Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Infección de la Tierra: Camino de la muerte
Infección de la Tierra: Camino de la muerte
Infección de la Tierra: Camino de la muerte
Libro electrónico664 páginas9 horas

Infección de la Tierra: Camino de la muerte

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Johnny Standar es un sobreviviente que, desafortunadamente, lucha por su vida en medio de un apocalipsis zombi, haciendo lo necesario para sobrevivir sin importarle quien resulte afectado por sus acciones, ¿pero así es como él quiere vivir? Tras un incidente que ocurre en una comunidad, Johnny es rescatado y aceptado por un grupo de sobrevivient

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento14 may 2024
ISBN9781685747565
Infección de la Tierra: Camino de la muerte

Relacionado con Infección de la Tierra

Libros electrónicos relacionados

Ciencia ficción para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Infección de la Tierra

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Infección de la Tierra - Gunnar Fernández

    Portada de Infección de la Tierra: Camino de la Muerte hecha por Gunnar Fernández

    Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright, excepto breves citas y con la fuente identificada correctamente. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    El contenido de esta obra es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente las opiniones de la casa editora. Todos los textos e imágenes fueron proporcionados por el autor, quien es el único responsable por los derechos de los mismos.

    Publicado por Ibukku, LLC

    www.ibukku.com

    Diseño de portada: Ángel Flores Guerra Bistrain

    Diseño y maquetación: Diana Patricia González Juárez

    Copyright © 2024 Gunnar Fernández

    ISBN Paperback: 978-1-68574-755-8

    ISBN Hardcover: 978-1-68574-757-2

    ISBN eBook: 978-1-68574-756-5

    «Les agradezco a todos mis lectores por estar aquí en el inicio y por quedarse hasta mucho después del final»

    Índice

    LOS SOBREVIVIENTES

    DÍA 1

    DÍA 2

    DÍA 3

    DÍA 4

    DÍA 5

    DÍA 6

    EL CAPITÁN

    AGRADECIMIENTOS

    LOS SOBREVIVIENTES

    Caos, una palabra que describía perfectamente el estado actual del mundo. Muerte, no solo para las personas y los monstruos, también para la sociedad, para la naturaleza, y para la moralidad. Soledad, el problema por el que estaba pasando, pero para mí era mejor contar conmigo que contar con los demás, sin embargo, extrañaba la compañía. No quería estar solo para siempre.

    Unos cuantos meses fue todo lo que se necesitó para que el mundo se fuera al carajo. Ya no existía la sociedad, la política, y me arriesgaba a decir que, en unos años, la humanidad, eso si esto continuaba su curso. Los recursos iban aminorándose, cada vez era más difícil sobrevivir, más todavía estando solo. Extrañaba a mi familia, pero sabía que no volvería a verlos, nunca. Solo quedaba yo. Solo yo.

    Sentado en el piso, comía una bolsita de papas rancias que caducaron hace tres meses. La alternativa era comer un burrito de microondas, y no tenía ningún microondas, solo varias herramientas de un taller, un rifle, mi cargamento de pertenencias y mi increíble personalidad. El coche reposaba en el jardín trasero después de haberlo manejado por más de tres horas, no sabía que haría con el asunto de la gasolina, no planeaba quedarme atrapado en medio de la carretera, o peor aún, queriendo escapar de los infectados.

    Al acabarme las papas, me levanté del suelo y fui a preparar mis cosas. Mañana seguiría conduciendo hacia Orlando, la fortaleza Frankish era mi objetivo, eso si de verdad eran reales los carteles de ayuda. Los zapatos que usaba ya estaban desgastados y mi ropa no era la más decente, pero al menos tenía mi reloj plateado. He viajado a seis tiendas de productos y todos estaban vacíos, les saquearon hasta los focos, ¿quién carajos roba focos?

    Los celulares dejaron de funcionar desde que desconectaron todas las líneas telefónicas y se cerraron las plantas eléctricas. De no ser porque viajaba con una linterna y varias baterías de repuesto, viajaría a oscuras en la noche, arriesgándome a ser atrapado por los monstruos. He visto con mis propios ojos como estas criaturas se comían lo que fuera: personas, animales, insectos. ¡Todo lo consideraban su alimento! Fue un pánico la primera vez que los infectados dieron paso hacia el mundo, y desde ese momento todo cayó en picada. Los habitantes, los policías, el ejército, ninguno de ellos logró detenerlos. Yo vi el origen de ese parásito desde su primera aparición y hasta su propagación. Incluso vi a la Infección Bravo y Delta.

    Caminé por el jardín y me dirigí hacia el carro mal estacionado sobre la cera. Hace un año me hubieran puesto una multa, pero eso ya solo era el pasado. Muchas personas se rindieron las primeras semanas de la pandemia, miles prefirieron morir en vez de vivir en este infierno. No los culpaba. Era difícil sobrevivir, más cuando todo parecía que estaba en tu contra y que en cualquier momento te mataría un infectado. Millones de humanos murieron, solo unos cuantos son los que permanecen en pie, incluyéndome a mí.

    Cuando abrí la cajuela de mi carro, revisé que el cargamento estuviera completo. Eran veinte cajas de cartón, cada una con veinticuatro frascos enormes rellenos de mi bebida especial. A pesar de que parecía mucho a primera vista, solo me dudarían dos años. Tres con suerte. Yo no viviría mucho tiempo, ya lo sabía. Lo que me puso triste no fue el que no tendría una vida larga por delante, sino que el sacrificio de todas esas personas que me ayudaron habrá sido en vano.

    —Bueno, seis horas más y podré irme de esta asquerosa ciudad.

    Tomé una de las docenas de frascos y me la llevé conmigo. Cerré la puerta de la cajuela y me aseguré de que las demás también lo estuviesen con llave. Una vez casi robaron mi coche una pandilla, pero fracasaron cuando los amenacé con el rifle. Se fueron corriendo más rápido que los corredores caníbales. Hoy en día, si no te ayudabas tú mismo, nadie lo haría por ti. Todo el mundo está demasiado ocupado sobreviviendo para ser solidario. Yo quería ayudar, lo malo de eso es que me arriesgaba y arriesgaba mis pertenencias. A veces, pasar desapercibido era lo mejor que se podía hacer.

    Revisé la hora: las doce de la noche. No era hora para estar despierto, se necesitaban todas las fuerzas para estar activo durante el día. Un error en un mal momento bastaba para perder cosas importantes, como el tiempo, tus cosas o la vida. Regresé al taller que quedaba al otro lado de la calle, dándome una buena vista para vigilar mi automóvil por si volvían a intentar robarme. Acomodé la sábana sobre el suelo y me recargué lo mejor posible en ella, aun cuando yo amaneciera con un dolor de espalda. Luego de acostarme, no pude dormir por casi diez minutos. Pensé en Zoe, mi hermana. En Steven, mi padre. En Andrew...

    •••

    El sonido de un cristal roto me despertó de golpe. Me levanté de un salto y revisé que no se tratara de las ventanas del taller, pero cuando me di cuenta de que no era eso, me alarmé todavía más. ¡Mi auto! Tomé el rifle y salí corriendo al balcón para tener una vista panorámica de la situación. Recargué el arma y apunté hacia afuera.

    Eran dos personas, un hombre adulto y un adolescente. El hombre era de piel morena, de estatura media casi igual que yo y tenía una gran barba. El joven era blanco, rubio y más pequeño que el señor. El hombre rompió el cristal de la ventana del conductor y se metió para abrirle al joven. Apunté hacia la banqueta y posicioné el dedo sobre el gatillo. Iba a ser un tiro de advertencia para que salieran de mi coche, pero justo cuando me disponía a hacerlo, vi lo que estaba pasando.

    Ellos no solo estaban robando, estaban escapando. De los dos lados de la calle venían grupos gigantes de personas. No personas: infectados. Se trataba de dos hordas de infectados que perseguían a las personas, pronto se uniría una con la otra y los rodearían, y cuando eso sucediera, llegaría su fin. El hombre buscó mis llaves en el interior del auto, pero no las encontró ya que yo las tenía. Los infectados eran lentos, solo quedaba menos de un minuto para que pudieran hacer otra cosa.

    Podía bajar a ayudarlos, quizás darle las llaves de mi carro para que escapasen, pero todas mis cosas estaban allí dentro y tampoco me iría a ciegas a mitad de la noche, arriesgándome a que algo me pasara. También desconocía si uno de los dos tenía un arma, si bajaba podrían matarme y quedarse con todo. Como no pudieron encender el carro y los infectados ya los habían rodeado, ellos quisieron entrar a uno de los departamentos abandonados del piso de enfrente. No les funcionó y solo perdieron más tiempo.

    Los infectados ya habían llegado con ellos y los atacaron con las uñas y dientes. El adulto usó un martillo para defenderse y defender al chico, suponiendo que él fuera su hijo (que, a decir por el físico, no se parecían). Él peleó contra las criaturas, distribuyendo golpes a la cabeza a los que se les acercara. No iba a poder contra todos él solo, no sin mi ayuda. No sabía si ayudarlos o permitir que ellos murieran. Podía matarlos a los dos de un disparo en la cabeza, ahorrarles el dolor cuando se los comieran, pero entonces miré al niño, ¿en serio iba a ser tan cobarde para no hacer nada?

    El adulto agarró al joven del brazo y lo llevó de nuevo al coche, solo que esta vez no entraron a este, ellos se subieron al techo donde no pudieron ser alcanzados. Un infectado casi mordió el tobillo del adolescente, pero él le dio una patada que lo tumbó boca arriba. Los dos estaban sin manera de escapar, la horda ya estaba alrededor del carro, tratando de agarrar las piernas de las personas. Yo podía ayudar. Muchos me abandonaron, perdí amigos y familiares. No quería ser otro egoísta en el mundo, al menos no si tenía la posibilidad de salvar vidas.

    Bajé del balcón y abrí la puerta del taller. Ya estando afuera, jalé el gatillo y la bala salió volando hacia una de las cabezas de los infectados. El ruido y el caer del cuerpo llamó la atención. Las personas me vieron con sorpresa, mientras que la horda fijó su atención en mí y me persiguieron. Disparé a los infectados a la vez que caminaba hacia la calle, abriendo un camino para que ellos pudieron bajar del carro. Los que se me acercaron mucho los empujaba o pateaba.

    —¡Entren ya! —les grité—. ¡Ahora!

    No tuvieron que pensarlo mucho para bajar del coche y comenzar a correr hacia mi ubicación. Yo los protegía con el rifle y el hombre protegía al chico con el martillo. En varias ocasiones estuvieron a punto de morderme, pero yo reaccionaba rápido para que no me atraparan. Este era el riesgo que he querido evitar desde que el apocalipsis empezó. El dúo ya había llegado a medio camino cuando un infectado agarró al chico y de un jalón lo derribó al suelo.

    —¡RYAN!

    El hombre se regresó a por el joven, asustado de que lo hubieran agarrado. El chico usaba sus manos para alejar la boca del infectado a su piel, pero más de ellos se acercaron a él aprovechando que estaba vulnerable. El adulto tacleó al infectado para salvar a su hijo, después lo levantó con su ayuda y lo abrazó mientras corrían para protegerlo de los monstruos. Entonces ocurrió lo peor, uno de los infectados logró morder al hombre en el brazo izquierdo.

    —¡PAPÁ! —gritó asustado el chico—. ¡NOOO!

    El hombre intentó librarse del infectado, pero el infectado se había aferrado a él, incrustando sus dientes en la carne. La sangre empezó a brotar por su manga, ya estaba infectado. Yo le disparé en la cabeza al mordedor, matándolo para que el hombre pudiera liberarse y seguir corriendo. Los dos entraron al taller a toda prisa y yo cerré la puerta con seguro. La horda quedó afuera donde no pudieran alcanzarlos, solo que ellos golpeaban la puerta para derribarla, sin embargo, sin importar cuantos fueran, no iban a conseguirlo.

    El hombre se desplomó en el piso, aún estando en estado de pánico al haber sido mordido. Su hijo estaba muy asustado, su padre estaba muriendo. La mordida fue profunda, imposible de sanar. El daño ya estaba hecho. La sangre del adulto continuó exportando de la herida sangre contaminada. Yo me acerqué a ellos para observar más de cerca, el hombre tenía unas horas de vida, solo que el dolor lo estaba torturando.

    —¡Ayúdalo! —me suplicó el chico—. ¡Hay que ayudarlo!

    —¿Pero cómo? No hay nada que yo pueda hacer. —El hombre apretaba los dientes para resistir el sangrado.

    —Córtalo —dijo el hombre con urgencia—. Debemos cortarlo para que no se expanda más.

    —¿Cortarlo así sin más? No podrías sobrevivir sin anestesia.

    —¡Córtalo! —gritó—. ¡Solo cortarlo!

    Miré nervioso al chico. Ambos no podíamos creer la petición del hombre, cortar su brazo podría detener la infección, pero el dolor sería inimaginable. Habría mucha sangre. Lo iba a intentar, hacer el esfuerzo de salvar su vida. Me quité mi cinturón y lo amarré alrededor del brazo mordido del señor para usarlo como torniquete. Corrí hacia el pizarrón donde guardaban las herramientas y elegí una sierra para cortar madera. Mi corazón palpitaba como loco, los golpes de los infectados en la puerta eran frenéticos y el hombre palidecía por cada segundo que pasara. Regresé con ellos con la sierra en la mano y la posicioné por encima de la mordida en el brazo izquierdo.

    —No querrás ver esto —le dije al chico. Él miró preocupado a su padre y luego se dio media vuelta. El hombre trató de controlar su respiración acelerada—. Esto va a doler. ¿Estás listo?

    —Hazlo. —Él cerró los ojos con fuerza y alejó su cabeza.

    Mis manos estaban temblando. Yo no podía ver hacia otro lado, debía tener la vista enfocada para el corte. No estaba creyendo lo que estaba por hacer. Si la infección de la mordida se extendía más allá del brazo entonces no habría salvación para el señor. «Puedes hacerlo», me dije a mí mismo, «puedes hacerlo». Aguanté la respiración, me armé de valentía y comencé a cortar.

    El hombre gritó de dolor cuando los dientes se incrustaron en su piel y fueron partiendo todo a su paso. Carne, nervios, hueso. Cortaba lo más rápido que podía, no me detuve sin importar cuanta sangre saliera y me salpicara en el rostro. El hombre movió su brazo porque no pudo resistir, así que con mi otra mano lo agarré de la muñeca y lo mantuve pegado al piso. Un charco rojo rodeaba la extremidad y gran parte del suelo. Seguí cortando como si fuera una tabla de madera hasta que su brazo se desprendiera del señor. El brazo cayó al charco de sangre.

    El hombre se desplomó inconsciente, se había desmayado. Lo había logrado, evité que la infección continuara más allá del brazo. Salvé al papá del chico. Yo estaba en shock, había sangre en todas partes. Inmediatamente me fui a una esquina del taller y vomité. La sangre también logró llegar a mi boca, por lo que también lo escupí. Me tomé un minuto para recuperarme y respirar, asimilar lo que hice y tranquilizarme. Cuando dejó de escuchar los gritos de su papá, el adolescente se volteó y se llevó una sorpresa al ver el estado del hombre. Las lágrimas habían salido de sus ojos y se deslizaron por sus mejillas. Él se acercó a toda prisa a su padre y lo agitó, pero él no reaccionó, no estaba respirando.

    —¿Está muerto? —me preguntó llorando.

    —No lo sé —dije mientras tomaba una cuerda de mi mochila—, pero hay que prevenir en caso de que no funcionase. —Caminé hacia el cuerpo del señor y me dispuse a amarrarlo a la pata de la mesa, pero el chico me detuvo.

    —¿Qué estás haciendo?

    —Nos protejo a ambos. Aún no sabemos si la infección consiguió llegar al resto del cuerpo. Solo me estoy asegurando de que no nos ataque si se llega a transformar.

    El niño no me permitió atar a su padre, así que lo moví a un lado e hice mi trabajo. Tomé el único brazo que le quedaba al hombre y lo amarré a la pata de la mesa, un medio de seguridad por si se convertía en un infectado. Jamás había probado cortar una extremidad donde la infección se adentraba en el cuerpo humano, para empezar, jamás me había dejado morder o visto a alguien hacer eso. Quizás solo fue una idea precipitada, pero podía funcionar.

    El chico volvió a dirigirse a su padre inconsciente, una idea que a mí me parecía terrible. Yo, por mi parte, me senté en una de las sillas para respirar aire fresco. Mis planes solo eran dormir hasta que amaneciera para seguir mi viaje, pero el destino tenía otros planes para mí. Si todo había salido bien, estaría agradecido conmigo por primera vez ayudar a otras personas. En caso de lo contrario, nunca más arriesgaría mi trasero por alguien más. Al final me levanté de la silla y empecé a subir las escaleras para ir al segundo piso.

    —¿A dónde vas? —preguntó angustiado el joven.

    —A limpiarme. Tú quédate abajo y grita si se presentan problemas.

    El chico no dijo nada. Yo subí los escalones, cerré la puerta con seguro y me desvestí en el piso de arriba. Fui dejando un rastro de pisadas sangrientas. Lo que pasó con el señor no era algo que deseaba volver a repetir. Pelear contra los contaminados era algo más sencillo, algo a lo que me había acostumbrado, pero eso no. Yo me iría al amanecer, sin importarme si el hombre sobrevivió o no a la mordida.

    Luego de limpiarme con una toalla húmeda, me cambié de ropa, tomé algo de agua para refrescarme y volví a bajar para ver cómo estaban las cosas. Con todo lo que estaba pasando, cuando me desperté no supe qué hora era. Ahora eran las cuatro de la mañana. Me tomé treinta minutos en hacer mis cosas en el piso de arriba y cuando bajé me encontré con el chico vendando el brazo de su padre con una manga de su camisa que había arrancado. Los golpes en la puerta habían cesado. Los infectados se habían marchado.

    La sangre en el suelo todavía no se había secado, cualquier persona que entrara al taller creería que hubo una carnicería. Los desconocidos no tenían nada, ninguna provisión, comida, mochila ni pertenencias. Yo me recargué de espaldas contra la pared y observé el estado del hombre con el brazo amputado. El señor todavía estaba muy pálido, pero no tanto como el brazo muerto que permanecía en el suelo. Agarré el bote de basura del taller y fui a echar la extremidad en eso.

    —¿Cómo sigue? —le pregunté al chico.

    —Está respirando —me contestó—. Perdió mucha sangre, pero se recuperará.

    —Lo veremos cuando despierte.

    El joven caminó hacia mí y se detuvo a unos cuantos metros.

    —Muchas gracias. No habríamos sobrevivido sin ti.

    —No debieron estar vagando por la ciudad. El exterior es peligroso si no se tiene cuidado, las hordas incrementan. Otra persona los habría dejado morir. —El chico se puso nervioso ante mi comentario—. ¿Cómo te llamas?

    —Ryan. Mi padre es Brandon. Y tú, ¿quién eres?

    —Soy Michael. Michael Chávez.

    El adolescente se sobó el antebrazo como una muestra de nerviosismo. Él no me preocupaba tanto, pero le tenía un ojo encima por cualquier cosa. Nos rodeó un silencio incómodo y Ryan quiso sacar conversación.

    —¿Estás solo?

    —Ahora no —le dije con una sonrisa falsa—. ¿Qué hacían allá afuera?

    —Sobrevivir. Perdimos nuestro hogar, a nuestra familia. Solo somos él y yo.

    —¿Tienes miedo?—Quién no lo tendría —expresó.

    —Yo me iré al amanecer, tengo que aprovechar la luz del día. Ustedes pueden quedarse en este lugar el tiempo que les plazca.

    —¿Podemos ir contigo?

    —No, no pueden —le negué con la cabeza.

    —¿Por qué no?

    —No quiero estar cuidando de un niño y un hombre que acaba de perder un brazo.

    —Los tres juntos tenemos más oportunidades de prevalecer. Puedo ayudarte, mi papá también puede.

    —Eso si no está muerto ya.

    —No lo está —se molestó.

    No me refería a esta compañía cuando hablaba de que no quería estar solo. Quería estar en un grupo donde todos fuéramos igual de fuertes y no tenga que ver por los demás como un hermano mayor. Llevarme a Ryan y a su padre me perjudicaba más que beneficiar, pero tampoco sería un cabrón con ellos. Perdieron todo al igual que yo.

    —Hay un poblado a unos kilómetros al norte —le recomendé—. Pueden abastecerse y pasar un par de días allí, al fin de cuentas casi nadie va. No hay muchas cosas de calidad, pero es mejor que nada.

    —¿Y tú a dónde irás?

    —A donde sea menos aquí. Tengo que mantenerme en movimiento hasta encontrar un lugar más seguro.

    —De acuerdo —dijo con un ligero asentamiento de cabeza, entristecido de no poder permitirles que me acompañaran—. Gracias por ayudarnos, Michael.

    Yo le mostré una media sonrisa y acepté el agradecimiento.

    —Deberías dormir un poco. Yo cuidaré de tu padre. —Ryan abrió la boca para negarse, pero yo seguí insistiendo—. No le haré nada a tu viejo. No le salvé la vida para matarlo después. Tú deberías descansar.

    El chico continuó dudoso. Él no quería separarse de su padre, pero entendió que si no dormía no tendría fuerzas para cuando regresaran a las calles. Ryan se acostó en la sábana para intentar descansar. Yo me sentía mal por todos los jóvenes y niños como él, teniendo que vivir en un ambiente hostil y peligroso, sin poder disfrutar lo que una vez fue la vida.

    Yo me senté en la mesa y le di un trago a mi botella que saqué del auto. Mi sangre se relajó y sentí que estaba en las nubes. La bebida me calmó, me hizo sentir relajado, aun cuando el mundo se estuviera yendo a la mierda. Los primeros meses fueron los más difíciles, el inicio de la era de los infectados. Me sorprendí de que no nos hubieran arrojado una bomba nuclear para destruir la ciudad.

    Estuve despierto la siguiente hora y media, Ryan dormía con frío, pero dormía. Brandon no mostraba señales de vida, lo que me empezaba a preocupar. No paniqueé, eso siempre lo empeoraba todo. La concentración siempre es la clave. En poco tiempo amanecería, yo me iría y todo esto lo dejaría atrás. No lo olvidaría, pero no sería una anécdota que contaría. En eso Brandon tosió con malestar, lo que me llamó la atención y provocó que Ryan abriera los ojos. Brandon estaba despertando.

    —Quédate detrás de mí —le ordené a Ryan.

    El chico se levantó del suelo y se puso atrás, alejado de su padre por si se había convertido en uno de ellos. Tomé el martillo del hombre que dejó en la mesa y me acerqué lentamente. Brandon abrió los ojos con dificultad y dejó de toser. Su piel recuperó un poco su color, pero las venas se remarcaban bastante, un dato que me puso a la defensiva. Cuando ya estaba a menos de cinco pasos de él, yo le hablé.

    —¿Brandon?

    Él volteó a verme con mucho cuidado.

    —Sí.

    —¿Estas bien? —pregunté sin soltar todavía el martillo.

    —De maravilla —contestó con sarcasmo. Su respiración era lenta, pero estable—. No estoy muerto.

    —Me sorprende.

    —Papá —le llamó. El chico estaba sonriendo por ver que su padre estaba vivo.

    —Estoy bien, Ryan. Tranquilo.

    El chico caminó hacia su padre, pero yo lo detuve al poner mi brazo en el camino.

    —Espera.

    —¿Qué pasa? —me miró desconfiado.

    La mano que sostenía el martillo me decía que tuviera cuidado. Aún estaba en peligro.

    —Voy a desamarrarte. ¿Confío en que no me atacarás al liberarte?

    —¿Por quién me tomas? ¿Un monstruo?

    —Hay muchos monstruos hoy en día.

    El hombre suspiró.

    —Te prometo que no intentaré nada raro.

    Después de que me contestara, yo le sostuve la mirada por unos segundos más. Me dirigí a él y comencé a desamarrar el nudo que lo ataba a la mesa. Al terminar, Ryan fue con su padre para abrazarlo. Yo les di su espacio, retrocediendo unos pasos hacia donde estaban mis cosas y mi rifle. También lo hice para evitar que se llevaran mis provisiones.

    —Creí que te perdía —le dijo—. Fue mi culpa lo que pasó.

    —Estamos a salvo, hijo mío. Mientras los dos sigamos juntos no tienes de qué preocuparte. —Él le dio un segundo abrazo y le acarició la cabeza—. Te debemos una.

    —Solo espero que hayan aprendido la lección. La ciudad es peligrosa si no se tiene cuidado. Ryan pudo hacer que ambos murieran.

    Luego de su abrazo, los dos se pusieron de pie. Brandon miró donde alguna vez estuvo su brazo derecho. Tomaría algún tiempo para que se curara a su totalidad, pero mientras tanto, sería más difícil enfrentar a los infectados con una mano. Si de por sí era complicado con el cuerpo completo, peor con una extremidad menos.

    —Ryan, ¿nos puedes dejar a solas un momento con...?

    —Michael —completé.

    —Michael.

    —¿Por qué? ¿Pasa algo?

    —No pasará nada. Solo quiero hablar con él.

    Ryan volteó a verme con indecisión. Algo no le agradaba. Yo tenía a la mano mi rifle por si ocurría algo malo. Ryan asintió ante la petición de Brandon y subió al segundo piso, dejándome a solas con su padre. Brandon estaba débil, acababa de pasar por un evento traumático y peligroso. El hombre se veía cansado. No muy viejo, pero sí agotado.

    —Eres muy joven para hacer lo que hiciste hoy —me comentó—. ¿Qué edad tienes?

    —Veintitrés años.

    —Yo tengo cuarenta y seis.

    —La edad es solo un número. Incluso un niño o un anciano hacen lo que sea para sobrevivir. Tu hijo debería dejar de ocultarse detrás de ti durante las peleas.

    —Agradezco que hayas salvado mi vida, pero no me vengas a decir cómo cuidar a mi hijo —me respondió con rigor—. Ryan es solo un muchacho, no arriesgaré su vida contra los infectados.

    —La mejor forma de proteger a tu hijo es enseñarle a protegerse.

    Brandon no reprochó mi consejo. A mí nadie me enseñó a defenderme de los infectados y las personas, así que tuve que ir aprendiéndolo sobre la marcha. Pero Ryan tenía la oportunidad de proteger a ambos si él sabía pelear. Brandon notó que mi mano recargada sobre la mesa estaba muy cerca de mi rifle y él sonrió.

    —No confías en mí.

    —No confío en nadie —le aclaré.

    —No te culpo, hay gente muy mala afuera, pero no todos somos así. No queremos problemas contigo. —El hombre dio un largo suspiro—. Has hecho lo suficiente por nosotros, sin embargo, sé que tú también tienes tu camino y prefieres estar solo. En cuanto me reponga nos iremos.

    —Bien —asentí.

    —Seguiré tu consejo, pero ahora es mi turno de yo contarte uno. La humanidad no está perdida si nos ayudamos entre nosotros, de otra forma, nos extinguiríamos.

    —Los infectados no traicionan —le mencioné—. Las personas sí.

    —Este tipo de vida no te salvará —me aseguró—. Puedes permanecer oculto del mundo el resto de tu vida o puedes vivir con personas que algún día darían todo por ti como tú por ellos.

    —Vives en una fantasía —me burlé.

    —Llámalo como quieras. Es tu elección lo que hagas con tu vida.

    Para acabar con la conversación, Brandon subió al segundo piso para reunirse con Ryan. Yo no sabía qué pensar al respecto sobre las palabras de Brandon. Las dos opciones que siempre existían y que yo pensaba en ellas. Vivir en soledad era más fácil, solo cuidaba de mí y yo me hacía responsable de mis actos. Estar con un grupo era más trabajo, más obligaciones y más determinación con las demás personas, pero tenía ciertos beneficios.

    Quería estar con las personas, solo que no confiaba en lo que el apocalipsis les hizo a los humanos. Los infectados eran cadáveres andantes cuyo único propósito era comer, por lo que cuando veía a uno ya sabía lo que quería. Pero una persona no puedes anticipar siempre sus movimientos. Estaba más seguro si vivía solo, sin depender de nadie. Yo sobreviviría, aun cuando no queden más humanos en la Tierra.

    El sol salió a la hora que predije, ya había amanecido. Yo tenía mis cosas listas para partir en cuanto estuviera preparado. Brandon y Ryan bajaron al primer piso, ambos un poco recuperados y más tranquilos. Al hombre ya no le dolía tanto la cortada de su brazo, solo le faltaba acostumbrarse a eso. Yo abrí la puerta del taller y la luz del día iluminó nuestro entorno oscuro en el cual pasamos la noche. El viento sopló en mi rostro y estaba agradecido de vivir un día más.

    Tomé mi mochila para ponérmela detrás de la espalda y agarré mi rifle, de paso me llevé unas cuantas herramientas del taller, podían ser útiles. Me asomé para ver si había presencia alguna de infectados, pero el camino estaba despejado. ¡Qué alegría! Ryan guardó en su bolsillo un cúter del almacén. Brandon se acercó a mí y me estrechó la mano.

    —Aquí es donde nos separamos.

    —¿A dónde irán?

    —No tengo idea —se encogió de hombros—. Lo principal es salir de Iowa, después ya veremos.

    Yo agarré el martillo de Brandon y se lo devolví.

    —Tengan más cuidado esta vez.

    —La tendremos —me prometió con una sonrisa para luego caminar de vuelta a la calle.

    —Buena suerte, Michael.

    —Igual tú.

    El chico caminó a la par de su padre y se dirigieron al sur, tomaron el lado derecho de la carretera que era el camino contrario a donde yo iba. Yo los estuve viendo por unos segundos como caminaban hacia el horizonte, los seguí con los ojos hasta que ya no los vi más. Ellos habían sido las únicas buenas personas que me había topado por todos estos meses que llevaba la era de infectados. Yo les salvé la vida sin pedirles nada a cambio porque eso era lo correcto.

    Sin Brandon y Ryan, yo tenía que continuar mi camino hacia la fortaleza Frankish, el refugio oculto. Me metí al coche y lo encendí, dejando en el asiento de copiloto mi mochila y mi rifle. Una vez que arranqué, tomé la ruta principal para salir a la avenida y así irme de la ciudad. Tardaría horas enteras y tendría que evitar a todos los infectados en la zona, pero quedarse era firmar mi contrato de muerte.

    La ciudad estaba desolada, ningún alma viva rondaba por las calles. Los pocos que quedaban debían estar ocultos al igual que yo. Había coches amontonados en las banquetas y otros destrozados contra las casas y edificios. Varios cuerpos mutilados descansaban sobre el cemento, algunos destripados, comidos o partidos en pedazos. Caminar por este cementerio era un auténtico horror, pasar por encima de personas muertas que no sobrevivieron a los monstruos o a sí mismos. Brandon y Ryan habrían acabado así de no ser por mí.

    Quedarme con ellos dos habría sido una decisión muy complicada. A veces el nudo emocional con las personas es lo que te conducía a tu fin, dar tu vida por algún cercano y así sucesivamente hasta que no haya más almas. Brandon no sobreviviría mucho sin un brazo y Ryan tendría que acostumbrarse a vivir solo, sin familia, pero siguiendo adelante, o podría estancarse en ese dolor y morir con él. Si los abandonaba los estaría condenando.

    Abandónalos...

    A nadie le importaba que yo fuera una buena o mala persona, lo moral ya no tenía relevancia. El único castigo solo lo daban los infectados si te alcanzaban. Pero yo nunca fui así, yo no abandonaba a la gente a su suerte. Yo era Michael Chávez, el hermano mayor que trabajó muy duro para pagar los estudios de su hermana. El que cuidó a su padre cuando enfermó. El que protegió a la familia cuando su madre falleció. No estaba en mi ser el abandonar, al menos no antes. El cambio estaba en mí, podía ser como el resto y poner mi vida por encima de las demás, o podía ser el ejemplo para salvar vidas inocentes cuando tuviera la oportunidad.

    Abandónalos...

    Después de lo que sucedió en la OMER, he estado viendo por mí mismo porque nadie más iba a cuidar de mí, pero yo tuve suerte, otros no la tenían. Yo iba a morir tarde o temprano, la pregunta era si solo me aislaría cuando eso sucediera o si estaría preparado para ese momento, entrenar a otros a sobrevivir. Enseñarles a proteger y a defenderse. Yo era Michael Chávez. Yo no abandono, no como Andrew. Tomé la primera vuelta en U y me regresé por donde vine.

    Aún estaba a tiempo de encontrarlos, a pie no pudieron ir muy lejos. Pasé a la siguiente velocidad para ir más rápido, cruzando a un lado del taller y avanzando por la ruta que tomaron el señor y el chico. Hubo uno que otro infectado que cojeaba por las calles, ninguna horda para mi suerte. Cuando ya había manejado por cinco cuadras en línea recta, pude observar a Brandon y a Ryan caminando por la banqueta. Yo bajé la velocidad hasta quedarme a su lado izquierdo. Los dos me miraron sorprendidos, más el joven al ver que se trataba de mí.

    —¿Les doy un aventón? —Ellos me sonrieron como respuesta y ambos se subieron al auto. El chico se sentó en la parte de atrás y Brandon de copiloto. Tuve que mover mis cosas para hacerle espacio.

    —Cambiaste de opinión.

    —Sí —dije mientras ponía el carro en marcha—. Me di cuenta de que ustedes necesitan de mí y yo de ustedes si queremos sobrevivir.

    —Bien dicho.

    —¿A dónde vamos?

    Yo lo miré por el espejo retrovisor y le sonreí.

    —A donde nos llevé la carretera.

    Sin más que decir, pisé el acelerador y comenzamos a dirigirnos al norte. Ninguno de nosotros sabíamos qué tan lejos llegaríamos con este viaje, pero haríamos nuestro mejor esfuerzo para no morir. Brandon, Ryan y yo, el inicio de un grupo extraño y peculiar, pero que podía funcionar. Relajé los músculos y manejé con el objetivo de irnos de esta ciudad. Los tres éramos sobrevivientes y afrontaríamos lo que se atravesara. El comienzo de algo nuevo.

    DÍA 1

    La luna llena era tan brillante que casi podía sentir que esto iba a ser una buena señal, pero no lo era. Una vida llena de asesinatos y robos era una vida que no tenía un buen propósito. Era una vida horripilante y el saber que sería así para siempre sería aún peor. Sobrevivir se convirtió en un mal hábito donde solo se puede pensar por uno mismo. Cuidar personas equivale a muchas cosas: más atención, más precaución y, lo más importante, más comida, cosa que ya no teníamos.

    No nos quedaba nada más que una camioneta y nuestras herramientas de travesía si queríamos seguir con vida. Me rasqué la barba un par de veces y pensé: «¿Qué tal si solo somos normales?», entrar en modo de paz, pero luego recordaba todo lo demás, cómo el apocalipsis había cambiado a todos, y no para bien.

    —Hey —me sacó de mi trance—, ¿te encuentras bien?

    —Sí —contesté.

    El asiento de la camioneta era algo incómodo y el espacio de dentro era algo apretado. Solo éramos dos hombres cualesquiera en el fin del mundo, Rafael y yo. Una comunidad nunca me había dado una buena señal. Ni siquiera nos acercamos a una, pero en verdad necesitábamos entrar.

    —¿Necesitas repasar el plan? —me preguntó.

    —No, no. Sé exactamente lo que tenemos que hacer.

    —Bien —se tranquilizó un poco—, esta es una oportunidad única.

    Él me dio unas palmadas en el hombro y se bajó de la camioneta con su mochila y su ametralladora. Yo me quedé solo unos segundos más para pensar, después también tomé mis cosas, las llaves de la camioneta y bajé del vehículo. Una vez que toqué el pasto, tuvimos una vista lejana del sitio: Axol. Ese lugar era una de las pocas comunidades de la que teníamos conocimiento. Nosotros habíamos vigilado por varios días a este grupo de personas que se habían asentado en una estación policial, llenos de muros, rejas, guardias y expolicías con experiencia. Sabíamos cuáles eran sus horarios de patrullaje, cuántos sujetos eran, y lo más importante, dónde se encontraba su almacén de provisiones.

    Ellos tenían mucha comida como para alimentar a cincuenta personas. Nosotros solo queríamos tomar un poco para nosotros, llevábamos algunos días sin comer. No podía negar que me sentía algo triste el tener que robarles, son sus provisiones, pero es Axol, era una comunidad sumamente protegida. Ellos no se preocupaban de los infectados ni por sobrevivir. Tenían todo servido en las manos y nosotros pensábamos que podrían recuperar esa comida que robáramos.

    —Johnny, no pienses en ellos —me comentó—. Necesitamos esas provisiones.

    —No pienso en ello —refuté—, solo no espero matar a alguien.

    Nos alistamos mentalmente y nos dirigimos por el bosque hacia la carretera que llevaba hacia Axol. Por alguna razón, ellos habían bloqueado el camino con troncos de árbol para evitar que un vehículo cruzara para el otro lado, como si la barrera que la comunidad tenía no fuera suficiente. Rafael y yo nos acercamos a la barricada de árboles. La primera fase del plan estaba en acción. Mi mejor amigo sacó de su mochila una bengala de color rojo y me volteó a ver. Si hacíamos esto bien, no solo tendríamos nuestra distracción, sino que conseguiríamos entrar y salir sin que nos detectaran.

    —Es hora de comprobar que esta madre funciona, ¿listo? —Yo asentí.

    Rafael encendió la bengala y la dejó caer sobre los troncos. Al poco tiempo, estos se empezaron a incendiar y segundo a segundo se esparció el fuego. Él y yo corrimos hacia el interior del bosque. El incendio fue creciendo de tal forma que podía ser visible para los guardias de Axol. Ambos nos acercamos en cuclillas por la parte trasera de la comunidad, justo por el área de los desechos.

    No había personas vigilando esta zona y no podía culparlos, ¿a quién rayos le gustaría vigilar la basura?

    Solo había una reja de alambres que nos bloqueaba el paso, sin embargo, nosotros ya veníamos preparados. Yo saqué de mi mochila un cortapernos y lo usé para hacer un hueco por donde pasar, no me tardé más de veinte segundos. Al terminar, volví a guardarlo en mi mochila y le extendí mi brazo derecho a mi amigo como cortesía.

    —Las damas primero —bromeé. Rafael solo me vio con una mirada seria y accedió en pasar primero.

    —Qué infantil eres.

    Pasamos con facilidad por el hueco y seguimos avanzando. El lugar no tenía mucha iluminación, ese sería su primer error. «La oscuridad es nuestra aliada y el sigilo es nuestra ventaja», ese era nuestro dicho. Axol era un lugar pacífico y sin mucho movimiento. Nosotros nos escabullimos entre las sombras y pasábamos por detrás de algunos guardias sin ser detectados. Los impermeables negros que llevábamos nos ayudaban mucho a camuflarnos con el entorno.

    Los dos entramos por la puerta de emergencia de su guarida principal sin hacer el menor ruido posible. Rafael mantenía su arma en alto por cualquier cosa. Fue entonces que nos topamos con un guardia distraído que estaba tomando un vaso de agua. Yo me le acerqué por detrás y lo rodeé con mi abrazo para asfixiarlo. Él intento gritar por ayuda, pero solo salió un ligero soplón de aire. El hombre quedó inconsciente a los pocos segundos y lo recosté en el piso. Fácil y rápido.

    Rafael se me adelantó y subió por unos escalones hacia el segundo piso. Yo fui detrás de él para respaldarlo y nos manteníamos alerta en caso de toparnos con otra persona. Luego de avanzar por varios pasillos, nosotros hallamos una gran puerta blanca y supimos que esta conducía al almacén de la comunidad.

    —Debe ser aquí —dedujo—. Tú vigila que no venga nadie.

    Mi amigo se agachó frente a la cerradura de la puerta y sacó nuestro hooligan, por otra parte, yo me di media vuelta, levanté mi arma con ambos manos y apunté al frente para protegernos. Rafael usó toda la fuerza de sus brazos hasta que por fin consiguió abrir la puerta. Él no se esperó ni un momento y entró apresuradamente. Yo retrocedí algunos pasos y giré de espaldas, maravillándome de todas las cosas que había en esa habitación. El almacén estaba dividido en repisas, y cada repisa venía dividida en productos alimenticios, suministros médicos y herramientas de trabajo.

    —Rápido, toma todo lo que quepa en tu mochila.

    Rafael y yo nos separamos y cada uno fue a rellenar su mochila con cosas importantes para nuestra travesía. Tomé varias latas de sopa, bolsas para hacer arroz y muchas botellas de agua. Rafael se fue más a por los medicamentos y las herramientas, no se nos olvidaba nada. Mi mochila terminó muy llena y hasta me costó trabajo cerrarla, y cuando miré a mi amigo, él se estaba comiendo una bolsa de bombones.

    —¿Quieres? —preguntó con una cara inocente cuando notó que lo estaba viendo—. ¿No?, bueno, tú te lo pierdes.

    Yo decidí esperarlo afuera del almacén y revisé mi reloj que llevaba en la muñeca izquierda, eran las once y media de la noche. De repente, mientras revisaba mi reloj, una pistola me apuntó a la nuca y yo me sorprendí. Me asusté al saber que un guardia me tenía en la mira.

    —¡Oh, mierda!—Suelta el arma —me advirtió el sujeto. Él prendió su radio que colgaba en su hombro derecho y se lo acercó a la boca—. Aquí Walker, tenemos un...

    Rafael llegó a tiempo y noqueó al sujeto, golpeándolo con su arma antes de que terminara de mandar su mensaje. El guardia cayó al suelo boca abajo y no se volvió a mover. Faltó poco para que nos descubrieran.

    —Problema solucionado.

    —Le metiste un buen golpe en la cabeza —me preocupé.

    —Al menos no lo maté.

    Él y yo decidimos dejar de hablar y comenzamos a escaparnos con el botín, pero en eso vimos por la ventana como el incendio se había vuelto tan grande que el humo negro se veía a una gran distancia. De seguro los expolicías estaban tan distraídos tratando de descifrar cómo se originó el fuego que no sabían de nosotros.

    Ambos quisimos salir por la misma puerta por la que entramos, pero un grupo de personas se habían acumulado allá afuera, por lo que iba a resultar imposible pasar desapercibidos. Nosotros corrimos en silencio en busca de otra salida y la encontramos momentos después: la ventana. Yo abrí una de ellas y salí del edificio de un salto y caí en cemento, rodando sobre mí mismo para levantarme. Rafael se tomó un poco más de tiempo, se acomodó su mochila y saltó de la ventana para después caer de pie, como si tratara de presumir.

    Evitamos a cualquier otra persona en el camino, nuestra salida estaba bloqueada por los ciudadanos, así que debíamos improvisar y buscar otra manera de escapar. Intentamos irnos por detrás de los edificios, pero de la nada comenzaron a encenderse todas las luces de la comunidad, dejándonos al descubierto de todo el mundo.

    —¡Ustedes dos! —nos llamó una voz a nuestras espaldas y nosotros nos detuvimos de golpe. Rafael y yo nos quedamos paralizados y nos volteamos a ver, sabiendo que estaban a punto de descubrirnos. Yo tomé mi arma con fuerza y me preparé para mi siguiente movimiento—. Dense la vuelta —nos ordenó.

    El guardia dio un paso hacia adelante y yo procedí a darme la vuelta con mi ametralladora. Yo le disparé en el estómago y este cayó al suelo con la sangre saliendo de su cuerpo, pero esto solo empeoró la situación ya que ambos escuchamos el grito de rabia de varios guardias que nos vieron y empezaron a dispararnos.

    —¡CORRE!

    Los dos nos dimos a la fuga con varias personas armadas de Axol persiguiéndonos y tratando de matarnos. Rafael tomó la delantera y dio vuelta a la izquierda entre los edificios, yo le fui casi pisando los talones y me asusté por todas las balas que rozaban mi cuerpo. Traté de contraatacar, pero no supe si le di a alguno por la adrenalina y la constante presión de ser asesinado. Entonces me pasó lo esperado: una bala me alcanzó y atravesó mi pierna derecha, causando que cayera al instante y rodara por el piso por varios segundos.

    —¡JOHNNY!

    Estrujé la cara por el dolor y abracé mi pierna herida con los dos brazos. La sangre que salía me lastimaba mucho, al mismo tiempo que me ardía el agujero que la bala abrió. Rafael corrió a mi rescate y dejó caer su mochila con los suministros robados, prefiriendo ayudar a su compañero en el suelo en vez de escapar con todo para él. Es muy estúpido, pero era lo que nos hacía amigos: preocuparnos el uno por el otro.

    —Te tengo, hermano —trató de tranquilizarme mientras intentaba levantarme—, no te dejaré.

    No pudimos dar más de tres pasos luego de ser rodeados por varios guardias de Axol, todos apuntándonos con una pistola. Uno de ellos le disparó a Rafael en el hombro y ambos caímos por la falta de equilibrio. Heridos y acabados, no podíamos hacer otra cosa más que rendirnos. Rafael soltó su arma y yo dejé a un lado la mochila. Era nuestro fin.

    Uno de los guardias se acercó a nosotros con una actitud enfadada sin dejar de apuntarnos con la pistola. Este hombre era alto y de piel negra.

    —¡¿Quiénes son ustedes?! —nos interrogó.

    Rafael y yo nos quedamos viendo y ninguno de los dos abrimos la boca. Sabíamos que nos matarían en ese momento. Esto molestó más al sujeto negro y he hizo una finta como si fuera a dispararnos.

    —¡Respondan, malditos!

    No teníamos una alternativa, pero se lo tuve que decir.

    —Johnny.

    —¡¿Johnny qué?!

    —Johnny Standar.

    Al escucharme, él pasó a apuntarle a mi amigo. Rafael me vio con una expresión de decepción.

    —¡¿Y tú?!

    —Rafael Torres.

    Sin apartarnos la vista, el hombre encendió su radio que llevaba en el mismo lugar que el resto y comenzó a informar a sus superiores, de todos modos, el plan resultó ser todo un fracaso y un sacrificio innecesario de esfuerzo.

    —Aquí Bruno, tenemos a dos ladrones que intentaron llevarse suministros del almacén. Sus nombres son Johnny Standar y Rafael Torres.

    —Bien —contestó una mujer por la radio—, mantengan la posición.

    —Avísenle al jefe —le comentó.

    Bruno dejó la radio y se acercó a sus colegas a hablar en secreto. Mi pierna me seguía doliendo mucho. Yo me imaginaba que sería peor, sin embargo, el ardor me molestaba bastante. El que si me preocupaba era mi amigo Rafael, que, al igual que yo, seguía sangrando.

    —Ustedes van a pagarla muy caro —nos amenazó—. Yo pido a este cabrón —se refirió a Rafael.

    Mi amigo se rio en tono de burla.

    —Buen intento, negrito, pero no lograrás asustarme.

    En respuesta de su comentario, Bruno le pegó en la cabeza varias veces con el mango de su pistola ocasionándole una abertura en la sien. Yo me enojé mucho y le grité para que se detuviera. Rafael ahora tenía una parte de su rostro sangrando y un moretón gigantesco.

    —¿Qué te pareció eso, tarado? —lo enfrentó al mismo tiempo que lo agarraba de la solapa. Rafael demostró ser más estúpido que yo y le escupió en la cara. Bruno lo soltó y se limpió con su antebrazo, seguido de eso, él le apuntó con la pistola en la frente. Él ya estaba furioso y harto de nosotros—. Eres un hijo de...

    —¡Alerta roja! —habló un sujeto por los comunicadores—, ¡tenemos una situación de infectados en la barrera!

    —¿Qué clase de situación? —preguntó inquieto.

    —¡Toda una horda, necesitamos apoyo de inmediato!Funcionó, el incendió funcionó mejor de lo que esperábamos y justo nos salvó en el momento exacto. El sujeto guardó su arma y se dirigió a los guardias que nos tenían rodeados.

    —Ya escucharon, andando.

    Dos de ellos nos quitaron las mochilas y nuestras armas, y luego nos esposaron a una tubería de agua. Después todos los guardias se fueron corriendo hacia la gran barrera de Axol, dejándonos solos y malheridos. Rafael soportaba el dolor al igual que yo y tratamos de limpiarnos las heridas, pero no serviría de nada sin un tratamiento médico... o casi médico.

    —Rafael, ¿estás bien?

    —Sí, no te preocupes —contestó con dolor—. ¿Y tu pierna?

    —Ya sabes que yo sanaré. ¿Ahora qué hacemos?

    —Este lugar se convertirá en un campo de batalla —me aseguró—, y nosotros no estaremos aquí para entonces.

    Ambos comenzamos a darle de patadas a la tubería con todas nuestras fuerzas. A lo lejos empezaron a sonar balazos y supusimos que era debido a los infectados. Axol estaba capacitado a sobrevivir a un ataque de una horda, por lo que no me preocupaba mucho al respecto. Rafael fue el que terminó el trabajo y consiguió partir la tubería en dos.

    Una vez liberados, Rafael me ayudó a librarme de las esposas y viceversa, recuperamos la fuerza y nos preparamos. No teníamos las ametralladoras, pero aún nos quedaban nuestros cuchillos escondidos debajo de la ropa, justo para emergencias.

    —¿Listo para escapar? —Yo asentí con la cabeza—. ¿Puedes caminar?

    —Sí, la bala atravesó mi pierna —le expliqué.

    Nosotros salimos de esa zona e iniciamos nuestro plan improvisado de escape.

    —Estuvimos tan cerca de lograrlo. ¿Qué vamos a hacer sin las provisiones?

    —Primero preocúpate por salir de aquí, ya luego veremos eso. —Él se guardó sus comentarios.

    —Vamos, tomaremos un vehículo.

    Toda la comunidad había quedado en estado de emergencia, la mayoría de los guardias se encontraban en la gran barrera acabando con los infectados. Rafael y yo corrimos hacia el estacionamiento de Axol en busca de un transporte que nos sacara

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1