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Nuevas tierras, otros mares: Escritores extranjeros en Chile
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Libro electrónico221 páginas3 horas

Nuevas tierras, otros mares: Escritores extranjeros en Chile

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Nuevas tierras, otros mares: Escritores extranjeros en Chile no es una apología del buen migrante. Tampoco una colección de semblanzas bien intencionadas que escarban en los aportes literarios, políticos y sociales, justificativos para la presencia forastera («mire usted lo que han hecho por el país»). Este es un libro de aventura o de ciencia ficción, según se lea. Casi un tratado de pedología. El escritor extranjero como un constructor de nuevos territorios.
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones UCM
Fecha de lanzamiento17 ene 2024
ISBN9789566067726
Nuevas tierras, otros mares: Escritores extranjeros en Chile

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    Nuevas tierras, otros mares - Stefano Micheletti

    Nuevas tierras, otros mares: Escritores extranjeros en Chile

    Stefano Micheletti Dellamaria | Jonnathan Opazo Hernández | Bastián Díaz Ibarra | Marina Fierro Concha | Cristóbal Gaete Araya | Felipe Reyes Flores | Priscilla Cajales Bello | Samuel Maldonado de la Fuente | María Olga Samamé Barrera | Claudia Pizarro Mondaca | Diego Armijo Otárola | Francisca Barrera Campos | Sarah Caré | Claudia Urzúa Faúndez

    Materias: Literatura chilena, siglo

    XX

    , escritores extranjeros en Chile, territorio y migración, perfiles

    NUEVAS TIERRAS, OTROS MARES: ESCRITORES EXTRANJEROS EN CHILE

    ©

    EDICIONES UCM, 2023

    COLECCIÓN: ARCHIVO LITERARIO REGIONAL

    1ERA EDICIÓN: OCTUBRE 2023

    ISBN: 978-956-6067-57-3

    ISBN DIGITAL: 978-956-6067-72-6

    DEWEY: 860.08

    EDITORIAL UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL MAULE

    AV. SAN MIGUEL 3605, TALCA, CHILE

    EDICIONES@UCM.CL

    DIRECCIÓN EDITORIAL: JOSÉ TOMÁS LABARTHE

    EDICIÓN A CARGO: STEFANO MICHELETTI DELLAMARIA

    DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN: MICAELA CABRERA ARTUS

    DIAGRAMACIÓN DIGITAL: EBOOKS PATAGONIA

    WWW.EBOOKSPATAGONIA.COM

    INFO@EBOOKSPATAGONIA.COM

    Sobre la imagen de la cubierta: fósil de amonite maulino

    Todos los derechos reservados. La reproducción parcial o total de esta obra debe contar con la autorización de los editores. Se autoriza su reproducción parcial para fines periodísticos, mencionando la fuente editorial. Los libros y las revistas son cultura.

    Las historias que siguen son esquirlas

    Prólogo por Stefano Micheletti Dellamaria

    Mauricio Amster: El mapa roto

    Por Jonnathan Opazo Hernández

    Augusto Monterroso: Los pasos del dinosaurio en la capital

    Por Bastián Díaz Ibarra

    Blanca Luz Brum: Pasajera en trance

    Por Marina Fierro Concha

    Faustino Sarmiento: Los sarmientos chilenos

    Por Cristóbal Gaete Araya

    Carlos George-Nascimento: El artífice del libro y la edición en Chile

    Por Felipe Reyes Flores

    María Graham: Travesía y equipaje

    Por Priscilla Cajales Bello

    Enrique Volpe: Bajo el aura de un sauce

    Por Samuel Maldonado de la Fuente

    Mahfud Massís: Expedición a un tiempo sin retorno

    Por María Olga Samamé Barrera

    Lucia Berlin: Lucia, vuelve a casa

    Por Claudia Pizarro Mondaca

    Rubén Darío: Rubén la salva en Valpo

    Por Diego Armijo Otárola

    Andrés Bello: Últimas imágenes en el camino

    Por Francisca Barrera Campos

    Celeste Lassabe de Cruz-Coke: Francesa en puerto chileno

    Por Sarah Caré

    Charles Darwin: Los misterios de la comunicación humana en la orilla del fin del mundo

    Por Claudia Urzúa Faúndez

    Agradecimientos

    Acerca de las/os autoras/es

    Las historias que siguen son esquirlas

    Por Stefano Micheletti Dellamaria

    Nadie, hasta hace poco, llegaba a Chile por voluntad propia. Siempre era producto de un naufragio.

    ***

    Armando Roa y Jorge Teillier compilaron, en 1994, el libro La invención de Chile. Su meta era encontrar la «imagen de Chile recreada en el móvil espejo de los viajeros que han estado de paso o residido en el país», por fiel o infiel que fuese. Por su propia admisión, el conjunto de citas, poesías y trozos de novela que reunieron en este maravilloso ejercicio de enumeración –víctimas ellos también de lo que Umberto Eco llamaba el «vértigo de la lista»– devolvió «un Chile explorado más desde la fantasía que desde la realidad». Pero, me pregunté hace un tiempo, ¿qué pasa si se superponen los mapas del Chile supuestamente real y del Chile inventado por quienes –hombres y mujeres procedentes de otras latitudes y culturas disímiles– lo han habitado durante una temporada o una vida entera?

    ***

    Siempre he imaginado al extranjero como un constructor de nuevos territorios, un ser capaz de apropiarse de su condición liminal. Condenado al ya mil veces machacado «no ser de aquí ni de allá» –como si por definición no se pudiera «ser» de dos lugares a la vez– va produciendo síntesis como un alga y un hongo conforman el musgo, esa brújula natural que marca siempre el norte. Y cada síntesis –cada traducción de sí mismo al lenguaje nuevo y del mundo nuevo al lenguaje propio– implica una creación. Lo que queda por hacer, entonces, es una serie de relevamientos topográficos, cartografiar esas islas volcánicas que surgen en el océano con estallido y estruendo.

    ***

    Este libro no es una apología del buen migrante, una clase de versión espejada y opuesta del buen salvaje de remembranzas roussoniana –nuevos y antiguos habitantes de un territorio–. Tampoco es una colección de semblanzas bienintencionadas que buscan en los aportes literarios, políticos y sociales de escritores y escritoras extranjeros un elemento que justifique su presencia en el país: mire usted lo que han hecho por Chile. Cuestión que, de pasada, ayudaría a profundizar el ideario nacionalista y utilitarista sobre la movilidad humana actual (¿no es que era un derecho humano?). No alcanza siquiera para pensarlo como una recuperación de historias antiguas que permitan extraer aprendizajes para enfrentar los procesos sociales actuales, como nos gusta fanfarronear a los académicos cuando editamos un texto. Este es un libro de aventura o de ciencia ficción, según se lea. O un tratado de pedología, la ciencia del suelo, si se quiere.

    ***

    Las historias que siguen son fragmentos, esquirlas, material piroclástico arrojado a la plácida superficie del lago de la identidad nacional, esa ficción decimonónica que nos sigue manteniendo entretenidos en debates poco constructivos y conflictos sinsentido. No hay patrones, moralejas. Cada piedra, un recordatorio. De la complejidad de la vida, de la necesidad fundamental (y fundacional, porque sin duda engendra fuerzas transformadoras) de pensarse y pensar al mundo más allá de las cuatro o cinco categorías que solemos utilizar para transitar por esta vida. El lago aceitoso se crispa, las olas –grandes o diminutas– crean un laberinto de espejos donde Chile puede verse reflejado. Donde todas las sociedades pueden verse reflejadas. Casi nunca es placentero lo que se ve.

    ***

    Son todos escritoras y escritores, con dos excepciones centrales para el mundo de la literatura nacional. La primera es Mauricio Amster, diseñador y tipógrafo polaco que desembarca en Valparaíso un día de marzo del año 1939. Este reencarnado «de algún monje copista del medioevo europeo que aprendió a confeccionar libros solo después de un apasionado y silencioso contacto con incunables, papiros y biblias del año de la ñauca», como lo describe Jonnathan Opazo, llegará a ilustrar cientos de portadas en Chile y hoy es objeto de culto por parte de los bibliófilos nacionales. Uno de sus mayores socios, en esta cofradía de «religión sin santos», fue indudablemente el portugués Carlos George-Nascimento, que había recalado algunos años antes en Chile. Contra todo pronóstico –dadas las dificultades iniciales del viaje– su editorial nos legó un catálogo cercano a los seis mil títulos que, nos cuenta Felipe Reyes, en ocasiones fueron «ediciones de lujo acariciadas por bibliófilos y eruditos» y, en otras, versiones económicas y populares que «llegaron hasta las poblaciones, a las humildes habitaciones de estudiantes, a bibliotecas comunitarias y rurales o de sindicatos obreros».

    ***

    Están los próceres de las patrias: Andrés Bello y Domingo Faustino Sarmiento. ¿Qué más se puede escribir sobre ellos, que ya no se haya dicho? Del venezolano, Francisca Barrera imagina –con delicadeza nostálgica– los recuerdos que atraviesan su conciencia durante el día de su muerte. Del discutido argentino, Cristóbal Gaete cuenta el paso por Chile –con sus contradicciones y sus virtudes– desde una perspectiva semipública, narrando los comienzos desde abajo y los escritos que firmaba como Pinganilla, un entonces famoso mono de circo.

    ***

    También son personajes consagrados (en el mundo de las letras) Rubén Darío y Augusto Monterroso. La semblanza del primero la firma Diego Armijo, que con un tono a veces ácido y a veces condescendiente, relata las pellejerías del poeta y periodista nicaragüense, que a finales del siglo XIX trataba de salvarla en Valparaíso. Por su parte, Bastián Díaz rememora los pasos del hondureño por Santiago de Chile, sus amistades, su afición a espiar la gente que entraba y salía de los moteles y constatando, casi con pesar, su condición de rehén literario del dinosaurio que, cuando despertó, seguía allí.

    ***

    Y luego los desconocidos, los que tratamos de rescatar del (injusto) olvido. Sarah Caré no encontró rastros de la editora y escritora Celeste Lassabe, y tuvo que reconstruir esa historia –que transformó la industria de las revistas en Chile– a partir de sus obras a caballo entre el siglo XIX y el siglo XX. Samuel Maldonado escribió el perfil de Enrique Volpe, poeta italiano de armas tomar –la leyenda dice que dormía con una pistola Beretta debajo de la almohada, quizás asustado por todos los bandoleros, salteadores y cuatreros a quienes les daba vida en sus escritos–, bohemio, nostálgico de su Piamonte natío y ligado indisolublemente a la tierra, que se encuentra en sus manos de campesino como esparcida, generosa, en sus páginas.

    ***

    También están ellas, espléndidas, inclasificables, capaces de romper los esquemas impuestos a lo femenino. Una Lucia Berlin retratada por Claudia Pizarro en su etapa burgués santiaguina, entre la capital y el balneario de Santo Domingo, que disfruta de un momento de pausa y holgura económica, luego de haber recorrido mil lugares en su infancia y a la espera de recorrer mil más en su adultez. Quizás aún lejos de las intensidades que la caracterizarán después, pero confrontándose con un mundo donde aparecen las primeras grietas. Y Blanca Luz Brum, poetisa uruguaya cuya vida ha sido una obra de arte, al punto de opacar sus otras obras, las literarias. Marina Fierro narra en este perfil una trayectoria compleja, zigzagueante, siempre a tope, que termina en la Isla Robinson Crusoe.

    ***

    Capaz de quebrar los moldes, pero en otro momento histórico, fue también la inglesa María Graham, que pertenece a la vez al grupo de los viajeros. En esta semblanza, Priscilla Cajales la sigue en el eterno movimiento que busca aplacar la sed de exploración, mientras recorre sola o en compañía lugares poco convenientes para una mujer de su época, y nos habla de una obra marcada por esa mirada british tan particular. Junto a ella, quizás el más célebre explorador en Chile: Charles Darwin. Claudia Urzúa lo acompaña en los meses que duró aquí su viaje, trascendiendo el oficio de naturalista y entrometiéndose en sus intentos por comunicarse con los nativos de la Tierra del Fuego y algo en sus escritos, que revelan una faceta de cronista avezado.

    ***

    Finalmente, Mahfud Massís como único representante del migrante de segunda generación, cuyo padre dejó el pequeño pueblo llamado Taybe, en Palestina, y lo trocó por tierra sudamericana. María Olga Samamé narra sus peregrinaciones por Chile y en el exilio venezolano, su sensibilidad por los temas sociales y los golpes que recibe de una vida que se encarga, día tras día, de recordarle su condición de desarraigado.

    ***

    Donde termina el mapa comienzan estas historias. Comienza el paisaje interior. Comienzan los «lugares otros».

    A Carla y Celeste, por todas las veces

    que se preguntaron: ¿por qué?

    Talca, enero 2023

    Mauricio Amster: El mapa roto

    Por Jonnathan Opazo Hernández

    Estamos en 1948. Cien años han transcurrido desde la publicación del primer manuscrito del Manifiesto comunista. Mauricio Amster lleva nueve viviendo en Chile. Llegó a Valparaíso el 3 de agosto de 1939 con Adina Amenedo, su esposa. Como los demás exiliados que escaparon de la muerte gracias a las gestiones de Neruda y Aguirre Cerda, se integra rápidamente a la vida intelectual de la época. Son los tiempos del Frente Popular, la explosión del nazismo en Alemania y la posterior guerra que regaría Europa de sangre y escombros. A pesar de que Amster tiene dudas de su militancia –durante el viaje en el Winnipeg, Hitler y Stalin firman el pacto Ribbentrop-Mólotov; Amster piensa en el destino de sus padres, judíos sefardíes–, le dedica horas de su tiempo a traducir un texto fundamental para cualquier militante de izquierda. De aquella edición –se nos dice en una de las páginas iniciales– se imprimen cien ejemplares numerados que contienen «una prueba original del medallón con los retratos de Marx y Engels, grabado en talla dulce, exclusivamente para esta edición limitada para los bibliófilos».

    La aparición de este objeto de culto forma parte de su trabajo para Babel, donde Amster colabora como diseñador, traductor y autor de algunos artículos. Esta revista funcionó desde 1921 hasta 1951 y contó entre sus filas a Ernesto Montenegro, Manuel Rojas y José Santos González Vera. Para los dos últimos, Amster diseñaría bellísimas portadas –la de Hijo de ladrón para la edición de 1951 debe ser por lejos la más emblemática–. Con los tres compartió además el flirteo con las ideas anarquistas que lo distanciarían de los soviéticos. Leamos, por ejemplo, un fragmento de su artículo «De poetas y gendarmes»:

    Mientras el comunismo era doctrina, partido y libre disposición se podía tachar a los bolcheviques de fanáticos y duros, nunca de necios. Lenin podía llamar renegado a Kautsky, pero no dejaba de reconocer el valor de las obras del renegado escritas antes de que lo fuese y seguía considerándole su maestro. Bujárin escribía el prólogo a la edición rusa de una novela antisoviética de Ilya Ehrenburg porque la encontraba «una muy sugestiva sátira». Pero la doctrina se hizo dogma, el partido Iglesia y la libre discusión fue suplantada por la infalibilidad del Pontífice. A la dureza se sumó la necedad: nació la nueva Inquisición.

    No es el primero ni el último que, a lo largo del eterno siglo XX, va de acá para allá mientras el mundo parece un teatro donde se pone en escena el Apocalipsis de San Juan: en Argentina, Rodolfo Walsh pasa de una temprana simpatía nacionalista a apoyar la revolución cubana como parte de la Agencia Prensa Latina. Enrique Lihn, que además de poeta fue un agitador cultural, separó aguas con Castro y su tropa a partir del encarcelamiento, en 1971, del escritor Heberto Padilla. No fue el único: Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Susan Sontag y Juan Rulfo –por nombrar a algunos– se cuadraron en el desagravio hacia la revolución cubana. Con los poetas rusos pasa algo parecido: Mayakovski pasa de ser un fervoroso militante a quitarse la vida, decepcionado; Esenin escribe su último poema con sangre y abandona toda esperanza. Anna Ajmatova tuvo que memorizar sus poemas para evitar la censura del régimen, y así una larga lista.

    En el caso de nuestro retratado, esto podría leerse como el síntoma de una vida que se nos aparece atravesada por el destierro. Mauricio Amster Cats nace en 1907 en la ciudad de Lvov, en ese momento perteneciente al Imperio austrohúngaro. En los vertiginosos años que siguieron al nacimiento de Amster, la ciudad pasó a ser administrada por ucranianos, polacos, austriacos y rusos. A cada nuevo soberano –todo sea dicho– correspondió un nuevo nombre: Lviv, Lwów, Lemberg, Leópolis. Hasta 1925 solo sabemos que cursó sus estudios primarios en la ciudad de los muchos nombres. Luego migra a Viena para especializarse en Bellas Artes y desiste al darse cuenta –dicen sus biógrafos– que no tenía talento para desenvolverse en la pintura. ¿Qué habría sido de la historia del libro en Chile si Amster hubiera prosperado como pintor? Sepa Moya. Luego de este impasse con la alta cultura decide ingresar a la Reimann Schule, dirigida por Albert Reimann –no confundir con el multimillonario nazi–. Comienza allí sus estudios en Tipografía y Diseño de Ediciones. Aprende el trabajo con cajas, colofones, capitales y versalitas. De algún modo, el fracaso con lo pictórico lo lleva hacia el mundo abstracto de los caracteres y sus posibilidades gráficas.

    A los veintiuno es invitado por su amigo Mariano Rawicz a trabajar a Madrid. Como

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