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La perspectiva de género en la formación universitaria: La metodología feminista en la problemática social
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Libro electrónico283 páginas4 horas

La perspectiva de género en la formación universitaria: La metodología feminista en la problemática social

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El impulso de los estudios feministas y de género en las universidades es un fenómeno tardío que llegó con carácter de urgente. Actualmente se posiciona una agenda multifactorial con diversas aristas de análisis que emergen, en su mayoría, de numerosas disciplinas y áreas del conocimiento. Es producto del feminismo académico visibilizar los problem
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 dic 2023
ISBN9786077374282
La perspectiva de género en la formación universitaria: La metodología feminista en la problemática social

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    La perspectiva de género en la formación universitaria - Beatriz Eugenia Rodríguez Pérez

    Este libro fue evaluado por pares académicos a solicitud del Consejo Editorial

    de la Universidad Autónoma de Sinaloa, según se establece en el Reglamento

    de la Dirección de Editorial, entidad que resguarda los dictámenes

    correspondientes.

    Primera edición: noviembre de 2023

    D.R. © Beatriz Eugenia Rodríguez Pérez, Lydia Guadalupe Ojeda Esquerra y Mayra Lizzete Vidales Quintero (coordinadoras)

    D.R. © Universidad Autónoma de Sinaloa

    Blvd. Miguel Tamayo Espinoza de los Monteros 2358, Desarrollo Urbano 3 Ríos, 80020, Culiacán

    de Rosales, Sinaloa

    www.uas.edu.mx

    Dirección de Editorial

    http://editorial.uas.edu.mx

    isbn: 9786077374282

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Conversión gestionada por:

    Sextil Online, S.A. de C.V./ Ink it ® 2023

    +52 (55) 52 54 38 52

    contacto@ink-it.ink

    www.ink-it.ink

    Presentación

    El impulso de los estudios feministas y de género en las universidades es un fenómeno tardío que llegó con carácter de urgente. Actualmente se posiciona una agenda multifactorial con diversas aristas de análisis que emergen, en su mayoría, de numerosas disciplinas y áreas del conocimiento. Es producto del feminismo académico visibilizar los problemas estructurales que tienen que ser analizados, dentro y fuera de los espacios educativos.

    Es claro, entonces, que es de necesidad científica investigar los problemas sociales que se encuentran en disputa teórica y política, desde las aportaciones feministas y de género, ya que son estudios que proporcionan evidencias sobre las discriminaciones, las violencias, las segregaciones ocupacional y laboral, la identificación de nuevas masculinidades, los roles y estereotipos, la construcción de las maternidades, el empoderamiento de las mujeres, entre otras. La teoría feminista reivindica los derechos humanos de las niñas, adolescentes y mujeres y otros grupos de población. Además, aporta elementos, propuestas y políticas para fomentar y proponer condiciones igualitarias.

    Este libro plantea un pensamiento crítico, es producto de diferentes investigaciones que muestran análisis actuales y contribuyen a entender los escenarios para su intervención. Los ensayos aquí expuestos sin duda colocan a la Universidad Autónoma de Sinaloa como un referente en el impulso de los estudios de género en el país.

    ¿Qué es el género?

    Desde la antropología, el concepto de género tiene sus antecedentes en los trabajos de Margaret Mead de los años treinta y cuarenta del siglo XX.¹ En esas fechas también aparece El segundo sexo de la filósofa Simone de Beauvoir (1949), con su célebre afirmación de «No se nace mujer, se llega a serlo». Si bien, ellas no van a proponer el concepto de género, en su lógica del «sexo social» cuestionan la fundamentación biológico-esencialista dominante y sientan las bases para que se discuta en el campo del feminismo académico, al concluir que las categorías de hombre y mujer no son estáticas y que varían de una cultura a otra (Lamas, 1996).

    Más bien, el concepto género aparece en el campo de la psicología y la sexología con John Money y Robert Stoller, al trabajar con personas intersexuales desde los años cincuenta hasta los setenta. Money concluye que las características físicas no determinan de manera directa el género, y que sexo y género son categorías separadas (Fausto-Sterling, 2006). En tanto, Stoller propone que la identidad y el comportamiento de género no son determinados por el sexo biológico, sino por las experiencias y ritos que cada individuo vive desde su nacimiento, es decir, su cultura (Stoller, 2019).

    No obstante, quien retoma y desarrolla el término gender como categoría de análisis fue el feminismo académico anglosajón durante la década de los setenta, en su búsqueda de una explicación a las condiciones de subordinación y dominación de las mujeres (De Barbieri, 1993). Así, esta categoría empezó a ser cada vez más utilizada en los espacios académicos porque aporta elementos que describen y analizan las inequidades entre mujeres y hombres.

    Una figura destacada fue la antropóloga Gayle Rubin al afirmar que toda sociedad está regida por un sistema sexo-género, mismo que define como «el conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana, y en el cual se satisfacen esas necesidades humanas transformadas» (1986, p. 97). Indica que este sistema sexo-género «no es equitativo, (...) es simplemente el momento reproductivo de un modo de producción. (...) y sostiene que la opresión no es inevitable, sino que es producto de las relaciones sociales específicas que lo organizan» (Idem.). De este modo, resalta el aspecto simbólico que caracteriza las construcciones de género.

    Por su parte, Joan W. Scott (1996) posicionó el tema del género desde una visión histórica, como una categoría útil, que atraviesa y menoscaba los derechos de las personas, y analiza otras categorías como la clase social, la raza y el género. Su definición es de las más aceptadas, pues lo concibe como «un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen a los sexos» y como «una forma primaria de las relaciones significantes de poder» (Scott, 1996, p. 289). En lo referente a la primera parte de su definición, el género se constituye a través de cuatro elementos: símbolos culturalmente disponibles, conceptos normativos, las instituciones y organizaciones sociales, y la identidad subjetiva. Mientras que, en la segunda parte, se introduce un aspecto clave en la naturaleza de las relaciones sociales: la dinámica de poder (Scott, 1996).

    Gloria Bonder (1999) coincide con Scott al señalar que la categoría género es un constructo que ayuda a detectar y explicar cómo los sujetos se van produciendo-reproduciendo-transformando a través de una red compleja de prácticas, discursos e instituciones históricamente situadas, que permiten otorgar sentido y valor a lo que son como sujetos y a su propio quehacer. Así, para Salvatore Cucchiari (1996), el sistema de género en tanto más se explora, más se evidencia de que no se trata de una «oposición equilibrada»; es decir, las categorías de género están ordenadas jerárquicamente donde lo masculino sobresale de lo femenino y es siempre valorado positivamente, mientras que los símbolos femeninos se presentan como negativos o ambiguos. La dinámica social se constituye de este modo de forma binaria, oponiendo lo masculino y lo femenino, cada uno con sus atributos y espacios de acción.

    De esa manera, el pensamiento binario ha dominado las Ciencias Sociales, obstaculizando la concreción de paradigmas de investigación más amplios y complejos (Luque, 1990). La confusión es tan frecuente que Verena Stolcke escribe:

    La noción de género se ha convertido en una especie de término académico sintético que, aunque enfatice la construcción social de las identidades de mujeres y hombres, con frecuencia es simplemente mal utilizada como sinónimo culturalista de sexo, a tal punto que no es infrecuente oír hablar de dos «géneros», el masculino y el femenino (Stolcke, 1996: 34).

    De este modo, en la actualidad se define género como un «concepto-resumen» y una «meta-abstracción» (Thurén, 1993: 98) aplicable a diferentes formas de socialización que impide caer en la trampa de tratarlo como una entidad concreta o incluso cuantificarlo. Lo que significa que la identidad de género puede ser más o menos masculina, más o menos femenina, o más o menos andrógina, y que, además, la construcción social de la identidad de género es independiente de la orientación sexual, no tiene que ser estable a lo largo de una vida. La nueva dimensión de género, como categoría analítica abstracta, permite analizar realidades identitarias múltiples y variadas, según los diversos contextos y no puede ser cuantificable. Thurén subraya:

    El género es algo que se construye en la práctica, es una idea y funciona como principio organizador. El número de géneros en una sociedad dada y los criterios para distinguirlos varía, todo es cuestión empírica, hay que describir cada caso y analizarlo como procesos y prácticas, no como entidades estáticas (1993: 191).

    Por ello, se considera que falta mucho camino por recorrer, ya que las teorías posestructuralistas y queer han abierto nuevas vías de estudios. Sin embargo, es importante reconocer el impacto de la categoría de género en las ciencias sociales, que en los últimos 30 años ha logrado una evolución que se refleja en cuatro rupturas conceptuales fundamentales (Martín, 2008: 68-69):

    Ruptura con la identificación sexo/género. Se argumenta que el sexo biológico no es destino y la etnografía demuestra que no existen cualidades innatas y universales aplicables a todas las culturas.

    Ruptura con la dualidad genérica. Se redefine género como categoría analítica abstracta, multidimensional y relacional, ya que da cuenta de otras prácticas y construcciones identitarias múltiples.

    Ruptura con la dualidad sexual. El sexo también se construye socialmente, existen percepciones socio-sexuales propias de cada sociedad, en lugar del sexo biológico.

    Ruptura con la heteronormatividad. Denuncia que el género invisibiliza las prácticas y orientaciones sexuales, por lo que obliga a un replanteamiento para analizar cómo afectan las sexualidades no normativas la construcción del género.

    La teoría feminista como un eje transformador para la ciencia

    Con el desarrollo de nuevas categorías de análisis a lo largo del siglo XX, la discusión sobre la supuesta neutralidad y universalidad del conocimiento trascendió la visión clásica del positivismo lógico, dando paso a una postura no esencialista en el campo disciplinar de ciencia, tecnología y sociedad (CTS) (Quintero, 2010). Dichos estudios integran una reflexión crítica y multidisciplinar, destacan el carácter social de la ciencia y la tecnología y comparten tres acepciones básicas: 1) el rechazo de la imagen de la ciencia como una actividad pura; 2) la crítica de la concepción de la tecnología como ciencia aplicada y neutral; y 3) la condena de la tecnocracia (López, 1998, p. 46).

    Dentro de los estudios de CTS convergen dos tradiciones: por un lado se encuentra una tradición académica de origen europeo que hace frente a la postura dominante del positivismo y que va a estar representada por el paradigma constructivista y, por otro lado, está la tradición norteamericana de carácter social, representada por diversos movimientos como el ecologismo, el antimilitarismo, el feminismo, etcétera (Turkenich y Flores, 2013).

    De esa manera, surgen los estudios feministas conocidos como Ciencia, Tecnología y Género (CTG), que rechazan el sexismo y denuncian el androcentrismo que permea a la actividad científica (González, 1999). Los estudios de ciencia y género toman como punto de partida el cuestionamiento de dónde y cómo están posicionadas las mujeres en la ciencia para mostrar que el conocimiento está determinado por la cultura patriarcal, expresada a través de valores, necesidades y expectativas del varón, considerado como el sujeto habitual de la ciencia (Barral et al., 1999).

    Es por ello que los estudios CTG son disruptivos, contestatarios y radicales, pues buscan desentramar, evidenciar y rechazar el androcentrismo que ha caracterizado a la actividad científica y tecnológica (Flores, 2016; González, 2017; V. Sanz, 2005). Su interés es lograr una mayor participación y reconocimiento de las mujeres en el quehacer científico dentro de las diversas disciplinas de las ciencias sociales, humanas y naturales.

    1 En 1935 Margaret Mead escribió Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas y en 1949 Hombres y mujeres: un estudio de los sexos en un mundo cambiante.

    Introducción

    Cuando diversos movimientos sociales posicionan ciertas problemáticas sociales dentro de la agenda pública e institucional, la academia tiene la obligación de estudiarlas, no solo para conocerlas sino para transformarlas. El feminismo académico ha generado estrategias para visibilizar y desmontar la estructura patriarcal presente en los espacios universitarios y en otros entes sociales. Se ha vuelto un movimiento transgresor del orden existente que ha excluido y limitado en todos los tiempos a las mujeres.

    Por ello, incorporar la perspectiva feminista en el ámbito educativo es de suma relevancia. En la Universidad Autónoma de Sinaloa, este proceso inicia a partir de 1997, cuando se conforma el Programa Universitario de Estudios de Género en la Coordinación General de Investigación y Posgrado.

    Las investigaciones con enfoques feministas y de género en las universidades, como una práctica científica, implican: 1) Transversalizar los aportes en todas las áreas del conocimiento, 2) Generar reflexiones históricas y multidisciplinarias y 3) Proponer políticas que impacten la justicia social, los derechos humanos y la igualdad sustantiva. En este libro se presentan nueve capítulos de ensayos producto de investigaciones realizadas por universitarios en su etapa formativa.

    El primer capítulo «Género y emociones frente a la COVID-19 en estudiantes de preparatorias rurales en México», elaborado por Rosalva Ruiz Ramírez, analiza las políticas mundiales sobre la COVID-19, y menciona que la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2020) recomendó a la población mundial la medida sanitaria de confinamiento social para enfrentar la pandemia provocada por la covid-19, la cual es diseminada por un nuevo coronavirus (SARS-CoV-2), y además realiza una descripción de las políticas nacionales. Afirma que el Gobierno de México (2020) implementó las medidas sanitarias de Jornada de Sana Distancia y Quédate en Casa, que consisten en cerrar las escuelas de todos los niveles educativos y los establecimientos que no eran esenciales, de manera que la población mexicana se sometió al aislamiento social. Las medidas sanitarias aplanaron la curva de contagios y provocaron un cambio súbito en el comportamiento de la población. Además, desencadenaron problemáticas sociales, económicas, familiares, psicológicas y emocionales (Ashraf, 2020).

    El segundo capítulo titulado «Masculinidades en el narcotráfico mexicano: la disputa discursiva entre la narcocultura, el Estado y el periodismo de investigación», de Marco Alejandro Núñez-González, describe cómo el narcotráfico en México tiene un papel primordial en el país, pues su magnitud trastoca diferentes ámbitos como la economía, la política, lo social y lo cultural. Uno de los elementos más característicos de esta afección es la llamada narcocultura, la cual Becerra (2018) señala como un conjunto de signos que justifican socialmente al narcotráfico y los narcotraficantes, además de que dichos significados, apunta, se encuentran anclados en mercancías como canciones, películas, libros y más; los resultados muestran que la disputa de significados se da en dos dimensiones de la masculinidad: el poder y el honor. La narcocultura presenta discursivamente una narcomasculinidad fuerte, valiente, que cumple su palabra, indomable, retadora, importante y honorable. El Estado difunde una narcomasculinidad como subordinada, débil, vulnerable, sin fuerza, superada, dominada, cobarde, violenta, irracional y peligrosa, justificando de este modo las acciones que ejerce en su contra. Por último, el periodismo de investigación presenta a la narcomasculinidad como deshonrosa, pues la significa violenta, indócil, desleal y traicionera; pero también dependiente del poder, pues a pesar de la riqueza y el poder bélico que posee, está forzada a establecer relaciones de corrupción con los gobernantes.

    En el tercer capítulo se analiza «La doble presencia en las madres solteras jefas de familia y el proceso de empoderamiento», elaborado por Leonor Tereso Ramírez, analiza que el discurso que ha girado en torno a considerar a la familia nuclear como la ideal dentro del sistema patriarcal está siendo superado por la realidad misma de las transiciones familiares. Los hogares monoparentales conformados por madre e hijas o hijos están representando grandes retos estructurales donde la mujer pasa a ser la protagonista principal de la familia. Este protagonismo de las jefas de familia representa la oportunidad para hablar del empoderamiento como una estrategia que las lleve a desarrollarse individual y colectivamente. Sin embargo, es necesario para ello cuestionar los roles naturalizados de la mujer dedicada a los quehaceres domésticos y de cuidados familiares, y las implicaciones de la doble presencia debido a su participación en el espacio laboral remunerado. Una vez analizada esta movilización en distintos espacios y la responsabilidad que conlleva para las jefas de familia, se puede considerar si pueden o no generarse procesos de empoderamiento, y en qué grados puede presentarse.

    El cuarto capítulo «Inclusión de la perspectiva de género en la atención de mujeres usuarias de drogas en el Modelo de Atención de Ayuda Mutua: clínicas de rehabilitación en la ciudad de Culiacán, Sinaloa», de María Elena Zamora Siqueiros, tuvo como propósito abordar las experiencias y significados sobre el consumo de drogas en mujeres internas en clínicas de rehabilitación operadas con el Modelo de Ayuda Mutua, así como los relatos que exponen las deficiencias de dichos abordajes principalmente en materia de perspectiva de género, caracterizada por acentuar los roles y estereotipos de género que dificultan la recuperación de este grupo de mujeres. Para el desarrollo de este proceso investigativo se recolectaron las narrativas de doce mujeres internas en dichas clínicas. Debido a las realidades relatadas por estas mujeres sobre su tratamiento bajo el modelo de Ayuda Mutua, es imperativo conocer la categoría de género como modificador de los procesos de atención a mujeres usuarias de drogas.

    En el quinto capítulo titulado «La maternidad política en el grupo de Las Rastreadoras de El Fuerte», de Karla Galindo, la investigación está centrada en el estudio de un grupo de mujeres que se dedican a la búsqueda de personas desaparecidas y a sus manifestaciones de identidad tradicional de género. Ellas, desde el dolor de su pérdida, se organizan de manera formal y, bajo cánones profesionalizantes, encuentran herramientas para las búsquedas; de esta forma, dejan los roles tradicionales de ser madres y amas de casa para convertirse en agentes sociales y políticos que inciden en las prácticas comunitarias de sus entornos próximos e incluso lejanos. Lo que constituye la interpretación de vivencias que emite las experiencias y caracterizaciones de las formas de concebirse el ideal materno, desde la configuración de lo femenino.

    En el sexto capítulo «Encarcelar y excluir la pobreza. Realidad de las mujeres privadas de la libertad en el Centro Penitenciario de Aguaruto», de Nadia Lizeth Montaño Lugo, se expone parte de los resultados de una investigación realizada con mujeres privadas de la libertad del centro penitenciario de Aguaruto. El sistema de justicia por mucho tiempo se ha encargado de recluir a personas pobres con pocas posibilidades de acceso a una buena defensa jurídica, entre ellas, las mujeres han sido un grupo especialmente vulnerado y estigmatizado, debido a que, como sucede en el resto de los espacios de la sociedad, la prisión constituye un lugar de control genéricamente discriminador, excluyente y opresivo para las mujeres, población cuyas características de vida son similares entre muchas de ellas como lo es, además, la trasgresión al mandato cultural de género que comparten por su ingreso a prisión. Esta investigación se realizó desde un enfoque cualitativo, tuvo en consideración el método fenomenológico y utilizó la historia de vida como técnica cualitativa; sin embargo, se usó también una técnica cuantitativa que ayudó a conocer las características socioeconómicas de las mujeres privadas de la libertad de este centro. Dentro de los resultados más sobresalientes se evidencia que la exclusión social y pobreza son una compleja realidad en la vida de esta población.

    En el séptimo capítulo, «Los roles de género en los contextos escolares rural y urbano», Ana Lizbeth Tisnado Osuna analiza cómo el papel de la mujer en la sociedad se ha venido transfigurando y revalorizando; sin embargo, aún es clara la desigualdad y jerarquización entre el trato que reciben los individuos sobre la base de diferenciación del sexo debido a las creencias sociales. Éstas, socialmente establecidas y aceptadas, crean un sometimiento de un sexo respecto del otro, según Araya (2004) las diferenciaciones sociales entre mujeres y hombres ponen en un plano inferior a la mujer; estas desigualdades tienen sus particularidades y niveles dependiendo de cada lugar, pero es innegable que las diferencias «naturales» han generado roles de género entre mujeres y hombres. Los autores Eagly y Johannesen-Schmidt (2001) definen a los roles de género como las creencias compartidas que se aplican a individuos con base en su sexo socialmente identificado. Los roles de género encasillan a mujeres y hombres en tareas específicas, que generalmente cuentan con atributos sexistas; derivado de ello, el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres, 2007) realizó un estudio, en el cual 93 % de las mujeres entrevistadas manifestaron realizar labores relacionadas a la «limpieza de la vivienda», «preparación de alimentos» y el «aseo de ropa y calzado», independientemente si laboraban fuera del hogar o no; mientras que apenas un poco más de 50 % de los hombres encuestados realizaban dichas tareas. Otro hallazgo fue que del total de hombres encuestados, 63.5 % desempeñaban una profesión, contra 36.5 % de las mujeres. En síntesis, se observa una intensificación en los roles de la mujer debido a la dualidad de labores realizadas en el trabajo y el hogar.

    El octavo capítulo, titulado «Ciberfeminismo islámico en Irán», de María José Sepeda, analiza cómo la discriminación entre hombres y mujeres se puede percibir en cada una de las esferas que conforman la sociedad. Dentro de esta investigación se observa que existen mecanismos utilizados para la subordinación de la mujer y estos recaen en lo político. Difícilmente una sociedad podrá desmoronar una estructura machista si su sistema político también lo es. Es por ello que dentro de la lucha feminista se encuentra la exigencia de reformar aquellas leyes que son injustas para las mujeres. En el caso particular de la mujer

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