Enigmas de la historia: La verdad tras los grandes mitos de nuestro pasado
Por Graeme Donald
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¿Fue Elizabeth Báthory la verdadera condesa Drácula?
¿Hay algo de verdad en la leyenda negra de la Inquisición española?Como dijo una vez Napoleón: "La historia es una versión de acontecimientos pasados sobre los que la gente ha decidido ponerse de acuerdo".
Anotada en documentos históricos, copiada y ampliamente repetida, no se tarda mucho tiempo en conseguir que una versión de la verdad se acepte como un hecho. Pero ¿quién inventa estas falsedades y por qué ganan terreno tan rápido?
Lejos de referirse a las partes oscuras e insignificantes de nuestra historia, estas inexactitudes y mentiras absolutas tiñen la descripción de muchos personajes históricos y de los sucesos cruciales que aprendimos en la escuela. Cleopatra, Marco Polo, el capitán Cook, Juana de Arco… la mayoría de nosotros probablemente podríamos contar un hecho o dos sobre cada uno de ellos. Pero, como revela este intrigante libro, un examen más detallado de nuestra historia social y política nos muestra que, a menudo, no todo era lo que parecía, y que los planes de los responsables de registrar estos sucesos influían en lo que se informaba y en lo que se escondía.
Enigmas de la historia es un recorrido entretenido a través de los siglos, que separa los mitos de los hechos y revela los grandes misterios que rodean algunas de las partes más inexactas y engañosas de nuestro pasado.
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Enigmas de la historia - Graeme Donald
Título original inglés: The Mysteries of History. Unravelling the Truth from the Myths of Our Past.
© del texto: Graeme Donald, 2018.
© Publicado por primera vez en Gran Bretaña por Michael O’Mara Books Limited, 2018.
© de la traducción: Cristina Martín Sanz, 2023.
© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S. L. U., 2023.
Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.
rbalibros.com
Primera edición: junio de 2023.
REF.: OBDO192
ISBN: 978-84-1132-392-5
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PARA RHONA, ELLA SABE POR QUÉ
Introducción
abcd
VOLTAIRE DIJO EN CIERTA OCASIÓN QUE LOS HISTORIADORES no eran más que unos chismosos que se burlaban de los muertos, glorificaban a quienes no tenían gloria alguna, y vilipendiaban a los que eran dignos de encomio/alabanza pero impopulares entre aquellos que estaban pagando para que se escribieran los libros de historia.
Y hasta cierto punto tenía razón. Hay importantes acontecimientos de la historia que todavía hoy se presentan como un laberinto de desinformación contradictoria y de opinión sesgada que obligan al lector moderno a hacer un esfuerzo por buscar la verdad a través de una maraña de datos. Cuando se examina de nuevo la reputación de personajes prominentes de nuestro pasado, tras un cuidadoso escrutinio algunos emergen despojados de su pátina de nobleza, mientras que otros, que antes se consideraban poco respetables, salen significativamente reforzados/mejor parados.
En la reescritura subjetiva de la historia se incluyen el fiasco casi delictivo que supuso la carga de la Brigada Ligera, a la que, para poder salvar la cara, fue necesario cambiar de nombre y presentarla como un brillante ejemplo del incuestionable heroísmo del soldado británico medio, y también el supuesto caso monstruoso del doctor Crippen, quien fue llevado precipitadamente a la horca por un joven científico forense empeñado en labrarse un nombre. O la verdadera historia de Elizabeth Báthory, la mujer conocida como la condesa de Drácula, la cual distaba mucho de ser el horrendo personaje en que la convirtieron, pues en realidad fue víctima de sus enormes riquezas.
A la hora de escribir este libro, he puesto sumo cuidado en evitar las trampas propias de confiar en fuentes sesgadas, de modo que, por muy eminente que sea el autor de una fuente en particular, todas las fechas y las informaciones se han contrastado con otros autores que abrigan opiniones tanto concordantes como contrarias. Dicho esto, si el lector descubriera algún error, con mucho gusto realizaría las correcciones pertinentes.
GRAEME DONALD
1
Cortinas de humo
abcd
JUANA DE ARCO: UN DELIRIO DE GRANDEZA DE LOS FRANCESES
HAY MUCHOS RELATOS SOBRE JUANA DE ARCO EN LOS QUE se la describe como una heroína de principios del siglo XV. Cuentan que condujo a los ejércitos de Francia a innumerables victorias contra los invasores ingleses y sus aliados borgoñeses, hasta que fue capturada y quemada por bruja en la plaza del mercado de Rouen. Pero, de hecho, entre otras cosas, parece ser que no era francesa, que jamás mandó ningún ejército, que ni siquiera luchó en batalla alguna y que no fue ejecutada por ejercer la brujería. Entonces, ¿de qué modo contribuyeron semejantes inexactitudes a moldear a este personaje tan simbólico o representativo?
Juana nació en 1412 en Domrémy, en la Lorena, un ducado que era independiente y no sería incorporado a Francia hasta el año 1766. Su padre era Jacques Darce, un apellido que aparece con diversas variantes: Darx, Darc e incluso Tarce, pero no d’Arc, ya que el apóstrofo nunca se utilizaba en los apellidos franceses del siglo XV y tampoco existía una localidad denominada Arc de la que pudiera ser oriundo. Su madre era Isabelle de Vouthon, y tanto ella como Jacques decidieron que se los conociera por el apellido de Romée, aunque no está claro cuál de los dos habría realizado la peregrinación a Roma, en caso de haberla hecho alguno, para legitimar la adopción de dicho apelativo. La hija que tuvieron fue bautizada como Jehanette, no Jeanne (Juana), y no fue hasta el siglo XIX cuando apareció el epíteto de Jeanne d’Arc o Juana de Arco debido a una lectura errónea de Darc; durante toda su vida se la conoció como la Pucelle, «la Doncella». Los Romée no eran simples campesinos; Jacques era un granjero muy próspero y un ciudadano destacado que, al parecer, había amenazado con «estrangularla [a Jehanette] con mis propias manos si va a Francia». Ya solo con eso podemos asumir sin temor a equivocarnos que los habitantes de Domrémy se consideraban de todo menos franceses.
Gran parte de lo que se cuenta sobre Jehanette procede de unas crónicas descubiertas en Notre Dame en el siglo XIX, pero no todo el mundo está convencido de que esos documentos sean auténticos. Según Roger Caratini, considerado uno de los historiadores más prestigiosos de Francia:
Mucho me temo que muy pocas cosas de las que nos han enseñado en el colegio a los franceses acerca de Juana de Arco son ciertas [...]. Por lo que parece, fue casi por completo un personaje inventado por la urgente necesidad que Francia tenía en el siglo XIX de contar con una figura patriótica a modo de talismán. El país quería un héroe, los mitos de la revolución eran demasiado sanguinarios, y Francia más o menos se inventó la historia de su santa patrona. La realidad, tristemente, es un poco distinta [...]. Juana de Arco no desempeñó ningún papel, o como mucho tan solo uno de menor importancia, en la guerra de los Cien Años. No fue la libertadora de Orleans por la sencilla razón de que dicha ciudad nunca fue sitiada. Y los ingleses no tuvieron nada que ver con su muerte. Me temo que fueron la Inquisición y la Universidad de París las que la juzgaron y condenaron [...]. Me temo que lo cierto es que fuimos nosotros quienes matamos a nuestra heroína nacional. Es posible que tengamos un problema con los ingleses, pero en realidad no deberíamos tenerlo en relación con Juana.
VOCES IMAGINARIAS
La figura apenas bosquejada de «Juana» suscitó escaso interés, incluso en Francia, hasta que Napoleón decidió resucitarla como figura de culto. Pero si fue cierto que Juana condujo a sus subordinados a victorias tan asombrosas en la guerra de los Cien Años, ¿dónde están todos los relucientes testimonios que den fe de ello? Lo único que tenemos en realidad es el relato impreciso de una joven que oía voces y «veía cosas». Se dice que afirmaba que las dos «voces» principales que oía eran las de santa Margarita de Antioquía y santa Catalina de Alejandría. Si bien en su época se aceptaba la existencia de ambas, posteriormente ha quedado demostrado fuera de toda duda, incluso para los hagiógrafos más fervientes, que en realidad ninguna de las dos existió jamás. Lo cual nos deja con una heroína probablemente ficticia a la que supuestamente guiaron las voces de otras dos mujeres que no existieron. Sin embargo, nada de esto impidió que fuera canonizada en 1920.
Caratini no es el único, ni mucho menos, que postula la idea de que Juana fue un invento del siglo XIX o, en el mejor de los casos, «una de las muchas doncellas que seguían al ejército portando un estandarte y cobrando el mismo jornal diario que un arquero». En aquella época, Francia era un polvorín. Los ingleses, ayudados por sus aliados, los borgoñeses, controlaban amplias extensiones del país, por lo que la corte francesa se trasladó para ponerse a salvo a Chinon, en el Loira. Si hemos de aceptar la leyenda tal como se cuenta, tenemos que creer que una joven campesina de dieciséis años, sin estudios, que apenas si sabía escribir su propio nombre, simplemente fue a caballo hasta Chinon y, tras identificar de forma inequívoca al Delfín, quien se ocultaba entre sus cortesanos para ponerla a prueba, le contó lo de sus «voces», repitió unas cuantas profecías y acto seguido salió de allí con paso orgulloso tras ser designada como comandante en jefe. Aun cuando el Delfín hubiera sido lo bastante tonto como para llevar a cabo semejante nombramiento, ¿resulta creíble pensar que las tropas endurecidas en la batalla que se asignaron al estandarte de Juana se limitaron a seguirla dócilmente, cuando ella no sabía nada de tácticas de guerra ni de armas?
Si la doncella de Orleans fue legendaria por sí sola, resulta desconcertante que la primera obra biográfica que narra su vida en detalle no se escribiera hasta el siglo XVII, de la mano de Edmond Richer, director de la Facultad de Teología de la Sorbona de París, cuyo manuscrito permaneció en los archivos inédito hasta 1911. Después de Richer, el siguiente en abordar el tema fue Nicholas Lenglet Du Fresnoy en 1753, al que siguió un siglo después Jules Quicherat, que trabajó con denuedo para producir una obra en cinco volúmenes que la mayoría aceptan como la obra definitiva sobre la vida, el juicio y la muerte de la doncella de Orleans. ¿Pero en qué se basan estas tres obras? La primera es del siglo XVII, la segunda del XVIII y la tercera del XIX; difícilmente constituyen una cadena ininterrumpida de observaciones y valoraciones que se remonten a principios del siglo XV.
Existen bastantes ideas erróneas asociadas a la leyenda del juicio de Juana, que no se debió a ninguna acusación de brujería presentada contra ella por la Inquisición francesa, precursora de la española, de peor fama. Según los documentos hallados en Notre Dame que se mencionan con anterioridad, el único representante de la Inquisición presente en el juicio fue Jean LeMaître, quien, haciendo caso omiso de las amenazas del contingente inglés, protestó por la ilegalidad y la caótica incompetencia del procedimiento. La doncella de Orleans fue juzgada por afirmar que las voces que oía tenían origen divino y por llevar indumentaria masculina, lo que contravenía la norma recogida en la Biblia, en el Deuteronomio 22:5, donde se prohíbe toda clase de travestismo. Supuestamente, hubo otras acusaciones, relativas al hecho de que llevara armadura y se dedicara a comandar un ejército, pero esto también suena a falso, porque en los siglos XIV y XV el hecho de que hubiera mujeres con armadura conduciendo ejércitos era mucho más común de lo que podríamos imaginar en la actualidad.
Juana de Montfort (m. 1374) organizó la defensa de Hennebont y seguidamente, vestida con armadura y yendo a la cabeza de una columna de caballería de trescientos efectivos, se abrió paso batallando hasta Brest. En 1346, Philippa de Hainaut, esposa del rey de Inglaterra Enrique III, condujo un ejército contra doce mil invasores escoceses en ausencia de su marido. También en el siglo XIV, Juana de Belleville, la tigresa bretona, repartía su tiempo entre asaltar a los ingleses que navegaban por el canal y dirigir su ejército en el norte de Francia. Y en 1383 nada menos que el papa Bonifacio escribió en términos elogiosos sobre las hazañas de las damas genovesas que, ataviadas con armadura, lucharon en las cruzadas. Margarita de Dinamarca, Juana de Penthièvre, Jacqueline de Baviera, Isabel de Lorena y Juana de Châtillon; todas ellas llevaron armadura y condujeron ejércitos en su época. Incluso los traicioneros borgoñeses, aliados de los invasores ingleses y que tanto exigían la muerte de la doncella de Orleans, contaban con batallones de artillería integrados por mujeres. Francia rebosaba de doncellas guerreras vestidas con armadura y, si eso no molestaba al papa, ¿por qué iban a enfurecerse tanto los clérigos de Rouen por otro ejemplo más?
Levantan también sospechas las supuestas actas del juicio, que describen a la acusada como una persona muy leída y de gran elocuencia, capaz de hacer frente a sus acusadores en un debate de admirable erudición y de comprender a la perfección los detalles teológicos más enrevesados, lo que causó una gran admiración incluso entre aquellos que estaban decididos a quemarla en la hoguera. En la fecha en que presuntamente tuvo lugar el juicio, debía de tener diecinueve años y ser todavía analfabeta, de forma que parece poco probable que poseyera esos conocimientos tan impresionantes. También parece claro que, si el juicio y la ejecución realmente se produjeron, Juana no se mantuvo firme hasta el final, como dice la leyenda. La mañana del 24 de mayo de 1431, la sacaron para llevarla al patíbulo y, al enfrentarse a un final tan horrible, optó por retractarse de todo a cambio de una sentencia a cadena perpetua; reconoció que las «voces» que oía no eran divinas y prometió no volver a llevar indumentaria de hombre en el futuro. Su abjuración fue aceptada, pero, cuando el 29 de mayo los obispos le hicieron una visita improvisada en la cárcel, la encontraron de nuevo vestida como un hombre y de inmediato la declararon hereje relapsa y ordenaron que fuera quemada en la hoguera al día siguiente. El 30 de mayo de 1431, Juana fue atada a una estaca en el mercado viejo de Rouen y, presuntamente, quemada.
Para complicar aún más las cosas, hay quienes sostienen que la denominada doncella de Orleans no ardió en Rouen porque en unos documentos hallados en los archivos de esa ciudad se afirma que las autoridades municipales autorizaron que se le pagaran 210 libras «por servicios prestados durante el asedio de dicha ciudad» el 1 de agosto de 1439. Esos documentos, sumamente sospechosos, fueron sacados a relucir por primera vez por el político francés François Daniel Polluche a finales del siglo XVIII y les concedió credibilidad en el siglo siguiente un anticuario belga llamado Joseph Octave Delepierre. En 1898, el doctor E. Cobham Brewer, autor del Diccionario Brewer de frases y fábulas, escribió lo que sigue:
El señor Octave Delepierre ha publicado un panfleto titulado Doute Historique en el que niega la leyenda de que Juana de Arco fuera quemada en Rouen por brujería. Cita un documento descubierto por el padre Vignier en el siglo XVII, en los archivos de Metz, que demuestra que se convirtió en la esposa de Sieur des Armoise, con el cual residió en Mertz, y que fue madre de familia. Posteriormente, Vignier encontró entre los documentos de la familia el contrato de matrimonio entre Robert des Armoise, caballero, y Jeanne D’Arcy, apodada la doncella de Orleans. En 1740 se hallaron en los archivos de la Maison de Ville de Orleans registros de varios pagos efectuados a ciertos mensajeros de Juana cuyos despachos se dirigían a su hermano Juan, con fecha de 1435 y 1436. También se encuentra anotada una entrega que el ayuntamiento de la ciudad realiza a la doncella por sus servicios durante el asedio (fechada en 1439). El señor Delepierre ha aportado numerosos documentos adicionales que corroboran el mismo hecho y muestran que la historia del martirio de la joven se inventó con el fin de arrojar odio sobre los ingleses.
Existen otras fuentes que afirman que Juana estaba viva después de 1431. Tanto los antiguos registros de la Maison de Ville de Orleans como la Crónica del decano de San Thibault-de-Metz hacen referencia a una Juana posterior a Rouen. Polluche expuso sus argumentos en Problème Historique sur la Pucelle d’Orléans (1749), que en parte constituyen la base para Delepierre, quien publicó por primera vez sus conclusiones en la revista Athenaeum el 15 de septiembre de 1855. En cualquier caso, existen un mar de dudas respecto de la veracidad de la historia de Juana de Arco e importantes interrogantes acerca de numerosas cuestiones, desde su nombre y nacionalidad hasta sus hazañas, juicio y muerte.
ABC
ELIZABETH BÁTHORY: LA VERDADERA CONDESA DE DRÁCULA
PROBABLEMENTE SEA ACERTADO DECIR QUE NO HAY OTRA mujer en toda la historia que haya sido tan injustamente vilipendiada como Elizabeth Báthory. Más habitualmente conocida hoy en día como condesa de Drácula, muchos llegaron a creer que se bañaba en la sangre de muchachas vírgenes para conservar su gran belleza y que fue, según los casos, una vampira o una mujer loba. Entre los años 1600 y 1610, esta mujer húngara asesinó supuestamente a más de 650 vírgenes procedentes de las diecisiete aldeas que rodeaban su castillo y quedaban bajo su control feudal, una cifra que, teniendo en cuenta el número de habitantes que había en la Hungría rural de principios del siglo XVII, parece un tanto exagerada, ya que sumando la población de esas diecisiete aldeas se obtenía un total de menos de cuatrocientas almas. Así como sucede con la reputación actual de Vlad Drácula, que antaño fue gobernador de Valaquia, en la Rumanía moderna, todos esos cuentos son simples fantasías libidinosas.
Resulta interesante señalar que la primera vez que se menciona el secuestro de esas 650 vírgenes para proveer el insólito baño de la condesa no se hace sino en el año 1729, es decir, más de un siglo después de su muerte. Esa misma fuente sería también la responsable de atribuirle acusaciones de canibalismo, retozos vampíricos y torturas sádico-sexuales de otras tantas muchachas. El destino de los sirvientes en una casa noble húngara de principios del siglo XVII no era en absoluto envidiable, pues a la menor transgresión recibían crueles palizas, y, en materia de brutalidad, Báthory no era distinta de sus iguales. Sin embargo, lo que la hizo sucumbir en última instancia fueron sus riquezas, y parece probable que cayó víctima de la avaricia y de ciertas maniobras políticas. Pero ¿quién quería quitarla de en medio y por qué?
Tras nacer rodeada de lujos y privilegios en Nyírbátor, una localidad que se encuentra en el extremo más occidental de la Hungría moderna, a la edad de diez años Báthory fue prometida en matrimonio a Ferenc Nádasdy, que tenía dieciséis. Un matrimonio político para formar una alianza entre las dos familias más poderosas del reino. No fue una unión por amor, y pocos años después Ferenc estaba entretenido con diversas guerras, de modo que Elizabeth se dedicó a continuar su educación. En 1604, cuando falleció Ferenc a la edad