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El pueblo quiere: Una exploración radical de la sublevación árabe
El pueblo quiere: Una exploración radical de la sublevación árabe
El pueblo quiere: Una exploración radical de la sublevación árabe
Libro electrónico539 páginas7 horas

El pueblo quiere: Una exploración radical de la sublevación árabe

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Hay libros que cuentan historias y otros nos las explican. Este nos ayuda justo a entender las causas de las rebeliones populares de 2011 y las razones que llevaron a la mayoría a evolucionar de formas turbulentas. Gilbert Achcar empieza por analizar la modalidad del capitalismo en el Medio Oriente y cómo se ha bloqueado el desarrollo económico y social, ocasionando desempleo, desigualdad, pobreza y frustración. Su exploración no se limita a la racionalidad económica, ya que profundiza en lo político. Considera el papel de los regímenes despóticos y sus rasgos sociales, desmenuza las características del fundamentalismo islámico y su protagonismo, para lo que ofrece valiosas claves históricas y políticas difíciles de encontrar en otros libros. Aborda también el papel de las grandes potencias, en especial el de Estados Unidos. Un argumento importante del libro es que la Primavera Árabe fue no únicamente un momento importante en la historia de la región, sino el inicio de un proceso revolucionario de largo aliento. Esta obra es imprescindible para entender no solo la Primavera Árabe sino mucho de lo que ocurre en el conjunto del Medio Oriente contemporáneo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 nov 2023
ISBN9786078923656
El pueblo quiere: Una exploración radical de la sublevación árabe
Autor

Gilbert Achcar

Gilbert Achcar teaches at the School of Oriental and African Studies.

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    El pueblo quiere - Gilbert Achcar

    PREFACIO A LA EDICIÓN EN ESPAÑOL

    Más de seis años han transcurrido desde la redacción de este libro. Seis largos años que han visto el empuje planetario de la extrema derecha, de la que Donald Trump se convirtió en un mascarón de proa a partir de la campaña por las elecciones presidenciales estadounidenses, antes incluso de su acceso a la presidencia de Estados Unidos en enero de 2017. De este empuje de la extrema derecha, el actual presidente brasileño Jair Bolsonaro es el avatar más reciente en el momento de escribir estas líneas. Otros acontecimientos de la misma índole han confirmado esta tendencia mundial, como la llegada al poder de la extrema derecha en Italia o incluso su avance electoral en Alemania y en España.

    Este viraje planetario hacia la extrema derecha no deja de guardar relación con la inquietante evolución de la región árabe del Medio Oriente y de África del norte en el curso de estos últimos años. No solamente la emergencia de un fenómeno mortífero como el Estado islámico participa de la misma exacerbación de corrientes portadoras de odio identitario, cualquiera que sea la naturaleza de la identidad en cuestión, sino que además esta emergencia –acompañada de atentados perpetrados en suelo europeo por el llamado Estado islámico así como por la empresa terrorista competidora conocida como Al Qaeda– ha contribuido poderosamente a propulsar el reciente empuje de la extrema derecha en el hemisferio occidental. La islamofobia es, en efecto, un componente fundamental de la ideología de la mayor parte de la extrema derecha de nuestro tiempo, sustituyendo la función que le correspondió al antisemitismo entre finales del siglo xix y el fin de la Segunda Guerra Mundial.

    A un nivel más profundo, la Primavera árabe de 2011-2012, con repercusiones internacionales tan variadas como el movimiento de los indignad@s en España o el de los Occupy en Estados Unidos, propulsó un nuevo empuje protestatario de izquierda a escala mundial, a un nivel incluso más importante que el que inauguró la revuelta zapatista de 1994 seguida de la movilización de Seattle contra la Organización Mundial del Comercio en 1999, luego del desarrollo del movimiento altermundialista en el curso de la primera década del nuevo milenio. Los espectaculares progresos de la izquierda en los dos bastiones del imperialismo anglófono que son Estados Unidos y el Reino Unido, con el avance de Bernie Sanders en el primero y la llegada de Jeremy Corbin al frente del Partido Laborista en el segundo, aparecieron como la culminación de este empuje de la izquierda a nivel mundial.

    Igualmente, pero en sentido inverso, el empuje reaccionario planetario fue impulsado por el estruendo de la ola revolucionaria árabe al chocar con la fachada de hormigón de los regímenes despóticos de la región. Una ofensiva contrarrevolucionaria se desarrolló en el mundo árabe a partir de 2013. Fue inaugurada por la intervención de Irán y de sus auxiliares regionales en el rescate del régimen sirio y desembocó en 2014 en la restauración total o parcial del antiguo régimen en los dos países-faro de la Primavera árabe, Egipto y Túnez, así como en la desviación de las dinámicas revolucionarias en Siria, Libia y Yemen hacia guerras civiles entre campos opuestos igualmente reaccionarios, al tiempo que el Estado islámico surgió de una manera repugnante en Siria y en Irak.

    No es este el lugar para hacer un análisis de ese momento contrarrevolucionario del proceso histórico que en diciembre de 2010 desencadenó la inmolación por fuego de un vendedor ambulante en el centro pauperizado de Túnez. Cuando intenté hacer este análisis en un capítulo puesto al día destinado a la segunda edición en lengua inglesa de esta obra, el capítulo se convirtió en un nuevo libro, complementario de este, y apareció en 2016 bajo el título Morbid Symptoms: Relapse in the Arab Uprising (Stanford University Press). Espero que este libro sea traducido en su momento a la lengua española. Se encontrará, sin embargo, al final del libro, una larga entrevista publicada en diciembre de 2015 en Jacobin, sitio de la izquierda radical estadounidense, con motivo del quinto aniversario del desencadenamiento de la Primavera árabe. En esta entrevista, que tradujo y publicó en su mayor parte el sitio de la izquierda radical del Estado español Viento sur, resumo los análisis del libro que aparecería unos meses más tarde.

    Un tema central de mi perspectiva analítica en las dos obras es que lo que al principio fue llamado primavera, en la ilusión o la esperanza de que sería un episodio de corta duración que desembocaría en una democratización que zanjaría el problema, no era más que el comienzo de un proceso revolucionario a largo plazo que se extendería durante varios años, incluso a lo largo de varias décadas, a semejanza de los grandes procesos revolucionarios históricos. Esta afirmación se apoya en el análisis de la explosión que sacudió al mundo árabe en 2011 como resultado de un bloqueo socioeconómico de larga duración, del cual el bloqueo político es a la vez causa y efecto, y que no podría ser resuelto por una democratización superficial, sino que era imprescindible un cambio social y económico radical. Por tal razón, este libro, en el que este análisis socioeconómico se desarrolla junto con el de las dinámicas sociopolíticas del levantamiento árabe, sigue proporcionando los instrumentos fundamentales para la comprensión de los acontecimientos en curso en la región árabe, cuando menos desde mi punto de vista.

    La región árabe ha entrado en una zona de turbulencia política de larga duración de la que, según este diagnóstico, solo podrá salir si sobreviene el cambio radical referido. Sin ello, la región está condenada a hundirse todavía más en la barbarie. En este sentido, es una ilustración a todo color de la alternativa entre progreso social y barbarie a la cual está confrontado nuestro planeta en su totalidad, en esta época marcada por un capitalismo decadente y regresivo que debe en gran medida su sobrevivencia a la degeneración del socialismo del siglo xx y a la impericia de sus continuadores contemporáneos.

    * * *

    Evidentemente, esta edición mexicana no habría visto la luz del día sin el interés manifestado por la editorial de la Universidad Veracruzana y, en particular, por mi interlocutor Jesús Guerrero. Debo ya a esta excelente casa editorial la publicación en lengua española de una obra anterior, Los árabes y el Holocausto. La edición que el lector tiene en sus manos pudo aparecer gracias también a la contribución del Centro Nacional del Libro Francés, que financió su traducción. Y, obviamente, reconozco particularmente la intervención de mi amigo de larga data y escritor él también, Agustín del Moral Tejeda, quien dio a conocer mi obra a la Universidad Veracruzana. Del Moral Tejeda e Irlanda Villegas tradujeron este libro. A todos ellos, un enorme agradecimiento.

    Gilbert Achcar

    Londres, 5 de agosto de 2019

    AGRADECIMIENTOS

    Esta obra es fruto de un compromiso adquirido poco después del inicio de la ola revolucionaria que se apoderó del mundo arabeparlante. Se apoya, no obstante, en las clases sobre los problemas del desarrollo en el Medio Oriente y en África del Norte que impartí en la Facultad de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres durante el periodo escolar 2007-2008. En ese sentido, estoy en deuda con mi institución, que ofrece un ambiente más que propicio y una vasta biblioteca para la investigación sobre la región objeto de nuestro estudio.

    La docencia y la investigación universitarias no son, sin embargo, más que algunas de las fuentes de esta obra. El principal sustento, que agradezco profundamente, se lo debo a aquellas y aquellos con quienes sostuve encuentros y con quienes he discutido a lo largo de mis visitas a distintos países de la región durante varias décadas y, en particular, desde los inicios del levantamiento. En cuatro momentos clave de este recorrido, en 2011, tuve el honor de ser invitado a la Universidad de Primavera de attac-Marruecos,¹ en Casablanca, en el mes de abril; a las Jornadas Socialistas, organizadas en El Cairo por el Centro de Estudios Socialistas Egipcio, en el mes de mayo; a la reunión de miembros eminentes de la oposición siria, que se celebró en la periferia de Estocolmo, en octubre; lo mismo que a festividades en torno al primer aniversario del desencadenamiento de la sublevación tunecina, en Sidi Bouzid, en el mes de diciembre.

    Del mismo modo, agradezco las distintas invitaciones que se me hicieron a fin de someter algunas tesis de esta obra ante el escrutinio de públicos especializados en diversas instituciones académicas, en particular, las realizadas por Henry Laurens en el Collège de France; Robert Wade en la London School of Economics; Rashid Khalidi y Bashir Abu-Manneh en Columbia University de Nueva York; Joel Beinin en Stanford University; Ronit Lentin en el Trinity College de Dublín; Haideh Mghissi y Saeed Rahnmea en la York University de Toronto, Farid al-Alibi en la Université de Kairouan; Tullo Viegevani en la Universidade Estadual Paulista (Unesp) de Sao Paulo, así como por la Asociación Nacional de Graduados e Investigadores en Ciencias Sociales (anpocs) brasileña en su congreso anual en Caxambu.

    Los amigos que nombro a continuación han leído parcialmente o en su totalidad el manuscrito de esta obra y me han beneficiado con sus comentarios a lo largo de su redacción: Henry Bernstein, Ray Bush, Franck Mermier, Saleh Mosbah, Alfredo Saad-Filho, Fawwaz Traboulsi y Lisa Wedeen. Los muy puntillosos comentarios de Omar El Shafei, quien tradujo la obra al árabe, me han sido de gran utilidad. Mi colaboración por segunda ocasión con Geoff Michael Goshgarian, quien la tradujo al inglés, igualmente me ha brindado la oportunidad de valiosos intercambios. Suplico a aquellas y aquellos a quienes pudiera olvidar en esta lista de agradecimientos tengan a bien disculparme. Ninguna de las personas que he mencionado es responsable en modo alguno ni de las tesis ni de los posibles errores de esta obra.

    NOTAS PRELIMINARES SOBRE LOS PAÍSES ÁRABES Y LA REGIÓN DEL MeDiO ORIENTE Y ÁFRICA DEL NORTE

    La designación árabe en esta obra se refiere a los miembros de la Liga de los Estados Árabes (con excepción de Comoras, Yibuti y Somalia) y al hecho de que los países concernientes tienen el árabe como lengua principal de administración, información y enseñanza. Se trata de una designación geopolítica y lingüística (de donde se desprende una referencia al espacio arabeparlante), pero de ninguna manera obedece a una designación étnica. Las poblaciones étnicamente no árabes constituyen partes importantes de los moradores de los países en cuestión, en particular los amazighen en África del Norte (Magreb) y los kurdos en el Medio Oriente (Máshreq). Ellas participaron activamente en los levantamientos de la región.

    Varias de las instituciones internacionales, cuyos estudios y estadísticas son copiosamente citadas en este libro, se refieren a un conjunto denominado Medio Oriente y África del Norte (de uso corriente, mena, por sus siglas en inglés) al cual se suma Irán e incluye los países arriba descritos. Dada la ausencia de datos restringidos a los Estados árabes, he tomado en cuenta las cifras correspondientes a la región mena. Las gráficas publicadas en esta obra son originales en su totalidad; las fuentes indicadas son aquellas de donde provienen los datos utilizados para su integración.

    Sobre la transliteración del árabe

    La romanización de los términos y nombres árabes practicada en esta obra es una versión muy simplificada de las transliteraciones propias de la literatura especializada, con el objetivo de facilitar la lectura a los legos y permitirles a los iniciados reconocer el original árabe. Se han evitado los caracteres especiales, con excepción del apóstrofo invertido (ʻ) utilizado para la letra árabe ʻayn. Para los nombres propios de las personalidades más conocidas, se ha conservado la ortografía corriente con la misma intención. Finalmente, siempre que las personalidades árabes han publicado en lenguas europeas, se ha respetado la transliteración de su nombre propio elegida por ellos mismos en caracteres latinos, lo mismo que se ha respetado en las citaciones la romanización de los nombres árabes practicada por los autores.

    Sobre el género

    Me disculpo una vez más por haber tenido que renunciar a un texto no-masculinista en francés. El problema es que ellos/ellas, esos/esas, etc., que no plantean problema alguno en textos cortos, aumentarían considerablemente el volumen de un libro si se utilizaran de forma sistemática. Es deseable que el progreso del feminismo consiga imponer en francés el uso opcional del femenino y del masculino en los singulares genéricos, tal y como se ha impuesto en inglés, y que los plurales incluyan a los individuos de ambos géneros.

    INTRODUCCIÓN.

    Sublevaciones y revoluciones

    ¡El pueblo quiere! Esta proclamación estuvo y sigue siendo omnipresente en la sublevación, en el largo desarrollo que ha sacudido el espacio arabeparlante desde el episodio tunecino inaugurado en Sidi Bouzid, el 17 de diciembre de 2010. Ha sido conjugada en todos los modos y en todos los tonos posibles para diversas y múltiples reivindicaciones, desde el célebre eslogan revolucionario ¡El pueblo quiere la caída del régimen! hasta los más variados registros del humor, como la pancarta que blandía un manifestante de la plaza Tahrir en El Cairo: El pueblo quiere un presidente que no se tiña el cabello.

    El eslogan El pueblo quiere… nació en Túnez, donde hacía eco a dos célebres versos del poeta Aboul-Qacem al-Chebbi (1909-1934) que se integraron al himno nacional de ese país:

    Cuando un día el pueblo se decida a vivir, el destino lo escuchará infaliblemente

    La noche no podrá más que disiparse y las cadenas del yugo se abrirán indefectibles²

    El paso al acto que expresa la afirmación colectiva en el presente que el pueblo quiere, aquí y ahora, manifiesta de la manera más explícita posible la irrupción de la voluntad popular sobre la escena política árabe, esa irrupción que es la característica primaria de cualquier sublevación democrática. A diferencia de las proclamaciones adoptadas por las asambleas de representantes como el Nosotros, el pueblo (We the people) en el preámbulo de la Constitución de los Estados Unidos de América, la voluntad del pueblo se manifiesta aquí sin intermediario alguno, pronunciada a todo pulmón por las inmensas muchedumbres como aquellas que vimos reunirse en plazas de Túnez, Egipto, Yemen, Bahráin, Libia, Siria e incluso de otros países.

    El uso del término revolución para describir las conmociones en curso en la región árabe ha sido, sin embargo, y sigue siendo, fuertemente debatido e interpelado, incluso en el caso de las movilizaciones coronadas de victorias, donde el pueblo ha llegado a deshacerse del tirano que lo oprimía. Si el subtítulo de este libro utiliza el término más neutro de levantamiento, es con el propósito de no dar una respuesta a esta cuestión en toda su cobertura, más aún cuando el término revolución tiene más de una acepción.

    La región indiscutiblemente ha conocido levantamientos, toda una gama que va desde el rompimiento de manifestantes hasta la insurrección armada. Esta misma gama es cubierta por el término árabe intifada que la población palestina de los territorios ocupados por Israel en 1967 hizo entrar en el vocabulario internacional. El término árabe thawra también tiene una amplia aceptación: derivada del verbo thara [rebelarse], en su origen corresponde al concepto de revuelta más que al de revolución. La Gran Revuelta árabe de 1916-1918, la Revuelta de 1920 en Irak, la Gran Revuelta siria de 1925 y la Gran Revuelta palestina de 1936 son, por lo tanto, traducciones y usos correctos del árabe thawra. Por esa misma razón los insurgentes, tanto rebeldes como revolucionarios, son igualmente thuwwar en árabe.

    La lengua persa, seguida en ello por las lenguas sobre las que más ha influido, ha elegido con razón el término árabe inqilab (derrocamiento) para traducir el concepto occidental de revolución. En árabe, en contraste, este último término ha llegado a designar los golpes de Estado, en tanto que la revolución –en el sentido de una alteración/conmoción radical que incluye, por lo menos, un cambio de régimen político por vías transgresoras de las leyes en vigor– es designada por thawra, tal y como la simple revuelta. Estas evoluciones semánticas diversificadas permiten poner en evidencia las imprecisiones de los conceptos utilizados en el vocabulario corriente.³

    Así, el concepto de revolución en las lenguas occidentales generalmente pone en escena un movimiento popular que apunte a un derrocamiento del poder político desde su base y que no necesariamente desemboca en el uso de armas, en tanto que el golpe de Estado es el resultado de la acción de una facción, surgida del Ejército la mayoría de las veces, que se apodera del poder en la cima, siempre por la vía armada. Ahora bien, la historia de la región árabe ha conocido golpes de Estado que han desembocado en una alteración profunda de las instituciones políticas y de las estructuras sociales, de naturaleza innegablemente revolucionaria. Para no citar más que un ejemplo, el golpe de Estado perpetrado por los Oficiales Libres dirigidos por Gamal Abdel-Nasser, el 23 de julio de 1952, indiscutiblemente desembocó en la transformación más radical de Egipto que ha habido hasta la reciente Revolución del 25 de enero de 2011.

    El golpe de Estado de 1952 condujo a una alteración de la dinastía y a la abolición de la monarquía y del régimen parlamentario, así como a la instauración de una dictadura militar republicana, la nacionalización de las posesiones extranjeras, la subversión de las clases poseedoras en el antiguo régimen (grandes propiedades de tierra, capitalismo comercial y financiero) y un esfuerzo mayor de industrialización y de profundas reformas sociales progresistas. Estos cambios ameritan ciertamente más el título de revolución que los resultados de la alteración puesta en marcha en enero de 2011, que no desembocó, al menos hasta ahora (cuando escribo estas líneas), más que en la alteración de un clan restringido que dominaba al Estado y en la democratización del régimen cuasi presidencial, mediante el intento de un cambio de constitución a través de vías que buscaban inscribirse en una continuidad jurídica con las instituciones del antiguo régimen.

    También podríamos añadir que la contrarrevolución pasiva efectuada por Anouar al Sadat, luego del deceso de Nasser el 28 de septiembre de 1970, también conllevó cambios socioeconómicos más profundos que los que Egipto conoció desde la caída de Hosni Moubarak, el 11 de febrero de 2011. Y, sin embargo, la sublevación que comenzó el 25 de enero de 2011 representa una irrupción de las masas en la escena política de una amplitud inigualable en la muy larga historia del país de las famosas pirámides. Inaugura de este modo, sin lugar a dudas, una dinámica revolucionaria cuyas consecuencias no pueden todavía, tan tempranamente, ser juzgadas. Las consecuencias más radicales del golpe de Estado de 1952 no se manifestaron sino muchos años más tarde, no podríamos olvidarlo.

    En este sentido, no da prueba de una perspicacia fuera de lo común, más allá de identificar enseguida una dinámica revolucionaria, desde las primeras horas incluso, a semejanza del duque de La Reochefoucauld-Liancourt quien, en la noche del 14 al 15 de julio de 1789 –que se volviera un célebre relato luego de que lo retomase Hipólito Taine– hizo despertar a Luis XVI para anunciarle la toma de la Bastilla. ՙEs, por lo tanto, una revuelta’, dijo el rey. ՙSeñor, respondió el duque: es una revolución’.⁴ Si el duque hubiera tenido tal propósito, no podía haberse referido a las intenciones de los amotinados: estos, en efecto, no se proponían expresar un descontento circunstancial por medio de una revuelta efímera, sino más bien poner fin al absolutismo de una vez por todas. Tenían intenciones claramente revolucionarias, identificables como tales desde la toma de la Bastilla.⁵

    No obstante, más allá de las intenciones de los amotinados del 14 de julio, en ese momento nadie podía, con certeza, predecir cuál sería el resultado final del suceso: si desembocaría en un cambio radical o se añadiría a la larga lista de revoluciones abortadas y rebajadas al grado de revueltas. Se hace necesario, por lo tanto, proseguir la lectura del relato de Taine y su descripción de la sublevación, típicos del historiador conservador que era:

    El suceso era mucho más grave todavía. No solamente el poder se le había ido de las manos al rey, sino que había caído hasta ese punto en las manos de la Asamblea; había caído por tierra, en las manos del vil pueblo, de la muchedumbre violenta y sobreexcitada, las aglomeraciones que lo recogían como un arma abandonada en plena calle. De hecho, ya no había gobierno; el edificio artificial de la sociedad humana se desmoronaba del todo; se retornaba a un estado salvaje. No era una revolución, sino una disolución.

    Así, los conservadores de toda calaña (incluso quienes se proclamaban progresistas y antiimperialistas en la región de la cual se ocupa este libro) menoscabaron las sublevaciones contra los regímenes con los cuales se identificaban, calificándolas de desórdenes, al ser incapaces de ver el fruto de una conspiración. Ello no cambia en nada el hecho de que la irrupción del pueblo liberado de las cadenas de la servidumbre, voluntaria o involuntaria, la afirmación de su voluntad colectiva en las plazas públicas y su éxito en el derrocamiento de sus tiranos sean las señales indudables de una revolución política.

    Esta descripción se aplica sin la menor duda a los levantamientos de Túnez, Egipto y Libia, en tanto que en el caso del de Yemen se ha saldado, hasta el momento, con un compromiso a medias. Sin embargo, la revolución política en Túnez y en Egipto ha dejado intacto, en lo esencial, el aparato de Estado del régimen depuesto; solo en Libia dicho aparato fue ampliamente desmantelado por la guerra civil. En contraste, ninguno de estos países ha conocido todavía una revolución social, en el sentido de una alteración profunda de su estructura social. Solamente las fracciones más o menos importantes de la cima de la jerarquía social se han visto afectadas; ninguna parte de esta jerarquía en sí se ha modificado.

    Por mi parte, he descrito brevemente las sublevaciones, desde los primeros meses de 2011, como constituyentes de un proceso revolucionario prolongado o a largo plazo, formulación que permite conciliar la naturaleza revolucionaria del suceso y su estado inacabado, en razón de dos grandes consideraciones: por una parte, el hecho de que las ondas del choque revolucionario han estremecido a casi la totalidad de los países de la región árabe y que, si bien es cierto que hasta el momento de redactar estas líneas no han desembocado en un levantamiento generalizado más que en seis países de dicha región, es altamente probable que le seguirán otros en los meses y los años próximos; por otra parte, el hecho de que las revoluciones políticas que han conocido los tres países arriba citados no sabrían resolver las causas profundas que se encuentran en el origen de la explosión que ha abrasado a la región y cuya solución exige profundas transformaciones socioeconómicas.

    La existencia de causas más profundas que la sola dimensión política se revela por el hecho mismo de que la ola revolucionaria inaugurada en Túnez se ha extendido al conjunto del espacio arabófono. Esta propagación no se debió a un mero factor lingüístico: en cuestión de revoluciones, el contagio no se da por el ejemplo, sino a partir de que el terreno es favorable para ello. Siempre es necesario que exista una predisposición a la revolución para que una chispa encienda el fuego en todo un complejo geopolítico y cultural. Ahora bien, la diversidad de los regímenes políticos de la región lógicamente puede ser analizada en busca de la existencia de factores socioeconómicos subyacentes que pudieran constituir la trama común de esas ondas que han provocado la colisión regional. Además, el despotismo no constituye en sí mismo una razón suficiente para el estallido exitoso de una revolución democrática. De otro modo, ¿cómo explicar el momento de su triunfo?, ¿por qué se desató en 2011, después de decenios de despotismo en la región árabe?, ¿por qué en 1789, en Francia, después de una larga historia de absolutismo y de revueltas campesinas?, ¿por qué en 1989, en Europa del Este, y no entre 1953 y 1956?

    Sin embargo, si es que los factores socioeconómicos están en el principio mismo del levantamiento árabe, ello significa que los cambios radicales apenas están por venir y que traerán consigo, por lo menos, nuevos episodios de revolución y contrarrevolución, tanto en los países ya conmocionados como en otros, durante un largo tiempo. Después de todo, si se ha acordado designar el 14 de julio de 1789 como el día del inicio de la Revolución francesa, todavía está por discutirse el año de su culminación (1799, 1830, 1851 e, incluso, 1870-1875). De acuerdo con la hipótesis de menor duración, la Revolución francesa duró más de 10 años. El proceso revolucionario en la región árabe pronto alcanzará la fase de los dos años: es muy que probable que se extienda por muchos más todavía.

    Todo ello es lo que este libro trata de explicar. Su objetivo no es relatar historias particulares, puesto que cada una de ellas son objeto ya de varias narrativas y continuarán siendo, con toda seguridad, en los años por venir, motivo de numerosos trabajos que sabrán beneficiarse del paso del tiempo y de la decantación de los sucesos y de las fuentes de información. El proceso revolucionario en la región árabe está en curso y proseguirá por largo tiempo todavía, de modo que toda crónica que busque estar al día conlleva el riesgo de estar desfasada incluso antes de llegar a la imprenta. Este libro se propone, ante todo, analizar la dinámica de los sucesos a fin de intentar extraer las grandes enseñanzas y escrutar el horizonte. Se trata de una exploración radical del levantamiento árabe en los dos sentidos de la radicalidad: que se propone localizar las raíces profundas del fenómeno y que comparte la convicción de que no hay solución durable a la crisis más allá de la manifestación de su transformación.

    Londres, 30 de octubre de 2012

    I. EL DESARROLLO BLOQUEADO

    En cierto punto de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes […] A partir de las formas de desarrollo de las fuerzas productivas que eran, estas relaciones se convierten en trabas. Entonces, se inaugura una época de revolución social.

    Karl Marx, prefacio a la Crítica de la economía política, 1859

    Cuando una alteración revolucionaria no es un fenómeno aislado, imputable a circunstancias políticas particulares en el país en el cual surge, sino una onda de choque que va más allá del orden de lo episódico e inaugura una verdadera época de transformación sociopolítica que afecta a un conjunto de países caracterizados por estructuras socioeconómicas similares, entonces la tesis de Marx citada en el epígrafe cobra sentido. Las revoluciones burguesas europeas constitutivas de la era de las revoluciones –desde la guerra de independencia de los Países Bajos hasta el siglo xvi y la Revolución inglesa del xvii hasta la Primavera de los pueblos europea de 1848, pasando por el largo proceso de la Revolución francesa– aparecen, en efecto, como sacudimientos sísmicos provocados por la colisión de dos placas tectónicas identificadas por Marx: las fuerzas productivas en desarrollo y las relaciones de producción existentes, representadas por lo que el autor de El capital llamaba la superestructura jurídica y política en cuyo centro se sitúa el Estado. Estas revoluciones han acelerado el paso de las sociedades de predominancia agraria surgidas de la era feudal medieval a sociedades dominadas por la burguesía urbana, inaugurando así la industrialización capitalista.

    Un bloqueo de la misma naturaleza originó la onda de choque, cuyo epicentro sería la Polonia de 1980, que revirtió el conjunto de los regímenes llamados comunistas de Europa Central y Oriental y que culminó con la disolución de la Unión Soviética en 1991. Esta onda expansiva depuso el modo de producción burocrático, estancado en su propio centro, y lo reemplazó por la economía de mercado en la región, dándole el toque final, de ese modo, a la esencia de la globalización capitalista. No se ha subrayado hasta qué punto este vuelco histórico constituyó una ilustración sobresaliente de la tesis de Marx –una nueva ironía de la historia, dado que los regímenes caídos pretendían inspirarse en su doctrina–. Es, sin embargo, un crítico marxista del régimen de la urss, León Trotski, quien lo vio venir primero –en 1936, cuando la patria del socialismo alardeaba de récords de crecimiento–, cuando la economía del mando burocrático terminaría por desafiar al problema de la calidad, anticipando así el periodo que, en los inicios de los setenta (siglo xx), se conocería como la era del estancamiento y que terminaría con el hundimiento de los regímenes surgidos del estalinismo.

    ¿Acaso nosotros asistimos en la región árabe, a partir de 2011, a una época de revolución social provocada por el bloqueo del desarrollo de las fuerzas productivas debido a factores comunes en los países de la región y propias de ellos, a la manera de los dos casos históricos citados? La pregunta ameritaría plantearse de no ser porque la sacudida telúrica afecta a la región en su conjunto –desde Mauritania y Marruecos hasta el golfo árabe-iraní–. Por ello, además, la alteración en curso de los países árabes no ha dejado de ser comparada con la onda de colisión de Europa del Este en los años ochenta (siglo xx). No obstante, esta alteración no es –o, por lo menos, no es todavía– portadora de un cambio radical en el modo de producción. Nada equivalente en profundidad al gran desbarajuste que terminó por incorporar los países denominados comunistas al capitalismo mundializado parece perfilarse en el horizonte del proceso revolucionario en curso en el espacio arabeparlante.

    Mientras que las alteraciones europeas de los años ochenta (siglo xx) fueron consecuencia de una crisis en el centro mismo del modo de producción burocrático, la crisis de la región árabe no afecta más que una de las zonas periféricas del modo de producción capitalista mundializado contemporáneo. Esta crisis, por lo tanto, no estaría obligada –por ella misma y por sí sola– a manifestarse como un bloqueo general a este modo de producción, ni tampoco a ser un obstáculo circunscrito a su propia periferia, desde el momento en que continúa generando su desarrollo en otras zonas de esa misma periferia. E, incluso, si la crisis de la cual sufren las consecuencias actualmente las economías más desarrolladas del centro del sistema mundial –las de Europa en primera instancia– terminara por revelarse como la expresión de un bloqueo insuperable, generador de alteraciones sociopolíticas, la coincidencia de esta crisis con la del espacio arabófono no podría ser interpretada como relevante en cuanto a una relación causa-efecto.

    En la misma medida en que, en sus particulares modalidades, la crisis de los países del espacio arabeparlante se limita netamente a dicho espacio, revela en toda forma la acción de factores específicos más allá de la crisis del capitalismo mundializado en su generalidad o, aún más, la crisis del neoliberalismo en tanto que modo de gestión dominante del capitalismo en su fase actual de mundialización. Con el objetivo de identificar los factores específicos en marcha, es menester comparar el espacio arabófono con otras regiones periféricas del sistema económico mundial –en particular, los países del conjunto afroasiático a los que pertenece la región árabe.

    Por consiguiente, la tesis paradigmática de Marx sobre las revoluciones no debe descartarse, no obstante la explicación de las alteraciones en curso en la región árabe. Es necesario, sin embargo, derivar variantes de menor alcance histórico. El desarrollo de las fuerzas productivas puede ser bloqueado, en efecto, no por las relaciones de producción constitutivas de un modo de producción genérico (como la relación capital/trabajo asalariado por el modo de producción capitalista), sino por una variante específica del modo de producción genérico. En tal caso, la eliminación del bloqueo no requiere obligatoriamente suprimir el modo de producción fundamental, si bien necesita un cambio de modalidad o de modo de regulación.

    Este tipo de cambios no pasan necesariamente por revoluciones sociales o incluso políticas; pueden resultar de crisis económicas que inducen un cambio de rumbo por parte de la misma clase económicamente dominante. El gran capital ha negociado más de un viraje de este tipo a lo largo de su historia. La Gran Depresión de los treinta, seguida de la Segunda Guerra Mundial, lo mismo que la recesión general de los setenta, indujeron un cambio de mayor alcance, en dos direcciones diametralmente opuestas. Sin duda, las relaciones de fuerzas sociales han formado parte de la ecuación en ambos casos: el movimiento obrero salió reforzado de la primera crisis; debilitado de la segunda. Y, sin embargo, no se trataba de épocas de revolución o de contrarrevolución propiamente dichas.

    Estos cambios de modo de gestión en el marco de la continuidad fundamental de las relaciones de producción capitalistas ilustran de alguna manera la otra tesis que enunció Marx pocas líneas después de las frases del prefacio de 1859 citadas en el exergo de este capítulo:

    Una formación social jamás desaparece antes de que se hayan desarrollado suficientemente todas las fuerzas productivas que ha podido contener en sí; jamás fueron sustituidas por nuevas y superiores formas de producción, antes de que las condiciones materiales de existencia de tales relaciones hubieran hecho eclosión en el propio seno de la antigua sociedad.

    También existen, no obstante, situaciones en las que el desarrollo de las fuerzas productivas se traba, no por una simple crisis de regulación o de modo de gestión, sino por una dominación social particular, portadora de una variante específica del modo de producción genérico. En casos similares, el desbloqueo no puede efectuarse más que por medio de la subversión de esta categoría social particular, es decir, por una revolución social, sin que por fuerza ello deba conducir obligatoriamente a un cambio radical del modo de producción. Es posible conservar aquí la definición que Albert Soboul hizo de la revolución: Transformación radical de las relaciones sociales y de las estructuras políticas sobre los fundamentos de un modo de producción renovado,⁹ a condición de que se admita que la renovación puede limitarse a un cambio profundo de las modalidades del modo de producción, sin necesariamente desembocar en un cambio de modo genérico.

    El desarrollo capitalista puede estar bloqueado, en efecto, por una configuración distintiva de grupos sociales dominantes manteniendo cierta modalidad del capitalismo, más que por las relaciones de producción salariales-capitalistas en general y por las relaciones de propiedad que se reportan (la propiedad privada de los medios de producción social). Más tarde discutiremos las condiciones de desbloqueo y las dinámicas sociales que pueden acompañarlas. Lo que nos importa aquí es el bloqueo en sí, cuya existencia tenemos que verificar como primer paso.

    La constatación

    El indicador del desarrollo económico citado de forma más frecuente –en el sentido de crecimiento e independientemente de otros aspectos del desarrollo humano– es la progresión del Producto Interno Bruto (pib), tanto en lo absoluto como en lo relativo a la población. Este indicador es, sin lugar a dudas, bastante discutible (y volveremos a ello); no obstante, permite darnos cierta idea de la evolución relativa de la producción de bienes y servicios: su crecimiento en el tiempo, lo mismo que las diferencias de ritmo entre países y regiones del mundo.

    Resulta que, de todas las regiones a las que se les ha seguido llamando Tercer Mundo, la región Medio Oriente África del Norte (mena, por sus siglas en inglés) es la que padece la crisis de desarrollo más aguda. Luego de la década de 1960, en el curso de la cual la mayor parte de las economías de la región estuvo dominada por el sector público en una óptica desarrollista estática, los setenta atestiguaron la inauguración y la extensión progresiva de las políticas llamadas de infitah [apertura] –el nombre otorgado en el espacio arabófono a la política económica liberal, acompañada de la privatización de los medios públicos y de la reducción de las conquistas sociales–. Ciertos países de la región –Egipto en particular– han sido así precursores de programas de ajuste estructural que serían impuestos en el mundo entero a partir de la década de los ochenta en el marco de la desregulación neoliberal.¹⁰

    Ahora bien, el balance de los decenios 1970-1990 se caracterizó por el estancamiento del pib por habitante en la región mena: su tasa de crecimiento anual media (a precios constantes en las divisas locales) también fue ligeramente negativa. Su crecimiento medio volvió a la normalidad en los dos siguientes decenios, pero siguió por debajo del neto –en promedio– de la mayoría de los países en desarrollo (figura 1.1).

    Imagen 3

    Figura

    1.1

    Fuente

    :

    unicef

    .

    Es evidente que la media regional oculta disparidades entre casos individuales, pero la mayoría de los comportamientos positivos del periodo 1970-1990 es inferior o igual a la media de los países en desarrollo. Egipto se distingue por una tasa media de 4.1% en 1970-1990, netamente superior a la de otros países de la región y propulsada por el crecimiento de sus ingresos petroleros, los envíos de remesas de sus trabajadores migrantes, las ayudas otorgadas por las monarquías petroleras y por las potencias occidentales, así como por la expansión del turismo (todos estos factores combinados con la compensación del perigeo debido a la guerra de octubre de 1973, que explican el apogeo de 1976), pero esta tasa cayó a 2.7% en 1990-2010,¹¹ pese a los excepcionales comportamientos del trienio 2006-2008 sobre los cuales volveremos más adelante. La tendencia lineal de la progresión del pib por habitante de Egipto en los cuarenta años considerados es declinante (figura 1.2).

    Imagen 4

    Figura

    1.2

    Fuente

    : Banco Mundial.

    Podríamos legítimamente suponer, sin embargo, que los malos resultados del pib por habitante en la región mena se deben más a un crecimiento demográfico excepcionalmente mayor que a un crecimiento económico excepcionalmente débil. Es verdad, en efecto, que la tasa anual media de incremento demográfico de la región era el más elevado del mundo en las décadas de 1970 a 1990, como consecuencia del fuerte empuje demográfico que resultó de las reformas sociales y de las inversiones en el sector salud realizadas durante los sesenta. Esta tasa, sin embargo, se estabilizó entre las décadas 1990 y 2010 a un nivel inferior al del África subsahariana (figura 1.3).¹² Se mantuvo superior a 17% en el caso de Asia del Sur durante el mismo periodo mientras que la tasa de crecimiento del pib por habitante en la región mena era inferior a 47% en relación con este mismo indicador en Asia del Sur (figura 1.1).

    Imagen 5

    Figura

    1.3

    Fuente

    :

    unicef

    .

    Nótese también que la media de la tasa de crecimiento demográfico anual para los países árabes –2.2% en 2010, según cifras del Banco Mundial– fue empujada hacia el alza por las cifras anormalmente elevadas de ciertas monarquías petroleras cuyo crecimiento demográfico se debe, en gran medida, si bien no principalmente, a la importación de mano de obra. Todos los países del Consejo de Cooperación del Golfo (ccg) tenían en 2010 tasas medias de crecimiento demográfico superiores a la media árabe, con un porcentaje de 2.4 para el Reino Saudí, 9.6 para Catar, 2.6 para Omán, 3.4 para Kuwait, 7.6 para Baréin y 7.9 para los Emiratos Árabes Unidos (eau). Para los otros países, en 2010 y según la misma fuente, las tasas fueron: 0.7 para Líbano, 1 para Marruecos y para Túnez, 1.5 para Argelia y para Libia, 1.7 para Egipto, 2 para Siria, 2.2 para Jordania, 2.4 para Mauritania, 2.5 para Sudán, 3 para Irak y 3.1 para Yemen.¹³

    La otra observación que se vuelve necesaria en el tema de las cifras de crecimiento del pib para la región mena sobre las cuatro décadas revisadas es que fueron determinadas en buena medida por las fuertes fluctuaciones del precio del petróleo en el transcurso de dicho periodo, dado que se trataba del principal insumo de exportación de la región. Sin embargo, la fluctuación de los precios reales del crudo –una muy fuerte alza entre 1973 y 1981, seguida de una caída en 1986 y de un resurgimiento a partir de 1988– no podría explicar el balance negativo de las décadas comprendidas entre 1970 y 1990. De la misma manera, la baja continua –si bien débil– de estos precios hasta 1998 y su nueva caída

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