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La Ciudad de Noche: El Hombre de los Ojos Rojos: La Ciudad de Noche
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La Ciudad de Noche: El Hombre de los Ojos Rojos: La Ciudad de Noche
Libro electrónico158 páginas2 horas

La Ciudad de Noche: El Hombre de los Ojos Rojos: La Ciudad de Noche

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Información de este libro electrónico

Por accidente, el detective Harry Johnson encuentra el cuerpo de una joven que fue brutalmente asesinada, pero no hay nombre, no hay huellas, no hay nada.

Lo que parecía ser un simple hallazgo desafortunado se tornó en una pesadilla para Harry; ya que el fantasma de la chica comienza a atormentarlo, culpándolo de ser el responable de su muerte. Ahora Harry tiene que encontrar al verdadero asesino si no quiere ser él quien pague las consecuencias.

IdiomaEspañol
EditorialJoe Alvarez
Fecha de lanzamiento29 nov 2023
ISBN9798223915546
La Ciudad de Noche: El Hombre de los Ojos Rojos: La Ciudad de Noche

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    La Ciudad de Noche - Joe Alvarez

    Queda prohibida toda distribución de esta obra, sea parcial o total, a través de cualquier medio.

    Los personajes y eventos representados en esta obra son ficticios, y no tienen relación con personas reales, vivas o muertas. Cualquier similitud es mera coincidencia.

    Todos los derechos reservados Ⓒ

    NO TODOS LOS DEMONIOS VIVEN EN EL INFIERNO

    PREFACIO

    Esta es la ciudad de noche, una ciudad de fantasmas y demonios.

    Gracias a mi cielo y a mis padres.

    1 - LA CIUDAD DE NOCHE

    Se dice que las ciudades se dividen en dos partes. La primera es la ciudad de día: un lugar ajetreado que evoluciona y no se detiene. Es una ciudad llena de vida. Sin embargo, también está la ciudad de noche: un sitio taciturno donde, si se presta atención, se pueden escuchar los gritos de la gente que no existe; se pueden sentir los lamentos de las personas agobiadas, las que no tienen luz. Es un lugar sin reglas ni piedad; el hogar de los fantasmas y demonios. Esa es la ciudad a la que siempre ha pertenecido Harry Johnson.

    Harry fue un detective condecorado, respetado y admirado en el Departamento de Policía, tal como su padre, con quien no tenía una buena relación, fue hace mucho tiempo. Harry era íntegro, enemigo de la corrupción y poco tolerante con la injusticia; justamente las cosas que te pueden meter en problemas cuando eres un detective en la cima de tu carrera, y tras algunas decisiones inciertas por parte de Harry, o eso le hicieron creer, fue despedido, y todos se olvidaron de él.

    Harry abandonó el departamento, y los tiempos de gloria lo abandonaron a él: el reconocimiento y la admiración, todo se fue; ahora era un investigador privado, dedicado a encontrar animales perdidos, desvelar infidelidades, o hallar objetos extraviados: casos considerados deshonrosos y «exclusivos» para los mediocres, para los detectives en declive, y eso era exactamente Harry, un detective en decadencia, pero eso lo mantenía a flote, y, quisiera o no, Harry era muy bueno para esos asuntos anodinos.

    Harry caminaba por su ciudad, la ciudad de noche, dirigiéndose a su lugar favorito: La Estación, un bar recurrente para la tercera guardia, los policías encargados de rondar la ciudad de noche, y de todas esas personas que viven en la noche, o que viven de ella. El detective acababa de zanjar una de las encomiendas más solicitadas: infidelidades. Harry lo detestaba, pero el pago era bueno, así que era momento de gastarlo en lo segundo que Harry sabía hacer mejor: emborracharse.

    Esa era su rutina: aceptaba el encargo, le pagaban la mitad, resolvía el caso, cobraba el resto del pago, y lo gastaba en el bar hasta olvidar su vida, y, entre cada sorbo de cerveza, nunca faltaba su cigarrillo.

    Nadie esperaba a Harry en casa; su esposa lo abandonó en el mismo instante que dejó al departamento, pero eso fue lo que menos le importó.

    —¿Y sí la engañaba? —preguntó Jason, el mesonero.

    A Jason le encantaba platicar con Harry, aunque este no solía ser muy conversador, pero le agradaba Jason.

    —Sabes que no puedo decírtelo. Secreto profesional, ya sabes. —Le guiñó un ojo al chico.

    —Vamos, Harry, dame una pista —insistió el joven.

    —¿Tú qué crees? —respondió Harry con sorna, haciendo especial hincapié en el verbo.

    —¡Lo sabía! —exclamó el joven—. ¿Estaba buena la esposa? —inquirió Jason con un susurro pícaro.

    —Muy guapa, sí —aseguró Harry.

    —Vaya, hombre. No entiendo a esos tipos, en serio. Tienen unas esposas modelos, y van a enrollarse con otras menos... agraciadas —se lamentó el camarero mientras limpiaba la barra.

    —Yo no juzgo, chico —aseguró Harry—. Solo hago mi trabajo, y cobro. Así es más fácil, créeme. Si no te involucras, no te ganará la culpa de destruir un matrimonio «feliz».

    —Y... ¿No aprovechas para consolar a las afectadas? —preguntó Jason con su tono pícaro de nuevo, pero con una sonrisa inocente.

    —No —respondió Harry en seco—. Puede que tú me veas borracho la mayor parte del tiempo que estoy aquí, pero soy muy profesional con mi trabajo —aseguró.

    Así eran todas las noches de Harry; después de la primera charla con Jason, el bar comenzaba a llenarse de gente de todo tipo, de esa gente que solo ves en la ciudad de noche. Era ese el momento cuando Harry se hacía invisible; nadie lo veía, nadie lo notaba, solo aquellos que recordaban su gloria pasada, y no le permitían olvidarlo, y uno que otro mocoso que creía ser divertido, y muy valiente, metiéndose con un hombre solitario y borracho.

    Esa noche ocurrió eso último, no era tan habitual, pero sucedió: un grupo de adolescentes llegó al bar, púberes que acaban de alcanzar la mayoría de edad, y lo único que cruzaba por su mente era embriagarse y tener sexo, lo cual, en la mayoría de los casos, solo involucraba al joven y su mano. Eran de esas personas que rompían el equilibrio de cualquier lugar; lograban atraer miradas, pero no de admiración, sino de fastidio; mocosos con las hormonas aceleradas.

    Los jóvenes entraron provocando escándalo y haciéndose notar. Eran cuatro: el más alto, y «musculoso», era su líder: jerarquía coloquial. El tipo iba a la cabeza, sin voltear a ver a sus compinches, quienes lo seguían como perros. El joven caminaba erguido, típico de una persona pretenciosa, y abriéndose paso sin respetar la distancia personal, ni procurar la comodidad de los otros clientes, que sólo podían limitarse a mirar cómo los cuatro imbéciles cruzaban, chocando los hombros con todo aquel que estuviera en el camino. Desde su posición, Harry los observaba despreocupadamente, aunque intuía problemas.

    —Oye, preciosa —gritó el que parecía ser su alfa—. Sí, tú, la del culo bonito. —Todos rieron. Le hablaba a Mónica, la chica nueva del bar que tuvo que conseguir trabajo para pagar sus estudios, pero, para su mala suerte, encontró uno ahí, en un bar de poca monta.

    —Voy, enseguida los atiendo. —Mónica preparaba una bandeja llena de cervezas.

    —Mueve ese culito que no tenemos toda la noche. —La bola de idiotas volvió a reír.

    Harry notó la incomodidad en la cara de la chica, pero ya había aprendido a no meterse en otros asuntos. Le gustaba más ser invisible. Ser parte de la ciudad de noche le enseñó muchas cosas a Harry.

    —Muy bien, chicos, ¿qué les sirvo? —Mónica regresó un tanto agitada de su entrega previa, pero con una amplia sonrisa, como siempre lo hacía.

    —Tráenos unas cervezas a todos, y mientras lo haces, menea bien ese trasero para que pueda verlo.

    Mónica frunció la boca, forzando una sonrisa. La pobre chica todavía no se acostumbraba a la vulgaridad de los hombres dentro de un bar. Cuando Mónica giró, el rufián se apoyó sobre la barra, y alcanzó a darle una nalgada tan fuerte que se escuchó por encima de la música. La joven camarera no hizo nada, solo se quedó parada unos segundos, tratando de mantener la calma mientras oía a todos esos imbéciles riendo. Cruzó la mirada con Harry, sonrió desganada, y continuó su trabajo.

    Harry no era de esos que solían quedarse callados mucho tiempo cuando contemplaba un abuso, menos si tenía más alcohol en sus venas que sangre. Harry miró al joven abusivo por unos segundos, pensando si sería buena idea hablar con él, o simplemente reventarle la botella en la cabeza, pero, casi de inmediato, volvió a enfocarse en su bebida.

    Uno de los acompañantes del lenón se dio cuenta de que Harry los observaba, y se lo hizo saber a su líder. Este volteó, y sonrió al ver que se trataba de un simple borracho mediocre.

    —¿Qué pasa, viejo? —preguntó el joven, fingiendo amabilidad—. ¿Te gusto? Lo siento, no soy gay como tú. Pero conozco a unos cuantos vagabundos que por unas monedas te la chupan. —Todos rieron. Harry comenzaba a cansarse del estúpido coro de risas—. Métete en tus asuntos, anciano, si no quieres que te dé una lección.

    Accidentalmente, o no, Harry soltó una risita que le hizo escupir la cerveza que acababa de tomar. El bravucón se dio cuenta, y se incorporó. Su semblante cambió; se puso rojo, como si Harry lo hubiese insultado gravemente, pero no podía dejar pasar tal atrevimiento; como «macho alfa», su deber era aparentar ser un «hombre de acción».

    —Aquí están sus cervezas. —Mónica llegó con las jarras. El joven retrocedió, como si pensara que darle una lección a Harry era una pérdida de tiempo.

    Unos momentos después, Mónica le dio otra cerveza a Harry.

    —Invita la casa. —Le guiñó un ojo.

    Harry le devolvió la sonrisa, y se bebió la cerveza sin más incidentes, y al terminarla, decidió que ya era suficiente. Puso un billete detrás de la barra, se despidió de Jason y de Mónica con un ademán con la mano, y se levantó para irse. Ya era tarde, y mañana sería un día igual que ese, y que el anterior, y el anterior. Un día común y corriente para el detective Harry Johnson. O eso pensaba.

    2 - EL CUERPO

    Al salir del bar, Harry notó el frío característico de la ciudad de noche, pero su cuerpo tenía el cálido sopor del alcohol. Se puso su abrigo, y se fue por su habitual camino a casa. Una de las razones por las que le encantaba ese bar, además de las charlas con el buen Jason, era que le quedaba a unas pocas calles de casa. No tenía que conducir, ni mucho menos pedir taxi; una corta caminata era suficiente, y muy relajante, pero Harry no tenía idea que la situación en el bar no era lo único que lo sacaría de su rutina habitual. Cuando dobló la esquina hedionda que lo llevaba al callejón que usaba para acortar camino, oyó un grito detrás de él, seguido de un fuerte golpe en la cabeza y el sonido del cristal rompiéndose.

    —Esto te enseñará a no meterte con nosotros, viejo imbécil.

    El porrazo aturdió a Harry, y le hizo dar unos pasos hacia el frente, pero como estaba acostumbrado a los golpes, no tardó en recuperarse. Volteó sin más: ahí estaban los cuatro bravucones que se querían propasar con Mónica; el líder tenía la boquilla de una botella de vidrio en la mano; el imbécil se la había reventado a Harry.

    El joven, al ver que Harry no parecía afectado por el golpe, se quedó con la boca abierta; el idiota seguramente había visto muchas películas sobre peleas de bar. Otro de los valentones dio unos pasos hacia Harry, e intentó estrellarle otra botella; el detective levantó el antebrazo para cubrir su cabeza, y la botella se reventó ahí. Al ver que no funcionó su estrategia, el majadero aprovechó el momento para lanzar un gancho a la costilla de Harry, que la tenía desprotegida, pero al impactar, su muñeca se dobló, y a Harry le pareció escuchar que se le rompía. Ahí fue cuando se dio cuenta de que estos chicos eran pura estupidez.

    Con la mano libre, Harry le asestó una bofetada al cretino, quien se desplomó en

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