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José María Velasco Ibarra: Una antología de sus textos
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Libro electrónico704 páginas11 horas

José María Velasco Ibarra: Una antología de sus textos

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Velasco Ibarra (1893-1979) fue electo cinco veces presidente constitucional de la República de Ecuador entre 1934 y 1970, aunque sólo en una ocasión pudo culminar su mandato. Llamado el Profeta o el Patriarca, era para muchos el intérprete de las aspiraciones más profundas de las masas; para otros era simplemente un demagogo populista. El presente estudio es una antología de la obra crítica de Velasco Ibarra, e inicia con una exposición rigurosa y erudita de su obra.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 sept 2014
ISBN9786071622488
José María Velasco Ibarra: Una antología de sus textos

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    José María Velasco Ibarra - Enrique Ayala Mora

    Mexico

    ESTUDIO INTRODUCTORIO

    ENRIQUE AYALA MORA

    1. PRESENTACIÓN

    Contenido del estudio

    Vengo a meditar y a morir, dijo José María Velasco Ibarra a los periodistas que lo interrogaban en la escalerilla del avión que lo trajo a Quito de su último autoexilio. El Profeta, el Patriarca, el Doctorcito que había mandado en el país más que nadie, que fue ídolo de las masas por 40 años, que llegó a la Presidencia del país cinco veces, ahora venía derrotado por la muerte. Días antes, su esposa había fallecido en un accidente de tránsito en Buenos Aires. El anciano caudillo, alto, delgado, erecto y más enjuto que nunca, traía al Ecuador el cadáver de doña Corina Parral de Velasco Ibarra y confesaba que ya no quería vivir más. Y los ecuatorianos vieron que este hombre de quien no habían conocido sino su figura enorme y apergaminada, como mandada a hacer para ser llamado por siempre el Señor Presidente era, al fin y al cabo, tan humano que se estaba muriendo de amor...

    Velasco, lejano pero sensible al clamor de las masas, pobre de toda la vida pero proverbialmente honrado, frío intelectual pero profundamente humano, había sido una leyenda desde cuando estaba vivo. Muerto pocos meses después de su final retorno a su país, entró definitivamente en el retablo nacional. En la memoria social del pueblo, Velasco es un mito. Buena parte de los ecuatorianos se acuerdan de la época en que la gente sabía que Papá Velasco era el presidente de la república.[1] Y muchos de los más jóvenes, que saben muy poco de historia, conocen sólo su nombre como símbolo del pasado.

    Pero antes y ahora, aunque todo el mundo ha conocido a Velasco Ibarra como un gran intelectual, muy excepcionalmente se habla de sus escritos. Siendo el ecuatoriano más conocido en todos los ámbitos, como escritor es, más bien, un autor de escasísimo éxito. En realidad, la mayoría de sus libros fueron escritos y publicados fuera del país. Y allá circularon. Pero aun luego de que sus obras completas fueron publicadas gracias al esfuerzo de su sobrino Juan Velasco Espinosa, la difusión de su pensamiento ha sido más bien escasa.[2] Velasco Ibarra, empero, fue un escritor sumamente prolífico. Y la lectura de sus obras tiene importancia no como curiosidad intelectual, sino como una necesidad para descifrar una clave del Ecuador del siglo XX.

    En los siguientes párrafos se esboza una breve biografía de Velasco Ibarra para ubicar la secuencia de su producción bibliográfica dentro de su carrera política, o más bien, dentro de los recesos obligados en su carrera política, puesto que su obra fue casi siempre la de un exiliado. Luego se presenta una exposición sistemática del pensamiento político de Velasco Ibarra. El estudio se llevó a cabo tomando como base dos anteriores. El uno data de 1972;[3] el otro, de 1988.[4] Ambos se prepararon con objeto de difundir el conocimiento de la obra de Velasco, un tema sobre el que apenas se ha escrito en el Ecuador, aunque en los últimos tiempos han aparecido numerosos estudios sobre el velasquismo.

    Este trabajo pretende exclusivamente introducir la lectura de la selección de las obras del autor que luego se presenta. No es, por tanto, un estudio sobre el pensamiento velasquista, ni una investigación del fenómeno velasquismo. Si este estudio logra dar a los lectores una visión general y organizada del contenido de la obra de Velasco, cumplirá satisfactoriamente su obejtivo y, al mismo tiempo, será un aporte para el ineludible trabajo futuro de analizar su pensamiento.

    Es preciso advertir que para este trabajo se han utilizado exclusivamente los libros que el autor publicó. Su numerosa producción periodística y, sobre todo, oratoria, aunque se ha revisado en muy buena parte, no se incluye en la sistematización. Esto, fundamentalmente, por delimitar el contenido al Velasco escritor. También con el mismo criterio, debe anotarse que el estudio pone atención especialmente al pensamiento político del autor, considerado en su más amplia acepción. Por esta razón se incluye aquello que podría entenderse como filosofía, pero se recalca menos lo que es más bien el campo jurídico, especialmente el del derecho internacional, en que el autor incursionó de manera reiterada.

    Este estudio introductorio contiene un esbozo biográfico de Velasco Ibarra. Luego, analiza tres aspectos claves de su pensamiento: la realidad humana, la relación sociedad-política y su visión sobre América Latina.[5] Al final, se incluye un comentario que ofrece algunas claves para estudiar el pensamiento del autor. Se anexan un listado de sus obras y una bibliografía sobre Velasco y el velasquismo.

    Luego de este estudio introductorio, el volumen contiene la selección de obras de Velasco Ibarra. Ésta se ha preparado con la intención de ofrecer una muestra de sus escritos más relevantes, de modo que pueda conocerse el conjunto de su pensamiento. Cubre prácticamente todos los libros publicados por el autor, pero, como se ha dicho, no incluye otros productos intelectuales, como mensajes y discursos. Se presentan los textos en el orden de su publicación y bajo los títulos de las publicaciones originales. Se ha preferido transcribir capítulos o secciones enteras de las obras, más bien que párrafos aislados.

    Esbozo biográfico de Velasco Ibarra

    José María Velasco Ibarra nació en Quito el 19 de marzo de 1893. Fue hijo del ingeniero Alejandrino Velasco, esmeraldeño, egresado de la primera Escuela Politécnica Nacional, y de doña Delia Ibarra, quiteña. Su madre, mujer de fuerte personalidad, influyó decisivamente en su formación; ella le impartió la educación primaria. El ambiente de su hogar fue el de una familia de los sectores medios conservadores de la capital ecuatoriana. Tuvo muchos hermanos pero sólo sobrevivieron pocos.[6]

    Hizo los estudios secundarios en el Seminario Menor, en el Colegio San Gabriel de los padres jesuitas y se graduó de bachiller en el Instituto Nacional Mejía. Por esta época cultivó la amistad del arzobispo de Quito, monseñor Federico González Suárez, el más notable historiador ecuatoriano y líder de la reacción católica frente al liberalismo. En 1911 ingresó en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central, en donde obtuvo el título de doctor en derecho. Su tesis doctoral versó sobre el sindicalismo.[7] Un tema realmente novedoso en esa época.

    Mientras desempeñaba sus primeros cargos en la burocracia nacional —secretario de la Dirección de Asistencia Pública, síndico del municipio de Quito—, se dedicó a la labor periodística. La columna que mantuvo en El Comercio con el seudónimo Labriolle le dio la oportunidad de hacer sus reflexiones iniciales sobre los grandes temas del momento, así como las primeras armas en la vida pública. Son resultado de su época periodística sus primeras publicaciones: Estudios varios (1928) y Meditaciones y luchas (1930). En 1929 publicó su profesión de fe liberal: Democracia y constitucionalismo, que prologó José Rafael Bustamante, uno de los intelectuales más destacados del país.

    Durante sus primeros años de ejercicio profesional, contrajo matrimonio con doña Esther Silva, acomodada dama quiteña. Su relación con ella, empero, resultó un fracaso y concluyó con un divorcio que habría de ser muy comentado.[8] A finales de la década de los veinte, Velasco cumplió con una de sus más caras aspiraciones: viajar a París. Allí permaneció algún tiempo donde asistió a varios cursos de derecho internacional.

    A su regreso, encontró el Ecuador sumido en una profunda recesión económica y una grave crisis política. En las elecciones convocadas en 1932, su prestigio intelectual influyó para ser designado candidato a diputado por la provincia de Pichincha, en las listas que respaldaban a Neftalí Bonifaz, postulado por una alianza del Partido Conservador, grupos liberales moderados y sectores artesanales militantes. Electo diputado, en el Congreso de 1932, durante uno de los periodos parlamentarios más tormentosos de la historia, Velasco fue presidente de la Cámara y se transformó en el líder de la oposición al gobierno de Martínez Mera. En unos cuantos meses, las acciones parlamentarias lograron la caída del presidente.

    Convocadas nuevas elecciones en 1933, Velasco Ibarra aceptó ser candidato presidencial. Lo apoyaban las fuerzas del bonifacismo, el Partido Conservador y nuevos sectores de terratenientes de la costa y grupos medios que insurgían en la escena política. En la campaña electoral, la fulgurante oratoria del candidato y sus activas giras por el país proyectaron una imagen de renovación. Triunfó en la elección con una abrumadora mayoría sobre un candidato socialista.[9] Su propuesta política apuntaba a la superación del debate liberal conservador, puesto que se identificaba como liberal pero de tradición católica, que estaba auspiciado políticamente por la derecha y la Iglesia. Pero Velasco Ibarra fue más allá del conservadurismo tradicional. Su figura de caudillo logró aglutinar fuerzas, especialmente sectores populares y medios que los políticos de la aristocracia terrateniente no pudieron movilizar. Más aún, Velasco fue el vehículo de una alianza del latifundismo serrano con sectores terratenientes de la costa que abandonaron el viejo liberalismo.

    Con el triunfo de 1933 nació el velasquismo, sin duda, el fenómeno político más notable de este siglo en la política ecuatoriana. Hay mucho que investigar y se debate aún bastante sobre su naturaleza; sin embargo, parece ir quedando claro que no se trata de un movimiento populista con los rasgos que este tipo de realidades han tenido en otros lugares de América Latina. El velasquismo puede, más bien, considerarse como una típica fórmula caudillista que expresa una alianza oligárquica contradictoria surgida de la necesidad de controlar la movilización de los sectores populares.[10] El velasquismo no se constituyó como una fuerza política organizada. Aunque la figura de Velasco y parte de su clientela política fueran las mismas a lo largo de 40 años de su vida pública, cada una de las elecciones en que participó debe considerarse como una realidad distinta, tanto por su composición social, como por las circunstancias imperantes.

    Cuando era presidente electo, Velasco realizó una gira por Latinoamérica. Posesionado del mando en 1934, comenzó un gobierno activo, bastante desorganizado, que se orientó fundamentalmente a la construcción de obras públicas.[11] Hizo propuestas de reforma educativa y logró que el país ingresara en la Liga de Naciones, pero no logró completar un año en la Presidencia de la República. En el Congreso, la oposición liberal socialista unificada pudo bloquear ciertas acciones gubernamentales. Cuando Velasco intentó solucionar el conflicto parlamentario proclamándose dictador, el Ejército lo derrocó. Me precipité sobre las bayonetas, diría luego al comentar el evento.

    Abandonó el poder y se autoexilió, viajó por algunos países y dio clases universitarias. Vivió un tiempo en Sevilla, una pequeña ciudad colombiana donde fue director de un colegio. Al fin, se estableció en Argentina, en donde vivía muy modestamente, como un intelectual de clase media. Allí conoció a Corina Parral Durán, una dama argentina con inquietudes artísticas e intelectuales. Velasco fue muy parco en sus relaciones sentimentales, pero Corina Parral le impresionó enormemente; se enamoró y se casaron en 1938.[12] Para ella, la vida de casada, al llegar a Ecuador, fue difícil; la jerarquía católica y los grupos tradicionales no aceptaban como esposa legítima a quien sólo había contraído matrimonio civil.[13] Pero doña Corina se hizo respetar y querer por los ecuatorianos, que apoyaron a Velasco pese a la campaña electoral en su contra que argumentaba su relación con ella.

    La etapa comprendida entre 1936 y 1944 fue muy fecunda para su actividad como escritor. En 1937 publicó su obra más conocida, Conciencia o barbarie, un libro terrible, apasionado, poco orgánico donde se lanza contra los vicios de la República y sus adversarios políticos. Sus obras siguientes se centraron en el derecho político y las relaciones internacionales. En esta época, publicó Aspectos del derecho constitucional (1939), Lecciones de derecho político (1943), Expresión política hispanoamericana (1943), Experiencias jurídicas hispanoamericanas (1943), Derecho internacional del futuro (1943).

    Aunque vivía dedicado a las labores intelectuales, Velasco tenía su interés fijo en Ecuador. Mantenía estrecha relación epistolar con amigos y partidarios y opinaba sobre la situación política. En la elección de 1940, aceptó presentar su candidatura presidencial, pero en ese oscuro proceso ganó mediante fraude Carlos Alberto Arroyo del Río, su adversario de años, que era abogado de intereses extranjeros y había llegado a ser el máximo representante de la oligarquía liberal. Tras haberse sofocado un intento militar por impedir el triunfo de Arroyo, y en respaldo a Velasco, éste volvió, entonces, al autoexilio.

    Arroyo del Río hizo un gobierno despótico y represivo. En 1941 le tocó afrontar la guerra con Perú, y en 1942, luego de la derrota, suscribió el Protocolo de Río de Janeiro en el que Ecuador se vio forzado a renunciar a una centenaria reclamación territorial sobre amplios territorios de la Amazonia. El pueblo ecuatoriano nunca le perdonó su actitud antinacional durante esos momentos difíciles, en que agudizó la represión y prefirió usar las fuerzas para defender su gobierno antes que el país. Frente a su intento de continuar en el mando a través de un incondicional, se levantó una alianza heterogénea de fuerzas políticas, la Acción Democrática Ecuatoriana (ADE), que congregaba a socialistas, comunistas, conservadores y liberales disidentes. ADE, recogiendo un sentimiento popular que respaldaba a Velasco, el gran ausente, lo designó candidato presidencial para 1944.[14]

    La reacción contra el gobierno de Arroyo creció hasta que, el 28 de mayo de 1944, una insurrección popular lo derrocó. Velasco Ibarra volvió al país en medio del delirio de las masas y se hizo cargo del mando.[15] En los primeros meses, el país vivió el impulso de la Gloriosa Revolución de Mayo. Se fundó la Confederación de Trabajadores del Ecuador, la Casa de la Cultura y Ecuador se integró a la ONU. La Asamblea Constituyente que fue convocada dictó una Constitución de corte progresista. Velasco intentó mantener unida a su base social. Ustedes no me pueden dar una resolución en el mundo que haya sido tan original como ésta en la que se dan la mano el fraile con el comunista, decía.[16] Pero en menos de un año estaba enfrentado a la Asamblea Constituyente, a los partidos de izquierda y a las organizaciones populares.

    Velasco acudió a una medida extrema. Con el apoyo de su ministro de Gobierno, Carlos Guevara Moreno, en marzo de 1946 se declaró dictador y convocó a una nueva constituyente que se reunió en algunos meses. Ese organismo dominado por los sectores de derecha lo confirmó como presidente. No logró, sin embargo, concluir su mandato, ya que fue derrocado por su ministro de Defensa en agosto de 1947. Volvió, entonces, a su retiro en Argentina, donde preparó y publicó su obra clave Tragedia humana y cristianismo (1951). Ésta es su profesión de fe católica.[17] Es un libro de brillantes páginas que revelan intensa lectura y esfuerzo de sistematización, aunque no está libre de lagunas y lugares comunes.

    En 1952 volvió a ser elegido presidente de la República apoyado por sus bases velasquistas, el movimiento ARNE, de corte falangista, y el populista CEP.[18] Aunque en la elección se enfrentó a los conservadores, gobernó luego con su apoyo los cuatro años del periodo constitucional. El tercer velasquismo se caracterizó por la construcción de obras públicas y el fomento de la educación. El presidente, empero, se enfrentó duramente a la izquierda y al movimiento sindical y estudiantil.[19]

    Velasco logró que en la elección de 1956 triunfara el candidato de derecha que él apoyaba, Camilo Ponce. Sin embargo, como los velasquistas lideraron la oposición dentro del país, una vez que Ponce estuvo en el poder, Velasco se distanció de él y lo combatió desde Argentina. En 1960, candidatizado sólo por el velasquismo, enfrentó todas las fuerzas políticas tradicionales y la izquierda. Obtuvo uno de los triunfos más sonados de la historia. La gloriosa chusma lo llevó al poder por una cantidad de votos superior a la de sus tres adversarios reunidos.[20] Durante la campaña dio un discurso antioligárquico y crítico de la presencia norteamericana, que le atrajo el voto progresista. Pero una vez en el poder gobernó al servicio de sectores oligárquicos que lo enfrentaron a la base y generaron el caos. Cayó estrepitosamente en noviembre de 1961 y volvió a su retiro en Argentina. Una vez más, recluido en su modesto departamento de Buenos Aires, escribió otros dos libros: Caos político en el mundo contemporáneo (1963) y Servidumbre y liberación (1965); ambos contienen temas nuevos y planteamientos de actualidad.

    En 1966 regresó a Ecuador a oponerse a la reunión de la Asamblea Constituyente, pero no tuvo éxito. En 1968 volvió a ser candidato presidencial y repitió por quinta vez el triunfo, pero con escaso margen.[21] Luego de un agitado periodo en el que alentó la integración del país al Pacto Andino y llevó adelante una política internacional de cierta independencia frente al predominio norteamericano, cuando no pudo controlar la agitación generada por sus políticas económicas, apoyado por las Fuerzas Armadas, en 1970, se proclamó una vez más dictador. Luego de casi dos años, intentó convocar a elecciones y dejar el poder dentro del periodo para el que fue electo, pero un golpe militar lo derrocó en 1972.

    Una vez más viajó a Buenos Aires en donde se mantuvo expectante de la política nacional y del fin de la dictadura. En estos tiempos se publicaron sus obras completas. Escribió en su retiro varios textos que se publicaron póstumamente bajo el título Filosofía negativa y mística creadora (1982). Se le tentó con una nueva candidatura para 1978 pero no intervino. La muerte trágica de su esposa le afectó mucho y lo obligó a volver a Quito.[22] Sus últimos meses los pasó en total privacidad; falleció en la capital el 30 de marzo de 1979. En sus funerales se reprodujo la explosión de simpatía popular que le había acompañado en su vida pública. En cumplimiento de su voluntad, fue sepultado en el tradicional cementerio de San Diego en Quito. Su lápida fue pagada mediante colecta popular.

    2. LA REALIDAD HUMANA

    El hombre desarticulado

    Para encontrar un punto de partida para la exposición del pensamiento de Velasco, quizá debemos empezar por aquello que él mismo consideraba el eje de su concepción: la naturaleza contradictoria del hombre individual.

    Para llegar a su desarrollo como hombre, a un estado de humanidad auténtica, el hombre individual y la sociedad en su conjunto deben atravesar tres círculos evolutivos ascendentes: conciencia animal de conservación y defensa; conciencia de los factores económicos; conciencia del espíritu y de la trascendencia espiritual. El bárbaro es el representante de la primera etapa; el hombre común, el hombre económico ha llegado al segundo círculo de desarrollo.[23] Pero el hombre nuevo, el que se mueve plenamente en el tercer círculo, el del espíritu, está por llegar. La historia humana está, pues, en sus comienzos. La nueva humanidad está por venir. En las profundidades del espíritu, se está gestando el nuevo hombre, la etapa superior de la historia. Pero esa realidad aún no llega:

    El hombre moderno está vehementemente desarticulado. La técnica lo ha hecho más nervioso e irascible que nunca. La técnica moderna está creando una nueva esclavitud [...] El hombre moderno está mucho más desarticulado que el de Roma o de la Edad Media o de la India antigua. Se habla con gran suficiencia del hombre económico, como si el hombre no fuera principalmente simbólico, espiritual, ético. La edad económica de los burgueses y de los comunistas suelta las riendas al animal de riquezas que lo subordina todo a su sed de bienestar e higiene, de placer y reposo.[24]

    Toda la historia humana hasta aquí, según Velasco, ha sido una expresión del hombre desarticulado. La superstición, el fanatismo, la crueldad, la opresión, la guerra, el economicismo, la prepotencia de una nación sobre otra, nos ilustran esta realidad. Nunca el hombre ha logrado ordenar, jerarquizar sus aptitudes, sus facultades y emociones, de manera que constituyan un todo armónico y equilibrado. Los pueblos deben articular sus elementos, potencialidades, instituciones, para hacer posible la expresión integral de la persona. Para ello es necesario partir de la constatación de la realidad de los individuos. Lo único que podemos intuir con certeza es nuestra existencia individual. Cuando se enfrenta consigo mismo, cuando se ve obligado a vivir, a comprometerse, a decidirse, a ser libre, a crear su situación, a experimentar su fracaso, el hombre se encuentra solo consigo mismo. Nada hay, pues, anterior a la experiencia de la propia realidad y de la propia soledad: El hombre es un ser solitario, interiormente solitario y atormentado, afirma Velasco Ibarra. Y en las primeras páginas de Tragedia humana y cristianismo dice:

    ¡Pobre ser el hombre! Movido por los intereses, sacudido por los apetitos carnales, anheloso por conservarse y defenderse. Odia, ama. Quiere entender y le rodean tinieblas. Se ama superficialmente a sí mismo ante todo, y a la vanidad y al interés económico lo sacrifica todo. Ciencia, religión, la misma salud eterna son sacrificadas por la vanidad, por la sed de renombre, por el afán de dinero. La técnica moderna lo ha hecho intensamente nervioso. Brotan dentro del alma todo género de emociones, de planes contradictorios. Altura y villanía, lealtad y traición, sinceridad e hipocresía, audacia y miseria: todo se da en la misma alma, según el atractivo de las cosas exteriores, de los intereses; según la reviviscencia de emociones, de instintos heredados, impuestos por el pasado.[25]

    Y más adelante subraya:

    ¿Qué significan el hombre y la vida humana? Nace el hombre. Se halla a poco lleno de responsabilidades. Le asaltan el dolor, la angustia. Se precipitan sobre él sucesos contra los que nada puede: enfermedades, desgracias propias y ajenas, pobrezas, guerras cuyas repercusiones lo asesinan, lo expatrian, lo despojan. Le rodean la incomprensión, la envidia, la mezquina rivalidad. Se siente el hombre sujeto de derechos. Yergue su personalidad. Pero, frente a él, la sociedad con sus injusticias; la tiranía con su fuerza. Y la vida se reduce al combate; a la lucha contra uno mismo y contra los otros. Contra uno mismo para que el yo se afirme más y más, cree y sea fecundo. Contra los otros para que el yo no sea ahogado desde afuera por la confabulación de las gentes y de la naturaleza.[26]

    Viene luego la muerte, dice Velasco y se pregunta: ¿Qué significa la muerte? ¿Termina la personalidad con ella? Y se da a sí mismo la respuesta:

    Nada se sabe de los muertos. Se van y nos dejan la interrogación espantosa. ¿Cómo fueron sus últimas ansias dentro de ellos mismos, antes del momento definitivo y decisivo? Y, ¿qué es entrar en el otro mundo? ¿Hay otro mundo? ¿Cómo aclarar este silencio de la muerte, este profundo, sombrío, misterioso silencio? Lo peor de la muerte es el silencio [...] La vida, la muerte, la conducta humana que vincula la vida con la muerte: he aquí las únicas cuestiones. Todo lo demás es nada.[27]

    La experiencia del sujeto lo lleva necesariamente a la experiencia de las cosas externas entre las cuales vive, de las que se alimenta:

    El hombre está preso en el mundo de las cosas, de los sucesos, de las apariencias externas. Las ve, las siente, trata de comprenderlas, de dirigirlas, de aprovecharse de ellas o de evitarlas, si le son dañosas. La inteligencia, el instinto le sirven para esto. Pero el hombre, en su aspecto fundamental, está envuelto, sumido, compenetrado en la inquietud, en el anhelo, en el dolor, en la esperanza.[28]

    El hombre es, pues, un misterio de contradicciones angustiosas, de deseos insatisfechos, de dolor y muerte. El flujo de las circunstancias lo lleva a la experiencia de la contingencia, o sea, la constatación vital de las limitaciones humanas. Esto hace que el hombre viva sumido en la angustia. Esta angustia no se manifiesta sólo en la constante experiencia del dolor físico, o en la necesidad de satisfacer las imposiciones de la vida económica, sino también y, sobre todo, en el instante en que el sujeto se atreve a preguntarse por su destino o se cuestiona sobre la realidad de la muerte. Esta necesidad insatisfecha de inmortalidad, de permanencia, este negarse a terminar con la vida del cuerpo, nos lleva a experimentar la tragedia humana, la angustia del hombre sin sentido y sin destino.

    Esta amarga dulzura de vivir en un mundo lleno de ausencia es la realidad humana proyectada en la historia. El hombre, ser de contradicciones, lleva en sí la capacidad creadora y el instinto de destrucción y de muerte, ama y odia, construye y aniquila... Es una fiera peligrosa cuyos instintos y pasiones jamás se pueden destruir sin sublimar. La presión de las circunstancias puede hacer de un hombre un héroe o un criminal, un santo o un demonio. Velasco acude a la palabra de los santos padres, profundos conocedores del hombre, para concluir que la dualidad de instinto y razón, de consciente y de fiera que se encarna en el hombre, puede ser sólo superada con el flujo del espíritu.

    Este encontrarse en medio de un mundo que no tiene sentido aparente, anclado al muelle de las circunstancias, dolorosamente solo frente al mal, angustiado por la experiencia de sí mismo como un microcosmos aislado condenado a ser libre, obligado a dominarse y a cuidar las explosiones de sus instintos como una fiera en acecho; esta experiencia de la contingencia hace del hombre un ser trágico. Somos trágicos, repite constantemente el autor, tratando de evidenciar que la realidad fundamental de nuestra naturaleza es la constatación de la propia tragedia.

    Considera Velasco que de esta constatación radical e incluso del mismo hecho de encontrarse en el mundo la existencia concreta, brotan dos posiciones contradictorias. La primera destaca la soledad del hombre, sus oscuridades y malaventuras, llega a considerarlo como un absurdo, un fracaso; termina en el ateísmo. Sartre, uno de los más profundos psicólogos de todos los tiempos, llega con su metafísica del ser en sí y del ser para sí a la angustia del vacío, al ateísmo. La segunda posición parte de la miseria del hombre, de su contingencia; para luego descubrir un sentido que lo lleva a Dios. Los hombres llegan a Dios justamente porque hasta él los conduce la realidad de su propia miseria.[29]

    Aquí podemos descubrir con gran claridad una de las vetas de influencia más notables en el pensamiento de Velasco: Pascal, a través de su obra fundamental Pensamientos, parece que dejó una decisiva huella en la mentalidad del pensador ecuatoriano. La obra de Velasco no sólo tiene ese inconfundible y violento aire pascalino, sino que se nutre en su fundamento del pensamiento del físico francés. Por otro lado, este hallar a Dios por la contingencia es, a las claras, una vía de marcada tendencia agustinista. También san Agustín influyó mucho en el pensamiento de Velasco. La muerte para él sólo tiene sentido porque es un paso a la inmortalidad:

    El hombre es de la estirpe de Dios. Nacido, queda destinado a la inmortalidad. El hombre es un ser para la muerte, dice el existencialismo. Y dice verdad y verdad terriblemente amarga, si sólo pensamos en lo aparente y transitorio. La muerte, bien considerada, es la redención del hombre. Por ella quedamos redimidos de la asfixiante apariencia. La muerte nos obliga a meditar en lo que es la vida y lo que significa la inmortalidad. El genio humano que sabe y siente lo justo, lo bello, lo bueno, no puede desaparecer y, de hecho, no desaparecerá. ¿Qué sentido tendría la vida universal, si comprendiéramos el bien, lo amáramos, presenciáramos en el mundo el triunfo insolente del crimen y luego todos quedáramos envueltos por las tinieblas subterráneas de descomposición definitiva y total? ¡Es absurdo!, diría el noble y lamentado Camus. Sí. Así sería. Pero el absurdo no tiene imperio en la vida desde el momento que de hecho existe la virtud, el sacrificio, la poesía. El aparente absurdo es el sendero por el que cruzan las almas vigorosas y con fe hacia la luz, la plenitud, hacia la inmortalidad.[30]

    El hombre es un ser complejo, se experimenta a sí mismo como un misterio, como el desconocido. Los sociólogos simplistas de la edad científica intentan definir al hombre y a la sociedad por una de sus manifestaciones, dogmatizan, construyen con candorosidad ejemplar infinidad de sistemas filosóficos, con que pretenden proporcionar la panacea para los males del mundo.

    Cada sociólogo, cada sabihondo tiene su programa, su plan unilateral y su infalible solución. Y da conferencias tras conferencias para demostrar que la humanidad sufre, porque no cree inmediatamente en su diagnóstico y tratamiento infalible. Nunca la humanidad ha sabido menos que ahora, dada la complejidad de sus problemas, si al saber se le da su sentido profundo, y nunca ha habido más conferecistas y escritores que ahora. Contra toda esta ridiculez, necesario es afirmar la complejidad, espiritualidad, divinidad de la historia.[31]

    Tres fuerzas actúan en la historia de la humanidad: el Espíritu, la providencia divina; la libertad del hombre, y las fuerzas sociales, naturales, espontáneas. La Providencia está presente en la catástrofe producida por el choque de fuerzas. Ella da sentido a los acontecimientos, moviendo por dentro las cosas. La voluntad del hombre, por otro lado, construye la historia, afrontando el desafío de las circunstancias. Sin embargo, los hombres símbolo muy poco habrían podido hacer sin la cooperación del Espíritu.[32] El individuo humano es el eje de la historia que lenta, dolorosamente tiene que ir avanzando por los círculos de desarrollo hasta alcanzar el plano del espíritu. El individuo, considerado como tal: incomunicable, trágico, aislado en lo íntimo, es el punto central del acontecimiento social. El hombre es el valor supremo de la tierra y la célula fundamental de la sociedad. Este punto, recalca Velasco, es crucial. Cuando vivimos en la era del socialismo y el conglomerado humano y el Estado intenta absorber al hombre, es necesario reconocer el valor supremo del individuo y garantizar sus derechos y sus necesidades de desarrollo. El trabajo de equipo, los estímulos sociales son algo esencial para la vida de nuestra época, pero el genio individual es lo primero y lo irremplazable.

    Hay individuos que han adelantado más que la especie, dice Velasco.[33] Sostiene que a lo largo del tiempo han ido apareciendo estos hombres símbolo que han alcanzado un grado eminente de personalidad por sobre sus semejantes. Los santos, los estadistas, los héroes se han colocado en un nivel de desarrollo espiritual superior a sus contemporáneos. Claro que los hombres comunes, los mediocres que no fueron capaces de comprenderlos, los llamaron locos, desadaptados. El Espíritu que guía la historia se ha manifestado en forma eminente en estos grandes hombres. Pero no son éstos sólo signos del espíritu que todos esperan, sino que tienen una misión: indicar el sendero a la enorme masa de hombres, ir dando ideas, provocando imágenes, excitando emociones para que al fin se hagan sentimientos de fuego que rediman al individuo y terminen por redimir al género humano. Los héroes, los santos, los locos ayudan al espíritu que va orientando la historia.

    Se ve, pues, que el autor cree que la historia la hacen los individuos superiores, los conductores de la masa. Cuanto mayor es el genio simbólico, afirma, tanto más poderosa es su capacidad de sacudir la inercia y la maldad de los intereses. Los pocos, aquellos hombres que ahondan en el problema humano del espíritu, las minorías selectas son las que abren realmente los cauces por donde se precipitan las potencialidades de los demás hombres. Velasco Ibarra dice sobre uno de los hombres notables: Ignacio de Loyola es, entre los hombres símbolo, uno de los que mejor ilustran la manera como actúa el hombre de genio y el efecto de su obra en la historia.[34]

    Pero Napoleón, en el plano estrictamente natural, es el hombre más grande de la historia, sólo Bolívar puede compararse con él. Napoleón fue un enviado de Dios para poner en marcha una nueva etapa del mundo.[35] Su obra fundamental fue la consumación de la Revolución francesa, que fue el inicio y la apoteosis de la igualdad. Napoleón, a quien muy pocos han entendido a cabalidad, fue el hombre de razón que terminó la formación de la nacionalidad francesa, despertó la nacionalidad italiana, suscitó los factores de la nacionalidad alemana. Si tuvo grandes errores es porque se cumplen las palabras de Bossuet: Sólo Dios es grande, hermanos míos.[36] Los grandes hombres, estas mentiras vivientes como los llama el autor, ayudan al Espíritu que prepara sus caminos.

    La libertad

    El hombre, insiste Velasco, es un animal complejísimo y misterioso. Cuando se encuentra solo y angustiado frente a la vida, logra palpar esta realidad. Pero el misterio se ahonda más aún cuando considera al individuo libre que se agita en medio de las circunstancias. Aborda el tema de la libertad —el fundamental y más extenso de su pensamiento— con verdadera pasión, con energía y excepcional firmeza. No podemos buscar una visión orgánica, ni siquiera sistemática sobre el gran problema de la libertad humana; Velasco desborda sobre él toda su volcánica y desordenada energía mental. No desaprovecha oportunidad en sus escritos para referirse a la libertad y ensalzarla.

    No busquemos la libertad en el individuo fiera, que mata y codicia, dice en Tragedia humana y cristianismo.[37] La libertad no es floración de la bestia, ni irradiación del individuo vulgar. En nombre de la libertad se han cometido los mayores crímenes, se oprime, se asesina, se atropella la personalidad del individuo. El sujeto común cree que la libertad es el derecho de hacer lo que le da la gana, no se da cuenta de que la libertad es algo superior. Se cree libre, se ufana de su libertad y la defiende, pero no es consciente de que es víctima de su codicia, de su rencor, de sus hábitos. Porque

    la libertad es vigor interior y expresión de este vigor interior en forma personal, es decir, original. La libertad es conciencia de la riqueza espiritual propia de cada individuo, que varía siempre de un individuo a otro. Uno nació para santo y otro nació para héroe. A éste le seduce lo estético, a ése le apasiona lo ético. Hay hombres con temperamento católico y los hay con vocación individualista.[38]

    El autor entiende la libertad como un don divino, una participación de la naturaleza de Dios. Hay que dominar a la fiera interna para llegar a ser libre, dice. A la libertad se llega por la educación, por la formación moral del individuo. La comunidad tiene por función preparar a los hombres para la libertad. Hay que dejar a un lado el libertinaje y la mediocridad para llegar a la liberación del espíritu. La libertad es la suprema riqueza social, es la síntesis invisible de inteligencia y voluntad enriquecidas subconscientemente. Cita el autor a san Anselmo que dice: Poder de conservar la rectitud de la voluntad. Y a Montesquieu en su famosa definición: La libertad es el poder de hacer lo que se debe querer. E insiste: Si por libertad de conciencia se entiende la facultad arbitraria de pensar lícitamente lo que se quiera, sin tomarse la pena de buscar lealmente la verdad y sin obligación de adherirse a la verdad vista, esta libertad ni admite el catolicismo ni admite ninguna doctrina honrada, porque es inadmisible.[39]

    La libertad humana no es sólo un derecho externo; es, ante todo, la manera de ser del hombre. Para los liberales comunes, sobre todo para los de Latinoamérica, insiste Velasco, no pasa de ser una abstracción prosaica que regula la actividad externa del individuo. Recalca a lo largo de toda su obra que la libertad es lo esencial de la persona humana. Se es más persona en tanto se ha llegado a un nivel mayor de libertad personal. El ser libre supone ser responsable.

    Nada más difícil que ser hombre libre —dice—. Nada más difícil que ser librepensador, decía en una histórica polémica el maestro del Uruguay José Enrique Rodó. Ser libre es ser dueño de su interioridad, ser autónomo: obedecer a su propia ley. La casi totalidad de los hombres, de los llamados hombres libres, obedecen a prejuicios, odios, concupiscencias, simpatías gratuitas, gratuitas antipatías. No confundamos la libertad con la capacidad de expresarse como fuerza mental o física caprichosas.[40]

    Según el autor, libertad es la originalidad profunda de cada individuo y el derecho a expresarla. La libertad principia por ser energía psíquica, continúa por revestir valor moral y termina en expresión jurídica, que es la garantizada por la sociedad y el Estado.[41] De la libertad como realidad política y de su ejercicio hablaremos luego. Aquí recalcaremos que Velasco como liberal defiende un concepto amplio de la libertad, pero, de otro lado, también la considera un deber. José Rafael Bustamante, en el prólogo a Democracia y constitucionalismo, sostiene que la libertad es un derecho, no un deber.[42] La libertad como capacidad de opción es sólo un derecho, pero cuando se llega a considerarla como la esencia última del individuo, como una vía de superación, de espiritualización, su ejercicio se vuelve un deber. Aquí está para Velasco el aporte de la filosofía existencialista cristiana. El hombre en el mundo se ve fatalmente condenado a ser libre. En uno de sus escritos tempranos encontramos esta declaración:

    El concepto de libertad a lo Stuart Mill, el concepto de derecho a lo Taparelí, el concepto de Estado a lo Hegel, o mejor, a lo alemán (me refiero al pensamiento alemán imperialista y panteísta), han fracasado. No hay derecho a la libertad, no existe el derecho de la persona ni la libertad de la persona. Tengo evidencia de que hasta el fin del mundo, nadie refutará la tesis de monsieur Duguit. Mucho menos existe el derecho del Estado ni la soberanía del gobierno. Existe sólo el deber: deber de vivir, deber de vivir bien, deber de enriquecer la vida, deber de morir noblemente.[43]

    En otros contextos, su planteamiento no es tan absoluto, pero siempre se mantiene la idea de la sujeción de la libertad a la ética. El individuo, sostiene Velasco, es el valor supremo, pero está sustancialmente subordinado a la ética. Con Ramiro de Maeztu afirma que el sujeto moral en último término tiene que sujetarse a Dios; Dios, desde luego, respeta la libertad del hombre. El hombre finito, creado, contingente, pero dueño de sus destinos, de su yo interior que puede llegar hasta negar a Dios. Por sus actos se salvará, por sus actos se condenará.[44] La libertad moral es la experiencia del hombre frente a Dios ya que encontramos que el hombre es inexplicable sin los valores morales y que los valores morales son, en Dios, fuente del Ser. El hombre se explica por su destino divino. El hombre está sometido durante su vida al deber; el deber tiene su fundamento en Dios.[45] La moral y los valores morales, por fin, se imponen de manera intuitiva. El hombre intuye lo bueno y lo malo de las cosas. Las normas de la ética, dice, no se demuestran; se imponen misteriosamente, fatalmente a la conciencia de las gentes; se imponen más y más cada día, y el ir en contra de ellas es provocar o la indignidad y el envilecimiento o la revolución y el trastorno.[46]

    La cuestión de la libertad planteada desde la teología conduce al problema del pecado y del mal. Para Velasco, el mal es un factor de la historia, un misterio de la vida humana. En cada paso que da el hombre se encuentra con la realidad de la contingencia, del dolor, de la muerte, del odio, de la imperfección. El mal es fruto de la desarmonía en la evolución de las cosas. Considera el autor que el hombre no es esencialmente malo, todo lo contrario. El hombre, hijo de Dios, es bueno, pero quedó inclinado al mal después de la caída. Las tendencias humanas de la bestia tienen que ser sublimadas. En el niño, en el bárbaro, hallamos ya las malas inclinaciones. Es el mal siempre. El mal por todas partes y a cada minuto.[47]

    Los poetas entienden mejor que los filósofos la gravedad y la intensidad del mal, dice. Y el mal está presente siempre. Lo sentimos sobre todo en la experiencia del dolor. Velasco llega en este punto al libro de Job, a la experiencia de Israel. Hay dolores que purifican, que salvan, dice.[48] ¿Cómo se puede pensar que de la miseria, del dolor, de la muerte pueda Dios sacar las fibras que alimentan la vida del espíritu? El mal es un misterio. No lo entenderemos si no lo consideramos desde el punto de vista de la eternidad. Aquí, más que nunca, aparece con claridad la visión cristiana de resignación frente al dolor. Estamos en el mundo de paso, en este valle de lágrimas en tránsito a la patria verdadera. La filosofía existencialista acierta al plantear la realidad de la contingencia, pero se equivoca al no hallar salida. Dice: La verdadera fenomenología del hombre no tiene por qué terminar en ese desolador estar-en-el-mundo de Heidegger. La intimidad profunda del hombre es, al contrario, una aspiración al Espíritu que todo lo atrae y explica, embellece y diviniza.[49]

    El concepto de la ética está íntimamente ligado al de la cultura. Velasco define la cultura como: La conciencia que tiene la sociedad del puesto que al hombre le corresponde en el cosmos. La cultura así definida es el fin de la historia. A ella tienden, en el fondo, las revoluciones y los sistemas. La cultura es efecto de un proceso lento, gradual, de un almacenamiento de tendencias psicológicas que se traducen en hábitos y conceptos, de maneras de proceder y de sentir respecto al valor moral de la persona humana. Cultura verdadera es la que eleva la personalidad ética del individuo, la que valoriza al hombre. La auténtica medida de una cultura es el valor que en ella se da a la persona humana. El arte debe estar al servicio de la verdad y de la ética. Sustantividad del arte frente a la moral; subordinación del artista a la moral: tal es mi lema, afirma en su conocido estudio sobre Rodó.[50]

    La cultura como una realidad espiritual es parte inherente de la personalidad humana, de la individualidad humana puesta en peligro en el mundo de hoy. El valor fundamental es el individuo espiritual, insiste. La sociedad es un medio para que el hombre alcance sus valores superiores: la justicia, el bien, la verdad. La sociedad actual amenaza gravemente al individuo, su autonomía interna: La guerra moderna es contra el hombre-individuo; contra el hombre solitario, que en su soledad concibe nuevas formas de justicia; contra el hombre que tiene iniciativas, innova, piensa, difunde sus pensamientos, y es capaz de prender llamaradas que consuman concupiscencias e intereses menguados y negativos.[51]

    La gran crisis de la sociedad es, pues, la de la servidumbre de los hombres respecto de los otros hombres. A impulsos de intangibles fuerzas espirituales, el mundo toma masivamente conciencia de la necesidad de una liberación. Una realidad de servidumbre es la de las razas. Los judíos son perseguidos, la discriminación racial es la vergüenza de la sociedad norteamericana. En pleno siglo XX hay conglomerados humanos enteros que creen en las razas superiores e inferiores. Otra realidad es la servidumbre de los hombres respecto del poder económico. La angustia por solucionar los problemas de la subsistencia lleva a la situación de explotación que tan crudamente ha patentizado el marxismo. La cuestión social, el hambre de las turbas es el problema actual. Y la mujer también está oprimida. El futuro del mundo depende del despliege de las virtudes femeninas, de su orientación y desarrollo. Es necesario liberar a la mujer, insiste, de los prejuicios de la sociedad caduca.[52]

    Resulta particularmente difícil encontrar una sistematización de esta relación permanente entre espíritu, individualidad y necesidad de liberación individual y colectiva. En todo caso, el autor siempre acude al referente moral como base de potenciales interrelaciones. Pero su propia concepción sobre la ética es un problema, puesto que nunca desarrolla un planteamiento claro al respecto e identifica moral y ética. El enunciado recurrente en toda su obra, desde los años veinte a los setenta, de que todo se asienta en la moral pone a descubierto una contradicción en el pensamiento de Velasco, puesto que no encuentra sustento objetivo para la ética. ¿Cuál es el fundamento de la moral? Desde luego que no es el propio hombre ya que está subordinado a ella, tampoco la sociedad, ya que es el individuo el valor fundamental. Sostiene Velasco Ibarra que la moral y sus normas generales son una verdad evidente que se impone misteriosamente, de modo que es objetiva para los hombres en general. ¿Cuál es el fundamento de esa ética objetiva? No puede ser, de hecho, el propio hombre, ya que está sujeto, según Velasco, a los valores éticos; el hombre está subordinado a la moral. Tampoco la sociedad puede fundamentar la ética, ya que no tiene valor en sí, sino en cuanto los individuos son valores supremos.

    Si para Velasco ni el individuo ni la sociedad son el fundamento de la moral, forzosamente tiene que serlo alguna realidad extrínseca. ¿Es la moral el fundamento de sí misma? Parece que Velasco no cree esto. El fundamento de la moral para él es Dios, creador, principio y fin de la historia. Pero así como no queda claro el concepto de la moral, tampoco logramos ver cómo llega a darse el paso de la relación Dios-hombre, según Velasco interna y personal, a la estructuración de una ética sistemática.

    El hombre económico

    Para Velasco, la cuestión social es el tema de nuestro siglo. Según él, el hombre económico de nuestra época se encuentra en el segundo gran círculo del desarrollo: la conciencia del valor económico. El socialismo avanza, el marxismo es la filosofía de la actualidad, sobre todo en América Latina. Pero esto para el autor lleva a simplificaciones. La cuestión social es en el fondo una cuestión moral, repite hasta el cansancio y a lo largo de todas sus obras Velasco Ibarra. Esta frase de Comte le parece capital, sobre todo cuando, luego de mencionar a los socialistas utópicos (Fourier, Saint-Simon, Owen), aborda el marxismo:

    A Carlos Marx se le ocurrió convertir el socialismo en asunto científico y de dialéctica, y el resultado más saliente del generoso esfuerzo de Marx ha sido simplificar absurdamente la teoría del problema y complicar la práctica: crear un estado de tensión, de vehemencia, de situaciones incompatibles sin resultado satisfactorio dentro de los enunciados marxistas, y con las solas soluciones que caben al margen del marxismo: leyes que equilibren fuerzas e intereses, y sobre todo, que el espíritu de verdad latente en la historia, que vive en el fondo de los sucesos y los mueve, vaya estimulando móviles internos de conciencia en obreros y empresarios.[53]

    Marx y los socialistas científicos simplifican absurdamente la cuestión social. Creen que por la ley de la historia que se desenvuelve dialécticamente llegará el Estado proletario y luego la asociación paradisiaca, sin egoísmos ni envidias, rivalidades ni concupiscencias. El trabajador proletario es igual a cualquier hombre, no posee ningún privilegio, también en él se da el mal y las hondas contradicciones de la fiera humana. Hay que educarlos para la vida ética. Sólo de este modo resolverá realmente el problema social sin reducir la realidad humana. El éxito del comunismo, dice el autor, depende de haber dado un grito claro, apasionado, en favor de la justicia mientras la Iglesia católica callaba. Según Velasco, más que ideología política para las masas, el marxismo es una religión; debilitada la mística cristiana, llega hasta lo más profundo de la humanidad. Los hombres necesitan fatalmente de un ideal fuerte, de un claroscuro que los fanatice y conmueva. Según Velasco, Marx supo crear toda una corriente de emoción por la justicia social.[54] Su valor como hombre radica en que supo entregar la vida a la causa de los oprimidos:

    Marx hizo comprender, como nadie antes que él, las leyes económicas que rigen la evolución histórica y la significación dentro de ésta del trabajador que modela el mundo y se modela a sí mismo. Muchos de los enunciados de Marx no le eran exclusivos. Antes de él, Saint-Simon, Fourier, Owen y otros habían hablado y aun actuado con eficacia y hondura. La originalidad de Marx como filósofo es su poderosa y apasionada síntesis explicativa del sufrimiento y de la vida.[55]

    Pero toda esta apología conduce a declarar que el marxismo es también una religión.

    Carlos Marx no escapó de esta ley ineludible: la necesidad de creer. Fue ateo respecto al Dios de la Biblia. Opinó vehemente que la miseria de los pueblos, la esclavitud de los obreros se consuelan con la religión, con la superstición de la esperanza en un mundo futuro e invisible. Los dueños de esclavos, jefes de tribus, propietarios de empresas, utilizan el nombre de Dios y los deberes religiosos para adormecer y engañar a los pueblos. La religión es el opio del pueblo. Lo urgente —según el filósofo—, dar valor a la vida, devolver al trabajador su dignidad.[56]

    La idea simplista y falsa, dice Velasco, tiene mayores probabilidades que la verdadera y compleja. Carlos Marx simplificó la realidad e introdujo la mecánica determinista en la historia. La realidad no le ha dado la razón a Marx, insiste, y cita como ejemplo el desarrollo del socialismo en la Unión Soviética. La URSS es un totalitarismo imperialista, afirma, donde se atropella la personalidad humana. Velasco reconoce los grandes progresos materiales y humanos de los estados socialistas, admira a sus dirigentes, pero ataca el sistema mismo como opresor de la conciencia.

    Antes de que Marx escribiese sobre el hombre, reduciéndolo al determinismo económico, dice Velasco, Pascal había analizado la complejidad del corazón humano, las contradicciones inmensas del alma y del mal. El hombre es un ser complejo, no se lo puede circunscribir a uno solo de sus elementos. Por ello plantea:

    Para regenerar al mundo que sufre, no tanto por la lucha de clases, sino por lo que origina la lucha de clases: la codicia, la ambición, la vanidad, la sensualidad, la falta de caridad, la muerte de Dios proclamada por Heine y Nietzsche, y practicada por todos, es urgente

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