante esta propuesta de primero no dañar, de aquéllos con quienes comparto la agenda diaria, a veces con no más –y no menos– que un diálogo donde se plasman sus opiniones acerca de los propósitos que nos unen, respuestas atentas, preocupadas y ocupadas, intercambiadas en la tarea de sembrar para un mundo más justo.

    Por último, vaya mi dedicatoria a todos los seres inocentes sin posibilidad de defenderse, víctimas del terror y la barbarie humanos. Ahora mismo sufriendo en una jaula, ahora mismo en un matadero, ahora agonizando sin atención. Si somos capaces de dañar, de la manera en que lo hacemos a diario, a seres tan parecidos a nosotros, debemos albergar un enorme vacío como para hacer estas elecciones basadas en una razón que descarta la justicia, la compasión y la igualdad. Pero si también somos capaces de un pensamiento crítico en la pregunta ética cotidiana, y de un sentimiento afable hacia todos los seres sensibles, podemos grabar otras huellas en nuestro andar evolutivo, liberándolos de la opresión que nos avasalla y destruye a todos.

    PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

    El itinerario propuesto a través de este ensayo desplegó nuevas preguntas respecto de la cuestión animal, bien lejos de las que usualmente se plantean dentro del paradigma aún vigente, donde es norma aceptada la violencia institucionalizada contra los animales sintientes no humanos. El término veganismo está alcanzando así nuevos territorios, como derivación lógica y como generador dinámico de otra mirada hacia ellos y ellas. Los caballos troyanos reinventados a diario para mantener la opresión y el dominio, la domesticación y la muerte, se revelan cada día más como lo que son: artimañas de quienes lucran con la esclavitud de los animales.

    De manera creciente la gente va comprendiendo al veganismo como una cuestión de justicia e igualdad. Un ámbito diferente al de la compasión –a la cual no excluye–. Si la esclavitud no puede justificarse en ningún ser sintiente, el abolicionismo, reconociendo el interés de todo animal en seguir viviendo y en hacerlo según sus propios términos, deviene en dinámica consciente para su liberación y coloca así al veganismo en la línea de base desde donde se puede comenzar a esbozar derechos para los animales.

    Tengo muy presente que las chispas ardiendo en este libro encendieron fuegos gracias a quienes supieron y quisieron potenciarla: esos lectores comprometidos con la tarea de difundir mi otra mirada. Agradezco entonces a los que con tanto entusiasmo apoyaron la primera edición, algunos de ellos integrantes de asociaciones de defensa animal como Ánima (Argentina), Red Animalista Mendoza (Argentina), Defensa Animal (España), Resistencia Natural (Colombia) y Hans Ruesch para la Abolición de la Vivisección (México), a los que se suman muchos lectores más. A su vez, en el ínterin entre ambas ediciones, aparece Lo siento mucho, un libro de relatos colmados de las sensaciones, emociones y sentimientos propios de nuestra condición animal, surgidos acaso de la misma inspiración desde donde abogo por liberarlos... y liberarme.

    Esta segunda edición corregida, actualizada y aumentada, a cargo de Editorial Gárgola, abrirá nuevos horizontes en defensa de los otros animales, develando verdades que no pueden acallarse más, como tampoco puede ya silenciarse el grito de los más desprotegidos de la Tierra. A ellos, otra vez, mi dedicatoria.

    Ana María Aboglio

    PRIMERA PARTE

    La vida de los otros

    De todas las ficciones con que la humanidad se ha permitido auto engañarse, ninguna es tan vana como la creencia en que el ‘ instinto’ de los animales es totalmente diferente de la ‘razón’ de los humanos, y que las especies inferiores son autómatas tontas y carentes de alma, separadas de los humanos por un abismo profundo e insalvable.

    Henry S. Salt.

    ––––––––

    Tanto desde lo científico como desde el sentido común, se sabe con certeza que los animales no humanos sienten. Sentir significa experimentar todo tipo de sensaciones, placenteras tanto como dolorosas. Tienen también emociones simples y complejas, serenidad y espanto. Poseen inteligencia. Contactarse con su sensibilidad, inteligencia, emociones, comprender sus deseos, conocer su particular manera de comunicarse, acercarse a esas realidades exclusivas que plasman como fruto de su especial percepción del mundo, son todas acciones que pueden surgir fácilmente cuando se convive con un compañero animal. Pero... Poco nos detenemos a pensar en la vida de los individuos sometidos, torturados y matados a diario, quienes son presentados por el entorno cultural como las especies a nuestro servicio. ¿Qué sucede con todos ellos? ¿Quiénes son estos animales violentados y exterminados en nombre de la seudo-ciencia o para que algunos cuántos los ingieran como comida o los usen para vestimenta o decoración? ¿Quiénes son estos seres torturados y asesinados a título de arte o deporte? No tomamos contacto con ellos, son anónimos. Están privados de un nombre –que remitiría a un símbolo de personalización–, pero no de un número o marca que los identifica como propiedad, o de una determinada cifra que pesa sus restos troceados, para asignarles un valor de venta. En las orejas, las vacas llevan abrochados el plástico identificatorio de su trazabilidad –una obligación impuesta en Argentina por el SENASA ante los requerimientos de la Unión Europea–, con el código de barras que registra hasta la compañía de transporte que las aprisionará en un camión junto a sus compañeras rumbo adonde serán asesinadas. Los medios hablan de sacrificio o faena. Solemos decir matanza. Deberíamos llamarlo asesinato.

    Además de sufrir dolor –a veces en grado aberrante– soportan padecimiento psíquico como consecuencia de acciones concretas infligidas por el humano con el fin de convertirlos en objeto de uso: miedo, ansiedad, angustia, tristeza, celos, depresión, enojo, alegría, ira y desesperación. Todas son emociones posibilitadas por el sustrato biológico propio de los animales. Independientemente de la manera en que los humanos procesen las emociones, a través del pensamiento racional que surge del uso del lenguaje, es innegable que también se conmueven por emociones inconscientes que escapan al tamiz de la palabra, porque las emociones habitan en sustratos profundos de la conciencia y su fuerza puede ser más intensa aún en los no humanos. Y por supuesto, lo hacen antes de aprender un lenguaje o aún sin poder hacerlo por alguna incapacidad.

    Las neurosis y las enfermedades psicosomáticas son habituales en los sometidos de una u otra manera, encerrados o domesticados. Para hacernos una idea de lo que soportan físicamente, tenemos que adentrarnos en la presencia o el recuerdo de nuestra propia experiencia del dolor y del sufrimiento psíquico. El sólo hecho de romper lazos con quienes tenemos fuertes vínculos sociales, como los que establecen los cerdos con sus semejantes por ejemplo, puede ser una experiencia desgarradora. Difícilmente seamos capaces de mirar a los ojos espantados de los animales que zozobran en el miedo de una cárcel o de un matadero, sin percibir en ellos su terror.

    Compartimos con ellos muchos elementos de conciencia, algunos apenas conocidos, incluyendo una representación mental de lo que hacen, de lo que tienen intención de hacer y de los objetos externos. Joëlle Proust, la investigadora francesa de comportamiento animal, quien en 1977 sostuviera cómo el espíritu se instala en el animal desde que en su conciencia distingue entre el mundo interior y el exterior,1 sostiene, en su segundo libro sobre el tema, que los animales pueden engendrar conceptos y armar sus representaciones mentales, dado que obtienen información sobre las relaciones de su entorno, teniendo capacidad para memorizarlas y separarlas de la percepción de objetos y acontecimientos externos.²

    La búsqueda del placer por sí mismo, la práctica de juegos incluso en los adultos, las diversiones más variadas, son partes de la alegría de vivir y del disfrute de todo aquello que causa placer. Los cuervos suelen jugar escondiéndose y graznando en señal de auxilio, sólo para que la bandada comience a buscar al burlador que al final sale de su escondite, cuando todos celebran alegremente la jugarreta. Los osos grises suben una y otra vez las pendientes cubiertas de nieve con el único propósito de disfrutar la caída al deslizarse desde arriba. Los coyotes y los zorros lanzan al aire pedazos de madera o cortezas arbóreas y juegan a competir por ser el primero en agarrarlos.

    Muchos no humanos son capaces de reírse. Los estudios del neurocientífico Jaak Panksepp encontraron sonidos equivalentes a la risa humana en varios mamíferos, pues es en el sistema límbico –que compartimos con todos los vertebrados– donde se encontraría la posibilidad de expresar así sensaciones agradables.3 Ha sido comprobada su capacidad de imaginar y soñar. Las especies con un sistema nervioso complejo no sólo perciben la realidad sino que hacen una representación mental de la misma. Empatía y amistad, solidaridad y compromiso, aparecen entonces al acercarse y receptar a los demás individuos, a los que también pueden rechazar o con quienes pueden enojarse y combatir. Se conocen muchas historias de actos compasivos por parte de simios, delfines, roedores y elefantes. La cooperación social para salvar a viejos y pequeños es otra actitud frecuente de encontrar. La percepción de la muerte afecta a muchos individuos y ha sido observada tanto en vacas y en simios como en elefantes. La tristeza se expresa a veces con lágrimas. El llanto no sólo ha sido muy registrado en los elefantes sino también en individuos de otras especies, como ocurre con las focas adultas al ver que los cazadores apalean a sus bebés.4 En las antiguas estancias de Argentina se mataban a las vacas muy cerca de la casa y luego se las trasladaba en un carretón. Y ocurría que al anochecer, el resto de los animales presentes en ese campo, se ponía en marcha, desde todos los rumbos, lentamente, paso a paso, hacia el sitio donde el animal había sido sacrificado. Al llegar allí, vacas, toros y novillos olían el pasto ensangrentado y prorrumpían en lastimeros quejidos, que duraban hasta el amanecer, como un enorme y angustioso llanto.5

    Los otros animales aman y se eligen mutuamente. Se pretende que si se trata de animales no humanos, se trata de un mero instinto. De igual manera los racistas anteriores a la Guerra Civil en EE.UU. consideraban que la gente de color no tenía sentimientos, sino que se movían por instinto, como los animales, por lo que no sufrían más que unos instantes las separaciones de sus seres queridos. Entonces padres e hijos, marido y mujer, hermanos y hermanas eran subastados por separado, incluso los niños pequeñitos eran vendidos como mascotas a las sureñas acaudaladas.6

    Los animales sensibles son también seres con emociones, que establecen fuertes lazos afectivos y sociales quebrados a diario al ser manejados comercialmente y exterminados en los terrenos de la caza y de la pesca. Vocalización, posturas corporales y principalmente los más exaltados y variados olores, desencadenan una intensa pasión destinada a la reproducción y, también, al puro placer sexual. Ofrecer regalos para conquistar al compañero es común en aves y mamíferos. Un ejemplo: las ovejas se enamoran y experimentan emociones fuertes, similares a las humanas, declaran científicos del

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