El pensamiento de los dominicos novohispanos e el siglo XVI
Por Mauricio Beuchot
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No estamos hablando de una obra caduca. Los autores estudiados en este libro, sus teorías y sus tesis, conservan una actualidad impresionante. Es mucho lo que pueden enseñar al mundo contemporáneo.
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El pensamiento de los dominicos novohispanos e el siglo XVI - Mauricio Beuchot
Colección Foro Hispanoamericano
Director
Francisco Javier Gómez Díez (Universidad Francisco de Vitoria)
Comité científico asesor
Paolo Bianchini (Universidad de Turin)
Perla Chinchilla Pawling (Universidad Iberoamericana - México)
Alex Coello de la Rosa (Universidad Pompeu Fabra)
Fermín del Pino Díaz (Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC)
José Eduardo Franco (Universidade Aberta/CLEPUL - Universidade de Lisboa)
Almudena Hernández Ruigómez (Universidad Complutense de Madrid)
Ana María Martínez Sánchez (Academia Nacional de la Historia - Argentina)
Igor Sosa Mayor (Universidad de Valladolid)
© 2021 Mauricio Beuchot
© 2021 Francisco Javier Gómez Díez del prólogo
© 2021 Editorial UFV
Universidad Francisco de Vitoria
www.editorialufv.es // editorial@ufv.es
Diseño de cubierta: Cruz más Cruz
Imagen de portada: Detalle de los motivos en la entrada al cementerio del Ex Convento Dominico
de la Natividad, Tepoztlán, Morelos, México
Primera edición: febrero de 2021
ISBN edición impresa: 978-84-18360-77-0
ISBN edición digital: 978-84-18360-78-7
ISBN Edición EPUB: 978-84-10083-13-4
Depósito legal: M-3548-2021
Preimpresión: MCF Textos, S. A.
Impresión: Calprint, S. L.
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Impreso en España - Printed in Spain
Índice
PRÓLOGO DE FRANCISCO JAVIER GÓMEZ DÍEZ
INTRODUCCIÓN
TEOLOGÍA HUMANISTA EN LA ORDEN DE PREDICADORES AL COMIENZO DE LA COLONIA
CONVENTO DE SANTO DOMINGO, EN MÉXICO
LABORES UNIVERSITARIAS
DOCENCIA TEOLÓGICA
PROFUNDIZACIÓN Y DIFUSIÓN
CONTINUADORES
CONVENTO DE SANTO DOMINGO, EN OAXACA
CONVENTO DE SANTO DOMINGO, EN YANGÜITLAN
CONVENTO DE SANTO DOMINGO, EN PUEBLA DE LOS ÁNGELES
COLEGIO DE SAN LUIS, EN PUEBLA
APÉNDICE: LA RACIONALIDAD ANALÓGICA EN LOS DOMINICOS DEL SIGLO XVI
BIBLIOGRAFÍA
Prólogo
Cuando Mauricio Beuchot me propuso escribir unas líneas para presentar su trabajo sobre los dominicos novohispanos del siglo XVI, junto con el incuestionable honor que para mí implicaba la oferta, se me planteó un problema. Presentar al profesor Beuchot no tiene mucho sentido. Es bien conocida la calidad intelectual de su obra, y todos los que tenemos la suerte de haberlo tratado conocemos también su gran humanidad. Resumir su trabajo no pasaría de un pobre remedo. Mi intención es bien distinta. Las páginas que ha escrito ponen sobre la mesa tres cuestiones: la evangelización de la inteligencia, la vitalidad del mundo universitario novohispano y la existencia de una sólida tradición escolar estructurada en torno a las enseñanzas de un maestro que nunca abandonó Europa: Francisco de Vitoria. Solo construiré una reflexión en torno a estos hechos.
«La Orden de Predicadores —comienza diciendo Beuchot— trajo a la Nueva España su gran tradición de estudio y trabajo intelectual. Siguiendo a santo Tomás de Aquino, comprendió que una de sus principales funciones es la santificación de la inteligencia». Siguiendo a santo Tomás. No por casualidad es este el patrón de la Universidad. Fue religioso, fue dominico y es santo, pero no en menor grado, desde su entrada con quince años en la Universidad de Nápoles hasta su muerte, fue un universitario. Como en su momento Francisco de Vitoria, no es un universitario por pasar la vida entre las aulas y los libros; lo es por el espíritu intelectual que cultivó. Un espíritu que implica innovación, racionalidad y compromiso.
Antes de entrar en materia, una nota solo aparentemente marginal. La innovación está en las preocupaciones, no en los métodos. Guillermo de Tocco, alumno y primer biógrafo de Tomás de Aquino, insiste en cómo este, en sus lecciones, abordaba nuevas cuestiones, hallaba un modo nuevo de plantearlas y aportaba nuevas razones para resolverlas. Innovar no fue nunca dejarse arrastrar por los fuegos de artificio que solo llevan a sustituir el rigor de la profundidad por el atractivo de la brillantez. Cuando uno se aproxima a maestros como Tomás y Vitoria, se reafirma en una creencia: la actividad universitaria se fundamenta en el discurso, en la exposición ordenada de unas ideas. Luego, el alumno, buscando comprender todo su alcance, entra en diálogo con el maestro y con los libros. Para volver a ser innovadores, regresemos, como pedía Jordi Llovet, a la palabra oral y escrita en todos los niveles de la educación, a la articulación de los discursos para avanzar por la senda de cualquier conocimiento (Adiós a la Universidad, Barcelona, 2011).
Como si hubiera escrito estas líneas, Tomás de Aquino puso sus excepcionales dotes docentes —que le permitieron obtener la plena licencia para enseñar dos años antes de la edad mínima establecida— al servicio de una ingente obra, donde, dice García Baró, priman el esfuerzo por lograr la máxima claridad y la lucha por salvar la proposición del pensador al que ha de terminar oponiéndose (Sócrates y herederos, Salamanca, 2009).
Consciente de la compleja realidad que le ha tocado vivir, Tomás de Aquino no se acomoda a los moldes ya establecidos. En una época en la que el pensamiento de Aristóteles desafía a la tradición cristiana occidental, y esta parece no tener otro recurso defensivo que tachar de herética a la novedad aristotélica, santo Tomás inicia un amplio y fructífero diálogo con el Estagirita. Fruto de la aceptación de esta novedad, distingue la teología de la filosofía, no por el papel que en ambas juega la razón, que sería el mismo, sino por su punto de partida: las verdades de fe, en el primer caso, y la realidad sensible, lo que puede ser conocido por el ser humano de forma directa, en el segundo. Sin abandonar ni por un momento sus convicciones religiosas y rechazando cualquier tentación de recurrir a una doble verdad, Tomás de Aquino —confiado en las capacidades del ser humano— hace de la razón un instrumento universal en la búsqueda de la verdad. Así, junto con la reflexión teológica, levanta su Suma contra gentiles, donde, recurriendo exclusivamente a una argumentación universalmente aceptable, inicia un diálogo con el no cristiano.
El mismo espíritu de Tomás de Aquino define a Francisco de Vitoria. Su pensamiento está firmemente anclado en los principios establecidos por santo Tomás, pero, si este debió responder a la complejidad de siglo XIII, Vitoria debió enfrentarse a los desafíos de la primera modernidad.
En la Universidad de París, Vitoria entra en contacto con las corrientes intelectuales del momento y, al mismo tiempo, con los límites de una institución en crisis. De un valor inmenso sigue siendo la obra de Ricardo García Villoslada, La universidad de París durante los estudios de Francisco de Vitoria (Roma, 1938). En estos años, Vitoria se deja influir por Peter Crockaert y Jean de Feynier, a los que considera maestros y, especialmente en colaboración con el primero, se interesa por dar a conocer la obra de Tomás de Aquino. En los primeros años del siglo XVI, Crockaert impuso como texto universitario la Suma teológica. Posteriormente, pese a las reticencias de las autoridades salmantinas, será imitado por Francisco de Vitoria en España. La Suma, aparte de una estructura más ordenada, estaba pensada para el estudio del alumno, y no como apoyo del profesor, como las Sentencias.
Vitoria conoce, en París también, las corrientes nominalistas. Recordará, años después, a Juan de Celaya y no dudará en citar a Jacques Almain y a John Mair. Si la firmeza del tomismo le llega por Crockaert, la corriente nominalista lo hizo más sensible a la problemática jurídica y a los efectos de los abusos eclesiásticos y romanos; lo aproximó —sin hacerle perder su característica prudencia y su atención a los matices— a las tesis conciliaristas y a las reflexiones sobre el origen del poder. Más aún, Mair fue el primero en preguntarse por la legitimación de la ocupación de América por España, y es probable que Vitoria conociera sus tesis, como defendieron Leturia y Beuchot.
Por último, su brillante formación le permitió tratar de igual a igual con los humanistas. Luis Vives lo aprecia y admira. Años después, incluso llega a recomendar a Erasmo, cuando en España empieza a ser visto con reticencia, que busque el apoyo de Vitoria. De todas formas, este marca distancia. Señala Beuchot, a propósito de la presencia del humanismo en la teología de los dominicos novohispanos, que no se trata de humanistas tan extremos como los que se dieron en Italia y en otros países nórdicos, sino como los que hubo en España: escolásticos que buscan corregir los excesos de su tradición y recuperar las fuentes grecorromanas y bíblicas.
Concluida su etapa parisina, Vitoria asume —como siglos antes Tomás de Aquino— que no debe abandonar el estudio. La universidad se convierte entonces casi en una forma de entender la existencia, en una vocación de servicio.
El universitario, por supuesto, está centrado en sus alumnos. Se ha hablado mucho de las dotes oratorias de Vitoria. Melchor Cano insiste en que, si no era el que más sabía, sí era el que mejor enseñaba. Ramón Hernández, en su biografía Francisco de Vitoria (Madrid, 1995), ha analizado este hecho en torno a sus dotes de exposición, su claridad y concisión, la imposición del dictado, la modificación de los ritmos de la explicación dependiendo de los temas, su permanente interés por las preguntas y dudas de sus alumnos o su atención a la realidad cotidiana.
Vitoria merece todos los elogios por estar atento a las dudas y preguntas de sus alumnos e intentar responderlas, y por buscar el mejor texto, no para su lucimiento, para la claridad de sus clases y el aprovechamiento de sus discípulos. Tiene muy claro que universitario sin libros es como soldado sin espada. De ahí su interés, ya en París, por editar las obras de santo Tomás y por volver a las fuentes: a la Sagrada Escritura y a los clásicos grecolatinos. Este leer y releer lo lleva a someter el argumento de autoridad a la lógica y a la experiencia; una actitud claramente humanista que Domingo de Soto le reconoce como lector de santo Tomás.
La lectura, el estudio, es el fundamento, la condición de posibilidad del hecho universitario, pero no es su misión. No se trata de encerrarse ni en la vanidad del aula ni en la soledad del despacho. He señalado al comenzar estas líneas la función del compromiso. Aquí es donde entra en juego lo que hoy llamaríamos trabajo en equipo, la independencia de juicio y, en último término, la creación de una escuela. Tres rasgos que fácilmente se pueden rastrear en la obra de Vitoria.
Tiene claro que el saber se comparte y, así, se multiplica. Por eso, desde su juventud, fomentó el trabajo en equipo, algo que solo es posible cuando olvidamos nuestro curriculum vitae y ponemos delante el saber y al alumno. Así, Vitoria reconoce a sus maestros, se enfrenta al emperador en defensa de la Universidad (contra los deseos del César, se