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La administración del deseo y el gobierno de los cuerpos: Genealogía de políticas sexuales en México (1974-2016)
La administración del deseo y el gobierno de los cuerpos: Genealogía de políticas sexuales en México (1974-2016)
La administración del deseo y el gobierno de los cuerpos: Genealogía de políticas sexuales en México (1974-2016)
Libro electrónico383 páginas5 horas

La administración del deseo y el gobierno de los cuerpos: Genealogía de políticas sexuales en México (1974-2016)

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«Gobernar el cuerpo es el trabajo humano más lento, continuo y persistente. Comienza desde los primeros días de existencia y termina extinguido por la fuerza de la edad, o por la llegada de la muerte». Víctor Hugo Ramírez García
Esta obra revela la genealogía de varios poderes que históricamente han actuado sobre los cuerpos y las prácticas sexoafectivas y de reproducción de la población mexicana, a partir del análisis de discursos y formas de poder-saber que les dieron existencia, persistencia y continuidad. Ramírez García da cuenta de la intervención del Estado mexicano en los deseos y la vida «privada» de la ciudadanía, y reflexiona en torno a las tácticas de gestión gubernamental al indagar documentos institucionales, casi siempre olvidados, y políticas públicas contemporáneas, con fines de control sociodemográfico.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 ene 2024
ISBN9786073081498
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    La administración del deseo y el gobierno de los cuerpos - Víctor Hugo Ramírez García

    CAPÍTULO 1

    EL «PROBLEMA» DEMOGRÁFICO

    Pocos años en la historia han marcado tan profundamente las políticas públicas en materia de familia, género y sexualidad como 1974. Declarado «año mundial de la población» por las Naciones Unidas, fue también cuando tuvo lugar la tercera Conferencia Mundial de Población, organizada por las Naciones Unidas en Bucarest, Rumania (INED 1974; ONU 1974). Esta fue el fruto de décadas de esfuerzos por parte de un gran número de actores de diferentes movimientos relacionados con la población, la planificación familiar y el nuevo orden internacional, cuyas consecuencias tuvieron resonancia en muchos países (Connelly 2008; Finkle y McIntosh 2002; Rosental 2006).

    Ese mismo año México aprobó una nueva legislación sobre varios temas relacionados con la población. La nueva Ley General de Población marcó un hito en las políticas públicas sobre migración, fecundidad, educación y demografía.¹² Esta ley era ambiciosa en sus objetivos, ya que pretendía regular un extenso campo de temas y aspectos sociales; en materia migratoria, por ejemplo, se propuso como objetivo gestionar el proceso de urbanización acelerada en las grandes ciudades del país.¹³ Acerca de la fecundidad, esta ley estableció por primera vez en la historia del país programas oficiales de planificación familiar a través del sistema nacional de salud. En cuanto a educación, la nueva legislación incentivó la inclusión de temas sobre reproducción sexual en los libros de texto gratuitos para los niveles de primaria y secundaria, así como la creación, dos años después, del primer Programa de Educación Sexual (1976). Pero es quizá la dimensión epistémico-política de este texto legal lo que llama más la atención, ya que considera la población como un conjunto de fenómenos colectivos regulares, regidos por leyes inteligibles, que el Estado estaba destinado y obligado a administrar.

    Para lograr sus objetivos, se creó el Conapo, la institución estatal encargada de dirigir, decidir y coordinar un gran número de políticas de población, incluidas la estimación del crecimiento poblacional, la migración y las directrices de la educación sexual.¹⁴ La creación de este Consejo proporcionó al Estado mexicano una herramienta biopolítica para gestionar los fenómenos demográficos. A pesar de que el término biopolítica se remonta a inicios del siglo XX,¹⁵ fue Michel Foucault quien lo retomó en La voluntad de saber (1976) —y lo desarrolló posteriormente en otras de sus obras (2004a, 2004b)— otorgándole un estatus particular en el pensamiento político occidental. Al analizar el proceso histórico a través del cual la vida —en sus manifestaciones relacionadas con la población—¹⁶ aparece como el centro de las estrategias de poder-saber occidentales, Foucault advierte una ruptura histórica mayor en la forma en que se administran y gobiernan las prácticas, las conductas y los discursos en las sociedades europeas. La biopolítica es una forma moderna y específica de ejercicio del poder, y es también un régimen epistémico-político innovador, ya que la población se revela como el punto de contacto entre las macrotendencias demográficas y económicas —tasas de natalidad, fecundidad, desarrollo económico nacional— y el microespacio de las conductas individuales —prácticas sexuales, número de bebés deseadas(os), métodos anticonceptivos—. Según Foucault, esta «economía política de la población» convierte el comportamiento sexual de las parejas en una conducta económica y política concertada:

    Que el Estado sepa lo que sucede con el sexo de los ciudadanos y el uso que le dan, pero que cada cual, también, sea capaz de controlar esa función. Entre el Estado y el individuo, el sexo se ha convertido en una apuesta, y una apuesta pública, investida por toda una trama de discursos, saberes, análisis y conminaciones (1976: 29).

    De tal manera, al analizar la producción científica de la época anterior a la ley de población de 1974 en México, podemos observar un conjunto de premisas que muestran la consolidación de una serie de disposiciones epistémicas que hicieron posible la emergencia y puesta en marcha de una nueva racionalidad demográfica. Uno de los paradigmas prevalecientes en el contexto económico, cultural y político del México de la década de 1960 es el del «proceso de modernización», que describe la necesaria «evolución» de la sociedad como un progreso teleológico irreversible iniciado y encarnado por los países «desarrollados», a los que deben seguir todas las demás naciones del mundo. De hecho, si nos remontamos más de un siglo en el tiempo, antes de la teoría de la evolución de Charles Darwin existían en varios campos científicos —como la paleontología o la embriología— teorías relacionadas con el proceso de formación de los seres orgánicos que buscaban relacionar el desarrollo de cada ser vivo con el desarrollo de la especie en tanto conjunto; este «paralelismo» entre individuo y especie sirvió a trabajos de pensadores como Darwin o Sigmund Freud como base ideológica y epistémica de una amplia tendencia a pensar el desarrollo de nuestras sociedades (Duvernay Bolens 2001). Así, el paradigma de la modernización que presupone que cada sociedad tiende hacia la modernidad occidental es correlativo al paradigma del desarrollo que explica cómo cada sociedad sigue un patrón evolutivo lineal, la articulación entre ambos constituyó un esquema teórico presente en muchas disciplinas científicas desde principios del siglo XX (Castoriadis 1994; Escobar 2014; Gómez Hernández 2007). Ambos paradigmas tuvieron una gran influencia no solo en las teorías biológicas, médicas o fisiológicas, sino también en las teorías demográficas y económicas del siglo XX, además de haber tenido una fuerte incidencia en los campos económico y político de las sociedades occidentales, especialmente en contextos poscoloniales. En lo que respecta a la sociedad mexicana, desde principios del siglo XX, varios trabajos han estudiado cómo el estrecho apego al paradigma positivista en todos los campos de las ciencias marcó el rumbo de las disciplinas científicas a lo largo del siglo.

    La fuerza explicativa epistémica del paradigma del desarrollo¹⁷ se debe a las premisas que sustenta, entre las que se pueden citar cuatro principales. 1) La idea de que establecer un paralelismo entre el proceso de evolución de la especie humana y el proceso de progresión de cada sociedad allanaría el camino para mejorar las sociedades, es decir, que si las sociedades europeas son consideradas como modelos es porque han logrado «desarrollarse» y «evolucionar» de una forma ideal en que toda su población disfrutaría de los beneficios de tal desarrollo en materia de empleo, salud o educación; 2) esta ruta de «progreso» tendría como modelo la sociedad capitalista y burguesa encarnada por las sociedades occidentales —en particular Estados Unidos de América y Europa occidental—; 3) el Estado debía intervenir en este proceso «natural» de las sociedades para llevarlo a la perfección; y finalmente, 4) dada la existencia de sociedades más «avanzadas» que otras, es necesario poner en marcha un trabajo de imitación, un proyecto de mimesis entre naciones y entre grupos o clases sociales, extendido a todos los ámbitos de la sociedad.

    A partir del análisis documental en los archivos mexicanos podemos constatar cómo ciertas nociones y algunos conceptos derivados de los paradigmas de la modernización y del desarrollo estuvieron presentes en la formulación de las nuevas políticas demográficas en México en la década de 1970. Estas nociones sirvieron tanto como ejes articuladores en el campo científico como pilares de conocimiento en el campo político de las instituciones estatales. La explosión demográfica¹⁸ es un claro ejemplo de objeto discursivo que sirvió como herramienta epistémico-política para el apoyo de teorías y políticas de población. Adoptada por instituciones internacionales como la ONU, esta noción «científica» se difundió como verdad indiscutible en diferentes campos del conocimiento y fungió como el argumento que justificó un conjunto de intervenciones realizadas por instituciones estatales y organismos internacionales, pues se le atribuían la gran mayoría de problemas globales (Connelly 2008; Ramsden 2001; Rosental 2007).

    De hecho, el objeto discursivo de la explosión demográfica se consolidó al menos una década antes en las agencias internacionales y estadounidenses,¹⁹ así como en la producción discursiva de diversas ciencias. Textos como Danger Spots in World Population (1929) y Plenty of People (1944), ambos de Warren Thompson, o Road to Survival (1948) de William Vogt, subrayaban las consecuencias de las tendencias demográficas de las décadas recientes en todo el mundo.²⁰ Entre los ejemplos de la influencia epistémica de tal objeto discursivo en el contexto mexicano, un texto publicado en 1964 en El Trimestre Económico —una prestigiosa revista académica sobre temas de economía, editada por el Fondo de Cultura Económica— ocupa un lugar importante. Se trata del artículo titulado «Filosofía de la política demográfica en Latinoamérica», escrito por los reconocidos profesores Joseph Kahl y J. Mayone Stycos.²¹ Este texto establece la existencia de un vínculo causal directo entre la reducción de la fecundidad y el desarrollo económico de un país:

    Si se pudiera acelerar la reducción de la fertilidad con medidas positivas, los costos se reducirían en dos formas: 1º aumentaría la tasa de desarrollo económico porque habría menos desperdicio de recursos que en otras circunstancias se dedicarían al mantenimiento de gran número de niños pobres que mueren en la infancia o que no reciben la educación suficiente que les permita participar activamente en la producción moderna, y 2º habría menos sufrimiento de grandes masas de pobres durante el difícil periodo de transición de una sociedad tradicional a la sociedad moderna (1964: 430).

    Esta perspectiva plantea una serie de interrogantes importantes, ya que el texto no solo adopta las teorías del desarrollo y de la «transición a la modernización», sino que también asegura el deber del Estado de intervenir en este proceso. Tal intervención se sugiere ampliamente, ya que el Estado parece ser el único agente capaz de cambiar el «subdesarrollo» de la sociedad:

    Es probable que los cambios en las actitudes que se efectúan «espontáneamente» en la clase media puedan ser creados deliberadamente entre las clases bajas […] En condiciones «naturales», pasa mucho tiempo antes de que surjan actitudes nuevas y se pongan al corriente de las nuevas condiciones. Es durante este periodo de «retraso cultural», cuando las ideas antiguas lenta y ambivalentemente ceden el paso a las nuevas, que las campañas organizadas del gobierno pueden tener los mejores resultados (1964: 434).

    En consecuencia, la teoría de la transición demográfica²² funcionó como componente epistémico de las teorías de la modernización, especialmente en países como México. Investigadores como Matthew Connelly han mostrado cómo la necesidad de disponer de proyecciones demográficas precisas en el siglo XX en varios contextos produjo un apogeo del campo científico demográfico, donde muchos estudios se adhirieron a tales teorías (Connelly 2008: 117).

    Hay que mencionar que el contexto de los decenios de 1960 y 1970 en México influyó en gran parte en la adopción de estas teorías; no es coincidencia que a este periodo se le conozca en los libros de historia como «periodo del desarrollo estabilizador». La teoría de las etapas de desarrollo, según la cual los países del «tercer mundo» se situaban en la ruta de la modernización económica, impregnaba la atmósfera intelectual de la época. El paradigma del desarrollo era parte del sentido común predominante.²³ En el contexto local mexicano, varios intelectuales destacados replicaron esta tendencia. Víctor Urquidi,²⁴ por ejemplo, en un texto de 1967 titulado «El crecimiento demográfico y el desarrollo económico latinoamericano», describía el «problema de la explosión demográfica» y afirmaba que: «El desarrollo económico de América Latina y la elevación consiguiente del nivel medio de vida serían más rápidos y viables si la tasa de expansión demográfica previsible fuera menor de lo que actualmente se calcula, es decir, en particular si las tasas de fecundidad se redujeran», por lo que una política de regulación de la natalidad «cada día parece ser más necesaria» (1967: 8).

    El afán de la administración mexicana de la época por actuar sobre la explosión demográfica, y su esfuerzo por diseñar una estrategia omniabarcante e intensiva al respecto, son aún más interesantes al constatar un cambio drástico de 180 grados en la retórica gubernamental de los años inmediatamente anteriores a 1974. Varios estudios señalan cómo la administración mexicana en 1970 a cargo del presidente Luis Echeverría Álvarez asumía todavía una lógica demográfica en la que «gobernar es poblar» (Ordorica y García 2010: 431). Esta idea prevaleció durante mucho tiempo en países como México, donde existían extensas áreas inhabitadas que suponían problemas de diferente índole para el Estado, por lo que se promovía una política pronatalista. Se han sugerido algunas hipótesis para explicar el cambio en la retórica estatal sobre el «problema» demográfico durante ese sexenio;²⁵ tal como veremos más adelante, las consecuencias de tal cambio son evidentes en varios aspectos.

    La articulación entre el crecimiento demográfico y el desarrollo económico del país fue precisamente el punto en que las prácticas sexuales de los individuos aparecieron como campo de intervención estatal. El control de la fecundidad empezó a ser considerado en varios textos mexicanos de la época como la vía de acceso imprescindible al desarrollo económico de la nación. Como en otros contextos, la gestión y el control de la tasa de fecundidad de la población aparecen como la condición sine qua non del crecimiento económico de un Estado (Conapo 1978: 27; Finkle y McIntosh 2002; Livenais 1985; Rosental 2007). En la medida en que la biopolítica tiene como objeto administrar las características biológicas de los seres humanos agregadas a nivel de la población, la estrategia demográfica del Estado mexicano fue un dispositivo biopolítico compuesto por —e implementado a partir de— diferentes tácticas: la planificación familiar, la educación sexual y el control del deseo reproductivo, por mencionar unas cuantas. La biopolítica como ruptura histórica y régimen político implica a su vez el surgimiento de un saber político específico sustentado por nuevas disciplinas como la estadística, la demografía o la epidemiología.²⁶ De esta forma, el control de la fecundidad fue desde este momento el medio necesario, la herramienta biopolítica que garantizó la circulación, el arraigo y la permanencia de nuevas racionalidades políticas, así como la intervención del Estado en las tendencias aleatorias y caóticas de la población. Es así que puede observarse en un gran número de documentos de la época la emergencia de una voluntad de saber desplegada a través de diversas instituciones. Estos textos estaban relacionados principalmente con la tasa de fecundidad, buscaban descifrar las leyes del crecimiento demográfico y distinguir sus efectos en todas las dimensiones de la vida social. Se trata de estudios que intentaban identificar la relación entre fertilidad y vivienda (Ramos 1977), sus vínculos con la agricultura y la distribución de la tierra (FAO 1974), con la urbanización y los recursos naturales (Conacyt 1982), o con el desempleo y la pobreza (IPPF 1973), entre otros.

    La relación entre el crecimiento demográfico y el desarrollo nacional es evidente en múltiples textos gubernamentales de la época. La Secretaría de Salud afirmaba en uno de sus documentos que todos los países podían y debían clasificarse según la limitación en el crecimiento de su población. Esto suponía una distinción binaria entre los países «más desarrollados» por un lado, considerados como «ricos, cultos y con un crecimiento demográfico limitado», mientras que, por otro, los países no desarrollados serían «pobres, ignorantes y con un crecimiento demográfico irracional» (SSA 1976: 22-23). Por lo tanto, tal como trabajos recientes han advertido,

    había un abismo cada vez mayor en la forma en que los demógrafos examinaban los países «desarrollados» occidentales y las sociedades «no desarrolladas» no occidentales. A las poblaciones de las sociedades desarrolladas se les concedía individualidad y agencia personal, además de una conciencia iluminada que daba paso a una diversidad de formas familiares. [En cambio] Las poblaciones de los países no desarrollados todavía se consideraban «primitivas» (Repo 2017: 120).

    Esta perspectiva hizo que la explosión demográfica fuese claramente adoptada en el texto Política demográfica nacional y regional. Objetivos y metas 1978-1982,²⁷ documento oficial que define la primera estrategia del Estado mexicano para implementar un programa de planificación familiar y de educación sexual nacional. Esta institucionalización de estrategias demográficas a través de las políticas públicas marca el momento en que el gobierno mexicano reconoció las tendencias demográficas como un problema de Estado y, por lo tanto, como campo legítimo de intervención.

    Además, en este documento el gobierno de México definió los objetivos cuantitativos de la tasa de crecimiento de la población para el año 2000.²⁸ De hecho, de acuerdo con el Manual para el desarrollo de actividades de planificación familiar, la estrategia demográfica surgió de un plan «elaborado por el presidente de la república el 27 de octubre de 1977» (CPNPF 1978: 26). Se trata entonces del primer documento que considera el «comportamiento reproductivo» de la población como una cuestión política de Estado. De esta forma, una relación de causa-efecto entre el comportamiento reproductivo de la población y la mejora del bienestar social justificaba y legitimaba tal intervención en los siguientes términos: «Los retrasos acumulados en el nivel de bienestar propician una estable y elevada fecundidad, pues las motivaciones para un cambio en sus comportamientos reproductivos se posponen» (Conapo 1978: 18).

    Esta articulación de escalas, es decir, el punto en que las tendencias poblacionales se vinculan con la conducta del individuo, revela lo que Foucault advirtió en La voluntad de saber respecto a la sexualidad como dispositivo occidental que permite la administración de la población al mismo tiempo que la disciplina de las prácticas individuales. Thomas Lemke, retomando los trabajos de Foucault,²⁹ afirma entonces que:

    La población constituye la combinación y la acumulación de modelos individualizados de existencia de una nueva forma política. De ello se desprende que el «individuo» y la «masa» no son polos extremos, sino más bien los dos lados de una tecnología política global que apunta simultáneamente al control del ser humano como cuerpo individual y como especie (2011: 41).

    En consecuencia, una de las acciones propuestas para las primeras políticas demográficas de la década de 1970 consistió en «intensificar los programas de planificación familiar [...] como medio para elevar la calidad de vida de la población campesina» (Conapo 1978: 18). El exceso de población apareció como un obstáculo para el programa económico del gobierno mexicano, y por esta razón la planificación familiar se convirtió en una solución necesaria.

    En este contexto de presión demográfica las políticas de educación sexual emergieron como una actividad útil para el Estado. Así apareció explícitamente en el Programa nacional de población 1984-1988, donde el gobierno consideró la educación como una dimensión estratégica en materia de población, ya que a través de esta «se generan cambios más profundos, duraderos y conscientemente decididos, en cuanto al comportamiento demográfico de los individuos y las familias» (Conapo 1985: 66). Por lo tanto, la estrategia demográfica desarrollada por el gobierno mexicano en la década de 1970 contempla dos programas principales: el Programa de comunicación sobre población y planificación familiar y el Programa de educación sexual.

    A pesar de que la educación sexual se definió como «un objeto en sí mismo, por la importancia en el desarrollo del ser humano, en el seno de la familia y en la sociedad» (Conapo 1978: 28), quedó circunscrita como un área de la estrategia de planificación familiar, tal como lo atestigua una gran cantidad de documentos de la época. De tal forma que, concebido como «un programa que integra, dentro de los sistemas de carácter educativo formal e informal, la gran significancia de la vida sexual en el desarrollo individual, familiar y social» (Conapo 1978: 28), el Programa de educación sexual tenía una meta específica —y al mismo tiempo difusa— a alcanzar. Esta se conformaba por todos los conocimientos, las actitudes y los patrones de conducta de la población mexicana, que el documento correlaciona de la siguiente manera: «Los conocimientos, actitudes y valores acerca de la sexualidad están íntimamente relacionados con los patrones de conducta reproductiva y constituyen la posibilidad de lograr una mejor calidad de la vida para la persona, la familia y los grupos sociales» (Conapo 1978: 33).

    Así, las tendencias reproductivas comenzaron a ser consideradas como el resultado de los comportamientos sexuales de los individuos. Este estrecho vínculo entre los niveles macro y micro de la sociedad permitió a los mecanismos estatales alcanzar el espacio hasta el momento invisible de las prácticas sexuales y las relaciones familiares. Al mismo tiempo, el documento establecía que las políticas debían ser implementadas «respetando los mecanismos espontáneos con que los diversos grupos que constituyen la población mexicana afrontan y conducen la educación sexual, es indispensable realizar acciones que puedan contribuir a que sus pautas se desarrollen en un sentido más humano y más congruente con el desarrollo general del país» (Conapo 1978: 34). Alinear la conducta sexual de las personas con el desarrollo general del país fue la tarea que el Estado mexicano se otorgó a sí mismo como misión a través de la estrategia demográfica de la década de 1970.

    LA BASE EPISTEMOCRÁTICA DE LAS POLÍTICAS

    Antes de la aprobación de la ley de población de 1974, las instituciones gubernamentales mexicanas tenían poco interés en los temas de sexualidad y procreación, por lo que la puesta en marcha de la nueva estrategia demográfica planteó no pocas dificultades. Esto es evidente en el documento Política demográfica, porque la intención del Estado de intervenir en las prácticas sexuales de las personas a través de la educación sexual era uno de sus objetivos. La falta de datos y de estudios por parte de las instituciones mexicanas sobre estos temas llevó a la administración federal de aquel entonces a incitar a la producción de conocimiento sobre el comportamiento sexual de la población:

    Dada la escasa experiencia que existe en México en esta área, es necesario comenzar por profundizar en el conocimiento de los valores y comportamientos sexuales de distintos grupos y sectores de la sociedad y, con base en esto, trabajar en el diseño de los contenidos educativos que deben abarcar tanto las características biológicas como las psicológicas y sociales que intervienen en el desarrollo de normas orientadoras de la educación sexual y sus transformaciones (Conapo 1978: 29).

    Asistimos entonces a la institucionalización de un terreno epistémico fértil para las políticas del gobierno de los cuerpos: la educación sexual y la planificación familiar. Esta institucionalización epistémica fue el resultado de tres factores convergentes. El primero fue la centralización y la acumulación de saberes y producciones discursivas en torno a tales temas; los archivos históricos del Conapo muestran la acumulación de textos, libros y manuales, publicados en los años cercanos a su creación (1974), que contribuyeron a la consolidación y legitimación de la estrategia demográfica. Entre estas publicaciones se encuentra una gran cantidad de textos que dan consejos sobre educación sexual a niñas (Allen 1963), a niños (Corner 1972; Pomeroy 1972), a padres y madres de familia (Arnstein 1973; Lehman 1973), y a docentes (Filippi 1975; IPPF 1977); libros de texto destinados a obreras y obreros (ORIT 1974), a personal dedicado a la salud (Hubbard 1975; Tsuei 1973; Van Zile y Stephenson 1973); trabajos que dan recomendaciones a gobiernos (Hazelden, Perl e International Planned Parenthood Federation 1975; The American Public Health Association 1968), a universidades (Ascofame 1968); así como publicaciones en otros idiomas, sobre todo en inglés (Hilu y Calderone 1974; Muhsam 1975) y en francés (Aymon 1975; Berge 1952; Valabregue 1973), algunas de las cuales fueron traducidas al castellano. También se pueden encontrar publicaciones de diferentes disciplinas como la psiquiatría, el psicoanálisis, las teorías de la comunicación e incluso la teología (Orozco 1970); otras patrocinadas y producidas por organizaciones internacionales como el Population Council, el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) o la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) (Calderone 1966; FAO 1974); y finalmente, publicaciones que reúnen programas de educación sexual de muchas partes del mundo (Baén 1971; Holmstedt 1974). Este conjunto de obras muestra el interés, en aquel momento de la historia de México, por recopilar experiencias de otras naciones y regiones que habían implementado programas similares en torno a estos dos temas particulares: la educación sexual y la planificación familiar. A esta acumulación de textos se agregan las encuestas comparativas sobre fecundidad que comenzaron a aparecer en América Latina a principios de la década de 1960 (Miró 1970; Simmons, Conning, y Villa 1976; Smith 1959), así como la creación de revistas especializadas en temas demográficos.³⁰ En pocas palabras, se trata de una producción discursiva efervescente respecto al tema de la sexualidad y la reproducción.

    El segundo factor determinante fue la creación de programas, diplomas e instituciones universitarias relacionados con temas demográficos en las décadas de 1960 y 1970. Entre las instituciones más destacadas podemos citar la fundación en 1964 del Centro de Estudios Económicos y Demográficos (CEED) de El Colegio de México (Colmex),³¹ creado con financiamiento de la Fundación Rockefeller y con la ayuda del Centro Latinoamericano de Demografía (Celade). Ese mismo año se estableció el Centro de Investigación sobre Esterilidad e Infertilidad (Centro de Investigación en Esterilidad e Infertilidad) y, además, el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) creó en 1968 la Comisión de Demografía, transformada en 1971 en la Comisión de Población y Desarrollo.

    Finalmente, un tercer factor fue la organización de seminarios y congresos especializados sobre toda una gama de temas estrechamente vinculados a la planificación familiar y al comportamiento sexual. De tal forma, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) creó en 1974 el Programa Indicativo Nacional de Investigación Demográfica, con Víctor Urquidi como director ejecutivo y Luz María Valdés —futura secretaria general del Conapo— como secretaria técnica. En el marco de este programa, el Conacyt organizó dos reuniones nacionales de investigación demográfica, la primera tuvo lugar en 1977 y la segunda en 1980. El creciente número de presentaciones entre las dos reuniones (43 en la primera y 103 en la segunda) muestra el proceso de consolidación del interés epistémico en temas de población, en particular en el tema de la fecundidad.

    La convergencia de estos factores muestra la sedimentación de una superficie sólida de saberes necesaria para la emergencia e implementación de la estrategia demográfica del Estado mexicano en la década de 1970. Tal como Foucault lo señala en varias de sus obras, las formas de poder van acompañadas de formas de saber que no solo las hacen funcionar, sino que les son inherentes (1976, 2008b: 288). No podemos explicar el ejercicio del poder en la modernidad sin las prácticas epistémicas que las ciencias pusieron en marcha: el uso de la estadística, el estudio de las tendencias poblacionales, o la creación de índices de desarrollo formulados en el campo científico, fueron prácticas que se convirtieron en tecnologías de poder-saber que transformaron las sociedades modernas. De igual forma, la formación de nuevo personal administrativo y burocrático, así como su inserción en la administración pública,³² ayudan a explicar la puesta en marcha de las nuevas políticas de población en varias oficinas gubernamentales.

    Este cúmulo de saberes en manos de las instituciones mexicanas permite observar un «repertorio epistemocrático», es decir, un acervo de conocimiento a través del cual —y gracias al que— se gobernaron una serie de hechos y fenómenos sociales (Neveu 2015). Vale la pena entonces indagar sobre cómo estaba constituido ese cúmulo de saberes. Esto puede observarse en los principales manuales de capacitación del personal gubernamental en planificación familiar y educación sexual de aquella época diseñados por Conapo. En efecto, Conapo decidió formular tres modelos de educación sexual para uso del personal estatal, destinados a tres actores principales: 1) promotoras(es) rurales, 2) profesionales de la salud y 3) docentes. Al analizar las teorías y tendencias científicas elegidas por el Estado mexicano a través de estos textos, es destacable la heterogeneidad y la diversidad de enfoques en el corpus bibliográfico. En los manuales y las guías se incluyó la obra de un gran número de eminencias internacionales con conocimientos de temas de sexualidad, como por ejemplo la teoría de la intersexualidad

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