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Bioética
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Libro electrónico257 páginas4 horas

Bioética

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Uno de los rasgos que pueden definir el mundo contemporáneo es, sin duda, el nacimiento de la bioética y, con ella, el panorama de los diversos problemas a los que nos enfrenta. A pesar a las diversas críticas al proyecto moderno de dominio del mundo por medio de la razón instrumental, nuestra cultura se enfrenta a paradojas que parecieran no tener
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 sept 2021
ISBN9786074176568
Bioética
Autor

Luis Guerrero Martínez

Luis Guerrero es profesor investigador del Departamento de Filosofía en la Universidad Iberoamericana. Entre sus investigaciones destacan diversos trabajos sobre ética, algunos de ellos recogidos en su libro: ¿Quién decide lo que está bien o lo que está mal? Ética y racionalidad.

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    Bioética - Luis Guerrero Martínez

    INTRODUCCIÓN

    Esta obra se conforma de cinco capítulos que no se enmarcan en un esquema pre-ordenado, sino que se caracterizan por su autonomía temática, de enfoque y metodológica; por esto podemos decir que la peculiaridad de este libro está en el hecho de tratar temas que, en cierto sentido, no se encuentran en el surco más habitual de las discusiones bioéticas. Este sentido es doble: por un lado, el enfoque filosófico es prevalente y, aunque esto de por sí no sería muy novedoso, las referencias filosóficas conciernen a doctrinas, corrientes y pensadores poco utilizados en los trabajos de bioética. Por el otro, los temas tocados no pertenecen al ámbito clásico de la ética médica, sino que abordan asuntos menos técnicos, que en las primeras etapas de la bioética se consideraban hasta marginales y que hoy ocupan un interés muy marcado en la opinión pública y en los debates políticos (como los temas de las tecnologías genómicas, la eutanasia, el tratamiento éticamente correcto que se debe adoptar hacia los animales, el medio ambiente, etcétera).

    El enfoque prevalentemente filosófico de esta obra depende del simple hecho de que la bioética es considerada, en esencia, como ética aplicada; esto, que parece totalmente obvio a primera impresión, está lejos de ser realizado en la práctica efectiva de los comités de bioética y hasta en los cursos, la enseñanza y las publicaciones de este campo. La opinión generalizada es que la bioética es básicamente un asunto para médicos, debido a que las decisiones éticamente sensibles se deben de tomar en las situaciones difíciles que se presentan a menudo en el transcurso de enfermedades, tratamientos y prácticas médicas.

    En estos casos se admite que el eticista exprese su opinión, pero los elementos de mayor peso son aquellos juicios objetivos que nos ofrece la ciencia médica, posiblemente integrados por consideraciones de otros elementos objetivos como los de tipo legal. Es fácil objetar –a los que así piensan– que problemas como los de la admisibilidad del aborto, los de ciertos procedimientos en la reproducción medicamente asistida, la práctica de los trasplantes de órganos, la eutanasia en presencia de grandes sufrimientos o malformaciones de fetos, neonatos o adultos, el tratamiento de los pacientes en estado terminal son cuestiones en las cuales es marginal el discurso acerca de cómo se hacen o pueden hacer ciertas cosas, mientras que es fundamental el discurso acerca de si es moralmente lícito hacer lo que, técnica y medicamente, es posible, y aquí es claro que la ética tiene su papel específico. Probablemente muchos estarían de acuerdo en admitir esto, pero para las personas que operan de manera práctica y que tienen que tomar las decisiones, todas estas discusiones aparecen como teóricas, hasta abstractas y sin alguna afectación directa, ya que cada una de estas personas actúa dentro de un marco institucional de tipo hospitalario, en sentido amplio del término, desarrollando una actividad que ha sido autorizada por superiores y de antemano. Por supuesto que al momento de tomar ciertas decisiones concretas habrá que evaluar las opciones también desde un punto de vista ético, pero el objetivo es intentar aplicar unos pocos criterios o principios, de manera que la decisión ética acaba por reducirse a algo procedimental.

    Esta actitud es criticable, pero se puede entender mejor si se considera el trasfondo de las doctrinas éticas en la cuales se enmarca. Se trata, en esencia, de las doctrinas más influyentes en el mundo anglo-americano: el utilitarismo, el pragmatismo y el individualismo. Este último, en ocasiones, se presenta disfrazado como si fuera una herencia de la doctrina kantiana que pone la autonomía de la voluntad como principio ético supremo; pero en realidad se trata de una simple defensa de la libertad individual que está en la base del liberalismo clásico y que, del terreno político, se transfiere –no sin razones– al campo de las prácticas médicas. Finalmente, cabe mencionar lo que podríamos llamar el espacio conceptual o el cuadro metodológico de todas estas corrientes: la filosofía analítica, particularmente arraigada en la cultura anglo-americana. Nadie puede negar los méritos y las contribuciones valiosas de estas corrientes filosóficas, sobre todo en ciertos campos como la epistemología, la lógica, la filosofía política, pero tampoco se pueden ignorar ciertas limitaciones en otros ámbitos y, en particular, en lo que concierne a la ética. Por ejemplo, la ética analítica es sobre todo una meta-ética, es decir, una investigación de la estructura lógica de los discursos de las teorías éticas que muestra las implicaciones entre ciertos principios generales y ciertas normas particulares, o la compatibilidad interna de un determinado sistema de normas, o las consecuencias paradójicas del admitir dos normas aparentemente impecables. Todo esto no carece de importancia desde el punto de vista de la claridad y del rigor de los argumentos, sin embargo, queda a un nivel formal y no se traduce en ninguna obligación, ningún deber, ni siquiera conlleva a la posibilidad de juzgar ninguna doctrina ética mejor que otras. Se trata, por decirlo de alguna manera, de una ética sin verdad, que queda a un nivel descriptivo renunciando a aquella dimensión prescriptiva que es el trato característico de cualquiera moral.

    Cuando se va más allá de este plano metodológico y formal, y las doctrinas éticas mencionadas antes entran en juego muestran sus puntos débiles precisamente en el campo bioético, en el cual las decisiones problemáticas siempre implican una discusión entre una pluralidad de actores, cada uno con ciertas competencias e intereses. Por consiguiente, resulta extremadamente difícil aplicar el criterio fundamental de la ética utilitarista, según el cual se debe realizar una acción cuyas consecuencias aporten la más grande cantidad de utilidad para el mayor número de sujetos. Prescindiendo de las críticas bien conocidas que apuntan al hecho que la utilidad se evalúa con base en la apreciación individual de cada sujeto –que teóricamente debería ser conocida por todos los demás– que nos encontramos –en el caso de las decisiones bioéticas– frente al hecho de que los intereses de los participantes en la discusión son muy diferentes y casi incomparables, se debería de disponer de antemano de una especie de escala de importancia o de una jerarquía aceptada por todos los involucrados, con base en la cual pesar el valor atribuido a cada interés. Pero tampoco es éste el aspecto más insatisfactorio, sino el hecho de que en este planteamiento el juicio ético se parece más a una operación de contaduría que a una actitud que empeña la conciencia moral de las personas.

    Algo parecido ocurre también en lo que se refiere a la autonomía concretamente expresada en un consentimiento informado por parte de la persona sometida a un determinado tratamiento. Esta condición fue exigida oficialmente por primera vez en el reporte Belmont de 1979, que concernía a la experimentación clínica y tenía un sentido muy preciso y totalmente aceptable: significaba la plena libertad con la cual uno tiene que poder decidir si someterse o no a un tratamiento que puede implicar riesgos sobre sí mismo y posiblemente ninguna ventaja directa. Cuando esta misma idea se aplica al caso de pacientes que tienen que expresar su consentimiento informado para someterse a un tratamiento que su médico les aconseja o prescribe, el significado cambia y se convierte en una especie de doble protección: el paciente declara que está enterado y acepta las amenazas que pueden derivar del tratamiento, y el medico está protegido contra posibles ataques legales del paciente si el resultado del tratamiento no resultara ser satisfactorio para él. En otras palabras, en este caso la autonomía rompe la característica de confianza en la relación médico-paciente. Hasta más equivocado es el sentido de la autonomía cuando, por ejemplo, se afirma, en el caso del aborto, que lo éticamente correcto es adecuarse a la libre decisión de la mujer, lo que es muy diferente del reconocer que cada ser humano tiene que poder realizar lo que su conciencia le indica como éticamente permitido o ser su deber.

    Con esto nos orientamos hacia las éticas dichas deontológicas, que se inspiran directamente en la doctrina kantiana según la cual una acción genuinamente moral es la que quiere cumplir con el deber por el deber, pase lo que pase. Aunque tenga el mérito de subrayar la profunda raíz de la moral en la conciencia y la intención del sujeto, esta ética es puramente formal (como ha sido apuntado por varios autores y en particular por Max Scheler), así que es insuficiente para tratar las cuestiones bioéticas concretas, en las cuales no se alcanzan soluciones que tengan que realizarse pase lo que pase.

    Esta breve reseña de las principales doctrinas éticas que inspiran la mayoría de los discursos bioéticos del mundo anglo-americano nos permite apreciar la importancia del amplio ensayo que abre este volumen: Una visión hermenéutico-existencial de la bioética ante la innovación de la biotecnología de Rafael García Pavón. Después de haber aclarado que la bioética es, en un sentido fundamental, una ética aplicada y, además, que la ética concierne específicamente a las acciones humanas, se sigue por simple coherencia lógica que el mundo al cual se endereza la bioética, en cuanto rama de la ética aplicada, es el mundo de la existencia. Una cosa tan obvia, aparentemente, no debería escapar a los especialistas de esta disciplina; sin embargo, como acabamos de verlo, un enfoque explícito sobre la dimensión existencial no se encuentra en las teorías que hemos examinado, pero sí se encuentra en las reflexiones de varios autores pertenecientes a las corrientes de la filosofía europea continental y es en el primer ensayo de este libro que se consideran, en particular, los autores que han desarrollado las perspectivas éticas que se insertan en la hermenéutica y la filosofía de la existencia. Todo esto no es casual, ya que García Pavón subraya de manera muy pertinente que el problema no se reduce a tener en cuenta la situación existencial de las personas que juzgamos éticamente, sino que, más radicalmente, la decisión ética es para cada ser humano una realización de sí mismo y es aquí que la dimensión hermenéutica se entrelaza con la dimensión existencial en un juego de referencias que van de Kierkegaard a Gadamer, de Habermas a López Quintas.

    La cohesión de estas diferentes inspiraciones –además de ser argumentada discursivamente– alcanza su fuerza de persuasión conjugándose con un modelo sistémico que exhibe su fuerza no sólo en cuanto instrumento más eficaz para manejar las realidades y las situaciones complejas, sino también porque es posible utilizarlo para disfrutar la complementariedad de las diferentes perspectivas hermenéuticas sobre los diferentes problemas. Una pregunta que surge espontánea es por qué en este sabio disfrutar de las filosofías continentales europeas no hay prácticamente espacio para la fenomenología. Una respuesta parcial se encuentra en la anotación del autor de que Husserl considera a los sujetos como contenido de percepción y no a un nivel vital y esto es cierto. Sin embargo, sería suficiente considerar a Scheler como un representante insigne de la fenomenología que ha profundizado el aspecto existencial y hasta emocional del enfoque fenomenológico y, además, ha ofrecido a la ética la referencia a valores como elemento fundamental (que, sea dicho entre paréntesis, se presta magníficamente a un tratamiento sistémico). De todas maneras, ésta no quiere ser una crítica, ya que las cosas que uno no dice o no escribe siempre son infinitas y lo importante es que lo dicho sea bien dicho y bien fundado, como lo es en este ensayo.

    El título mismo de este primer capítulo contiene la referencia a un sector específico de la bioética: las biotecnologías, el cual es introducido de manera elegante en relación con la característica humana de la creatividad, pero, la intención no es detenernos sobre este desarrollo sino apuntar que, de esta manera, en este libro se muestra un interés particular por sectores que, hasta no mucho tiempo atrás, se consideraban relativamente marginales con respecto a los amplios sectores biomédicos. A este propósito merece ser mencionado que en esta obra aparece una referencia –raramente utilizada– a dos trabajos del teólogo católico Karl Rahner que al final de la década de 1960 indicaba con claridad los problemas éticos que se planteaban con el desarrollo de las biotecnologías y sus intervenciones sobre el ser humano (véase el capítulo "La edificación humana mediante los animales", por Catalina Elena Dobre y Lourdes Velázquez).

    Esta delimitación de los problemas éticos de las biotecnologías a sus aplicaciones en el caso del hombre caracteriza el capítulo "Bebés de diseño" de Ronald M. Green, el cual es un excelente ejemplo de contribución según el estilo de la mejor metodología analítica. En este trabajo se aclaran cuidadosamente los posibles significados de los conceptos y las principales cuestiones éticas que se plantean en la utilización de la genómica en el campo médico, distinguiendo las verdaderas terapias que sirven para curar o aliviar enfermedades de origen genético, de las intervenciones en el genoma con el fin de conseguir modificaciones deseadas en las características de los hijos, mejorar la descendencia o hasta la especie humana con alteraciones estables en su genoma. Para cada problema se reportan diferentes propuestas y de cada una se presentan puntos de fuerza y puntos críticos, sin manifestar ninguna preferencia para una u otra, conforme al espíritu de la filosofía analítica que hemos mencionado arriba.

    El tema de la eutanasia es uno de los más debatidos hoy en los medios de comunicación y, en particular, en los casos en que se presenta como un suicidio asistido, es decir, como una ayuda ofrecida a alguien que quiere morir, pero no alcanza a quitarse directamente la vida. Este tema no es abordado en su generalidad sino presentado de acuerdo al pensamiento de Kierkegaard sobre el suicidio en el capítulo: "Kierkegaard: la esperanza de morir, desesperación y eutanasia", por Benjamín Olivares Bøgeskov. Aquí el autor realiza un análisis muy fino de varios textos de Kierkegaard, sobre todo el de La enfermedad hacia la muerte, en los cuales el filósofo danés considera dos maneras diferentes de esperar la muerte: una que puede consistir incluso en un deseo de morir –por ejemplo, en una situación de fuertes sufrimientos– pero sin desesperación, y otra en que la persona se desespera de no poder morir. La primera forma no es éticamente reprochable mientras que la segunda, que constituye la esencia del deseo suicida, lo es. El que propone suicidarse piensa de esta manera eliminar su sufrimiento, o llegar a descansar, pero en realidad no eliminaría el sufrimiento sino que se eliminaría a sí mismo. Alguien que no tolera vivir si le falta una cierta condición muestra con esto valorar más dicha condición que a sí mismo. Para Kierkegaard hay algo eterno en el hombre que no puede morir, y la desesperación es para él la imposibilidad de morir. Por esto el suicidio y la eutanasia, además de ser engañosos, son absurdos y perversos, ya que van contra lo que es esencial en el hombre.

    Los últimos dos capítulos de este libro tratan un tema que hoy se ha vuelto muy de moda y que hace un par de décadas todavía ocupaba un lugar marginal en las discusiones bioéticas: el respeto y la protección de los animales, que muchas veces es parte de un discurso más amplio que concierne al respeto del medio ambiente, pero que también tiene rasgos específicos –es decir, que la ética animalista no es un simple capítulo de la eco-ética–. En realidad, hay que reconocer que en su inicio histórico la bioética se presentó explícitamente como un discurso volcado a promover una actitud moralmente correcta entre las prácticas científicas del hombre y los seres que ocupan su medio ambiente –en particular los animales y hasta las plantas–, de modo tal que la bioética nació fundamentalmente como ética ambiental y ética animalista. Esto ocurrió en la obra de un teólogo protestante alemán llamado Fritz Jahr a partir de 1927, pero las circunstancias históricas adversas no permitieron la difusión de sus ideas. Sin embargo, constituye un mérito de este volumen el haber dedicado una mención adecuada a la obra de este autor –quien acuño el término mismo bio-ética– en el capítulo ya mencionado "La edificación humana mediante los animales", al cual vamos a dedicar una atención particular más adelante. De hecho, aunque muchos artículos y ensayos hayan sido publicados por lo menos desde 2000 sobre la obra de Jahr, ésta sigue siendo ignorada no sólo al nivel de la información general, sino también al de los escritos de muchos especialistas.

    El tema del respeto y protección de los animales ha engendrado posturas y movimientos extremistas que se suelen calificar como ideológicos y por esta razón es importante considerarlo desde un punto de vista crítico, es decir, someterlo a un análisis filosófico cuya tarea se reduce a dos cuestiones fundamentales: ¿en qué consiste?, y ¿en qué se fundamenta? Ambas parecen simples, pero sus respuestas implican consideraciones complejas y llegan a conclusiones controvertidas, como lo son las de estos dos últimos capítulos.

    En el ensayo de Leticia Valadez y Luis Guerrero, "Reflexiones en torno al respeto de los animales" se presenta inicialmente un cuadro sociocultural del debate y la multitud de preguntas que ha ocasionado, y se pasa después a exponer las ideas de dos filósofos que han destacado en la defensa de los derechos de los animales: Peter Singer y Martha Nussbaum. Las posturas del primero son conocidas desde hace mucho tiempo y descansan en una forma especial del utilitarismo que se puede resumir diciendo que: en lugar de afirmar la máxima de que se debe de procurar el grado más alto de placer al mayor número de sujetos, se afirma que se debe garantizar el nivel más bajo de dolor al mayor número de sujetos. Hasta aquí se trata simplemente de una inversión lógicamente directa del principio utilitarista implicado por el hecho de utilizar el concepto de dolor que es el opuesto de placer. Sin embargo, este cambio es más sutil ya que influye mucho sobre el significado de sujeto. En el lenguaje tradicional del utilitarismo los sujetos son entendidos como seres humanos, mientras que en el planteamiento de Singer son todos los seres que pueden experimentar dolor o sufrimiento. El evitar el sufrimiento se convierte, por lo tanto, en el imperativo ético fundamental y esto influye también sobre la manera de concebir la muerte; no es la muerte en cuanto tal, sino el sufrimiento que produce el miedo de morir o la manera de ser matado lo que es éticamente relevante. De este planteamiento se desprende fácilmente, por ejemplo, la justificación ética de la eutanasia y el aborto. A veces se intenta combatir estas últimas conclusiones aportando evidencias científicas de que el feto es capaz de sufrir y hasta de intentar escapar a la muerte cuando están abortándolo, pero con esto se acepta implícitamente tomar la capacidad de sufrir como medida de moralidad y aquí está el punto esencial: con base en dicha capacidad se dirá, por ejemplo, que proteger la vida de un ratoncito es una obligación moral superior a la de proteger la vida da un feto humano de pocas semanas. Pero ésta no es una consecuencia que espanta a Singer, al contrario, es lo que él explícitamente acepta para extender al trato hacia los animales las características éticas que nos hemos acostumbrado a proponer para las relaciones entre seres humanos. No hay razones –afirma– para privilegiar una especie respecto a las demás, se trataría de un especismo arbitrario aunque se trate de la especie humana. El principio de igualdad que (nota Singer reanudándose a Bentham) es básico en la ética y se reduce a considerar iguales a todos los que son capaces de sufrir, nos obliga a considerar iguales, desde el punto de vista ético, hombres y animales no humanos. Son las tesis desarrolladas en su libro de 1975, Liberación animal.

    La naturaleza ontológica de los sujetos, que se ignora en la postura de Singer, recibe consideración en la posición de Martha Nussbaum desarrollada en su teoría de las capacidades, directamente inspirada por las ideas del economista Amartya Sen. Se trata de un problema de justicia: la justicia exige que cada ser humano pueda florecer desarrollando en su existencia el particular conjunto de fuerzas, dotes y capacidades que le tocaron en su constitución y cuya imposibilidad de expresión equivale a una privación de libertad, contra la cual se debe de luchar en

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