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Profecía y poder: Un libro desconocido
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Profecía y poder: Un libro desconocido
Libro electrónico315 páginas4 horas

Profecía y poder: Un libro desconocido

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El libro de Isaías es el más extenso de la Biblia después de los Salmos, y supera la longitud de otros como Jeremías, Génesis y los libros de Samuel y Reyes. A causa de su riqueza teológica es, además, frecuentemente citado por el Nuevo Testamento con referencia a hechos de la vida de Jesús, y, por eso también, es tal vez el libro del Antiguo Testamento más presente en la liturgia católica, y en momentos importantes como el tiempo de Navidad, y la Semana Santa. Este estudio no pretende presentar el libro de Isaías en todos sus detalles. Sin desestimar las dificultades textuales, ni la capacidad de un lector exigente que requiere algunos argumentos para fundamentar las afirmaciones más importantes, está destinado al gran público culto, que no tiene la posibilidad de afrontar un estudio minucioso de los escritos bíblicos, pero acepta, o supone, que el libro de Isaías sea, probablemente, una obra literaria y religiosa importante. Procura redescubrir y poner de relieve, para ese público, los aspectos del libro de Isaías que justifican que sea recordado aún hoy, con independencia de su inclusión en los escritos de las Sagradas Escrituras de hebreos y cristianos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 jun 2024
ISBN9789876265676
Profecía y poder: Un libro desconocido

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    Profecía y poder - Horacio Simian Yofre

    PREFACIO

    CÓMO LEER ESTE ESTUDIO

    El libro de Isaías es el segundo más extenso de la Biblia (66 capítulos) después de los Salmos (si se equipara cada salmo a un capítulo), y en capítulos supera la longitud de otros libros como Jeremías, Génesis y los libros de Samuel y Reyes.

    A causa de su riqueza de pensamiento, es, además, frecuentemente citado por el Nuevo Testamento para referirse a hechos de la vida de Jesús, y por eso también, es tal vez el libro del Antiguo Testamento más presente en la liturgia católica, en particular en momentos importantes como el tiempo de Navidad y la Semana Santa.

    Víctor Hugo (1802-1885), el gran escritor francés del siglo XIX, en el capítulo II de su estudio Vida de Shakespeare (1864), escrito durante su exilio en Inglaterra, sitúa a Isaías en el club exclusivo de los genios de la literatura occidental, las cimas de las cimas –como escribe– y lo pone en la muy honorable compañía de Homero, Job, Esquilo, Dante, y, por supuesto, Shakespeare, pero ninguno más.

    Este estudio no pretende presentar el libro de Isaías en todos sus detalles, una tarea que corresponde más bien a los comentarios. Como muchos otros, también yo he contribuido, hace años, a la lectura de Isaías con un comentario en castellano, de fácil lectura, que incluía mi propia traducción comentada de todo el texto de Isaías. Recientemente, he dado a los editores un comentario amplio, técnico, fruto de muchos años de estudio y enseñanza en el Pontificio Instituto Bíblico, del Libro de Isaías, destinado, más bien, a los estudiosos de la Sagrada Escritura.¹

    El tenor de este libro se sitúa de algún modo entre los otros dos estudios mencionados: es un estudio que no desestima las dificultades textuales, ni la capacidad de un lector exigente, que requiere informaciones y algunos argumentos para fundamentar las afirmaciones más importantes. El destinatario ideal de este estudio es, por eso, el gran público culto, que no tiene la posibilidad de afrontar un estudio minucioso de los escrito bíblicos, pero, supone y acepta que el libro de Isaías sea, probablemente, una obra literaria y religiosa muy importante. Sin embargo, Isaías, como los grandes clásicos citados, no permite una fácil lectura, y así, también el lector culto renuncia a ella.

    Se procura, pues, redescubrir y poner de relieve, para ese público, los aspectos del libro de Isaías que justifican que sea recordado y estudiado aún hoy, con independencia de su inclusión en los escritos de las Sagradas Escrituras de hebreos y cristianos (la Biblia).

    Este estudio no ofrece, sino raramente, explícitas reflexiones es-pirituales, pero sí intenta que se manifieste la riqueza de pensamiento que el libro de Isaías contiene, que cubre muchos aspectos de la cultura religiosa y laica.

    Es indiferente que el lector de este estudio y de Isaías sea o no cristiano, creyente, indiferente o ateo. La riqueza de la Odisea la percibe el atento lector moderno, aunque no haya sido iniciado en los ritos de Eleusis. El libro de Isaías da para pensar, con independencia del credo o del ningún credo del lector. Este estudio pretende, pues, poner a disposición de los lectores interesados, aunque no sean estudiosos habituales de la Biblia, algunos de los pensamientos del libro de Isaías, y considerar los problemas con los cuales el libro se confronta.

    Para ayudar a los lectores menos familiares con los estudios bíblicos, el libro ha procurado un lenguaje fluido, no técnico, en cuanto es posible. Cuando algún concepto técnico era inevitable, se colocó un sinónimo de uso frecuente a su lado. Se ha renunciado a citar la lengua hebrea, pero no a explicar los matices de algunos términos importantes, que permiten apreciar el sentido y la riqueza del texto.

    El modo de argumentar en los estudios bíblicos es la comparación con otros textos, de los cuales se puede percibir el sentido de una frase, o las circunstancias de una situación. Por eso se citan numerosos textos bíblicos, lo cual ofrece al mismo tiempo una visión de su riqueza.

    Algunos textos de Isaías son presentados completos en traducción, que corresponde básicamente a mi traducción que aparece en la Biblia de la Conferencia Episcopal Española (Sagrada Biblia, Ma-drid, 2010) con los cambios requeridos por las diferencias entre el castellano de España y el de América.

    Pero es necesario tener siempre a mano una Biblia para leer los textos más importantes que solamente se indican pero no se citan. Para aligerar la tarea del lector, cuando se usa por primera vez el título de un libro bíblico, se escribe por entero (p. ej. Génesis), luego casi solamente con la abreviación (Gn).

    Al final de este prefacio, el lector encontrará la lista de las abreviaturas de los libros bíblicos mencionados y de algunas otras siglas que se usan sobre todo en las notas bibliográficas.

    Se ha reducido el número de indicaciones bibliográficas en notas. Sin embargo, en algunos capítulos más difíciles, se han conservado más referencias bibliográficas, la mayoría a libros o artículos en diferentes lenguas europeas. El lector no interesado podrá obviar la lectura de esas notas sin perder nada de la línea de exposición, y el lector curioso podrá notar que no estamos solos en una determinada interpretación.

    Terminología

    En este estudio usamos frecuentemente el título Señor para referirnos a Dios. Dios se usa pocas veces. La tradición hebrea no permite mencionar el sagrado nombre de Dios (JHWH), como se interpreta en el judaísmo a partir de la visión de Moisés en el desierto (Éxodo 3), en particular el v.14. Por respeto a esa tradición, usamos el tetragrama YHWH raramente, que transliteramos como Yahveh, y solo cuando parece necesario por la claridad del sentido. Habitualmente lo traducimos como el Señor o Señor, y dentro de los textos bíblicos aparece en versalitas SEÑOR. Otras tradiciones religiosas, al menos a partir del siglo XII, traducen YHWH con JEHOVÁ, apoyadas en argumentos filológicos.

    AT (Antiguo Testamento) y NT (Nuevo Testamento) componen la Biblia tal como la reciben las iglesias cristianas. Como el término Antiguo Testamento suena despectivo para la comunidad hebrea, se utiliza ahora cada vez más el término Primer Testamento, manteniendo Nuevo Testamento. Aquí usamos a veces el término Biblia Hebrea (BH) para designar descriptivamente todos los escritos bíblicos conservados en hebreo. La Biblia Cristiana incluye también escritos en griego del Primer Testamento y, por supuesto, todos los del Nuevo Testamento.

    Como siempre, v. y vv. significan versículo (o verso) y versículos (o versos). Cuando se añade al número una a o b, se refiere a la primera y segunda parte del verso (v. 4a; v. 4b).

    Abreviaturas de los libros bíblicos más citados


    ¹ El pequeño comentario apareció en la serie El mensaje del Antiguo Testamento, editado por la Casa de la Biblia, Madrid en 1995, reeditado en 1997 en el Comentario al Antiguo Testamento. El nuevo y extenso comentario debería ser publicado en dos ediciones y lenguas, italiano y eslovaco, en el próximo tiempo.

    INTRODUCCIÓN

    LA BIBLIOTECA DE ISAÍAS

    Parece útil hacer primero una presentación de conjunto sobre la génesis del libro, sobre sus posibles autores y grandes temas. En la segunda sección de este estudio, se procura ofrecer un estudio más detallado y fundamentado de algunos textos y temas más problemáticos y ricos, a los cuales se alude ya en esta primera introducción.

    El libro y su crecimiento

    Como ocurre con las obras clásicas de la literatura universal, en particular con las más antiguas y voluminosas, la historia de su nacimiento y crecimiento es compleja y discutida. Desde hace ya mucho tiempo, ningún estudioso o lector atento del libro de Isaías niega que haya en él materiales que pertenecen y responden a diferentes tiempos, trasfondos históricos, intereses teológicos e intenciones religiosas. Esos materiales están redactados, con frecuencia, en diferentes estilos y con diversos modos de expresión.

    El libro de Isaías ha sido considerado por los estudiosos europeos a partir del siglo XIX como constituido por tres grandes partes. Esta es una convención académica, práctica, continuada después por una larga tradición exegética. El texto original hebreo no establece una división de ese tipo, ni tiene un título para cada presunta sección, como no los tiene para cada capítulo. Esto ocurre con todos los libros de la Biblia. Los antiguos estudiosos, hebreos y cristianos (rabinos, Padres de la Iglesia, teólogos medievales), comentaban los libros bíblicos simplemente siguiéndolos, capítulo por capítulo y verso por verso, siguiendo el texto corrido. La división moderna en capítulos se atribuye a Stephen Langton, arzobispo de Canterbury, a comienzos del siglo XIII. Él muere en 1228.

    Las tres partes del libro fueron designadas por los estudiosos europeos, por lo menos a partir del siglo XIX, como Primer Isaías (capítulos 1-39), Segundo Isaías (capítulos 40-55) y Tercer Isaías (capítulos 56-66). En el curso de los años, sin embargo, la denominación influyó en el modo de interpretar el libro. Se comenzó a pensar así en tres autores sucesivos de las tres partes del libro. Solamente en los últimos, tal vez, cuarenta años, esa tendencia ha sido progresivamente abandonada y se impone, cada vez más, el estudio del libro de Isaías, con una cierta prescindencia de la identificación del autor literario, y en cuanto es posible, también del autor implícito, el personaje (Isaías) que puede aparecer en algunos textos hablando en primera persona.

    Con esta nueva tendencia en los estudios bíblicos coincide el casi total escepticismo frente a la concepción de los profetas como escritores de sus propios textos, sobre la base de notas de predicación que habrían elaborado antes. También se desconfía de la supuesta existencia de escuelas proféticas, vagamente imaginadas como escuelas de pensamiento, semejantes a las de los filósofos clásicos griegos, o a las que se formaron en torno a las grandes figuras de la teología medieval, y hasta, en los tiempos modernos, en torno a algún filósofo o grupo excepcional (Kant, Heidegger, Hegel, la Escuela de Fráncfort).

    No obstante, todos los puntos oscuros, diferentes estudios a lo largo de los siglos XIX y XX han dejado resultados que son hoy compartidos por una mayoría de estudiosos. A este manojo de se-guridades corresponden las siguientes afirmaciones.

    No se puede hablar del libro de Isaías como de un libro, pero tampoco como de tres libros preexistentes e independientes uno de otro, reunidos por razones editoriales, más o menos al azar, bajo el nombre de un personaje famoso, y menos aún de tres libros, de los cuales los dos más tardíos procurarían interpretar el primero.

    Es también improbable que se puedan individuar, en el curso de la reelaboración de múltiples redactores a lo largo de los siglos, secciones o versículos que se habrían mantenido tal como fueron pronunciados o escritos por un profeta.

    Tampoco existe un testimonio fehaciente sobre la presencia de discípulos de los profetas escritores, que los acompañaran y pudieran conservar y trasmitir las palabras del maestro, como en cambio está testimoniado respecto de las enseñanzas de Jesús, trasmitidas en un proceso que se puede reconstruir a grandes rasgos con relativa seguridad, y que concluye con la formación de los Evangelios. Alguna aislada mención de mis discípulos (en Is 8,16) podría significar los discípulos del profeta, pero es más probable que sea el mismo Señor (Dios) que se refiere a sus discípulos. Así, Is 50,4 presenta al Servidor sufriente como un discípulo del Señor.

    Los contactos entre las tres grandes secciones del libro de Isaías, y también entre capítulos diferentes en cada una de ellas, son tantos que, por una parte, obligan a reconocer una relación entre ellos, pero, por otra, ofrecen una casi ilimitada posibilidad de combinaciones, como muestran las montañas de tesis doctorales dedicadas al tema.

    A diferencia de cuanto ocurre con el tiempo reducido que cubre el NT, en el AT, en general, y en Isaías, hay una reducida presencia, si no una completa ausencia, de datos no bíblicos, ni hay otros datos culturales externos a los textos bíblicos, que ayuden a describir situaciones precisas y a reconocer a los personajes. Una excepción son los capítulos 36-39, que están en relación con la historia asiria, o menciones aisladas de personajes que la historia profana conoce. Los datos históricos más concretos que ofrecen los libros de los profetas son nombres de reyes, naciones o lugares, algunos de los cuales pueden hacer referencia a acontecimientos conocidos en el período de un profeta. Pero tal vez son solamente confusos recuerdos, o tradiciones populares sobre acontecimientos lejanos, que siglos después aún podían servir como ejemplos.

    Por eso, el estudio de los profetas se debe reducir casi exclusivamente al estudio de las expresiones del texto mismo, muchas de las cuales son, frecuentemente, ambiguas. La composición del libro de Isaías adquiere así importancia por su pensamiento. Es importante ver cómo un tema aparece, se conecta con otros, se desarrolla, se aplica a situaciones, al menos literariamente, diferentes, se contrapone a otros y cómo desaparece.

    La tendencia general de los estudios actuales, apoyada en buenos argumentos, es renunciar a dar un perfil biográfico de cada uno de los profetas y, en general, de los personajes bíblicos y de los autores de los libros. En línea con esta tendencia, este estudio habla de Isaías I, II, y III para designar, no tres autores, sino las tres grandes secciones del libro. Esta división no significa tampoco que el autor de cada una de las secciones sea uno solo, ni que el texto de cada una de esas grandes secciones sea homogéneo. Cuando en este estudio se habla del profeta Isaías, hay que pensar en el personaje literario de un texto, detrás del cual puede estar –o no– un personaje real.

    Si en este punto de la lectura, un lector se siente descorazonado por esta extendida e inevitable ignorancia sobre los autores y hasta sobre los personajes de los libros bíblicos, debe consolarse pensando que, del mismo modo, ignoramos casi todo sobre todos los personajes del lejano pasado, y nos quedan muchas lagunas sobre personajes mucho más recientes. ¿Qué sabemos de Homero, de Esquilo o de Aristóteles? Sin embargo, porque sus escritos, o los escritos que se les atribuyen, eran importantes, lo continúan siendo hasta el día de hoy. La ciencia experimental antigua es completamente reemplazada por la moderna, y queda solamente recluida en los museos, como patrimonio cultural de la humanidad. El pensamiento, en cambio, la literatura, la filosofía o la poesía no envejecen nunca.

    No suponemos, entonces, en este estudio, que haya tres, sino varios autores del libro de Isaías, uno de los cuales, el que da origen al nombre y al proceso de crecimiento del libro, puede haber sido un profeta Isaías de carne y hueso, que actuó en Jerusalén en el siglo VIII. Otra personalidad individual y diferente parece el autor de Isaías II, que nunca aparece con nombre. Es imposible identificar o siquiera imaginar un autor para Isaías III.

    De los posibles autores, por lo demás, no sabemos sino lo que se puede deducir de los escritos mismos. El recuerdo de la personalidad y doctrina del profeta Isaías pudo ser conservado con tanta devoción en la tradición de Jerusalén que, en el curso del tiempo, pareció justificado poner bajo su nombre también otros textos, anónimos, bellos e importantes, que se referían también a Judá y a Jerusalén, aunque algunos fueran ciento cincuenta, doscientos o doscientos cincuenta años posteriores. El proceso de formación del libro, en efecto, hubo de durar al menos tres siglos.

    Visión de conjunto del libro

    En general, no existe ninguna razón para considerar la totalidad del texto de Isaías 1-39 (Isaías I) como pseudoepigráfico, es decir, escrito por un autor desconocido, pero atribuido a un personaje de otra época, anterior o posterior al tiempo de los acontecimientos narrados, porque ese personaje era bien conocido y el libro ganaba entonces en autoridad. Es el caso de muchos escritos de lo que se llama el período intertestametario, entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Hay acuerdo, más bien, en que un núcleo importante del libro de Isaías I provenga de una persona física, un profeta de la segunda mitad del siglo VIII antes de Cristo, al cual designamos como Isaías de Jerusalén, que aparece en varios textos como la persona hablante, el yo. Qué signifique ser un profeta deberá quedar claro a lo largo de la exposición de los textos del libro.

    Los textos de Isaías I que se pueden atribuir con más seguridad a ese profeta Isaías de Jerusalén se encuentran principalmente en los capítulos 1-11 y en los capítulos 28-32. En la sección de oráculos contra diferentes naciones y pueblos (capítulos 13-23) hay también algunos textos que se pueden atribuir al profeta Isaías: los oráculos o discursos contra Asiria y contra Egipto, contra la nación filistea, contra Siria y Damasco, y contra los habitantes de Jerusalén misma corresponden al período en el cual el profeta habría actuado. Es menos probable, en cambio, y más difícil de explicar, que los discursos contra Babilonia, contra Tiro y Sidón, contra los pueblos árabes y contra Moab hayan sido pronunciados por ese profeta. Esas naciones no tenían ya, o todavía, en el siglo VIII el peso político, ni una relación importante de amistad o enemistad con la región de Judá (en torno a Jerusalén), que hubiera justificado dirigirse a ellas o siquiera hablar de ellas.

    Los estudiosos no suelen atribuir los capítulos 24-27 a Isaías de Jerusalén. La falta de coordenadas históricas no permite referirlos a ningún acontecimiento preciso. Eso establece una diferencia notable con aquellos textos del profeta Isaías que tienen presente una situación concreta. Los capítulos 24-27, sea para anunciar castigos o promesas, se interesan más por el universo (la tierra) que por la tierra de Judá. Los motivos literarios y el estilo empleado en estos textos son diferentes de aquellos atribuidos habitualmente a Isaías. Esos capítulos serían más bien posteriores al exilio en Babilonia, y habrían surgido, por tanto, casi doscientos años después de Isaías de Jerusalén.

    Menos acuerdo existe sobre los capítulos 33-35. Cada vez más se reconoce la estrecha relación del estilo de Isaías 35 con la segunda parte de Isaías. Los capítulos 34 y 35 forman una cierta unidad, y el capítulo 33 se aproxima más al estilo de ambos que al de los textos precedentes. Es verosímil, pues, aunque no sea opinión común, que los capítulos 33-35 pertenezcan a un período en el cual se insiste en la consolación de Israel y Judá y, al mismo tiempo, en el castigo del enemigo, personalizado en Esaú/Edom, el paradigmático hermano, enemigo de Jacob, padre de las doce tribus de Israel (véase Amós 1,11-12; Ezequiel 35). El autor no es necesariamente el mismo de Isaías II, sino alguien que ha asimilado su estilo. Ciertos rasgos de los capítulos 33-34 difieren decididamente de Isaías II. Por otra parte, la asociación del castigo cruel de Edom con las promesas para Israel se encuentra después, en modo semejante, en Isaías III (capítulo 63).

    Los capítulos 36-39 de Isaías, que ya hemos mencionado, retoman casi literalmente el relato de 2 Reyes 18,13-20,19. Es más verosímil que el texto del libro de Isaías dependa de los libros de los Reyes, y no al contrario. El texto de Isaías añade la oración del rey Ezequías (Is 38,9-20), que no figura en el libro de los Reyes.

    Los capítulos 40-55 (Isaías II) no pertenecen ya a la historia del profeta Isaías del siglo VIII, sino que se refieren al exilio en Babilonia después de la caída de Jerusalén (siglo VI). Es un texto fuertemente homogéneo. Esta homogeneidad sugiere que no haya sido compuesto en un largo período de tiempo ni por diferentes autores. Inclusive textos tan particulares por su tema, como los Cantos del Servidor del Señor, no difieren con el estilo de Isaías II de un modo tal, que supongan un autor diferente.

    Los capítulos 56-66 (Isaías III), finalmente, muestran también rasgos de composición en diferentes momentos y/o por diferentes autores, y con diversas posiciones respecto de temas particulares. Los capítulos 60-62 se asemejan claramente a Isaías II, tanto por su tema, la restauración de Jerusalén, cuanto por su estilo. Los otros capítulos, en cambio, reflejan inquietudes diversas de las del tiempo del exilio y del primer postexilio, y por ello es necesario atribuirlos a otro u otros autores. Esta tercera parte del libro se refiere a la situación del pueblo hebreo en Jerusalén durante el exilio y después de él (en los siglos sexto y quinto).

    Como hemos dicho, los autores de Isaías II e Isaías III no son identificables en absoluto. Los textos proféticos y el libro de Isaías deberían, pues, ser concebidos como cada uno de los Evangelios, en los cuales la palabra de Jesús es relatada por un Evangelista, persona individual que refleja las enseñanzas recibidas por una comunidad creyente y sus problemas. Del mismo modo, los textos de algunos profetas que han predicado tal vez fueron retenidos por algunos de sus seguidores, y finalmente elaborados por un redactor o por sucesivos redactores hasta llegar al libro actual. Muchos textos proféticos, en Isaías II, sin embargo, aparecen como producto de un único autor, desde el comienzo hasta el final, y como trabajo de escritor más que de predicador.

    El personaje que da el nombre al libro: Isaías de Jerusalén

    Aunque hayamos renunciado en principio a reconstruir una vida del profeta Isaías, parece legítimo y útil recoger los pocos indicios que quedan, para imaginarnos una personalidad de carne y hueso.

    Teniendo en cuenta la cronología propuesta por el redactor final del libro en Is 1,1, y la información de Is 6,1, es razonable afirmar que la actuación del profeta Isaías se desarrolla en Jerusalén, entre el 740 a.C., año probable de la muerte del rey Ozías, y el final del reinado de Ezequías, hacia el 687. Isaías habría sido entonces muy anciano para la época, sobre los 70 años.

    Isaías era probablemente muy joven en el momento de sentirse llamado a proclamar la palabra del Dios de Israel. La interpretación de Isaías 6 que presentaremos sugiere también que Isaías fuera uno de los jóvenes de la aristocracia de Jerusalén, educados en la corte y destinados a los oficios en ella. Su presencia en la corte es muy verosímil cuando pensamos en su lenguaje exquisito, en su familiaridad con el rey Acaz (véase Isaías 7), en la probabilidad de que Is 9,1-6 fuera un elogio del nuevo rey, Ezequías, con motivo de su coronación, en las esperanzas que Isaías nutría sobre Jerusalén, ciudad amada a pesar de su decadencia, y en la habitual y aristocrática moderación de sus denuncias y críticas. Así lo retrata el magnífico fresco de Miguel Ángel, en la Capilla Sixtina.

    La actividad de Isaías de Jerusalén cubre probablemente tres períodos. El primero es breve, cuatro o cinco años, desde la muerte del rey Ozías (740), durante el reinado de Iotam y hasta la muerte de este (735).² Es todavía un período de paz, en el cual el país goza de los resultados del exitoso gobierno de Ozías, que había dado a Jerusalén poder y riqueza. 2 Crónicas 26 describe con detalle la grandeza y el trágico final del reinado de Ozías. La misma situación de prosperidad favorecía probablemente la injusticia social y la corrupción cultural y religiosa. Varios de los oráculos de los capítulos 1 a 5 se pueden situar en este ambiente. Ellos se refieren en buena parte a la moral personal, a la ética del estado, y a la corrupción del culto. En los capítulos 2 y 3 se nota además la creciente amenaza del poder extranjero, en forma de bienes y de influjos culturales (magia y adivinación), que llevará finalmente al sometimiento del país en tiempos del rey Acaz.

    El segundo momento histórico importante que le toca vivir a Isaías es la crisis siro-efraimita (734-733). Siria y Efraím (Israel del norte) buscan aliados para resistir al poder hegemónico de Asiria. Ante la negativa de Judá (Israel del sur) de participar en la coalición, deciden llevar la lucha primero contra el país hermano, imponer allí un gobernante favorable a sus planes, y continuar luego con la estrategia planeada.

    El rey Acaz, contra el parecer de Isaías, que con agudeza prevé los riesgos implicados por la presencia de un aliado poderoso en la propia tierra, llama en su ayuda a

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