Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El renacer de Marx: Nuevas interpretaciones y conceptos clave
El renacer de Marx: Nuevas interpretaciones y conceptos clave
El renacer de Marx: Nuevas interpretaciones y conceptos clave
Libro electrónico772 páginas7 horas

El renacer de Marx: Nuevas interpretaciones y conceptos clave

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Cuando el capitalismo pone en serios aprietos al planeta, volvemos la vista a Marx, redescubierto una y otra vez como el pensador que nos legó la crítica más penetrante y feraz. Y El renacer de Marx constituye probablemente la mejor introducción a la misma, la más actualizada y completa. Escrita en un estilo ameno y accesible por un grupo de especialistas de talla internacional, la presente guía temática recoge las interpretaciones contemporáneas más fecundas y sugestivas de la obra marxiana, y nos muestra las razones por las que esta es hoy más relevante que nunca. Una compilación, en suma, llamada a convertirse en herramienta indispensable, tanto para especialistas como para la nueva generación que se acerca, por vez primera, a la obra de Marx. «Poco sorprende que, en tiempos como los actuales, asistamos a un magno y renovado interés por Marx. ¿Pero qué Marx será el que resurja? Los ensayos aquí reunidos retratan a un pensador muy alejado de las ortodoxias de viejo cuño; en el proceso de esclarecer las interpretaciones heredadas en torno al trabajo, la lucha de clases y la revolución, revelan un intelecto indesmayable que lidia asimismo con la migración y la destrucción ecológica; la democracia, el nacionalismo y la guerra; las insuficiencias de género, identidad étnica y raza. El resultado es toda una revelación: un Marx para esta época». Nancy FraserGilbert ACHCARKevin B. ANDERSONRicardo ANTUNESPietro BASSOHeather A. BROWNAlex CALLINICOSJohn Bellamy FOSTERIsabelle GAROPeter HUDISSeongjin JEONGBob JESSOPMichael R. KRÄTKEMichael LÖWY Sandro MEZZADRAMarcello MUSTOMoishe POSTONERanabir SAMADDARRobin SMALLBenno TESCHKEMarcel VAN DER LINDENImmanuel WALLERSTEINAmy E. WENDLINGEllen Meiksins WOOD
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 may 2024
ISBN9788446055075
El renacer de Marx: Nuevas interpretaciones y conceptos clave

Relacionado con El renacer de Marx

Títulos en esta serie (59)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Ideologías políticas para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para El renacer de Marx

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    El renacer de Marx - Marcello Musto

    cubierta.jpg

    Akal / Cuestiones de antagonismo / 127

    Marcello Musto (ed.)

    El renacer de Marx

    Nuevas interpretaciones y conceptos clave

    Traducción: Ana Useros

    Cuando el capitalismo pone en serios aprietos al planeta, volvemos la vista a Marx, redescubierto una y otra vez como el pensador que nos legó la crítica más penetrante y feraz. Y El renacer de Marx constituye probablemente la mejor introducción a la misma, la más actualizada y completa.

    Escrita en un estilo ameno y accesible por un grupo de especialistas de talla internacional, la presente guía temática recoge las interpretaciones contemporáneas más fecundas y sugestivas de la obra marxiana, y nos muestra las razones por las que esta es hoy más relevante que nunca. Una compilación, en suma, llamada a convertirse en herramienta indispensable tanto para especialistas como para la nueva generación que se acerca, por vez primera, a la obra de Marx.

    «Poco sorprende que, en tiempos como los actuales, asistamos a un magno y renovado interés por Marx. ¿Pero qué Marx será el que resurja? Los ensayos aquí reunidos retratan a un pensador muy alejado de las ortodoxias de viejo cuño; en el proceso de esclarecer las interpretaciones heredadas en torno al trabajo, la lucha de clases y la revolución, nos revelan un intelecto indesmayable que lidia asimismo con la migración y la destrucción ecológica; la democracia, el nacionalismo y la guerra; las insuficiencias de género, identidad étnica y raza. El resultado es toda una revelación: un Marx para esta época».

    Nancy Fraser

    Marcello Musto, catedrático de Sociología en la York University (Toronto), es un autor cuyas investigaciones, en torno a Marx y los marxismos, gozan de reconocido prestigio. Publicado en más de una veintena de lenguas, entre sus últimos títulos vertidos al español figuran ¡Trabajadores del mundo, uníos! Antología política de la Primera Internacional (coord., 2022) y Karl Marx. Biografía intelectual y política, 1857-1883 (2022).

    Diseño de portada

    RAG

    Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

    Nota editorial:

    Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

    Nota a la edición digital:

    Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

    Título original

    The Marx Revival. Key Concepts and New Interpretations

    © Los autores, 2024

    © Ediciones Akal, S. A., 2024

    para lengua española

    Sector Foresta, 1

    28760 Tres Cantos

    Madrid - España

    Tel.: 918 061 996

    Fax: 918 044 028

    www.akal.com

    ISBN: 978-84-460-5507-5

    Prefacio del editor

    Un desprecio desdeñoso, una hostilidad desaforada, la marginalización en seminarios especializados, acompañada de un desdén altivo; la cooptación o el expurgo selectivo han sido algunas de las estrategias adoptadas por la intelectualidad acomodada, a lo largo de los años, para responder al desafío del pensador nacido hace doscientos años en Tréveris. Aun así, aquí estamos, en los comienzos de la tercera década del siglo XXI, y a veces se diría que las verdaderas ideas de Karl Marx nunca han estado tan presentes, o han suscitado tanto respeto e interés como ocurre ahora.

    Desde que estallara la última crisis del capitalismo en 2008, Marx se ha vuelto a poner de moda. Al contrario de las predicciones que se hicieron después de la caída del Muro de Berlín, cuando se le condenó al olvido perpetuo, las ideas de Marx son, una vez más, objeto de análisis, desarrollo y debate. Muchas personas han empezado a hacerse nuevas preguntas acerca de un pensador al que a menudo se le identificó equivocadamente con el «socialismo realmente existente» y al que, después de 1989, se dejó bruscamente de lado. Periódicos de prestigio y revistas de amplia tirada han descrito a Marx como un teórico de actualidad y de gran alcance. En casi todas partes es ahora objeto de cursos universitarios y congresos internacionales. Sus escritos, reimpresos u objeto de nuevas ediciones, han vuelto a los estantes de las librerías y el estudio de su obra, después de 20 años de un silencio casi total, ha tomado nuevo impulso, produciendo a veces unos resultados importantes y novedosos. En los años 2017 y 2018, este revival de Marx se ha intensificado gracias a numerosas iniciativas en todo el mundo relacionadas con el 150 aniversario de la publicación de El capital y con el bicentenario del nacimiento de Marx.

    Un hecho de especial valor para la recuperación general de la obra de Marx ha sido que se retomara nuevamente en 1998 la publicación de las Marx-Engels-Gesamtausgabe (MEGA²), la edición histórico-crítica de las obras completas de Marx y Engels. Ya se han publicado 28 volúmenes nuevos y hay otros en preparación. Estos volúmenes contienen nuevas versiones de algunas de las obras de Marx (como La ideología alemana), todos los manuscritos preparatorios de El capital entre 1857 y 1881, todas las cartas que envió y recibió durante su vida, y aproximadamente unos 200 cuadernos que contienen extractos de sus lecturas y las reflexiones a las que daban lugar. Estos últimos conforman el taller de su teoría crítica, mostrándonos el complejo itinerario de su pensamiento y las fuentes en las que se basaba para desarrollar sus ideas.

    Estos valiosísimos volúmenes de la edición MEGA², muchos de ellos aún solo disponibles en alemán y, por lo tanto, restringidos a los pequeños círculos de investigación, nos muestran a un autor muy diferente al que las diversas corrientes, algunas críticas y otras supuestamente partidarias, nos han presentado durante mucho tiempo. La publicación de materiales inéditos de Marx, junto con las interpretaciones innovadoras de su obra, han abierto nuevos horizontes de investigación y han demostrado, más claramente que en el pasado, su capacidad para analizar las contradicciones de la sociedad capitalista a escala global y en ámbitos más allá del conflicto entre el capital y la fuerza de trabajo. No es una exageración decir que, de entre todos los grandes nombres clásicos del pensamiento político, económico y filosófico, Marx es aquel cuyo perfil más ha cambiado en las primeras décadas del siglo XXI.

    Los avances en la investigación, junto con el cambio en las condiciones políticas, apuntan a que esta renovación de la interpretación del pensamiento de Marx es un fenómeno destinado a durar. Las publicaciones recientes han mostrado que Marx profundizó en muchos asuntos, a menudo infravalorados o incluso ignorados por quienes estudiaron su obra, que están adquiriendo una importancia crucial en la agenda política de nuestra época. Entre ellos, se puede mencionar la cuestión ecológica, las migraciones, la crítica del nacionalismo, la libertad individual en la esfera económica y política, la emancipación de género, el potencial emancipador de la tecnología y las formas de propiedad colectiva no controladas por el Estado.

    Además, Marx emprendió investigaciones exhaustivas sobre sociedades externas a Europa y se expresó sin ambigüedad en contra de los estragos del colonialismo. También criticaba a los pensadores que utilizaban categorías propias del contexto europeo en sus análisis de las áreas periféricas del planeta. Refutaba a quienes no lograban hacer las distinciones necesarias entre los fenómenos y, especialmente después de sus avances teóricos de la década de 1870, se resistía a transferir las categorías interpretativas de un campo a otro totalmente diferente, ya fuera histórico o geográfico. Todo esto es hoy mucho más evidente, a pesar del escepticismo que aún se estila en determinados cuarteles académicos. Así, 30 años después de la caída del Muro de Berlín, es posible leer a Marx de una manera muy diferente al teórico dogmático, economicista y eurocéntrico que nos habían presentado durante tanto tiempo.

    Por supuesto, en la ingente producción escrita de Marx se puede encontrar una serie de afirmaciones que apuntan a que el desarrollo de las fuerzas productivas nos conduce a la disolución del modo de producción capitalista. Pero sería un error atribuirle cualquier idea de que la llegada del socialismo es algo históricamente inevitable. De hecho, Marx creía que la posibilidad de transformar la sociedad dependía de la clase obrera y de la capacidad de esta para cambiar el mundo mediante la lucha.

    Si las ideas de Marx se vuelven a pensar a la luz de los cambios que han ocurrido después de su muerte, demostrarán ser muy útiles para comprender la sociedad capitalista, pero también arrojarán luz sobre el fracaso de las experiencias socialistas del siglo XX. Marx no pensaba que el capitalismo fuera una organización de la sociedad en la que los seres humanos, protegidos por normas legales imparciales capaces de garantizar justicia y equidad, disfrutaran de una auténtica libertad y vivieran en una democracia lograda. En realidad, se ven degradados a meros objetos, cuya función principal es producir mercancías y beneficios para otros. Pero, si el comunismo aspira a ser una forma superior de sociedad, debe fomentar las condiciones para «el desarrollo completo y libre de cada individuo». En contraste con la equiparación del comunismo con la «dictadura del proletariado», que muchos de los «Estados comunistas» abrazaron en su propaganda, es necesario volver a estudiar la definición de Marx de la sociedad comunista como «una asociación de seres humanos libres».

    Este libro –que contiene aportaciones de especialistas de gran reputación– presenta a un Marx que difiere, de muchas maneras, de la figura con la que nos familiarizaron las corrientes dominantes del socialismo del siglo XX. Su doble intención es volver a abrir el debate, de una manera crítica e innovadora, sobre los temas clásicos del pensamiento de Marx, y desarrollar un análisis más profundo de determinadas cuestiones que, hasta ahora, habían recibido una atención relativamente escasa. Por lo tanto, esperamos que este libro contribuya a acercar a Marx, tanto a quienes creen que ya se ha escrito todo sobre su obra como a una nueva generación que no se ha medido aún, seriamente, con sus escritos.

    Ni que decir tiene que hoy no podemos simplemente contentarnos con lo que Marx escribió hace siglo y medio. Pero tampoco debemos descartar a la ligera el contenido y la claridad de sus análisis, ni desdeñar las armas críticas que nos legó, para pensar de nuevo sobre una sociedad alternativa al capitalismo.

    Marcello Musto

    Agradecimientos

    El editor querría agradecer a Babak Amini y George Comninel su ayuda en la edición original de esta obra. Querría también expresar su gratitud a Patrick Camiller, que ha revisado el capítulo 2, y a Emma Willert, que ha compuesto el índice.

    El editor y la editorial de origen desean agradecer asimismo a la Faculty of Liberal Arts & Professional Studies de la York University de Toronto, Canadá, el apoyo financiero prestado a esta obra.

    Nota sobre el texto

    En la edición original, los escritos de Marx se han citado habitualmente a partir de los 50 volúmenes de la Marx Engels Collected Works (MECW) (Moscú / Londres / Nueva York, Progress Publishers / Lawrence & Wishart / International Publishers, 1975-2005). Pero a menudo las citas de los Grund­risse y de los tres libros de El capital se han tomado de las ediciones de Penguin. Y, en ocasiones, se remite a escritos particulares que no están incluidos en la MECW. En los capítulos traducidos directamente del italiano (el II y el XIII) se cita a partir del medio centenar de volúmenes de las Marx Engels Opere (Roma, Editori Riuniti, 1972-1990) y de diversas ediciones individuales.

    Los textos que aún no tienen traducción inglesa se suelen citar haciendo referencia a la Marx-Engels-Gesamtausgabe (MEGA²) (Berlín, Dietz Akademie/De Gruyter, 1975-), de la que hasta el momento se han publicado 67 volúmenes de un proyecto de 114. En unos pocos casos, se han citado ediciones alemanas de escritos que aún no se han publicado en la MEGA².

    En el caso de la traducción española, no existe una edición crítica y completa en castellano de las obras de Marx y Engels. Así, en las notas al pie de página mantenemos únicamente la edición citada, ya sea original, inglesa o italiana, mientras que en la bibliografía referenciamos puntualmente alguna edición en castellano de obras individuales de Marx y Engels, atendiendo también a su disponibilidad. Ante la pluralidad de ediciones disponibles de determinadas obras y la ausencia de traducciones de otras, amén de una diversidad de traducciones inglesas de partida en las que una misma cita adopta matices diferentes, según sea la edición utilizada pero también debido a modificaciones esporádicas de las traducciones oficiales inglesas, nos hemos decantado por traducir directamente las citas del texto.

    En el caso de las figuras históricas, y de las autoras y autores que comparecen en estas páginas, entre paréntesis se indica el año de nacimiento y defunción la primera vez que se mencionan en cada capítulo del libro.

    1

    Capitalismo

    Michael R. Krätke

    1.1. El capitalismo y su historia

    Hoy en día Marx disfruta de una fama mundial como el teórico incomparable del capitalismo y como su crítico más perspicaz. Pero el término «capitalismo» en sí pocas veces aparece en sus escritos. El socialismo francés ya lo empleaba en las décadas de 1840 y 1850, pero solamente para referirse a determinados aspectos de lo que hoy entenderíamos como capitalismo. Cuando Pierre Leroux (1797-1871), en su panfleto en contra de la economía política Malthus et les économistes, ou y aura-t-il toujours des pauvres? (1848), hablaba de capitalismo, quería resaltar el poder sin precedentes de los capitalistas y, más específicamente, de los empresarios de la industria en los tiempos modernos[1]. Louis Blanc (1811-1882) empleaba esporádicamente el término en las diversas ediciones de su libro L’Organisation du travail (1850), refiriéndose con él a «la apropiación del capital por parte de algunos, excluyendo a otros»[2]. Y Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865), en su Idea general de la revolución en el siglo XIX (1851), pensaba de esa misma manera cuando apuntaba al poder de los capitalistas en el mercado de la vivienda parisino[3].

    En Alemania el primero que mencionó el «capitalismo» en el sentido de «sistema social»[4] fue Johann Karl Rodbertus (1805-1875), un tenaz crítico de la economía política clásica. Albert Schäffle (1831-1903), un profesor de economía política liberal-conservador y uno de los primeros «académicos socialistas [Kathedersozialisten]» fue el primero que hizo una contraposición entre el capitalismo y el socialismo en el título de un libro: Kapitalismus und Socialismus (1870). Los socialistas tenían razón, admitía, en alusión a Marx: «la economía presente se caracteriza por el modo de producción capitalista», es decir, por la hegemonía del «capitalismo»[5].

    Los economistas políticos de la época clásica, como Adam Smith y David Ricardo, estaban familiarizados desde hacía tiempo con los términos «capital» y «capitalista», pero no con «capitalismo». El propio Marx no usa más que cinco veces la palabra de pasada, y únicamente en manuscritos que no fueron publicados durante su vida. En los Manuscritos económicos de 1861-1863, el capitalismo figura una sola vez, en un contexto en el que podría significar tanto el impulso incontrolado de los capitalistas por enriquecerse y crear más capital como el proceso total de la acumulación de capital[6]. En el primer borrador del libro II de El capital, redactado en 1865, escribía Marx sobre el «impulso del capitalismo [Trieb des Kapitalismus]» y enfatizaba que «se desarrolla por completo únicamente sobre la base de este modo de producción [capitalista]»[7]. Está claro lo que quiere decir con esto: el impulso del capitalismo no es sino la propensión de los capitalistas de acumular capital más allá de cualquier límite, en lugar de consumir sus riquezas y disfrutar del botín de sus actividades empresariales; es el impulso de amasar cantidades aún mayores de capital, de ampliar la escala de producción, de aumentar la productividad de la mano de obra y, potencialmente, de provocar incluso una «superproducción» mayor de mercancías[8]. En una nota posterior, escrita en 1877, que Engels incorporó en su edición del libro II de El capital (1885), Marx empleaba de nuevo el término capitalismo de manera equívoca, refiriéndose tanto a la «producción capitalista» como al «motivo que obliga» a los capitalistas a enriquecerse o a acumular, en oposición al «consumo personal»[9].

    En 1875, en el contexto, completamente diferente, de sus «Acotaciones al libro de Bakunin El Estado y la anarquía», Marx emplea «capitalismo» en el sentido que ahora nos es familiar, como un término que se refiere al «modo de producción capitalista»[10], que es la manera en la que definió la economía moderna hasta su muerte. En su carta a los editores de la revista rusa Otechest­venniye Zapiski (Notas patrióticas), redactada en 1877 pero que Engels publica después de la muerte de Marx, intentó corregir la lectura del capítulo sobre la «acumulación originaria» del libro I de El capital que algunos de sus seguidores rusos habían adoptado. En este capítulo se había limitado a ofrecer un «boceto histórico de la génesis del capitalismo en Europa Occidental» y ahora se defendía contra un crítico que quería convertirlo en una «teoría histórico filosófica del desarrollo general»[11]. En los borradores de la carta dirigida a la socialista rusa Vera Zasúlich, escrita en 1881, habla del «sistema capitalista» (como lo hizo, por cierto, en la edición francesa y en la segunda edición alemana del libro I de El capital), pero no de capitalismo[12].

    Es fácil comprender por qué Marx consideraba que el término capitalismo se había corrompido al haberse empleado con un sentido predominantemente moralizante, que cubría únicamente aspectos parciales del sistema económico. Él se había marcado como objetivo identificar y explicar los fundamentos, los elementos básicos y los procesos clave del modo de producción capitalista. No contento con destacar o condenar algunos de los aspectos más escandalosos de la moderna economía industrial, quería analizar su composición completa, su «estructura interna», sus «leyes del movimiento» y la lógica de su desarrollo. Su teoría pretendía cubrir tanto el todo como las partes constitutivas del sistema capitalista, posibilitando así rastrear tanto los orígenes como el desarrollo a largo plazo de la economía y de la sociedad (occidental) moderna.

    En el mundo de habla alemana, fue Werner Sombart (1863-1941) quien confirió la dignidad y peso de concepto académico al término «capitalismo»[13], en su libro Capitalismo moderno (1902). Él mismo lo entendía como una continuación solidaria de la obra de Marx, y tuvo una gran influencia en el mundo académico, además de que contribuyó decisivamente a instalar el término en el lenguaje cotidiano. Aunque en las décadas de 1860 y 1870 el término «capitalismo» ya había entrado en los diccionarios alemanes y franceses, en el mundo anglófono no llegó a un público más amplio hasta la década de 1880, y de manera vacilante[14].

    1.2. Capitalismo: ¿qué contiene esa palabra?

    En la década de 1840, cuando Marx empezaba a familiarizarse con la economía política, describía su objeto de estudio como el modo de producción burgués, las relaciones de producción burguesas o el modo de producción de la burguesía. En los Grundrisse lo llamaba «el modo de producción basado en el capital», el modo de producción «dominado por el capital», o el «modo de producción de capital». A partir de 1861, empleó las expresiones «modo de producción capitalista», «relaciones de producción capitalistas» o incluso «producción capitalista», por acortar. En el libro I de El capital se referirá, de igual manera, al «modo de producción capitalista». Ya en la primera frase del primer capítulo deja claro que su objeto de estudio no era únicamente la economía capitalista, sino el marco más amplio de las «sociedades en las que domina el modo de producción capitalista»[15]. De la misma manera, se puede ver que el análisis económico que desarrolla Marx sobre el capitalismo moderno abarca mucho más que las «relaciones de producción» o las «relaciones de intercambio». Se centra e investiga las diversas formas de praxis (de acción e interacción) –las diversas formas de la fuerza de trabajo, las formas de intercambio, las formas de organización, las formas de la competencia– así como las diversas formas de pensamiento que determinan las categorías básicas, categorías compartidas tanto por los agentes prácticos como por los investigadores científicos (la economía política) que viven bajo el capitalismo. Su teoría del capitalismo, tal y como se expone en El capital y en otros escritos, tiene un alcance más amplio que cualquier otra teoría económica: trata de mucho más que únicamente del «modo de producción» o de las «relaciones de producción» dentro del capitalismo, de mucho más que de todo el sistema económico. La estructura integral de la sociedad moderna «burguesa», las relaciones sociales entre sus miembros en el plano de la empresa individual, o del hogar, o del mercado, sus relaciones de dominación y autoridad, sus conflictos y sus luchas, sus relaciones de cooperación y competencia: todo esto pertenece a la teoría general del capitalismo que Marx tenía en mente. De hecho, su teoría crítica del capitalismo se inspiraba y bebía del programa de investigación que había desarrollado junto con Engels en La ideología alemana. En sintonía con lo que llamaban «la concepción materialista de la historia», consideraban que la economía capitalista conformaría e invadiría inevitablemente la sociedad moderna y crearía un «régimen capitalista» que lo englobaría todo.

    Para la economía clásica, las grandes clases de la sociedad moderna (capitalistas, terratenientes, obreros) eran un hecho dado, como lo eran también los mercados, el dinero, la manufactura o la banca. Marx, sin embargo, pensaba que la estructura de clases de la sociedad moderna era diferente del resto de las estructuras previas de desigualdad social; sus características, muy específicas, debían estudiarse con atención y no darlas por sentado. Solo en el último (e inacabado) capítulo del libro III de El capital, nos encontramos apenas con un fragmento en el que explicita la pregunta: «¿Qué constituye una clase?»[16]. La respuesta a esta pregunta, que Marx no nos proporcionó, sería enormemente compleja. Pues él consideraba las «clases de la sociedad moderna» como clases basadas en el «modo de producción capitalista»[17]. En primer lugar, era necesario entender todos los rasgos esenciales de este modo de producción; solo entonces se podría responder a la pregunta y explicar las relaciones e interacciones (incluyendo el patrón de las «luchas de clase») entre esos rasgos.

    A partir de la década de 1840, Marx llamó a su teoría del modo de producción capitalista una «crítica de la economía política». A lo largo de sus escritos económicos, desde los primeros manuscritos de principios de la década de 1840 hasta los últimos borradores esbozados cuatro décadas después, elaboró la primera y más destacada crítica de la economía política clásica. Con unas pocas excepciones, señaladas y alabadas por Marx, la economía política clásica carecía de perspectiva histórica y era muy dada a entender el modo de producción capitalista como el orden natural de los asuntos económicos, o como el orden económico que mejor se adecuaba a la «naturaleza humana». En un aguzado contraste con esta perspectiva, Marx entendía el capitalismo como un orden económico históricamente específico, un sistema económico que había tenido un inicio y que, con el tiempo, tendría un final. Una verdadera teoría del capitalismo tenía que revelar y demostrar sus especificidades históricas en cuanto orden económico y social; una verdadera crítica del capitalismo tenía que centrarse en lo que era específico de la época capitalista y únicamente de esa época.

    Por lo tanto, Marx se abstenía de ocuparse de la producción en general, o del trabajo en general, o del intercambio en general, y se burlaba de aquellos economistas –en especial de los economistas alemanes– que se complacían en esas tareas. Disertar sobre las pocas características «que todos los estadios de la producción tienen en común» solamente produciría generalidades vacuas y el tipo de «momentos abstractos» en los que «no se puede aprehender ningún estadio histórico real de la producción»[18]. Esa forma de proceder solo puede difuminar y, con el tiempo, borrar las especificidades históricas del capitalismo moderno. Sin embargo, para que estos rasgos específicos destacaran claramente, era necesario superar una dificultad obvia: las categorías básicas que pertenecen al modo de producción capitalista –mercancía, intercambio, dinero, mercados, comercio, incluso capital y trabajo asalariado, así como propiedad de la tierra, propiedad inmobiliaria, crédito y banca– se habían empleado (y las relaciones económicas específicas habían existido de una forma u otra) mucho antes de la época del capitalismo moderno. En realidad, habían existido en diversas combinaciones, pero no bajo las mismas formas ni en las mismas combinaciones que habían acontecido en la era moderna. La tarea a la hora de teorizar el capitalismo moderno era, por lo tanto, despejar lo característico de estas relaciones y de las categorías correspondientes en el orden económico y social capitalista.

    Marx sí trató brevemente de la «mercancía en cuanto tal», así como de «el dinero en cuanto tal» o en general, por mencionar dos de los ejemplos más famosos de El capital. También expresó algunas ideas sobre el proceso del trabajo humano en general. Pero el núcleo real de su exposición y de su argumentación fue siempre que las categorías económicas «portan una huella histórica»[19]. Teniendo esto en cuenta, buscó identificar y cartografiar las características específicas, quizás únicas, que las mercancías, el dinero, la actividad mercantil, el trabajo asalariado, la producción, el consumo, el crecimiento económico, etc., asumían bajo el capitalismo moderno. No podría haber una teoría del capitalismo sin algunas «leyes» causales o funcionales. Pero, en opinión de Marx, todas esas leyes o tendencias podrían ser generales únicamente en el sentido de que eran válidas para todos los tipos de capitalismo dentro de la economía mundial capitalista, tanto a lo largo de su historia pasada como durante el tiempo que durara la época capitalista. Las «leyes» generales del orden económico capitalista seguían siendo leyes históricas, a diferencia de las «leyes de la naturaleza» ahistóricas o suprahistóricas, o del orden económico «natural» o «estado de naturaleza» de la vida económica, que era el punto de partida de tantos economistas clásicos y neoclásicos.

    1.3. Los rasgos básicos del capitalismo moderno

    En El capital, Marx resumió lo que, en su opinión, eran los rasgos cruciales del capitalismo en cuanto sistema económico. Al final del libro III de El capital, en la última sección, que trata de «Los réditos y sus fuentes», describía brevemente algunos de los elementos principales que diferenciaban el capitalismo de todos los demás «modos de producción» históricos. La primera característica que destacaba era que toda producción lo era de mercancía; todos los productos se producían como mercancías y asumían la forma mercancía. La producción de mercancías como tal era mucho más antigua y estaba mucho más extendida que el capitalismo. Lo que distinguía al capitalismo, sin embargo, era que «ser una mercancía [era] la característica dominante y determinante de sus productos»[20]. En el modo de producción capitalista, todo producto se convierte en una mercancía, todo tipo de producción se transforma en producción de mercancías, una vez que los medios básicos y las condiciones de producción, de cualquier producción, se han transformado en mercancías. El papel crucial aquí queda reservado a la fuerza de trabajo humana. Una vez que esta se transforma en mercancía, cualquier producto del trabajo humano se convierte en una mercancía potencial. Bajo el capitalismo, la producción de mercancías se convierte en universal, en la «forma general de la producción»[21].

    Hay que señalar que, en este resumen, Marx explícitamente hace una distinción clave entre la producción de «mercancías» y las «mercancías como el producto del capital». Ambas parecen coexistir en el modo de producción capitalista y ambas son esenciales para captar el carácter específico del capitalismo como modo de producción. En el último capítulo del primer borrador del libro I de El capital, explicaba con más detalle los rasgos específicos de «la mercancía como producto del capital». Estas mercancías son diferentes: (1) son productos en masa, no productos singulares, y son claramente productos de una fuerza de trabajo social organizada a gran escala; (2) se producen para un mercado de masas, no para el consumo individual; y (3) representan el valor del capital empleado en su producción más el plusvalor creado en el mismo proceso. Para sus productores y sus dueños, estas mercancías son únicamente importantes en la medida en la que portan una cierta cantidad de valor y de plusvalor que se actualizará en el mercado[22]. Por lo tanto, la fórmula más precisa para describir el capitalismo moderno no sería la «producción de mercancías por medio de mercancías», sino más bien la «producción de mercancías como el producto del capital por medio de mercancías como el producto del capital». Las mercancías y las mercancías como el producto del capital entran en el mercado y tienen que pasar por el proceso de circulación. Como lo expresa Marx, hay varios procesos definidos «por los que los productos deben pasar y en los que asumen las características sociales definidas»[23] que los convierten en mercancías como el producto del capital.

    El segundo rasgo que determina el modo de producción capitalista es el dominio del capital, que hay que diferenciar del dominio de los capitalistas. En el capitalismo, y solamente en el capitalismo, toda producción de mercancías es únicamente un medio para un fin dominante y totalizador, la producción de plusvalor. Este es el «fin directo y el motivo determinante de la producción»[24]. Como subrayaba Marx, el capital –o la relación entre capital y trabajo asalariado– es la relación de producción dominante bajo el capitalismo. Toda producción capitalista es producción de valor y, en concreto, de plusvalor. Una vez producido y actualizado, el plusvalor permite y obliga a la creación de nuevo capital, de manera que, en último término, el capital produce capital, y siempre más capital. En la segunda parte de este resumen, sin embargo, Marx recapitula brevemente su concepto de capital como una relación de producción históricamente específica. El capital, como subraya en su magnum opus, «no es una cosa, sino una relación social entre personas que está mediada mediante las cosas»[25].

    La única relación entre personas a la que Marx alude en este resumen es la relación entre el capital y el trabajo asalariado, o entre los capitalistas en tanto portadores y dueños del capital y los trabajadores asalariados como portadores del trabajo asalariado y dueños de una sola mercancía, su fuerza de trabajo. El capital, para poder convertirse en capital y seguir siéndolo, debe valorizarse, su valor debe subir, su cantidad debe aumentar. Por lo tanto, el capital debería entenderse no como una cosa, sino como un proceso que se desarrolla en el tiempo y en el espacio, el proceso de la producción y apropiación de plusvalor, de la actualización del plusvalor y de la acumulación del capital o la transformación del plusvalor en nuevo capital (la reproducción ampliada del capital en una escala social). La reproducción de los trabajadores asalariados como trabajadores asalariados es una parte necesaria de esta producción general[26].

    Este resumen es muy breve, sin duda. Si nos quedáramos con esto, su concepto de capitalismo se reduciría a solo dos componentes: la producción de mercancías y la relación entre el capital y el trabajo asalariado. Pero, por supuesto, hay mucho más, y esta manera de resumir a Marx nos dirige, en realidad, hacia un número de puntos clave para entender adecuadamente su teoría del capitalismo moderno.

    1.4. Valor, dinero, competencia

    Si el capitalismo tiende a convertirse en la «forma absoluta»[27] de producción de mercancías, como nos dijo Marx, de esto se deduce que el capitalismo se convertirá en un modo de producción completamente «basado sobre el valor»[28]. Solo en el capitalismo las relaciones de producción e intercambio (o relaciones de mercado), que en principio son todas las relaciones económicas, quedan completamente invadidas y dominadas por la relación específica entre personas económicamente activas que Marx denominaba relación de «valor». El valor era un concepto básico para Marx. Sin él, no se podía conceptualizar ni el intercambio de mercancías, ni el dinero, ni el capital. No se podía concebir el concepto de plusvalor sin él. Lo más sorprendente de la teoría de Marx, sin embargo, es el vínculo entre valor y capitalismo. Como Marx argumenta a lo largo de los tres libros de El capital, las formas del valor pueden existir simplemente a través del intercambio de las mercancías en el mercado. Pero la verdadera sustancia del valor –la fuerza de trabajo social como una abstracción socialmente válida (o «fuerza de trabajo abstracta»)– solo alcanza su existencia plena y solo adquiere una relevancia económica práctica gracias al desarrollo del modo y los métodos de producción específicamente capitalistas, es decir, en un régimen de producción industrial masiva. Además, solo si hay muchos capitales, siempre y en todas partes, compitiendo libremente unos con otros y moviéndose libremente entre industrias, es posible que el valor de cada mercancía esté determinado, como propone Marx, por la cantidad media de trabajo social necesario para reproducirlo bajo las condiciones tecnológicas dominantes medias en cada industria.

    En contraste con buena parte de la economía clásica, Marx no afirmaba que las relaciones de valor reinaran de manera absoluta en los tiempos precapitalistas y que perdieran su importancia bajo las condiciones del capitalismo moderno. En su opinión, no fue hasta que el modo capitalista conquistó todas las esferas de la producción que la «ley del valor» no se convirtió en completamente válida para todas las transacciones mercantiles que implicaban mercancías y para las mercancías como productos del capital.

    Es verdad que las famosas formas del valor –desde la forma más sencilla del valor hasta la forma dinero tal y como la analiza Marx en el primer capítulo del libro I de El capital– surgieron e incluso se desarrollaron por completo mucho antes del auge del capitalismo moderno. Sin embargo, es bajo el capitalismo moderno cuando estas formas afectan por primera vez a los pensamientos y acciones de todos y asumen la «cualidad fija de las formas naturales de la vida social» o, en cuanto categoría, adquieren la cualidad de las formas de pensamiento «socialmente válidas y, por lo tanto, objetivas»[29]. Solo bajo el capitalismo moderno se vuelve dominante el carácter dual del trabajo humano productor de mercancía: por una parte, un trabajo productivo útil, concreto, de objetos útiles o valores de uso; por otra, un trabajo social abstracto, basado en la desigualdad social de todos los productores del mercado y que produce objetos para intercambio o valores. Una vez que se han establecido claramente el valor y la cualidad productora de valor de la fuerza de trabajo social, la división social del trabajo, bajo la forma histórica de una división del trabajo entre productores privados que crean mercancías para un mercado, puede extenderse e intensificarse más allá de todos los límites tradicionales. Por ahora, la ley que regula el valor aporta coherencia social entre los productores independientes, a pesar de todos los accidentes y de las fluctuaciones irregulares de los intercambios mercantiles.

    Allí donde y cuando domina el valor, domina el dinero. Pero únicamente bajo el capitalismo, sin embargo, el dinero domina como relación social. El capitalismo es el primer orden económico histórico –y el primer orden social– en el que todos los intercambios de mercancías se convierten en un proceso completo de «circulación de mercancías» que, con el tiempo, queda dominado por la «circulación del dinero»[30]. Las interacciones económicas se monetizan por completo y, en todo momento, están mediadas por transacciones monetarias. La vida cotidiana, más allá del ámbito de las acciones del mercado, está invadida por el dinero, que es tanto un medio como un motivo de la acción económica. En las sociedades capitalistas, todo el mundo se convierte en poseedor de dinero y usa el dinero; el dinero resulta ser el nervio de todas las relaciones sociales. Por otra parte, el capitalismo adopta el sistema monetario que se encontró como un hecho dado en sus primeros estadios e impulsa su desarrollo histórico hasta convertirse en algo diferente. En primer lugar, despliega un sistema monetario de pleno derecho, uno en el que, con el tiempo, el dinero tiende a ser sustituido por el crédito, de manera que surge el primer sistema de crédito completo de la historia y el capitalismo se convierte en una economía del crédito en todos los sentidos. En segundo lugar, la circulación del dinero se convierte en algo dominado por los movimientos del capital. La circulación del capital –o, más específicamente, los circuitos y rotaciones del capital– determina la circulación del dinero en una economía capitalista y, cada vez más, el dinero en circulación resulta ser únicamente otra forma de capital: capital monetario. El libro II de El capital se dedica en buena parte a analizar este cambio fundamental y sus implicaciones.

    El capitalismo es el primer orden económico dominado por el dinero en todos los sentidos, y el movimiento del capital empieza y termina con el dinero. En su forma más elemental y superficial, el capital puede entenderse simplemente como un proceso temporal que va de una cantidad de dinero a una cantidad aumentada de dinero (D–D’), sea cual sea la fuente o la razón de este incremento. En términos mercantiles, como Marx lo expresa en el libro I de El capital, el proceso se presenta como una serie de intercambios, de dinero por mercancías y de mercancías por dinero, más dinero: D–M–D’. Ya en esta forma elemental, este proceso muestra dos características destacadas del capital: (1) su continua «metamorfosis», a medida que pasa de una forma de valor (la mercancía) a otra (el dinero) y vuelta a empezar; y (2) un cambio en la cantidad de valor implicado. Incluso antes del capitalismo, los capitalistas buscaban enriquecerse y elevar el valor de su capital.

    Pero únicamente bajo el capitalismo moderno, sin embargo, este enriquecimiento se convierte en una empresa sistemática y, en principio, infinita. Todos y cada uno de los capitalistas pueden quebrar, los capitales individuales pueden perder y pierden su valor o desaparecen por completo. Pero el capital como relación social, el capital en general, sobrevivirá mientras sobreviva el proceso de aumento del valor y, por lo tanto, el enriquecimiento de los capitalistas. Una vez que el dinero se ha desarrollado por completo y existe con independencia de los intercambios concretos relacionados con las mercancías concretas, una vez que el dinero ha adquirido el carácter de «dinero como dinero», como lo expresa Marx[31], la búsqueda de la riqueza cambia. Quienes desean ardientemente enriquecerse pueden ahora adquirir una riqueza social abstracta (valor) bajo una forma abstracta y duradera (dinero). No hay límite para esta acumulación de riqueza abstracta. Así pues, la búsqueda de la riqueza, la adquisición de cantidades aún mayores de riqueza abstracta en forma de dinero, se convierte en un fin en sí mismo y se transforma en un proceso infinito sin una medida u objetivo intrínseco. Los capitalistas adquieren una nueva razón y un motivo general para todas sus acciones económicas: la valorización del capital, la transformación de una determinada cantidad de riqueza, en forma monetaria, en un movimiento incesante que implica el aumento y el crecimiento de la riqueza abstracta o valor.

    ¿Qué hace diferentes a los capitalistas modernos comparados con cualquier otra persona que intenta amasar una fortuna o enriquecerse? Que tratan de entrar, y lo consiguen, en el proceso mismo de creación de valor, es decir, tratan de asumir el control de la producción de mercancías y asumir el mando sobre la fuerza de trabajo social de otras personas para así producir más valor. Por lo tanto, bajo el control y mando de los dueños del capital, el proceso de producción de mercancías y de creación de valor se transforma en un proceso de producción específicamente capitalista. En este tipo de producción, el objetivo es el infinito aumento del capital original que produce valor y aún más valor para convertir el capital en un capital aún mayor. De aquí se sigue que los capitalistas que se vuelcan en la producción de mercancías para valorizar su capital buscarán la producción infinita de mercancías en masa, cada vez más, y de cantidades de valor cada vez más grandes, controlando procesos de producción cada vez más grandes y mandando sobre cantidades cada vez mayores de fuerza de trabajo social.

    1.5. Explotación y acumulación

    ¿Cómo puede la producción de mercancías convertirse en un proceso de valorización que aumente continuamente el valor del capital? Marx encontró la clave de la respuesta en el concepto de plusvalor y en el proceso de explotación de los trabajadores asalariados. Asumiendo que los trabajadores asalariados son contratados por capitalistas que les pagan los sueldos normales y que no los estafan, tales trabajadores son capaces –al menos por encima de un determinado nivel de productividad– de producir un valor superior al de sus sueldos durante el periodo de tiempo en el que ceden el control de su fuerza de trabajo a un capitalista. Una vez más, suponiendo que todos los trabajadores asalariados producen mercancías con su valor social y que sus salarios equivalen al valor de su fuerza de trabajo, una parte considerable del valor producto de su trabajo diario o semanal resulta ser plusvalor. Para apropiarse de ese plusvalor (y para la valorización de su capital), todo capitalista debe organizar el proceso de producción de mercancías en su campo o rama particular de la manera más eficaz y eficiente posible. Todo capitalista tiene que poner a trabajar a los trabajadores asalariados que contrata lo más eficaz y eficientemente posible. Para que estos produzcan plusvalor y todo el plusvalor posible, tiene que cambiar el proceso productivo por completo. Primero, debe conseguir que los trabajadores asalariados trabajen más horas y/o rindan más –o hagan un trabajo de mayor complejidad o intensidad– en el mismo periodo de tiempo. En segundo lugar, debe elevar la productividad de su trabajo, de forma que produzcan cantidades mayores de mercancías en el mismo periodo de tiempo. Así pues, el análisis de Marx del proceso productivo bajo el régimen del capital se centraba en los métodos por los que los capitalistas trataban de aumentar la producción de plusvalor de sus empleados. Inventando y aplicando estos métodos de producción de plusvalor «absoluto» y plusvalor «relativo» de maneras cada vez más astutas y sistemáticas, los capitalistas cambiaron la manera de producción de las mercancías. El capital se convirtió en «capital industrial», mientras que los trabajadores asalariados se convirtieron en una clase obrera moderna de trabajadores industriales o fabriles.

    A medida que obedecían a la necesidad de aumentar la producción de plusvalor y de explotar a sus trabajadores asalariados de manera más eficaz, los capitalistas inventaron un nuevo modelo de producción industrial: la manufactura y la industria a gran escala, es decir el sistema de fábrica. Desarrollaron todo esto hasta sus límites: la especialización de obreros y herramientas, la división del trabajo dentro de las manufacturas y las fábricas, el uso de maquinaria, la especialización de la maquinaria, la subordinación de los obreros a los sistemas de maquinaria, la conversión de las fábricas en complejos industriales y distritos industriales. Los capitalistas alargaron sistemáticamente la jornada laboral, intensificaron el trabajo más allá de cualquier límite y aumentaron la productividad laboral por todos los medios a su alcance. Fueron inventivos e innovadores, emplearon los hallazgos de la ciencia y de la tecnología modernas, empezaron a integrar la ciencia y la tecnología en el sistema industrial, organizaron y reorganizaron los procesos productivos en un frenesí imparable. La producción industrial en masa dentro del sistema fabril se situaba en el centro del análisis que hacía Marx del capitalismo como un modo de producción históricamente específico. Le fascinaba el «impacto revolucionario» de la industria moderna a gran escala en todas las artesanías, manufacturas e industrias domésticas tradicionales, y predijo las tendencias a la automatización y a la mecanización de la agricultura.

    En opinión de Marx, el capitalismo industrial debía su dinámica sin precedentes a dos impulsos motores. El primero era la lucha continua entre el patrón capitalista, que buscaba explotar a sus obreros de la manera más eficaz, y los trabajadores asalariados resistiéndose con todos los medios a su alcance a esta acometida que buscaba maximizar la explotación de su fuerza de trabajo; una lucha que en parte se libraba mediante los nuevos inventos, mediante la aplicación de maquinaria nueva, la reorganización de los procesos productivos y la sustitución de las destrezas y experiencias obreras por todo tipo de artilugios mecánicos o automáticos. El segundo era la lucha que libraban entre sí los capitalistas, en un proceso de competencia cada vez más fiero, en los mercados y más allá de estos. Marx no se unió al coro de los críticos contemporáneos de la competencia, ni a quienes loaban sus virtudes. Puesto que el capital solamente podía existir bajo la forma de muchos capitales en manos de muchos capitalistas (aunque el capital en general y la clase capitalista tenían una realidad propia), la competencia entre ellos era inevitable.

    Para el avance de los cambios tecnológicos y organizativos del sistema industrial, era crucial la competición incesante entre los capitalistas industriales. Quien mejor explotara a sus trabajadores, quien fuera más innovador y más capaz de aportar y aplicar las tecnologías más avanzadas, quien fuera más rápido y más listo a la hora de reorganizar plantas y fábricas completas, sería el ganador. Quien mejor funcionara en el mercado y quien moviera mejor grandes cantidades de capital más rápidamente entre las distintas ramas de la industria, sería el ganador.

    Gracias al conflicto entre capitalistas y trabajadores asalariados, y a la competencia entre capitalistas, el moderno capitalismo industrial se convirtió en el modo de producción más dinámico y cambiante, más innovador y progresivo de la historia, pero también en el más perturbador y, en muchos sentidos, el más destructivo. La dinámica del capitalismo podía desplegarse una vez que hubiera invadido completamente la producción social, transformándola en una producción industrial en masa y conquistando los mercados y transformándolos a la vez. Esta es una conclusión clave de la teoría del capitalismo de Marx: define su dinámica intrínseca y dominante, su carácter «revolucionario» que propulsa el cambio económico y social a una escala sin precedentes y a una velocidad sin precedentes. Es sencillo entender de dónde procede el impacto completo de la dinámica del capital industrial. El resultado del proceso de valorización es un quantum de plusvalor del que se apropian los capitalistas integrados en la producción industrial. Emplean este aumento de riqueza de formas diferentes. Según Marx, la elección para los capitalistas era obvia: podían gastarse la riqueza adicional y dejar de actuar como capitalistas, o podían actuar como capitalistas y transformar el plusvalor que habían adquirido en capital adicional.

    Convertir el plusvalor en una nueva acumulación de capital es el resultado lógico del proceso de valorización. Así, la búsqueda de riqueza abstracta del capitalismo se convierte en un proceso ilimitado e infinito de acumulación de capital, a medida que el capital produce aún más capital. La acumulación incluye la reproducción de los componentes materiales del capital industrial, del dinero invertido, pero también del capital como relación social. Los capitalistas emergen del proceso como agentes más ricos y más poderosos, que poseen más capital, mientras que los trabajadores asalariados se quedan como antes, sin dinero ni propiedades, dependientes de la clase capitalista para tener un empleo y un ingreso, y cada vez más sometidos a la dominación de capitales cada vez mayores. Para los capitalistas, la acumulación de capital no tiene ninguna medida ni fin intrínseco. Ningún capital es nunca lo bastante grande. Solamente hay una medida externa de la cantidad de capital que puede poseer un capitalista, y esta es el tamaño del capital que esgrimen sus competidores. Como todo capitalista acumula para estar a la altura de la tasa de acumulación de sus competidores, la acumulación se seguirá produciendo a un ritmo acelerado. Este proceso «acelerado» de acumulación, en el que todos los capitalistas reorganizan los procesos de producción que controlan y se enzarzan en una carrera de todos contra todos, introduciendo nuevas tecnologías y sustituyendo la maquinaria de sus plantas de trabajo a una velocidad cada vez mayor, constituye la culminación (planificada) del análisis de Marx del proceso de acumulación en el libro I de El capital[32]. En este proceso, el capital no solo se reproduce a una escala en expansión constante; también sufre cambios constantes que pueden medirse en términos tanto de tecnología como de valor.

    Dos cambios decisivos más surgen de esta dinámica intrínseca del capitalismo moderno. Los capitalistas, en su búsqueda de una riqueza cada vez más abstracta, están forzados a presionar cualquier límite, a desdeñar y disolver cualquier vínculo tradicional, a perturbar y destruir todo lo que pueda interponerse en su camino. Cuanto mayor sea la ganancia posible –la tasa de beneficio potencial– más cruelmente se prepararán los capitalistas para derribar todas las barreras que puedan impedir el movimiento del capital. El capital y los capitalistas se expanden en todas direcciones, amplían mercados y la gama y el alcance de la producción, entran en nuevos campos de producción y se apropian de los recursos naturales, de la tierra y de la fuerza de trabajo allí donde se encuentren. Lo que Marx llamó en los Grundrisse la «tendencia propagandística» inherente al capitalismo moderno se materializa en la expansión del modo de producción capitalista de una región o territorio a otro, en la formación de un mercado mundial. «La tendencia a crear el mercado mundial está directamente dada en el concepto mismo de capital»[33]. El capital batalla para producir al nivel más alto posible, en el mundo entero, y para explotar todos los recursos mundiales. Los capitalistas en competencia en muchos países amplían la gama del mercado y la gama de la producción más allá de cualquier frontera regional o nacional. Por lo tanto, transforman el capitalismo en un sistema mundial, no solo de comercio e intercambio, sino, a la postre, de producción y reproducción, un sistema que, con el tiempo, abarcará todo el planeta e integrará a todos los pueblos y todos los países como partes de un único y mismo orden. El impulso permanente para ampliar los mercados existentes y para abrir otros aún más grandes, así como para entrar a nuevas ramas y áreas industriales, da un empujón tras otro al impulso intrínseco de aumentar la productividad laboral y la explotación de la fuerza de trabajo humana.

    El capitalismo despliega formas de movimiento históricamente específicas y sigue trayectorias de desarrollo históricamente específicas. Marx fue quien describió e investigó primero muchas de estas formas de movimiento. Los ejemplos más impresionantes se pueden encontrar en el libro II de El capital, donde Marx analizó las diferentes formas del circuito del capital y la forma y el mecanismo de sus rotaciones permanentes[34]. Estas formas específicas de movimiento son propias de cualquier capital industrial individual. En cuanto al capital social en su conjunto –el capital de un país entero, por ejemplo–, Marx descubrió otra forma históricamente específica, el ciclo económico moderno, o ciclo de negocios, a lo que denominó el ciclo industrial.

    Este fenómeno, ampliamente estudiado por Marx desde finales de la década de 1840 en adelante, destaca como el rasgo aglutinador del capitalismo industrial moderno. Es el sistema de fábrica y su tremenda capacidad para ampliar la escala de la producción en un periodo muy breve, junto con la dependencia en aumento del mercado mundial, lo que suscita esta forma específica de movimiento. En el libro I de El capital, Marx defendía que «la vida de la industria se convierte en una serie de periodos de actividad moderada, prosperidad, sobreproducción, crisis y estancamiento»[35]. Este ciclo de expansiones rápidas, saturaciones y contracciones de la producción industrial y de los mercados se repite hasta el infinito. Esta senda característica de la industria moderna, que «adopta la forma de un ciclo decenal (interrumpido por oscilaciones más pequeñas)»[36], depende de muchas condiciones previas. Estas son la formación y reforma constante de un ejército de reserva industrial –un excedente de población de trabajadores sin empleo o subempleados– o el desarrollo de un sistema de crédito que permita a los capitalistas individuales emplear porciones del total del capital social, con independencia del ritmo y de la cantidad de acumulación que puedan hacer por su cuenta. La forma característica del ciclo industrial, tal y como lo entendía Marx, está, por lo tanto, estrechamente vinculada con los ciclos de empleo y desempleo, así como con los ciclos de crédito e inversión. El capitalismo, en la teoría de Marx, es el primer modo de producción histórico que avanza con este patrón de crecimiento cíclico peculiar. El capitalismo en su conjunto se mueve en estos ciclos periódicos porque genera crisis de superproducción de mercancías y de sobreacumulación del capital, no solo parciales, sino generales. Las crisis generales –un fenómeno tan discutido en los tiempos de Marx como lo es en el nuestro– son el momento decisivo y determinante del ciclo industrial. Puesto que el capitalismo se mueve de crisis en crisis, puesto que las crisis ocurren a una escala cada vez mayor y se convierten en «crisis del mercado mundial», el ciclo industrial debería tratarse como un ciclo de crisis.

    Por último, pero no menos importante, en el libro III de El capital, Marx entiende el capitalismo como «un mundo hechizado y distorsionado [verzauberte und verkehrte Welt]»[37] que los actores económicos perciben a través de las lentes de formas económicas muy peculiares. Son atormentados por una forma rara de fetichismo o por una variedad de formas de pensamiento «locales», «absurdas» o «ilusorias». Estas formas mundanas del pensamiento económico reaparecieron bajo las categorías de la economía política, y los economistas políticos, así como los capitalistas y los obreros reales, viven bajo el hechizo de la mistificación. Desde el primer momento, Marx intentó descifrar el misterioso carácter inherente a las formas de la interacción económica bajo el capitalismo. Un ejemplo muy famoso que, para su desaliento, fue ampliamente desdeñado por sus seguidores, fue el hecho de que la forma salario proporcionaba al valor de mercancía de la fuerza de trabajo la apariencia de algo muy diferente, el valor del trabajo o el precio del trabajo. Bajo esta forma, y en la jerga y el pensamiento económico compartido por capitalistas y obreros, el hecho mismo de la explotación se desdibuja, es más, desaparece de la conciencia de las partes implicadas. Las formas misteriosas, desde la forma mercancía hasta la forma valor, o la forma dinero o muchas otras formas, constituyen todo un mundo de «mistificaciones».

    Marx no se contentó con el análisis del fetichismo de la mercancía en el primer capítulo del libro I de El capital, sino que continuó en ese empeño a lo largo de los tres volúmenes. En concreto, se esforzó mucho en mostrar cómo y por qué el capital, la relación de producción dominante del capitalismo moderno, se convertía en una «cosa» o ente muy misterioso que a los economistas políticos, así como a los agentes económicos en la práctica, les resultaba muy complicado de entender. Ya en el análisis inicial del capital, tal y como figura en la circulación de las mercancías y el dinero, Marx lo descifraba como el «fetiche del capital» o «el valor que crea valor»[38], incluso como un «sujeto automático»[39]. Y, al final del libro III, recopila este análisis de las formas y apariencias misteriosas y trata de presentarlas como elementos de un tipo especial de religión de la vida cotidiana, propia del capitalismo moderno. En esta denominada fórmula de la trinidad, que condensa las relaciones de producción y distribución del capitalismo moderno en la interacción entre los beneficios del capital, la renta de la tierra y los salarios del trabajo, captaba el núcleo mismo de esta religión o ideología de la vida cotidiana que solamente existe en el capitalismo moderno, «este mundo embrujado, distorsionado e invertido, hechizado por Monsieur Le Capital y Madame La Terre, que son a la vez personajes sociales y meras cosas»[40]. Estas falsas apariencias, la «reificación» recurrente de las relaciones y la «personificación» de las cosas, el mundo de las mistificaciones, pertenecen a la esencia misma del capitalismo moderno, tal y como lo entendía Marx.

    1.6. El surgimiento y el desarrollo histórico del capitalismo

    La teoría del capitalismo de Marx buscaba ser una teoría general, pero él no la concebía como una teoría del capitalismo puro, más allá del tiempo y del espacio y de manera independiente de estos. Aunque Marx ya había distinguido entre la «prehistoria» y la «historia contemporánea» del capitalismo en los Grundrisse, y aunque había decidido concentrarse en esta última, encontramos un buen número de elementos históricos en El capital de Marx que no son en absoluto meras digresiones o ilustraciones. Debido a su dinámica intrínseca, la sociedad y la economía capitalistas deberían considerarse no solamente como un «cristal sólido, sino como un organismo capaz de cambiar y constantemente implicado en un proceso de cambio»[41]. El capitalismo experimentó un desarrollo rápido y a veces auténticas transformaciones. Su historia contemporánea puede entenderse como un proceso, repetido hasta el infinito, de reproducción y reproducción ampliada de las mismas estructuras básicas. Por eso ciertas leyes generales que Marx postuló para la época capitalista no son únicamente «leyes de movimiento», sino leyes de desarrollo y cambio.

    El capitalismo, insistía Marx, no era un estado de naturaleza, ni tampoco podía entenderse como un sistema autopoiético que crea sus propias condiciones previas y sus componentes necesarios. El dinero, los mercados, la división del trabajo, incluso el comercio mundial, el trabajo asalariado y la propiedad de la tierra eran todos prerrequisitos del capitalismo que existían ya antes que este. La teoría general, adecuadamente construida, debería, por lo tanto, proporcionar pistas, incluso primeras ecuaciones, para una investigación de la historia del capitalismo. Y aquí y allá eran menester reflexiones históricas para captar las peculiaridades del capitalismo moderno.

    El libro I de El capital, en los capítulos sobre la «La llamada acumulación originaria», el boceto histórico de Marx sobre la aparición del capitalismo en Europa Occidental, no tenía una forma narrativa, sino que seguía y ejemplificaba la lógica básica que expuso en su teoría general. El capitalismo presuponía, como una de sus instituciones clave, la relación entre el capital y el trabajo asalariado. Para que pudiera establecerse, los productores o los trabajadores debían separarse de todos los medios de producción y de subsistencia que les permitieran sobrevivir como productores independientes. Los medios de producción y subsistencia debían ser propiedad y monopolio de una

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1