Testamento vital
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Testamento vital - José Carlos Bermejo Higuera
Testamento vital
Diálogo sobre la vida,
la muerte y la libertad
José Carlos Bermejo
Rosa María Belda
INTRODUCCIÓN
Humanizar el morir pasa por muchos registros y es un reto deseado por toda la humanidad. Así como hemos crecido en conciencia de responsabilidad al inicio de la vida mediante la promoción del compromiso de la paternidad responsable, hemos de crecer también en conciencia y ejercicio de responsabilidad en el proceso del morir, tanto propio como de los seres queridos o personas confiadas a nuestro cuidado.
Uno de los modos de contribuir a esta «apropiación del morir» entendemos que es la promoción del «Testamento vital». Así lo hizo la Conferencia Episcopal Española, por ejemplo, que en septiembre de 1989 promovió una iniciativa –casi campaña– con la difusión de un texto en formato cartulina, apropiado para llevarlo en la billetera, con el título Testamento vital. Una iniciativa de los líderes de la animación de la pastoral de la salud con el aval de la Comisión de Pastoral de la Conferencia Episcopal. Una interesante iniciativa que todavía hoy hace que muchas personas llevemos dicho documento en nuestros bolsillos, reconociendo, como en él se dice, que la vida no es un valor absoluto.
Su origen procede de la Asociación de Profesionales Sanitarios Cristianos, que, en sus II Jornadas Nacionales, celebradas en Zaragoza en 1988, entre sus conclusiones manifestó la necesidad de la formación de los profesionales sanitarios en asuntos como la eutanasia y la muerte digna. Con el fin de hacer realidad esta propuesta, durante el curso 1988-1989 se realizó un Seminario de Bioética que reflexionó sobre el papel de los profesionales sanitarios ante la eutanasia y la muerte digna. Entre las propuestas finales de este Seminario se señalaron: 1) la necesidad de influir en las instituciones educativas y en la sociedad, utilizando los medios informativos, para que se aborde de una manera objetiva el tema de la muerte de los individuos como fin natural del hombre, desdramatizando esta situación humana; 2) pedir a las autoridades académicas que en los programas de formación de los profesionales sanitarios se dé una buena información sobre la atención a los enfermos terminales y sus derechos; 3) elaborar un protocolo para la atención de los enfermos terminales; 4) presentar un Testamento vital que promueva la buena muerte cristiana frente a otros documentos de voluntades previas que inducen a la eutanasia activa.
No falta quien mantiene sus dudas sobre el hecho de que la promoción del Testamento vital sea un camino humanizador. Hay quien piensa más bien que es una especie de «testamento de desconfianza»¹ en los profesionales que se ocuparán de nosotros si perdemos la conciencia o un camino abierto a la promoción de una cultura pro-eutanasia.
Lejos de esta opinión, a nuestro juicio, la conciencia de la propia finitud, el diálogo sobre la propia muerte, la indicación a familiares, amigos y futuros profesionales de nuestra escala de valores y los límites a los que estamos expuestos cuando la medicina se desliza a un paradigma biologicista y se convierte en tecnocracia es un modo noble de ejercer la responsabilidad y de humanizar el final de la vida y, por ende, el ejercicio de la medicina.
Ya Hipócrates, en su obra Sobre el arte, aconseja al médico que «mitigue el sufrimiento del enfermo, atenúe la intensidad de sus dolencias y desista de tratar a aquellos a los que les ha vencido su enfermedad, reconociendo ante tales casos la impotencia de la medicina». Para Hipócrates, el objetivo de la medicina es «disminuir la violencia de las enfermedades y evitar el sufrimiento a los enfermos, absteniéndose de tocar a aquellos en quienes el mal es más fuerte y están situados más allá de los recursos del arte [médico]». En estas latitudes europeas, quien se mueve en el mundo de la atención al final de la vida sabe que no es este el paradigma que impera. No por mala voluntad de los galenos, sino por el mismo dinamismo de la ciencia y la cultura de la que participamos todos: profesionales, pacientes, familiares…
A exorcizar miedos contribuyó mucho Pío XII en la famosa respuesta a un grupo de médicos que le planteó una pregunta sobre la supresión del dolor y de la conciencia por medio de narcóticos, cuestionando si está permitido al médico y al paciente por la religión y la moral (incluso cuando la muerte se aproxima o cuando se prevé que el uso de narcóticos abreviará la vida). El papa respondió: «Si no hay otros medios y si, en tales circunstancias, ello no impide el cumplimiento de otros deberes religiosos y morales: sí»². Pío XII respondió que si de ningún modo es querida o buscada la muerte del paciente, aunque se corra un cierto riesgo en el enfermo, es moralmente aceptable el uso de analgésicos a disposición de la medicina. Siempre preservando el principio de que «no es lícito privar al moribundo de la conciencia propia sin grave motivo».
Al referirse a la eutanasia, el Catecismo de la Iglesia católica hace referencia también al encarnizamiento terapéutico, distinguiendo y ahondando en una reflexión sobre los significados. En el n. 2278 dice:
La interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítimo. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el «encarnizamiento terapéutico». Con esto no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla. Las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y capacidad o, si no, por los que tienen los derechos legales, respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente.
Elio Sgreccia apoya este planteamiento de la siguiente manera:
Es necesario reconocer que, a primera vista, este procedimiento puede corresponder a cuanto fue dicho en la Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la eutanasia, donde se afirma: «Es siempre lícito contentarse con los medios ordinarios que la medicina puede ofrecer. No se puede, por tanto, imponer a nadie la obligación de recurrir a un tipo de terapia que, aunque esté en uso, aún no está exenta de riesgos o es demasiado onerosa». O también en el pasaje precedente, que afirma: «Es lícito interrumpir la aplicación de tales medios [los medios puestos a disposición de la medicina más avanzada] cuando los resultados defraudan las esperanzas puestas en ellos. Pero, al tomar una decisión tal, deberá tenerse en cuenta el justo deseo del enfermo y de sus familiares, así como el parecer de médicos verdaderamente competentes»³.
Al proponer este libro, que pretende contribuir a humanizar el final de la vida, no queremos hacer una exaltación de la autonomía de la persona, ni siquiera del principio de autonomía de la bioética moderna⁴. Nos situamos en línea con el Concilio Vaticano II cuando en la Gaudium et spes 27 afirma que los derechos y valores inherentes a la persona ocupan un puesto importante en la problemática contemporánea. A este respecto, el Concilio Vaticano II ha reafirmado la dignidad de la persona, y de modo particular su derecho a la vida. Por ello ha denunciado los crímenes contra la vida, como «homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado».
Este libro se propone, pues, recoger y difundir información sobre el Testamento vital⁵ de manera sencilla y clara; contribuir al conocimiento de su significado, de su potencial humanizador al final de la vida y a lo largo de ella; ayudar a reflexionar sobre nuestra condición limitada y ofrecer un recurso útil para quienes deseen abrir el debate en torno a la humanización del morir.
1
TESTAMENTO VITAL, VOLUNTADES ANTICIPADAS, INSTRUCCIONES PREVIAS
En el presente capítulo presentaremos qué es el Testamento vital, cómo se realiza, cuáles son sus objetivos y cómo está regulado en España. En capítulos sucesivos examinaremos el fondo de su significado, centrado en la humanización del proceso del morir y en el conjunto de las cuestiones éticas del final de la vida.
1. De entrada
En nuestro país no existe una tradición en el uso de las voluntades anticipadas. Esa falta de utilización se puede deber a que, en general, no existe una práctica extendida en la que el paciente tome parte en las decisiones acerca de los tratamientos en el curso de su enfermedad, bien porque prefiere que lo hagan otros, bien porque su decisión no habría diferido demasiado de esas decisiones.
Si bien es verdad que hay un marco normativo complejo en el que fundamentarse, hay que profundizar más en algunos aspectos. Por ejemplo, habrá que conocer mejor cómo viven los ciudadanos españoles la posibilidad de la muerte, cómo desean ser