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Isidro Ignacio Icaza: un firmante del Acta de independencia
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Isidro Ignacio Icaza: un firmante del Acta de independencia
Libro electrónico241 páginas3 horas

Isidro Ignacio Icaza: un firmante del Acta de independencia

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A partir de una firma que figura en el Acta de Independencia mexicana, y de la curiosidad que dio origen a una larga investigación, surge este libro que pretende reconstruir a un personaje apenas conocido; de entre todos los firmantes de dicha Acta, Isidro Ignacio Icaza Iraeta fue referido por la historia simplemente como el que había sido jesuita, y aunque fue prácticamente ágrafo -lo cual ha dificultado especialmente conocer sus inquietudes y su pensamiento- fue un ciudadano que pertenecía a la intelectualidad mexicana de su época. A partir de las siguiente páginas pueden seguirse los aspectos a los que Isidro Ignacio dedicó sus esfuerzos y su vida, y en cierta medida se pueden intuir los resortes que motivaron las distintas participaciones que tuvo en su convicción por contribuir a formar una mejor sociedad. Con un acento en la vida diaria y en la cotidianidad, este libro hace posible ver a Isidro Ignacio Icaza inserto en la historia de nuestro país en un momento de transición del que fue protagonista; al recorrer su vida, el lector puede adentrarse en una época que va desde el México virreinal en el que él nace, hasta la consolidación del México nacional, y conocer así a la generación de la que fue parte, a la que correspondió consolidar nuevas perspectivas desde el pensamiento de las luces y del criterio de la búsqueda la felicidad extendida todos los hombres. En su momento, fue en los integrantes de dicha generación en quienes recayó la responsabilidad de llevar al país a la vida independiente, y como consecuencia de ello se vieron en la tarea de impulsar el nuevo gobierno de México al proclamarse su libertad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 feb 2024
ISBN9786078956272
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    Isidro Ignacio Icaza - María Rosaura Álvarez Malo Prada

    La formación de Isidro Ignacio Icaza

    Rasgos distintivos de la familia Icaza Iraeta

    En la Nueva España la familia representa un oasis para los individuos de la élite. Es en ella donde se promueve la continuidad de la sangre y el apellido. Es en ella donde se expresan los sentimientos de afecto, protección y solidaridad. Es en ella donde se cultivan las formas de vida, las costumbres, los valores, por medio de la educación y el ejemplo. Es en ella donde el individuo se recrea, expresa sus alegrías en los nacimientos, los matrimonios, los onomásticos, y las órdenes sacerdotales. Es en ella donde el individuo llora y padece ante la enfermedad o la muerte de un ser querido. Es en ella donde el individuo expresa y propone el amor a la patria, la fidelidad al rey y el temor y amor a su Dios.¹

    Una familia criolla novohispana

    Isidro Ignacio Icaza nace en México en el seno de una familia que forma parte de las élites mercantiles criollas novohispanas de las últimas décadas del siglo

    XVIII,

    de la que han destacado diversos individuos desde entonces hasta nuestros días. Las características específicas de la familia Icaza Iraeta, si bien comparten rasgos con las demás familias de la élite novohispana, también tienen distintivos particulares que conforman su personalidad.

    Se trata de una familia de comerciantes: tanto el abuelo de Isidro Ignacio, Francisco de Iraeta y Azcárate, como su padre, Isidro Antonio de Icaza y Caparroso, fueron individuos que empezaron sus fortunas desde muy jóvenes y llegaron a formar parte de una esfera económico-financiera de gran importancia para el mundo hispano, donde, a principios de siglo

    XIX

    , el comercio constituía uno de los capitales más fuertes y sería detonador de importantes inversiones y transformaciones de aquella época.²

    Hombres resueltos y con una gran vitalidad, ambos de ascendencia vascongada, compartirían varias empresas juntos y, para el caso que nos ocupa, además de ser socios en términos comerciales transformaron sus lazos de amistad en vínculos familiares³ a través del matrimonio de Isidro Antonio de Icaza con la hija de Francisco de Iraeta, María Rosa, enlace con el cual se funda la familia Icaza Iraeta.

    Los dos patriarcas tuvieron un papel fundamental para esta familia, pues imprimieron los elementos que dotaron de identidad a esta casa y cuya cosmovisión trascendería por varias generaciones. Don Isidro Antonio Icaza y don Francisco de Iraeta habían llegado a la Nueva España impulsados por la búsqueda de consolidar sus objetivos económicos, pero su establecimiento el México se transformó en una empresa de vida y en una forma de pensar y de actuar distinta que fue conocida por quienes vivieron en su época; si bien en México supieron ver una gran oportunidad para el comercio, también encontraron un espacio para la formación e ilustración de sus familias, a partir de lo cual adquirieron una conciencia e identidad particular de la que se deriva el compromiso por contribuir al desarrollo de la tierra y la sociedad que los acogió. Hacia finales del siglo

    XVIII

    las presencias de estos dos personajes destacan en varios espacios, corporaciones e instituciones del mundo novohispano en los que participaron activamente y desde donde pudieron influir en los ajustes y cambios que requería la sociedad en su momento.

    Los Iraeta y los Icaza fueron familias conocidas en el mundo hispano. Por un lado, como es natural, a partir de sus relaciones con otras familias que pertenecían a esta élite y, en este mismo sentido, por sus lugares de residencia, tanto en la Ciudad de México como en San Ángel, donde fueron conocidos y queridos por sus vecinos. Por otro lado y de especial manera el entorno del comercio contribuyó a que ellos establecieran múltiples relaciones; baste pensar en los demás comerciantes con los que hicieran negocios, en sus frecuentes y muy diversos clientes, en las autoridades con las que tenían que ver e incluso los corresponsales que tenían en los puertos mercantiles tanto en América y Asia, como en la Península, con quienes –a pesar de su lejanía– podían tener lazos estrechos y de fuerte amistad.

    Algunas muestras documentales de estos vínculos tanto en la Ciudad de México como en el mundo ibérico de entonces pueden leerse en documentos como los libros copiadores en los que dejara Francisco de Iraeta testimonio de su correspondencia, o en el expediente que presenta Isidro Ignacio Icaza para ser comisario de corte del Tribunal del Santo Oficio. En este último documento, el vasco Francisco Antonio de Santiago –natural de la villa aduanera y comercial de Balmaseda, que conoció a la familia por motivos del comercio– resume con su expresión la opinión que se tenía en la Ciudad de México sobre los hermanos Icaza Iraeta, asentando que siempre ha oído nombrar con estima a los hijos de Icaza.

    En el expediente de limpieza de sangre de Isidro Ignacio Icaza atestiguaron también, entre otros, individuos que conocían a los Icaza y a los Iraeta a partir de otros factores como el trato que tuvieron en las instituciones a las que pertenecían, por la cercanía y la convivencia entre vecinos y por la ya mencionada actividad comercial. Por ejemplo, José Rafael Iglesias, que vivía en San Ángel y había conocido y tratado a los Icaza como vecinos, conocía también de antaño a Francisco de Iraeta por motivos mercantiles; así mismo, dos montañeses que se expresaron excelentemente de estas familias fueron José Martínez Barenque –familiar de número del Santo Oficio y hermano mayor de la cofradía de San Pedro Mártir– y Esteban Vélez de Escalante –capitán del Regimiento del Comercio– quien a partir del intercambio mercantil formó con Francisco de Iraeta una amistad de más de treinta años. Otro caso que se puede mencionar es el del conde de la Torre de Cosío cuya excelente amistad con la familia había iniciado por los negocios que tenía con Isidro Antonio de Icaza.

    Con el matrimonio de Isidro Antonio de Icaza con la hija de Francisco de Iraeta se fundó una nueva familia vascongada de este lado del Atlántico. Cuando este matrimonio fue tratado, fue del gusto de los distintos involucrados; algo de esto quedó escrito por la pluma de Francisco de Iraeta, que en su correspondencia refiere: tengo tratado de casar a mi hija María Rosa, con su gusto, de su abuela y mío, con Ysidro Antonio de Ycaza, mozo de caudal y que merece la mayor atención en esta ciudad.⁵ El casamiento se celebró el 2 de febrero de 1782 en la iglesia de La Profesa, siendo testigos el mismo Francisco de Iraeta y el padre Francisco Velasco de la Torre, del Oratorio de San Felipe Neri,⁶ recibiendo las bendiciones nupciales en la capilla de los Dolores en la portería de dicho Oratorio.

    Isidro Antonio de Icaza y Caparroso y María Rosa de Iraeta y Ganuza tuvieron tres hijos: Isidro Ignacio, motivo de esta investigación, fue el primogénito. El segundo hijo, Mariano José, fue quien heredó en gran parte la empresa mercantil de su padre y consolidaría después el legado de su abuelo, Francisco de Iraeta, al casarse con una prima suya; y por último, Antonio, quien se dedicaría a la producción agrícola en sus haciendas de Puebla⁷ y al ámbito político participando en varios cargos en el gobierno de la ciudad y de la República.⁸

    Isidro Ignacio nació el 13 de septiembre de 1783 y fue bautizado solemnemente tres días después en la parroqUIA de San Miguel en la Ciudad de México, el 16 de septiembre. En presencia del párroco, el arcediano dignidad de la Santa Iglesia Metropolitana le dio los nombres de Isidro Ignacio Mariano José Amado de Jesús.⁹ De la pluma de su abuelo Francisco de Iraeta queda testimonio de los momentos felices en los primeros años de fundación de esta familia, pues tuvo el gesto de comentar sobre el joven matrimonio a su corresponsal en Manila, cuando le platica en una carta: ya tienen un niño con cerca de seis meses, muy robusto; lo pasan bien contento[s] y yo estoy de verlos.¹⁰

    Para este muchacho robusto el primer Icaza nacido en México y nieto primogénito de Francisco de Iraeta se pensó –cuando sólo tenía tres años– en la carrera eclesiástica. Con el acuerdo de los padres del niño, el abuelo Iraeta fundó una capellanía por cuatro mil pesos para que a su título se pueda ordenar hasta el sacro ordenamiento Presbítero percibiendo sus réditos desde el mismo día para su alimento y fomento de sus estudios.¹¹ Se trata sin duda de una época donde las familias tomaban este tipo de decisiones de forma natural, obedeciendo a un sinfín de factores de tipo económico y social, pero también derivado de una particular cosmovisión religiosa.

    Elementos que lo formarían de niño: la familia

    Dos factores de orden antropológico marcarían –entre otros– la concepción de la familia para los Icaza Iraeta: por un lado, el precedente étnico vascongado, que se caracteriza por fomentar la cercanía y estrechez de lazos entre sus miembros a través de actitudes como la procuración de una permanente comunicación, la preocupación por los demás parientes, el fortalecimiento de relaciones a través de sociedades, compadrazgos, matrimonios, etcétera, y por otro lado, la situación de migración, que suele ser generadora de comunidades de apoyo y solidez para quienes sean procedentes del mismo país de origen. Ambos factores, que a simple vista son considerados como fenómenos sociales bien conocidos, se fueron convirtiendo en un modus vivendi y en una forma de comprender y explicar sus propias familias. Tanto Francisco de Iraeta como Isidro Antonio de Icaza a lo largo de su vida se entendieron a sí mismos en un contexto de familia fortaleciendo especialmente las redes intrafamiliares.

    Un ejemplo de la forma en que se daba el fortalecimiento de estos vínculos hacia el interior familiar puede seguirse al revisar los compadrazgos que establece Isidro Antonio de Icaza cuando elige los padrinos de bautizo de sus hijos. Primeramente, los padrinos del propio Isidro Ignacio –su primogénito– fueron su suegro, Francisco de Iraeta, y Rosa de Argote, esposa de su hermano, Gabriel Icaza. Para sus siguientes hijos seguiría escogiendo a sus compadres dentro de la propia familia, siendo padrinos de Mariano, Margarita de Iraeta (su cuñada) y su hermano, Gabriel de Icaza, y de Isidro Antonio, Ana María de Iraeta (su cuñada también) y Gabriel de Iturbe. Con este mismo criterio de fortalecimiento de lazos intrafamiliares procedería años más tarde don Isidro Antonio, cuando bautizara a sus hijos del segundo matrimonio.¹²

    La convicción de transformar y mejorar la realidad temporal fue parte de la comprensión y utilidad de su presencia en el mundo, que vendría desde sus antepasados quienes se involucraron por varias generaciones en instituciones políticas y sociales.¹³ Puede seguirse la trayectoria de sus miembros justamente a partir de los registros de participaciones de relevancia académica, económica, financiera o de gobierno, e incluso de donaciones piadosas y colaboraciones para el mejoramiento de sus espacios. Se trata pues, de una familia cuyos talentos están orientados al aspecto social, para lo cual tendrán una sensibilidad y empuje característico que, de manera natural, aún con el cambio de generaciones o incluso de países y continentes, les ha llevado a involucrarse en instituciones que tienen que ver con el ámbito de lo social: instituciones educativas y religiosas, sociedades gremiales, organismos políticos y de gobierno, etcétera.

    Tal como ocurre hoy en día, estos espacios permitían influir en la toma de decisiones y eran lugares para el ejercicio del poder, aunque a diferencia de las instituciones actuales, era frecuente que estos cargos no tuvieran asignado un salario y en cambio requerían de una fuerte inversión de tiempo e incluso de recursos por parte de quienes los ocupaban. Derivado de su activa participación en estas instituciones algunas veces serán llamados a ocupar posiciones –ya por sus conocimientos, ya por su experiencia, o por su capacidad económica– y otras serán ellos quienes busquen estar en lugares que les permitirán promover y/o defender sus posturas, convicciones, creencias e incluso sus intereses comerciales y económicos. Estos cargos también representaban un lugar de reconocimiento social, que podía ser otorgado como un factor de distinción que se daba a algún ciudadano o miembro destacado de la sociedad.

    Con todo y ello, estos patriarcas cuidaron personalmente la formación de sus familias a pesar de sus ya de por sí absorbentes actividades empresariales y sus actividades en las diversas instituciones. En medio de una época y sociedad en la que los varones solían estar ausentes de las cuestiones familiares, pero congruentes con su concepción de familia al estilo vascongado, fueron hombres cercanos a ella y que se ocuparon siempre de sus integrantes, gracias a lo cual imprimieron el sello de sus convicciones y de su concepción del ser humano en sus descendientes. En algunas cartas de Francisco de Iraeta, por ejemplo, refiere situaciones cotidianas sobre sus hijas o sus yernos, de quienes se expresa siempre con cercano cariño y los refiere a todos como hijos

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